La noche del ciego (2/2)

Un ligue de una noche. Eso creerían para siempre mis compañeros de piso que era Carlos para mí. Y eso es lo que fue: el mejor amante que he tenido hasta la fecha, una fuente inagotable de placer.

Carlos y yo seguimos recostados en el sofá, yo acariciando con la mano mi propio calzoncillo inflamado. Después de lo que acababa de suceder entre nosotros, no quería dar un paso en falso que lo jodiese todo, así que mis movimientos estaban controlados al máximo.

-Ha sido una buena mamada, sí señor... -reflexionó tras unos segundos en silencio Carlos, casi para sí mismo, con la mirada en dirección al techo y mientras se acariciaba aquel imponente pecho depilado que tanto me gustaba contemplar.

-Pues supongo que sabes que, una vez abierta la veda, podemos repetir siempre que te venga en gana. A mí me gusta chupar pollas, y a ti que te la chupen, así que no hay nada de malo en aprovecharnos de esa circunstancia. Yo no siento que estemos traicionando a Ana por eso.

-Ya, claro, lo dices porque eres un viciosillo, y porque aún estás a cien, deseando que me largue para cascarte la paja del siglo... Ya veremos si mañana, cuando se nos pase a los dos el pelotazo, no nos arrepentimos de lo que hemos hecho.

-Lo dudo mucho, colega. Al menos por mi parte. Y tú mismo me estás diciendo que lo has pasado de puta madre -no evité mirar cómo movía su mano bajo el elástico del chándal.

-El caso es que esta cabrona no se me acaba de bajar. Supongo que tendré que echar una buena meada.

-O podrías echar primero esa meada, y después dejar que te la coma una vez más -estiré una mano sin pudor, y alcancé el elástico de aquel pantalón deportivo para dejar su polla y la mano con que se la tocaba al descubierto-. Antes de correrte has dicho que luego me dejarías hacer los jueguecitos que quisiera.

-Sí, bueno, eso he dicho... -un poco inseguro, se dejó hacer de nuevo por mi mano, que había apartado la suya de encima de aquel rabo que volvía a despertar entre sus piernas-. Pero también te he dicho que me molan las tías, que no soy maricón.

-Yo lo puedo ser por los dos -sonreí, echándole el pellejo hacia atrás; con la derecha estaba cepillándome mi propia polla-. Me gustaría chupártela despacio, tío, comértela sin prisas. De hecho, lo que de verdad me encantaría sería tumbarte sobre mi cama y empezar a lamer todo tu cuerpo, masajear tu espalda mientras que tú te relajas, acariciarte de arriba a abajo, cada rincón de este cuerpazo...

-Menudo cabrón estás hecho -medio protestó, reclinándose un poco más sobre el sofá-. Si sigues así, conseguirás volver a ponérmela tiesa.

-Bueno, somos tíos, Carlos, que la polla se nos ponga dura no es ningún mérito, ¿no? Hasta un perro olisqueándonos las pelotas puede hacer que se nos empine el rabo. Y sé que podría agacharme y hacerte una mamada, y seguro que en diez minutos conseguiría que volvieras a trempar si me lo propusiera -dejé de masturbarle, y llevé mi mano por su estómago-. Pero no es eso lo que quiero; al menos no es sólo eso. Pocas veces siento la confianza de decirle a un tío claramente lo que quiero hacerle, lo que de verdad me apetece.

-¿Y yo te he inspirado esa confianza? -observó cómo mi mano centraba las caricias sobre sus pezones, en toda la zona de sus amplios pectorales macizos; me cogió esa mano y la hizo descender de nuevo más abajo de su ombligo-. Mira Edu, te voy a ser sincero. No sé si me sentiré cómodo liberando mi cuerpo a tus deseos, si me apetece tener a otro tío babeándome de arriba a abajo -pese a su reticencia, Carlos sonrió cuando volvió a colocar mi mano exploratoria sobre su nabo emergente-. La idea de repetir la mamada de antes incluso me resulta apetecible, pero creo que de lo otro ya voy a pasar.

-Está bien -acepté sin insistir, volviendo a subirle mi pantalón de chándal azul oscuro-. Entonces lo mejor será que vayas a echar esa meadita y después te acuestes.

-Pero ¿sin malos rollos?

-Claro que no... -le vi ponerse en pie, aún izando bandera bajo el pantalón prestado por mí, que desde esa misma mañana iba a tener aquella prenda como uno más de mis muchos fetiches-. Gírate un momento, por favor -le pedí-, quiero retener esta imagen para mi archivo mental.

Le tuve allí de pie sólo unos segundos más, dedicándome una sonrisa cómplice y también una mirada, a medio camino entre seductora y cansada. No le molestó en absoluto que me la sacudiera con ganas mientras le observaba durante ese breve espacio de tiempo.

Carlos me había dejado muy claras sus expectativas, y que éstas no incluían dejarse manosear y babear por mí. Sin embargo, no le importó permanecer unos segundos quieto, permitir que le observara del modo en que se hace con las estatuas griegas, con cierta devoción mal disimulada. Yo, además, me estaba cepillando el rabo mientras lo hacía.

Pero Carlos enseguida se giró hacia el pasillo y lo tomó (supuse que) en dirección al cuarto de baño. Me acababa de decir que se estaba meando. Al quedarme solo, intuí que esta vez sería la definitiva.

Eché la cabeza hacia atrás, cerré los ojos y me empecé a masturbar con la intimidad habitual, dejándome llevar por un caudal de imágenes algo inconexas. A causa del agotamiento, incluso me costaba mantener la polla erguida, y el movimiento de mi mano era más autómata que de costumbre. Ni siquiera la foto-fija de Carlos con mi pantalón de chándal bien relleno copaba mis pensamientos cuando dejé la mente en blanco.

Hubo un poco de todo en mi batiburrillo mental: un tío de la disco que me había molado; una mamada imaginaria a Carlos, a dúo con ese chaval; detalles de polvos anteriores; la follada salvaje que le metí a un colega; el ruido de unas llaves; la escena de porno que más me gustaba; la voz de mi compañero de piso...

-Hola, ¿hay alguien en ca... sa? ¿Edu? -me decía la voz de Iñaki, uno de mis compañeros de piso, que no supe muy bien por qué se había metido en mis fantasías onanistas-. Edu, tío, ¿estás sobado?

-¿Qué? -abrí los ojos como si despertara; de hecho, es lo que hice.

-¿Te has quedado sobado mientras te pajeabas? -de pie a mi derecha, como a unos dos metros, Iñaki me observaba con una sonrisa de oreja a oreja-. Lo tuyo ya es grave, chaval, pajearte hasta dormido...

-Joder, ¿qué haces aquí? -me guardé inmediatamente la polla bajo el calzoncillo naranja, aunque mejor dicho simplemente la traté de esconder de miradas ajenas, pues era difícil disimularla, al tenerla aún bastante levantada; no podía haber pasado mucho rato desde que Carlos se había largado, ya que de haberme dormido, mi mano hubiera dejado de menear y el cimbrel habría decaído por sí mismo.

-Bueno, que yo sepa, ésta aún es mi casa, ¿no? -Iñaki dejó una mochila sobre la mesa del salón.

-Ya, pero creí que llegaríais a mediodía, o por la tarde...

-¡Qué va! De todas formas, no es tan pronto, son casi las once. Raúl está aparcando -sin hacer más leña del árbol caído, optó por ignorar el modo en que me había encontrado; mi compañero de piso caminó hasta la cocina, y yo aproveché para enfundarme los vaqueros sin abrochar, y tratar de restablecer así algo de mi sentido del ridículo.

-Bueno, tío, me voy a ir a acostar, que he llegado hace nada y estoy muerto -le dije, apoyado en el quicio de la puerta de la cocina.

-¿Ahora has llegado? -se extrañó Iñaki, bebiendo un trago de agua-. Por lo que he visto, deduzco que hoy has venido solo.

-Sí, claro, he venido solo... -dejé caer, sin pensarlo demasiado; no sé por qué lo dije, pero lo dije, y su cara se iluminó de repente, algo que en un primer momento no entendí.

Al instante comprendí perfectamente que la sorpresa de su rostro no la habían provocado mis palabras, si no la aparición inesperada de Carlos, al que tardé en descubrir a mi lado. Me puso una mano en el hombro y se adentró en la cocina, paseando por ella como si fuera uno más de nosotros.

-¿Cómo que has venido solo? Entonces yo qué soy, ¿soy invisible? -se acercó hasta Iñaki y le tendió una mano-. Hola, yo soy Carlos.

-Hola, soy Iñaki -mi compañero de piso apenas fue capaz de disimular la fascinación que aquel pavo provocaba a su alrededor, sobretodo cuando se presentaba tal cual la foto-fija que le había hecho mentalmente en el salón; con la polla menos abultada, eso sí-. ¿Por qué has dicho que habías venido solo, Edu?

-Bueno, es que creí que Carlos estaba durmiendo...

-¿Durmiendo? Pero si no hace ni dos minutos que me he levantado del sofá -me dio la impresión de que el cabrón lo estaba pasando bien; se sirvió un vaso de agua con la mayor naturalidad del mundo, como si no fuera evidente que tenía un cuerpo espectacular y que estaba insinuando delante de mi compañero de piso, con su actitud y sus palabras, que acabábamos de follar en el sofá-. Bueno, encantado, tío -le dijo a Iñaki mientras caminaba hacia mí con el vaso en la mano; posó su mano libre sobre mi pecho desnudo con suavidad-. Te espero en la habitación.

Realmente parecía mi ligue de aquella noche.

Carlos se fue por el pasillo del mismo modo que había llegado, sigilosamente y creando una expectación brutal a su alrededor. Mi compi bebió otro trago de agua mientras me miraba como si esperase una explicación. Estuve a punto de decirle que aquel maromo era el novio de mi amiga Ana, a la que él conocía de verla por casa un par de veces, pero al final no lo hice. Si Carlos no había creido necesario facilitar esa información, no iba a ser yo quien privara a Iñaki de sentirse 'orgulloso' por mi impresionante conquista de aquella noche. Además, así le daba un jugoso cotilleo que compartir con Raúl cuando subiera.

-Bueno, tío, yo también me voy -fue lo único que le dije, respondiendo con una sonrisa a la suya.

Me encaminé por el pasillo, escuchando de nuevo las llaves de la puerta mientras torcía hacia mi habitación. No me apetecía tener que saludar a Raúl en aquellas circunstancias, así que simplemente abrí la puerta de mi cuarto y me colé dentro. Carlos tenía la luz de la lamparilla encendida, y estaba todo él tumbado sobre la cama, encima del edredón.

-Espero no haberte sacado del armario delante de tu amigo -me dijo, sin darme la impresión de que realmente lo sintiera.

-No te preocupes, que compartimos armario. Iñaki y Raúl son pareja. Raúl es el otro chaval que vive conmigo -se lo solté así de rápido, pues tampoco tenía muchas ganas de darle explicaciones a él-. De todas formas, ha sido muy gracioso tu jueguecito, Carlos. El pobre se ha quedado flipando, y no dudo que durante un tiempo me va a envidiar gracias a tu fantástica actuación como semental satisfecho.

-No me ha costado interpretar ese papel -sonrió-. Me considero todo un semental, y no puedo negar que me has dejado bastante satisfecho -Carlos se dio cuenta de que yo miraba a nuestro alrededor-. ¿Qué pasa, piensas tumbarte en el suelo? ¿Vas a dormir en esa silla?

-Bueno, es que... -miré hacia la cama, observando cómo Carlos se hacía a un lado-. Es que no sé si es prudente que me tumbe ahí contigo.

-¿Crees que no vas a ser capaz de contenerte?

-Pues sí, la verdad. Estoy muerto de sueño, pero acarreo una paja sin concluir desde hace 'ni lo sé' de rato... -me miré la aún abultada entrepierna, donde el vaquero desabrochado permitía aflorar el elástico naranja de mi calzoncillo-. Mira, mejor me voy al baño a cascármela, y después...

-¿Para quedarte dormido, como en el sofá? Cuando he escuchado a tu amigo, no he soltado una carcajada de milagro -palmeó el colchón a su lado-. Venga, Edu, no seas tonto, que no me importa. Tu cama es bastante grande, y puedo apagar la luz para que te pajees tranquilamente. Mientras no salpiques...

Estiró su fibrado cuerpo hasta alcanzar la lamparilla, y en apenas un par de segundos quedó todo a oscuras. No me apetecía postergar aquella situación hasta el infinito, ni seguir negándome como un idiota a hacer algo que era evidente que no me disgustaba en absoluto. No entendía muy bien la manera de comportarse de Carlos, y me descolocaba a cada momento su actitud, pero aún así accedí a jugar mi papel. Me bajé los pantalones en la oscuridad y los dejé tirados en el suelo. Tanteé con las manos por encima del colchón, y al final me tumbé en él ladeado y de espaldas a Carlos, tratando, eso sí, de ocupar el menor espacio posible en mi esquinita de la cama.

-¿Ya estás dormido? Lo digo porque, como tienes esa capacidad de sobarte en un segundo... pues no sé -bromeó Carlos al instante, moviéndose a mi lado, aunque manteniendo la distancia que mi prudencia había interpuesto entre nuestros cuerpos.

-Creo que llevo durmiendo desde que hemos llegado al piso; que mañana, o mejor dicho luego, me despertaré pensando que he tenido un sueño rarísimo.

-O una fantasía erótica cojonuda, ¿no crees? -dijo él, con una agilidad mental impropia de quien lleva tropecientas horas sin dormir; entonces noté que Carlos dejaba caer algo sobre mí: supuse que me estaba arropando con la sábana, pero al ir a cogerla me quedé petrificado-. Ya no lo voy a necesitar, colega, pero muchas gracias por prestármelo.

Con el suave tacto del pantalón colgando de mi mano en la oscuridad del cuarto, traté de apartar de mi cabeza la imagen de aquel impresionante pibe retozando completamente desnudo entre mis sábanas. Era lo más prudente, si no quería volverme loco. Aunque de nuevo el bueno de Carlos tenía otros planes para nosotros. Se debió acercar lo suficiente como para poner una mano sobre mi hombro y hablarme cerca de la oreja.

-Está bien, Edu, he decidido aceptar tu propuesta de marica pajillero, pero con unas reglas que deberás cumplir -empezó a decirme, erizándome el vello de todo el cuerpo con aquel susurro tan agradecido y sugerente-. En primer lugar, nada de chupetearme la cara; sólo de cuello para abajo, ¿estamos? A ser posible, que tu polla no entre en contacto con mi cuerpo si no es por un descuido que enseguida rectificarás. Aunque es innecesario decirlo, mi culo es impenetrable al cien por cien. Si te la pone dura darle unas chupaditas, supongo que no pasará nada, pero olvídate de dedillos traviesos o de lametones demasiado prolongados. Y en cuanto que me sienta incómodo, esto se para al instante, ¿de acuerdo? -asentí con la cabeza, sin saber siquiera si él percibía aquel gesto-. Aparte de eso, nada más. Bueno, sí, que procures no correrte encima de mí...

Parecíamos estar firmando un extraño contrato. Me sentí repentinamente cohibido, como si creyera que era incapaz de cumplir mi propia fantasía, a pesar de haber recibido un consentimiento claro por su parte. Alejó su mano de mi hombro, y dejé de notar su cercana presencia. Me di la vuelta hasta quedar mirando al techo, colocando de ese modo mi brazo pegado al suyo.

-¿Por dónde quieres empezar, colega? ¿Estoy bien así, o me prefieres boca abajo? -preguntó, al tiempo que yo movía mi mano por encima de su muslo desnudo, en dirección a su polla.

Antes de darle una respuesta, quería comprobar que aquel juego seguía manteniéndole caliente. Quería que aquello fuera cosa de los dos: yo como elemento activo que recorriera su cuerpo a base de caricias y salivazos, y él como elemento pasivo, pero dispuesto a disfrutar y abierto a sentirse excitado. Si me hubiera topado con una picha fláccida y medio inerte, ni siquiera hubiera deseado continuar.

Pero no fue así, para mi suerte; el cipote de Carlos estaba al límite de su dureza cuando se lo cogí. Me incliné hacia él y planté mis labios en la punta del capullo. Simplemente se lo besé de un modo cariñoso, dándole después más besos suaves a lo largo de todo el tronco. Fue una manera de darle las gracias a su dueño, y de sustituir de algún modo los morreos que tanto me gustaba dar, y que quedaban fuera del juego por completo según la primera de sus normas.

-Prefiero que te pongas boca abajo -le pedí, sin moverme apenas de encima suyo.

-Y te guardas lo mejor para el final, ¿no? -debió sonreír, pero la oscuridad me impidió ser consciente de ello.

Lo que sí noté fue su mano acariciando mi pelo mientras soltaba aquella fanfarronada. Ese gesto tan cercano me puso más cachondo que un pellizco en los pezones, o que un mordisquito en el lóbulo de la oreja... Deseaba a aquel cabrón con todo mi ser, y creo que en ese momento hubiera dado toda mi escasa fortuna por gustarle, porque me permitiera un acceso directo y sin censuras a toda su sexualidad. Hubiera deseado que nos hiciéramos el amor el uno al otro hasta caer desmayados, pero acepté de buen grado conformarme con aquel desahogo unilateral.

-Lo de no tocarte con la polla ¿también es válido aunque lleve puestos los gayumbos? -le pregunté antes de entrar en materia; quería tenerlo todo claro para no cagarla.

-Qué, que quieres frotar un poco la cebolleta, ¿no? -Carlos estaba ya boca abajo, con la cara vuelta hacia la pared y las manos metidas bajo la almohada-. Está bien, mientras no me pringues demasiado...

-Gracias, tío -le empecé a acariciar la espalda y a besarle el hombro que tenía a mi lado-. Gracias por todo...

No hay manera de describir cada una de las sensaciones que me provocaba el contacto con aquel cuerpo caliente y duro, suave como si nunca en la vida hubiera nacido un solo pelo en él. Acaricié sus omóplatos y columna vertebral, analizando en la oscuridad de la habitación cada desnivel, cada músculo, cada curva... Mientras lo hacía, no dejaba de besar su hombro, chuparlo un poco y descender lentamente hasta su axila. Carlos elevó un poco el brazo para que yo tuviera mejor acceso a su sobaco, pero no pudo evitar un comentario:

-¿También te pone la peste a sudoraco, macho?

-Todo tú sabes delicioso, tío... Podría pasarme horas sólo tocándote y oliéndote.

Se lo demostré lanzando un profundo lengüetazo a las profundidades de su axila. Luego seguí mordisqueando su brazo. Carlos debió apretar el puño para mí, pues su bíceps se endureció mientras lo relamía y clavaba los dientes sin violencia sobre aquella bola de carne tensionada.

-Estás muy bueno, cabrón... -monté una pierna mía entre las suyas, y me arrambé a él lo justo como para que mi paquete se estrellara contra su cadera-. ¿Esto lo tengo permitido? -le pregunté sin esperar a obtener respuesta. Sin prisas, empecé una serie de embestidas pausadas y profundas con las que pude sentir que cada centímetro de mi polla embutida en el calzoncillo entraba en contacto con aquella pierna morena y musculosa. En ningún momento había dejado de acariciar su espalda, atreviéndome a masajear una de sus nalgas.

Carlos seguía en silencio, notando mis acometidas sobre su cuerpo, aguantando como un campeón sin protestar. Comencé a chuparle la espalda, dirigiéndome al otro hombro, montándome poco a poco cada vez más encima de él. Llegó un momento en que mis embestidas empezaron a darse contra la nalga que estaba de mi lado, y eran cada vez más rápidas.

-Eres como un puto Dios griego... -le adulé cerca del oído, moviendo mi mano por la línea entre sus nalgas; éstas parecían dos macizos balones de fútbol de reglamento, uno de los cuales no dejaba de ser bombeado por mi rabo palpitante-. Me gustaría fingir que te monto, Carlos, aunque sea por encima de la sábana...

-Venga ya, macho... ¿No crees que eso se pasa de la raya?

-Sé dónde está el límite, tío, y te juro que no lo voy a rebasar... -le besé el cuello con frenesí, rogando para que ese fuera uno de sus puntos débiles; su silencio me dio a entender que tal vez aceptaba la nueva propuesta, o que estaba demasiado a gusto como para negarse-. ¿Quieres la sábana?

-¡Déjate de gilipolleces y hazlo! Móntame y finge que me follas, ¡joder! -con un movimiento brusco de cabeza me dio a entender que no quería más lametones por el cuello; empezaba a pensar que Carlos no iba a negarme casi nada, que la oscuridad y mi evidente deseo por él estaban tumbando sus defensas una a una.

No me paré a pensar mucho en ello, pero sí tuve la sensación de que le jodía que aquello no le produjera un rechazo visceral. Tal vez en su cabeza estaba bullendo la idea de que debería negarse a dejarse hacer por mí, pero en el fondo pensara que no había traspasado ninguna frontera insalvable, que su hombría seguía intacta. Yo recibí aquel consentimiento con gran excitación. Moví mi pierna y el resto de mi cuerpo hasta quedar encima del de Carlos, apoyado con una mano en cada uno de sus costados, dispuesto a simular aquella follada de culo como si fuera la más real del mundo.

En ningún momento se me cruzó por la cabeza la idea de propasarme, de bajarme el calzoncillo y tratar de clavársela antes de que le diera tiempo a reaccionar. Hubiera sido la mayor estupidez del mundo, pues la posibilidad que aquel fascinante semental me estaba regalando, superaba con creces cualquier fantasía que hubiera podido albergar hasta entonces.

Carlos había separado ligeramente las piernas para que yo pudiera apoyar mis rodillas entre ellas. Me sentí como un niño caprichoso al que consienten todos los deseos. Las primeras embestidas fueron como las que le había dado a su pierna, lentas y profundas como si quisiera abrirme camino entre sus nalgas, deslizamientos contundentes contra su estático culo. Pero luego él empezó a responder de un modo tímido.

No parece lógico permanecer impasible mientras te bombean por detrás, pero es que aquella situación no entraba en los parámetros de la lógica, de modo que me contentaba con que Carlos se dejara restregar de un modo absolutamente pasivo; diría que casi hasta inofensivo. Por eso su movimiento me dejó sorprendido. Pensé que estaría reacomodando su polla aplastada contra el colchón, pero no con la siguiente acometida. Ni con la siguiente...

¡Aquel Sansón de perfectas curvas estaba acompasando mis embestidas sobre su trasero con un leve movimiento elevatorio de éste! En resumen: estaba empezando a poner el culo en pompa, al menos todo lo que mi peso le permitía. Fue entonces cuando me di cuenta de que una parte de la polla se me estaba empezando a salir del calzoncillo. De un modo involuntario, por supuesto, pero también inevitable con tanta refriega. Creí que de un momento a otro me diría algo, que no me pasase de la raya (¿dónde había quedado ya 'la raya'?), o que me guardase el rabo si no quería que aquello se acabara definitivamente.

Pero no fue eso lo que dijo. En realidad, dijo poco: "¡Espera!", con un tono seco, haciendo que yo plantara las rodillas en el colchón y que me incorporase de inmediato. ¿Aquello quería decir que se acabó? Le noté moviéndose un poco, pero la oscuridad me impidió ser más preciso en adivinar lo que hacía. "¡Prueba ahora!", pronunció, de un modo desapasionado y autoritario. Sin saber muy bien lo que había sucedido en aquel frío intervalo, incliné el cuerpo hacia adelante, dispuesto a clavar de nuevo los puños sobre el colchón y seguir fingiendo la follada.

Lo que me encontré podría definirse como sorprendente, pero diré que simplemente fue inesperado. Carlos había colocado un almohadón doblado bajo su pelvis, de modo que su culo estaba ahora elevado unos diez o quince centímetros, y sus deliciosos balones macizos quedaban mucho más accesibles. Yo había aprovechado la pausa de antes para colocarme la polla hacia arriba, presionada por el gayumbo naranja pero en paralelo con la raja entre sus nalgas.

El nuevo acoplamiento fue infinitamente más placentero cuando empecé a cabalgarle con más brío que antes, emocionado por los cambios efectuados en aquella especie de fingida fusión. El capullo se me despellejaba vivo mientras empezaba a aflorar por encima del elástico, y eso me provocó unos gemidos de dolor contenido.

-Crees que si te bajas el gayumbo, serás capaz de contener las ganas de metérmela... -me dijo entre suspiros.

-Claro que sí, tío... -lo hice; me lo bajé hasta las rodillas plantadas sobre el colchón. Quedó allí enrollado, mientras yo avanzaba unos centímetros y cogía a Carlos de las caderas para tratar de elevarle un poco más. Ni siquiera me preguntó qué pretendía hacer cuando separé un poco sus nalgas; simplemente se dejó llevar. Me encantó que no me recordara dónde estaba el límite, porque eso demostraba una confianza que creí merecer.

Planté el tronco de mi polla dolorida lo más al fondo que pude, y empecé a bombear para deleitarme con una especie de cubana maravillosa. Aquello era lo más cerca de encularle que iba a estar, así que lo disfruté como un auténtico cabrón. Empecé a jadear como un perro. Llevaba tanto rato trempado y sin eyacular, que supe que no iba a aguantar ni dos minutos aquella nueva y excitante postura. Decidí esperar al último momento. Que fuera Carlos quien me dijera que me apartase, que no se me ocurriera correrme encima de su trasero.

Pero tanto esperé su orden, que no me di cuenta de que ya estaba soltando mis lechazos hasta que éstos no se estrellaron contra su espalda. Ya no había vuelta atrás: después del primero, que salió a propulsión, un par de chorretones más se deslizaron por su espalda arqueada, y el resto ya se derramó desde la punta de mi capullo hasta sus nalgas.

-Oohhh... Lo siento, tío, oohhh... te juro que te lo limpio, oohhh... -me disculpé incluso antes de soltar las últimas gotas de lefa sobre él; después incliné mi cuerpo hacia adelante, plantando los codos en sus costados y empapándome con mis propios jugos-. Tío, muchas gracias por esto... Ni follándote de verdad lo hubiera pasado tan de puta madre...

-Estarás contento, cabronazo... Me has dado por detrás y te me has corrido encima -le noté sudoroso y jadeante-. Además, ahora tu polla se está quedando morcillona en mi culo... Espero que me lo dejes bien limpio, hijo de perra...

-Eso haré, colega... -ahora no le importó que le siguiera besando y lamiendo el cuello; diría que sí era ese uno de sus puntos débiles, por el modo en que movía las caderas, como si se estuviera masturbando contra la almohada que tenía bajo el estómago-. Voy a chuparte ese culazo hasta dejártelo como nuevo...

-¡Pues hazlo! -ordenó, como un semental desbocado-. A ver si eres capaz de hacer que me corra contra la almohada sin tocarme.

-Si me dejas meterte un solo dedo mientras te corres, te juro que te vas a pegar el mejor orgasmo de tu vida... -le lamí la oreja, después la mejilla, cruzando la línea de lo permitido, pero no recibiendo una reprimenda a cambio; estaba claro que había llevado a Carlos tan al límite de su excitación, que no se iba a negar ya a nada.

-Eres un hijo de puta muy guarro, tío, pero hazme lo que te dé la gana... Sólo quiero correrme de una jodida vez, y quedarme aquí muerto durante horas.

Lo habitual en un pibe que acaba de expulsar los lechazos que yo había exprimido de mi rabo, es que se te ponga morcillona por un momento, antes de volver a trempar si quieres seguir con la juerga. En aquel caso concreto, mi polla no decayó un instante, como si tuviera inteligencia propia y supiera que no había ni un segundo que perder. Mi mente, excitada como nunca, acompañaba aquel pensamiento.

Limpié con la lengua todo el semen acuoso que acababa de descargar en aquella espalda, aunque buena parte de él estaba pegado en mi torso sudoroso. Descendí hasta su culo, abrí las nalgas todo lo que pude, y empecé a chupar su raja casi imberbe como si fuera un bebedero de patos. Él se agitaba con las embestidas, incluso ahogaba jadeos contra la sábana. Supe que estaba a punto de correrse, y decidí actuar.

Lancé un par de sipiajos controlados sobre mis dedos, y traté de lubricarle el ojete, mientras sus gemidos iban en aumento y le suponía a punto de eyacular contra el almohadón bajo su pelvis. Cuando me entró el dedo corazón en su culo, le noté contrayéndose, pero no dijo nada, así que seguí entrando hasta el final. Se contrajo aún más, y enseguida se espaciaron contracciones más cortas, mezclándose con una especie de aullidos entre el dolor imprevisto y el placer más absoluto.

Había logrado mi objetivo, que no era otro que hacer que Carlos se corriera sin necesidad de tocarse el nabo. A los pocos segundos me ordenó que sacase el dedo de su raja, y lo hice al instante. Rodó sobre la cama hasta quedar boca arriba, en el lado del colchón que antes ocupaba yo. Busqué el almohadón frente a mí, me hice con él y lo pasé por mi cara, donde se mezcló el sudor de mi frente con el semen de su segunda corrida de la mañana.

Lo lancé al suelo y caí sobre el colchón, sin importarme que mi cuello se apoyara sobre su brazo estirado, ni que nuestros cuerpos contactaran en lugares supuestamente prohibidos. Le acaricié la polla medio destrempada, y limpié la punta del capullo con mis dedos para degustar aquellos restos de lefa como si fueran el último cubata de la noche, el más embriagador.

Después empecé a masturbarme de un modo autómata y veloz, casi con prisas, como si temiese que en cualquier momento Carlos me ordenara detenerme. Pero no lo hizo, ni aún cuando era consciente de que me iba a correr contra sus huevos, pues la postura que teníamos en ese instante hacía que la punta de mi polla estuviera casi pegada a ellos.

Noté que brotaba más sudor de mi frente, esta vez debido al esfuerzo con el que me cepillaba el nardo, y también por mi espalda y mi cuello, sintiendo a la vez la exudación que provenía de aquel cuerpo macizo de un Carlos post-orgasmo. Me incliné un poco más sobre él, hasta notar la rugosidad de sus pelotas contra mi dolorido glande.

Él permanecía en silencio, moviendo apenas el brazo para ayudar a que me pegara más a él. Mi segunda corrida fue bastante menos espectacular; apenas afloraron cuatro o cinco goterones espesos sin demasiada fuerza. Alguno me resbaló por la mano, y los otros encharcaron los pelillos del escroto de Carlos. Mis gemidos ahogados se ocultaron bajo el sobaco transpirado del semental, y allí me quedé un instante, hundido en el más profundo y placentero agotamiento.

-Enseguida te lo limpio -le dije extenuado y sumiso.

-¡No me jodas, colega! -suspiró él, que enseguida se dio impulso y rodó hasta quedar en el centro de la cama, completamente volcado sobre mí; su voz susurrante se arrambó entonces a mis labios entreabiertos-. Esto no va a volver a pasar jamás, pero hoy ha pasado, y por más que me chupes los cojones, no evitarás que me sienta tan sucio como ahora.

-Lo siento, yo...

-¡Calla! -me estampó entonces un morreo de impresión, un ataque a traición que, por inesperado, me supo más delicioso que cualquier otra cosa en el mundo; después separó nuestros labios y siguió hablándome bajito-: Lo mejor será que intentemos dormir, aunque sea un par de horas. Y lo vamos a hacer sobre nuestras propias corridas, a lo guarro, para que ninguno de los dos olvidemos lo que acabamos de hacer -una de sus manos recorrió mis muslos hasta dar con el calzoncillo naranja que tenía aún aprisionado en mis rodillas; lo deslizó hacia abajo, hasta que yo mismo me ayudé de los pies para desprenderme de él-. Quiero dormirme pegadito a ti, Edu, desnudo y caliente, y si nos despertamos con trempera matutina, antes de que subamos la persiana dejaré que me la comas hasta hartarte, y también que te corras donde más te guste. Porque una vez entre la luz...

No le dejé terminar la frase. Me tomé el privilegio de comerle la boca para silenciarle; rodé hasta quedar yo por encima, y después volvimos a rodar, y volvimos, y volvimos...

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La persiana de mi habitación no se subió hasta casi la una del mediodía, y lo hice yo mientras Carlos se duchaba. Ninguno de los dos había dormido un solo minuto de aquella mañana. Ambos nos habíamos corrido un par de veces más, ensuciándonos como fieras y revolcándonos como salvajes en nuestra sudorosa pasión.

Recuerdo con nitidez el intenso dolor de mi polla; también recuerdo la satisfacción de correrme finalmente contra la cara de Carlos, que con la boca cerrada accedió a cumplir otra de mis fantasías y esperó después mis ansiosos lametones de limpieza. Y me recuerdo tumbado boca abajo sobre el almohadón, montado a pelo por aquella bestia que me desgarró el culo como si llevara años deseándolo.

Pero lo que más recuerdo, sin duda, fue su reaparición en el cuarto con la persiana ya subida. Su cuerpo estaba húmedo, con una toalla alrededor de la cintura. Yo estaba sobre la cama casi desmontada; él se me acercó y me regaló un beso improvisado al tiempo que me daba las gracias "por todo".

Después se vistió y salió de la habitación.

Ana y él siguen juntos, y la verdad es que nos llevamos bastante bien. Por eso siempre evito la tentación esporádica de contarle a mi amiga lo que sucedió. Carlos y yo nunca hemos hablado del tema, ni por supuesto nos hemos visto en otra situación parecida. Creo que lo prefiero, quedarme con el maravilloso y excitante recuerdo de la noche en que fue sólo mío: la noche del 'ciego'.

FINAL de La Noche del 'Ciego'.