La noche del ciego (1/2)

El que iba ciego (de pastis) era él, que yo me había controlado bastante. Por eso mi amiga me pidió que me lo llevara a casa, como si fuera su canguro. Sólo por esta noche, me dijo, y para mí esa noche fue más que suficiente...

Nota del Autor: Este relato va dedicado a Edu, fuente inspiradora, y agraciada espalda y trasero del sur de Madrid. No sé si lo leerá algún día, pero quiero dejar constancia de ello. Para tod@s l@s demás: "Be always semen, my friends".

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Confío en que Carlos nunca lea esto, porque probablemente no le haría mucha gracia saber que voy contando lo que pasó aquella noche a un numeroso grupo de pajilleros (entre los que, por supuesto, me incluyo) con ganas de morbo gratis.

Para quien no conozca la Macumba, diré que es una macrodiscoteca house que está por la zona de la estación de Chamartín, en Madrid capital. Aquel sábado era 'sunflowers' y pinchaba Roger Sánchez, un dj que nos flipa. Al novio de Ana no lo conocía aún demasiado. Llevaban unos meses saliendo, pero hasta hacía poco tiempo no se habían decidido a mezclarse con sus respectivos grupos de colegas. Ese sábado Carlos era nuestro, aunque ese 'nuestro' no tardó en singularizarse y transformarse en un 'mío' que para nada podía yo imaginar.

Carlos es el típico cachas metrosexual que vuelve locas a las pibas, y que trae de cabeza a los tíos como yo; de sonrisa blanca y perfecta, viste camisetas Dolce & Gabbana, un maromo que se sabe atractivo, que se gusta y que le gusta gustar... Eso se nota cuando te fijas un poco en su modo de andar, o en cuando coge la copa, levanta una ceja y mira a su alrededor como si quisiera dar a entender que él ya ha vivido esa misma situación y que la tiene controlada. Su mejor virtud es una sonrisa que te desarma, y la peor, quizá, la sensación de frialdad que te provoca verle tan lejano e inalcanzable.

Lo que cuento sucedió hace un año y pico, pero aún lo retengo en mi mente como si hubiera sido el fin de semana pasado. No esperábamos quedarnos de fiesta hasta las nueve o las diez de la mañana, como tantas otras veces, porque Ana tenía al día siguiente una comida familiar y no le apetecía ir de empalmada. Fue por eso que quemamos la noche con ganas; bailamos al ritmo que Roger Sánchez nos impuso, y Carlos enseguida dio muestras de haberse metido ya unos cuantos éxtasis. Yo tengo por norma no meterme pastis hasta perder el sentido si no es con mi grupo de total confianza. En esta ocasión había alguien con nosotros (Carlos) a quien no tenía muy fichado, y ese fue el único motivo de que me controlara bastante aquel sábado.

Sobre las seis, puede que un poco antes, Ana se me acercó, y me dijo que estaba muerta de cansancio y que se iba a largar; lo hizo a gritos, que era la única forma de hacerse entender en el atronador ambiente de la Macumba. "¡Vale, pues pasadlo bien y cuidadito no os perdáis!", le voceé, guiñándole un ojo y mirando hacia el bastante descontrolado Carlos, que bailaba a un ritmo imposible, perdiendo desde hacía un par de horas todo signo de frialdad y lejanía. "¡No, que él se queda!", soltó entonces Ana, y aunque yo la había escuchado le pedí que me lo repitiera.

-¡Que me voy yo sola, tío! ¡Me pillaré un taxi aquí fuera!

-¡¿Y Carlos?! ¡Mira sus pupilas! ¡¡Lleva un 'ciego' que te cagas!!

-¡Ya lo sé, tío! -se arrambó a mi oreja-. Oye, te voy a pedir un favor. Esta noche estás solo en casa, ¿verdad? -asentí con la cabeza, notando en todo mi cuerpo los espasmos de la música que había dejado de bailar-. ¿A ti te importa si duerme la 'melopea' en tu piso? Es que si sus padres le ven tan colocado...

-¡A mí me da igual! -las caderas se me iban solas, y ni siquiera era muy consciente de a lo que estaba accediendo-. ¡Pero paso de obligarle! ¡Si él no quiere, ya se las arreglará!

-¡Que no, que no! Si es él quien me ha dicho que te lo pregunte. ¡Además, tú eres el único que va medio bien y que no tiene a nadie en casa! ¡No me fío de los demás!

-¡Ah, pues vale, Ana! ¡¡Yo me encargo!!

Volví a recuperar el ritmo perdido, mientras observaba a mi amiga yendo hacia Carlos, le veía decirle algo al oído, y cómo él me sonreía y me guiñaba como agradecimiento uno de sus ojos de pupilas dilatadas. Luego se estuvieron dando el palo unos minutos, pero mi atención ya se desvió hacia el resto del grupo para seguir bailando frenéticamente. La marcha de Ana la celebró su novio con una pastilla (creo que la última), un buen trago a su botellita de agua, y después ya uniéndose sin complejos al desfase de cuerpos sudorosos que se concentraban en aquel lugar.

Nos dieron las siete y pico, y Carlos seguía en pleno subidón. Traté de decirle que estaba cansado, que no iba a tardar en largarme, pero él simplemente sabía sonreír y repetirme que aún era "demasiado pronto". Me cogía del brazo y me invitaba a seguir su baile desenfrenado. La mayoría de colegas del grupo también se fueron dando el piro, y al despedirse de mí no dudaban en soltar una carcajada y un "te ha caído una buena" nada esperanzador.

Nos dieron las ocho, y el local empezaba a vaciarse, pero Carlos debía pensar que mientras hubiera música y nadie nos echase a patadas, la fiesta debía continuar. Opté por sentarme, pero tampoco eso dio resultado, porque Carlos seguía en su mundo, bailando frente a mí como si me quisiera animar. Yo no hacía más que pensar que todo lo que tenía de macizo el muy cabrón, lo tenía también de plasta.

La verdad es que se contoneaba con gracia. El desfase del principio, cuando trataba de soltarse, parecía haber sido un buen entrenamiento para demostrar ahora que en realidad sabía moverse sin parecer un pastillero flipado. Tenía la camiseta empapada en sudor, pero ni con esas se mostraba agotado. Cuando fue a pedir una copa más, le debieron decir que tenía que ser la última, pues volvió con ella y me dijo que en cuanto se la acabase, nos largábamos. El problema es que no me dijo adónde.

Supongo que a esas alturas de la noche cualquier cosa con faldas le debía parecer irresistible, porque aquella camarera no era precisamente guapa. Y sin embargo, se puso a dar palique con ella, y me empecé a mosquear cuando vi que la tía le seguía el juego. En cierta forma, Ana me había dejado al cargo de que no le pasase nada malo, pero supongo que el favor incluía tratar de controlar que no se liara con otra. Entonces Carlos se me acercó:

-Oye, ¿tú eres muy colega de Ana? -balbuceó como un crío.

-Yo diría que sí...

-Vale, tío, pues entonces será mejor que nos larguemos, porque si no es posible que me acabe tirando a esa piba -miró hacia la barra; ella sonreía, coqueteaba con un maromo que debía parecerle un auténtico bombón, y que posiblemente no le andaría detrás si no fuera porque llevaba un 'ciego' de la ostia.

En cualquier caso, por fin recogimos nuestras chaquetas y salimos de la disco. Carlos no se mostró muy hablador por el camino, todo lo contrario. Caminaba en silencio, seguía mis pasos sin proponer ir a algún 'after', que era lo que yo me temía: tener que seguirle el ritmo durante unas horas más. Fuera hacía bastante 'rasca', y tal vez por eso se le habían pasado las ganas de fiesta; o al menos eso me pareció.

Pillamos un taxi en los bajos de la Estación, y por suerte nos tocó un taxista que debía estar haciendo la primera carrera de la mañana, pues simplemente escuchaba su radio en silencio. Cuando llegamos a mi barrio, Carlos me hizo pensar que había estado reflexionando durante su prolongado silencio; con voz afectada, me dijo:

-No se lo vas a decir a Ana, ¿verdad?

-¿El qué? Ah, no te preocupes -le tranquilicé enseguida.

-Es que en aquel sitio hacía mogollón de calor, y casi no podía ni pensar... Yo qué sé, macho, me estaba poniendo malísimo.

-Supongo que esta noche esperabas tener 'temita' con Ana, ¿verdad? -traté de empatizar con él, consciente de que aún me quedaba un ratillo de aguantarle.

-Buah, es que las 'pirulas' me han puesto mogollón de caliente. Si no llegas a estar ahí, fijo que me llevo a la camarera al baño y me la tiro. Me hubiera arrepentido mogollón, lo sé.

-Me alegra que digas eso. Por un momento he pensado que eras un cabronazo y que le ibas a poner los cuernos a Ana en mis narices.

-No, tío, no querría... -le costaba pronunciar las palabras, hablaba como abotargado, y ya no se movía con la misma agilidad que media hora antes.

De hecho, parecía ahora más grande y pesado, como si se arrastrara, incapaz de mover su propio cuerpo. Aquella chaquetilla fina por encima de la camiseta de manga corta, no era suficiente abrigo para la temperatura de aquella mañana. Le avisé de que ya estábamos llegando, y una vez en el portal, al ver que pasaba delante de mí, comenté que vivía en el segundo. Carlos subía lentamente las escaleras, y la perspectiva que me regalaba al hacerlo era bastante agradable: un buen culazo embutido en un pantalón de vestir blanco que se contoneaba escalón a escalón.

Se detuvo en mi rellano y esperó a que yo abriera la puerta. Esta vez pasé el primero. Como ya era de día, y pese a que las cortinas estaban echadas, se colaba por ellas suficiente claridad como para no tener que encender las luces. "¿Dónde tienes el váter?", me preguntó, y supuse que no esperaba una ruta turística por el piso. Le señalé la dirección correcta y entré al salón, quitándome la chaqueta y tirándola sobre una silla.

Yendo hacia la cocina, le vi a él de espaldas. Estaba con la puerta del baño abierta y los pantalones bajados hasta los tobillos; llevaba unos boxer blancos bien arrapados al culo, que tenía tan buena pinta en aquella posición como la que le había supuesto mientras subíamos las escaleras. Un brazo le colgaba a lo largo del cuerpo, y con la otra mano se debía coger la minga para mear. Estaba echando un chorretón de caballo, largo y ruidoso. Me lo quedé observando unos segundos, como si durante aquella larga noche no le hubiera prestado toda la atención que aquel buen ejemplar de macho merecía.

Cuando la meada parecía estar llegando a su fin, lanzando ya discretos chorrillos contra la taza, me metí en la cocina y me serví un vaso de agua. Yo también tenía ganas (y necesidad) de echar un meadote, así que esperé a verle aparecer. Después del segundo vaso, me extrañó que Carlos siguiera en el baño. Me asomé y le vi aún allí de pie, con la diferencia de que se había quitado la chaquetilla y ninguna de sus dos manos estaba a la vista. Temiéndome lo peor (en este caso, lo mejor), fui hasta el centro del salón, y desde allí le pregunté si estaba bien.

-Sí, sí, ahora voy -respondió enseguida, como apresurado.

-Ah, vale, tranquilo. Sólo preguntaba por si te encontrabas mal.

-No, no, ya estoy. Es que estaba a punto de reventar, colega -su voz se fue oyendo más cercana a cada palabra.

Carlos entró en el salón con la chaquetilla en la mano, y para mí fue más que evidente que le había interrumpido el preludio de un pajote. Su cimbrel estaba apretujado a un lado de la cremallera, pero vistosamente morcillón. Se lo miré con tanto disimulo que ni siquiera llegó a intuir que se le notaba bastante trempado.

-¿Voy a dormir aquí? -me preguntó, tras lanzar la chaquetilla sobre el sofá.

-He pensado que lo mismo estás más cómodo en mi cama, y ya duermo yo aquí. Es que sobre las doce o la una van a llegar mis compañeros y te van a despertar. Mi habitación está al fondo, y allí no se escucha jaleo ninguno -se encogió de hombros como toda respuesta-. Ven, que te digo cuál es -empecé a caminar por el pasillo, notándole muy cerquita a mi espalda.

-Venga, gracias, tío -me dijo una vez que le enseñé mi cuarto, que no era gran cosa; iba a ajustar la puerta, pero Carlos me detuvo-. Déjala abierta, si quieres, por si tienes que entrar a buscar algo. Al fin y al cabo es tu habitación, ¿no?

Me dedicó una sonrisa cansada, y le vi sentarse en mi cama antes de salir yo hacia el lavabo. A pesar de su apariencia de niño bien de gimnasio y clase media-alta, el pis se le escapaba a discrección sobre la taza como al resto de los (machos) mortales. Me desabroché el botón y la cremallera de los vaqueros, sacándome el paquete por encima del calzoncillo, y mis pantalones quedaron sujetos a mi cintura. Observando aquellos goterones amarillentos, sentí el impulso de imitar a Carlos, aunque luego me tocase limpiarlo.

Meé cerca del borde, como si me diera igual mojar el suelo, e incluso me bajé los vaqueros hasta los tobillos, quedando justo en la misma posición y postura que él cuando le había estado observando antes. Sólo se me ocurría una razón para tener las dos manos hacia adelante, como le había visto hacer a Carlos, así que también en eso le imité: me sobé un poco los huevecillos mientras que con la otra mano me daba algo de alegría al vergajo. No tuve que hacer gran cosa para que se me empezara a poner bien 'tocha'.

-Oye, Edu, ¿te importa si me pongo un chándal de éstos, para dormir más cómodo? -oí de pronto.

Casi por inercia, me guardé la polla bajo el calzoncillo y me abroché el botón de los vaqueros, pero sólo el botón. Aunque me lo había parecido durante décimas de segundo, la voz no procedía de mi espalda, si no de la habitación. Caminé hasta el umbral de la puerta, y le observé con un pantalón mío en la mano, uno de deporte azul oscuro que había dejado por allí tirado aquella tarde. Obvié la información de que probablemente apestara a sudor entre las piernas, y simplemente le dije que se pusiera lo que quisiese.

Y aunque esto no lo dije, sí que lo pensé: "Por mí, mejor si no te pones nada, colega". Lo pensé porque la imagen que había ante mí era de lo más morbosa. Carlos se había deshecho de sus pantalones y de su camiseta, y llevaba únicamente aquellos boxer blancos deliciosamente pegados a su bien formado paquete. Tenía todo su potente pecho depilado, lo mismo que unos muslos de apariencia robusta. Me quedé un momento allí quieto, mientras que él se agachaba para meter las piernas en el chándal. Cuando se incorporó y se ajustó el elástico a la cintura fibrada, su mirada se dirigió más abajo de mi ombligo, y la acompañó con una sonrisa.

-Joder, chaval, parece que se te va a escapar el pajarraco...

-¿Qué? -miré hacia la zona indicada, y me sentí muy ridículo al no haberme dado cuenta de que media polla se me salía, embutida en el calzoncillo naranja, por el hueco de la cremallera; me afané en subsanar aquel fallo técnico ocasionado por las prisas, pero ya era demasiado tarde.

-No pasa nada -siguió sonriendo-. Creo que yo también me voy a hacer una antes de dormir, por aquello de quedarme más relajadito. Con el calentón que me han dado las putas pastillas, no creo que sea capaz de dormir si no me la casco un rato.

Mientras decía esto con absoluta naturalidad, aparentemente ajeno al esfuerzo con que me estaba recolocando yo mi artillería ridículamente expuesta, Carlos había apartado la sábana y la colcha, y se estaba tumbando sobre 'mi' cama, en 'mi' habitación, y con 'mi' pantalón de chándal puesto. Pese a todos esos 'mi' sobre los que se movía, aquel tío no había tenido reparos en admitir que pensaba hacerse una paja antes de acurrucarse bajo el calor de 'mi' edredón. Y yo allí de pie, en el umbral de la puerta, tal vez esperando algo, tal vez incapaz de moverme.

-No te preocupes, Edu, que soy un chico limpito -broméo al verme allí tan tieso (en todos los sentidos).

Pensando yo en el váter meado, no pude más que mostrarme incrédulo ante aquella afirmación. Sonreí por la ironía, y simplemente le di las buenas noches antes de alejarme. Le dejé tumbado, con una mano en la nuca y la otra sobre su estómago. Más de uno hubiera entendido esa pose como una invitación a acercarse, pero yo estaba demasiado atontado a aquellas horas de la madrugada como para leer entre líneas. Me metí de nuevo en el baño, aunque no con intención de acabar lo que antes había empezado, si no más bien para limpiar todo el pis charqueado. Cuando hube acabado, ni siquiera giré la cabeza hacia la habitación antes de tirar para el salón.

Me quité los vaqueros allí enmedio, después de sacarme las deportivas sin desatar los cordones, y me tumbé en el sofá con la manta que usábamos para ver la tele. Ni cinco minutos pasaron antes de oír los pasos, el tiempo justo para que yo empezara a sentirme relajado, escuchando los latidos acelerados de mi propio corazón, cayendo lentamente en el pozo del descanso.

-¿Carlos? -pregunté, levantando la cabeza; tardé unos segundos en recibir algún tipo de respuesta: en este caso fue él asomándose-. ¿Necesitas algo?

-No, nada... -dijo sin elevar la voz-. Es que he pensado que me sabe mal que tengas que dormir aquí en el sofá. No parece muy incómodo, pero estando en tu propia casa... No sé, parece que me he adueñado de tu habitación.

-Y así es, pero porque te la he cedido. En serio, tío, no te preocupes, que estoy bien aquí.

-Okey, tú mismo... -dicho lo cual se encogió de hombros, dio media vuelta y desapareció por donde había venido.

Si la sugerente postura de antes en la cama podía ser entendida como una invitación sutil, este repentino arranque de 'lástima' por su parte era un evidente signo de que algo le barruntaba a Carlos por la cabeza. Pero yo seguía en mi inopia. Sin darle más vueltas de las necesarias, me acomodé como buenamente pude, y me dispuse a quedarme frito en cuestión de segundos.

Lo siguiente que recuerdo es que Carlos estaba de pie en mitad del salón, desnudo de cintura para arriba y con un cigarrillo colgando de los labios. Mi pantalón de chándal visiblemente abultado sobre su entrepierna, y su mirada perdida a los pies del sofá, justo donde reposaban mis vaqueros.

-¿Qué hora es? -le pregunté, con la voz reseca.

-Ahora mismo son cinco minutos más tarde que cuando me he ido -fue su respuesta; a mí me daba la impresión de que habían pasado al menos un par de horas-. Es que no puedo dormir, macho. ¡Estoy acelerado!

-¿No te ibas a hacer una paja? -el haber sido despertado de mi profundo sueño casi instantáneo, parecía darme licencia para decir lo que me saliese de los cojones.

-Sí, pero no me concentro, tío. Debe ser por la mierda de los éxtasis -razonó, casi para sí mismo.

-Pues piensa en Ana, yo qué sé... -dejé caer la cabeza sobre el cojín, sin ser muy consciente aún de estar manteniendo aquella conversación tan absurda.

-Qué va, qué va... Con Ana sólo funciono cuando ella está presente. Nunca la meto en mis fantasías -me explicó, mientras apagaba el cigarrillo a medio consumir en un cenicero de la mesita-. Venga, vete a tu cama, si quieres, que yo no creo ni que duerma.

-¿En serio no vas a dormir?

-No creo que pueda, mientras siga así... ¡Venga, ve!

En mi supina modorra, me pregunté si Carlos se estaría dando cuenta de que la polla se le estaba poniendo cada vez más dura bajo el chándal (sin necesidad siquiera de tocársela); de que era evidente que había perdido sus boxer blancos en algún momento del último cuarto de hora (tal vez en mi habitación); de que saltaba a la vista (cuando tiró de la manta que me cubría), que se mostraba en todo su esplendor mi trempera involuntaria y somnolienta bajo el calzoncillo naranja...

Todo eso me preguntaba mientras quedaba sentado en el sofá, y Carlos se deshacía de la manta y se acercaba lo suficiente como para plantar su tremenda tienda de campaña, nunca antes tan exhibida, a escasos centímetros de mi cara. Aquello ya no podía ser casualidad, ni producto de mi mente calenturienta, así que simplemente elevé mis ojos y le clavé la mirada a aquel fornido chaval, al tiempo que le decía:

-Yo puedo ayudarte a que cojas el sueño enseguida -al instante de oírme decir esto, las pupilas de Carlos se dilataron tanto como con cada pirula que se había zampado aquella noche.

-¿En serio? Y ¿cómo vas a hacerlo? -parecía un perro ansioso, y sólo en ese instante me di cuenta de que era precisamente 'eso' lo que el chaval iba buscando desde el mismo momento en que habíamos entrado en mi piso.

-Puedo hacerte una mamada, si quieres. Para aliviarte un poco la tensión.

-¡Ah, vale, de puta madre! Una buena mamada me irá genial...

Ni bien estaba diciendo esto, que ya se había sacado la polla del chándal y se la meneaba voluntariosamente delante de mi nariz. Aquel cabrón estaba realmente espídico, como si le hubiera subido de golpe el efecto de las tres o cuatro pastillas que había tomado durante la noche.

-Sí, una buena comida de polla hará que me relaje enseguida... ¿Te la puedo meter ya? -me preguntó, plantando todo su rosáceo capullo frente a mi boca.

Tanto si le decía que sí, como si le decía que no, aquella verga me iba a empalar en cuanto despegara mis labios. Así que opté por contraatacar. Sin mediar palabra, ni mucho menos pedirle permiso, le cogí todo aquel rabaco desde la base, invitándole con poca sutileza a que apartara su manaza torpe y me dejara 'trabajar' a gusto. Se la meneé unos segundos, chupándole el glande al mismo tiempo, saboreando el precum con restos de pis mientras se la trajinaba con toda mi experiencia adquirida en noches mucho más gloriosas que aquella.

-Venga, tío, ¡cómetela ya!, que no necesito que me pongas a tono -dicho lo cual, el bueno de Carlos llevó ambas manos a mi cabeza y me invitó, de un modo mucho menos sutil que el que yo había empleado, a que tragara más y más polla, como si me quisiera dar doble ración por haber sido tan amable de ofrecerme a relajar su tensión espídica.

-Tomátelo con calma, macho, que no soy una muñeca hinchable...

-Es que necesito correrme, colega. Luego ya me haces los jueguecitos que quieras, pero ahora... ahh... ahora haz que me corra, porque si no voy a estallar -no creo ni que fuera muy consciente de lo que estaba diciendo-. ¿Tú eres de los que se lo tragan, tío? Porque me molaría mazo correrme en tu boca... ahh... O si no... ohh... te chorreo la cara... aahhh... que eso debe ser la ostia de guapo... oohhh, chaval, que corrida más rica me voy a pegaaar... aaahhhh...

Al ritmo que me estaba follando la boca el muy cabrón, parecía casi imposible negarle algo, aunque sólo fuera por falta de tiempo. Me la endiñaba como un autómata, dominándome como se hace con las yeguas y los potros, agarrándome con fuerza de la crin y embistiendo sin contemplaciones. Los golpes secos de su cadera los frenaba él mismo con las manos que me cogían del pelo; si hubiera tenido una polla descomunal, me habría perforado sin duda la campanilla.

Nuevos jadeos, cada vez más intensos, me anunciaron que Carlos estaba a sólo unos segundos de endilgarme un lechazo de campeonato. Ni siquiera me había dado ocasión a responder si yo era de los que tragaban: supongo que era evidente que me iba a desayunar todo lo que aquel maromo tuviera a bien ofrecerme aquella mañana. Pero él iba a su bola. A sólo unos instantes de eyacular, se agarró el manubrio con la mano bien abierta y me lo sacó de las fauces que lo devoraban sin remedio.

-¡Abre la boca, abre la boca... aaahhhh...! ¡¡Toma, tomaaaa... aaahhh!! ¡¡¡Toma leche, colegaaa... aahhh!!! Aahhh... aahhh... aaaaahhhhh... aahhh... ahh... ahh... ¡¡Qué buenooo... oohhh!! ¡Ufff, qué ganas de correrme, macho... ohh...! Menuda boca tragona que tienes, cabronazo...

Yo seguía allí sentado en el sofá, tratando de tragar el semen más amargo que me habían enchufado nunca. Incluso me raspaba en la garganta como si fuera una salsa grumosa difícil de digerir. Carlos, satisfecho como nadie, me acariciaba ahora la cabeza con la misma mano que antes me agarraba del pelo para poder empalarme con su pollaza. Tuve que corresponder aquella cortesía con una sonrisa, y además le empecé a lamer el prepucio como si de allí hubiera salido la lefa más exquisita jamás probada.

Es lo que tiene ser un chico bien educado.

La pija de Carlos seguía dentro de mi boca. Le había cogido tanto empeño a aquella especie de limpieza de bajos, que ninguno de los dos tenía prisa por finalizar la escena. El chaval me sonreía, supongo que sintiéndose orgulloso de estar allí de pie, con un pibe sumiso que le lamía el cipote con devoción.

-No sabía que fueras marica -comentó sin ningún tono despectivo-. Ana no me había dicho nada.

-Pues ahora ya lo sabes -tiré sin fuerza de la bolsa de sus cojones hacia abajo, y chupé toda la parte superior del tronco de su rabo ya medio caído. Después decidí subirle el pantaloncito de chándal que le había prestado, y esconder debajo de la tela aquella jugosa tranca. Me recliné hacia atrás, apoyando la espalda en el sofá, en cierta forma para mostrar que mis calzoncillos naranjas estaban casi reventados por la presión-. Tienes una polla deliciosa, colega. No me extraña que Ana esté tan encoñada contigo.

-Sabes que yo no lo soy, ¿verdad? Quiero decir... que te agradezco la mamada y todo eso, pero yo no soy gay -hablaba con bastante calma, denotando al fin una relajación que por mi parte agradecí.

-No te preocupes, que lo sé. Me he comido ya alguna otra polla hetero, y sé cómo funciona esto -le devolví la sonrisa-. No soy un novato, así que no sufras por mí.

-El caso es que... -se cortó a sí mismo, tomando la decisión voluntaria de sentarse junto a mí en el sofá, tal vez para darle un tono más confidencial a lo que al parecer quería decirme-. Bueno, no sé, que no ha estado mal, ¿sabes?

-¿Por qué iba a estar mal, si te has quedado la mar de a gusto?

-Ya, pero me refiero a que me ha molado que fuera un poco... no sé, un poco cerdo. Una mamada guarrilla, vamos. Que las pibas, con el tema de comerte la polla, siempre ponen algún reparo. Ves a las de las pelis, que tragan y chupan como cabronas, y al final acabas creyendo que a todas las tías les mola ese rollo guarro, que les embadurnes de lefa toda la cara.

-No me parece que Ana sea de esas -le dije, arqueando las cejas.

-Qué va, ni de coña, tío. Ya me cuesta lo mío conseguir que me la chupe... -se volvió a interrumpir a sí mismo-. Vaya, no sé si está bien que hable así de tu amiga.

-Pero ¿qué dices, colega? Te acabo de comer el nabo; creo que eso nos da cierta intimidad, ¿no? -sonreí otra vez, y ahora deslicé también mi mano estómago abajo, para acariciarme sutilmente el paquete; no quería intimidar a Carlos al hacerlo, ni que se sintiera violento-. Supongo que me he criado con las mismas pelis que tú, sólo que yo he asumido el rol de la rubia de bote con tetas de silicona.

-La que se zampa el semen sin rechistar.

-Y con una sonrisa de oreja a oreja, como debe ser...

Los dos nos reímos esta vez con ganas, mientras que mi mano se acomodaba ya sin reparos sobre mi tronco inclinado a la izquierda, guardado a presión bajo el calzoncillo naranja. Carlos se había dado cuenta de que me la estaba sobando un poco, y también dejó caer la espalda sobre el respaldo del sofá en el que minutos antes tenía intención de dormir.

Continuará...