La noche decisiva

Paola y Vania, futuras ama y esclava, ¿esta sería la última noche o la primera de muchas? Continuación de "Yendo al supermercado" (https://www.todorelatos.com/relato/163142/).

Rompí el silencio del viaje. “Qué linda noche”, dije, y su rostro demostró que interrumpí sus pensamientos. “Sí, linda, anda bastante gente en la calle”. Uf, ¿qué hacer? Me sentí insegura. Una ama en proceso con su primera posible y ansiada sumisa, luego de aquella escena en público, ¿qué debía hacer? ¿Hablar de cualquier cosa, preguntarle cómo se sintió, retomar el silencio? ¿En qué estaba pensando? Sé que se excitó pero, ¿cómo se había sentido? Mi futuro rol me atraía pero también sentía una responsabilidad enorme. No quería dañarla, pero quería avanzar, dominarla, poseerla, someterla, y sobre todo respetarla.

Al final, la luna reflejada sobre la rambla de Pocitos y el calorcito de enero fue la charla que nos llevó hasta mi hogar.

  • ¿Estás bien?

-Sí… -contestó algo dubitativa.

-Si querés vamos al cuarto y te saco los juguetes -le dije, dándole la posibilidad de notar su interés o su desgano.

-Como quieras, ¿querés que me los deje un poco más?

Me mojé más de sólo pensar que tan linda mujer se iba a pasear en mi apartamento sin ropa interior y con dos dildos dentro de su cuerpo. Mi clítoris explotaba de ganas de ser chupado por esa boca que ahora sonreía frente a mis ojos.

-Sí, dejalos. Tus agujeros van a ser el lugar indicado hasta que nos vayamos a dormir.

La cena estaba pronta, solo restaba preparar la mesa. Serví la comida y dimos inicio a la charla más importante de la noche.

Me confesó sentirse a gusto conmigo. Volvimos a coincidir en que el largo proceso de conocernos nos generaba ansiedad, pero también seguridad. Retomamos la conversación del café sobre los límites, ahora con más detalle. Algunos eran los mismos, como no dejarle marcas ni hacerle daño. Tenía la esperanza de poder compartirla con terceros pero su negativa se fundamentó en proteger su identidad. Aproveché la oportunidad para preguntarle sobre la experiencia del supermercado. Tal como imaginaba, eso fue algo que la excitó muchísimo; aunque, para mi sorpresa, es algo con lo que había fantaseado hace un tiempo. Si bien fue visible, era más bien insinuante y no explícito, y deseaba repetirlo.

Terminada la cena, hablé sobre mis objetivos. Seria y con la mirada fija, le dije:

-Quiero una sumisa que sea un objeto de placer. Una mujer dispuesta a actuar con el único fin de brindarme bienestar, que sepa que su lugar es inferior, que acepte las órdenes sin cuestionarme y que se esmere en cada momento por mejorar.

Ella miraba atenta, casi sin parpadear, y creo que asentía con su cabeza. Admito que algo de ese diálogo lo había practicado. Mientras, me preguntaba cuál juguete estaría más enterrado, si el de su vagina o el de su culo, y fantaseaba con la idea de equilibrar su placer con el dolor de una pinza en su clítoris.

-En cuanto al lugar: dentro de mi casa, en un sitio público en mi compañía, o en un sitio privado en soledad. El placer puede ser sexual o no, quiero una puta obediente pero también quiero una masajista, una cocinera, lo que se me ocurra. Su cuerpo solo tiene que satisfacerme a mí.

Por lo bajo, acarició mis oídos la frase “sí, ama”, y traté de disimular las ganas de volver a morder sus pezones.

-¿Vos qué querés? -dije, para cortar aquello tan ansiado, porque también quería escucharla para cerrar el contrato.

-Me gusta, me gusta lo que dice, estoy dispuesta a ser su…

-Tuteame, disfrutame los últimos momentos como Paola -interrumpí, con esa mezcla seductora de darle una orden pero sin ser su ama.

-Me gusta lo que decís, coincido con tus gustos, estoy dispuesta a satisfacerte. Bueno, al menos a intentarlo, y claro que trataría cada momento de mejorar. Lo único que te pido es que quede entre nosotras.

-Sí, totalmente. De mi parte, vas a tener discreción. Y si esto no funciona, simplemente se corta, sin escándalos ni reproches.

Nos quedamos mirando como tontas. Seguro que ella también estaba fantaseando.

-Entonces, el próximo encuentro podría ser el verdadero inicio.

-Sí, sin duda -respondió apresurada.

Fui a la cocina a buscar aquella bolsa del supermercado, que pocas horas atrás ella había dejado.

-Sacate la ropa.

Ella obedeció, empezando por su remera roja que dejó al descubierto dos pezones rosados y erectos. Antes que terminara de quitarse el short, le ordené quedarse con los zapatos de taco alto y que se arrodillara en cuatro. La observé detenidamente desde todos lados: su culo con el plug intacto, sus labios íntimos contrayéndose para retener el dildo que resbalaba culpa de su néctar vaginal, sus tetas expuestas colgando, su pelo cubriendo sus hombros.

Lentamente y en silencio, me acerqué a ella. Sentada sobre la alfombra, a su lado, quité el consolador empapado de placer desde hacía varias horas. Mojé mis dedos con ese líquido mientras acariciaba sus labios mayores. Con la otra mano, retiré el plug de entre sus nalgas, las que a continuación separé para deleitarme con el agujero abierto que había quedado. Estaba deseando escuchar su gemido solo para ordenarle que se calle, pero parecía ser más obediente de lo que pensaba.

El primer ruido, sin embargo, fue la bolsa, de la cual saqué su compra. Envolví el pepino en un preservativo y, sin mayor demora, lo introduje en su vagina, terminando de empujarlo mientras la miraba de perfil. Cerró los ojos y ahogó un leve grito de lujuria. Primero un dedo y luego dos, hicieron lugar en el orificio restante. La zanahoria, con otro profiláctico, untado en gel íntimo, rellenó lentamente su cola. Daba un enorme placer, y hasta orgullo quizás, verla así decorada, entregada a mi capricho de verla humillada nuevamente.

Finalmente, me puse de pie.

-Vení, Vania, seguime.

Me dirigí hacia el dormitorio. Ella ya sabía que tenía que ir gateando y sin que los vegetales escaparan de su cuerpo. Me detuve, levanté mi vestido y quité mi ropa interior.

-Quedás muy linda así. Sacá la lengua. -ordené y comencé a pasar allí la parte más mojada de mi bikini.

Ella lamió y chupó mi prenda hasta que me senté a los pies de la cama. No eran necesarias las palabras. Se acercó a mi entrepierna, posé mis tobillos sobre su espalda, y, desesperadamente, comenzó a chuparme el clítoris. Cada cierto momento, pasaba su lengua a lo largo de mi vulva y volvía a detenerse en ese punto explosivo. Arqueaba mi columna, como queriendo empujar mi pelvis a su boca. Mis gemidos expresaban todo el calor que contuve desde que la desnudé antes de salir. Aprovechando que aun no era su ama, sin orden alguna, decidió introducirme dos dedos y moverlos ágilmente, mientras seguía con su lengua aferrada a mi punto más débil. Fue ahí cuando se empezó a gestar un orgasmo que me llevó a apretar su cabeza sobre mi cuerpo, para que no detenga tal placer. Con mi mano en su pelo, y levantando la cadera mientras su nariz quedaba en mi clítoris, fue que finalizó en un grito todo lo que me provocó su visita.

Exhausta, me levanté de la cama, tomé una toalla y, con una seña para que se ponga de pie, la invité a tomarse una ducha.