La noche de Silvia
Silvia está decidida a disfrutar de su última conquista.
Silvia caminaba por el parking agarrada a la cintura de aquel hombre, lo ecos de sus pasos resonaban bajo la luz artificial de los florescentes. Una corriente de aire frío atravesaba el pasillo que habían de recorrer los pocos coches aparcados que quisieran abandonar el aparcamiento. Apenas recordaba el nombre de aquella conquista… ¿Sergio? Creía que así se llamaba. Estaba tan ciega por la excitación que pensaba que su nombre era solo un detalle sin importancia. Sentía las manos de aquel hombre sobre su cuerpo, acariciando la curva que su culo formaba en el vestido que había elegido para aquella noche, su boca mordisqueando su cuello y el aliento que calentaba el lóbulo de sus orejas.
No conocía su coche, así que no pudo evitar sorprenderse cuando de pronto él la apoyó sobre la puerta de un turismo gris y se abalanzó sobre ella. Se besaron. Su aliento olía a whisky y eso le encantaba. Ella nunca lo probaba, prefería el ron o la ginebra, pero había asociado el olor del whisky a sus ligues. A veces se sorprendía cuando, al principio de una noche de fiesta, el olor de aquella bebida le traía a su memoria algún polvo anterior y no podía evitar encenderse.
Aquel hombre pegó su cuerpo al suyo, su torso aplastaba sus pechos. Ella apoyó sus manos en su culo y lo atrajo hacia su propio cuerpo. Abrió levemente sus piernas para notar su paquete duro contra su entrepierna. Empezaba a sentirse desesperada por notar el calor de aquel hombre dentro de ella. Gemía con la lengua de aquel tío dentro de la boca, jugueteando con la suya. Él comenzó a acariciar sus pechos, los apretó con fuerza. Las yemas de sus dedos buscaron sus pezones por encima del vestido. Silvia se dejó hacer, era justo lo que estaba buscando aquella noche.
Ahogó sus gemidos cuando oyó a lo lejos unos pasos que se perdían en la distancia. Nunca había sentido morbo al pensar en hacerlo en público, pero aquella noche, de solo pensar en que podrían verlos un ardor en su interior la volvió loca.
Acarició el paquete de aquel hombre por encima del pantalón. Él gimió al sentir su tacto y buscó su entrepierna con la desesperación que produce la lujuria desmedida. Metió la mano bajo su vestido. Sintió los dedos acariciando los labios por encima de las bragas. Abrió más las piernas para que pudiese llegar mejor. Él apretó sus dedos contra ella, se aseguró de que Silvia sintiese su tacto. Ella echó la cabeza hacia atrás y con las manos buscó a tientas el cinturón del hombre. Usó las dos manos para desabrocharlo y no tardó en quitar el botón que cerraba los vaqueros.
—Espera, vamos dentro —susurró él presa de la excitación.
—No —respondió Silvia—. Todavía no.
Se agachó. Él lanzó un gemido que rezumaba placer. Bajó sus calzoncillos y liberó su pene. Sintió el olor de su polla golpeando sus fosas nasales y se deleitó ante la dureza que ella misma había provocado. Nunca había sido de medir los penes de los hombres con los que follaba, le parecía absurdo, ella se lo pasaba bien de todas maneras, pero aquella polla le pareció del tamaño perfecto.
Un coche arrancó a lo lejos y eso fue suficiente para ella, le recordó que estaban en un lugar público, fue consciente de cada sonido que retumbaba entre las columnas de hormigón y del viento helado que parecía inundarlo todo. Comenzó a lamer su glande, usó sus labios para besarlo y llevo su mano al tronco de aquel pene erecto. Movió su cabeza lentamente, mientras, su mano masturbaba a aquel hombre con lentitud, marcando cada movimiento de su muñeca. Se aseguró que su saliva cubriese la polla, sabía que aquello les encantaba. Disfrutaba de cada instante, del tacto cálido de aquel tío en su boca y de los movimientos de su falo en el interior de su boca. Latía bajo su lengua, se tensaba cada vez que él trataba de contenerse.
Él llevó sus manos a su pelo y lo acarició mientras se dejaba hacer. Ella levantó la vista y sus ojos se encontraron. Un florescente justo encima de aquel hombre la cegaba, el alcohol le impedía distinguir los contornos con certeza, pero le excitó la silueta de aquella figura que se alzaba ante ella. Le parecía inmensa, dominante. Estaba tan caliente que, sin bajar la vista, llevo sus manos a la espalda. Él comprendió y, sin dejar de mirar sus ojos abiertos de par en par, comenzó a mover suavemente su cabeza. Era la primera vez que se dejaba hacer eso. Se dejó llevar. El hombre movió sus caderas, a cada embestida su rabo entraba más y más en su boca. Silvia trataba de acariciar con su lengua el glande que entraba en su boca.
—Joder —acertó a decir él entre gemidos —. Qué puta.
Eso la excitó. No era la primera vez que le llamaban puta en sus encuentros sexuales. Sabía que era fruto del calentón y no debía tomárselo en serio. A veces, cuando el tío lo decía y ella no estaba suficientemente caliente, le provocaba un desagrado que le duraba todo el polvo, pero en aquel momento la calentó como nunca antes. Gimió como si quisiese confirmarlo, echó su cabeza hacia atrás y, sin despegar las manos de su espalda, se liberó con suavidad de las manos de aquel hombre. Sacó el pene de su boca y con la mirada fija en los ojos de aquel hombre que la había hecho su puta, paseó su lengua desde los testículos hasta el glande, disfrutando de cada centímetro de aquel pene que latía bajo su lengua.
Oyó unos murmullos y sus ojos se desviaron instintivamente a su origen. Detrás de aquel hombre, al otro lado del parking dos sombras les miraban. Sin quitarles el ojo volvió a meter aquel pene entre sus labios y movió su cabeza.
—Idos a un hotel, guarros —dijo una voz de mujer.
El hombre giró la cabeza solo para ver como las sombras se marchaban rezongando unas palabras incomprensibles que se perdían en la profundidad de aquel lugar. Silvia sintió que de pronto había bajado la excitación de su pareja, su pene no latía con tanta fuerza como antes. Se puso de pie y besó el cuello de aquel hombre y agarró su polla con la mano.
—Vamos dentro —le susurró al oído. Él no pudo negarse.
Entraron en la parte trasera y cerraron la puerta tras de sí. El chico perdió unos segundos moviendo los asientos delanteros para crear más espacio y Silvia aprovecho para besar su cuello y pasar la yema de sus dedos por aquella polla dura.
En cuanto él termino se abalanzó sobre ella con ganas. La besó con pasión, ella respondió. Se acariciaron excitados entre gemidos. El trató de quitarle el vestido, pero el alcohol y el poco espacio jugaron en su contra. Además, era un vestido ceñido que se pegaba a su cuerpo. Tuvo que ayudarle. En cuanto sus pechos quedaron descubiertos se lanzó sobre ellos. Ella quitó su camiseta, se recostó y se dejó hacer mientras acariciaba el pelo del hombre que la estaba devorando y bajaba por su espalda desnuda. Su lengua recorría sus pezones, los acariciaba con suavidad. Los mordisqueó.
—Cuidado —dijo ella.
Él volvió a hacerlo, más suavemente, marcando con los dientes su pezón y pasando la lengua por la pequeña porción que quedaba dentro de su boca. Eso le gustó más. Con su mano buscó a tientas hasta encontrar su pene, lo acarició y comenzó a masturbarle con lentitud.
—Así, así —Repitió entre jadeos al sentir la lengua de aquel hombre en sus tetas. Notó el tacto cálido de la saliva del tío que resbalaba por sus pechos.
Él llevó su mano a sus bragas, la metió bajo ellas y acarició sus labios. Silvia sintió como se abrían húmedos para él. El hombre se las bajó hasta los tobillos y ella tuvo que forcejear para quitárselas del todo. Pasó los dedos por su raja, de abajo a arriba. Palpó cada centímetro. Silvía no podía aguantar más. Dejó de acariciar el pene de aquel hombre y quedó bajo su merced.
El encontró su clítoris, un gemido largo de ella se lo señaló. Comenzó a acariciarlo. Silvia estaba fuera de sí. El hombre subió la lengua por su cuello, beso su barbilla y puso sus labios frente a los suyos. Silvia le besó presa de la excitación. Quedaron uno frente a otro, tan cerca que sus labios se rozaban. Saboreó el whisky en su aliento. El hombre no paraba de mover su clítoris en todas direcciones, con suavidad, como si estuviese acariciando una flor. Los propios flujos que manaban de su vagina lubricaban sus dedos.
—Joder, me corroo —. Murmuró antes de que los espasmos tomasen su cuerpo. Tembló como nunca antes lo había hecho. Él siguió acariciando sin bajar el ritmo. El orgasmo de Silvia se prolongó unos segundos más de lo que era normal en ella. No podía parar de gemir.
Cuando su cuerpo volvió a la normalidad seguía jadeando. El hombre recorrió con la mano que había provocado su orgasmo su vientre, hasta sus pechos, los acarició juguetón. Silvia sonrió.
—Eres todo un experto —dijo ella. Ambos rieron y se besaron de nuevo, más que con excitación, como cómplices del momento que acababan de compartir.
Silvia volvió a llevar su mano a su pene, seguía duro. Lo movió arriba y abajo con lentitud hasta sentir sus latidos, palpó las venas bajo las yemas de sus dedos. Le encantaba hacerlo despacio en aquellas situaciones, sentir la excitación delos hombres entre los dedos, oír sus gemidos y saber que estaba volviéndoles locos de placer.
—Y ahora, ¿vas a follarme? —preguntó con voz provocativa. Él respondió con un gemido y un beso cargado de deseo.
Buscó un condón en su cartera, Silvia se lo puso y se sentó en medio de los asientos, abrió las piernas y él se puso entre ellas, arrodillado. Ambos estaban desnudos, uno frente a otro, ella no recordaba cuando se había quitado él los pantalones, pero no le importó. Lo atrajo hacia ella. Acarició su torso desnudo. Las yemas de sus dedos se empaparon con el sudor de aquel hombre. Sentía los latidos de su corazón bajo la piel, notó como su pecho subía y bajaba con la respiración agitada. Volvieron a quedar a centímetros el uno del otro, con los labios casi pegados. Ella cerró los ojos cuando sintió que se la metía. Entró con suavidad, lubricada por la humedad de su coño.
El hombre apoyó sus brazos en los bordes del asiento, tan firmes como columnas de bronce. Gimieron excitados mientras él movía sus caderas sobre ella. Silvia volvió a apretar su culo contra ella, quería sentirle más dentro. Escuchó un suave chapoteo que nacía en su coño y el golpear de las carnes de ambos. Él subió el ritmo poco a poco, más deprisa.
—Más duro —dijo ella. Así es como le gustaba, más que rápido, duro. Quería sentir cada embestida.
Él rectificó y comenzó a clavarla más, aunque sus movimientos fueron más lentos, recorría cada centímetro de su coño hasta que ambos cuerpos topaban. Sus embestidas eran cada vez más fuertes. Ella gimió. Agarró con fuerza las nalgas de aquel hombre y guió sus embestidas. Los dos gimieron al unísono, presas de la excitación.
Sin que se lo esperase, Silvia volvió a sentir que su cuerpo se descontrolaba. Sus músculos se tensaron. Apoyó las plantas de los pies sobre los reposacabezas de los asientos delanteros.
—Sigue, sigue —dijo excitada.
Él obedeció, siguió gimiendo a cada movimiento como si le fuera la vida en ello, pero Silvia solo pudo centrarse en sí misma. Ahogó un largo gemido cuando cada músculo cuerpo se tensaba y volvía a correrse.
Él dejó su polla latiendo en lo más profundo de su coño, mientras Silvia se recuperaba. No había sido tan intenso como el anterior, pero había estado bien. Mejor que bien, de hecho. Sonrió al abrir los ojos y encontrarse con la mirada llena de lujuria de su pareja de baile. Se besaron y jugaron con las lenguas en sus bocas mientras él seguía moviéndose encima suya, más despacio, dando tiempo a que ella recobrase las fuerzas.
—Ahora quiero estar yo encima.
Se separaron durante unos segundos. El hombre se acomodó sobre los asientos. Ella se puso encima, y guió con su mano la entrada de su vagina. La cabeza le daba en el techo del coche, así que tuvo que encorvarse sobre él para moverse. Por instinto se movió hacia adelante y atrás. Sintió la dureza de aquel hombre dentro de ella. Poco a poco aumentó el ritmo de sus movimientos, se dejó guiar por los gemidos de su acompañante, leyó la excitación que le recorría.
Él puso sus manos sobre su culo. Acarició su forma mientras ella se movía encima de él. Silvia pasó sus dedos por aquel torso que comenzaba a llenarse de sudor. Acarició sus pezones. El gimió.
—¿Te gusta follarme?
—Me encanta —respondió Silvia.
—Uff vas a hacer que me corra —ese comentario calentó mucho a Silvia. Le gustaba sentir a los hombres bajo ella, disfrutando hasta que no podían más.
—Eso es lo que quiero.
Se movió con la experiencia de polvos anteriores. Sabía cómo les gustaba a los hombres que lo hiciese. Si hubiera tenido espacio habría estirado su cuerpo para que él pudiese lamer sus pezones, así que tuvo que conformarse con guiar las manos suaves de él de su culo a sus pechos. Él apretó aquellas tetas de las que Silvia se sentía tan orgullosa, normales, no muy grandes, pero redondas.
—¿Te gustan? —preguntó. Ya sabía la respuesta, pero quería oír la voz de aquel hombre para ver su excitación.
—Uff, siii —Pellizcó con suavidad sus pezones, jugueteó con ellos.
Silvia sintió que volvía a esta a punto para correrse. Sabía por la voz de aquel tío que él también. Se obligó a concentrar cada movimiento para intentar que llegaran a un orgasmo conjunto. No siempre lo conseguía, pero valía la pena intentarlo.
Acarició el torso del hombre. Notó en sus músculos y en su respiración que aún le quedaba y ella estaba a punto. Posó los dedos sobre los labios de él, entreabiertos, el chico chupó la yema de sus dedos. Se agachó sobre el hasta que sus labios volvieron a estar rozándose. Mordisqueo con suavidad su labio inferior y lo atrajo hacia ella. Silvia no podía más, iba a correrse.
—Quiero que te corras para tu puta —dijo ella sin saber muy bien porqué, las palabras simplemente salieron de su boca. Se calentó tanto al decirlo que aquella última silaba se mezcló con los sonidos de placer de su corrida. No dejó de moverse incluso en medio del orgasmo, estaba desesperada por sentir cómo ese hombre se corría.
Él se movió bajo su cuerpo, incapaz de contenerse, cuando ella aún estaba corriéndose. Puso sus manos en la cintura y la levantó suavemente para poder mover sus caderas. Silvia se dejó hacer. Sus piernas temblaban, apenas podía respirar sin jadear. No tardó en sentir que los músculos de aquel tío se tensaban entre sus piernas. Él la clavó lo más profundo que pudo y tensó su polla dentro de ella. Cerró los ojos y apretó los labios cuando se corrió. Silvia lo miró orgullosa de sí misma, aún jadeando por su reciente orgasmo.
Ambos estuvieron unos segundos sentados uno al lado del otro, sudados, relajando sus pulsaciones sin poder cruzar palabra por el cansancio. Era suficiente con alguna caricia y sentir el tacto del otro bajo sus dedos. Bromearon cuando se vistieron y se intercambiaron los teléfonos. Él se ofreció a llevarla a casa. Todo un caballero.