La noche de San Juan

Dos hermanas deciden jugar con un amigo común y dominarle durante la noche de San Juan, obligándole a hacer lo que ellas le ordenan

La noche de San Juan

Era bien entrada la madrugada, volvíamos de la verbena de San Juan. Habíamos estado bebiendo y bailando como locos. La fiesta en el local de la asociación de vecinos se había terminado y Sandra, su hermana Laura y yo volvíamos los tres cantando canciones de los 80, abrazados y con ganas de más juerga.

Los tres decidimos que queríamos un rato más de fiesta y subimos a casa de Laura a tomar la última copa.

¿Tienes un parchís? — Le pregunté a Laura observando un tablero con sus cubiletes bien puestos sobre el mueble del comedor . * ¡Si! – Contestó ella mientras sacaba algo para beber de la nevera.

  • ¿Se te ocurre algo… Waldo? — Me dijo Sandra con su habitual picaresca. Había estado toda la noche mirándome como sólo ella sabe hacer, insinuándose pero sin cruzar ni un milímetro los límites permitidos. Sabía cómo provocarme .*

Puse cara de niño malo y se me ocurrió un juego que no sabía a dónde me llevaría, pero pensé que la noche, mágica como no las hay, se lo merecía.

* Bien… acepto el reto. Chicas, que os parece… ¿Queréis que hagamos una partida al parchís? Pero no una partida normal, si no algo con más aliciente… no se

Me hice un poco el tonto esperando que alguien siguiera con la propuesta esperada. Miré fijamente a Sandra pero una voz se oyó desde la cocina:

¿Streap-Parchis, quizá? — Dijo Laura con voz graciosa, a la vez que pícara .*

Mientras sonreía por mi aparente victoria mirando hacia la puerta de la cocina noté como Sandra se sentaba en el sofá. Su sonrisa era aún más de satisfacción que la mía, como si supiera de antemano lo que Laura iba a decir. Esa noche las dos estaban muy guapas, arregladas para la ocasión y, cómo no, luciendo unos zapatos de infarto. Ambas sabían que me encantaban los pies de mujer, especialmente cuando se enfundaban en unos zapatos de tacón bien sexys. Sandra lucía unos negros, con toques brillantes, una punta bien pronunciada y un tacón fino y alto. Cuando andaba no hacía más que potenciar y tensar su musculatura ofreciendo una mezcla entre erotismo, fortaleza y morbo que me hacían perder los sentidos. Justo en ese momento toda esta información se concretó en lo que veían mis ojos: Sandra sentada en el sofá mostraba sus fuertes y morenas piernas a la vez que balanceaba una de ellas cruzada sobre la otra, recostada en su asiento y con ambos brazos sobre los reposaderos del sofá. Hipnotizado durante unos segundos tuve que bajar la mirada y, disimulando, preguntar a Laura sobre su propuesta.

Si Sandra llevaba unos zapatos sexys, su hermana no se quedaba corta. Con un tacón igualmente estilizado, metálico y llamativo los suyos lucían igual de espectaculares. Prácticamente eran una plataforma con cintas negras que envolvían ligeramente sus lindos pies, sujetando su empeine sin tapar sus dedos y su tobillo con un elegante lazo en la parte posterior. Daban ganas de arrodillarse y… uf, no, que va… eso sería una humillación, ni en broma… tenía que controlarme.

* ¿Os parece buena idea? Cada vez que a alguien se le coman una ficha, tiene que desprenderse de la prenda de ropa que decida el que come. ¿Os atrevéis? — Comentó Laura a lo lejos.

Tanto Sandra como yo asentimos y nos pusimos manos a la obra. Nos sentamos los tres en la mesa y me dio por mirar a una de las estanterías. Pude ver una foto de las dos hermanas sosteniendo un trofeo.

Vaya, veo que sois campeonas de algo, ¿No? ¿Petanca? ¿Punto de ganchillo? ¿Concurso de tortillas de patatas? Jajajajaja — Me puse a reír con mis propias bromas, pero ellas dos se miraron, sonrieron a la vez y también al mismo tiempo dijeron : * No, somos campeonas de Gavá de parchís por parejas.*

Supongo que la cara que se me quedó de susto las hizo reír aún más. Por unos instantes sentí que había caído en la tela de araña de dos depredadoras. En ese momento estaba vendido pero apelé a mi orgullo masculino y pensé que, incluso siendo unas campeonas, no podrían con un chico.

No tardé mucho en perder mi camiseta, mis zapatillas y mis bermudas. En pocos minutos estaba tan sólo con mi bóxer sentado en la mesa mientras ellas no se habían quitado ni una pinza del pelo. No veas como jugaban. Se compenetraban de maravilla y mis fichas volaban sin parar a casita para volver a salir y volver a ser comidas por una o por otra.

En un momento de nerviosismo tiré el dado al suelo sin querer. Cayó justo debajo de la mesa. Las miré a las dos y Sandra me hizo un gesto indicándome que me metiera debajo, como si me diera su aprobación. Lentamente obedecí y me puse de rodillas para buscarlo. Como os podéis imaginar, el panorama era espectacular. Sandra llevaba una falda por debajo de las rodillas que, al sentarse, le quedaba a medio muslo… y qué muslos, ¡¡Por Dios!! Sus piernas morenas, bien musculadas por su afición al jogging, tensas ante mi mirada y esos zapatos plantados en el suelo, inmóviles, dándome la sensación de que me estaban vigilando. Por un segundo pensé en alargar la mano y tocarla, pero no… se hubiera molestado y no quería romper la magia de la noche.

Buscando el dado terminé de narices, como quien no quiere la cosa, ante las piernas de Laura, de piel más clara pero muy finas, bien cuidadas y con unas sensuales curvas culminadas en esos zapatos super-sexys. Ella sí que no se cortó ni un pelo en cruzar sus piernas delante de mí. Llevaba unas mallas que no le cubrían las rodillas, por lo que no tenía que padecer por si se veía alguna prenda muy íntima, pero bueno… con ver lo que me mostraba ya tenía más que suficiente. Rodeado de piernas, pies, zapatos… y si además añadimos que el aroma que se respiraba bajo esa mesa era una mezcla afrodisíaca tuve una erección difícil de disimular.

Casi sin darme cuenta el dado apareció sobre el pie de Sandra. Por unos instantes dudé pero no pude evitar la tentación. Acerqué mi boca a su empeine y, sin ningún tipo de reparo, lo recogí con mi lengua y lo atrapé con mis labios lentamente. Disfruté cada instante de esa acción sintiendo el olor de la crema corporal que llevaba, el olor de piel de sus zapatos y, para qué negarlo, tantas horas bailando también habían provocado que su olor natural se mezclara con el resto formando un ambiente muy cargado eróticamente hablando. Utilizando un código no escrito ya les había dado mi aprobación para que el juego fuera más allá, y creo que de la misma forma ellas lo habían hecho conmigo al dejarme estar un buen rato observando sus piernas sin apresurarme para que me levantara.

Salí de la mesa como pude, mostrando torpemente el dado a las dos mientras se dibujaba una risita pícara bajo sus naricitas.

Bueno, chico, a ver si espabilas, que aquí hace mucho calor y de momento no nos hemos podido sacar ni una prenda — Me dijo Sandra de forma autoritaria .*

Yo no sabía dónde mirar. Sin decir nada tiré el dado y seguimos el juego. Casi de forma increíble la partida dio un giro muy extraño y las dos hermanas acabaron en ropa interior delante de mí sin quitarse ninguno de sus zapatos, eso sí, pero mostrándome sus cuerpos lozanos y algo sudorosos por el calor y la excitación del momento. Hay que destacar que ninguna de ellas se distinguía por ser muy delgada; eran altas, corpulentas y de buen ver, como se suele decir: Eran mujeres como las de antes. Su sola presencia ya me intimidaba.

La siguiente pérdida de una ficha era crítica para cualquiera, aunque sospechaba que todo eso estaba más que preparado ya que perdieron muy rápido sus prendas. Parecía que controlaban a placer el ritmo del juego. Pasaba lo que ellas querían, eran dueñas y señoras de mi fortuna.

No me había dado cuenta pero, entre tirada y tirada mi baso de gintonic estaba siempre lleno. Por los nervios y el calor iba bebiendo sin caer en la evidencia de que me estaban emborrachando. Hubo un momento en que no pude ni tirar mi dado. Fue entonces el turno de Sandra que consiguió matarme una ficha, contar 20, matarme otra ficha, contar 20 más y llegar al final, contar 10 con otra y matarme la única ficha que me quedaba. Las dos se miraron y alcancé a oír:

* Bien, guapo, olvidamos explicarte que cuando uno se queda sin fichas en el tablero ya no pierde la ropa, pierde la voluntad a favor de sus contrincantes. Ahora vamos a usarte un rato para nuestro placer particular y tú deberás obedecer sin rechistar, has perdido y no puedes hacer otra cosa.

Completamente mareado asentí como pude y caí desmayado sobre el tablero. No recuerdo nada más hasta que me desperté, tumbado sobre la alfombra que había frente al sofá. Abrí los ojos y pude ver a las dos divas sentadas frente a mí, con las rodillas dobladas sobre los cojines y esperando a que recobrara el conocimiento. Esos dos muslazos me volvían loco.

La primera que me hizo señas para que me acercara fue Laura, que extendió una de sus piernas hasta que su zapato con cintas negras quedó a escasos milímetros de mi cara. Una terrible sensación me hizo temblar por dentro y se confirmo tan sólo unos segundos después.

* Complace a una de las ganadoras, con tu lengua. Bésame estos pies que te vuelven loco y acaríciame la pierna al mismo tiempo. Luego me sacas el zapato delicadamente y me haces un buen masaje.

Lo que vino después… os lo contaré otro día ;)

La noche de San Juan (II)

Estaba recostado sobre la alfombra, apoyado en mi brazo izquierdo. Mi cuerpo estaba paralelo al largo sofá donde estaban las dos mujeres mirándome fijamente a los ojos, esperando que el espectáculo diera comienzo.

Me centré en Laura. Su ropa interior blanca le favorecía ya que ofrecía cierto contraste con su piel. Su cara de expectación lucía radiante, con su pelo negro sobre los hombros totalmente suelto. La respiración algo agitada por la excitación del momento. No pude evitar mirar su entrepierna, su braguita blanca que no dejaba ver nada de vello, pero al mismo tiempo mostraba pruebas evidentes del estado en el que se encontraba. Esta situación las estaba excitando mucho y se notaba.

* Vamos, cariño, no tenemos toda la noche — Me dijo amablemente al mismo tiempo que la punta de su zapato me golpeaba cariñosamente en la mejilla un par de veces.

Mirándola a los ojos, con cierta sensación de rabia pero también de emoción por lo que me estaban obligando a hacer saqué mi lengua lentamente, rozando una de sus uñas rojas. Lentamente la punta de mi húmedo músculo fue recorriendo cada una de las comisuras que formaban sus dedos una y otra vez, aumentando la fuerza e intensidad. Esto me valió un gemido de aprobación por parte de ella, miradas cómplices entre las dos hermanas en señal de triunfo por conseguir lo que andaban buscando y un " Sigue , sigue " para indicarme que continuara con mis caricias.

Poco a poco mi lengua recorrió el empeine de Laura, alternando la acción con besos suaves pero al mismo tiempo húmedos. Seguidamente recogía el exceso de saliva para saborear el gusto salado de sus pies. El contraste entre la tela de las cintas y la piel me encantaba. Para que no se cansara sujeté su pie con ambas manos. De esta manera pude ver que, tras el lazo que tenía el zapato había una cremallera para sacarlo. Proseguí la acción de adorar su pie hasta llegar al tobillo. Entonces me paré y la miré a los ojos, esperando una nueva orden.

* Sácame el zapato… sin las manos. Quiero sentir tu lengua por cada uno de los rincones de mi pie.

La miré con un poco de cara de fastidio, pensando que era complicado lo que me pedía, pero Sandra se encargó de recordarme que no tenía otra elección. Su pie enfundado en sus magníficos zapatos negros se adelanto y se paró justo encima de mi bóxer, apoyando la planta sobre mi abultada entrepierna. Presionando poco a poco cada vez con más intensidad me miró inquisitivamente esperando a que le diera argumentos para apretar más. Acto seguido situé mi cara tras el tobillo de Laura y busqué esa cremallera torpemente con mi boca. Por si acaso Sandra no se movió, parecía que le gustaba tenerme "cogido" de aquella manera. Yo miraba de reojo esa pierna fuerte y bien contorneada y eso hacía que mi erección aún aumentara más, con el consecuente dolor por aplastamiento que a su vez aún provocaba más excitación.

Finalmente la encontré y pude bajarla exitosamente. Mordisqueando el afilado talón metálico conseguí quitarle el zapato y dejarlo sobre la alfombra.

¿Sabes qué me gustaría? — Dijo Laura de forma juguetona, con una sonrisa de oreja a oreja — Resulta que mis zapatos van a sentir mucha envidia del trato que le estás dando a mis pies, así que antes de seguir deberías ser igualmente amable con ellos. Túmbate boca abajo y lámelos por dentro, por fuera, el talón… queremos ver cómo lo haces, ¿Verdad Sandra?*

Su hermana no contestó, tan sólo dibujó una media sonrisa en su rostro, levantó su ceja derecha y apretó un poco más. Inmediatamente me tumbé (realmente me dolía la erección porque con mi propio peso me estaba matando) y no tuve más remedio que hacer lo que me pedían. Era una situación humillante. Laura puso su pie todavía calzado justo al lado del otro zapato para que pudiera verlo constantemente y el desnudo sobre mis hombros para evitar tentaciones de levantarme.

Sandra, viendo mis dificultades para tumbarme del todo no se le ocurrió nada más que sentarse justo encima de mi culo. Ya os podéis imaginar cuando miré por encima de mi hombro y pude ver, con dificultad por el pie de Laura aquel pedazo de mujer bien apoltronada sobre mí, dejando caer todo su cuerpo a sabiendas que me estaba chafando mis partes nobles contra el suelo. Sus dos piernas a ambos lados de mi cintura aún me hacían sentir más atrapado y más excitado.

Volví a mi trabajo y cogí el zapato con ambas manos… craso error. Casi de inmediato Sandra me las agarró y me las puso pegadas a mi cuerpo, separando sus muslos y volviéndolos a colocar para inmovilizarme. La situación era crítica, no podía levantarme ni ayudarme con mis manos, Laura me mantenía la cabeza bien pegada a su zapato, Sandra me presionaba mi miembro que ya no sabía hacia dónde seguir creciendo y con mi lengua lamía cada rincón del calzado.

Así me tuvieron un buen rato hasta que me soltaron y tuve que repetir el mismo ritual con el otro pie. Finalmente me dejaron sentar frente a Laura y me obligaron a hacerle un masaje en los pies. Cuando les pedí crema se rieron y me dijeron que con mi saliva había suficiente. Sabía que ahí podía atacar un poco ya que se me dan muy bien esos masajes y sé que las chicas se vuelven locas cuando chupo uno por uno, o de dos en dos, sus deditos como si se trataran de micro-penes. Seguramente con eso conseguiría ablandarles un poquito el corazón y acabar la noche de forma muy diferente.

Laura se agarraba al cojín del sofá fuertemente, se mordía el labio inferior, cerraba los ojos y tiraba la cabeza hacia atrás de tanto en tanto. Sus gemidos y sus palabras de ánimo me confirmaban que le estaba encantando.

** Hummmm… bien, bien, lo haces muy bien… estás siendo un chico muy bueno… Ahora tendrías que subir un poquito más, a ver si eres igual de bueno con el resto de mis piernas y luego… si te portas bien igual te dejo que subas un poquito más y...

  • ¡No! — Dijo Sandra tajantemente — Ya te has divertido suficiente, ahora déjamelo un rato para mí. Ya me he cansado de ser una espectadora pasiva, ahora quiero ser activa.*

No sé que era mejor, si seguir satisfaciendo a Laura o que Sandra me tuviera para su uso y disfrute. Laura se abalanzó hacia delante y, antes de levantarse, cogiéndome de las mejillas me dio un beso en los morros cariñosamente. Susurrándome al oído me dijo:

No te preocupes, cuando termines con Sandra ella se irá y te llevaré a mi habitación Seguiremos discutiendo eso de subir por mis piernas y… ya sabes, hoy no te dejo escapar* . — Se levantó, se calzó sus zapatos y se fue al baño arreglándose el pelo y susurrando palabras ininteligibles riéndose mientras se alejaba. Parecía que había quedado contenta. Ven aquí —* Me dijo Sandra imperativamente. Mientras gateaba a la zona donde ella me esperaba fue abriendo sus piernas provocativamente. A diferencia de su hermana, el conjunto de ropa interior negro con detalles rojos le daba un aire más agresivo, más dominante. Cuando las tuvo bien abiertas se recostó en el sofá y me indicó con el dedo que me acercara más. Realmente se trataba de una deportista nata. Las curvas me mareaban.

Me hizo arrodillar ante ella, sentándome sobre mis tobillos. La mancha de mi bóxer era tan evidente que me daba vergüenza, pero ella sabía que eso me mantenía aún más sumiso. Puso cada uno de sus pies sobre mis manos, de manera que no pudiera moverlas pero sin presionarlas del todo, aprovechando el puente que hacían sus zapatos. Cuando me tuvo bien quieto se fue sentando cada vez más al extremo del sofá, hasta quedar prácticamente mi cara frente a la parte más inferior de su vientre. El olor era inconfundible, Sandra estaba muy excitada por la escena que le habíamos regalado su hermana y yo, aparte de haber intervenido activamente a ayudarla a inmovilizarme. Me cogió suavemente del pelo y me dijo que sacara mi lengua, pero que no la moviera. Acercándome a su piel empezó a restregar mi rostro por su ombligo, vientre, cintura… hasta donde llegaba al no poder moverme. Poco a poco me obligó a bajar más mi cara hasta que sus braguitas de encaje negras quedaron frente a mis ojos. De nuevo uso mi lengua como un mero instrumento de masaje, pasándola por los límites de su prenda íntima, obligándome a restregarla por la parte interior de sus muslos no sin hacerme parar un ratito cada vez que cambiaba de lado por encima de la tela mojada captando un gusto salado e intenso.

Justo en el momento que su dedo empezaba a retirar el triángulo de la braguita y se intuía un bello muy bien rasurado Laura salía del baño tatareando una de las canciones del baile de la verbena. Sandra se paró al instante, me soltó las manos y cruzó sus piernas mostrándome sus enormes y fuertes muslos.

* Lámeme los muslos y las pantorrillas… y aquí no ha pasado nada, ¿De acuerdo? Como si llevaras todo el rato haciendo ésto — Asentí obedientemente. Al parecer no quería que su hermana supiera que quería usarme para su propio placer. Quizá habían pactado que me tendrían a su merced pero sin llegar a tener sexo conmigo las dos, pero por unos instantes Sandra se habría saltado las normas con la intención de obtener cierto placer directo antes que su hermana.

Así me encontró Laura, de rodillas y lamiendo las piernas de Sandra. Me tomé la libertad de acariciarlas mientras las chupaba y besaba. No podía desperdiciar la oportunidad de poder sentirlas bajo el tacto de mis dedos. Duras, resistentes y firmes aún me excitaron más.

De golpe Sandra se levantó y dijo que tenía que irse, que el juego había estado genial pero que ya era muy tarde y tenía obligaciones al día siguiente. Antes de vestirse se puso en cuclillas frente a mí, me cogió por la barbilla y me susurró:

* Esta vez te has librado… pero la próxima vez me aseguraré que estemos solos, te ataré y te tendré a mi merced todo el tiempo que quiera, usándote para mi propio placer hasta que quedes extenuado. Ahora eres todo para mi hermana, espero que estés a la altura.

Aluciné tanto con sus palabras como por la visión de esas piernas dobladas frente a mí. Su olor me embriagaba y si llego a poder ni si quiera rozarme… estoy seguro que habría tenido un orgasmo allí mismo.

Se vistió, le dio dos besos a su hermana y me miró por encima del hombro, guiñándome el ojo. Casi sin tiempo a reaccionar Laura se acercó a mí, contoneándose, me señaló su pie derecho y sin necesitar más información me incliné y se lo besé. Luego me indicó dónde estaba su habitación y me hizo seguirla sumisamente. La habitación sin luces eléctricas y con varias velas, con una música de fondo muy suave y relajante me hizo entender que tendríamos una larga sesión de sexo aunque… no sé si siguiendo las mismas pautas que lo sucedido en la alfombra o de forma más natural. De entrada me tumbó en la cama, boca arriba y ella acto seguido hizo lo mismo encima de mí, besándome dulcemente y rozando cada milímetro de su piel con la mía intensamente.

¿Cómo queréis que siga la historia?....

La noche de San Juan (III)

Por unos instantes cerré los ojos y disfruté de sus suaves caricias. La excitación que había acumulado me hacía estar algo impaciente y quería que tuvieras sexo lo antes posible. El ambiente místico ayudaba bastante a tener una velada romántica y con al mareo que aún me duraba pensé que lo mejor sería tener un buen orgasmo y dormir plácidamente. No podía estar más equivocado.

¿Estás cómodo? ¾* Me dijo apoyándose sobre mi pecho. Si, de fábula ¾* Le dije intentando besarla. Ella se apartó de mi, riendo graciosamente y haciendo que no con el dedo.

Se incorporó y quedó sentada encima de mí, sexo con sexo pero aún con la inevitable barrera de la ropa interior. Me miró pensando en cuál sería su siguiente paso. Yo de momento no decía nada, ni tan sólo me movía. Una sonrisa nerviosa se dibujaba en mi rostro a la espera de lo que decidiera hacer. Visto lo visto anteriormente era mejor no tomar ninguna iniciativa.

Inclinándose hacia delante y acercándose a una de las mesillas de noches empezó a buscar por los cajones. Esto me permitió tener muy cerca sus pechos aún ocultos en su sujetador. También pude ver su cuerpo lateralmente. No tenía nada que envidiar a su hermana, unos buenos muslos bien formados por la natación mostraban un físico muy apetecible.

Estuve a punto de lamer su pezón por encima de la tela del sujetador pero justo en ese momento se levantó. En su mano: un antifaz de esos para dormir. La miré perplejo.

* Jugaremos a un juego. Yo te tapo los ojos y tú te dejas hacer. Cuando estés listo según mi criterio te los sacaré, ¿Te parece?

La verdad, no encontraba la diversión por ningún lado, pero me pareció excitante. Asentí sin decir nada. Ella se inclinó ligeramente apoyando pecho contra pecho. Me hizo levantar la cabeza para anudar el antifaz en la parte posterior y comprobó que realmente no pudiera ver nada. Es curioso cuan indefenso se vuelve uno al privarle del sentido de la vista. Noté que se levantaba de la cama y abría uno de sus armarios. Yo miraba…. Sin ver nada, evidente, dirigiendo mi vista hacia donde se suponía que debía estar ella. Era un acto reflejo y, al mismo tiempo, completamente inútil.

De pronto noté el tacto de algo muy suave sobre mi pecho. Era como… si, era seda, y por la longitud parecían pañuelos. Estuvo un buen rato pasándolos por todo mi cuerpo. Pude olerlos y el aroma del perfume que usaba me encantó; suave pero femenino. Los pañuelos siguieron recorriendo mi piel hasta que noté como uno de ellos se envolvía en mi muñeca izquierda. Un fuerte tirón me confirmó que había hecho un nudo. Seguidamente el tirón fue hacia arriba, acercando mi mano al extremo de la cama. En unos segundos no podía bajar mi brazo, estaba bien atado a la cabecer. El ritual se repitió con mi otra muñeca de igual manera. Después, una pausa que me puso algo nervioso. Ella no decía nada, se oía la música relajante de fondo. Fue entonces cuando noté algo húmedo recorriendo mis brazos, desde la muñeca hasta mi axila. Se me puso la piel de gallina y solté un ligero suspiro. Ella vio que era divertido al provocarme unas ligeras cosquillas. Siguió haciéndome lo mismo por el otro brazo, pero esta vez no rodeó la cama, pasó por encima de mí y volvió a sentarse sobre mi sexo. Evidentemente tuvo que notarlo bien duro porque ya llevaba mucho tiempo con una erección considerable.

Ladeándome la cabeza su lengua jugueteó con mi cuello, mi oreja, mi cara… parecía que me estaba probando, que quería saber a qué sabía mi piel. La humedad me excitaba aún más, y sobre todo la sensación de no poder moverme me ponía muy nervioso.

Eres muy mala… ¾ Le dije susurrando. Ella no me contestó. ¾ ¿Qué más vas a hacerme, eh? ¾ seguía sin decir nada. Tan sólo se oyó un " Shhhhhhhhh* " para que me callara. Le hice caso.

Se levantó y esta vez noté que tiraba de mi tobillo con fuerza hacia uno de los extremos de la cama. El pañuelo volvió a aprisionarme tirando de mi extremidad de forma que mi cuerpo quedaba totalmente tensionado. El otro pie siguió la misma suerte y ahora sí que no había posibilidad de escape.

** Hummmmm, me encanta, de verdad… hacer el amor de esta manera es muy excitante, ¿Verdad? Será genial cuando

  • ¿Quién te ha dicho que vamos a hacer el amor? ¾ Me dijo tajante. La sonrisa desapareció de mi cara. Me descolocó su respuesta. ¿Para qué estaba haciendo todo esto si no era para cabalgarme como una buena jinete? Lo había visto en muchas películas (Instinto básico, Hot-Shots 2, etc.) y me parecía una fantasía genial. Oye, me he prestado a vuestros juegos durante casi toda la noche, me habéis provocado, humillado, usado y hasta amenazado ¾ Eso lo decía por Sandra, pero bueno, en ese momento tuve que soltarlo aunque ella no supiera de qué iba la película. ¾ No es justo que ahora tú

Ya no pude decir nada más. Me puso algo en la boca en forma de mordaza y con otro pañuelo se aseguró que no pudiera escupirlo. Ahí se acabaron mis protestas, evidentemente. Era curioso pero lo que me había puesto en la boca tenía un sabor como salado, era una prenda mojada y olía muy fuerte a… uf, no quería ni pensarlo, no habría sido capaz de… no, no, claro que no. Igualmente tuve que "catar" lo que tenía en mi boca si no quería ahogarme. A los pocos instantes me quitó el antifaz. A pesar de haber poca luz tuve que acostumbrarme a la claridad. Primero aprecié mi cuerpo bien estirado en la cama, con mi bóxer bien tirante, los tobillos inmovilizados. Seguidamente miré mis muñecas y, de igual forma, estaban bien atadas a los barrotes.

Fue entonces cuando ella apareció de la penumbra. Llevaba un conjunto de ropa interior negro muy sexy, más aún que el de Sandra, medio transparente. En lugar de braguita lucía un tanga, ejemplo de mínima expresión en ropa íntima. Creo que ya sé dónde habían ido a parar su braguitas blancas… Por un momento intenté soltarme, indignado, pero fue inútil.

* ¿Dónde vas, tigre? De aquí no te vas a mover hasta que yo lo diga. Te tengo donde quería: atadito y a mi disposición. Vamos a seguir jugando un rato más, tenemos toda la noche para nosotros.

Fue entonces cuando se subió a la cama de pie, colocando cada uno de sus magníficos pies calzados en sus zapatos de tiras a ambos lados de mi cabeza. Como os podéis imaginar la visión era espectacular; tenía a una mujer de bandera justo delante de mí, de pie, mirándome con una cara de deseo que asustaba. Apoyándose en la cabecera de la cama empezó a bajar, lentamente, hasta que su entrepierna quedó a escasos milímetros de mi cara. Yo le hice que no con mi cabeza, con los ojos bien abiertos, pero ella dijo…que sí y sonriendo aún más dejó caer su peso sobre mi cara. De nuevo la oscuridad me invadió. No podía moverme, no podía decir nada y ahora, casi… no podía respirar. Y cuando lo hacía notaba el olor de hembra caliente, de mujer excitada que, además, se movía suavemente restregando su monte de Venus por mi rostro. Lo hacía muy suavemente, lo justo para excitarse más y, cómo no, prolongar mi sufrimiento y humillación todavía más allá de lo que ya lo había hecho tanto ella como Sandra.

Comprendí en ese momento que estaba en manos de una especie de sádica sexual, de alguien que disfrutaba con el control sobre los hombres. No sé por qué, si había tenido alguna mala experiencia o le venía de naturaleza, pero con el tiempo entendí que necesitaba sentir a los hombres a sus pies, sometidos y humillados para conseguir el máximo placer. Luego, cuando su voluntad no era más que un recuerdo, les ofrecía todo el cariño y el amor necesario, pero primero… debía domarlos severamente.

Así estuvo un buen rato hasta que se levantó. Recuperé como pude la respiración ya que no podía respirar por la boca, sólo por la nariz. Se inclinó y me besó cariñosamente en la frente y se fue de la habitación. Yo aproveché para recapacitar sobre lo que estaba sucediendo: Estaba en una habitación de una amiga, casi desnudo, atado a su cama, con velas alrededor y música mística, no podía gritar, acababa de tenerla sentada literalmente en mi cara excitándose con el roce de mi piel y la tensión sexual en el ambiente era brutal… bueno, muchas opciones no tenía, así que no me quedaba más remedio que dejarla hacer a su manera.

La sorpresa fue cuando apareció en la habitación con un cuchillo de cocina en la mano… para rebanar pollos, como mínimo. Ahí sí que empecé a moverme desesperadamente, me veía venir lo peor: se acercó acariciando el cuchillo, contoneándose graciosamente, tocando la punta del utensilio y pasando su lengua por los labios. Yo casi botaba de la cama, gritaba pero apenas un ligero ruido salía de mi boca. Ella siguió avanzando hasta llegar a mí altura. Lentamente se sentó encima de mí, pero esta vez dándome la espalda. No podía ver nada, tan sólo su cabellera negra, su bien formada espalda, su culito totalmente expuesto ya que el tanga apenas le cubría una pequeña parte, sus piernas a ambos lados de mi cuerpo y los talones afilados apuntando a mi rostro. Cuando noté que cogía mi bóxer por un lado temí lo peor. Casi me pongo a llorar si no es porque, de un rápido movimiento, cortó las dos tiras laterales y tiró del trozo de ropa acto seguido. Entonces entendí que lo que quería era quitarme el único pedazo de tela que se mantenía pegado a mi cuerpo.

Lo levantó como si de un tesoro se tratara, lo tiró al suelo y me miró por encima del hombro. Me guiñó el ojo y se bajó de la cama. Yo respiraba agitadamente; mi erección había casi desaparecido por el susto. Al cabo de unos segundos volvió con un libro… ¡¿Un libro?! Bonito momento para ponerse a leer. Yo no me daba cuenta pero todo esto era una provocación; su intención era hacerme sentir como un puro objeto y que eso aumentara aún más mi excitación.

Con un porte de indiferencia puso el libro justo encima de mi miembro flácido. Lo acomodó para que no se moviera y ella se tumbó encima mío como si hiciéramos un clásico 69. Evidentemente de nuevo su vagina oculta en el tanga quedó justo encima de mi cara. Dobló un poco las piernas para estar más cómoda y cruzo los tobillos. Yo podía verlo perfectamente ya que los ojos era la única parte de mi cuerpo que no estaba cubierta por Laura. Evidentemente, esa visión y esa situación me volvió a poner muy caliente y mi erección se recuperó al instante. Entonces ella apartó el libro y lo puso a un lado, sobre mi muslo. Con la otra mano me agarró el pene bien duro y, muy lentamente, inició una suave masturbación, distraída por la lectura y quitándole importancia.

Como os podéis imaginar, el sufrimiento era máximo, ya que soportaba su peso, su olor más íntimo, la visión de sus piernas con los zapatos que había estado adorando hacía un rato, me estaba masturbando a un ritmo irrisorio para poder llegar a mi tan deseado orgasmo y ella… ¡Estaba leyendo como si nada! Lo peor fue cuando, para pasar página… si, si, os podéis imaginar lo peor… mojó la punta de mi pene con su lengua y luego lo usó para pasar las hojas del libro tranquilamente. Luego supe que ni estaba leyendo ni el libro tenía ningún valor, porque ya os podéis imaginar cómo deberían quedar sus hojas al hacer eso.

Independientemente cada vez que pasaba una página me moría del gusto, ya que humedecía mi miembro hasta dónde le cabía en su boca o bien paseaba su lengua desde la base hasta la punta. Luego, mientras leía su mano se deslizaba arriba y abajo torturándome hasta límites inexplicables.

Así estuvimos como veinte minutos hasta que se cansó y decidió proseguir mi martirio de otra manera.

La noche de San Juan (IV)

Un golpe secó anunció el final de la tortura que sufrí durante un buen rato. Me miró por encima del hombro y me preguntó qué tal estaba. No tuve fuerzas ni para contestar. Me dijo que aún le faltaba un capítulo más pero que esta vez lo quería leer de otra forma.

Con resignación acepté su siguiente idea maquiavélica. Se levantó, lo que me aportó un gran alivio evidentemente, y me miró durante unos segundos. Su postura fraternal, casi maternal hacía que confiaras en ella, que te dejaras llevar porque en el fondo sabías que nada te iba a suceder. Al mismo tiempo, mi miembro bien duro y de un rojo carmín latía por el constante roce que había sufrido con las hojas. Eso pareció alegrarla y se puso manos a la obra.

Me desató las muñecas y los tobillos. Torpemente bajé mis brazos para que se me desentumecieran. Tanto rato atado había provocado que la circulación fuera mínima y casi no tenía tacto. Un hormigueo que confirmaba que la sangre volvía a fluir como es debido. Las piernas ni las moví, en ese momento no las necesitaba para nada.

Lo siguiente que me quitó fue el pañuelo que me impedía hablar, así como la prenda de ropa que, efectivamente, eran las braguitas usadas durante todo el juego anterior. Tenía la boca tan seca que no podía ni hablar, pero tampoco creo que me hubieran dejado hacerlo.

Túmbate ¾ Me dijo dulcemente. Sin hacerla esperar me di la vuelta quedando boca abajo. ¾ Arrodíllate ¾* Me ordenó de nuevo. Me costó un poco doblar el cuerpo que tanto rato había estado rígido sobre la cama.

Una vez en la posición solicitada me ató de nuevo las muñecas a la espalda con uno de sus pañuelos de seda. Al oído me susurró:

* No te preocupes, me gusta que tener controlados a los hombres cuando me dan placer. Forma parte de mi excitación, verlos sumisos y entregados a mis necesidades como mujer. Luego, si te portas bien, te soltaré.

No protesté, creo que ya no me quedaba ni pizca de voluntad propia. Me había embriagado con su encanto y su confianza, además de sus aromas íntimos que me habían excitado al máximo. Al ser una chica más o menos corpulenta era normal que sudara un poco. La mezcla de su piel proporcionaba una especie de afrodisíaco que te ponía a cien pero al mismo tiempo te atontaba y te dejaba a su merced.

Una vez me tubo bien atadas las manos hizo lo mismo con mis tobillos, cruzados y atados con otro pañuelo. Un tercer pañuelo ató ambas extremidades dejando un par de palmos de distancia, no fuera a provocarme alguna lesión y se le rompiera su juguete por esa noche.

Esperé sumiso a su siguiente movimiento. Se sentó frente a mí, colocó las almohadas y los cojines sobre el respaldo de la cabecera para recostarse, quedando entre sentada y estirada. Su pie derecho inició una exploración por mi cuerpo, paseándose por mis muslos, mi cintura, mi pecho, se paró un buen rato en mi cara y especialmente en mi boca, donde sin tener que decirme nada recibió suaves besos y caricias de mi lengua en señal de respeto y adoración. Con el pie aún húmedo por mi boca empezó un suave masaje en mi pene bien erecto.

Al momento se secó y prácticamente no se deslizaba, lo que hizo que se incorporara y se pusiera de rodillas frente a mí. Sensualmente se soltó el sujetador y sus pechos quedaron, por primera vez, ante mi vista. No tenía un gran volumen en proporción a su físico, pero se mostraban bien erectos y con unos pezones de punta que delataban su excitación. Mirándome a los ojos y pasando su lengua por sus labios se acercó a mi órgano a punto de estallar y su lengua inició unos ligeros contactos con la punta de mi glande. Para eso se apoyó en sus codos y puso su trasero en pompa, lo que me proporcionó una agradable vista de su espalda con evidentes signos de hacer deporte habitualmente. Igualmente mi atención se perturbó en segundos al notar esa lengua que cada vez intensificaba más el contacto. Como si de un helado se tratara su húmedo músculo se movía desde la base hasta la punta abarcando toda la superficie posible. Subía por un lado y bajaba por el otro. Seguidamente era su mano la que abrazaba a mi amiguito para masturbarme durante unos instantes aprovechando la humedad y deslizando la palma de la mano libremente de arriba abajo. Así estuvo un buen rato repitiendo la operación hasta que decidió engullirlo todo como si quisiera devorarlo. Oculto en su boca notaba su lengua jugando con toda la extensión de mi pene bien duro haciéndome sentir oleadas de placer que, de seguir así, provocarían una explosión de mis néctares de la vida que de bien seguro la ahogarían.

Sabía cómo hacerlo para evitar que esto sucediera, ya que alternaba una multitud de movimientos distintos para impedir una y otra vez mi orgasmo tan esperado. En un momento dado se tumbó de espaldas, quedando mis testículos justo sobre sus labios. Mientras me masturbaba con la mano su lengua recorría ambas bolas arrugadas que contenían mi semen en plena ebullición. Como os podéis imaginar la visión cambió radicalmente al poder verla de cara a mí, al revés pero mostrándome la totalidad de su cuerpo casi desnudo. Su otra mano se acariciaba los pechos, jugaba con sus pezones e incluso llegó a pasearse por encima de la tela de su tanga, hundiendo la tela en su rajita que humedecía por momentos la prenda de ropa debido a la gran excitación que acumulaba también.

Cuando ya no pudo más se levantó y se puso de pie encima de la cama, frente a mí. Su monte de Venus quedó a dos dedos de mi cara. Acompañado de un movimiento de caderas rítmico deslizó las dos tiras del tanga hacia abajo haciendo que éste cayera sobre la cama, cubriendo mínimamente sus zapatos. Su olor más íntimo me embriagó de nuevo. La humedad se reflejaba en su vello. Cogiéndome del pelo me atrajo hacia ella suavemente. Mi cara se hundió en ese montículo y ahí fue cuando me sentí en la gloria. Respiré profundamente y fue como si el aire inspirado me hiciera traspasar los límites de la realidad. Por unos instantes no noté mi cuerpo atado, inmovilizado y torturado sexualmente por Laura. Tan sólo me apoyaba en mis rodillas y mi cara reposaba ante tan suave mata de vello. No me hubiera importado perecer en ese instante, me sentía en el cielo.

Fue entonces cuando ella se volvió a recostar sobre la cama, flexionó las rodillas y dejándome caer hacia delante suavemente me tumbó boca abajo sobre la cama y con mi cabeza entre sus piernas. Yo la miraba con una sonrisa en mi rostro, esperando la orden deseada.

* Lame, chúpame y bésame suavemente, quiero sentir tu lengua en lo más íntimo de mi ser. Quiero sentir mi orgasmo desde la punta de mis dedos hasta el último cabello.

Sin esperar ni medio segundo empecé el ritual más deseado: mi lengua recorrió sus labios vaginales de arriba abajo, de un lado a otro. Lo alternaba con suaves mordiscos en la parte interior del muslo justo donde éste termina. Procuraba distraídamente que mi nariz rozara con su clítoris de vez en cuando, lo que provocaba suspiros de placer de mi captora. Seguidamente mi lengua buscó su parte más inferior y casi desde la obertura de su culito hasta la parte superior de su vagina recibió mis caricias húmedas con todo el cariño y el tacto que me podía permitir. No hace falta recordar que mi postura no me dejaba prácticamente moverme, tan sólo tenía libertad de cuello para arriba. La visión que le estaba ofreciendo la estaría excitando aún más, viendo mi cuerpo bien atado, con el contraste de mi piel morena y sus pañuelos de seda blancos. Mis músculos bien tensos y yo concentrado en su vagina para ofrecerle el máximo placer posible.

Cuando la tuve bien preparada ataqué a su clítoris que prácticamente latía como un segundo corazón. Primero mi lengua lo examinó para conocer su tamaño y cuan sensible era. Luego, con la parte ancha de mi músculo recorrí una y otra vez toda la extensión de su órgano humedeciéndolo y haciendo que la piel rugosa rozara con su sensible y tersa piel brillante y rosadita.

Ahora sí que sus gemidos eran constantes. Me miraba, retiraba la vista e inclinaba su cabeza al costado una y otra vez. Con una mano me agarraba fuertemente del pelo, como si quisiera dirigir mis movimientos pero sin ser necesario ya que conocía bien mi trabajo. Con la otra se tapaba la cara y la boca para no gritar más de la cuenta. Empecé a notar como sus muslos se cerraban cada vez más, atrapándome e impidiéndome respirar con normalidad. Sabía que si tardaba mucho en llegar al orgasmo mi vida peligraba, por lo que usé mi arma secreta que, a la mayoría de mujeres, vuelve locas.

Aquí fue donde no pudo presentar más batalla y en pocos segundos, alternando esta compleja maniobra con lametones intensos y a alta velocidad el orgasmo le sobrevino de forma espectacular. Arqueó su espalda, me agarró con toda la fuerza del mundo mi cuero cabelludo, sus muslos me abrazaron hasta el punto que sus tobillos se cruzaron, la otra mano ayudó para que mi cara quedara aún más hundida si fuera posible y el grito que se oyó coincidió con la traca final de un castillo de fuegos que estaba dando por concluida la Noche de San Juan. Fue un orgasmo interminable ya que, debido a la presión que ejercía sobre mí casi me deja sin aliento. Para aprovechar los últimos respingos de placer separó las piernas y restregó mi rostro lentamente como recogiendo aún sensaciones que se le pudieran escapar.

Así estuvimos un buen rato, yo la besaba dulcemente mientras ella tenía ligeros sobresaltos cuando mi lengua rozaba de nuevo su sensible clítoris. Me tuvo así un buen rato y no me atreví a decirle que me soltara, ya que creo que se durmió durante unos minutos del esfuerzo y del placer tan intenso que tuvo. Cuando despertó me sonrió, me acarició suavemente el pelo e incorporándose me empezó a soltar mis ataduras. De nuevo la oscuridad me inundó entre sus piernas pero me sentía feliz metido ahí dentro.

Después de liberarme me ayudo a subir un poco más y a estírame a su lado. Apoyé mi cabeza sobre sus pechos y la abracé. Mi pene seguía bien duro pero ahora mismo ni ella ni yo teníamos fuerzas para más. Su pierna me abrazó al igual que su brazo y me acurrucó contra su cuerpo. El olor a sexo, transpiración, piel, perfume, fragancias corporal… me inundó y me hizo dormir dulcemente. Sabía que el despertar sería muy emocionante y con una sonrisa en mi cara caí en brazos de Morfeo satisfecho a pesar de no haber gozado de un orgasmo, pero el cúmulo de sensaciones vividas me compensó con creces.