La noche de los renegados I

Serán dos capítulos, si les gusta lo continuo :D

Jamás he creído en el más allá, mucho me cuesta creer en el más acá. No creo en “alguien” que te cuide desde “arriba”, ¿arriba de dónde?, no quiero tampoco crear discusiones sobre religión, respeto las opiniones, pero sinceramente mi creencia es así. ¿Por qué debería existir un ser celestial que cuide de mí? Yo no me esmero en cuidar siquiera de mi integridad física y emocional, he pasado 10 años arriesgando mi propia vida. Si hubiese un ser cuyo trabajo fuese cuidarme, probablemente ya habrá renunciado. Sin embargo, justo ahora me doy cuenta que he vivido engañándome todo el tiempo, sí existía alguien que cuidaba de mí, solo que nunca la noté. Les contaré como conocí a esta chica, dudo que alguno de ustedes haya conocido a su “amor verdadero” de la manera en la que me sucedió a mí. Me disculpo de antemano si al relatar algún recuerdo no es tan estrictamente preciso, algunas anécdotas me dejaron inconsciente en su momento de ejecución.

Toda mi vida he amado los deportes extremos, desde el paracaidismo hasta el windsurf. Mi última lesión la tuve realizando un salto en bungee, debo admitir que fue fascinante, pero el cálculo realizado estaba errado. Apenas pude recuperarme de eso, viajé desde las islas de Nueva Guinea rumbo a Francia, Chamonix, directo al Mont Blanc, mi corazón clamaba escalar esos 4.810 metros, estaba ansiosa.

Éramos alrededor de 20 personas, 10 curiosos que escalaban por primera vez y un guía para cada uno. Nos alojamos en el valle que rodeaba aquella majestuosa montaña. Llegamos mientras el sol se asomaba y la vista era impresionante, mientras mis compañeros tomaban fotos del lugar, noté una mirada cruzarme el cuerpo. Era ésta chica de rizos rojos, tenía una media sonrisa en su rostro mientras me miraba, lo hacía con ternura y yo hasta ahora notaba su presencia. Tal vez pensó que era una amargada, pues solo la miré sin dibujar ninguna expresión en mi rostro, solo la miraba. La voz del guía líder me hizo quitar mis ojos de ella, quien aún sonreía para mí.

  • Bien chicos, aquí, presten atención – decía a la vez que sacaba una lista del abrigo – cada uno tendrá un guía guardián durante la estadía, no quiero accidentes – y me miró a manera de regaño.

  • No le prometo nada – le respondí a modo de broma.

Conocía a Rodrigo desde hace 5 años, había sido el que nos dirigía en todo este tiempo y conocía cada una de mis cercanías a la muerte.

  • Por esa razón, irás con Isabella – no tenía idea de quien era Isabella y poco me importaba, solo quería escalar – Hay 5 cabañas, dos parejas en cada una, muévanse.

Me dirigí rápido a la primera cabaña que encontré, era espaciosa y muy cómoda. A pesar de que el sol había salido por completo, el frío era terrorífico. La cabaña tenía una chimenea del lado izquierdo y del lado derecho había una sola habitación, que recibía el calor del fuego.

  • ¿Una sola habitación para 4 personas? – no esperaba privacidad, pero tampoco esperaba tanta convivencia.

  • ¿Te molesta? – me di vuelta a ver quién me hablaba y era otra vez esa misma chica. Negué con la cabeza, volvía esa chica a tener el control, volvía a mirarme igual que antes. Entré a la habitación, evitando el contacto visual. Había dos literas de madera y una ventana al fondo.

  • Dormiré arriba – dejé mi enorme mochila en el suelo, subí y dormí por lo que creí, una eternidad.

Me desperté al sentir el frío colarse en mis huesos, había olvidado arroparme. Me senté y pasé mis manos por mi rostro, intentando quitar las huellas del sueño que se había apoderado de mi cuerpo.

Miré alrededor y la luz pálida apenas cruzaba el cristal de la ventana. Reconocía la pelirroja cabellera que dormía en la litera de al lado, arriba. Bajé de allí, me puse mis botas de escalar y me abrigué bien. Salí de la cabaña y quedé estática en el marco de la puerta, el frío traspasó mi ropa por completo, escondí mis manos cubiertas por los guantes en el abrigo y me dispuse a caminar.

El Mont Blanc estaba cubierto por una gruesa capa de nieve, se veía más peligroso que en las fotos que me habían dado. Seguí caminando observando el valle y parte de la montaña.

Era un sitio muy bonito, había grandes pinos dispuestos al azar, ríos que trasladaban pedazos de hielo provenientes de la montaña. Caminé en dirección contraria a la corriente del río y me detuve al borde de donde terminaba el suelo sólido.

Escuché unas ramas quebrarse y me sobresalté - ¿Quién anda ahí? – logré articular.

  • Hola – una chica de piel morena, ojos oscuros y cabello liso, por encima de los hombros salía de entre unos pinos.

  • Hola – le respondí mientras la miraba acercarse.

  • ¿Eres una de las suicidas que escalará el Mont Blanc? – decía esto mientras me miraba de arriba abajo.

  • ¿Suicidas? ¿De qué hablas? – estaba totalmente confundida.

  • ¿Cómo te llamas? – me preguntó caminando a mi alrededor y detallando cada parte de mi cuerpo o tal vez vestimenta, pues mi gruesa ropa no dejaba ver mi figura.

  • Ali ¿A qué te refieres con suicida? – volví a insistir.

  • Ali – dijo situándose a mi lado y fijando su vista en la montaña – subir el Mont Blanc en esta época es un suicidio ¿no lo ves? – Prosiguió señalando hacia la montaña - ¿cuál es tu razón para subir? – volviendo su mirada a mí.

  • No lo sé – dije esquivando su mirada y mirando hacia la montaña – solo es una meta más.

  • No lo creo pequeña Ali – me hizo girar hacia ella tomándome del hombro – hay una fuerza sobrenatural en la cumbre de esa montaña – entrecerraba sus ojos mirándome – que hila los destinos de todos aquí – palpó mi pecho – tu corazón es muy frío – dijo bajando su mirada hacia mi pecho y palpando como si quisiera encontrar algo.

  • Tal vez porque está helado aquí – le respondí.

  • No – su mirada era de confusión, luego tristeza – me temo que… - quitó sus manos de mí – estarás sola pequeña Ali – me miraba con compasión – la montaña tal vez te ponga a prueba, tal vez te den una oportunidad, pero dependerá de ti – dijo esto mientras se alejaba entre los pinos – suerte Ali, si abres tu corazón, tal vez este viaje sea de provecho para ti.

Me devolví sobre mis pasos, mirando de vez en cuando hacia atras. Esa muchacha tenía razón, subir el Mont Blanc de esa manera era un suicidio. Es cierto que siempre estaba cubierto de nieve, pero esos días, en especial, había sobrepasado su límite.

Eran alrededor de las 6 de la tarde cuando llegué a mi cabaña. Mis tres compañeros estaban arropados con una manta cerca de la chimenea.

  • ¿Dónde estabas metida? - La pelirroja me miraba furiosa y se abalanzaba sobre mí, dándome un cálido abrazo que no combinaba con su mirada enojada.

  • Rulos, sueltame - le dije empujandola. Su mirada entristeció y cambió a confusión.

  • ¿Rulos? - preguntó y reí para mis adentros.

  • Déjame en paz - y fui directo a acostarme.

  • No deberías tratarla así, Ali - me decía uno de mis compañeros - es tu guía, solo quiere protegerte.

  • No necesito protección, ahora déjame dormir - me tapé completamente con las tres sábanas que había al borde de la litera e intenté dormir.

  • Es una tonta Isabella, no le prestes atención - susurraba el único hombre de la cabaña, Marcos.

  • Cuidala hasta que escale la montaña y listo, te alejas de ella - susurraba la otra chica, Lu.

La realidad era que poco me importaban estos chicos, no estaba allí para hacer amigos, quería cumplir una meta, para luego ir por otra.

La mañana no alcanzó a despertarnos, antes que amaneciera ya los cuatro estabamos preparando nuestras cosas para, por fin, escalar la montaña blanca. Los tres chicos conversaban amenamente y yo solo evitaba cualquier contacto con ellos, sin embargo, podía sentir las miradas fugaces que la chica pelirroja me hacía.

Pantalones largos, dos camisas de mangas largas, sobre eso, una chaqueta que permitía cortar el viento maligno que nos azotaría allá arriba y unos guantes. Además de eso, un gorro y gafas especiales.

  • Recuerda las cuerdas Ali - Isabella interrumpía mi paz de nuevo.

  • No las necesito - salí rápido de la cabaña y me uní a mis demás compañeros, que ya esperaban ansiosos para partir.

  • Cruzaremos el río en grupos - dijo señalando hacia el río que rodeaba la montaña - allá hay unos botes que los habitantes del valle nos prestaron, muevanse.

Caminé rápido detrás de Rodrigo, no quería tener que volver a ver a mis compañeros de cabaña durante ese pequeño viaje.

  • Promete que serás más amable con Isabella - me decía Rodrigo al notar mi paso apresurado cerca de él.

  • Solo quiero escalar - le respondí cortante, adelantándome a su paso.

Me estaba cansando de esto, mi pecho se oprimía a cada paso que daba, mis ojos querían llorar, mordía mis labios para aguantar las lágrimas. Mi paso iba disminuyendo a la vez que veía aquella montaña. Estaba aterrada.

  • Ven - sentí unas manos tomar mi brazo y la mirada dulce de esa chica de rulos rojos - yo cuidaré de ti.

  • G-gracias - ¿Cómo es que esta chica podía seguir siendo tan dulce conmigo mientras yo la ignoraba por completo? y justo ahora le agradecía su ayuda.

Se sentó a mi lado y no me soltó hasta que cruzamos el río.

  • ¿Por qué siento que esta será la última vez que haga algo así? - susurré.

  • No sientas eso, ya verás que todo saldrá bien - me decía Isabella.

Del otro lado del río estaba la chica morena que me había hablado antes, me miraba fijamente. Le sonreí y ella me devolvió la sonrisa haciendo una pequeña reverencia con su cabeza.

  • Guías, no pierdan a sus parejas y siganme, muevanse.

Empezamos a subir un camino empinado, la nieve se acercaba y mi poca experiencia me hacía sufrir bochornos. No habían pasado ni 10 minutos cuando casi ruedo por la nieve y de no ser por Isabella, mi destino habría sido distinto. Enojada, me separé de ella en un movimiento brusco y seguí caminando.

  • ¿Por qué te comportas así? solo trato de ayudarte - me decía la pelirroja que venía detrás de mi.

  • No quiero que me ayudes, entiendelo. - no soportaba la situación, no soportaba tenerla cerca.

  • Saquen las cuerdas, esto es más empinado aun - decía Rodrigo y recordé que no había traído las cuerdas.

  • Me tomé la libertad de traer las tuyas - la detestaba de tal manera que quería abrazarla y besarla, la odiaba.

Se las quité, arrojándole una mirada de odio, la amarré a mi cintura y ella hizo lo mismo con el otro extremo.

Empezamos a subir con ayuda de bastones y picos, se hacía cada vez más difícil respirar y el frío era cada vez mas intenso. Isabella y yo sin darnos cuenta subíamos diagonalmente sin notar que nos alejábamos del grupo.

  • Oye, ya no puedo más - me costaba mucho hablar - llama a Rodrigo.

  • Ali - decía la pelirroja - nos hemos perdido.

Giré mi cabeza hacia la derecha, nada, hacia la izquierda, nada.

  • Tengo miedo - decía aferrandome del pico que traspasaba la nieve y se encrustaba en la montaña. Isabella se encontraba un poco más abajo.

  • Seguiremos subiendo, no tengas miedo - siguió subiendo hasta donde yo me encontraba - sigueme el paso, iremos a la par.

Escalar aquella montaña cubierta de nieve era lo más estúpido que podía estar haciendo en ese momento, el pico a veces no traspasaba como debía y en varias ocasiones pisaba en falso.

  • ¡Sostente de esa roca que sobresale Ali! - me gritaba Isabella desde arriba, mientras me sostenía del abrigo que tenía puesto y con la otra mano se sostenía de la montaña. Como pude me agarre con fuerza de aquella roca y pude estabilizarme, llegué al lado de Isabella resoplando.

  • Debes tener más cuidado Ali, se que estas nerviosa pero si sigues apresurandote no llegaras a la cima - aquel comentario me enfureció.

  • ¡Estoy harta de ti! - subí lo más rápido que pude.

  • ¡Ali no! - escuchaba decir a Isabella.

Subía muy rápido, tanto que el pico que utilizaba, en un errado intento, cayó al vacío y tuve que seguir con mis manos, apoyandome de pequeñas rocas cubiertas de nieve que sobresalían. No noté que el montículo de nieve al que me disponía a tocar, no cubría roca alguna. Me resbalé por aquel precipicio, arrastrando mis manos por la nieve intentando sostenerme de algo, mientras bajaba, sentí un halón y la mirada desesperada de Isabella. No pudo sostenerme esta vez y caí al vacío. Iba a morir y entonces recordé, recordé que la cuerda que estaba amarrada a mi cintura, estaba amarrada también en la cintura de la chica pelirroja, esa chica de la que estaba empezando a enamorarme y no lo había notado.