La noche de las rebajas
Mi cuñado y yo tenemos una noche especial al año solo para nosotros, la noche que preparamos su tienda de ropa para la temporada de verano. Este año va a ser distinta... Completa...
Mi cuñado Jesús y yo nos hemos llevado de puta madre desde siempre. Tenemos el mismo carácter y nos conocemos tan bien que hemos sido capaces de mantener conversaciones tan solo con la mirada.
Hace cuatro años abrió una tienda de ropa en el centro comercial y le va bastante bien. La verdad es que trae una ropa chulísima y tiradísima de precio que se vende sola. Desde que abrió, la noche que cambia la ropa para poner las rebajas de verano, me voy a la tienda con él y le ayudo a cambiar todo el género. Esa noche la pasamos escuchando música ochentera, con nuestras cervecitas y nuestras pizzas, y, aunque siempre terminen dándonos las mil por culpa de eso, me tengo que probar todas y cada una de las prendas que vea que me gustan. Jesús siempre me dice que, el día que no me pruebe nada, terminaremos antes de las dos de la mañana pero sé que, en el fondo, no le importa que, de las cuatro rebajas de verano que ya llevamos, haya habido un par de ellas que casi no lleguemos a la hora de apertura. No le importa porque, esa noche, es nuestra noche: “La noche de las rebajas”, una fiesta de cuñados que nos damos al cabo del año.
Mi hermana, su mujer, tiene el feo vicio de no aparecer nunca por la tienda esa noche. No le gusta trabajar pero luego bien que disfruta del dinero que Jesús gana. La verdad es que Claudia tiene sus cosas porque, no solo es que no le ayude con la tienda, sino que resulta que también le pone los cuernos. Mi hermana tiene un amor fatal, una debilidad en la que recae una y otra vez por más que se jura y se perjura que no se volverá a repetir. En más de una ocasión he estado a punto de decírselo a Jesús pero, luego, pienso en que ella es mi hermana y que, en el fondo, es una buena esposa y me tengo que terminar por morder la lengua.
Pero, la última vez, me tocó mucho el coño…
Su amor fatal iba a aparecer por la ciudad la noche de las rebajas y me quiso utilizar para que le entretuviera a Jesús el mayor tiempo posible. Y, encima, pretendía que también la llamara cuando termináramos y nos fuéramos a ir.
-Que sepas que, como te acuestes con Juan, me tiro a Jesús –le amenacé.
No se lo creyó e, incluso, se echó a reír después de oírme. Como os he dicho, me tocó mucho el coño y se me metió entre ceja y ceja que, esa noche, mi hermana tenía que tomar de su propia medicina.
Estaba hablando de follarme a mi cuñado, sí, pero porque él también tenía derecho a echar una canita al aire como hacía su mujer. Y como sabía que me iba a resultar difícil seducirle, no por falta de recursos sino porque iban a resultar insuficientes para romper la barrera familiar, no tuve reparos en pedir ayuda y mi amiga Nerea se ofreció gustosa a participar en la treta.
¿Os parezco una inmoral? Eso es porque no sabéis lo bueno que, encima, está mi cuñado.
Nerea y yo llegamos a la tienda un poco antes de las diez con un carrito del hiper en el que llevábamos dos bolsas isotérmicas grandes llenas de cerveza.
-¡Joder! Esa cerveza es como para que nos amanezca aquí.
-¿Cierras ya? Pues venga… Cenamos primero y luego nos ponemos los tres manos a la obra…
-¿Tú también piensas pasarte la noche probándote cosas? –preguntó Jesús. Nerea asintió- ¡Ay Dios!...
Mientras esperábamos que llegaran las pizzas que habíamos pedido en uno de los locales del centro comercial, comenzamos a quitar toda la ropa de los percheros y a amontonarla sobre una mesa para meterla luego en cajas. Como íbamos muy rápido, mi cuñado nos dejó a nosotras con la ropa y él bajó al almacén para traer las cajas. Volvió con ellas, nos las dejó junto a la mesa y se fue a tapar y desmontar el escaparate.
-Ya están aquí las pizzas.
Durante la cena nos reímos mucho. Se había creado un clima en el que nos encontrábamos cómodos y en el que existía la complicidad suficiente como para que Jesús ya bromeara con Nerea del mismo modo en que suele hacerlo conmigo, recurriendo mucho a las borderías y a la ironía. Mi cuñado estaba en su mejor versión.
Una vez hartos de pizza volvimos a ponernos manos a la obra. Nerea y yo bajamos a por las cajas con la ropa de las rebajas y Jesús se quedó terminando de desnudar a las maniquís del escaparate.
-Tu cuñado está tremendo y es una “hartá” de reír. Me tiene ya húmeda y eso que todavía no tiene ni puñetera idea de la que le espera esta noche.
-¿Soy una mala persona por hacerle esto a mi hermana?
-No, tu hermana se lo ha ganado… Él es quien puede salir mal parado, va a estar en el centro de una situación muy delicada… ¿Y si lo que queremos hacer esta noche hace que ya no te vuelva a ver con los mismos ojos?
-Eso no pasará. Si Jesús termina apuntándose a la fiesta, te aseguro que sabrá disimularlo. Tiene un par de muertos a sus espaldas que mi hermana desconoce y no los ha sospechado en su vida. Y, respecto a cómo reaccione conmigo,… Nos conocemos lo bastante bien como para superar una aventura de este tipo.
-¿Le ha puesto los cuernos dos veces a tu hermana?
-Cuando eran novios, pero esos no cuentan…
Continuamos con la charla mientras dábamos el viaje de unas cajas y otras. Las dos teníamos ganas de follarnos a mi cuñado, existían razones más que de sobra para que nos apeteciera. Por supuesto éramos conscientes de que podía no ocurrir y de que, si queríamos provocarlo, tenía que ser yo quien llevara la voz cantante en todo momento. Le conocía perfectamente y sabía interpretar todos sus indicadores así que estaba en disposición de llevarle a nuestro terreno analizando su comportamiento y sus reacciones ante lo inesperado.
Entramos en la tienda con las dos carretillas cargadas de cajas y las dejamos junto al mostrador de la caja para pistolear todo el género antes de colocarlo. Ese era el momento en el que elegía la ropa que me gustaba, mientras que Jesús la pistoleaba.
-¿Preparada? –le pregunté a mi amiga. Nerea me miró emocionada y asintió -¡Vamos allá!
Abrí la primera caja y empecé a sacar una por una cada prenda para ponerla sobre el mostrador. Mi cuñado, pistola en mano, disparaba sobre cada código de barras y luego, con el teclado, rellenaba diferentes campos en su base de datos mientras esperaba que le dijera en voz alta la descripción de cada prenda.
-Camiseta de la luna.
Con cinco o seis palabras era capaz de describirle cualquier cosa. La primera noche de las rebajas, hace cuatro años, mi capacidad de síntesis fue el tema estrella de la velada. Desde entonces forma parte del ritual y, en esta ocasión, me iba a servir además como primera herramienta para subir la temperatura. Y me dio por buscar descripciones sugerentes para ir controlando a mi cuñado.
-Blusa del escote peligroso… Por cierto nena, antes de que te pongas a elegir ropa como una loca, que te conozco, te aviso que aquí es la ropa quien te llama. Vas a ver muchas cosas chulísimas, este cabrón tiene mano para comprar, y querrás probártelo todo pero, hazme caso, deja que sea la ropa quien te elija a ti. Que sabrás cuándo sucede, ya verás…
Y, entonces, como si estuviera envuelto en una esfera resplandeciente que brillaba a su alrededor hasta deslumbrar, saqué de la caja el primero de los vestidos que me llamó.
-¡Mujer pecadora! –exclamé ensimismada- ¡Este me lo pruebo!
Era sencillamente alucinante. Un vestido vaporoso rojo pasión cuajado de pliegues que hacía que pareciera que se te podía ver todo con él puesto pero con el que, evidentemente, no se te veía absolutamente nada. Aunque sugería mucho…
A “mujer pecadora” se le terminaron sumando “vestido negro putón vinilo”, “shorts Jessica Simpson”, “falda Ibiza bajo la batista” y algún que otro trapito más y del mismo estilo. Nerea también eligió otras prendas como “Eso y ná es lo mismo”, una minifalda chulísima aunque excesivamente corta, o “¡coño con la monja!”, un vestido largo muy cerrado por delante pero extremadamente abierto por detrás. Casi como para enseñar la huchilla. ¡Una pasada!
Estudié a mi cuñado. Estaba totalmente cómodo y despreocupado, lo cual era buena señal. En estos momentos ya debía haber asimilado que Nerea y yo íbamos a probarnos toda esa ropa con nombres indecentes y que íbamos a enseñarle cómo nos quedaba para que nos diera su opinión. Y era ropa como para ponerse cachondo así que, si aún así seguía tan tranquilo, es que íbamos por buen camino.
Después de pistolear toda la ropa que teníamos repartida por los diferentes mostradores de la tienda, Jesús nos organizó para colocarla siguiendo sus particulares pautas. Mi cuñado tiene un don y, lo mismo que acierta todos los años con los complementos por los que apuesta, su forma de distribuir la ropa por la tienda termina siendo incomprensible pero fantástica. Mezcla las prendas pero, sin embargo, lo ves todo al primer vistazo.
Esta es la parte más coñazo de la noche porque, hasta que no se termina, no podemos probarnos la ropa que hemos elegido y, eso, la hace interminable. Pero, afortunadamente, desde la segunda noche de las rebajas cuento con un aliado que me hace esta parte mucho más entretenida: la botella de tequila.
La historia iba de descubrir por qué una prenda se ponía donde se ponía; De leer el pensamiento de Jesús, vamos. Y, si acertabas, ¡Chupito y reto! Luego, yo elegía una prenda, decidía dónde colocarla y era mi cuñado quien tenía que descubrir por qué. Y, si acertaba, ¡Chupito!
No lo hacíamos con todas las prendas, claro. Ya os he dicho que el método de mi cuñado es incomprensible. Pero había ocasiones en que la intuición te decía “Prueba ahora”. No solía fallar. Jesús fallaba más, pero yo mentía para que también bebiera. En esta ocasión, éramos dos para pensar y dos para mentirle. Había que desinhibirle.
No se nos dio mal del todo. Cerca de las dos y media de la mañana ya estaba la tienda montada. Solo quedaba que Jesús montara el escaparate y ese momento era el que utilizaba para probarme la ropa. Llegó el momento de empezar a provocar a mi cuñado con los trapitos que habíamos elegido.
Cogimos el primer modelito y nos metimos en el probador. Tiré de la cortina, pero sin mucho interés, porque parte del juego pasaba porque Jesús tratara de vernos. Mi cuñado me ha visto mil veces en ropa interior en casa así que tenía coartada para dejar la cortina así. No haberla cerrado habría sido demasiado descarado y, por supuesto, todas sabemos el morbo que les produce a los hombres eso de espiarnos por una cortina entreabierta... Pues había que dejarle que lo hiciera, era necesario.
Nos quitamos la ropa mientras vigilaba a Jesús con el rabillo del ojo por el espejo del probador. Tal y como suponía no perdía detalle. Me puse aquellos shorts tan escandalosos con una blusa de batista perforada blanca y esperé a que Nerea terminara de vestirse. Había elegido una minifalda negra con una camiseta roja que le dejaba toda la espalda al aire. Antes de salir del probador, le dije a Nerea que se quitara el sujetador para que la espalda de la camiseta luciera en condiciones. Jesús no quitaba ojo al hueco en la cortina tratando de ver todo lo que pasaba. Vi su cara en el espejo cuando Nerea se quitó el sujetador y lo supe: mi cuñado estaba listo.
Salimos para que nos viera y opinara. Desde mi punto de vista, íbamos vestidas exactamente igual que esas niñas que vemos en las discotecas y a las que, comúnmente, denominamos calientapollas. Y, por la cara que puso Jesús al vernos, parecía que efectivamente la habíamos calentado bien. Bueno, por la cara y porque lo primero que fue capaz de decir, y con evidentes muestras de cachondeo, fue: “desde luego… vaya par de zorrones”. Y tenía razón, eso mismo me parecía a mí.
Nos reímos y seguimos la conversación a esos niveles de coña desinhibida. Le pregunté a Jesús por su opinión como hombre, olvidando el lazo familiar que nos une. Quería hacer que fuera sincero para que sus propias palabras le fueran excitando. Y sus palabras fueron estas…
-Vais provocando las dos… ¡Y mucho! Porque… Joder Mayte, ¡mírate! Estás buenísima. El short te queda estupendo porque tienes unas piernas estupendas y el culito respingón. Y la blusa es sencilla pero morbosa porque se te ve por los agujeros de la batista y, eso, sumado a lo que se ve desde el escote, hace que lo primero que haga un tío sea imaginar el contorno completo de tus tetas... ¡Y como resulta que tú, encima, estás planita! -ironizó-. Pues eso, que te queda tremenda la ropa. Tu apareces así en un pub y haces lo que te de la gana con cualquier tío… Y Nerea… Eso de que la faldita sea tan corta que casi es cinturón pero que no enseñe nada es matador. Pero más matador es que sea tan ceñida de cintura porque permite seguir las líneas de tu cuerpo con la espalda que enseña la camiseta. Es ropa para triunfar por delante y por detrás. Por detrás por lo que te acabo de decir y, por delante… ¿Está muy frío el aire acondicionado? -volvió a bromear.
Los pezones de Nerea se marcaban fuertemente en la camiseta… Tomó aire para responder a Jesús pero se mordió la lengua. Su humor era así de directo a veces y, si no estabas acostumbrada, podía sentar mal. Pero Nerea es lista y supo reaccionar. Tras morderse la lengua, relajó el gesto.
Me di la vuelta y tiré de Nerea para llevármela de nuevo al probador, pero como si no pasara nada. No quería que mi cuñado pensara que había resultado ofensivo y se le cortara el rollo. Así que, esta vez, tiré con menos fuerza aún si cabe de la cortina y apenas se cerró.
Volvimos a quitarnos la ropa para hacer otra prueba. Seguía vigilando a Jesús por el espejo y no me sorprendió verle embobado mirándonos el culo. Las dos llevábamos tanga. Nerea uno estampado en colores chillones y yo mi clásico mini tanga blanco de hilillo. Nerea se puso frente al espejo y yo me coloqué detrás de su espalda para ayudarla con el vestido que se iba a poner. Al echarme para atrás terminé de abrir la cortina con el culo sin querer pero tampoco hice nada a continuación para evitarlo. Era un imprevisto interesante… Se lo comuniqué discretamente a Nerea quien, buscando el reflejo de Jesús en la lejanía para saber qué hacía, levantó los brazos sacando las tetas hacia el espejo para que le ayudara con el vestido ceñido que se estaba poniendo. Y tuvimos que aguantarnos la risa porque, en el espejo, vimos como a mi cuñado se le salían los ojos de las órbitas al ver las tetas de Nerea y como casi se mata cuando, al darse la vuelta para disimular, perdió el equilibrio y casi se da de cabeza con la mesa.
Salimos del probador y, mientras Nerea se plantaba delante de Jesús en plan modelo, yo me acerqué al carrito a sacar otra botella de tequila. Rellené los chupitos y le di uno a mi cuñado bromeando con que era para que se calmara tras el tropezón.
-Y estos, ¿Qué te parecen?- Pregunté a mi cuñado sobre nuestros modelitos.
-Mayte… Si es que cualquier cosa que os pongáis os queda para quitárosla enseguida!!-
Yo me había puesto la minifalda que se había probado antes Nerea y la había combinado con una mini camiseta elástica blanca de escote palabra de honor. El vestido de Nerea era negro de vinilo, tirantas al hombro y un escote tan grande que dejaba ver todo su canalillo pues terminaba más abajo del pecho. El vestido terminaba en minifalda justo por debajo de los cachetes. Así que las dos presumíamos de nuestras largas piernas, Nerea y yo somos altas, y también de tetas. Cada una de una manera. Yo con las mías rebosando sobre la camiseta y Nerea ofreciendo un generoso escotazo con un canalillo de vértigo.
-Me estáis poniendo malo…- dijo mi cuñado –esto no se le hace a un hombre casado.
-Olvídate de que lo estás- contesté –Si Claudia nos viera no le haría ni puta gracia… pero, como no está, pues ojos que no ven... Ha preferido que me quede yo contigo para ayudarte, ¿No? Pues, como sabe que yo aprovecho esta noche para probarme ropa y que tengo confianza contigo como para ponerme la que me dé la gana porque soy como soy, que apenque cuando se lo cuente. ¡Listo! esta noche no tienes esposa. Lo que tienes son dos amigas que te están ayudando con el cambio de ropa y con quien, además, te lo estás pasando bien. ¿O es que no te lo estás pasando bien?
-Por supuesto que sí- Y, acto seguido, rellenó los chupitos lamentándose por no tener una botella de ron y cola para tomarse una copa.
Pensó en abrir la tasca de Miguel y dejarle una nota. Pero le daba palo que los de seguridad bajaran y no se creyeran que es amigo del dueño. Le convencí para que se acercara y le dije que no se preocupara por los vigilantes, que ni se darían cuenta. Me asomé a buscar la cámara más cercana y, cuando la vi, encontré la manera de tenerles entretenidos por si acaso.
Ni corta ni perezosa me salí en medio del pasillo del centro comercial y me puse de cara a la tienda, hablando y gesticulando como si estuviéramos montando el escaparate. Jesús salió al momento y echó a andar hacia la tasca de Miguel, que estaba al final del pasillo, con la tranquilidad de saber que los de seguridad preferirían quedarse viendo a una mujer como yo, vestida con las pintas que llevaba, antes que saber a dónde iba él. De hecho, volvió casi enseguida y en ningún momento escuchamos ruidos de que se abriera ninguna puerta ni nada parecido.
-Esas ideas solo se te pueden ocurrir a ti- me dijo mientras ponía tres copas –Sólo tú serías capaz de salir así vestida a encubrir a tu cuñado… Tenía que haber salido Nerea que va un poco más tapadita. O tú… con el vestido de Nerea, que tampoco debe quedarte mal-
Le miré con ojos picarones y sonreí. A continuación me quité la ropa allí mismo y desabroche la cremallera del traje de Nerea para que me lo diera. Me quité el sujetador, lo dejé sobre la mesa y me enfundé el traje de vinilo. Mi cuñado no sabía cómo reaccionar. Por un lado se sentía obligado a frenar un poco la desinhibición que llevábamos pero, por otra parte, estaba tan caliente que quería seguir disfrutando del momento. Más aún si tenemos en cuenta que, al darme su vestido, Nerea se acababa de quedar en tanga y tacones y no parecía tener prisa por volver a vestirse.
Estábamos en el momento crucial de la noche. Cualquier reacción podía hacer que desembocara en finales diferentes y yo sabía perfectamente cuál era el que quería. A mí me apetecía tener sexo con mi cuñado y Nerea era de la misma opinión. Estábamos en silencio pero, seguramente, los tres estábamos pensando muy rápido. Yo miraba a los ojos de mi cuñado tratando de escudriñarlos y él me miraba y miraba hacia Nerea que, prácticamente desnuda, se había dado la vuelta para mirar la ropa con su copa en la mano. Jesús estaba en una encrucijada y no sabía qué hacer, qué dirección tomar.
Había que darle un empujoncito así que me planté delante suya y le pedí que me ayudara a quitarme el vestido. Bajé la cremallera del costado y puse sus manos en mi culo para que fuera tirando del traje hacia arriba. De manera temblorosa, aún sin seguridad, las manos de mi cuñado comenzaron a enrollar el vestido subiéndomelo por las caderas. A cada poco que avanzaba y rozaba sus palmas contra mi piel, me iba apretando con más seguridad, como si ya hubiera tomado su decisión. Y tan decidido estaba que, cuando sus manos llegaron a la altura de mis pechos, no dudó un segundo en recrearse momentáneamente con ellos antes de terminar de sacarme el vestido por encima de la cabeza.
-Por más que os miro y que miro mi ropa no entiendo cómo puede gustarte tanto si no tengo nada que haga justicia a los tipazos que tenéis- dijo.
-Pues, porque a la calle no es conveniente salir desnuda Jesús y hay que ponerse algo… Aquí dentro es otra cosa... - contesté.
- Y que yo pienso quedarme así hasta que nos vayamos -añadió Nerea-. ¡Cómo para estar vistiéndome y desvistiéndome cada vez que me vaya a probar algo! No te molesta, ¿No?-
-Por supuesto que no- respondió Jesús –Eres libre de ir desnuda si quieres. Aunque te recuerdo que esto es un centro comercial y que, con lo de las rebajas, hay más gente en otros locales y podría aparecer alguien en cualquier momento-
-¡Bah! Tranquilo…-le replicó– Si te soy sincera, incluso me da morbo eso de que me puedan ver…
Nos acercamos a la mesa de dentro para coger otros dos modelitos que probarnos y Jesús vino con nosotras. Mientras decidía qué elegir de parte de arriba para combinarla con la falda que tenía en la mano busqué a mi cuñado para pedirle consejo y me encontré con un voluptuoso paquete bajo sus pantalones que llamaba poderosamente la atención. Solté la falda para desabrocharle el pantalón y se sobresaltó.
-Mayte ¿Qué estás haciendo?- me dijo.
-Es obvio- contesté sin detenerme –te estoy desabrochando el pantalón porque te ha crecido un bicho ahí dentro y se va a asfixiar como no le dejes respirar-
Se puso rojo y, casi de inmediato, se echó a reir. Tiré fuerte de los pantalones hacia abajo y lo dejé con los bóxer. Él, por su parte, aprovechó también para quitarse la camiseta y, conforme volví a ponerme recta tras haberme agachado por lo de los pantalones, me cogió con una mano del culo y me apretó contra él para besarme en la boca.
Se me activaron de golpe todas las terminaciones nerviosas del cuerpo y, como un latigazo, un escalofrío me recorrió de arriba abajo erizándome toda la piel. Sentí su pecho sobre mis endurecidos pezones y le contesté al beso metiendo mi lengua todo lo que podía en su boca como si aquel fuera el beso que llevaba toda una vida esperando.
Después de comernos la boca durante unos apasionados segundos, nos separamos un poco. Sabía que tenía que pasar, que Jesús respondería en cualquier momento a nuestra provocación sexual pero que se detendría para intentar no cometer algo que era un error. Le mantuve la mirada al separarnos. La lascivia aún se veía en sus ojos y yo la exageraba en los míos. Le estaba diciendo que no parara. Y, antes de que le diera tiempo a abrir la boca para darme la explicación correspondiente sobre mi hermana Claudia, le interrumpí yo.
-Ya, ya lo sé. Esto no está bien porque bla bla bla… A ver Jesús, tienes treinta y dos añicos ya y sabes perfectamente lo que está pasando aquí desde que Nerea y yo entramos antes por la puerta. Si yo, que soy la hermana de Claudia, estoy tonteando contigo hoy es porque me apetece y porque tendré mis motivos para hacerlo, ¿No crees? Pues también he hecho más cosas… He analizado las posibles consecuencias y, como no tengo la más mínima intención de decirle nada a Claudia, y supongo que tú tampoco, pues Nerea y yo queremos darte un regalito esta noche porque te lo mereces. ¿Te parece bien?
Y, dicho esto, Nerea se puso de rodillas delante suya sin darle tiempo a reaccionar, tiró de los bóxer hacia abajo y empezó a comerle el rabo mientras que yo volvía a pegar mi cuerpo contra el suyo y a besarle apasionadamente la boca.
Me trincó con fuerza con una mano por el culo y, con la otra, apretó la cabeza de Nerea. Me sobaba, quería colarme los dedos por la raja, buscarme el coño desde atrás y me apretaba con fuerza contra sí para poder ganar todos los centímetros que fueran posibles para conseguir su objetivo de mojarse los dedos con mis flujos. Porque, evidentemente, ya me tenía chorreando y lo sabía.
Antes de que lo consiguiera me separé de él y me fui hacia una mesa de la tienda. Apoyé las manos sobre ella, de espaldas a mi cuñado, y tras encontrar la posición que, para lo siguiente, me iba a resultar más cómoda, me llevé las manos al elástico del tanga y tiré de él para abajo. Cayó al suelo, me lo saqué, abrí un poco las piernas y volví a apoyar las manos sobre el cristal mientras le miraba.
-Fó-lla-me -silabeé sin emitir sonido alguno. Me entendió perfectamente.
Desplazó dulcemente a Nerea, que dejó lo que estaba haciendo para ver qué venía a continuación, y se vino hacia mí. Se puso detrás mía, me penetró, me cogió por las caderas y empezó a darme candela. Nerea entonces cogió un taburete de uno de los probadores, lo plantó en medio de la tienda y se sentó de costado a nosotros para masturbarse viendo nuestro reflejo en el espejo de ese mismo probador.
Cuando vi la perspectiva me puse cachondísima. Veía a Nerea, de costado, adivinándole perfectamente el contorno de una teta . En el reflejo, la veía de frente, abierta de piernas como estaba y, a sus espaldas, se veía al fondo la puerta de la tienda, ¡que seguía abierta!
En el espejo, no nos veía a Jesús ni a mí, cuestión de ángulo. Pero, quien pasara por la puerta, vería a Nerea, de carne y hueso y también en el espejo, y vería nuestro reflejo. Se me fue la olla. Empecé a mover las caderas buscándole yo también mi ritmo al polvo. Qué manera de gozar.
-Mmmmmmmmm -gemí. La cosa iba de puta madre.
Empezó a sonarme el móvil. Me cabreé porque sabía que tenía que cogerlo, tenía que ser Claudia.
-Cámbiame el sitio -le dije a Nerea.
Se levantó del taburete y se fue hacia la mesa. Solo que, en vez de adoptar mi misma posición, ella se subió encima, se sentó al borde y, luego, se dejó caer hacia atrás apoyando toda la espalda y la cabeza sobre el cristal. Jesús empezó a follársela.
Tenía el móvil en el mostrador, que queda pegado a la puerta.
- Qué error más grande -pensé.
Pero mi preocupación era porque, tenerlo ahí, era un objetivo fácil para ladrones. Es lo primero que se piensa. Luego, al cabo de un segundo, cuando me vi desnuda andando hacia la puerta de la tienda, me volvió a envolver el halo de morbo y placer que teníamos de puerta para adentro. Llegué al mostrador y cogí el móvil y, en vez de volverme para dentro, respondí quedándome allí mismo, a la vista de un amplio espacio del pasillo del centro comercial; Echándole un vistazo a la media docena de locales que podía ver.
- ¿Qué pasa? -había visto su nombre en la pantalla. Efectivamente, era mi hermana-. Claro que seguimos aquí -se me ocurrió un disparate y salí de la tienda-. ¿Oyes el eco de un enorme pasillo vacío? -le dije sarcásticamente mientras, un latigazo de excitación, me recorría el cuerpo tan solo de saber que, la cámara de antes, seguía en su sitio-. Aún nos queda un buen rato. Supongo que llamas para decirme que a ti también... ¡Me parece fatal!
Mientras escuchaba sus excusas y sus historias para tratar de convencerme de que no podía evitar liarse con Juan, la inercia me llevó a dar un pequeño paseo haciendo ochos. La primera vuelta fue muy recortadita, cerca de la puerta de la tienda, pero, la segunda, me llevó a alcanzar la mitad de la anchura del pasillo.
Desnuda, en tacones y con el móvil en la mano. Más temprano que tarde seguro que el vigilante de seguridad se daba un paseíto por esta zona del centro comercial.
Volví a entrar en la tienda. El paseíto me había sorprendido, me había excitado la sensación a espacio abierto que me daba la amplia galería del centro comercial y, también, que el segurata me hubiera visto. Reconozco que me puso nerviosa lo de que pudiera aparecer y que, por eso, había vuelto a entrar en la tienda. Pero mucho miedo no me daría cuando volví a dejar la puerta abierta y, esta vez, de frente a la misma y a estos dos, que seguían follando pero pendientes de mí, me senté en el taburete y empecé a acariciarme con las piernas bien abiertas.
- No, lo que me parece es que no tienes vergüenza -seguía diciéndole a mi hermana-. Te he dicho que, como lo hicieras, me follaba a Jesús y pienso hacerlo, ¡Vaya si pienso hacerlo! ¿Que no te lo crees?
Jesús y Nerea habían parado, mi cuñado me miraba desencajadamente intranquilo. Como si presintiera que Claudia y yo estuviéramos hablando de lo que, efectivamente, estábamos hablando: De que su mujer le engañaba.
Le hice a mi cuñado un gesto de despreocupación con la cara, levantando varias veces la barbilla para que volviera a lo que estaban haciendo. Luego le sonreí pícaramente acariciándome el clítoris.
-Fó-lla-me -le volví a silabear sin emitir sonidos, justo antes de seguir hablando con mi hermana-. Mira, Claudia, que ya eres mayorcita. Tú sabrás lo que haces y tendrás que apechugar con las consecuencias. Que no te espere despierto, ¿No? Vale...
¿Qué está haciendo Claudia? -me preguntó mi cuñado en cuanto le colgué a mi hermana.
Follando otra vez con Juan -le contesté a bocajarro y con toda la intención.
Conocía el caracter de mi cuñado. Aquello le iba a provocar una rabia inicial que tendría que expulsar por alguna parte. Y, teniendo en cuenta lo que estaba pasando en la tienda en esos momentos, ese “alguna parte” probablemente se tradujera en un “follando como un desalmado”. Acababa de asegurarme un tío con ganas de follar durante horas.
Me levanté del taburete y me senté en la esquina de una mesa paralela a la de Nerea, con las piernas colgando una a cada lado del vértice del cristal.
- Yo soy la hermana que te mereces -le terminé de decir.
Volvió a desplazar dulcemente a Nerea y vino a buscarme. Se plantó frente a mí, me echó levemente hacia atrás, para que me apoyara con los antebrazos sobre el cristal, me penetró y empezó a embestirme.
Comenzó con mesura pero con bravura, me sostenía la mirada y miraba con lascivia. Pero se le rompió la cara...
Poco a poco fue empezando a apretar los labios mientras que se le vidriaban los ojos. Seguía mirándome. Y, desatando la rabia que tenía que salir, fue aumentando la intensidad de sus embestidas mientras comenzaba a llorar.
- Yo estoy contigo -le dije tras contener fuerzas para sonar a serenidad y amparo más que a jadeos y sílabas entrecortadas-. Fó-lla-me -dije después. Y, esta última vez que silabeé, sí que lo hice en voz alta.