La noche de las luces

Ángel lleva tiempo queriendo confesar sus sentimientos a David, pero su timidez y su vergüenza le impiden dar el paso. ¿Conseguirá su objetivo si le lleva a un rincón apartado durante una noche especial?

Ángel llevaba todo el curso queriendo decírselo a David. Que le amaba con locura. Pero no encontraba la ocasión perfecta. Porque jamás se sentía con el coraje suficiente para decírselo. Y, por cada intento fallido, lo dejaba para el futuro, diciéndose que mañana lo haría, o que a la semana siguiente sería mejor. Y así, poco a poco, se había convertido en un procrastinador de talla profesional y las clases se habían acabado. Y con ellas había llegado el verano.

¿Qué era lo que le retenía sus palabras dentro de su boca? Ni él mismo lo sabía. Y no es que la falta de oportunidades hubiese sido un impedimento. Se sentaban codo con codo en clase, en los recreos pasaban tiempo juntos como un buen par de amigos, a veces acompañados del resto de su pandilla, también habían quedado algunas tardes para salir… Incluso durante el verano, que había pasado largo y lento, habían estado juntos para ir a la piscina, a salir de marcha y, cuando llegaron las ferias con motivo de las fiestas, también estuvieron juntos, a veces ellos dos solos, a veces con el resto de la pandilla. Miles de oportunidades al alcance de la mano que se le escaparon entre los dedos por su inacción. Pero, ¿qué era lo que le retenía?

Tal vez fuese por timidez. Cada vez que Ángel miraba a David, era como si una cremallera se cerrase sobre sus labios. Al menos hasta que le preguntaban algo, le hacían hablar y él soltaba algunos balbuceos errabundos que a veces provocaban la risa de sus compañeros. Y también de David, por supuesto… Acaba enrojecido por la vergüenza, por haber quedado en ridículo delante de él… Pero no podía evitarlo, era como algo mecánico e innato en él. Era toda una ironía. La persona a la que más quería hablar y a la que menos podía hacerlo. Por lo menos, le gustaba pensar que, si eso no era una prueba del amor que sentía por él, no había nada más que lo pudiese probar

Tal vez fuese su cuerpo. David era apuesto, no, lo siguiente. Tenía la piel oscura y los rasgos propios de su largo árbol genealógico venido de otros continentes, ligeramente mezclados con unos pocos rasgos occidentales. A pesar de su combinación de sangres y herencias y sus raíces, todavía parecía un chaval exótico venido directamente de algún país de África. A veces, cuando no podía controlar impulsos más bajos, Ángel le había imaginado como un Tarzán. Sus ojos también eran oscuros, y su pelo era una mata no muy abundante de rizos, compacta y espesa, que a Ángel le encantaría acariciar alguna vez. Era alto, metro noventa por lo menos, y tenía un cuerpo fino pero potente. No tenía una musculatura gruesa ni dura, de abdominales abultados y pectorales de hierro, pero era fibroso y estaba bien formado, a base de practicar su deporte favorito: el baloncesto. Ángel sabía cómo era de cuerpo gracias a que le había visto sin camiseta en alguna ocasión. Pero nada más.

Una cosa que tenía clara era que la sexualidad no era un impedimento. Tal vez se podía pensar que Ángel no decía nada por miedo al rechazo, que David fuese hetero y dejase de quedar con él, de ser su amigo y que se alejase si se lanzaba a por él. Pero ese frente lo había dejado de lado hacía tiempo, cuando vio por casualidad su foto en una aplicación de citas gays. Entonces también estuvo tentado de escribirle, desde la protección que le confería el anonimato de Internet. Y aunque llegó a escribir un extenso mensaje para enviarle, no llegó a dar a enviar y el mensaje se perdió dentro de la  tecla de borrar.

Entonces, ¿qué le impedía dar el paso? Ángel no tenía ni idea, y la impaciencia le comía por dentro. Así, se le había escapado todo el año académico, el verano, las fiestas y la feria, sin atreverse a nada. Detestaba la idea de esa idílica oportunidad perdida, del típico romance de verano que acaba con final feliz. Pero todavía no se había rendido y pensó en un nuevo intento con la celebración del fin de las fiestas. Durante la última noche, todo el pueblo siempre se congregaba para ver cómo el cielo nocturno se iluminaba con los colores y las luces de centenares de fuegos artificiales que volaban hacia el cielo, explotando en una miríada de formas y un inigualable espectáculo. Ángel conocía un rincón junto al río donde se podían ver con todo lujo de detalles. Oculto tras los árboles, sobre una pradera de hierba suave, privado y discreto junto al río, invitó a David a que fuese allí a verlos con él. Como un secreto que un amigo le cuenta a otro para que se lo guarde. Podía darse la posibilidad de que se negase, prefiriendo quedar con los demás miembros de su pandilla. Pero, por suerte, él aceptó.

La noche llegó. Ángel encontró su espacio libre, como todos los años. La zona estaba bastante oscura, sin que las luces urbanas llegasen a ese pequeño rinconcito. Tendió una manta en el suelo y se sentó a esperar, mientras escuchaba el arrullador sonido del agua fluyendo. Todavía quedaba bastante para que el espectáculo empezase, así que sacó su móvil y aguardó. Al poco rato, oyó el crujir de una rama a su espalda que le hizo sobresaltarse. Esperaba que no fuese alguien extraño que había descubierto ese calvero de pura casualidad. No, no era así; era David.

-¿Ángel?-oyó que llamaba.

-Estoy aquí.

-¡Tío, vaya sitio has ido a encontrar! ¡Me ha llevado un buen rato encontrarlo! ¡Y no se ve nada!

Ángel le guió a su lado con la luz que emitía el móvil. Como buenos amigos, chocaron las manos y David se recostó sobre la manta; tan largo era que sus piernas sobresalían. Vestía su camiseta favorita de baloncesto, de tirantes y de un llamativo color rojo; unos pantalones deportivos cortos que le llegaban por encima de la rodilla; y unos playeros con calcetines. Parecía listo para salir al campo a jugar y a darlo todo.

-Vaya rinconcito te has ido a buscar…

-Es un buen sitio-respondió Ángel-. Aquí nadie nos molestará.

-¿Y por qué quieres que no nos molesten?-preguntó David, con sorna.

Ángel se mordió el labio, vacilante. Tal vez esa invitación resultase harto sospechosa. Tal vez no debiera haberle invitado, en primer lugar. Estaban solos, sin nadie que les viese, sin nadie que les pudiese sorprender. Lo que allí dijesen, allí se quedaría, siempre y cuando ninguno de los dos se lo contase a terceras personas. Solo tenía que decirlo, de golpe, sin pensar. Pero empezaba a arrepentirse, a sentirse cohibido, y la cremallera se volvió a imponer en sus labios. Esa maldita cremallera y el nudo en la garganta. Emitió un leve gruñido gutural, lo único que pudo proferir, que David no llegó a captar.

-Podríamos haber invitado al resto de amigos-dijo David-. Nos traíamos unas bebidas, unos snacks, y podíamos montar aquí una buena fiesta.

-No… No puede ser…

-¿Por qué no?

Ángel pensó durante lo que dura un segundo. Luego sus palabras empezaron a brotar, como el chorro incesante de una fuente. Estaba nervioso. Ni siquiera se paraba a razonar lo que decía.

-Porque no puede ser. Porque si les invito, todo el mundo lo conocería. Y dejaría de ser un sitio especial. Y, si no fuese especial, no podría seguir viniendo aquí. Ni tú tampoco vendrías. No te quedarías solo conmigo. No sería lo mismo, ¿entiendes? No me gustaría que lo conociese todo el mundo.

David le miró con extrañeza. Era más que evidente que algo le enervaba.

-Está bien… Lo entiendo, es un buen sitio.

-Gracias…respondió, aliviado.

No había notado el deje de voz de David. No había terminado de hablar.

-¿Y por qué me has invitado a mí? Has dicho que quieres estar solo conmigo… ¿Por qué?

Hubo cierto retintín en la segunda pregunta. Sin darse cuenta, Ángel se había ido de la lengua. La vergüenza empezó a encenderle las mejillas una vez más. Por suerte, había suficiente oscuridad como para que no se distinguiese cómo se ruborizaba.

-Pues…-balbució-. Porque eres un buen amigo mío… Y quería que conocieses este lugar… A mí me gusta. Y estaba seguro de que a ti te gustaría…

-Sí, me gusta-respondió. Y luego volvió el retintín-. Pero, ¿por qué a mí en concreto? Tenemos muchos amigos más, al fin y al cabo…

¿Era su impresión o la temperatura había subido de repente?

-Yo, porque… Yo…

Una cosa que suelen tener las gentes de piel oscura es que el blanco de sus ojos se vuelve más llamativo por el contraste. Y Ángel podía ver los de David mirándole fijamente, como dos flechas que están a punto de ensartarle.

-Yo… Yo…

-Porque no es cuestión de dejarles de lado. Son buenos amigos, ya sabes…

Hablaba con tanta normalidad. Y a Ángel se le atragantaban las palabras en la cabeza, en un barullo que parecía un nudo gordiano.

-Porque… Porque yo… Te amo…

El volumen de su voz bajó hasta mínimos cuando dejó escapar esas dos palabras clave. Hasta una hoja cayendo al suelo se habría oído más alto.

-Perdona, ¿qué has dicho? No te he oído bien.

Ángel lo repitió, pero apenas subió una dieciseisava parte el volumen. David insistió. La conversación entró en un bucle, en el que Ángel apenas alzaba la voz y David le pedía con educación que hablase más alto. Y, finalmente, Ángel estalló.

-¡Que te amo!-gritó, incómodo por la presión liberada-. ¡Ya está, ya lo he dicho!

-¿Ves? No ha sido tan difícil, ¿a que no?

Sus palabras y la manera tan indolente en que las dijo extrañaron a Ángel. Los engranajes de su mente empezaron a moverse y llegaron a una conclusión que no quería aceptar, pero que parecía extrañamente lógica, dadas las circunstancias. ¿Acaso…?

-¿Qué has dicho?-inquirió Ángel.

-Que no ha sido tan difícil. No tenías más que decirlo y ya está.

-¿Ya lo sabías?-preguntó, atónito.

-Pues claro-dijo él, con indiferencia.

-Pero… ¿Cómo?

-Vamos, Ángel. Era más que obvio. Todos nos habíamos dado cuenta de cómo me mirabas. Habría que ser muy tonto para no percatarse.

La confesión le pilló desprevenido. ¿Lo sabía desde el principio? Ahora se sentía estúpido.

-¿Y por qué no me dijiste nada?

-Se te veía bastante cohibido y no quisimos decir nada. Para que te tomases el tiempo que necesitases. De hecho, hicimos una apuesta para ver cuánto ibas a tardar en decírmelo. Aunque creo que ninguno hemos ganado.

Ángel se sintió ofendido. Habían jugado con él. Sus propios amigos, las únicas personas fuera de su familia en las que podía confiar, habían estado jugando con él a raíz de sus sentimientos encontrados. Sin embargo, también se sentía aliviado de ver que no había nada grave, nada que temer.

-Entonces… ¿Tú a mí también me amas?

David le sonrió.

-Pues claro. ¿Cómo no podría amar a alguien que le ha puesto tanto empeño?

Ambos se sentían llenos de alborozo. Por fin podían tener un romance, sin que las palabras se le atragantasen en la boca. Había algo incómodo en esa situación: había permanecido tanto tiempo atascado, queriendo quitarse ese peso de encima, que se había acostumbrado a él. Y, ahora que se había ido, parecía echarlo de menos. Sin embargo, el desenlace final también le llenaba de alegría. Había hecho frente a sus inseguridades. Y, al final, las consecuencias no habían sido tan malas. De hecho, habían sido mejores de lo que se imaginaba.

Ángel se recostó junto a su ahora novio y ambos se besaron. El primer tacto de sus labios… Tal vez fuese su imaginación, pero Ángel creyó distinguir un cierto regusto a chocolate. Aunque, de repente, se le pasó un pensamiento por la cabeza y cortó el beso.

-¿Se lo contaremos a los demás?

-Como tú quieras. Si todavía no te atreves, guardamos el secreto y ya está.

-¿Pero ellos lo saben? Quiero decir… ¿Saben que estaba por ti?

-Por supuesto. Lo hemos comentado muchas veces. Incluso me creé una cuenta en una aplicación de citas para ver si me encontrabas por ahí y así te atrevías a dar el paso.

-Entonces no pasará nada si se lo decimos…

-Para nada.

-Está bien…

Los dos se quedaron allí echados, mirando al cielo nocturno a la espera de que comenzase el espectáculo de todos los veranos. Ambos se quedaron en silencio; todo lo que había que decir, ya se había dicho. Estaban satisfechos y plenos dentro de esa burbuja de calma, pues por fin se habían hecho realidad sus sueños. Sentían el tacto, la respiración, la presencia del otro a su lado, y no hacía falta nada más. Sus manos contiguas se entrelazaron, creando el primer sello de su recién fundada relación.

Así pasaron algunos minutos, con una quietud inamovible que acompañaba a ese romántico y mágico momento. Ángel se sentía dichoso, pero ahora que se había disipado, le embargaba la curiosidad. La intriga por experimentar cosas nuevas. Alzó la mano y se puso a acariciar el brazo de David. Era suave, sin apenas vello, y podía sentir su bíceps, su musculatura debajo de la piel.

-¿Qué haces?-preguntó este al sentir el contacto de sus caricias.

-Nada… Solo imaginaba…

-¿Y qué te estabas imaginando?

Ángel se limitó a hacer una mueca cohibida. Se le aventuraba tabú la palabra que empezaba por F. Pero David comprendió de inmediato.

-¿Ya tienes ganas?-inquirió de forma socarrona-. Pero si apenas llevamos…-miró el reloj de su móvil-diez minutos juntos. ¿No es un poco pronto?

-Ya lo sé… Pero jamás he estado con nadie y…

-Y tienes ganas de perder la virginidad y consumar el noviazgo, ¿no es así?

Ángel asintió, mientras se sentía enrojecer de nuevo. David realmente no tenía pelos en la lengua a la hora de hablar.

-Bueno, este es un sitio muy romántico-respondió, con voz melosa y sugerente-. Y estamos solos. Dudo que nadie nos vaya a ver aquí.

Cierto, siempre quedaba la posibilidad de que alguien apareciese, habiéndose extraviado de su camino, y les pillase con las manos en la masa. Aunque Ángel había estado allí cientos de veces, jamás había tenido que sufrir el intrusismo de algún desconocido. Pero siempre se aventuraba la posibilidad, allí al aire libre, en una zona tan pública por la que no había veto de paso. Y era una noche tan espléndida, tan maravillosa…

-¿Tú quieres?-preguntó David, acariciándole una mejilla.

Ángel sintió un cosquilleo en el bajo vientre. Su cuerpo parecía decirle que estaba listo para dejar la inocencia atrás.

-Sí, me encantaría…-musitó.

-Está bien…

David sonrió. Ambos se incorporaron, pasando de estar echados a sentados, y se abrazaron. Sus labios se juntaron, buscando unirse con el alma del otro. No parecían tener experiencia previa, pero habían visto lo que ha de hacerse con anterioridad, en medios audiovisuales, y tenían una ligera idea. Los labios de David eran más carnosos y su boca algo más grande, con lo cual no tardó en tomar la iniciativa, buscando llegar aún más lejos en ese beso apasionado. Era una noche fresca, aún más a las orillas del río, pero ambos sintieron un calor que les subía desde el pecho y empezaba a dominar sus cuerpos.

Tras un rato, cortaron el beso para empezar a desnudar sus cuerpos. Ángel se quitó su camisa para revelar su cuerpo fino y delgado, sin ningún tipo de potencia muscular y con unas costillas que, a pesar de no ser alguien que pasase hambre, se reflejaban un poco en su piel. David se retiró su camiseta, mostrando su cuerpo igualmente fino, pero mejor formado. Era un contraste muy acusado, no solo por sus formas físicas y su falta de vello corporal. Ángel era de piel blanca, ligeramente morena, y pezones sonrosados, mientras que la de David era oscura y sus pezones aún más oscuros. Ángel ya lo había visto con anterioridad, pero jamás tan de cerca. Y por fin pudo hacer algo que llevaba tiempo deseando: tocarlo. Sintió cada una de las fibras de sus músculos bajo la piel, los altibajos que creaban como dunas del desierto y cómo se conectaban con los brazos que ya había rozado, manteniendo ese mismo tacto de cuero suave….

-¿Te gusta lo que tocas?-preguntó, divertido.

-Mucho…

Recorrió todo la parte superior de su cuerpo con la palma abierta, dejando que jugase y se adaptase a los distintos desniveles mientras se besaban con pasión. A veces cerraba un poco los dedos, y sobaba ciertas partes con las yemas, como un gato que se rasca las uñas. Aferraba esos pectorales, tan tentadores; esos hombros, que tantos triples habían ayudado a marcar; y esa espalda, tan recta y tan firme… Era tan bello como una estatua griega, hecha de bronce en vez de mármol. Y, de manera inconsciente, Ángel iba bajando poco a poco. No pasó desapercibido para David cuando rozó la goma de su pantalón e introdujo un poco las puntas de los dedos.

-Creía que querías tomarte tu tiempo-comentó, con fingido reproche.

-He esperado demasiado…

-Está bien… ¿Quieres que me quite todo?

-Por favor…

-Pero tú también has de hacer lo mismo.

-Pues claro.

Ángel llevaba unos pantalones vaqueros estilo pirata. David sus pantalones cortos de deporte. Ambas prendas se deslizaron por las piernas de sus portadores. Debajo, Ángel llevaba unos calzoncillos tipo slip, mientras que los de David eran unos bóxers, ninguno de los cuales podía ocultar sendas erecciones.

-¿Más?-preguntó el jugador de baloncesto.

-Más-respondió su novio.

Dicho y hecho. La última pieza de ropa cayó junto al resto y los dos se pudieron admirar por primera vez. El pene de Ángel era normal, no muy grueso, sonrosado en la punta y con un pequeño arbusto castaño en la base. David, sin embargo, hacía honor a los típicos estereotipos sobre la virilidad de los hombres de color. Tenía una barra de chocolate negro bien gruesa y venosa, lo suficiente como para que Ángel pudiese rodearla con sus dedos índice y pulgar, aunque su mano entera no abarcase ni de lejos su total longitud. En la punta, una preciosa corona de chocolate con leche, y unas pocas virutas de pelo en la base.

Cada uno cogió la hombría del otro y empezaron a abarcarla, de arriba abajo. Ninguno de los dos había sido tocado por otra persona ajena antes, pero no había incomodidades entre ellos. Solo amor y excitación.

-¿Te gusta?-inquirió David, con erótica melosidad.

-Es muy grande…

-¿Quieres sentirla dentro de ti?

-Sí, pero… No sé si voy a poder.

-Poco a poco… Con tiempo y con paciencia…

-Está bien.

Ángel se recostó de lado, dándole la espalda a David. Él se situó de la misma índole y dirigió su miembro hacia su retaguardia. Infiltró el glande por la rendija, en busca del ansiado agujero.

-Tienes que abrirte un poco de piernas.

-De acuerdo.

Ahora sí que tenía espacio. David tocó con la punta el orificio en forma de estrella y empezó a empujar y forzar, encontrando algo de resistencia. Ángel sintió el empuje y la primera oleada de dolor.

-¡Para! ¡Más lento!

-Perdona…

El principio era doloroso. David era más grande de lo que Ángel podía soportar con su cuerpo desacostumbrado al ritual del amor. Las punzadas de dolor fueron frecuentes, pero poco a poco sus músculos se fueron relajando y contrayendo, y poco a poco iba aceptando esa nueva sensación que su novio le daba. El dolor fue remitiendo y, pronto, gimió de placer.

Finalmente, las caderas de David chocaron contra las nalgas de Ángel. Y, casi como si fuese una celebración, el primer cohete estalló en el aire con un fuerte estruendo. Se les había olvidado para qué se encontraban allí. Una coordinación milimétrica.

-Es precioso-musitó Ángel, observando los colores que se desperdigaban por el cielo nocturno.

-Siempre lo han sido.

-Y aún más cuando se está tan bien acompañado.

-Por supuesto…

El espectáculo de fuegos artificiales empezó poco a poco a escalar en intensidad y colorido en el cielo. Y, en la tierra, Ángel y David iban progresivamente aumentando la pasión de su amor. David parecía un amante experimentado, tratando a Ángel con generosidad al principio, pero luego embistiéndole con vigor. Ambos gimieron de placer mientras las explosiones se sucedían sobre sus cabezas. La luz se reflejaba en sus cuerpos desnudos, con su gran multitud de colores, iluminando la oscuridad que les rodeaba. Sus pieles se tocaron, se rozaron, mientras consumaban su amor con furia y con entusiasmo. Llegaron hasta el punto de que, cada vez que David embestía contra el culo de Ángel, venía acompañado con una explosión en lo alto perfectamente coordinada. La tensión iba acumulándose en el pene de David, al igual que Ángel lo hacía en el suyo con su propia mano.

Y, con el estallido de la traca final, sus fuentes de leche hicieron lo propio. El semen se derramó sobre la hierba que les rodeaba y sobre la manta, pero estaban pletóricos. Como la calma que sigue a la tormenta, allí quedaron ambos recostados, sus pechos luchando por recuperar el aire, sus corazones latiendo con toda fuerza. En lo alto, el humo de los muchos kilos de pólvora quemados empezaba a disiparse. En sus oídos resonaba el silencio, fuerte contraste con el alboroto precedente.

-Ha sido magnífico…-musitó Ángel.

-¿El qué?-preguntó David-. ¿Los fuegos o lo que acabamos de hacer?

-Ambos…

David fingió molestia. Había comparado sus dotes amatorias con un espectáculo de luces y colores claramente inferior.

-Pero te perdono-dijo-. Y no te preocupes; no le contaré nada de esto a los demás.