La noche de las Lágrimas de San Lorenzo

Un buen momento para tener sexo es la noche más especial de agosto; la noche en la que se produce la lluvia de estrellas de las Perseidas, también conocidas como Lágrimas de San Lorenzo.

Subo a la terraza a contemplar las  Perseidas. Despliego una pequeña colchoneta y me dispongo a disfrutar del firmamento, aun sin entender apenas de constelaciones. Sólo sé que a partir de esta ahora podrán verse estrellas fugaces, que hay que mirar al norte y que es mejor tumbarse en el suelo. Pasan los minutos y sólo cuento los murciélagos que pasan por el cielo y me pregunto si también volarán a 59 kilómetros por hora, como han dicho en las noticias que lo harán las Perseidas. Oigo a unos gatos maullar y tus pasos subiendo por las escaleras, despacio y a oscuras.

Vienes con un cubata en la mano y una lata de refresco en la otra. Cuando llegas a donde estoy me lo ofreces y me preguntas qué tal está. Lo pruebo. "Un poco fuerte", contesto. Le pegas un gran sorbo y recargas el vaso con cola. Lo reduces y me lo das a beber otra vez.

Llegas con ganas de guerra. Apenas he quedado contigo unas cuantas veces, apenas sé nada de ti, pero tus ojos me dicen que me deseas, o más bien, que deseas follar, ya sea conmigo o con cualquier otra.

Como el espectáculo estelar no empieza me subo el vestido. Sigo tirada en la colchoneta. No me he puesto ropa interior después de ducharme tras venir de la playa. Abro mis piernas para que puedas verme bien. Después de darle otro gran sorbo dejas el vaso en el suelo. Te arrodillas ante mis piernas abiertas y clavas tu lengua en mi clítoris. Noto la temperatura del hielo que acabas de rozar, su contraste en mi piel. Me dispongo a no pensar, pero es imposible no hacerlo.

Pienso. Visualizo tu lengua girando sobre mi sexo, en cómo lo humedeces mientras se calienta con la temperatura de mi piel. Notas que ya estaba lubricado. Me excité antes, al mirarte y al subirme el vestido para ti.

Te deleitas en mi coño. Pareces haber nacido para adorarlo, para masajear mis labios con los tuyos, para recorrerlo y chuparlo, y sobre todo, para succionar levemente mi clítoris hasta hacerme gemir sin parar. Miro al cielo y veo pasar la primera estrella. No puedo evitar sentir cierta emoción, cierto júbilo que aparta mi mente de lo que estamos haciendo. Sonrío mientras pienso en que te lo has perdido. Me siento como si fuera la única mujer en el mundo a la que comen el coño al mismo tiempo que contempla la lluvia de las Perseidas. Es una idea que me encanta.

No quiero correrme todavía. Aún quiero convertirme en la Gran Puta de todos los tiempos. Te pido que pares pero no te das por enterado. Insistes y me veo obligada a tirar de tus hombros hacia atrás. Me levanto y te ordeno que te tumbes. Mientras lo haces, miro al cielo y veo la segunda estrella fugaz. Tampoco la has visto.

Ahora soy yo quien se arrodilla ante ti, ante tu verga, ante tu falo, que chorrea líquido preseminal. Sigo el trayecto de las venas de tu polla, desde la base hasta el glande. Despacio. No hay ninguna prisa. Me recreo en esa acción hasta que llega el momento en que veo tu miembro vibrar, engrandecerse, pidiendo una felación a conciencia.

Empiezo a convertirme en la Gran Puta de todos los tiempos. Me meto lentamente toda tu polla en la boca y empiezo a balancear mi cuello en vertical. La llevo hasta el fondo cada vez que bajo, mientras aprieto los labios, mientras me deslizo por ella, en un movimiento impasible y constante.

Imposible no pensar. Pienso en tu verga como en mi alimento. Me nutro de su energía, de todos los orgasmos que le he provocado en los últimos días, en los que hemos estado follando como perros. Y eso quiero esta noche, una vez más, follarte y que me folles, como siempre, como nunca.

Elevo mi cuerpo y me coloco a horcajadas sobre ti. Después me incorporo y me sitúo en cuclillas. Sujeto tu miembro con mi mano y me lo meto de golpe, sin avisar. Tú ya sabías lo que iba a hacer. Me llega hasta el fondo y empiezo a botar. Gimo y tú permaneces clavado en tu silencio. Te dejas hacer mientras observas mi pecho desbocado y mi cara de placer. El choque de nuestros fluidos se hace cada vez más patente. Me excita oír ese sonido mezclado con mis gemidos.

Vuelvo a situar las piernas a ambos lados de tus caderas y te cabalgo. Me muevo en círculos y bajo mi torso para que puedas lamer mis pezones. Sabes que me encanta que me los succiones y ahí me quedo un rato, disfrutándolo, cada vez más encendida.

Subo la espalda y miro al firmamento. Mientras cabalgo presto atención al cielo y a las sacudidas en mi vagina. Veo otra estrella fugaz, hasta ahora la más intensa. Tú también la ves. Es la primera que observas. Pienso en que me gustaría estar allí, ser un átomo, una parte infinitesimal del cometa Swift-Tuttle, el que da origen a esa lluvia. Me siento como Andrómeda, liberada de sus cadenas tras ser rescatada por Perseo. Esta noche eres mi Perseo y te voy a follar pero bien.

Esta noche soy la mayor puta que has conocido. Te follo cada vez con más fuerza. Intento concentrar en mi vagina la energía de todas las mujeres en las que has clavado tu carne y de todas en las que te gustaría hendir tu verga. Todas ellas soy yo, ahora mismo. Cabalgándote de forma inhumana, brutal. Oyes como me corro y eso te pone a 200.000 por hora. No aguantas más y aprietas mis caderas contra ti y sientes el orgasmo, siento tu orgasmo, que llega en sacudidas de semen dentro de mí.

Me ha encantado y quiero repetir cuanto antes, pero ahora mismo no puede ser. Dejemos que tu polla recupere su vigor para seguir en unos minutos. Mientras, terminemos la copa y sigamos contemplando las Lágrimas de San Lorenzo.