La noche de bodas de Valeriè Dupont

Una jóven de carácter dócil es casada con un hombre de buena cuna al que conoce el mismo día. (Ambientada en la Francia de los Luises.)

Los Dupont eran una familia acaudalada y muy respetada en la rígida sociedad parisina. Monsieur Dupont era un burgués dueño de buena parte de los más exitosos comercios de la ciudad y su fortuna no tenía nada que envidiar a la de la nobleza. Era también conocido por su férrea moral y sus buenas costumbres cristianas y se sentía habitualmente atormentado por la moral laxa de la juventud y el libertinaje, y por ello, había decidido casar a su hermosa y única hija con un hombre de buena posición que la alejara de influencias perniciosas.

La noticia no sorprendió a la jóven, que famosa por su docilidad, acató sin peros la decisión de su padre y colaboró emocionada y asustada en los preparativos. La noche previa al enlace se disponía a acostarse cuando su madre la interrumpió.

- Valeriè, querida, es importante que descanséis esta noche. Mañana os espera un día agotador y no querréis presentaros ante vuestro esposo con mala cara. No sería empezar con buen pie.- La muchacha asintió con la cabeza y se dirigió al lecho. Tras unos segundos de duda se detuvo.

- Madre... - Susurró. - Estoy emocionada, pero también asustada y preocupada... No sé si sabré ser una buena esposa... Y... - Se detuvo, ruborizada. - ¿Y si no sé complacer a mi esposo?

Madame Dupont se persignó. - ¡ Val! Cuidad esas formas, vuestro único deber es obedecer a vuestro esposo y encontraros siempre dispuesta para aliviarle. Es todo cuanto necesitais saber. Y ahora a dormir, de inmediato. - Añadió, abandonando la habitación.

Valeriè asintió y su afable carácter no le permitió dar más vueltas al asunto. Así, por la mañana, fue delicadamente encorsetada y vestida por su doncella. Su piel pálida apenas se diferenciaba del blanco virginal del labrado vestido, su rostro había sido empolvado y sus mejillas coloreadas, y una ostentosa peluca blanca a la moda de la época completaba el festivo atuendo.

Al llegar a la iglesia y ser entregada en el altar, pudo fijarse por primera vez en el hombre con el que compartiría su vida, Monsieur Latour, que la observaba con una mirada penetrante, analizándola, haciendo que la novia se sintiera ligeramente violenta. Era un hombre unos diez años mayor que la jóven, de facciones duras y amplia espalda. Su rostro no parecía cercano.

Sin dar tiempo a más observaciones la ceremonia dió comienzo, y antes de darse cuenta Valeriè había dado el si, siendo incapaz de mirar al hombre al que hacía sus votos.

Al finalizar el casamiento se dió paso a una ostentosa celebración, para la que los invitados fueron trasladados a la rica villa del afortunado esposo donde la comida y la bebida corrió incontable durante horas, en las cuales la pareja no compartió ni diez palabras. El festín dió paso al baile y Val se vió obligada a salir de su ensimismamiento cuando su esposo le tendió la mano.

- Bailad, esposa. - Sentenció, tomándola con fuerza y trayéndola hacia sí.

Valeriè se sintió inmensamente torpe durante la pieza, quería agradar a su esposo pero la presión era demasiada, sin hablar de los comentarios que le susurraba casi sin descanso. "Estás tensa.", "No me pises.", "Mírame." Eran algunos de los preferidos. Al terminar la pieza todo el mundo aplaudió y se formó un pasillo entre los invitados. Monsieur Latour tomó a su mujer en brazos y dando las gracias y ordenando que siguiera la diversión, abandonó el gran salón.

- ¿A dónde vamos? - Preguntó la jóven, con desconcierto.

- Madame Latour... - Dijo en un frío susurro. - C reo que si queréis aseguraros ese nombre tenéis algo por hacer.

La muchacha abrió los ojos como platos. Así que ese era el momento... Le asaltó un mar de dudas y su esposo pudo notar la rigidez de su cuerpo en sus brazos, este sonrió para sí y abrió la puerta de su enorme aposento, dejando a la dama gentilmente en el suelo. Se sentó en un elaborado sillón de estilo Luis XV y alargando la mano se sirvió una copa de vino, a la cual, tras arrojar su peluca y dejar al descubierto una tupida melena negra entrecana, dió un largo trago.

Valeriè permaneció quieta en el centro de la habitación, observando a aquel hombre que acababa de tomar por esposo. Él le dirigió un gesto con el dedo, instándola a acercarse y ella así lo hizo. Cuando estuvo a un brazo de distancia, él la tomó de la cintura y gentilmente la hizo caer sobre sus rodillas. Bebió pausadamente y miró a la muchacha en un largo silencio.

- Sois una mujer muy hermosa. - Sentenció al fin. Alargó una mano y tiró de la pesada peluca de la jóven, tras lo cual una cascada de ondulado cabello cobrizo cayó desordenada y sudorosa sobre su escote y espalda. La respiración de Valeriè se aceleró con la incertidumbre que la dominaba y la cercanía de su esposo. Su pecho, oprimido en el apretado corsé, subía y bajaba con celeridad. Monsieur Latour tomó la copa de vino y ante la sorpresa de su mujer, la derramó sobre su escote, dejando resbalar el precioso caldo entre sus pechos y manchando copiosamente el prístino vestido para después acercando su cabeza a los turgentes senos, lamer con ávida lentitud todo lo que la ropa permitía, provocando un escalofrío en ella.

- Valeríe. - Sentenció en tono firme, atrayendo su atención. - Estoy al tanto de vuestros exquisitos modales y estaba al tanto de vuestra renombrada belleza. Conozco a vuestro padre y sé que es un hombre de costumbres simples y respetables y por ello confío en que os ha dado una educación digna de la nobleza, sin embargo, espero que haya dejado espacio para poder pulir a mi gusto su hermosa creación.

- M... Monsieur...

- Leroy. - Interrumpió él.

- Leroy... - Pronunció asustadiza. - ¿Qué habéis querido decir?

Leroy sonrió de medio lado. - Os lo mostraré... - Susurró, y tiró del manchado vestido de la jóven, provocando que la pedrería se esparciera por el suelo de la habitación, haciéndolo jirones ante su desconcertada mirada. La levantó de la silla y tomó un jirón de su vestido, la condujo hasta la cama y ordenó. - Sed una buena esposa y sujetad el palo del dosel.

Valeriè se limitó a obedecer. Estaba inquieta y muy asustada, pero estaba decidida a no contrariarle, por mucho que aquello la impresionara. Agarró el poste con fuerza y cerró los ojos. Leroy la ató al palo con el jirón del vestido y tras dejarla unos segundos allí, disfrutando el desconcierto y miedo de la jóven, volvió con un elegante cuchillo que le colocó en el cuello, divertido con el respingo que le causó el tacto del metal en su delicada piel.

- ¡No me hagáis daño! - Suplicó la jóven, tratándo de forcejear. Él con un brazo agarró con fuerza su cintura y la pegó contra su pecho, dirigiendo el cuchillo a las cuerdas del corsé y deshaciéndose de ellas en segundos. Dejó caer el cuchillo y desde atrás apretó con fuerza los pechos, lamiendo el cuello de la muchacha. - Shhhhh... Valeriè... - Se deshizo con violencia de la escasa ropa que cubría a la temblorosa muchacha y sin mucho tacto acarició la entrepierna de la jóven, que para su satisfacción resultó asombrosamente húmeda.

- Permitid que me explique... - Comenzó a decir mientras dirigió sus húmedos dedos a la boca de su esposa mientras que con otra mano se sacó su duro miembro y lo pegó a las nalgas desnudas de la muchacha. - Chupad . - Ordenó empujando más sus dedos en su boca. - Veréis... Siempre he querido una esposa bonita, lo cuál es indudable que cumplís, pero aún más importante es tener una esposa de buen carácter. Instruida en el santo deber de someterse a su marido, sólo que puede que yo lleve esto un poco más allá. - Añadió, y acercó su enhiesto falo a la entrada del coño virgen de su esposa, frotándose contra él.

- Esto va a doleros. Y creedme, es importante que lo haga, porque cuando años vengan y hayáis aprendido a disfrutarlo, a complacerme, tendréis este momento en vuestra mente cada vez que os joda, pero no desearéis sino repetirlo y poder entregaros de nuevo como voy a hacer que os entreguéis hoy. - Sentenció, y terminó su frase incrustando sin miramientos su polla en la hasta entonces inmaculada entrada de su esposa, que aulló de dolor.

- ¡Basta! ¡Basta! - Valeriè se retorció en vano, encerrada entre el poste de la cama y los fuertes brazos que la sujetaban. - ¡Me hacéis daño! ¡Mucho! ¡Os lo ruego, esposo, detenéos! - Suplicó. A su espalda Leroy la follaba pausadamente, pero embistiéndola con fuerza, hundiéndose por completo en el estrecho coño que le recibía por primera vez en cada golpe. Con una mano tomó con rudeza el rostro de la jóven y lo giró hacia un lado, lamiendo sus lágrimas que no paraban de brotar, aumentando el ritmo de la follada e ignorando las súplicas de la jóven.

- Shhhhh... ¡Callad! - Ordenó deteniéndose súbitamente sin salir de la jóven, para volver a follarla acompañando cada palabra de su discurso con una fuerte embestida. - Sois mía. Mi esposa sumisa... Mi puta... Y siempre que lo ordene estaréis abierta para mi. Repetid Valeriè. ¿Qué sois? .- Preguntó, volviendo a bombearla con rapidez, aumentando el llanto desesperado de la jóven. - ¡He dicho que qué sois!

La jóven esposa trató de contener las lágrimas, aquello era totalmente inesperado para ella, y el dolor le resultaba desgarrador. - Vu... Vu... - Balbuceaba, incapaz de completar la frase.

- Mi puta, Valeriè. Sois mi puta. Mi yegua. Mi perra. Mi ramera para montar cuando quiera descargar mis cojones. ¿Entendido? Y aprenderéis a gozarlo, incluso a desearlo. - Dijo encendido, follándola con más y más fuerza cada vez, sin darle tregua. - ¡¿Qué sois?!

Valeriè no consiguió detener su llanto, ya más por miedo que por dolor. - Vu... Vu... -Balbuceó de nuevo. Él tomó sus pechos y los estrujó con fuerza, retorciendo los pezones. Ella se sintió ultrajada, sucia, atemorizada, un objeto para la satisfacción de aquel hombre y entonces lo entendió, aquello era ser poseída, y esa idea provocó un calambre en su maltratado coño. - Puta. ¡Puta! ¡Soy vuestra puta! - Gritó entre llantos, sin oponer resistencia alguna, rendida a su destino, justo en el momento en el que Leroy inundaba su coño de su esperma caliente, empujándo su miembro hasta el fondo y dejándose caer sobre su espalda, jadeante y cansado.

Valeriè temblaba y sollozaba, ahora con cierta calma, aún desconcertada por lo que acababa de suceder. Leroy desató gentilmente sus manos y la refugió contra su pecho, calmándola.

- Mi puta y mi esposa, Valeriè. Y desde este día no dejaréis de serlo.

(Contiuará) Si os ha gustado agradezco vuestras valoraciones y comentarios. Espero que lo disfruteis.