La noche de año nuevo
Recién divorciada, me hice amiga de Rosa, y entre Rosa y mi hijo Carlos se creó una especie de rivalidad
La noche de año nuevo.
Noche de fin de año. Por fin había pasado el fatídico 2016. Un divorcio, una pedresión, y empezar de nuevo.
Mi nombre es Sonia. Soy una mujer de 35 años cumplidos en diciembre. El año pasado me divorcié de mi marido. Descubrió que le ponía los cuernos con un compañero de trabajo. Después, mi amante me dejó. Decía que no estaba dispuesto a dejar a su mujer y a su familia para estar conmigo. Luego, se enteraron en el trabajo. No me renovaron.
MI hijo Carlos también lo pasó mal. Es mi único hijo. Lo tuve con 19 años y fue el motivo por el que me casé con mi marido. Cumple los años en junio. En la noche de año nuevo tenía 16 años.
Soy una mujer de pelo castaño oscuro, fuerte largo y medio rizado. Mi cara es más bien redondeada. Mis labios son largos, anchos y sensuales. Mi nariz es alargada, pero no puntiaguda. Mis ojos son marrones oscuros. Mido un metro setenta y cinto. Tengo los brazos y las piernas largas, elegantes, fuertes, estrechas en los tobillos y las muñecas y anchas en los muslos y los hombros. Tengo las caderas anchas, la cintura estrecha y el culo bien contorneado. Tengo las manos y los pies
estilizados y elegantes, rematados por unos dedos largos.
Mi amiga Rosa, una amiga del gimnasio, me ayudó a salir del bache. Empezó a apoyarme, a animarme a salir, a salir juntas. A mi hijo no le gustaba. Yo siempre lo achaqué a los celos. Decía que se estaba metiendo demasiado en la casa, que no me dejaba en paz, que era muy empalagosa. El caso es que Rosa se convirtió en mi mejor amiga. Me lo pasaba muy bien con ella. Nos reíamos de los tíos en las discotecas, etc…
Rosa me había dicho que esta noche era especial. Que tenía que comentarme una cosa. Quedamos para después de las uvas. Rosa estaba divorciada, como yo, y cenaba con sus padres, pero después de las uvas, íbamos a irnos las dos a una fiesta, un cotillón de “solteros” en la que “seguro que íbamos a salir con pareja”.
Carlos y yo nos vestimos para la cena y fuimos a casa de mis padres, sus abuelos. Allí nos esperaba el resto de la familia. Yo iba vestida como se viste en estas ocasiones: Un traje corto, sin mangas, negro y de lentejuelas,
un chal encima de los hombros, por el frío, unas medias negras de encaje, unos adornos llamativos, los pendientes de aro, pulseras, collares, anillos y para finalizar, unos zapatos de tacón de aguja que me elevaba por lo menos 10 centímetros más.
Mi hijo me miró detenidamente y frunció el ceño. A mí me daba igual sus reacciones celosas. Él también iba muy guapo, con una chaqueta y un pantalón de pinzas, oscuros, que reserva para estas ocasiones.
El pelo rubio corto hacia arriba, con gomina y un perfume de hombre adulto. Se había puesto sus zapatos nuevos, y una corbata mal abrochada. También se iba de fiesta después de las uvas.
Carlos todavía no se afeitaba más que una vez a la semana. Medía bastante menos que yo,. Mis labios le llegaban a la altura de su frente.
La noche pasó sin pena ni gloria. No me acordé de mi ex-marido ni de mi ex-amante. Luego, a las 12 y cuarto, mientras brindábamos por el año nuevo,
me sonó el móvil. Era Rosa que decía que venía a recogerme. A las doce y media me dijo que estaba en la puerta de la casa. Me despedí de todos,
y especialmente de Carlos. Le dije que tuviera cuidado con la bebida. Él me dijo que yo también tuviera cuidado.
Bajé por el ascensor y en frente del portal estaba Rosa con su precioso coche. Me sorprendió. Tenía un look muy elegante. Nunca la había visto así. Llevaba un traje pantalón negro, con pantalón de campana. Llevaba una chaqueta, y debajo de la chaqueta, una camisa banca con con encajes.
Llevaba unos zapatos de tacón anchos.
Rosa era una chica rubia de cuarenta años que se conservaba muy bien. No era tan alta como yo y estaba bastante delgada. Nunca la había visto con el pelo tan corto. Rosa tenía un cargo de mucha responsabilidad y muy buen sueldo en una gran empresa. Gracias a ella conseguí encontrar mi trabajo actual.
Bueno, el caso es que me saludó con un beso protocolario y nos fuimos al cotillón.
Era una discoteca que se dedicaba al público de “puretas”, cuarentones con ganas de marcha. Desde el principio fuimos una de las atracciones de la fiesta. El problema de estas noches es que la bebida convierte a los tíos, ya de por sí pesados, en moscones. Yo disfrutaba con tantos tíos detrás, pero Rosa parecía no disfrutar. Se estaba agobiando. Yo me animaba bebiendo, Rosa no podía beber mucho porque tenía que conducir.
Los más pesados eran unos garrulos que no sabíamos que hacían allí. Estaban muy borrachos y pensaban que estaba en una casa de putas, en lugar de en una fiesta de fon de año. Me puse a bailar mientras Rosa guardaba nuestra mesa. Se me colocaron alrededor un montón de tíos. Había una chica bailando también y me acerqué
a ella para protegernos mutuamente. No sirvió
de nada.
Sentí una mano rozándome el culo.
Me aparté. Volví a sentir la mano al poco tiempo. Me di la vuelta para encararme con ellos, y me encontré a tres imbéciles con ganas de guasa. Iba a pegarle un tortazo a uno, pero a cual.
Me dí la vuelta, y a la tercera, me di por vencida y me fui a la mesa. Uno de los tíos me siguió y se sentó a mi lado.
Empezó a decirme groserías, e incluso alargó la mano para acariciarme. Le di un manotazo.
Volvió a intentar acariciarme, y le tiré el contenido de mi baso encima.
Aquello ya estaba llamando la atención de la gente de alrededor. El tipo se levantó de la mesa. Yo ya me sentía más incómoda que Rosa. Rosa me tomó del brazo. -¡Vámonos! ¡No hemos debido venir a esta fiesta!- Nos levantamos y nos largamos de la discoteca.
Rosa le dio un billete de 20 euros al relaciones públicas de la puerta, y nadie nos siguió.
-Vamos a un sitio- Me dijo, Rosa.- Es un sitio más tranquilo. Nunca he ido pero me han hablado bien de él-
Me llevó hasta un bar de puertas sin ventana, que no permiten ver lo que había dentro. Al
entrar me di cuenta de que sólo había chicas. Muchas de ellas iban vestidas así, como Rosa. Me di cuenta entonces del aspecto tan poco femenino que había pretendido tener Rosa aquella noche.
Algunas chicas parecían lobas mirándome. Pedimos un combinado. Se estaba bien. La música era muy agradable.
Hablamos y nos reímos de lo que nos había sucedido. –Desde luego, aquí los tíos nos van a dejar tranquilos- Le dije, en broma, mientras me apuraba el combinado. Sin pedirlo, Rosa volvió a pedir que me llenaran el vaso.
-El problema es que si no disimulamos, nos van a comenzar a asediar- Me dijo Rosa.
-¿Y cómo disimulamos?- Le pregunté ingenuamente.
-Pues tenemos que parecer pareja-
Acerqué la silla a la suya, hasta estar las dos pegadas. Juntó su cabeza a la mía. Me dijo
susurrando que mirara a una chica que había en frente. Me devoraba con la mirada. –¡Vamos a bailar!- Me dijo tirándome del brazo. En el bar ponían desde hacía rato canciones lentas.
Algunas de las parejas se metían mano de forma descarada. Nunca había visto meterle mano una mujer a otra de esa forma.
Rosa me agarró de la cintura, mientras me susurraba al oído –Disimula- Me sentí dirigida por ella mientras nos movíamos las dos con suavidad. Mi vientre se quedó pegado al suyo y sentía sus senos, atrapados en la dureza formal del sujetador junto a los míos.
Yo también le agarré por la cintura.
Era un momento excitante. Nunca había tenido otro momento igual con una mujer. Rosa metió su pierna entre las mías. Ahora estábamos las dos totalmente pegadas. Yo creo que no hubiera llegado a esa situación de no estar tan bebida.
En mitad del baile me suelta –Te quiero- Y empieza a besarme la frente. Yo no reaccioné. Al revés, deseaba que siguiera. Me besó la boca con suavidad, y luego con intensidad. Me besaba dulcemente. Era embriagador. Fundí la boca con la suya.
-Vamos a casa- Me dijo después de estar un rato besándonos.
Nos fuimos las dos agarradas al coche. Nos volvimos a besar en el coche, antes de que Rosa lo arrancara. Esta vez, yo me quedé reclinada en el asiento y ella se abalanzó sobre mí. Me besó mientras me acariciaba el pecho por encima del vestido. Luego subió la falda de mi vestido.
-¿Llevas las bragas rojas?- Me preguntó mientras deslizaba la mano por su muslo hasta mi sexo.
Ella me había regalado unas bragas rojas
preciosas, porque según una tradición italiana que se está extendiendo, empezar el año con unas bragas rojas da buena suerte.
Abrí las piernas para dejar que me acariciara por encima del sexo. Abrí mis labios para dejar que su lengua penetrara en mi boca. Duró hasta que unos jóvenes gamberros aparecieron por la acera de enfrente.
Rosa arrancó el coche.
Me condujo a su casa. Vivía en una casa adosada en una urbanización de las afueras de la ciudad. Salimos del coche y esperé a que Rosa abriera la puerta de su casa. Empecé a temer por lo que estaba haciendo. Era verdad que sexualmente, la experiencia era muy gratificante, pero ¿De verdad quería ser la novia de Rosa?
Me empujó suavemente hacia el interior de su casa. Ya la conocía. Era una casa
con un gran salón y cocina americana. Nunca había estado arriba. Rosa me sirvió un combinado y ella se sirvió otro. Nos sentamos y nos lo bebimos despacio. Me estudiaba con la mirada. Me sentía como si fuera su presa, a punto de caer en sus garras. Me inquietaba y me excitaba su mirada.
Se acercó a mí. Me puso de pié y
tiró de uno de los tirantes de mi hombro hacia debajo. Luego hizo lo mismo con el otro. Yo consentí pasivamente. No quería hacerlo, poer no era capaz de oponerme. Me desabrochó el sostén que no tenía tirantes y se abría por delante.
Mis pechos aparecieron ante sus ojos. Empecé a respirar agitada.
Tenía el traje bajado, a la altura de la cintura. Rosa comenzó a morderme los hombros y lamerme el cuello mientras me acariciaba los pechos. Sus dedos pellizcaron mis pezones con suavidad, a la vez. Los sentí arder.
-Enséñame tus bragas rojas- Me dijo, mientras tiraba del traje hacia abajo. El traje se deslizó por mis caderas y quedé ante sus ojos con las bragas rojas. Eran unas bragas escotadas, diminutas, aunque no eran unas tangas. Me sentí muy excitada. –Vamos arriba-
Me cogió de la mano y me llevó por las escaleras hasta su dormitorio. Me llamó la atención la cama enorme y espejos enormes en el armario, en el cabecero, en el techo, encima de la cama. Ese dormitorio era un cuarto de follar.
Me empujó suavemente sobre la cama y yo me arranqué los zapatos de los pies.
Me quedé mirando cómo se desnudaba y como, al desprenderse de la chaquetilla, los pantalones y el resto de ropa, iba recuperando su feminidad.
Yo la había visto antes desnuda, en la ducha del gimnasio. Siempre me pareció que tenía un cuerpo espléndido. Ahora la tenía entre mis piernas. Tiró de mis bragas y las sacó de mis piernas. Me quitó una media y luego la otra. Su lengua empezó a deslizarse desde el tobillo de una pierna hasta la parte superior e interior del muslo. Con sus manos mantenía separadas mis piernas, aunque yo no luchaba por cerrarlas.
Luego hizo lo mismo en la otra pierna, desde el tobillo hasta casi el sexo. Después comenzó a jugar con su lengua, por el interior de mis muslos, insinuando. La miraba cuando no cerraba los ojos. Me sentía húmeda. Le pedí que me comiera, y ella lo hizo.
Colocó sus labios en mi sexo, sobre mi clítoris, y empezó a mover su lengua, jugando con su punta sobre mi cresta y debajo de ella, en la raja de mi sexo. Pasaba la punta de su lengua por toda mi raja.
Me agarró los muslos con sus brazos y hundió la cara entre mis piernas. Ya no aguantaba más. Me corrí e su boca. Ella no separó sus labios de mi sexo mientras movía mis caderas. Gemía de placer esperando que Rosa tuviera un poco de piedad de mí, pero no tenía piedad. Me arrancó un orgasmo descomunal.
Rosa se echó sobre mí.
Puso su vientre sobre mi sexo y comenzó a estimularme el sexo con su vientre. Su boca atrapó mi pecho y comenzó a lamerme las tetas, entreteniéndose en mis pezones. Sentía sus pechos en mi torso, suaves y cálidos. La abracé y rodeé su cuerpo con mis piernas, enlazando los pies detrás de su espalda. Me llegó un nuevo orgasmo rápidamente.
Rosa no me dejó descansar. Se incorporó y se puso enfrente de mí.
Metió su pierna entre las mías, por detrás. Ella se aproximó a mí y yo misma me coloqué de medio lado. En un momento sentí su sexo húmedo rozarse con el mío.
Nos cogimos de las manos mientras nos miramos a la cara. Las dos llevábamos un ritmo loco pero acompasado. Nuestros coños se recorrían mutuamente. Nuestras humedades eran una sola y cuando ambos chocaban, el placer se disparaba. Aguantó hasta que yo me empecé a correr. Las dos gemimos y chillamos mientras nos corríamos.
Nos tumbamos en la cama las dos, con la respiración agitada. Nos besamos. Nos acariciamos. Ella se durmió. Pero yo no dejaba de pensar en lo que había hecho. Me entraron ganas de llorar. Nunca me había sentido lesbiana. Me gustaban los tíos. ¿Qué había hecho? Me sentí atormentada.
Me levanté. Rosa me preguntó medio dormida que donde iba. – Al baño- Le respondí.
Cogí los zapatos en la mano. Me olvidé de las bragas y de las medias. Me puse los zapatos en la planta de abajo y el traje.
Salí procurando no hacer ruido.
Me sentía agotada, avergonzada. Esperé a que pasara un taxi. No había nadie en la calle. Empecé a sentir miedo. Tenía pinta de puta, con ese trajecito, despeinada, sin medias. Llamé a Carlos. Carlos tardó en coger el teléfono
-¿Carlos? ¿Dónde estás?-
-En casa, mamá ¿Sabes qué hora es?- Miré el reloj. Eran las cinco y cuarto.
-Necesito que me vengas a buscar-
Carlos tenía un ciclomotor. Tardó quince minutos en llegar al punto de encuentro, una plaza cercana. Estaba refugiada en la puerta de una casa y salí a la acera cuando lo vi llegar. Vino todavía vestido con su traje de fiesta. Me miró extrañado de la pinta que tenía y cuando me subí en la moto, se debió de dar cuenta de que no llevaba puestas las bragas.- ¿Qué? ¿Te lo has pasado bien?- Me dijo con sorna.
Hacía frío en la moto. Me puse al casco. No era el casco de motorista cerrado, sino uno que parece de caballista. Me abracé a él todo lo fuerte que pude. Puse mi cara en su espalda. Sentí una ola de ternura hacia él. Lo agarré uniendo mis manos delante de su vientre.
Todavía seguía mareada.
No sabía lo que hacía. Frotaba mi cara contra su espalda.
Le conté que la fiesta había sido un desastre, y que me había llevado una sorpresa con Rosa. Se lo conté pegando la boca a su oreja. Estaba fría. Se me ocurrió mordisquearla, y lo hice. Seguía borracha. Quería tener a un hombre que me quitara el sabor de Rosa.
Comencé a pasar mi mano por el pecho de Carlos. Lo acariciaba sin entender muy bien por qué lo hacía. Mis manos describían movimientos cada vez más amplios en su cuerpo, hasta que la mano bajó inconscientemente por debajo de la correa. Sinceramente, no pensé en sobarle el nabo, pero al hacerlo, me encontré que mi hijo estaba empalmado. Supuse que era debido a la forma en que me estaba comportando.
En otra ocasión hubiera apartado la mano pero aquello me volvió loca.
Le palpé el pene a conciencia. Tenía una buena polla al otro lado del pantalón. Se la agarré, o lo intenté, por que el pantalón no me dejaba. Me estaba comportando como una puta. Lo sabía. Era consciente de ello pero ni podía ni quería evitarlo. Pensé que Rosa me había podido poner algo en la bebida. Por eso me había seducido tan fácilmente y por eso ahora me estaba comportando de esa manera. Me daba igual la causa de mi calentura. Quería follar.
Nos metimos en el aparcamiento subterráneo de la casa. Carlos dejó la moto entre la pared y mi coche. Amarró los cascos a la moto y la moto al antirrobo de la pared. Me miró fuera de sí.
-¿Dónde te has quitado las bragas? ¿Eh?- Me dijo mirándome fijamente a los ojos.
-¿Te lo has pasado bien esta noche?- Yo no me acobardé. El alcohol trastocaba mi comportamiento. Me puse a bailar delante de él y a subirme la falda, sin pasarme. Mi hijo hizo una mueca cómica.
Nos metimos en el ascensor. Estaba muy lanzada. Abracé a
Carlos por la espalda -¡Ay, cariño! ¡No te enfades conmigo!-
Le dije poniendo voz melosa. –Mamá lo ha pasado muy mal esta noche.-
-¿Mal? ¡Pero si has perdido hasta las bragas!-
Yo quería excitar a Carlos. – Ha sido Rosa- Le susurré al oído.
Carlos reaccionó de forma automática. Se dio la vuelta y me atrapó entre su cuerpo y el ascensor. Pero el trayecto en el ascensor no daba para más. Se paró en el piso elegido y pasamos dentro de nuestro piso. Yo lo hice bailando.
Carlos me siguió. Me cogió de la mano, y tiró para que me diera la vuelta. Me quedé pegado a él. Ahora me daba cuenta de que era bastante más alto que él. Me quité los zapatos, deshaciéndome de ellos ayudándome con los pies, y a pesar de todo, yo le sacaba algo menos de una cuarta. El me tenía apretada, y yo tenía puestas las manos en sus hombros. –Así que no llevas bragas, ¿Eh?- Me dijo suavizando su expresión.
-Una pena, porque eran unas bragas muy bonitas. Las típicas bragas que una lesbiana le regala a una heterosexual para follársela.- Aquello, oír a mi hijo decirme eso fue demasiado morboso. Le mordí en los labios, y luego le metí la lengua. Él no se lo esperaba y yo noté su inexperiencia, pero besar en la boca es como mamar. Los chicos aprenden solos.
Sus manos empezaron a subir mi falda y noté la palma de sus manos en mis nalgas. -¿Qué haces?- Le dije sonriéndole. –Nada- Me dijo sin perturbarse.
Sus manos frías se calentaban en mis nalgas. –¡Es verdad!¡No llevas bragas!- Me dijo con expresión cómica. -¿Qué te ha hecho tu amiga Rosa? ¿Te metió los dedos?-
Le respondí haciéndome la tonta.- Un poco- El me respondió en el mismo tono, siguiéndome la broma -¿Ah, sí? ¿Y te comió el coño?- Moví la cabeza en sentido afirmativo.
-¡Vaya! ¡Sí que selo ha montado bien! ¿Y tú le comiste el coño?- Meneé la cabeza en sentido negativo –No. Hicimos una tijera. Coño con coño.-
Sentía la polla de Carlos a punto de explotar detrás del pantalón. -¡Pues ahora me toca pasarlo bien a mí! – Me dijo fingiendo un falso enfado.
Se separó una cuarta de mi cuerpo, tomó los tirantes de mi vestido y los bajó y con los tirantes se cayó todo el traje. Me quedé desnuda delante de él. Se me quedó mirando con una expresión que no conocía en Carlos. Era la expresión del deseo carnal de hembra. Sonreí nerviosa. Carlos me arrastró hasta mi dormitorio. Comencé a desabrocharle los botones de la camisa mientras él se quitaba los zapatos, los calcetines y los pantalones. Cuando lo vi en calzoncillos me pareció el chico flacucho de siempre, pero al bajarse los calzoncillos me encantó su miembro hinchado por la excitación. Lo atrapé con la mano y comencé a manosearlo, a intentar hacérselo crecer un poco más. Estaba duro.
Me senté en la cama y coloqué a Carlos, de pié, entre mis muslos. Cogí la punta de su pene con su boca y me volví loca. Comencé a comerle la polla usando mis mejores artes. Primero le lamí por delante, y luego en la base del prepucio. Me lo saqué de la boca y pasé la punta de la lengua desde los testículos hasta la punta del pene y luego me la metí entera de un tirón un par de veces. Mientras le acariciaba las nalgas y él a mí
me tenía cogida la cabeza.
A Carlos le pareció que no lo iba a soportar- ¿Así quieres despacharme tú? ¿Con una mamada? ¿Después que te he ido a buscar a la calle?-
Carlos Me tomó del pelo y me tiró de él hacia detrás. No es que lo hiciera con violencia, pero me dirigió hasta dejarme tumbada en el cama. -¡Ahora me toca a mí!-
Desde luego que nadie le como el coño a una mujer como otra mujer, y Carlos tenía mucha inexperiencia, pero mientras me comía le miraba y él me miraba a veces a los ojos, y era ver a mi cachorro comportarse como un hombre. Me estuvo comiendo el coño un buen rato, hasta que consiguió que me corriera. Cuando su lengua, después de haber lamido mi clítoris insistentemente,
se deslizó un par de veces por mis muslos y la dejó en mitad de mi sexo y comenzó a subirla y bajarla, sentí una bola de placer que subía desde el sexo por la vagina hasta mi vientre y luego retrocedía. Gemí de placer y susurré su nombre mientras estiraba todo el cuerpo y lo arqueaba, a un ritmo lentísimo.
-¿Así te comió el coño tu amiga lesbiana?- Me dijo al acabar. -¡SÍ!- le dije mientras me recuperaba del orgasmo.
-Pues ahora, Sonia, voy a hacer algo que ella no te hizo.- Me encantó que me llamara Sonia. - ¡Te voy a follar!-
Me quedé expectante. Debería de haberme quitado, pero no lo hice. Estaba bebida y quería follar. No era consciente de que Carlos era mi hijo. O sí lo era pero no me importaba.
Entonces. Carlos se echó encima de mí. Era más bajo que yo, y por eso, mi pecho quedó a la altura de su boca. Comenzó a lamerlo mientras metía su pene dentro de mí. Sentí la punta del pene en los labios y luego lo sentí como se metía poco a poco en mi vagina.
Mientras su miembro me penetraba por primera vez, lentamente, Carlos me cogió de la nuca y nos tocamos los dos por la frente. Mis ojos y los suyos estaban conectados. Veía el deseo en sus ojos.
Luego, cuando la había metido entera me la dejó dentro un rato, recreándose, como recochinándose en la situación; Haciéndome sentir su polla bien dentro.
Su cuerpo caliente me resultaba muy agradable, después del frío que había pasado en la moto.
Carlos
empezó a moverse entre mis muslos, moviendo las caderas exageradamente, lo que hacía que su polla recorriera entera mi vagina cada vez que la sacaba y la metía, de un tirón hasta el fondo. Mientras me follaba, mi hijo apretaba los dientes, como queriéndome hacer sentir que era mucho macho. Yo empecé a exagerar, porque cuando se hace, el hombre se anima y cumple con más ganas.
Cerré un nudo hecho con mis piernas por detrás de su cintura y le agarré las nalgas. -¡Vamos, machote! ¡Fóllate a la putita de tu madre!- Comencé a moverme al compás que él marcaba, primero despacio e intensamente. Luego cada vez más rápido. Llegó un momento en que era yo la que imponía el ritmo. Me estaba excitando mucho y el orgasmo era inminente y quería quitarme de la cabeza el polvo con Rosa.
Carlos era un excelente amante. Estaba pendiente de mí, y sin decir nada advirtió que estaba apunto de correrme. Me pegó un par de puntazos mientras me manoseaba las tetas. Cerré los ojos y sentí temblar mi vientre. El Orgasmo venía desde dentro, imparable, enorme. Gemí, susurré melosamente cuando comencé a notar el semen de Carlos salpicarme las paredes de mi vagina.
-¡Fóllame! ¡Sigue follando! ¡Fóllame! ¡Soy una puta!- Le decía mientras me venía el orgasmo y él se esforzaba en alargármelo; en convertirlo en el gran polvo del año.
-¡Siiii! ¡Siiii!-
Se quedó tumbado encima de mí. Yo le acariciaba la espalda y le besaba la cabeza. Él jugaba con sus labios y sus dedos en los pezones. Al final la sacó ya desinflada y mojada.
Nos quedamos acariciándonos. Se iba a levantar para irse a su cama pero le pedí que se quedara y nos quedamos durmiendo así.
Al día siguiente, Rosa me llamó un montón de veces. Yo no quería cogerle la llamada. Al final, Carlos me cogió el móvil para responderle. Puso el manos libres.
-¡Hola! ¡Por fin! ¿Está tu madre?-
-Está durmiendo-
-¿Durmiendo? ¡Ya! Bueno, pues dile que anoche se dejó aquí las bragas. ¡Me la follé anoche! ¿Sabes?-
Evidentemente Rosa quería hacer daño. Yo le había dicho alguna vez que Carlos no la tragaba. Dijo aquello para crearme un conflicto con
Carlos y para fastidiarlo, pero Carlos le contestó muy bien.
-¿A sí? ¡Pues no me ha dicho nada! Entonces se llevó ración doble, por que cuando llegó a casa yo también me la follé, y en cuanto se despierte voy a repetir.-
Y colgó.
Desde ese día, mis relaciones con Rosa son bastante distantes. Ya apenas nos hablamos en el gimnasio y he dejado de salir con ella, claro que no me importa, porque con Carlos me lo estoy pasando muy bien.