La noche

Marta, la protagonista de los dos anteriores relatos, está cambiando la mentalidad de Miguel. Este nos cuenta sus reflexiones cuando llegan a casa después de la cena.

De regreso a casa, después de habérmela follado, apenas hablamos. Ella estaba muy dulce y cariñosa. Apoyó su cabeza en mi hombro durante todo el camino y casi se durmió.

Yo, en cambio, me mantenía bien despierto.

Por fin llegamos. Era una casa unifamiliar, con la planta baja, el primer piso y un jardín razonablemente grande rodeándola. Una casa como correspondía a un matrimonio de clase media acomodada.

Ella era funcionaria y yo daba clases de termodinámica en la universidad.

Apreté el mando a distancia, se abrió la verja y la puerta del garaje. Nuestro Jaguar entró suavemente, casi sin hacer ruido, en el garaje. Allí había una puerta que daba a una especie de distribuidor pequeñito desde el cual se podía acceder a la planta baja o a una escalera que conducía al primer piso.

En la planta baja estaba el comedor, el salón, mi despacho, un baño para invitados, otro que era el que usábamos nosotros normalmente, y la cocina. En el piso superior había tres habitaciones, una de ellas era la nuestra. Disponía de baño particular y vestidor. Las otras dos estancias eran más discretas y solo disponían de un baño común para ambas.

El jardín que rodeaba a la casa era bastante amplio, con un pasillo de césped y la pared medianera con el vecino quedaba oculta por un seto alto, unos dos metros aproximadamente. En la parte de atrás teníamos una barbacoa y una terraza cubierta, allí se encontraban varias sillas, dos butacas y una mesa de tamaño regular, con una gran plancha de cristal que admitía poder cenar seis personas con comodidad, todo ello de mimbre con unos cojines.

Como pueden ver la casa se correspondía con lo que se esperaba de nuestro nivel social.

Al subir a la habitación ella iba delante, yo unos escalones mas abajo, y pude verle otra vez un culete encantador que no tenía ningún reparo en mostrarme de nuevo.

Entró en el baño de nuestra habitación y yo comencé a desnudarme. Casi había terminado cuando oí que me llamaba.

Miguel... Miguel... ven un momento.

Ya voy Marta.

Entré en el baño, todavía no se había quitado la ropa y la vi de pie, con las piernas abiertas y el wc entre ellas. Se había arremangado la minifalda de cuero para que no la entorpeciera al abrir las piernas.

¿Pasa algo Marta?

No... No... Pensé que te gustaría verme mear.

Y un chorrito de pis salió de su coño. No era muy grueso, ni salía con mucha fuerza, caía vertical en la taza del water. Era como si lo estuviera controlando y deseara que aquello durara todo lo posible. De pronto se oyó un ppfffuuuiiiissssssssss había sido casi imperceptible pero lo que dijo terminó de confirmarme mis sospechas.

Uyy... Lo siento querido. Se me ha escapado un pedito. Debe ser todavía la coliflor.

Los dos estallamos en risas. Me acerqué, la abracé besándola en la boca y terminó de hacer pis.

Vámonos a la cama cerdito. No quiero que pases una mala noche.

Se vistió el camisón sin nada debajo y yo terminé de desnudarme.

Una vez en la cama, recuerdo que le dije:

No te has lavado antes de acostarte.

No... me imagino que a los cerdos les debe gustar poder identificar el olor de su cerda preferida.

Eso fue toda la respuesta que obtuve. Se dio la vuelta dándome la espalda y debió dormirse enseguida. Oía su respirar pausado.

A mí me bullía la cabeza.

Pensaba en lo que estaba cambiando a un ritmo frenético. En una semana atrás cuando todo empezó. Antes ella era una chica caliente, pero incapaz de todo aquello. El follar no era el típico misionero y ya está pero desde luego no era, ni de cerca, como el domingo pasado por la mañana, y ni soñándolo como había sido esta noche.

En los diez años de matrimonio que llevábamos, nos casamos cuando ella tenia veinte y yo veintisiete, recién había yo obtenido mi doctorado en física y ella todavía preparaba las oposiciones para funcionario, eran muy contadas las ocasiones en que la había visto mear. No era que se comportara como una monja de la caridad en esto, pero se las ingeniaba para no coincidir conmigo en el baño. Era una chica limpia, se lavaba después de hacer sus necesidades. Siempre me decía: "¿No querrás comerte un pelo sucio verdad?" "Ala no seas guarrete que huele a bacalao" "Hoy si te dejo comerme el ojete, que está recién lavado".

Y que se soltara un pedo... bueno... era algo insólito. Tenía un perfecto aparato digestivo que nunca le causaba problemas y si alguna vez esto sucedió se levantaba, y se iba a otra habitación o al baño. Pero esto de soltarse un pedo, por cierto que yo si lo hacía con frecuencia, decía que era una ordinariez.

Ahora era como un péndulo que hubiera oscilado de parte a parte.

Lo cojonudo del asunto es que aquello me gustaba. Me había puesto al rojo vivo cada vez que había querido.

Otra cosa. No era una mujer mandona. Ahora no es que se hubiera convertido en una guardia civil, era más sutil, difícil de definir, pero cuando ocurrió por primera vez la mañana del domingo pasado, o esta misma noche, sus ojos, su tono de voz, su sonrisa indicaban una sensación de superioridad insalvable. Era la dueña de la pocilga como bien decía, y, a fe mía, que lo era. Cualquier cosa que deseara, sabía que, su cerdito lo haría. ¡Ostia! ¡Si basta ver que me he comido las bragas en el restaurante!

¡Un profesor de termodinámica lamiendo unas bragas negras usadas! Y – no te lo pierdas – en un restaurante. Ella vestida diciendo: ¿no me veis? ¡Vamos, miradme! ¿Os gustaría follarme? ¿Me veis bien el culo?

La forma en que le mostró el culo y luego el potorro al portero del restaurante fue a la vez tan fino y tan basto que me imagino a muy pocas hembras haciéndolo con tanto arte.

Miré la ventana. Estaba abierta y solo un fino visillo nos separaba del exterior. Entraba una agradable brisa que hacía que aquella noche de julio no fuera pesada. La tenue luz de una farola lejana permitía ver en el interior de la habitación.

Mis ojos fueron hacia ella, empecé por los pies, eran unos pies bonitos, sin rozaduras – siempre escogía muy bien los zapatos, tenía un don especial para que no le dañaran – subí por las pantorrillas, redondeadas, luego los muslos, unos muslos carnosos, suaves, que terminaban en las nalgas. ¡Ay! Las nalgas... daban ganas de morderlas, el camisón estaba un poco subido y me las mostraba con toda su generosidad, más que verlos me imaginé unos pelitos negros escapándose por en medio de sus apretadas carnes. Al estar de espaldas no pude mirarle las tetas, me conformé con la espalda, solo tapada por la suave tela del camisón transparente - ¡puto camisón! Era peor que si estuviera desnuda – le veía la nuca. Libre. Me acordé de un libro que había leído sobre las geishas en el que explicaba que el complicado moño que usaban tenía como fin mostrar la nuca a los señores. Ahora me daba cuenta de lo sensual que puede llegar a ser una nuca desnuda. Y su pelo moreno, cortito, no lo tenía nada revuelto. Estaba empalmando por momentos. Me la hubiese follado enseguida, ya mismo, tuve que hacer un esfuerzo para no despertarla. Quería ser de nuevo su cerdo. Al que le decía "come un coño como es debido" o "el señor está servido, limpia mis bragas con la lengua".

El silencio era total, solo interrumpido por su respiración tranquilla, cuando oí un ruidito peculiar. Si, era su tripita haciendo glop...glu...glep.

Aquello fue la guinda para que se me pusiera la polla como un pino.

Me decidí, acerque mi cara a su culo, mi nariz estaba casi tocándolo.

Me llegó un olor a coño, a culo, sin lavar.

Deseaba con todas mis fuerzas que soltara un pedo.

Uno de esos que hacen ruido.

Que apestan.

Que son espesos.

Que su olor queda flotando un buen rato alrededor de uno.

Incluso si hay suerte tienen un poco de escape.

Sí.

Mientras mi mano estaba pajeando mi polla, y mi nariz estaba a punto de tocarle el culo, mi mayor deseo era que ella me regalara algo.

Algo intimo.

Suyo.

Tan suyo que solo fuera capaz de salir de su interior.

Sus tripas volvieron a hacer glop...gleeeff...gluu...

Y por fin sucedió.

Prrruuuuttss...prrrrreeeeettttt...fffussesssssss...pop...perrrreeeeettttt...pop...pop

¡Sí!

Había soltado un pedo asqueroso, como yo deseaba. Temblé. Pero no pude contenerme y mi nariz toco en medio de sus nalgas. Se había cagado un poquito, lo justo para ensuciarse. Y yo me había corrido como un animal.

  • mmmmmmm Miguel... ¿qué haces? Quita que tengo sueño.