La ninja y la vampira

Los pasos de Valeria la llevarán hasta el Japón de los samuráis, dónde conocerá a poderosos nobles, letales asesinos y… novedosas formas de tortura.

Bahía de Nagasaki. Japón, 1642

El mar estaba en calma como una balsa de aceite, el barco extranjero, o kurofune , como lo llamaban los locales navegaba tranquilamente en las mansas aguas hasta llegar al muelle. Era una noche de luna nueva y apenas se lograba distinguir la blanca arena y los pocos edificios cercanos a la playa.

Cuando el barco fue amarrado, una figura femenina salió corriendo de él, como perseguida por mil demonios. Llegó hacia una de las deshabitadas chozas del puerto y apoyándose en la pared de madera, agachó la cabeza y separó las piernas.

  • ¡Puaj!- Exclamó la chica mientras una oscura bilis salía de su estómago a través de la boca.- ¡puaj!

Raudo, un hombre de baja estatura y complexión obesa acudió a su lado, golpeándola suavemente en la espalda.

  • ¿Te encuentras bien?- Le preguntó, preocupado, en lengua portuguesa.

  • ¡Puaj! Maldito seas Ferreira.- Le reprochó la chica entre arcadas.- Maldita la hora en que te hice caso… ¡puaj! Te dije que no estaba hecha para subirme a un barco… “Será una corta travesía”… “Conocerás las maravillas del remoto Cipango, dónde pocos europeos han puesto el pie”… ¡puaj!… Dime ¿¡Te parece eso maravilloso!?

Al portugués aquello le parecía de todo menos maravilloso

  • Valeria yo...- Intentó disculparse.- ¿Quieres algo de comida, necesitas que te traiga algo… o alguien?

  • Comer ahora sólo me daría más arcadas.- Respondió la vampiresa mientras se limpiaba la boca con la manga de su vestido.- Supongo que en unos minutos me encontraré mejor.

Pese a la oscura noche, Valeria veía con claridad los rasgos del hombre que tenía ante ella. Ferreira era bajo, grueso, cabeza redonda con escaso pelo, y lucía un fino bigote. En su rostro se apreciaban aún las marcas de una viruela contraída tiempo atrás. Tenía 45 años pero una dura vida de viajes insalubres le hacía parecer diez años mayor.

Valeria llevaba cinco años fuera de España. En ese tiempo, siguiendo la Ruta de la Seda por tierra, había cruzado toda Asia. Había contemplado las maravillas de Samarkanda, degustado las especias de la India, recorrido la Gran Muralla China… Se movía de noche como un depredador solitario y de día buscaba refugio en cuevas, edificios abandonados, o lujosas posadas. Valeria en su juventud había sido bien instruida y años vagando por la Península Ibérica la habían dotado de un buen conocimiento de idiomas. A parte del español, hablaba con fluidez el latín, italiano, francés, portugués y catalán. Pero las lenguas de Asia se le hacían altamente incomprensibles.

Pero eso no era un obstáculo insalvable para la vampiresa. Aún sin entender las palabras de las gentes con las que coincidía, gracias a sus habilidades, podía percibir sus intenciones. Leía como un libro abierto si la persona que tenía enfrenteera hostil, si pretendía aprovecharse de ella, violarla, engañarla, o si, por el contrario, simplemente trataba de ser amable. Aunque eso último no abundaba.

Sus pasos la llevaron hasta un pequeño reino llamado Corea, lo que Valeria creyó el extremo del mundo. Allí, en Busán fue cuando conoció a Ferreira. Un grupo de ladrones había asaltado al mercader portugués y matado a sus acompañantes. Normalmente Valeria no intervenía en ese tipo de asuntos salvo que la sangre derramada la llamara.

Y esa noche ella ya se había alimentado. Pero fue la forma en que los cinco bandidos se ensañaban con el indefenso mercader lo que la hizo intervenir. Que le hubieran robado y dejado malherido, o incluso asesinado, a la chica no le hubiera importado. Pero que lo estuvieran maltratando como hacían, causándole dolor sólo por el placer de escucharlo gritar y suplicar, la molestó. Esos hombres eran peores que las bestias. Ella mataba para alimentarse, pero no era una sádica, al menos no en exceso.

La expresión de alivio de Ferreira se convirtió en terror al ver que su salvadora, con sus manos desnudas, rompía el cuello de sus cinco asaltantes sin ninguna dificultad. Y sus brillantes ojos enrojecidos, sus largos colmillos… Por un instante el mercader creyó que su vida terminaría allí, devorado por un demonio.

Pero en lugar de eso, Valeria le tendió la mano. El hombre le dio las gracias en portugués, y el rostro de la chica cambió, al escuchar por primera vez en mucho tiempo, una lengua conocida. Durante los meses que ella estuvo afincada en Busán, llegó a trabar amistad con ese portugués rechoncho y poco atractivo. El hombre hablaba con fluidez el coreano, chino, japonés y otras lenguas desconocidas para ella. Inconscientemente, Ferreira y Valeria adoptaron una especie de simbiosis, ella lo protegía de noche, siendo una implacable y eficiente guardaespaldas. Y él se encargaba de velar por su sueño durante el día y le hacía de traductor cuando ella lo precisaba.

Hasta que un día llegó una nao procedente de Goa y los negocios de Ferreira lo llevaron a Japón. Cómo la logró convencer para atravesar la masa de agua por la que la vampiresa siempre había sentido respeto y temor, formaba parte de su labia e innata habilidad para los negocios. Ferreira era tan capaz de vender arena a un beduino como de convencer a un no-muerto para cruzar el mar.

Y ahora, Valeria no estaba segura que aquello hubiera sido una buena idea. De reojo contemplaba como descargaban cajas de la nao mientras su estómago aún se revolvía.

  • Ven, acompáñame, no podemos quedarnos aquí, alguien podría vernos.- Le dijo Ferreira cogiéndola por los hombros y acompañándola hacia un solitario edificio que hacía la función de almacén y alojamiento para los portugueses.

  • Aquí estaremos a salvo.- Dijo mientras le abría la puerta.- El gobernador de Japón, al que llaman “Shogún” ha prohibido tajantemente la entrada de extranjeros a este país. Pero algunos nobles no comparten esa postura y están dispuestos a correr el riesgo a cambio de obtener las altamente apreciadas manufacturas europeas. Mikoto Endo, señor de estas tierras, nos abre las puertas y comercia con nosotros. Pero debemos ser cautelosos y no dejarnos ver demasiado para no alertar a los agentes del shogunato.

Como otras veces, Valeria compartiría habitación con el portugués. A la chica no le importaba, y el hombre hacía tiempo que se había acostumbrado. Cuando ella dormía, él estaba ocupado con los negocios y cuando él dormía, ella buscaba alimento y de paso se encargaba de que ningún entrometido merodeara por los alrededores. Las habladurías sobre la bella amante del mercader no la molestaban en absoluto, al contrario, le hacían cierta gracia.

Sin pudor alguno, la chica de desprendió de su vestido, manchado de bilis, hasta quedar completamente desnuda.

Ferreira contempló de reojo el pálido cuerpo de la chica bajo la luz del candil. Su compañera era una belleza, pálida como la cera aunque con un ligero tono azulado. De largo y sedoso cabello negro. Su piel impoluta, sin un atisbo de grasa… Impoluta salvo por una oscura y redonda mancha bajo su pecho izquierdo, del tamaño de una moneda. Al otro lado, a su espalda, tenía otra mancha igual. Sólo en una ocasión se atrevió a preguntarle al respecto, pero la mirada de la vampiresa lo dio a entender que había tocado un tema sensible. A buen entendedor…

La cabeza de Valeria aún le daba vueltas y no se sentía con fuerzas para salir de caza. Así que se tumbó de espaldas sobre la suave alfombra, sin tan siquiera intentar llegar a la cama. Y allí se quedó, contemplando el juego de sombras que dibujaba la luz del candil sobre el techo.

Ferreira se acercó a ella.

  • Deja que te aplique ese bálsamo de China.- Dijo acercando una pequeña caja de madera lacada.- Entre otras propiedades, disipa el efecto del mareo.

Valeria estaba demasiado aturdida como para negarse. Ni tan siquiera intentó cubrir su desnudez.

Los gruesos pero hábiles dedos del portugués aplicaron la fragancia sobre la sien de la vampiresa. Un intenso y agradable olor llenó las fosas nasales de la chica, el bálsamo le causaba una extraña sensación, ahora cálida, ahora fría. Sintió los cálidos dedos del mercader bajando por su cuello, deteniéndose en sus hombros…

Lo cierto es que él era hábil con sus manos. El cuerpo de Valeria empezó a relajarse, a dejarse llevar por el tacto de las callosas manos del hombre.

Ferreira estaba entre ruborizado y tenso. La belleza de su compañera lo atraía y asustaba a partes iguales. El recuerdo de verla con sus manos ensangrentadas y sus colmillos de fiera destrozar a aquellos cinco bandidos aún turbaba su mente. Pero en ese momento no la veía como el monstruo que era, sino como una chica más. Una joven mareada por el balanceo de las olas. Tenerla totalmente desnuda, tan cerca, sus dedos recorriendo su fría y suave piel… No tardó en notar la erección entre sus piernas.

Aún así, logró contenerse y detuvo sus manos antes de llegar a los pechos de la chica. No estaba seguro de como reaccionaría ella si su tacto se alejaba de lo estrictamente terapéutico.

  • Ahora debo darte un suave masaje en el vientre.- Le explicó.- Te ayudará a calmar tus náuseas y vómitos.

Por toda respuesta, ella emitió un suave gemido.

Nunca había tenido ocasión de contemplar tan detenidamente y durante tanto tiempo el hermoso cuerpo de Valeria, mientras sus manos recorrían el vientre plano de la chica, sus ojos no se apartaban de su pubis carente de vello alguno. Tan sólo tendría que bajar las manos unos centímetros más, y alcanzaría esa parte de su cuerpo que ahora tanto anhelaba… Se fijó en la expresión de la chica, sus ojos entrecerrados, su respiración pausada… Seguro que no le importaría, seguro que ella era perfectamente consciente de la pasión que ahora mismo despertaba en él.

Suavemente, mientras su mano derecha seguía trazando círculos con el bálsamo en la barriga de Valeria, su mano izquierda se puso sobre su muslo. Valeria no protestó, y siguió sin decir nada a medida que su mano iba subiendo poco a poco, acercándose a…

De repente, Valeria se incorporó y lo miró fijamente. Como un niño al que sus padres han sorprendido hurtando un dulce, Ferreira retiró sus manos y se apartó un par de pasos.

  • ¿He… he hecho algo malo?- Le preguntó con voz entrecortada.

Valeria le respondió con una sonrisa.

  • No, al contrario, has logrado despertar mi apetito… En más de un sentido.

  • ¿Entonces…?- Apuntó él movido por la lujuria, esperando que fuera ella la que concluyera la frase.

  • Entonces.- Respondió ella con una expresión traviesa.- Tu te vas a la cama mientras yo salgo a comer. Aunque tal vez podríamos continuar lo que estábamos haciendo… pero… No te garantizo que pueda controlar mi sed al tener tu cálido cuerpo apretado contra el mío. Acepta ese consejo de amiga, mejor buscate una prostituta para aliviar tu deseo.

Y dicho eso, Valeria desapareció por la ventana, dejando a Ferreira con la boca abierta y una potente erección insatisfecha.

Dos noches después.

Pese a que no le gustaba el mar, Valeria tenía que reconocer que los puertos eran un lugar idóneo para alimentarse. Siempre había marineros más que dispuestos a pasar un buen rato a solas con una bella dama. Y a la mañana siguiente nadie se preocupaba por encontrar un cuerpo flotando en el agua, otro borracho que había tenido la mala suerte de caer en el mar.

Mientras observaba buscando al “hombre elegido” de esa noche, alzó la vista hacia el imponente castillo que se erigía encima de una colina cercana, asentado sobre las rocas de un acantilado que daba al mar. Mientras contemplaba ensimismada la majestuosa construcción, un grito a su espalda la sobresaltó y molestó.

  • ¡Valeria!- Era Ferreira, que se acercaba apresuradamente.- Valeria, necesito que me acompañes a hora mismo.

La vampiresa arqueó la ceja ante la insistencia.

  • El señor Mikoto requiere mi presencia en su castillo.Según dice su mensajero, desea tratar personalmente ciertos negocios, pero pide que acuda sin escolta y desarmado. Tan sólo permite que me acompañe otra persona de mi confianza, que, obviamente, también deberá ir desarmada.

  • ¿Y tu has pensado que puede ser una trampa y crees que, llegado el caso, yo te podría sacar las castañas del fuego, verdad?

  • Es sólo una corazonada, pero prefiero ir precavido. Hay mucho dinero en juego en este negocio como para negarme. Pero hacerme ir desarmado, y a estas horas… A lo mejor sólo quiere tratar un asunto delicado, o a lo mejor manda a un shinobi para...

  • ¿Shino… qué?- Preguntó extrañada ante esa palabra.

  • Shinobi, ninja… demonios de las sombras también los llaman.- Explicó él.- Una élite de asesinos sigilosos, pueden entrar en un castillo celosamente vigilado, asesinar a quién lo habita y retirarse sin que salte la más mínima señal de alarma.

  • Si el señor Mikoto quisiera verte muerto, habría sido más fácil mandar a uno de estos profesionales directamente. Si son tan buenos como tu dices, no tiene sentido hacerte acudir a su castillo desarmado. ¿No crees?- Añadió ella.- Aún así, si tanto miedo tienes, te acompañaré.

  • No es tanto mi muerte lo que temo, sino caer prisionero en sus mazmorras. Japón es famoso por las crueles torturas que aplican a sus prisioneros. Pase lo que pase, no dejes que me capturen con vida.

Valeria arqueó una ceja. El hambre hacía rugir su estómago, pero podría esperar un par de horas, la noche aún era joven. Con un poco de suerte, si los temores de Ferreira se confirmaban, podría darse un auténtico festín allí dentro.

Una hora después.

Acompañados por varios samuráis fuertemente armados, cruzaron la puerta de entrada al castillo Mikoto. Mientras eran conducidos a través de infinidad de puertas y pasillos, Ferreira le explicó a Valeria que el padre de Endo, Mikoto Shigeru, fueun noble menor, pero tuvo la osadía de cambiar de bando en medio de una decisiva batalla durante la última guerra civil que había asolado el país. Ese ardid marcó el punto de inflexión en la batalla, dando la victoria al bando Tokugawa. El nuevo shogún en compensación concedió a la familia Mikoto el enorme y rico feudo de Nagasaki.

Gracias a ello, el clan Mikoto pasó de ser un señorío casi insignificante a verse entre las más poderosas familias del país. El portugués le explicó también que, pese que el país tenía un Emperador, el verdadero poder lo ejercía una especie de dictador militar llamado Shogún. Si el gobernante actual, Tokugawa Iemitsu, llegara a enterarse de que Endo comerciaba en secreto con los europeos, el clan Mikoto podría verse desposeído de cuanto ostentaba. Pero las manufacturas europeas eran tan codiciadas en estas tierras que Endo estaba dispuesto a correr ese riesgo.

  • Mikoto Endo no tiene hijos varones.- Le susurró a Valeria mientras eran conducidos a por varios pasillos.- Pero sí dos atractivas hijas, y se rumorea que su máxima ambición sería poder casar una de ellas con el hijo del Emperador y así unir a la familia Mikoto con la sangre imperial. Aunque ahora el “ Tenno ” es un poder casi irrelevante, Endo cree que el Emperador no tardará en derrocar al shogunato y volver a tomar las riendas de la política japonesa.

  • Ya...- Replicó Valeria con suspicacia.- ¿Y como es que un humilde comerciante de telas está tan bien informado sobre la situación política de un país tan lejano?

Afortunadamente, habían llegado al salón de reuniones. Lo que evitó que Ferreira tuviera que responder a esa incómoda pregunta. El portugués se reprochó haber hablado tanto, preguntándose qué sospecharía su atractiva acompañante.

Valeria y Ferreira entraron en una amplia sala cerrada por paneles de papel pintados con escenas de batalla. Sentados en unos cómodos cojines de seda había un hombre vistiendo un lujoso kimono de seda negra en el que, con hilo de oro, había bordado el emblema de la familia Mikoto. A ambos lados tenía a dos chicas vestidas con ropajes de seda púrpura, su largo pelo estaba recogido con elaborados peinados mediante largas agujas y peinetas de oro y carey. Por su aspecto, Valeria dedujo que tendrían unos diecinueve o veinte años, ambas chicas no se llevarían más de un año de diferencia.

“Sin duda alguna sus hijas son atractivas” pensó mientras se sentaba en un cojín al lado del portugués, imitando torpemente la postura de sus anfitriones.

Ferreira, hablando en japonés, empezó la conversación. Valeria contemplaba la inexpresiva mirada de Endo, su rostro y su postura transmitían un aire marcial, de alguien que ha sido entrenado des de pequeño para la guerra. Sus dos hijas mantenían una expresión neutra, sin revelar ninguna emoción. Valeria tenía cierta dificultad para entrever las intenciones de sus anfitriones.

Tampoco la ayudaba el hecho que detrás de unos paneles laterales, la vampiresa escuchara los latidos del corazón de diez hombres. “A nosotros nos obliga a entrar desarmados mientras él se rodea de soldados ocultos”. Aquello cada vez le gustaba menos.

Aunque, sorprendentemente, la conversación fue por buen camino, ya que la postura de Ferreira fue relajándose, permitiéndose incluso alguna sonrisa. Una hora después, Mikoto Endo los invitó a ambos a tomar el té, señal, según le explicó el portugués, de que el acuerdo se había sellado satisfactoriamente.

Después de la ceremonia del té, que Valeria encontró monótona y tediosa, sus anfitriones se retiraron. Un sirviente de aspecto bajo y enjuto condujo a Ferreira y su acompañante a sus aposentos. Serían “invitados de honor” del señor Endo.

En el pabellón de invitados, había bandejas de comida que ella consideró insípida. Asegurándose de que no había nadie escuchando a hurtadillas, Valeria rompió el silencio.

  • Supongo que debe ser por mi cuerpo de veinteañera. Pero no soporto que me tomes como una estúpida.

  • ¿Cómo… que dices que qué?- Balbuceó Ferreira sorprendido.

  • Desconozco por completo la lengua de estas tierras.- Interrumpió ella.- Pero estoy segura que la palabra “arcabuz” significa lo mismo aquí que en España.

Ferreira tragó saliva, intentando inventar una respuesta coherente. Pero la vampiresa fue directamente al grano.

  • Hace años, nuestro rey Felipe prohibió tajantemente el comercio con armas de fuego. Hasta dónde yo se, dicha orden no ha sido revocada.

El portugués dejó la comida y observó atentamente a su compañera. Pese al tiempo que llevaba con ella, la vampiresa seguía siendo un misterio para él. Desconocía cuanto sabía ella acerca de la situación política en España, pero sabía que si ahora mentía ella lo sabría. Así que decidió ir al grano y que Dios repartiera suerte.

  • ¿No te has enterado? Portugal se ha alzado en armas contra el Rey de España. Los portugueses nunca más vamos a arrodillarnos ante un monarca español. Vuestro imperio tiene demasiados frentes abiertos, pronto colapsará y Portugal no caerá junto a él. Pronto seremos un poderoso reino independiente. Aquí en Japón, hay señores de la guerra, como Endo, que pagan auténticas fortunas por armas de fuego de manufactura Europea. Por el precio en que aquí vendemos cada arcabuz, podemos comprarles diez a los ingleses y suministrar de pólvora a un regimiento entero. Sí, Valeria, estoy financiando una revuelta contra España.

Valeria lo escuchó con aparente indiferencia, mesándose el mentón.

  • Así que Portugal fabrica armas que vende a Japón para poder comprar más arcabuces a Inglaterra… Interesante… Como se enteren de eso los ingleses...

  • Así es.- Respondió él.- Gracias a los contactos de mi compañía, dejando de lado a los holandeses, somos los únicos europeos que podemos comerciar con Japón pese al aislamiento ordenado por el shogunato. Es nuestra gallina de los huevos de oro. Debemos mantenerlo en absoluto secreto o Inglaterra nos pedirá aún más contraprestaciones a cambio de su ayuda.

De repente, la expresión de Valeria cambió.

  • Así que según eso que me cuentas.- Dijo torciendo una siniestra sonrisa.- Ahora tu y yo somos enemigos.

  • No… cla… claro que no Valeria.- Balbuceó al ver como los ojos de su compañera brillaban como ascuas y sus largos colmillos se asomaban por la comisura de sus labios.- Tu y yo… yo nunca… es decir… la política nada tiene que ver entre nosotros… yo sólo hago mi trabajo… sabes que te aprecio y…

La carcajada de Valeria lo hizo callar.

  • Es divertido tomarte el pelo.- Dijo con una sonrisa mientras se levantaba.- Tan sólo bromeaba, tonto. Llevo años desvinculada de la política, aunque no creo que España esté tan a punto de colapsar como afirmas. Tenemos buenos generales y mejores soldados.

  • E… espera.- dijo Ferreira al ver como ella abría uno de los paneles y se disponía a salir.- ¿A dónde vas?

  • Tengo hambre.- Le replicó con una sonrisa.- Voy a ver si encuentro algo para picar.

Y dicho eso, salió de la estancia, dejando de nuevo a Ferreira con la palabra en la boca.

Varios minutos después

Valeria caminaba entre las sombras de un amplio jardín interior perfectamente cuidado. Había pasado cerca de un par de criados y varios apuestos samuráis, pero aún no había encontrado a una presa que le apeteciera llevarse a la boca. A veces era caprichosa y se le hacía difícil escoger a alguien. Además, seguía pensando en lo que le había dicho Ferreira, si era cierto, España estaba en un buen aprieto. Mientras su mente divagaba, algo captó su atención.

Había escuchado algo correteando por el tejado. Demasiado ruidoso para tratarse de un gato, pero demasiado atenuado para ser un humano. ¿O no? Volvió a escuchar, aguzando su oído. Claramente eran pasos, pero hasta a ella le costaba percibirlos. Tan sólo un vampiro podría moverse con ese sigilo, pero no había notado nada en su cuerpo que le indicara que había otro no-muerto cerca. Movida por la curiosidad, con un ágil salto se plantó en el tejado. Acercándose sigilosamente escuchó el tenso latido de tres corazones. “¿Cómo lo hacen para moverse así?”

Intrigada por lo que su amigo le había contado acerca de esos “shinobi” o “demonios de las sombras”, Valeria decidió ir tras ellos. “Algo de emoción no me irá mal” Pensó mientras seguía por los tejados a esas tres misteriosas siluetas que no parecían percatarse de que alguien les venía detrás.

Los tres ninja eran auténticos maestros del sigilo, sin levantar la mínima sospecha ni hacer el más mínimo ruido, a través de los tejados, habían logrado llegar hasta el “ honmaru ”, el centro del castillo. Con extraordinaria habilidad, treparon hasta la planta superior de la torre del homenaje, dónde el señor Endo y sus hijas tenían sus aposentos.

Uno de los asesinos entró en una habitación. La fina luna creciente proyectaba un haz de luz plateada en la estancia. Suficiente para que los entrenados ojos del shinobi pudieran ver en la penumbra. Por un instante, el asesino contempló extasiado el hermoso rostro de su víctima. La chica tenía una expresión inocente, ajena a la muerte que se cernía sobre ella. Dormía boca arriba, destapada, su blanco kimono estaba abierto, mostrando unos redondos y pequeños senos.

El ninja dudó unos instantes. Ella emitió un suave quejido, se movió un poco entre su lecho, pero no cambió de postura. El asesino contemplaba absorto el movimiento de sus pechos cada vez que ella respiraba. Sus otros compañeros aún tenían que llegar hasta sus respectivos objetivos. Tal vez tuviera algo de tiempo.

El ninja volvió a ocultar el cuchillo entre sus oscuros ropajes y con absoluto sigilo se acercó a la cálida piel que mostraba la apertura del kimono. Con un brusco gesto, con una mano cerró la boca y nariz de la chica. Aquello la despertó, la mirada de puro terror que afloró en su rostro no hizo más que excitar a su asaltante. Con la otra mano, el ninja empezó a abrir el kimono de la chica, revelando una pequeña prenda íntima de seda blanca.

Mientras la chica se debatía, asfixiándose, intentando sin éxito golpear a su atacante o llamar a la guardia, el asaltante se desabrochó su negra ropa. Las desesperadas lágrimas de la chica empezaban a empapar sus oscuros guantes. Qué mejor forma de acabar con el linaje traidor de los Mikoto que asfixiar a su primogénita mientras la violaba. Pagaría por ver el rostro de Endo al contemplar a su amada hija violentada de esa forma, lástima que al señor tan sólo le quedaran unos minutos de vida. Tan extasiado estaba que no se percató de que alguien se había situado a su espalda hasta que fue demasiado tarde.

Con la fuerza de diez hombres, Valeria sujetó fuertemente al intruso mientras sus colmillos mordían su cuello, buscando la arteria. La sangre del hombre, mezclada con la adrenalina de los minutos previos y su estado de excitación, le supo a gloria.

La chica, libre por fin de la mano asfixiante de su asaltante, aspiró con fuerza, llenando sus pulmones del anhelado oxígeno. Su rostro estaba enrojecido, sus mejillas empapadas de lágrimas y de sus labios resbalaba saliva. Antes de que pudiera gritar, su mirada se posó en los brillantes ojos rojos de Valeria, el cuerpo de la chica se empezó a relajar, su chillido se convirtió en un suspiro y se sumióen un profundo sueño. “Mañana creerás que no ha sido más que una pesadilla” pensó la vampiresa.

Mientras saciaba su hambre voraz, no se percató de que el cuchillo del ninja cayó al suelo. El sonido fue atenuado, pero suficiente para alertar a sus otros dos compañeros. Valeria no se dio cuenta que tenía a alguien detrás hasta que una afilada y ennegrecida hoja penetró por su espalda saliendo por su pecho. Con un brusco gesto, la vampiresa soltó a su víctima y se dio la vuelta para encararse a los otros dos shinobi, que habían interrumpido su cometido para eliminar a quién los había descubierto.

La adrenalina empezó a recorrer el cuerpo de la vampiresa, impidiendo que la abundante ingestión de sangre la aturdiera.

Ver a alguien retirar la afilada hoja que atravesaba su cuerpo con total indiferencia, hubiera asustado a cualquiera. Pero esos dos encapuchados no se amedrentaron, susurrando una palabra que ella no entendió, arremetieron contra ella.

Valeria, procurando no pisar a la durmiente chica, dio un paso atrás, buscando algo de espacio para luchar.

La simple fuerza y agilidad siempre había sido más que suficiente para que la vampiresa saliera airosa de cualquier enfrentamiento armado. Pocas personas sabían identificar a un vampiro y mucho menos sabían cómo combatirlo y qué puntos vitales golpear. Pero por primera vez, dos simples mortales, blandiendo armas mundanas la estaban poniendo en un serio aprieto.

La depurada técnica de lucha de los dos asesinos equilibraba la balanza. Aunque Valeria tenía nociones de esgrima, nunca había empuñado un arma como la katana que había arrancado de su propio cuerpo y ahora blandía. El ninja, cuya espada ahora empuñaba Valeria, sacó dos largos cuchillos de tres puntas de su vestimenta y arremetió contra ella. Con sus dos armas, logró trabar el sable de la vampira mientras su acompañante le lanzaba una certera cuchillada. Ese golpe estuvo a punto de cercenar su brazo derecho. De nuevo, una rápida estocada casi logró atravesar su corazón. “Su fuerza de voluntad es impresionante” pensó asombradaValeria al ver que no lograba someterlos con la mirada.

La pelea se estaba desarrollando en el más absoluto silencio. Valeria contaba con dos grandes ventajas, su capacidad de regeneración y su velocidad. Pero aún así, le costaba responder a los cortes y estocadas de sus enemigos. Esquivando un golpe que la habría decapitado, saltó hacia atrás, atravesando un panel de seda y cayendo en un amplio distribuidor. El ruido del panel al rasgarse alertó a los samuráis que montaban guardia en la planta inferior.

Al escuchar los pasos de los soldados, uno de los ninja soltó una bomba de humo que cegó a la vampiresa. Lo que no contaron fue con los otros sensibles sentidos de la chica. Guiándose por el latido acelerado de sus corazones, Valeria lanzó una certera estocada que alcanzó la cadera del asesino que intentaba saltar por el balcón, hiriéndolo gravemente. El otro, al ver a su compañero en apuros, no dudó en lanzarse de nuevo contra ella, logrando desarmarla.

Dos afiladas hojas arrojadizas penetraron el abdomen de Valeria, ella se abalanzó con sus manso desnudas contra su atacante, desgarrando su ropa. La vampiresa se detuvo, sorprendida, al notar bajo los oscuros ropajes un sarashi que comprimía el busto del shinobi. “Una mujer” masculló sorprendida al ver unos senos femeninos apretados por el vendaje de algodón.

Aunque Valeria no tuvo tiempo de pensar mucho más. La ninja, recogiendo la espada que había soltado Valeria, la ensartó con una estocada en su pecho derecho. Justo cuando la vampiresa empezó a sacar el arma de su cuerpo los guardias hicieron aparición por el otro extremo del pasillo.

Valeria ladeó ligeramente la cabeza y una expresión de pánico afloró en su rostro. El humo lanzado por el ninja se empezaba a disipar. La vampiresa vio a Mikoto Endo de pie, a pocos pasos de ella. Blandía una espada ensangrentada con la que había eliminado al asesino herido. Y ahora, miraba justo dónde estaba ella, peleando con el último shinobi.

La luz del fanal de los guardias alumbró durante un breve instante el ensangrentado rostro de Valeria.La chica, sin darse cuenta que sus largos colmillos sobresalían de la comisura de sus labios, pateó a la ninja en el estómago. Airada por su imprudencia, rápidamente se arrojó por una ventana, sin tan siquiera terminar de sacar la espada que la ensartaba.

Fueron más de treinta metros de caída libre hasta el jardín. Igual que haría un gato, procuró aterrizar a cuatro patas, flexionando sus extremidades para amortiguar el impacto. Aún así, no pudo evitar un quejido de dolor al notar como sus huesos se rompían con un crujido sordo. Mordiéndose los labios, se escondió bajo unos setos. La tibia y el peroné le sobresalían por la rodilla y los huesos del brazo no presentaban mejor aspecto. La katana que la atravesaba se había roto, y en su torso tenía un feo corte. Tuvo que morderse sus labios con fuerza para reprimir una exclamación de dolor. Afortunadamente, su capacidad de regeneración aún era alta y el arma no le había dañado el corazón. En menos de cinco minutos pudo volver a andar como si nada. Asegurándose que nadie la había escuchado, se desprendió de su ensangrentada ropa, ocultándola junto con la espada bajo las piedras de un estanque. El contacto con el agua casi le produjo una arcada, pero logró contenerse.

Si la veían desnuda, con suerte pensarían que no era más que una concubina buscando la letrina. Si la veían con la ropa ensangrentada, no habría justificación posible. Con sumo sigilo, ocultándose entre las sombras intentó volver a sus aposentos como si nada hubiera pasado. ¿La habría reconocido Endo? Pensó asustada. “Tranquilizate, aunque yo lo pudiera verlo perfectamente, el pasillo estaba a oscuras y lleno de humo, es imposible que pudiera verte. En el peor de los casos, fanal sólo me ha alumbrado un instante, insuficiente para que me reconociera, además, la caída era mortal de necesidad. ¿Quién va a pensar que una chica que camina ilesa acaba de lanzarse des de la torre más alta con una espada atravesándola?” se decía a si misma para calmarse.

Pronto se dio cuenta de que el castillo era inmensamente grande y todas las puertas le parecían iguales. “¿Cómo diantres llego al pabellón dónde nos han alojado?” pensaba frustrada mientras recorría apresuradamente pasillos y estancias.

Varios minutos después, un ruido captó su atención. Escondiéndose en una esquina, vio como varios samuráis llevaban a la shinobi fuertemente atada. Uno de ellos abrió una puerta oculta en una pared de madera. El fanal alumbró una escalinata de piedra que parecía perderse en los cimientos del castillo.

“Seguro que la llevan a las mazmorras” Pensó Valeria. La prudencia le decía que no se arriesgara más y que volviera a sus aposentos antes de que alguien la descubriera merodeando. No debía tentar más a la suerte, cada minuto que pasara fuera de su alcoba era un riesgo enorme. Por otro lado, una curiosidad gatuna la impulsaba a seguir a los guardias. No quería perderse la oportunidad de descubrir esas temibles cámaras de tortura de las que le había hablado Ferreira.

“¿Por qué no? Llevo más de una hora andando sin rumbo por ese laberíntico castillo. No vendrá de unos minutos más” Se dijo, bajando con cautela los fríos escalones de piedra. Oportunidades como esa no se presentan todos los días.

Minutos después

La mazmorra del Castillo Mikoto estaba excavada a la propia roca sobre la que se asentaba la fortaleza. Una caverna amplia y húmeda iluminada por antorchas. Oculta entre las sombras, Valeria observaba atentamente, y cuanto más contemplaba, más notaba que se ruborizaba su cuerpo.

Los guardias habían llevado a la shinobi ante el maestro de torturas del clan, un individuo calvo y obeso que vestía únicamente un taparrabos. Mientras los samurái la sujetaban, el torturador había procedido a desnudar a la chica y a atarla fuertemente con infinidad de nudos hasta el punto que la vampiresa perdió la cuenta de si la ataba con una sola cuerda o utilizaba varias sogas.

Una vez la ninja estuvo firmemente amarrada, los guardias se retiraron entre risitas. Con tantas ataduras parecía un pavo a punto de ser asado.

La prisionera aparentaba algo más de edad que Valeria, entre veinticinco y treinta años. Su piel era pálida, casi tanto como la de la vampiresa y su pelo oscuro estabasujeto con una coleta. Un par de mechones sobresalían por su frente, ahora adheridos a su piel por el sudor. Habiendo sido despojada de toda su ropa, incluido el vendaje que comprimía su pecho, Valeria se fijó en el busto de la chica, más prominente que el de la no-muerta. Años de duro entrenamiento habían dado a la ninja un cuerpo definido y atlético. Una escasa mota de vello cubría su pubis.

Pese a la humillante situación en que se encontraba, Valeria no pudo sino asombrarse por la expresión de la prisionera. Dónde cualquier otra chica se habría derrumbado, sollozado e implorado, ella se mantenía firme e inexpresiva.

El torturador le preguntó algo en japonés, a lo que la prisionera respondió con un escupitajo. Con una sonrisa en el rostro, el hombre procedió a desatar el nudo que unía los tobillos de la chica con las ataduras de sus muñecas. Ató sus pies a otra cuerda y la alzó con ayuda de una polea. La ninja quedó totalmente suspendida por los pies, con su cabeza casi rozando el suelo. Pronto, la sangre empezó a acumularse en su rostro.

El aguante de la chica volvió a sorprender a la vampira. Escuchaba el latido asustado de su corazón, pero en su rostro no había ningún atisbo de miedo. El calvo trajo un brasero en el que puso diversos instrumentos metálicos para calentarlos al rojo vivo.

Valeria no tardó en contemplar los temidos métodos de tortura de esa remota tierra.

El torturador agarró una flexible vara de bambú y con ella empezó a golpear la piel de la ninja. Empezando por sus piernas, bajando por sus muslos, deteniéndose largo rato en sus glúteos, para proseguir sobre su espalda. En el rostro de la chica se formó una mueca de dolor, pero ella logró aguantar el tormento sin gritar.

La shinobi era hermosa y Valeria no pudo evitar cierta turbación al notar como un hombre grotesco y feo le ponía las manos encima. Cogiendo unas pinzas, pellizcó con ellas los pezones de la chica. Ella logró aguantar inexpresiva hasta que el hombre se giró de espaldas, en que una mueca de dolor afloró en su rostro.

Había algo erótico en la forma de torturar a la ninja, tal vez fuera verla totalmente desnuda, con los nudos apretando todos y cada uno de sus músculos, sentir como la sangre se acumulaba en su cabeza, la expresión lasciva del carcelero… que hacía sonrojar a Valeria. No tardó en notar un pequeño ardor en su entrepierna, su respiración se volvió más agitada. Inconscientemente se llevó los dedos a sus labios, jugando con ellos mientras salivaba, mientras su otra mano se acercaba a sus muslos.

El hombre sacó un tarro con una sustancia pringosa y con ayuda de un pincel, empezó a untar con ella todo el cuerpo de la chica. Un olor dulzón llenó las fosas nasales de Valeria. “¿Miel o azúcar fundido?” fuere lo que fuere la viscosidad amarillenta que empezaba a cubrir a la prisionera, desprendía un olor agradable. Incluso notó como la shinobi se relajaba, al parecer aquello aliviaba el dolor de los latigazos ylos músculos agarrotados por la incómoda postura.

Valeria se sorprendió a si misma al descubrirse, inconscientemente, palpando su sexo, jugando con sus dedos, notando su propia humedad. No podía apartar la vista de lo que sucedía en la mazmorra.

Cuando todo el cuerpo de la chica, incluso su pelo, estuvo untado por aquella sustancia, el carcelero volvió a realizar la misma pregunta que le había hecho minutos antes. La respuesta de la shinobi fue la misma, un escupitajo que, esta vez, no alcanzó su objetivo y quedó pegado en el pelo de la chica, causando una carcajada en el hombre.

Con una placentera sonrisa en el rostro, el torturador se acercó a otra estantería, sacando una larga caja de madera lacada. Valeria estaba concentrada observando como la sustancia pegajosa se deslizaba por el cuerpo de la chica, densos regueros bajaban por su piel, deteniéndose cuando encontraban un nudo. Goteando hasta el suelo como finas estalactitas. Algunas gotitas de aquella sustancia pringosa entraron en las fosas nasales de la chica, causándole estornudos.

La prisionera, esforzándose por evitar que aquella sustancia siguiera deslizándose dentro de su nariz, no se percató de que el carcelero, con cuidado, había acercado la caja a sus piernas. Abriéndola, volcó todo su contenido.

La shinobi, por primera vez, no pudo reprimir su chillido. Valeria contempló como infinidad de puntitos negros se desplazaban por las piernas de la chica, atraídos por la sustancia viscosa que las impregnaba. Mordiendo por doquier. “Hormigas rojas” pensó.

La ninja se debatía hasta el límite de lo que le permitían las ataduras, intentando expulsar aquella marabunta de pequeños insectos que se desplazaban por su piel, descendiendo por sus piernas, acercándose a… De nuevo, otro chillido.

Los dedos de Valeria se movían solos, jugando con su sexo, masajeando su clítoris, acariciando sus labios vaginales. Por alguna extraña razón, contemplar como aquellos insectos se movían impunemente por el cuerpo de la prisionera, mordisqueando su piel, acercándose a sus lugares más íntimos, despertaba toda su libido. Si no fuera porque el otro shinobi la había alimentado bien, ahora mismo la sed la estaría enloqueciendo.

La piel del pubis, la barriga, los pechos… de la prisionera se iba enrojeciendo poco a poco a medida que los insectos iban avanzando, limpiando a mordiscos aquella pegajosa sustancia que tanto parecía gustarles. Valeria casi podía sentir todas y cada una de las sensaciones de la indefensa chica.

El carcelero, contemplaba a la prisionera burlándose de su patética situación entre risitas. Transcurrieron varios minutos, en que la chica, pareció a punto de perder la cordura por la actividad de los insectos sobre su piel.El hombre se acercó a un pozo llenó un cubo con agua y lo acercó a la chica, mostrándoselo y haciendo el amago de verterlo sobre su cuerpo, para liberarla del tormento de los insectos.

Por tercera vez, volvió a formular la misma pregunta. Y por tercera vez consecutiva, la respuesta fue la misma. La capacidad de aguante de la ninja cada vez asombraba más a la vampiresa.

El torturador depositó el cubo de agua al lado de la cabeza de la chica, y haciendo gala de su enorme fuerza, tiró de la cuerda que la mantenía colgando del techo. El cuerpo de la prisionera ascendió medio metro más por encima del suelo. Con el pie, el hombre situó el cubo de agua debajo de la cabeza de la chica, y soltó la cuerda.

Valeria ahogó una exclamación al ver como la cabeza de la chica caía dentro del cubo. La contemplaba luchar con todas sus fuerzas. La piel de su torso se enrojecía aún más por el esfuerzo. Desesperadas burbujas salían del agua… Y así transcurrió un minuto, dos minutos… Valeria llegó a pensar que la intención del hombre era matarla entre tal terrible sufrimiento. Pero justo cuando dejaron de salir burbujas, el hombre la levantó.

Entre tosidos y desesperadas bocanadas de aire, la chica recuperó oxígeno. Por cuarta vez, el hombre formuló la misma pregunta. Por cuarta vez la chica le escupió. Y por segunda vez, la cabeza de ella volvió a sumergirse en el cubo.

Tres veces más el carcelero subió a la ninja cuando estaba a punto de ahogarse, y tres veces más le formuló la misma pregunta. Y las tres veces obtuvo la misma respuesta.

Los insectos recorrían ahora el torso de la prisionera, mordiendo sus pechos, sus pezones, sus axilas, su cuello. Con la cabeza metida en el agua, la shinobi hacía auténticos esfuerzos para evitar expulsar el valioso aire de sus pulmones.

Dejando la cabeza de la chica dentro del cubo, el torturador se acercó al brasero y sacó varios instrumentos afilados y punzantes al rojo vivo. Una siniestra sonrisa afloró en su rostro. Por primera vez, Valeria se percató de la potente erección que sobresalía de su taparrabos. Aquél sádico disfrutaba causando dolor, pero no iba a abusar de la chica como haría cualquier otro hombre. Cuánto más dolor causara a la indefensa prisionera, más se excitaría él.

Pese a estar gozando con el espectáculo, aquello ya escapaba de lo que Valeria estaba dispuesta a tolerar. Hasta ahora, la chica había resistido la tortura con un valor que excedía las palabras. Era obvio que, por mucho dolor que se le infligiera, no hablaría. Lo correcto sería darle una muerte rápida e indolora. Era absurdo seguir atormentando su agonía.

El hombre en cambio, tenía una visión muy distinta. Se acercó a la chica sosteniendo un fino cuchillo acabado en forma de garfio. Sopló un instante el filo al rojo vivo y lo acercó al ombligo de la chica. Pocas veces había tenido en sus manos un prisionero tan resistente, y nunca había “trabajado” con una chica tan bonita. Iba a gozar cada segundo de su agonía, era un experto alargando la muerte de sus prisioneros.

El carcelero no supo qué le mató. Algo apareció de repente entre las sombras y le fracturó el cuello.

Valeria se acercó a la chica, con una patada apartó el cubo. Por un momento creyó que había expirado, pero una desesperada bocanada de aire volvió a llenar de oxígeno los pulmones de la shinobi.

Valeria contempló su cuerpo con atención, sus dedos recorrieron los múltiples nudos que la inmovilizaban. Palpó los comprimidos músculos de la chica, apartó varias hormigas y se metió en la boca un pedazo de la sustancia que pringaba su cuello. “Miel, y de excelente calidad”.

Valeria cogió el cubo, lo llenó nuevamente de agua y lo volcó sobre el cuerpo de la chica, expulsando los insectos que aún mordían su piel. Se quedó unos instantes contemplando su cuerpo, enrojecido y maltratado. Pese a ello, la prisionera ofrecía un aspecto erótico. Movida por la curiosidad, acercó su mano al pubis de la chica, pellizcando su corto vello, acercándose a sus labios.

“Vaya vaya” murmuró Valeria, sorprendida, al percibir humedad en su vagina. “Así que te gustan las emociones fuertes”. Lo que la vampiresa ignoraba era que, ante el dolor y el pavor del tormento, el cuerpo de la chica había empezado a reaccionar de forma completamente aleatoria, intentando suprimir los dolorosos estímulos que recibía. Y una de esas reacciones, fue incrementar la libido, inhibiendo levemente la sensación de dolor, de forma similar a como actuaría un analgésico.

La chica le devolvió una mirada que mezclaba vergüenza y temor a partes iguales. Había reconocido en su salvadora, a la chica que antes había atravesado mortalmente con su espada. Masculló unas palabras que Valeria no logró entender. “Tal vez puedas ayudarme a aliviar mi deseo” pensó ella mientras desataba la cuerda que la mantenía sujeta al techo y, con cuidado, la bajó hasta el suelo.

Como pudo, la shinobi intentó incorporarse. Pese a que no hablaban la misma lengua, la mirada llena de deseo de la desnuda Valeria, permitía a la prisionera entender perfectamente sus intenciones.

Con un gesto suave, Valeria volvió a tumbarla contra el suelo. Justo cuando estaba a punto de enterrar el rostro de la prisionera entre sus muslos, un ruido de pasos la interrumpió. “Qué inoportunos” pensó fastidiada.

Mientras la vampiresa volvía a esconderse entre las sombras, cuatro samuráis bajaron por la escalinata de piedra. Ni tan siquiera tuvo tiempo de esconder el cadáver del carcelero. Al verlo en el suelo, uno de los soldados dio la voz de alarma.

“Lo siento, pero no puedo liberarte” pensó Valeria, que suficientes problemas tendría para salir de allí sin ser vista. Y no quería dejar un reguero de cadáveres a su paso. Era un riesgo dejar a la shinobi con vida, pero la vampiresa no creía que alguien que había aguantado estoicamente todo ese tormento fuera a delatarla sólo para conseguir algún exiguo beneficio por parte de sus captores.

Una hora después.

Aún faltaban un par de horas para que amaneciera, y Valeria, al fin, había logrado llegar a sus aposentos. Sigilosamente, entró en su alcoba y se tumbó en el cómodo colchón que le habían preparado en el suelo. “Menuda aventura la de esta noche” pensó mientras se relajaba.

Tumbada boca arriba, contemplando las pinturas de las paredes, sintió la punzada de su deseo no aliviado. De nuevo, dirigió su mano a su entrepierna. Se frotó suavemente, luego con más intensidad. Pero no lo conseguía. No era lo mismo estar contemplando el cuerpo de la shinobi, con su sangre bullendo, su corazón desatado yla miel impregnando su hermosa piel, que mirar los paneles decorados de la alcoba. No era lo mismo, Valeria no alcanzaba el clímax.

A pocos pasos, en la estancia contigua, separada tan solo por unos finos paneles, escuchaba la fuerte respiración de Ferreira, durmiendo plácidamente. “Porque no” pensó con una pícara sonrisa mientras salía del lecho.

El portugués se despertó sobresaltado, una fría sensación oprimía su cuerpo, intentó gritar pero una fuerte mano atenazó su boca. En la penumbra, tan sólo distinguía una oscura silueta y unos ojos brillantes como ascuas. Por un instante, pensó que el temido momento había llegado, su compañera iba a alimentarse de él.

  • Shht.- Susurró Valeria, calmando al hombre con su mirada.- Calla y disfruta, esto no se repetirá.

Unas fuertes manos desgarraron la ropa de Ferreira, dejando su redondo y poco atractivo cuerpo al descubierto. Su miembro, aún adormecido, estaba flácido, para decepción de la chica. Pero ella sabía como ponerle remedio.

Hábilmente, se deslizó por el cuerpo del hombre, acercando la cabeza a su cintura. Un gemido brotó de los labios de Ferreira al notar como la fría y hábil lengua de la chica se enroscaba alrededor de su miembro, humedeciéndolo, estimulándolo.

No hizo falta demasiado esfuerzo para lograr el efecto deseado. Satisfecha, notó dentro de su boca como el pene se iba endureciendo a medida que la sangre se acumulaba en él.

Unas manos que parecían de hierro sujetaron los brazos del hombre sobre su cabeza, Valeria se incorporó y se sentó sobre su cintura, no fue muy difícil para la ya excitada chica, introducir el erecto pene en su vagina. Ferreira soltó un bufido de placer al notar como su miembro se introducía en el húmedo y frío cuerpo de su compañera.

A lo largo de su vida, el comerciante había estado con multitud de mujeres, la inmensa mayoría prostitutas de puerto. Pero nunca había sentido nada como esa escalofriante y placentera sensación al introducirse en la fría vagina de la no-muerta. Su corazón le palpitaba a mil por hora. En privado alguna vez había deseado ese hermoso cuerpo, pero el temor a la furia de la vampiresa siempre le había infundido respeto. Ahora, por alguna extraña razón, la chica que nunca se le había insinuado, se volcaba fogosa en el acto carnal.

Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando notó los fríos y suaves pechos de la vampiresa presionar su cálida piel a medida que los labios de Valeria se acercaban a los suyos. Mientras movía las caderas a un ritmo frenético, ella le besó los labios. Un beso tan apasionado, que él lo sintió casi como un mordisco. Por un instante, él se asustó, temiendo que la chica buscara alimentarse de él.

Los fríos labios de Valeria descendieron por su cuello, succionando fuertemente su piel, pero sin llegar a clavar sus colmillos en ella. Se detuvo en el velloso y poco musculado pecho del hombre, moviendo su larga lengua alrededor de sus pezones, mordiéndolos suavemente. Sus brillantes ojos no se apartaban de la asustada y extasiada mirada de Ferreira.

Valeria volvió a subir su cabeza, mordisqueándole el cuello. Un cosquilleo recorrió todo su cuerpo cuando la chica empezó a lamer su oreja, humedeciéndola con su saliva, presionando como si quisiera introducirse como un gusano dentro del conducto auditivo.

Sin cambiar el ritmo de sus caderas, ella acercó sus pechos a su boca. Él no tardó en empezar a lamer y succionar aquellos anhelados suaves y firmes senos. En la penumbra, no podía contemplar el hermoso cuerpo de la chica, pero a través del tacto de su piel, sentía toda la sensualidad de Valeria. Movía sus labios y su lengua como si quisiera exprimir aquellos sensuales pechos.

  • Adelante, no te pongas límites.- Le susurró ella.- Aprovecha que soy la única chica a la que no puedes hacer daño.

Ante aquella invitación, el portugués mordió con pasión el pezón de Valeria, hincando sus dientes en él. Sacando un apasionado gemido a la chica.

  • ¡Más!- Le volvió a susurrar.- Muerde más fuerte… puedes hacerlo…

Con sus órganos sexuales a punto de estallar, Ferreira mordió con más intensidad, intentando dejar sus dientes permanentemente marcados en aquellos marmóreos senos.

Valeria emitió un largo y apasionado gemido cuando al fin, alcanzo el anhelado clímax, se fundió de placer con el miembro de Ferreira aún palpitando dentro suyo. Él tan sólo necesitó unos segundos más. Apretando los dientes, intentando ahogar su suspiro apasionado, vertió toda la carga de sus testículos dentro de la vagina de la chica.

Ella se sentía cálida por dentro. En cierto modo, no le molestaba tener el fluido masculino en su interior. Hacía tiempo que había descubierto que un embarazo era imposible, y esa cálida sensación en su vagina era en cierto modo, agradable. La chica se tumbó al lado del portugués con un suspiro. Ambos se quedaron mirando el techo durante unos instantes sin decir nada.

  • Esto ha sido intenso ¿eh?- Dijo Valeria rompiendo el silencio.- Espero que lo hayas disfrutado, porque no se volverá a repetir.

Ferreira, aún aturdido por lo sucedido, no supo que responder. Con su mano empezó a recorrer el cuerpo de la chica, explorando cada rincón de su inmaculada piel. Hasta detenerse en un punto, bajo su pecho izquierdo, casi rozando el corazón. Acarició suavemente esa mácula su piel perfecta. Un pequeño círculo de tejido necrótico, áspero al tacto. A la vista, parecía una peca, pero la piel allí estaba seca, como si estuviera carbonizada. Asombrado, descubrió que si apretaba, su dedo se hundía en ella, como si fuera un orificio.

En un brusco y repentino gesto que casi le rompe la muñeca, Valeria apartó la mano del hombre.

Asustado contempló los ojos airados de su compañera.

  • ¡Ten cuidado amigo!- Le advirtió con tono firme.- Aunque me haya entregado a ti, no significa que puedas tocar cada rincón de mi cuerpo. La próxima vez que hagas eso, te romperé la mano.

Dicho eso, Valeria se levantó y, desnuda como estaba, se dirigió a su habitación.

  • Pe… pero… Va… Valeria yo.- Mascullaba el hombre sin saber qué había hecho mal.- Lo… lo siento, no quería…

Pero ella ya no le respondió nada más. Bruscamente cerró el panel y se tumbó en su lecho con un gesto amargo en su rostro. Habían transcurrido cinco años, y esa herida seguía sin cicatrizar, ni tan siquiera parecía que fuera a cerrarse. Como una mancha en su alma, un perenne recuerdo de que pese a todo, ella no era más que un monstruo. En cierto modo, agradecía que la herida de la espada de su primo estuviera bajo su pecho. De esta forma evitaba verla ya que su seno la cubría. Pero aún así, ella sabía que esa oscura mancha estaba allí, como recuerdo de lo que era.

El día siguiente.

Aún faltaban un par de horas para el mediodía cuando un sonido de pasos apresurados sacó a Valeria de su letargo.

  • ¡Valeria! Aprisa.- Era Ferreira, que, rápidamente empezó a sacudirla.- Levántate, tenemos problemas.

  • ¿Que… que pasa? Déjame dormir… si es por lo de anoche… te perdono… no te guardo rencor… ahora déjame… estoy cansada… y aturdida.

– No es por eso.- Insistió él alarmado.- Los guardias del señor Endo, preguntan por ti. Te has metido en un buen lío.

  • Diles que estoy indispuesta...- Masculló ella cuya mente aun no se había despejado del todo.- Diles que me ha venido el periodo… o que he cogido una fiebre tropical… que se yo… se supone que para eso estás, para velar durante mi sueño… ofreceles dinero, eres rico.

  • ¿Crees que no lo he intentado? Dicen que si no les acompañas voluntariamente entrarán por la fuerza. ¿Se puede saber a quién te comiste anoche?

  • No es lo que tu crees…- Murmuró la chica como si estuviera ebria.- ¿Que crees… que querrán… de mi?

Desesperado, Ferreira intentó vestir a Valeria, que, como si fuera una niña pequeña, se dejó hacer sin oponer demasiada resistencia.

  • Llevarte ante su señor. Ni tan siquiera me permiten acompañarte.

  • Eres un inútil… y un idiota.- Masculló ella débilmente.- Fuiste tu quién me convenció para acompañarte a ese maldito lugar… Mirame, estoy totalmente indefensa… Tan sólo tienen que desnudarme y patearme hacia un patio abierto... y la luz del sol hará el resto...

El tono era amargo, resignado. Ellos dos estaban solos en ese castillo y ella lo sabía. Poco podía hacer el portugués para protegerla ahora. Ella, que siempre se había guiado por la prudencia, anoche había pecado de confiada. Su intensa curiosidad le había salido cara. Nunca debería haber vuelto a sus aposentos después de lo sucedido. Tendría que haber salido del castillo, meterse en algún escondrijo, dónde no pudieran encontrarla. Ahora ya no había nada que hacer.

  • Te prometo que intentaré protegerte. Usaré toda mi influencia.- Le decía él para convencerla mientras cubría su cuerpo con un largo kimono.

  • Eso te protegerá del sol.- Le dijo mientras le tendía un amplio sombrero de paja.

  • Eres un buen hombre.- Le respondió ella torciendo una sonrisa.- Van a matarme, ¿lo sabes, verdad?

A fuera, los samurái empezaban a impacientarse.

  • Ya voy… ya voy.- Balbuceó ella mientras se levantaba.

CONTINUARA