La ninfómana y su nuevo vecino (Introducción)
Paola es una ninfómana que está acostumbrada a follarse a todo el que quiere. Veamos si es capaz de hacer ceder a su nuevo vecino.
Paola se levantó demasiado agitada aquella mañana. Tras haber pasado toda la tarde anterior follando con el primo de su mejor amiga, no comprendía cómo podía haber vuelto a tener un orgasmo mientras soñaba, aunque eso tampoco era nada nuevo. Tras relajarse un poco y, como no, tocarse un poco más su húmedo coño, se levantó y fue al baño.
Manuel, su nuevo objetivo, había llegado al edificio dos días atrás. Desde que le vio, Paola supo que no descansaría hasta follárselo por completo. A pesar de sus apariencias de niña buena (19 años recién cumplidos, ojos negros y cara de santa), no dejaba indiferente a nadie con su pedazo de culo y unas tetas de escándalo. Por descontado, que todo aquel que follaba con ella se viciaba de su coño. En cuanto a su forma de actuar con los hombres, Paola siempre conseguía lo que quería. Llevaba fallándose a sí misma desde los 12 años, y se desvirgó, por todos los agujeros, con 14 años. Por tanto, ya con 19, contaba con la experiencia necesaria para seducir a todo lo que le apeteciese y su nuevo vecino no iba a ser una excepción.
Por si fuera poco, Paola tenía una manía algo desagradable, en principio, para todos sus ligues: deseaba desvirgarles el culo. Nunca se había acostado con ninguno que ya hubiese sido desvirgado, pero todos los que habían pasado por su cama habían salido con algo más que una par de corridas. Por esto, en lo primero que se fijó Pao cuando Manu entró al edificio fue en su culo. Dedujo que debía tener como mínimo dos horas de gym a la semana, y desde hacía más que un par de meses. Además, se fijó en el pedazo de paquete que le marcaban los shorts que traía para hacer la mudanza. Paola, como buena vecina, se acercó a saludarle y ver si podía ayudar en algo aunque el único interés que tenía en ayudar era para exprimirle la poya. Manu no tenía ninguna intención de empezar con malas relaciones, y menos con la que parecía ser la chica más joven del edificio, así que, aunque no lo necesitaba, dejó que Pao le ayudase. Estuvieron toda la mañana entrando y abriendo cajas en el piso, sacando todas las posesiones del chico. La ayuda de Paola no hizo más que alargar el trabajo y causarle una erección de caballo a Manu, que cada vez que pasaba a su lado no podía evitar agacharse un poco más de lo necesario para mirar debajo de la minúscula falda que llevaba la chica, o acercarse a ella para intentar ver el escote de aquella camisa que dejaba poco a la imaginación. Paola se dio cuenta enseguida, ya estaba acostumbrada a poner cachondos a los hombres con solo mirarla, es más, alguna vez ya había provocado una pequeña corrida sin que su ligue llegara a tocarla, solamente viendo cómo se desnudaba o cómo se metía los dedos. A pesar de esto, no eran esas las intensiones que tenía con Manu: estaba demasiado bueno como para solo follárselo una vez. Decidió proceder como hacía mucho tiempo que no lo hacía: con calma. Cuando acabaron de sacar unos libros de la última caja, Pao se fue a casa, despidiéndose con un beso en la mejilla de Manu, demasiado cerca de los labios. Tras esto, Manu cerró la puerta de su nueva casa y se fue al baño a vaciar su polla. Una erección tan grande en unos pantalones tan apretados hicieron que las venas se le marcasen aún más y, tras menos de 4 movimientos, soltó toda la leche dentro de la taza, llegando a caer parte sobre sus pantalones. Se los quitó y los guardó sin limpiar; algún día se los regalaría a Paola.
Por su parte, la chica subió a su casa, puso algo de música y fue directa a la cama. Como todos los días de verano, esta estaba sin hacer. Paola vivía sola en un piso del centro porque estaba estudiando en la universidad, y no le salía nada rentable coger la moto todos los días desde el pueblo. Además, vivir en la ciudad tenía todas las ventajas para una ninfómana como ella: sexo seguro cada vez que le apeteciera, discotecas por calle y bares de gigolós de casi 24/7. Estaba encantada con la vida que había iniciado un año atrás.
Una vez en la cama, se quitó el tanga (la minifalda no hacía falta), la camisa y el sujetador. Lo tiró todo debajo de la cama (que era el lugar dedicado a guardar tangas y boxers de todos los que pasaban por su casa y se las "dejaban olvidadas", para poder tener una excusa y volver). Así, Pao se quedó desnuda salvo por la minifalda de 20 cm. Le ponía muchísimo masturbarse así, con una pequeñísima prenda de ropa que no le impidiese llegar al clímax fácilmente. Con una mano, se rozó el pezón derecho y comenzó a darle pequeños pellizcos. El sonido de la música le invitaba a bajar la mano hasta su coño, ya chorreante, coger sus fluidos y seguir poniendo erecto su pezón. Siguió con este movimiento unos minutos. De vez en cuando, llevaba parte de los jugos a la boca; le encantaba su sabor, y saber que esos mismos jugos serían saboreados pronto por su nuevo vecino. Dio un último repaso a sus pezones y se llevó la mano al coño. El clítoris le palpitaba y no tardaría más de un minuto en correrse. Empezó a frotarlo con fuerza, sus movimientos hacían vibrar la cama y poner cachondo al viejo verde del 5ºB, que sabía lo que significaba ese sonido. Tras 45 segundos, Pao se corrió con un profundo gemido, que la dejó sin fuerzas durante unos segundos, estaba demasiado acostumbrada al sexo como para cansarse después de correrse. Fue al baño y se limpió un poco el coño. Estuvo tentada de coger el papel y tirarlo por la ventana, ya que llegaría a la primera terraza, la de Manu. Pero se contuvo, ya habría tiempo de calentarle.