La ninfa del bosque
Carlos no se imaginaba que, a su lado en medio de aquel bosque donde habían acampado, había una ninfa verde y sensual.
Cuando Lora gimió en sueños, Carlos se despertó de inmediato, la chica dormía a su lado en la pequeña tienda, ¿Qué hacía allí? Fuera soplaba el viento entre los árboles del bosque.
-¿Qué pasa?- Le preguntó extrañado tratando de recordar en qué momento ella se había escabullido dentro.
Lora no contestó, se limitó a removerse dentro del saco, Carlos creyó que no estaba despierta, pero de pronto abrió los inmensos ojos verdes (del mismo color de su pelo) y le miró. El sintió un escalofrío en la espalda.
-Estaba soñando- dijo ella en un susurro- ¿Te he despertado?
-No importa. ¿Era una pesadilla?- Miró el reloj de su muñeca: las 3 y 30 de la madrugada.
-No, éramos tú y yo.
Sin más, ella se inclinó y le besó. Sus lenguas juguetearon con avidez mientras él notaba que su excitación crecía de pronto y se reflejaba en una erección tan repentina que le causó molestia y cierto dolor.
¿Por qué estaba ocurriendo aquello? No lo sabía, Lora tenía 17 y él 25, eso por no mencionar que él estaba enamorado de otra mujer, o eso había creído hasta entonces, y que esa mujer dormía en la tienda de al lado, a penas a tres metros de donde ellos estaban, y para colmo, esa chica que le estaba besando y a la que él besaba era la hermana pequeña de su novia, Karina.
Cuando Carlos notó el cuerpo de la chica sobre el suyo dentro del saco, pudo por fin reunir la fuerza de voluntad suficiente para apartarla de él.
-No, no podemos hacer esto- Dijo mirándola a los ojos, un mechón de pelo verde caía ante el rostro de Lora y le rozaba la frente haciéndole cosquillas.
-Te deseo desde la primera vez que te vi con Karina- confesó ella- Sufro cada vez que os veo juntos, por favor, creo que me he enamorado de ti. Te quiero...
Iba a besarle de nuevo, pero Carlos se apartó.
-Pero Karina...- Trató de decir Carlos con la respiración entrecortada.
-No te quiere, créeme. Yo sí, yo no puedo vivir sin ti.- Y se lanzó a besarle de nuevo.
Lora era bella como la noche, eso resultaba indiscutible, y también era sensual. Carlos se perdió en la luz de sus ojos verdes profundos y se dejó hacer, incapaz de decir que no una vez más, dejó que ella se colocase a horcajadas sobre su cuerpo.
Unos dedos expertos se las ingeniaron para despojarle de la ropa interior sin que él apenas lo notase, borracho de besos, hipnotizado, sólo sabía sujetarla con las manos ambos lados de cara y sentir su lengua contra la suya, alrededor de la suya, devorándole, absorbiéndole la vida con cada segundo.
En algún momento, el cuerpo desnudo de la chica estuvo contra el suyo, cálido y suave como la mejor caricia. Los pechos de Lora se presionaban contra su pecho mientras se besaban, y sus sexos se apretaban uno contra otro, rozándose con la desesperación de la urgencia.
De pronto, con una sacudida rápida pero certera, Lora produjo una penetración profunda. Carlos notó intensamente el interior húmedo y caliente de su vagina, echó la cabeza hacia atrás y apretó los dientes para contener un gemido que pudiese despertar a los demás.
Las manos de él se aferraron con fuerza a las caderas firmes de Lora para seguir y guiar sus movimientos rítmicos. El placer era tan intenso que creyó que se correría antes de poder decírselo a ella, pero justo cuando estaba a punto, ella se detuvo, experta, encantada, sonriendo con una mirada pícara y malvada en el rostro.
"Está disfrutando" pensó Carlos medio enloquecido de placer " Y yo estoy gozando más que en toda mi vida"
Ni pensó en Karina, el sexo con ella parecía un juego de bebés comparado con el placer que estaba sintiendo en aquellos momentos junto a Lora. Quiso pensar dónde habría aprendido aquella chiquilla todas aquellas cosas, aquella forma de besar, aquellas miradas, aquellos gestos, aquella manera increíble de moverse sobre él, con tanta experiencia y sabiduría, pero cuando empezó a planteárselo, las caderas de Lora comenzaron a trazar círculos lentamente, y el placer volvió a crecer en oleadas bruscas que iban y venían como el mar arrollador.
Cuando llegaba al límite del placer, justo antes del orgasmo, y él abría la boca para gritar creyéndose morir, ella se detenía produciendo que las sensaciones remitiesen sin que el placer despareciese del todo. Carlos entonces dejaba escapar el aire, y antes de haber tenido más de un segundo para recuperarse, notaba cómo los músculos interiores del sexo de Lora se contraían entorno a su sexo hinchado enterrado allí, y sus caderas dibujaban otro giro, ni muy lento, ni muy rápido, que traía a las costas de su cuerpo una nueva tromba de un placer incontenible. Sus pulmones se llevaban de aire y Carlos abría la boca para gritar.
"Esta vez sí" pensaba casi perdiendo el sentido, medio mareado, medio inconsciente, "Esta vez voy a correrme y será tan intenso que moriré, por Dios, voy a morir"
Entonces ella sonreía y se detenía, y él le imploraba que no podía más, que su cuerpo no aguantaría una envestida más como aquella.
Cuando por fin, Lora le permitió llegar hasta el final, Carlos apretó los dientes con toda su fuerza luchando por no gritar, pero incluso así, un gemido ahogado acabó escapando de su garganta acompañando el último espasmo de su miembro dentro del cuerpo de ella.
-Me has inundado- le susurró la chica sin dejar de moverse y gimiendo a la vez- Está caliente, me encantaaaaaa...- Ella estaba teniendo un orgasmo fabuloso, pero Carlos apenas si podía darse cuenta de ello. Se sentía mareado y totalmente exhausto, como si le hubieran extraído toda su energía. Yacía bajo ella, con los brazos laxos extendidos a cada lado de su cuerpo, sintiéndola estremecerse sobre él, moviéndose con rapidez, gozando de cada movimiento con la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados, la boca entreabierta y la punta de su lengua húmeda y brillante entre los dientes blancos. Su espesa melena verde le caía por la espalda llegando a rozar los muslos de Carlos.
Estuvo así casi un minuto entero, notando la llegada de una inmensa sucesión de orgasmos que le inundaron y la recorrieron como un rayo, desde su sexo, donde nacía el placer más intenso, hasta cada uno de los dedos de sus manos y pies.
Una vez hubo terminado, se detuvo con un largo suspiro y miró al chico tendido debajo de ella.
-Fabuloso, ¿no?- preguntó juguetona apartándose el pelo de la cara y sonriendo mientras el rubor le subía a las mejillas.- Y nadie ha notado nada, increíble.
Carlos no dijo nada, no podía. Acababa de experimentar el orgasmo más intenso de su vida, algo que no podía explicar con palabras, si hubiese durado tan sólo un segundo más, estaba seguro de haber muerto de un paro cardiaco, una embolia o algo peor. Lora alzó las caderas y liberó su sexo que ya había empezado a perder la erección. El gesto le produjo una sensación de abandono. Miró a la chica y quiso besarla, quería sentirla cerca, abrazarla y susurrarle que la amaba, pero ella se zafó de sus manos con una sonrisa maliciosa y una mirada líquida y juguetona.
-Será mejor que vuelva a la tienda con mi hermana- dijo fingiendo disgusto.
-No, quédate un poco más, ven, túmbate junto a mí, abrázame.
La sonrisa de Lora creció satisfecha y en sus ojos Carlos leyó lo que pensaba: "Lo siento, ya tengo lo que había venido a buscar. Ahora me voy y aquí te quedas" La chica negó con la cabeza, los mechones de cabello que le enmarcaban el bello rostro de ninfa se agitaron levemente y él sintió muy dentro de su corazón que la odiaba por ser tan cruel, por abandonarle después de enamorarle y colmarle de placer. Había sacado de él lo que quería, le había convertido en su esclavo, y ahora se marchaba sin más, a pesar de que Carlos le confesase no amar a Karina, a pesar de que le implorase que se quedase un poco más, a pesar de que llorase desesperadamente mientras lo hacía y la cogiese de las manos, y se las besase y le dijese que la amaba una y mil veces.
Lora no tuvo piedad, ni su sonrisa ni sus ojos vacilaron al despedirse y dejarle solo.
Y aún así, a pesar de todo, Carlos se rindió ella por completo a partir de aquella noche, se sintió feliz de ser su juguete o su esclavo siempre que ella lo desease. Rezaba constantemente para que llegase el momento en que Lora le llamase, le mirarse o le sonriese, para que le diera la señal que le indicara que podía ir a su lado y disfrutar con ella una vez más.