La niñera

Agarré sus caderas y la giré contra la cama, quedándome yo encima de su cuerpo menudo. Ella soltó otro gemido. - Vas a hacer que me corra antes de meterla - le dije tras el movimiento. - Métela entonces. Cogí el tronco de mi polla y lo dirigí hacia su raja.

Mis padres, desde que se jubilaron, viven en una casa junto a la playa, así que algunos fines de semana, aprovecho para volver a mi ciudad de origen, reencontrarme con mis amigos de toda la vida y disfrutar de una de las mejores playas de España. Se trata de una de esas casas antiguas, de piedra y ladrillo con un pequeño jardín a la entrada y un porche detrás, dando al mar.

En mayo, aprovechando que celebrábamos el cumpleaños de mi padre, quedé con mi hermano para coincidir con él,  su mujer y mis dos sobrinos en la casa y pasar un fin de semana más familiar y celebrarlo juntos con una comida el sábado.

Como de costumbre, llegué el viernes a última hora de la tarde, después de haber salido del trabajo con la maleta ya en el coche y con ganas de perder Madrid de vista por dos días. Hice sonar el cláxon dos veces al llegar a la entrada y en un instante se abrió la cancela y aparecieron mis sobrinos corriendo con mi hermano y mi cuñada a continuación. Ellos habían llegado a mediodía y ya estaban instalados. Mis sobrinos se lanzaron a saludarme y entraron de nuevo al jardín. Abracé a mi hermano y saludé a mi cuñada, mientras sacaba mi maleta del coche y preguntaba por mis padres.

  • Pasa, están en el salón - me indicó mi hermano.

Mientras cruzaba el jardín con ellos, apareció mi madre, flanqueada por mi padre, en la puerta de la casa.

  • José, ¿qué tal el viaje?

  • Bien, me he escapado un poco antes y me he saltado los atascos de salida. ¿Qué tal por aquí?

  • Como siempre. Tu padre se ha dado una paliza arreglando el jardín y, ya ves, ya se ha vuelto a llenar de pinaza con el viento.

Entramos en la casa y subí a dejar mis cosas en mi habitación. Al ser una casa antigua, tiene una distribución muy clásica en dos plantas, con las zonas comunes abajo y las habitaciones arriba, excepto una de servicio junto a la cocina. Volví a bajar al salón donde se encontraban todos: mis padres sentados en un sofá, mi hermano en un sillón y mis sobrinos con mi cuñada jugando en el suelo. Me senté en otro sillón y entré en la conversación.

A los diez minutos apareció una chica por la puerta del salón y dijo:

  • Perdón, señora. Es la hora del baño.

Sorprendido, miré a mi hermano. No sabía que hubiera alguien más en casa.

  • Maria, este es mi hermano José - le indicó a la chica.

  • Encantada, señor - respondió ella muy educada.

  • Igualmente, Maria - le dije yo, aprovechando para mirarla de nuevo.

Era una chica filipina de unos 25 años, guapa, con pelo negro, rasgos suaves, ojos oscuros y labios carnosos. De figura menuda, iba con un uniforme de chaquetilla azul claro y pantalones blancos. Mi cuñada se levantó y arengó a mis sobrinos para ir al baño mientras María miraba quieta desde la puerta. Tras varias protestas de los niños, desapareció  con los dos escaleras arriba.

  • Es la niñera que tenemos en casa - añadió mi cuñada - Hemos pensado que era mejor que viniera y aprovechar nosotros mejor el finde.

Retomamos la conversación, pero yo ya tenía la cabeza en la chica que se habían traido de niñera. Tenía esa belleza distinta que hace que te atraiga más todavia.

Llegó la hora de la cena y empezamos a poner la mesa del comedor. Fui a la cocina me crucé con Maria, que estaba recogiendo los platos de la cena de los niños.

  • Hola María - le dije alegre, a ver cómo respondía.

No debía estar atenta, porque dió un respingo y dejó caer un par de tenedores y un cuchillo de los que llevaba.

  • Señor - respondió agachándose a por los cubiertos.

  • Anda, que te he asustado. Espera, que te ayudo.

  • No pasa nada, señor, ya lo recojo yo.

  • Llámame José, que señor me suena muy serio.

Sin responder nada me miró, sonrió y asintió. Tenía una sonrisa blanca muy bonita y los labios eran realmente carnosos.

Fui llevando cosas al comedor y en cada incursión a la cocina, me iba fijando en Maria: su pelo, su figura, sus rasgos,... Cada vez que cruzábamos la mirada, me dedicaba una sonrisa tímida y apartaba la vista. Cuando acabó de recoger las cena de los niños, ví como se retiraba a la habitación de servicio y cerraba la puerta.

Tuvimos una cena distendida, haciendo planes para el cumpleaños de mi padre al día siguiente y una sobremesa con alguna copa, aprovechando que los niños estaban ya dormidos. No volví a pensar ya en la niñera. A eso de la 1 levantamos la sesión y nos fuimos todos a dormir. Ya en mi cuarto, me puse el pijama y me tiré en la cama a leer un rato. La chica volvió a mis pensamientos. ¡Joder, es que era guapa! y además, me empezaba a dar morbo que fuera la niñera de mis sobrinos. Seguí leyendo un buen rato, pero no me la quitaba de la cabeza.

Bajé a la cocina. La verdad es que no sé con qué objetivo, porque lo más seguro es que estuviera encerrada y dormida en su cuarto. Abrí el frigorífico, cogí un yogur y me senté en uno de los taburetes de la cocina a tomármelo, mirando hacia su puerta. Todos en la casa estaban dormidos y tenía toda la pinta de que ella también. No sé qué hacía ahí yo sentado en la cocina de madrugada. Terminé el yogur, me levanté del taburete y tiré el recipiente en la basura. Al girarme, se me cayó la cuchara de la barra y chocó varias veces contra el suelo con su ruido metálico. Lo que me faltaba para parecer más idiota. La cogí y la dejé en el fregadero. Iba a salir de la cocina para subir, cuando su puerta se abrió poco a poco y María asomó la cabeza tímidamente.

  • Soy yo, María - susurré - Perdona que te haya despertado.

  • No pasa nada, señor. Es que escuché un ruido.

  • Sí, se me ha caido la cuchara. Lo siento - respondí con una sonrisa - y no me llames señor, que me haces sentir muy mayor.

  • No hay problema - respondió, devolviéndome tímidamente la sonrisa.

Ya que estaba fuera, tenía que aprovechar antes de que se volviera a su habitación, para ver si podía charlar con ella.

  • ¿Te dan mucha guerra mis sobrinos? - solté, evitando que cerrara la puerta. ¡Qué original! ¡Vaya pregunta para salir del paso!

  • No, señor, son unos chicos muy buenos - respondió, sorprendida de que le diera conversación.

  • ¡Qué me vas a decir, son mis sobrinos! - dije riéndome. Ella se rió nerviosa. Yo añadí:

  • Otra vez con lo de señor... ¿tan mayor me ves?

  • No, lo siento. Es la costumbre.

  • Soy José para todos... Hacemos una cosa: si me llamas señor otra vez, me voy.

  • No, no hay problema, quédese - respondió avergonzada.

Esta era la mia. Me acababa de decir que me quedara.

  • Bueno, si quieres que me quede, yo me quedo - le dije sonriendo.

Ella se puso roja de golpe y sonrió nerviosa viendo el lio que le acababa de hacer.

  • No es eso... no es que quiera que se quede... es decir, no es que quiera que se vaya...

  • ¡Era broma, María! Tranquila, ya te dejo dormir... ¡encima que te he despertado! - dije girándome hacia la puerta.

Se rió algo más relajada y añadió:

  • No hay problema. No estaba dormida.

  • ¿Ah, no? yo estaba leyendo, pero me entró un poco de hambre.

  • Estaba con el móvil, charlando con una amiga.

  • Pues si que trasnochais...

  • No, no mucho...

  • Jajajaja...  tranquila, si me parece bien. ¿Si no lo haces a esta edad cuándo lo vas a hacer? ¿Cuántos años tienes?

  • 27 años.

  • Pues eso, la edad para aprovechar... aunque tu plan no sea muy divertido, aquí en una cocina con un desconocido... jajajaja

  • No, señor, estoy bien... José.

  • ¡Menos mal! Creía que ya me tenía que ir... jajaja

Ella sonrió y me miró con esos ojos negros que me hipnotizaron.

La conversación no fue mucho más allá. Era de madrugada y después de un rato hablando de forma más distendida, nos dimos las buenas noches y nos volvimos cada uno a su cuarto.

Al día siguiente, me levanté tarde, sin escuchar el ruido de los niños. Ya habían desayunado todos en la casa, así que me bajé a la cocina a ver si me volvía a cruzar con María. Cuando bajé no había nadie.

  • José, tu padre y tus hermanos se han ido con los niños a pasear por la playa. ¡A ver si se cansan! Desayuna y bájate con ellos cuando estés, que yo me voy a la peluquería - me dijo mi madre mientras salía por la puerta de la casa.

La cocina ya estaba toda recogida, así que creo que ya era tarde para coincidir con María allí. Me preparé un café y me senté en el taburete a tomármelo. Miré a la puerta de su cuarto y vi que estaba entornada. No se escuchaba nada, así que me acerqué poco a poco a mirar por la rendija que quedaba. La habitación estaba vacía, pero se veia la puerta de su baño cerrada. Quizá estaba dentro.

La respuesta la tuve enseguida. De repente, se abrió la puerta de golpe y apareció ella con el cuerpo envuelto en una toalla, descalza y con el pelo suelto y mojado. Al verme en la puerta de la habitación se paró en seco, sorprendida, y nos miramos durante un segundo. Sonrió y siguió andando hasta que la perdí de vista. "Muy bien, José, ahora va a pensar que también eres un gilipollas".

Me volví a la barra de la cocina y tomé otro sorbo del café.

Al rato, se abrió su puerta del todo y salió en vaqueros negros y una camiseta gris sonriendo. Se la veía muy distinta sin el uniforme y se podía apreciar una bonita figura.

  • Tengo la mañana libre hasta la comida de los niños. Voy a dar un paseo. - me dijo sonriendo y pasó a mi lado mirándome.

Me giré y aproveché para verla mientras desaparecía por la puerta de la cocina. Tenía un culo respingón y me pareció que se contoneaba, sabiendo que la estaba mirando.

El día pasó centrado sobre todo en el cumple de mi padre. Desde el mediodía, ella volvió a vestir el uniforme y parecía más seria, excepto por la sonrisa que me dedicaba cada vez que nos cruzábamos. Tuvimos comida en el porche, una sobremesa larga, algún juego con mis sobrinos en el jardín y cena más ligera en el salón. Lo que es un día completo de relax. Al llegar la hora de dormir y siendo ya la última noche, volví a la táctica del día anterior y, con todos dormidos, bajé a la cocina de nuevo a ver si veía a María.

Al llegar a la cocina su puerta estaba cerrada y no parecía que estuviera despierta. "Vaya mierda", pensé. Abrí el frigorífico, cogí un yogur de nuevo y me senté en la barra de la cocina. Empecé a plantearme si llamar o no a su puerta. Hay que pensar que, como hiciera algo que le molestara, se acabaría yendo de casa de mi hermano y me iba a montar una buena.

Por suerte, no hizo falta que hiciera nada. Despacio se abrió la puerta y volvió a aparecer su cara tímida por el hueco, viendo quién estaba en la cocina. Al ver que era yo, sonrió y salió de la habitación. Llevaba la camiseta gris de por la mañana, pero en vez de los vaqueros, vestía unos pantalones de pijama largos y sueltos que arrastraban por el suelo, sobre sus pies descalzos.

  • Tenía hambre... - le dije enseñando el yogur.

  • Claro - respondió, con una sonrisa, sabiendo que era una excusa.

La miré entera de nuevo.

  • ¿Estabas dormida?

  • No, aún no.

  • Estabas chateando con una amiga... - le dije sonriendo.

Me devolvió la sonrisa:

  • No, esperaba por si bajabas a la cocina.

Todos los dilemas sobre si era correcto liarme con la niñera o no se esfumaron de repente... aunque tampoco sabía muy bien hasta dónde quería llegar ella y, además, cualquiera en la casa podía despertarse.

  • Bueno, suelo tomarme un yogur todas las noches... para ver si me cruzo con la niñera de mis sobrinos.

  • Me despiden si ven que estoy aquí... - empezó a decir ella.

  • Si quieres pasamos a tu cuarto - le corté yo - No creo que nadie se despierte a estas horas.

Se quedó parada un momento y luego me cogió de la mano y me llevo dentro de su habitación. Se giró y cerró muy despacio la puerta. Durante un momento se quedó parada, comprobando que no se oía nada en el resto de la casa. Aproveché ese momento, me acerqué, la cogí de la cintura y le susurré al oido:

  • No se escucha nada.

La miré a los ojos negros fijamente y la besé, sintiendo esos labios carnosos sobre los mios. Llevaba un perfume diferente, que olía muy bien. Ella me devolvió el beso, apretando su cuerpo contra el mio. Sentí su calor y mi miembro crecía poco a poco dentro del pantalón del pijama. Tras el beso nos separamos un momento. Sus pezones se apuntaban bajo su camiseta.

Me sentó en su cama. Se puso de rodillas frente a mi y cogió los bordes de mi pantalón. Lo deslizó hasta liberar mi verga ya dura. La miró, me sonrió y la cogió suavemente con una mano. Muy despacio empezó a acariciarla mientras me miraba, como si estuviera viendo si me gustaba o no. Yo la miraba fijamente, disfrutando del momento. Ella manejaba mi miembro con destreza y delicadeza. Subía su mano rozando todo el tronco y acariciaba el glande cuando llegaba arriba. Luego deslizaba la mano hacia abajo casi sin mover la piel. La sensación era como la de un suave masaje en la polla. Me estaba poniendo a mil y, aunque me encantaba el momento, ya estaba pensando en si se la iba a meter en la boca o en si se iba a desnudar y podía ver esas tetas que se marcaban bajo la camiseta gris.

Su masaje sobre mi verga subió de ritmo y comenzó a usar también la otra mano, aunque la suavidad de sus movimientos seguía siendo la misma. Tenía sus ojos negros fijos sobre mi polla, aunque de vez en cuando, alzaba la mirada para ver cómo estaba reaccionando. Yo apoyé las dos manos sobre la cama y, sentado, me dejé hacer. Notaba como sus dedos deslizaban por mi polla y acariciaban mi capullo, mis venas hinchadas, la base del tronco y el comienzo de mis huevos. Una de sus manos hacía a veces un movimiento circular sobre los testículos, recorriendo toda la bolsa y volviendo a la polla para acompañar a la otra. Mi cuerpo disfrutaba de la masturbación, pero mi mente pedía más: la hubiera cogido por los brazos, tumbado sobre la cama y metido la polla de golpe, pero el placer era tal que no deseaba que este momento acabara nunca.

Manteniendo el masaje con las manos, me miró una vez más y con una sonrisa pícara, acercó su boca a mi capullo y le dió un beso suave. En ese momento pensé que se la metería en la boca y me la empezaría a chupar, pero como si nada, volvió a la masturbación y al movimiento suave de las manos y, al rato, besó de nuevo el glande. Mantuvo esa dinámica unas cuantas veces más. No sabría decir cuántas por cómo lo estaba disfrutando. El ritual era el mismo: cada vez que me iba a besar el glande, me miraba sonriendo y acercaba su boca al capullo, para besarlo con esos labios carnosos. Llegué a un punto de excitación en el que asomó una gota de semen sobre la polla. Fue en ese momento cuando, además de besar el glande, pasó la punta de la lengua para limpiarla y seguir con la masturbación.

Yo me estaba acercando a explotar y hasta ahora lo único que había hecho María había sido masturbarme suavemente y besar mi capullo. Tenía ganas de cogerla, tenía ganas de quitarle la ropa, de meterle la polla en su boca, de sentir su cuerpo desnudo, tenía ganas de follarla, de probar sus pezones, de lamer su coño,... y mi cuerpo seguía sintiendo tal nivel de excitación, que solo podía esperar a que llegara el momento de explotar.

María debió ver en mi cara esta lucha entre cuerpo y mente, o simplemente que estaba ya llegando a un punto de no retorno, porque volvió a mirarme, sonrió y al acercar su boca a mi capullo, sacó la lengua y lamió dando un rodeo por toda la base del glande. A continuación, abrió la boca y, sin dejar de masturbarme con las manos, la posó en la punta y se fue metiendo muy poco a poco todo el capullo. Yo ya iba a reventar. Dejó todo el glande dentro y su lengua recorría por dentro todo el contorno, al mismo ritmo que el masaje. Ella cerró los ojos, como disfrutando de la mamada y yo cerré los mios para dejarme llevar del todo. No quedaba mucho para que explotara y notaba el calor de su boca, el tacto de su lengua sobre mi polla y la presión de sus labios sobre mi glande. Ella decidió que ya era el momento, porque sus manos incrementaron un poco la presión sobre el tronco y empezó a mover la boca arriba y abajo, succionando mi capullo cada vez más fuerte. Su masaje se había convertido poco a poco en una masturbación y sus besos sobre mi capullo en una mamada en toda regla.

  • Me voy a correr - avisé por si quería retirarse.

Ella me miró fijamente sin parar de masturbarme y sin sacarse la polla de la boca. Con eso entendí que los dos estábamos listos para el final. En dos movimientos más noté como me subía el semen por la polla y salía en chorro dentro de su boca. ¡Vaya orgasmo más intenso! Solté un gemido. Su lengua volvió a dar un rodeo a mi capullo, como para guiar el chorro. En un segundo espasmo, lancé otro chorro que también se quedó por completo dentro de su boca. ¡Joder, vaya experiencia! Seguía disfrutando del orgasmo y lancé un tercer chorro, ya con menos semen. Ella no se sacó la polla de su boca hasta que, poco a poco, me fuí relajando. Yo no había hecho ningún movimiento y me encontré con la respiración entrecortada. Mi polla seguía dando espasmos dentro de su boca, aunque sus manos ya habían bajado el ritmo y sólo la aguantaban. ¡Joder! es lo único que alcanzaba a decir. Poco a poco, ella fue relajando la presión de sus labios sobre mi capullo y, después de un rato, lo libero, cerrándolos sobre la punta. No había ni una gota de semen por toda la polla.

  • ¡Joder! - repetí - ¡Joder! No había sentido nada igual.

Me dejé caer sobre la cama. Ella se puso de pie y se sentó a mi lado. Me miró complacida.

-

Gracias.

Yo añadí:

  • Intentaré igualar esta experiencia.

Me miró sorprendida.

  • Me gusta cuando doy placer - respondió.

Me mataba la curiosidad por ver ese cuerpo totalmente desnudo y, además, tenía que corresponder después de la mamada que me había hecho. Recuperado el aliento, me incorporé y me quedé de pie frente a ella. Me arrodillé como había hecho ella, cogí el borde de sus pantalones con ambas manos y tiré de él descubriendo un tanga gris con un bordado blanco en los bordes y unas piernas delgadas y morenas. Deslicé el pantalón hasta los tobillos y sacó ambas piernas. Del mismo modo, cogí el borde de su camiseta gris y, tirando hacia arriba, desnudé su vientre plano y fueron apareciendo sus pechos medianos, con unos pezones excitados sobre una aureola ancha. Subió los brazos y, levantándome, tiré de la camiseta, que dejó atrás su cabeza y su pelo largo negro.

Me paré a observar ese cuerpo desnudo, moreno y exótico. Ya sólo quedaba el tanga cubriendo su sexo. Tomé

las dos

tiras de los lados y lo saqué a través de las piernas. Su rajita estaba totalmente depilada. Ella me miraba un poco nerviosa. Incluso después de esa mamada, mi polla se estaba recuperando de ver ese cuerpo desnudo por completo. Separé sus piernas y empecé a besar una de ellas a la altura de su rodilla, subiendo despacio hacia por uno de sus muslos. Ella posó su mano en mi pelo y empezó a acariciarlo, mientras yo recorría muy muy despacio su muslo con mi boca. Me entretuve en una pierna durante unos instantes y luego la miré, me sonrió y pasé a la otra. Me encontraba muy cerca de su sexo y ya podía oler su excitación. Su mano no dejaba de acariciarme el pelo. Mi polla se endurecía poco a poco con la situación.

Llegué con la boca al interior del muslo, rozando con la nariz su sexo. Estaba húmeda y su mano me acariciaba la cabeza con más intensidad.  Saqué la lengua y la pasé suavemente de abajo hacia arriba por el exterior de su coño. Ella soltó un gemido y me agarró más fuerte el pelo. Tirando de él, me dijo:

  • Quiero que me folles.

Por supuesto que no tenía intención de dejar pasar la oportunidad de follar con María, pero iba a corresponderle con sexo oral antes.

  • Tranquila, que seguro que disfrutas.

  • Quiero que me folles ahora, quiero sentirte dentro.

Repetida la petición, cambié mis planes sobre el sexo oral y me levanté del suelo. La empujé suavemente sobre la cama y me tumbé a su lado, acercando mi boca a uno de sus pezones, duro, oscuro. Ella deslizó la mano hacía mi polla, que ya se encontraba casi erecta por completo, para acariciarla de nuevo.

  • Quiero tenerla dentro de mi.

Yo seguí disfrutando de su pezón, mientras con mi mano recorría su vientre hasta llegar a su rajita. La sentí humeda y caliente. Parecía lista para follar y yo, con sus caricias en mi verga, ya la tenía totalmente empalmada de nuevo.

Con un movimiento rápido, ella me tumbó en la cama y se sentó a horcajadas sobre mi. De golpe, noté la humedad de su coño sobre mi polla. Con unos suaves movimientos de cadera, empezó a frotar su rajita sobre mi miembro, que se empapaba de sus fluidos y se ponía mucho más dura. Agarré su culo para potenciar sus movimientos. Ella cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Sus tetas bailaban al son de sus caderas. Me estaba poniendo a mil otra vez y ni siquiera había metido la polla en su coño. Sus labios "agarraban" el tronco de mi pene, pero yo necesitaba metérsela hasta el fondo y empujar. Sus movimientos de cadera se hacían cada vez más amplios y la intensidad con la que frotaba su coño iba en aumento.

Agarré sus caderas y la giré contra la cama, quedándome yo encima de su cuerpo menudo. Ella soltó otro gemido.

  • Vas a hacer que me corra antes de meterla - le dije tras el movimiento.

  • Métela entonces.

Cogí el tronco de mi polla y lo dirigí hacia su raja. Froté mi capullo sobre sus labios, muy húmedos y calientes.

  • Métela - insistió.

Empujé despacio hacia dentro hasta que no pudo entrar más. Sonó un ruido extraño y nos quedamos parados de golpe.

Levantamos la cabeza mirando a la puerta. No podría decir si el sonido vino de la casa o de fuera, si era alguien o algún crujido, pero nos quedamos inmovilizados escuchando durante unos segundos, unidos, cuerpo con cuerpo y con mi polla totalmente dentro de ella. El silencio volvió a ser absoluto. Nos miramos.

Empecé a moverme, sacando poco a poco la polla, deslizando mi capullo por las paredes mojadas de su coño. Antes de sacarla del todo, volví a empujar de golpe metiéndola hasta el fondo, lo que provocó un espasmo en ella y un gemido de placer. Volví a retirarla muy despacio, hasta dejar de nuevo el glande al borde de sus labios y , otra vez, metí de golpe la verga hasta el fondo, sintiendo como mis huevos chocaban contra su cuerpo. Seguí con esta dinámica durante unas cuantas embestidas más, consiguiendo en cada empujón un gemido cada vez más audible y largo y algún monosílabo. Ella se agarraba a mi espalda con las manos y sus piernas rodeaban mi cuerpo en cada embestida.

  • Sí... mmmm... ahh... sí... - era lo máximo que conseguía sacarle.

Mis movimientos seguían siendo los mismos: sacaba despacio la polla casi completa y la metía de golpe, haciendo vibrar todo su cuerpo. Con cada empujón mi cuerpo chocaba contra el suyo, haciendo bailar sus tetas y sus pezones apuntados. Ella soltó mi espalda y se agarraba a la cama para que, en cada embestida, mi polla entrara lo más posible. Aumenté poco a poco la intensidad de los movimientos, siempre con la misma dinámica, y sus gemidos se convirtieron en pequeños gritos. Por un momento temí que alguien nos escuchara, pero no podíamos parar ya.

Levanté sus piernas para empujar todavía más fuerte. Mis huevos rebotaban contra ella en cada empujón y sus tetas no paraban de subir y bajar. Ella mantenía los ojos cerrados y retorcía la sábana a los lados. Notaba todo el calor que desprendía su cuerpo. Aumenté el ritmo. Un poco más. Y un poco más rápido. Uno de sus pequeños gritos se elevó más de la cuenta. Cerró la boca en las siguientes embestidas. No conseguía ahogar sus gemidos, cada vez más cortos e intensos. Yo seguía empujando con fuerza. La cama temblaba por completo. La sábana se enrollaba en sus manos de los tirones que daba. Mi polla entraba y salía cada vez más rápido. Ella gemía cada vez más fuerte. Estábamos en un punto que ya nos daba igual si alguien nos escuchaba. Ella iba a llegar al orgasmo y a mi no me quedaba mucho. El ritmo era frenético. Ella arqueó la espalda soltando un gemido más largo que duró varias embestidas. Su orgasmo fue intenso y largo. Ver esa cara de placer aceleró mi excitación. Dí unos empujones más y noté como iba a explotar. Saqué la polla de su cuerpo al tiempo de llegar al orgasmo y correrme con un primer chorro de semen que cayó sobre su vientre. La cogí con la mano y solté otro chorro en el mismo sitio. La meneé un rato más disfrutando del momento y lanzando algún chorro más. Ella fue soltando la sábana y recuperándose poco a poco de la excitación. Yo me dejé caer a su lado, boca arriba, recobrando la respiración y con algún espasmo todavía en mi verga.

Nos quedamos los dos tumbados un rato, desnudos, en silencio, sobre la cama desecha. Pasados unos minutos, ella se levantó y empezó a recoger su ropa.

  • Te tienes que ir. No nos pueden encontrar así. Me despiden si te ven aquí.

  • Jajaja... hace un momento no te preocupaba - respondí, mientras me levantaba para vestirme.

  • Claro, a ti no te van a despedir de ningún sitio - replicó sonriendo apurada.

  • Está claro que tengo que visitar más a mi hermano - le dije acercándome a la puerta.

Abrí despacio y observé por un momento la cocina vacía. Giré la cabeza, la miré de nuevo y salí despacio, cerrando la puerta a mi paso.

Al día siguiente, cuando me levanté, mi hermano y toda su familia se había ido ya, incluyendo a María.

Pero sí, nos volvimos a encontrar otra vez.