La niñera
Descubrí que el amor que siento por mi esposa es proporcional al morbo que me da la prohibición de estar con otras mujeres.
La niñera
Descubrí que el amor que siento por mi esposa es proporcional al morbo que me da la prohibición de estar con otras mujeres.
Somos lo que las estadísticas llaman la familia tipo, es decir Papá, Mamá y dos niños pequeños. Yo tengo 36 años y Laura, mi esposa, 29. Somos una pareja como cualquiera, con nuestros altibajos, nuestros buenos y malos momentos. Hace unos cuatro meses mi esposa comenzó a trabajar fuera de casa y nos vimos obligados a contratar una niñera que buscase a los chicos por la escuela y luego se quede con ellos hasta que nosotros volviésemos del trabajo. Como era de esperar el proceso de selección (en el que yo no participé) duró varias semanas hasta que, finalmente, Laura me informó que había seleccionado una niñera, una joven llamada Martina.
La primera vez que vi a Martina no me causó ninguna impresión. A sus 19 años acaba de comenzar la carrera de maestra jardinera. Físicamente no decía mucho; rubia de pelo largo, flaca y de 1,70 aproximadamente. Debo reconocer que no dejé de mirarle el culo y los pechos, pero también debo reconocer que me desilusionaron. Martina es una chica normal, si describiese un cuerpo escultural con piel bronceada y actitud guerrera, estaría mintiendo. Es tranquila, un poco tímida y más que hermosa, es simpática.
Cuando llegábamos a casa los niños estaban muy bien atendidos y contentos. Tan cómodos nos sentíamos con que Martina cuide a los niños que una noche decidimos salir Laura y yo solos; Martina se quedaría con los niños. Con mi esposa pasamos una velada tranquila, fuimos a comer a un buen restaurante y luego fuimos al cine (ya dije que somos una familia tipo). A eso de la media noche ya estábamos en casa y dado que Martina vive bastante lejos y ya era tarde para que se vuelva sola, fue mi esposa quien sugirió que se quedase a dormir en el dormitorio de los niños. Rutinariamente todos nos acostamos y yo me quedé viendo la tele un buen rato. Antes de dormirme fui a ver que los niños estén bien, como hago todas las noches. Entré en su habitación, miré a uno y a otro y estaban profundamente dormidos.
Casi saliendo del cuarto paso la mirada por la cama de Martina y veo que estaba boca abajo, sus pelos medios enredados le tapaban la cara. Las sábanas se le habían corrido y estaba casi toda destapada, llevaba puesta una musculosa blanca corta y más abajo una bombacha hilo dental que me puso loco al instante. Ese culo al que yo nunca le hubiese apostado ni un peso estaba paradito y bien, bien redondito. Tenía una tanga blanca, un pequeño triangulito que rápidamente se convertía un mínimo hilito que se perdía en su intimidad. Me quedé impactado. No pude resistir y me acerqué un poco para verlo mejor. Me paré al lado de su cama y de cerca ese culo era aún mejor. La piel se veía suave y joven, parecía ser duro y firme como piedra. ¡Qué cosa divina! No podía dejar de verlo necesitaba sentirlo, tocarlo. Reconozco que perdí un poco el control de mi mismo; mi cerebro me decía que me vaya de ahí, que vuelva a la cama con mi esposa, pero en ese momento mi cerebro no era el que mandaba. Le toqué el hombro, ¿Martina, Martina, estas despierta? Ni me respondió ni se movió. Volví a ver su culo paradito y hermoso, definitivamente provocador.
Me acerqué lo más que pude hasta olerlo. ¿Cómo describir con palabras el olor íntimo de la hembra joven? Debería ser mucho más poeta para poder expresarlo; por ahora sólo puedo decir que me hizo cerrar los ojos y me estremeció todo el cuerpo, el pecho hinchado se negaba a soltar el aroma que le había regalado. Ese aroma debe haberme llegado hasta la verga porque se me puso a tope. No podía alejarme. Poseído levanté la mano y le acaricié una nalga, luego la otra, eran duras, perfectamente circulares y la piel perfecta, luego pasé la mano entre sus piernas y bajo la bombacha pude sentir la carnosidad blanda de sus labios. Todo estaba completamente seco y mi mano se deslizaba sin dificultad. Mi mano, por su propia voluntad, recorría el centro de su cola de un lado a otro. De repente Martina resopló y se movió. Di un salto que me dejó dos metros más lejos con el corazón a mil. La miré paralizado; afortunadamente no se había despertado. Volví directamente a mi dormitorio y me acosté al lado de mi esposa.
Mi esposa, como de costumbre, dormía profundamente. Recostado en la cama no podía sacarme de la cabeza las sensaciones que acababa de experimentar. ¿Cómo podía haberme causado semejante sensación una chiquilla de 19 años? No importaba, la verga aún la tenía a mil y comencé a masturbarme. No era la primera vez que me masturbaba al lado de mi esposa, ella duerme tan profundamente que nunca lo notó. Incluso, como esa noche, le he metido mano mientras me masturbo y ella nunca lo ha notado. Hasta me he masturbado viendo esas patéticas películas semi-pornográficas de The Film Zone y ella tampoco lo ha notado (lo sé, eso que acabo de contar es vergonzoso). La cuestión es que debo haberme masturbado un par de veces con el culo de la niñera. Esa noche, antes de dormirme, descubrí que el amor que siento por mi esposa es proporcional al morbo que me da la prohibición de estar con otras mujeres.
Luego de unos días yo seguía sin poder sacarme a Martina de la cabeza. Pero, siendo alguien tan metida en mi casa nunca me hubiese animado a ir más allá. Eso no quiere decir que no haría nada de nada. Otro día volví a invitar a mi esposa a salir y volvimos a pedirle a Martina que se quede a cuidar a los niños. Esta vez, luego de cenar, le dije a Laura que estaba cansado y que volviésemos un poco más temprano a casa. Igualmente llegamos lo suficientemente tarde como para que Martina se quede a dormir.
Cuando llegamos ya estaban dormidos. Laura y yo nos acostamos y con una ansiedad que me carcomía esperé a que ella también se duerma. Al rato me levanté y fui al cuarto de al lado. Me desilusionó ver que Martina estaba tapada con las sábanas y me quedé un rato mirándola sin saber qué hacer. No soy de los que suelen tomar riesgos pero me encontraba en una situación que me superaba. Me acerqué y con mucha suavidad fui tirando de la sábana hasta dejarla arrugada en sus pies. Ahí estaba él, ese hermoso e irresistible culo tallado por la mano de la juventud. No sé, ni me importa, si era perfecto, lo que sí se es que me volvía loco, me sacaba de mi mismo, me traía fantasías y deseos que nunca antes había experimentado. No era un culo cualquiera, era el culo de la joven niñera de mis hijos; y lo tenía ahí delante de mis ojos. Lo contemplaba y no podía dejar de repetir para mis adentros Tengo que cogerme a esta chiquilla, la tengo que hacer mía.
Pero todo era una fantasía ¿Cómo podría hacer que se me entregue? Por el momento sólo me quedaba aprovechar mientras estuviese dormida. Comencé a pasarle la mano por la espalda hasta llegar a la elevación de sus nalgas. Las acaricié de un lado y de otro, pasé la mano por la raya y pude sentir el delicado hundimiento de su ano, más abajo la tanga se doblaba metiéndose en su coño delicadamente carnoso. Mi verga explotaba debajo del calzoncillo y no pude evitar sacarla y comenzar a masajearla ahí mismo. Cerré los ojos e imaginé que la hacia mía, mientras no dejaba de masturbarme. Evidentemente el nivel de excitación era tal que no habían pasado más que un par de minutos y ya sentía que necesitaba acabar. Mi mano no dejaba de moverse frenéticamente y ¿Mi amor estás ahí? Escucho que me llama mi esposa desde la cama. Salí corriendo instintivamente; del susto que me di, en los seis pasos que di hasta mi habitación el miembro se me volvió a poner flácido y aburrido. Simulé estar completamente tranquilo y me metí en la cama. Nada, fui a la cocina a la cocina a fumar un tabaco fue la explicación que alcanzó para que mi esposa vuelva a dormirse tranquila.
Una vez más estaba en la cama y no podía olvidarme de la joven de 19 años que estaba en la habitación de al lado. Intentaba pensar en otras cosas, por ejemplo traje a mi mente temas del trabajo, pero rápidamente se me volvía a aparecer el culo de Martina reemplazando la cara de mi jefe. Todo pensamiento que intentaba era reemplazado por la niñera de mis hijos. Era tan perfecta que comencé a preguntarme si mis incursiones al cuarto donde dormía Martina serían un sueño erótico más. Pasé bastante tiempo en la cama sin poder desviar mis pensamientos hasta que escuché un ruido en la otra habitación y luego pude distinguir en la oscuridad la silueta de Martina que pasaba frente a la habitación. Un segundo después volvió a aparecer y se quedó parada mirando hacia mi cama. Si bien por la ventana que está a mi lado entraban unas rayas horizontales de luz no eran suficientes como para que yo la viese bien o como para que ella notase si yo tenía los ojos abiertos.
Igualmente yo estaba helado, no podía mover ni un dedo. Martina se acercó y se paró justo al lado mío. Casi estaba seguro de que estaba soñando hasta que sentí su mano acariciarme con timidez las piernas. He leído varios relatos eróticos, he tenido infinidad de fantasías pero esto superaba todo. Si hubiese leído en algún lado esta misma situación la hubiese tildado más que de fantasía erótica como ciencia ficción erótica. El caso es que Martina seguía acariciándome las piernas acercándose cada vez más a mi entrepierna. Obviamente mi verga estaba en su máximo esplendor y Martina no tardó en notarlo.
Yo seguí inmóvil, no sé si era el miedo, la sorpresa o que me estaba haciendo el dormido. La niñera comenzó a acariciarme la verga suavemente pero con algo de torpeza. Pronto sus caricias se transformaron en el movimiento subi-baja que tanto estaba esperando. Sin detenerse se sentó en el piso y fue acercando su cara hasta apenas tocarme la verga con la punta de la lengua. La olió, la besó, la lamió y hasta se metió mi verga entera en la boca. Claramente no me estaba dando una mamada de esas profesionales, pero ¡Qué rico! Giré la cabeza y al ver a mi esposa completamente dormida a mi lado se me activó el último interruptor del morbo e instantáneamente comencé a eyacular. Martina no se la esperaba pero, obstinada, intentó tragarse mi leche. Se atragantó y se le escapó una tos ahogada con la mano en la boca. Reaccioné velozmente y tosí yo también, como para tapar a Martina, pero fue en vano: Laura seguía completamente dormida.
Una vez que Martina había recuperado el aire volvió a acercarse, volvió a agarrar mi verga, volvió a metérsela en la boca. La succionó y masajeó hasta estar segura que estuviese al cien por ciento.
Ya de pie me miró y se dio vuelta dejando su mega-culo a unos pocos centímetros de mis ojos. Tomó ambos costados de su tanga e inclinándose para adelante se la quito muy lentamente. La poca luz que había provenía de la ventana que estaba atrás de Martina. A contra luz la silueta de la niñera parecía dibujada. Pude ver el triangulito que se formaba en su entrepierna, el resto era oscuridad, irresistible oscuridad. Volvió a darse vuelta y noté que apenas tenía un poquito de pelos muy cortitos. Parada adelante mío pude ver como una pequeña gota cayó desde su entrepierna. Se acostó dándome la espalda en el ajustado espacio que quedaba al borde de la cama, la abrazo apretando nuestros cuerpos, el de ella es suave y frío, el mío es caliente y áspero.
Me acerco a su cuello y lo beso abriendo bien la boca, rozándola apenas con los dientes. Percibo un ligero olor a goma de mascar pero rápidamente desaparece, derrotado por el olor a tabaco de mi saliva. Martina hacía presión hacia atrás y mi verga se deslizaba en su entrepierna. Cada vez nos acomodábamos mejor y podía sentir cómo me iba impregnando de sus jugos. El mismo movimiento repetitivo fue acomodándonos hasta que tuve la verga en la puerta de su vagina, metí una mano por debajo y la tomé por la cintura, presioné con firmeza pero lentamente y sin detenerme hasta el fondo. Apreté los dientes para contener el gemido y noté que Martina tampoco había emitido sonido alguno.
Laura, mi esposa, dormida a veinte centímetros.
La saqué y agarrándome de su cintura volví a meterla hasta el fondo. Me mantuve ahí unos instantes, disfrutando la penetración plena. Fue Martina quien se hizo para adelante y luego para atrás y comenzó el ida y vuelta. En cada embestida iba hasta el fondo, tenía que demostrarle lo que un hombre maduro y experimentado podía hacer. Seguí estocándola con fuerza un largo rato (en realidad duró todo lo que aguanté, se gana experiencia pero se pierde estado físico). Primero en mis venas la sangre se hacía más espesa luego ninguna parte de mi cuerpo parecía existir. Con las manos abrí sus nalgas lo más que pude, con todas mis fuerzas la penetré lo más adentro posible y ahí me quedé inmóvil. Sentí cómo el semen viajaba a lo largo de mi verga y era expulsado con fuerza. La niñera contrajo los músculos de su concha al tiempo que me tomaba una mano y la apretaba con fuerza. Hice más presión y volví a drenar leche en una explosión de placer que me hizo escapar un gemido ronco. Laura, mi esposa, emitió un leve quejido y se giró levemente hacia mi lado, apoyando su mano en mi hombro. Martina y yo nos quedamos inmóviles. Pude sentir cómo unos pequeños chorros de semen aún seguían saliendo.
Después entré en pánico pensé que todo iba a salir mal, que Laura se estaba por despertar. Creí que Martina iba pretender dormir conmigo o que haría algo adrede para despertar a mi esposa. Necesitaba salir corriendo, hacer como si esto nunca hubiese sucedido, me sentía ahogado. Esperaba que Martina se parase y me dejase salir, pero en cambio ella estaba inmóvil. Yo no quería emitir ni el más mínimo sonido, ni siquiera un susurro. Aún tenía a la niñera engarzada y la mano de Laura en mi hombro me daba pánico. Me sentí aliviado cuando noté que Martina comenzaba a moverse hacia adelante pero en vez de salir volvió a retroceder, provocando inevitablemente que la vuelva a penetrar. Puso su mano entre nosotros y me tomó la verga por la base. Volvió a hacerse para adelante y para atrás una y otra vez y mi polla no tardó en reaccionar (estoy seguro que mi esposa hubiese tenido que esforzarse un par de horas para lograr lo mismo).
Cuando había vuelto a ponerse como garrote Martina se hizo para adelante hasta sacársela de adentro, la tomó con más firmeza y volvió a hacerse para atrás. El agujero estaba seco y que costaba penetrarlo, pero Martina siguió haciendo presión hacia atrás y mi verga entró. ¡La niñera estaba haciendo que la coja por el culo! Quise colaborar y presioné yo también. Sentía como si tuviese la polla apretada por una pinza. El dolor era intenso pero seguí presionando hasta sentir que mi entrepierna se encontraba con su culo. Martina me había agarrado una mano otra vez y la apretaba con fuerza. Me hice para atrás y volví a penetrarla. Solté una de las manos con las que la tenía agarrada de las caderas y la llevé hacia delante, a su zorra. La encontré chorreante y pude encontrar su clítoris sin impedimentos, con dos dedos lo masajeé haciendo bastante presión. Al mismo tiempo seguía clavándola por detrás. Algunas veces entraba despacio y me aseguraba de entrar lo máximo posible, otras tomaba ritmo y se la metía y sacaba a toda velocidad. El nivel de calentura había llegado al extremo tal que no me importaba que mi esposa estuviese a pocos centímetros mío, y tuviese una mano puesta encima de mí.
Con la otra mano sujeté a la niñera de los pelos y la jalé con fuerza, al tiempo que la seguía embistiendo. Sentir cómo la vulva de Martina se dilataba y palpitaba me hizo llegar al tope de excitación. En seguida comencé a soltar chorros de semen que depositaba en lo más íntimo de su ano. Martina se arqueó para adelante obligándome a una última estocada, completa y definitiva. Entré lo máximo que pude y solté hasta la última gota de leche. Mi cuerpo se estremeció de absoluto placer en el orgasmo más poderoso que recuerdo. La niñera tembló unos segundos de a poco la fui soltando hasta que nos quedamos quietos. Luego giró y me dio un beso en la frente, se levantó y en silencio salió de mi habitación.
Mi esposa seguía completamente dormida, me quité su mano de encima y prendí la tele, como tantas otras noches, pero esta vez, esta vez me había cogido a la niñera.