La niña mala y los pervertidos

Mientras todo tipo de salidos acechan la virtud de Malena, un hombre viola a su madre en casa y espera que vuelva la niña para violarla también.

(CONTINUACIÓN DE “LA NIÑA MALA Y EL CACHONDO DE SU TÍO”)

Habían pasado dos semanas desde que Dioni secuestró al primo de Malena, pensando que era Elena, la madre de ésta, y, a pesar de percatarse de su error, aun así lo violó repetidas veces en un descampado.

Más que acudir a la policía, los tíos de la niña mala taparon el hecho como si nunca hubiera sucedido y acordaron silenciarlo. Sería un secreto de los tres miembros de la familia. Pensaban que de una situación vergonzosa se trataba, de la que mejor nadie se enterara, y en la que su hijo hubiera sido de cierta forma el culpable.

Mientras tanto el hambre insaciable de un depredador sexual como Dioni crecía y cogía fuerzas al ver que lo hecho no tendría consecuencias y nadie le perseguiría.

Ya había violado en varias ocasiones a Elena y, aunque en la última ocasión que tuvo, se equivocó y violó a un joven en su lugar, no quería esta vez equivocarse por lo que lo planeó con detalle. Además era Malena, la hija de Elena, el verdadero objetivo del tipo, la joven a la que deseaba violar por todos sus agujeros. Soñaba con sus carnes prietas y sonrosadas, con sus muslos y nalgas macizas, con sus pechos redondos y erguidos. Por ella había violado por primera vez a su madre cuando se presentó en la casa mientras él buscaba a la niña que se había escondido para follársela.

Sabía dónde vivían, ya que allí fue la última vez que pasó a Elena por la piedra, por lo que, desde el interior de su furgoneta, vigiló durante varios días las entradas y salidas del adosado. Comprobó que, al ser una zona residencial sin comercios, no solía haber gente en la calle, lo que facilitaba su labor.

Observó que el padre se marchaba de casa el primero y volvía a última hora de la tarde, frecuentemente al anochecer. Después del padre era la hija la que salía del adosado donde vivían. Acudía a clase de un instituto próximo y volvía poco antes de la hora de comer. Era la madre la última que salía de casa, después de arreglar la vivienda.

Pensó en secuestrar a la madre o a la hija por la calle y, con su furgoneta, llevarla al mismo descampado donde había violado al joven, pero supuso que podía ser arriesgado, que alguien podía impedir o dificultar el secuestro y avisar a la policía. Optó por violarlas en su propio domicilio al que ya conocía y poder hacerlo a placer sin que nadie le molestara.

Eligió el momento en el que Elena solía salir de la vivienda para abordarla, si es posible antes de que cerrara la puerta, e introducirla por la fuerza dentro. Además esperaría la llegada de la hija para violarla también.

El día elegido por el tipo ya había llegado y aquella mañana Dioni había aparcado frente a la puerta de la vivienda donde Elena y Malena vivían. Desde el interior del vehículo pudo ver cómo salía de la vivienda el padre algo más tarde de las ocho de la mañana con su característica cara de agobiado cabreado. Observó también poco antes de las nueve salir a la niña mala, balanceando provocativamente las caderas y el prieto y respingón culito bajo su minifalda de cuadros. Se tuvo que contener para no salir tras ella y follársela allí mismo. Ya la tocaría el turno esa misma mañana cuando volviera a casa y entonces no tendría ninguna prisa para echarla un polvo tras otro.

Sabía el tipo que normalmente salía Elena de la vivienda cerca de las once de la mañana por lo que, saliendo del vehículo, la esperó al lado de la entrada al adosado, apoyado en una pared de forma que, aunque no la pudiera ver cuando abriera la puerta, la escucharía cuando lo hiciera y entonces la abordaría.

Faltaban pocos minutos para las once cuando la mujer abrió la puerta despreocupada y, dando la espalda a la calle, iba a cerrarla con su llave cuando el tipo, al verla, se acercó a la carrera y la empujó violentamente por detrás, haciéndola caer hacia delante al interior de la vivienda y, entrando, cerró de un portazo la puerta a sus espaldas.

Elena, que no se lo esperaba, cayó hacia delante, emitiendo un chillido mezcla de dolor y sorpresa, dando con sus carnes prietas en el suelo.

Cayó bocabajo al suelo y, antes de que viera que la había empujado, el tipo la agarró el vestido por detrás y, de un violento tirón, se lo abrió, haciéndola saltar todos los botones. Cogiendo la prenda, tiró fuerte y rápidamente de ella, y se la sacó por los pies, sin que ella pudiera evitarlo, dejándola solo con las bragas, al perder los zapatos con el vestido, y no llevar sujetador en esta ocasión.

Aturdida y sin saber qué sucedía realmente, no pudo evitar que una mano por detrás la agarrara el elástico de las bragas y, de un tirón, se las bajara hasta las rodillas para, al momento, quitárselas, dejándola bocabajo sobre el suelo completamente desnuda.

Agarrándola por las muñecas, Dioni llevó los brazos de la mujer hacia su espalda, donde, utilizando una cuerda, la ató las muñecas, inmovilizándola en un momento.

Un amago de chillido fue ahogado cuando el hombre la colocó en la boca una mordaza, metiendo la bola en su boca.

Yo solo quedaban las piernas que, juntándolas, ató también por los tobillos en escasos segundos.

Inmovilizada en el suelo, Dioni se incorporó y la observó ufano desde arriba. Había completado la primera fase de su plan, la más difícil y ahora las siguientes, las más fructíferas, las de disfrutar de la madre y de la hija, caerían como frutas maduras.

Tan rápido y calculador fue el ataque que Elena, tumbada completamente desnuda bocabajo sobre el suelo y maniatada de pies y manos, empezó, aterrada, a tener constancia de la situación. Confirmándolo al girar su cabeza y observar primero los zapatos y luego el rostro de su agresor.

Intentó chillar aterrada al reconocer a Dioni, el bruto que la había violado en varias ocasiones en su casa y en el coche, pero solo un ahogado gemido escapó de su boca cubierta por la mordaza.

Inclinándose hacia delante el tipo agarró con una de sus manos la cuerda que ceñía las muñecas y con la otra la que ceñía los tobillos de Elena, y la levantó del suelo como si no pesara nada.

Un fuerte dolor recorrió el cuerpo de la mujer, especialmente sus brazos y hombros, que parecían que iban a desgarrarse y arrancarse del cuerpo, y, aunque intentó moverse para soltarse, estos movimientos incrementaron su dolor, haciéndolo insoportable, y tuvo que mantenerse quieta, viendo cómo el hombre subía, cargando con ella, por las escaleras.

Entrando al dormitorio conyugal, Dioni dejó caer a Elena bocabajo sobre la cama y procedió a desnudarse.

Gruesos lagrimones corrían por el rostro de la mujer por el fuerte dolor que sentía en sus brazos y hombros, pero solo acababa de comenzar su sufrimiento.

Soltándola la cuerda que ataba sus tobillos, el hombre, ya desnudo, la separó las piernas y, colocándose entre sus muslos, dirigió su cipote duro y erecto entre las nalgas de la mujer, penetrándola violentamente por el ano, desgarrándoselo y provocándola un aún más intenso dolor.

Tumbado bocabajo sobre ella, la aplastó con su peso, impidiendo que se moviera, y, mediante enérgicos movimientos de sus glúteos, piernas y caderas, la embistió una y otra vez, con furia, dándola por culo, resoplando y gruñendo mientras lo hacía.

Incapaz de chillar, Elena no aguantó consciente el castigo que la estaba infringiendo y perdió el conocimiento.

Se corrió el tipo dentro de los intestinos de la mujer. Si tenía algo en abundancia era esperma y planeaba tener una muy larga e intensa sesión de polvos, tanto con la madre como con la hija.

Al darla por culo y causarla mucho dolor, pensó que la mantendría a la defensiva y, antes de hacerle frente, se lo pensaría dos veces ante el temor de que la provocara incluso más dolor.

Al incorporarse y observar que la mujer no se movía, temió haberla matado, por lo que la tomó el pulso en la carótida, comprobando que seguía con vida.

Aunque hubiera fallecido, Dioni no se hubiera amilanado. Se la hubiera follado muchas veces antes de que su cuerpo adquiriera la frialdad y rigidez de un cadáver.

Soltándola las cuerdas de las extremidades, la colocó bocarriba sobre la cama, atándola nuevamente tobillos y muñecas pero esta vez a la cabecera y a los pies de la cama.

Al observar el cuerpo tan voluptuoso que tenía, dudó si follársela como estaba, inconsciente, pero prefirió esperar a que se despertara ya que le producía más placer follársela bien despierta e incluso que se resistiera, aunque no tanto como para evitar que la echara un buen polvazo.

Esperando a que se recuperara, dejó Dioni a Elena inconsciente y bajó a la cocina para comer algo.

Mientras tanto Malena, la hija de Elena, estaba en la última fila de pupitres del aula, en una esquina pegada a la ventana, donde impartían unas aburridas clases en las que la imaginación de la niña volaba libre, sin prestar ninguna atención a las explicaciones y enseñanzas que la daban.

En ese momento su imaginación calenturienta estaba en lo más profundo del África negra donde, en medio de una lujuriosa jungla de árboles gigantescos, vegetación exuberante y nutrida fauna de animales salvajes, un enorme gorila negro y peludo del tamaño de King Kong, después de arrancarla toda la ropa, se la estaba follando a lo bestia, nunca mejor dicho. Su enorme vega la penetraba una y otra vez por el coño que, para acoger a semejante monstruosidad, estaba dilatada hasta límites inimaginables e imposibles. Y es que, después de haber visto la película en televisión su imaginación no había dejado de elucubrar que era ella a la que el enorme simio, después de desnudarla completamente, poseía. Se había masturbado la niña imaginándolo en muchas ocasiones y ahora al ver a don Agamenón, su profesor de matemáticas, tan grande y peludo, recordó lo cachonda que le ponía esa escena de la película y su imaginación voló nuevamente a África.

Al estar en la última fila se fijó la niña que todos los alumnos de la última fila estaban adormilados o completamente dormidos, por lo que no la prestaban ninguna atención. Tan cachonda como estaba se subió la faldita a cuadros que llevaba y disimuladamente se metió la mano bajo las braguitas, acariciándose insistentemente entre los labios vaginales e incidiendo especialmente en su cada vez más congestionado clítoris.

Espoleada por la indiferencia de los demás, se quitó los zapatos y se bajó las braguitas, quitándoselas por los pies. Sentándose encima de ellas, continuó masturbándose lenta y suavemente.

  • ¡Señorita Malena!

A punto de correrse, no escuchó que la llamaban en voz alta, sino que fue la mirada curiosa de sus compañeras de clase junto con la segunda llamada la que la sacó alarmada de su lasciva concentración. La segunda llamada la confirmó sus sospechas. Era el profe, don Agamenón, el que la llamaba por su nombre. ¿Se habría dado cuenta de lo que la niña estaba haciendo, que, después de quitarse las bragas, se estaba masturbando durante sus clases de mates?

  • ¡Venga aquí, por favor!

Ordenó la voz grave del profe y la niña pensó muy excitada:

  • ¡Dios! ¡Me ha va follar King Kong delante de toda la clase!
  • ¡Y resuélvanos este problema que acabo de explicar!

Continuó ordenándola el profesor y Malena, desconsolada, pensó:

  • ¡No, no me va a follar en público! Pero … ¿qué quiere que resuelva si no he prestado ninguna atención?
  • ¡Por favor, señorita Malena, no nos haga esperar!

La volvió a apremiar el profesor, acercándose a donde estaba ella sentada.

  • ¡Salga a la pizarra, señorita Malena!

La dijo, caminando hacia ella, y Malena, calzándose, se levantó de su asiento.

Dejándola pasar el profesor a su lado, se acercó al pupitre donde estaba la niña sentada y, viendo sus braguitas blancas sobre la silla, se sentó sobre la mesa del pupitre, como si no las hubiera visto, y preguntó a Malena que ya se había subido al estrado donde estaba la pizarra y la mesa del profesor.

  • ¡Explíquenos, señorita Malena, cómo va a resolver el problema!

La dijo en voz alta y, mientras la atención de todos se dirigía hacia la niña que miraba perpleja la fórmula que estaba escrita en la pizarra, el profesor cogió las braguitas y se las guardó en el bolsillo del pantalón.

Como Malena miraba confusa a la pizarra, sin hacer ni decir nada, don Agamenón la volvió a decir:

  • ¡La estamos esperando, señorita Malena! ¿No tiene nada que decirnos?
  • ¡Sí, que no le sé!

Respondió la niña mirando desafiante hacia el profesor.

  • ¿Qué es lo que no sabe?
  • ¡Como hacerlo!
  • ¿Cómo hacer qué?
  • El problema.
  • ¿Qué estaba haciendo mientras lo explicaba? ¿Quiere decirnos a todos lo que estaba haciendo?

Bien sabía el profesor lo que estaba ella haciendo, quitarse las bragas y masturbarse, al haberlo visto desde el estrado donde estaba explicando, pero tenía una malsana curiosidad de saber qué iba a contestar su alumna.

  • Intentaba comprenderlo.

Fue la sosa respuesta de la niña que no se atrevía a decir la verdad delante de toda la clase.

  • ¿Comprenderlo? Pero ¿prestaba usted atención en clase o estaba en uno de sus mundos imaginados? ¿En qué mundo estaba, señorita Malena, y que es lo que hacía allí?

Preguntó el profesor, pensando que ese mundo seguro que era muy excitante, teniendo en cuenta, como se masturbaba su alumna después de quitarse las bragas. ¡Seguro que se la estaban beneficiando!

Al escucharlo, Malena recordó cómo en su imaginación un King Kong enorme y con el aspecto del profesor, que se la follaba “a lo bestia” en medio de la selva, pero, tras una breve indecisión, respondió sonrojándose con una mentira:

  • Estaba en clase intentando comprender el problema.
  • Ya.

Respondió escuetamente el profesor mirando gravemente a su alumna y, tras una breve pausa donde miró el reloj, la ordenó:

  • Va a escribir ahora mismo cien veces en la pizarra “Tengo que prestar atención en clase”

En ese momento sonó el silbato que daba por finalizada la clase, pero don Agamenón dijo a la niña, mientras los demás alumnos cogían sus cosas y se marchaban del aula:

  • Hasta que no acabe, señorita Malena, no se marcha.

Y, acercándose a la pizarra, borró la pizarra, y, dando la tiza a la niña, la dijo:

  • ¡Venga empiece, que no me voy hasta que acabe!

Bajando del estrado, cerró la puerta del aula, y, viendo como Malena empezaba a escribir en la pizarra, la dijo:

  • ¡Más alto, escriba más alto, tan alto como pueda, sino no la va a caber tanto dentro!

Y la niña, que no medía más de un metro cincuenta y cinco, escribió lo más alto que pudo en la pizarra, poniéndose incluso de puntillas, pero aun así el profesor, mirándola lascivo los muslos y los gemelos en tensión, la dijo:

  • ¡Más alto, señorita Malena, más alto! ¡Súbase a mi silla y escriba en la parte superior de la pizarra!

Malena, acercando la silla, escuchó al profesor decirla:

  • ¡Pero por lo menos quítese antes los zapatos! Y, si quiere, todo lo demás.

Sonriendo, la niña solo se descalzó, aunque la hubiera gustado desnudarse completamente, y, subiéndose a la silla, se puso de puntillas y comenzó a escribir en el borde superior izquierdo de la pizarra.

Acercó don Agamenón una silla al estrado y, sentándose en ella, contempló desde abajo, las torneadas piernas de la niña, cubiertas hasta casi las rodillas por los calcetines reglamentarios del centro, así como sus nalgas redondeadas y macizas, sin nada que las cubriera, bajo su corta faldita plisada.

Con la puerta del aula cerrada y Malena de espaldas a él, el profesor se sacó la polla y, cogiendo de su bolsillo las bragas de la niña, comenzó a masturbarse con ellas sin dejar de observarla el culo y la vulva

Escuchaba Malena un ruido extraño que enseguida interpretó: don Kong se la estaba meneando mientras la observaba desnuda bajo la faldita.

Pensó que era más prudente no darse la vuelta y mejor esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos para actuar en consecuencia, así que continuó copiando la frase una y otra vez en la pizarra mientras ponía su culito en pompa y lo bamboleaba lascivamente. Mientras escuchara cómo se la jalaba el teacher, sabría que no estaba con su polla cerca de ella y listo para metérsela.

Temiendo que alguien entrara o su alumna se diera la vuelta y le pillaran cascándosela, don Agamenón aumentó el ritmo del machaqueo y se corrió enseguida, taponando con las bragas de la niña el flujo de esperma.

El olor característico del semen, el dejar de escuchar cómo se la machacaba y sus resoplidos, confirmaron a Malena que el gorila se había corrido.

Una vez el profesor se hubo limpiado el semen, tiró las bragas empapadas hacia la papelera, que estaba a casi dos metros de distancia, encestando directamente como si de todo un baloncestista profesional se tratara, para decir a continuación a la niña de forma desdeñosa:

  • ¡Déjelo ya, señorita Malena, no mueva tanto el culito y otra vez preste atención!

Y, mientras se guardaba la polla dentro del pantalón, se encaminó ufano hacia la puerta cerrada del aula, silbando satisfecho.

  • Me pondrá un sobresaliente, ¿verdad?, profesor.

Preguntó de forma inocente Malena, sin bragas y sin zapatos, subida en la silla.

  • ¿Cóoooomooooo? ¿Un sobresaliente? ¿Por qué iba yo a hacerlo?

Se volvió el hombre, sorprendido por la pregunta, sin haberse metido todavía su miembro dentro del pantalón.

  • Para evitar que le lleve a la directora mis braguitas empapadas de su semen.

Respondió la niña, sonriéndole candorosamente, y, al ver cómo el profesor, después de unos instantes de dudar qué hacer, se lanzaba lívido hacia las bragas, bajó ella ágilmente de la silla, recogiéndolas de la papelera antes de que él las alcanzara.

Colocándose detrás de la mesa del profesor , don Agamenón se encaró con ella desde el otro lado.

  • ¡Dame tus bragas! ¡Dámelas te he dicho!

La urgió a gritos, amenazante, y como la niña, sonriente, no se las daba, apartó la mesa violentamente, tirándola del estrado, y logró coger la falda a Malena que, al no esperárselo, no pudo evitarlo, pero, de un tirón, se soltó, quedándose la prenda en manos del hombre y la niña con el culo y el coño al aire, sin nada que los cubriera.

Ante tan tentadora visión, el tipo se quedó alelado mirándolo durante unos instantes, lanzándose a continuación otra vez hacia Malena, gritando:

  • ¡Te arrancaré las bragas, puta!

Cuando realmente quería decir:

  • ¡Te follaré el culo, puta!

En ese momento se abrió la puerta del aula apareciendo la directora que, con el rostro descompuesto, contempló al profesor de matemáticas con la verga erecta saliendo de la bragueta abierta de su pantalón persiguiendo a una de sus alumnas, semidesnuda, y con intenciones aparentemente lúbricas y malsanas.

  • Pe … pero … ¿qué ocurre aquí?

Chilló escandalizada, con el rostro desencajado y colorado como un tomate, provocando que, tanto el profesor como la alumna, se quedaran inmóviles como petrificados.

Repitió la mujer la pregunta, gritando todavía más fuerte, a pleno pulmón.

  • ¿Qué ocurre aquiiiiiiiiiiiii?

Como el profesor no podía emitir ni una palabra ni reaccionar, la mujer, viendo la escena, pensó lo más lógico: ¡violación! ¡Una violación! ¡El profesor quiere violar a la alumna!

Fue Malena la primera que reaccionó y, corriendo hacia la directora, se colocó detrás de ella, actuando como si estuviera aterrada, al tiempo que chillaba histérica:

  • ¡Nooooooo, noooo, no me viole, profesor, no me viole, por favor!

La verga erecta fuera del pantalón y la falda de la niña en su mano no era precisamente una buena defensa para el profesor.

La niña semidesnuda y con sus bragas en la mano oliendo a esperma tampoco era una buena defensa para él, que, lívido el rostro y sudando copiosamente, solo se atrevió a balbucear hacia la directora:

  • ¡No … no … no es lo que parece!

Por la puerta apareció el profesor de gimnasia así como un vigilante de seguridad que, al observar la escena, se quedaron también boquiabiertos y paralizados.

Los sollozos fingidos de Malena les devolvieron a la vida y fue la directora la que, dirigiéndose al guardia de seguridad, le ordenó con voz autoritaria:

  • ¡Deténgalo, es un violador!

No se resistió a la detención, más bien se derrumbó, y, al salir, esposado del aula, le devolvieron a Malena su falda, que recatadamente se puso, aunque sus bragas tuvo que dejarlas como prueba incriminatoria contra el profesor.

Acompañó a la directora a su despacho mientras conducían a don Agamenón a la comisaría.

Con la puerta cerrada, la mujer acercó una silla mucho más alta de lo habitual hacia la mesa del despacho e indicó a Malena que se sentara en ella, sentándose la mujer a continuación en su silla, ésta de altura normal, detrás de la mesa, de forma que la entrepierna de la niña estaba a la altura de los ojos de la directora.

Hubiera deseado abrirse bien de piernas y enseñarla el coño, pero, como no sabía la reacción de la directora, optó por cruzarse castamente de piernas y poner sus manos entre la parte superior de sus muslos para cubrirse.

Mirándola muy seria a los ojos la mujer le pidió perdón en nombre del instituto y la rogó que fuera discreta y que no corriera la voz de lo sucedido, al ser terrible para el negocio, y a cambio recibiría un trato de favor, lo que se traducía que, a cambio de su silencio, aprobaría con buena nota todas las asignaturas.

Mientras la directora hablaba su mirada se dirigía, sin poder evitarlo, hacia los muslos de la niña, que, al ser corta la faldita y estar ella sentada, se la podía ver casi el sexo.

Relajada, pensó Malena que ya había logrado su objetivo, aprobar sin estudiar, por lo que a punto estuvo de abrirse de piernas como agradecimiento hacia la directora a la que llamaban “La Torti” ya que corría el rumor de que era lesbiana y que disfrutaba carnalmente de sus alumnas.

Preguntó la mujer si estaba de acuerdo, si sería discreta, y Malena, respondió afirmativamente, moviendo entusiasmada también la cabeza, pensando que la pregunta era realmente:

  • Te voy a follar. ¿Estás de acuerdo? ¿Serás discreta?

Aunque a la niña nunca se la había follado una mujer, pensó que el premio bien valía la pena y ya iba a abrirse triunfalmente de piernas, cuando llamaron a la puerta, rompiendo el hechizo.

Abriéndose la puerta, apareció don Mariano, el profesor de gimnasia, que preguntaba por lo sucedido.

Antes de responderle, la Torti dio por finalizada la reunión con Malena y la invitó a marcharse del despacho, recordándola el acuerdo al que habían llegado.

Acostumbrada como estaba a ir sin bragas, Malena salió tranquilamente del aula y del instituto a la calle.

Caminando por la solitaria calle observó que un hombre con gabardina, sombrero y gafas de sol cruzaba la calle en dirección a ella. La resultó extraño que el hombre fuera tan abrigado con el calor que hacía, pero recordó escuchar a sus compañeras de clase que había un pervertido por el barrio que vestía una prenda larga y las enseñaba sus vergüenzas.

Efectivamente, el hombre, cruzándose con ella, se puso frente a Malena y, deteniéndose, se abrió totalmente la gabardina por delante y mostró a la niña una verga erecta y empinada que brotaba de una mata desordenada de vello púbico.

Sonriendo lúbrico confiaba que la fémina, emitiera un chillido escandalizada y huyera escapando de él, pero se encontró con que la joven que tenía frente a él, no solo no se asustó y huyó despavorida sino que se quedó mirándole curiosa la polla y, de pronto, se levantó la falda por delante, enseñándole la vulva, apenas cubierta por una fina franja de vello púbico.

¡No llevaba bragas! ¡Y le enseñaba, la muy descarada, su coño!

Y girándose Malena, le dio la espalda y, subiéndose la faldita por detrás, le mostró su culo redondo y respingón sin nada que lo cubriera.

Sacándole la lengua y meneando provocativa el culito durante unos segundos, hizo que el hombre se olvidara por unos instantes de enseñar su sexo y, soltándose la gabardina, se tapó sus vergüenzas sin darse ni cuenta.

Observando cómo la niña se alejaba caminando la siguió a distancia por las calles solitarias.

Sabía Malena que el exhibicionista la seguía y, lejos de asustarse, pensó que sería divertido seguirle el juego, así que, se acercó a un parque infantil que estaba escondido entre árboles frondosos. Le recordaba a la selva donde King Kong se la tiraba bestialmente en su imaginación.

El parque estaba desierto. Lo primero que hizo la niña fue subirse al tobogán y, deslizándose por él, dejó que su faldita se plegara en la bajada, descubriéndola la entrepierna ante la lúbrica mirada del hombre, que, situado a unos tres metros frente a ella, no se perdió ni un detalle.

Repitió un par de veces, riéndose contenta al bajar y enseñar cada vez su juvenil vulva al hombre que, con la boca abierta y la polla erecta, la observaba como hipnotizado.

Cambió el tobogán por el columpio y, subiéndose en él, tomó impulso, subiendo cada vez más alto en su recorrido, siempre con las piernas bien abiertas para que el tipo, situado a pocos metros frente a ella, la observara bien el coño.

Observando que no había nadie alrededor y que desde los edificios próximos no podían verlos, no se atrevía el hombre a dar el paso y follarse a la joven que, sin vergüenza ni pudor, enseñaba provocativa sus más que evidentes encantos.

Convencido ya de que Malena le invitaba a tirársela, se acercó al columpio, esperando que detuviera su potente oscilación pero la niña, riéndose, seguía subiendo y bajando sin aminorar en ningún momento su impulso.

No entendía el motivo por el que Malena, si tenía tantas ganas de que se la follara, no dejara de impulsar su columpio y se detuviera.

Apremiado por su necesidad de satisfacer sus lúbricos deseos y mareado por el continuo movimiento del columpio, se acercó demasiado, recibiendo un fuerte golpe en un costado, derribándole al suelo y, consiguiendo, eso sí, detener la marcha del columpio.

Dolorido en el suelo, observó como la joven se acercaba, preocupándose por su estado, pero el deseo del tipo era más grande que su dolor e intentó abrazar con sus brazos los macizos muslos desnudos de Malena que logró esquivarlo riéndose.

Maltrecho se levantó del suelo y se dirigió hacia la joven, pero ésta, acercándose ahora al balancín, se montó en uno de sus brazos e invitó al hombre a que se montara en el otro.

  • ¡Móntate y juguemos! Si te montas quizá me montes.

Le provocó con una vocecita melosa, como de gatita en celo, mientras le sonreía maliciosamente.

Dudando qué hacer, el tipo optó por subirse al brazo vacío, sin saber exactamente que buscaba su voluptuosa e insólita amiga.

Con su peso bajó al momento el brazo donde estaba subido al suelo, subiendo el que montaba la niña.

Quedándose quieto, mantuvo su brazo en el suelo y observó suspendida en el aire, a metro y medio del suelo, a una Malena que, sonriendo, subió su faldita, enseñándole una vez más su deseada vulva, y le dijo lentamente, marcando cada sílaba, provocándole con voz sensual:

  • ¡Que laaaaaarga la tienes! ¡Y tan dura! ¿Podrás mantenerla así en alto mucho tiempo, tan erecta?
  • ¡Sí, sí, y mucho más! ¡Te voy a follar, puta, a romper el culo!

Respondió ansioso el hombre, baboseando, sin dejar de observarla el sexo.

Impulsándose por sus piernas, hizo subir el brazo del balancín donde él estaba sentado, bajando por tanto el que soportaba a Malena, pero, nada más llegar arriba, lo hizo bajar, una y otra vez, observando cómo la niña se reía lasciva, excitándose tanto él como ella cada vez más.

¡Era como si se la estuviera follando! ¡Follando con un miembro duro como el hierro, de casi tres metros de longitud y completamente tieso!

¡Aunque no era exactamente igual, era el sueño de Malena ser follada en la jungla por una verga monstruosa de un perverso animal!

¡La vulva de ella y el cipote erecto de él se restregaban una y otra vez, en cada subida y bajada, insistentemente en el duro hierro del balancín, incrementando su congestión!

Tan excitada estaba que, sin poder contenerse, se corrió Malena encima del miembro largo y duro, chillando al alcanzar el orgasmo.

Observando cómo se corría la niña, el tipo tampoco pudo contenerse y también, gritando como un poseso, se corrió allí mismo sobre el balancín y sin dejar de observar el coño empapado de Malena.

Propulsando cantidades ingentes de esperma el clímax del tipo se prolongó hasta quedarse totalmente seco y exhausto.

Inclinado sobre el brazo del balancín, el hombre permaneció quieto, gozando como nunca antes lo había hecho, permaneciendo Malena suspendida en el aire.

Fue ella la primera que reaccionó y, bajándose del balancín, dijo al hombre:

  • ¡Que tengas un buen día, picha floja!

Y se alejó feliz y contenta camino de su casa, sin esperar respuesta del tipo que, derrumbado sobre el brazo del balancín, ni fuerzas tenía para responderla y mucho menos para seguirla.

Mientras Malena permanecía fuera de la vivienda, en ésta Elena ya se despertaba dolorida.

Estaba completamente desnuda, bocarriba sobre la cama de matrimonio, con sus muñecas y tobillos atados a la cabecera y pies del mueble, y su boca tapada con una mordaza que la impedía chillar. Por la separación entre las ligaduras, mantenía las piernas separadas entre sí, y sus nalgas, descansaban sobre un almohadón, levantándola la pelvis y dejando el acceso a su vagina más fácil.

Frente a ella estaba Dioni, el bruto que la había ocasionado tanto dolor, totalmente desnudo, de pie, mirándola con una perversa sonrisa cruzando su rostro.

  • ¡Al fin te despiertas, puta! Me has hecho esperar demasiado y desearas no haberlo hecho. Desearás no haberte despertado.

La dijo y, gateando por la cama, se colocó entre las piernas abiertas de la mujer que inútilmente intentó cerrarlas.

Presa de pánico Elena intentó chillar y apartarse sin conseguirlo, mientras el hombre, colocándose bocabajo sobre ella, la penetró por el coño con su verga recta, y, apoyándose en sus brazos, comenzó a follársela.

La fuertes y rápidas embestidas del tipo provocaran que las tetas de la mujer se bambolearan desordenadas, mientras los muelles de la cama crujían y el mueble chocaba una y otra vez contra la pared, arrancando la pintura y ocasionando un profundo boquete.

Al no poder evitar que la violara, Elena cerró fuertemente los ojos, sintiendo el apestoso olor del caliente aliento del hombre en su rostro

Fue un polvo rápido en el que Dioni se corrió rápido y, una vez la hubo desmontado, salió del dormitorio con su polla goteando todavía semen.

No tardó ni cinco minutos en volver con un pepino en su mano y, acercándose a la aterrada mujer, se lo metió poco a poco por el coño, sin dejar de mirarla el rostro y diciéndola:

  • ¿Te gusta, puta, te gusta que te la metan por el coño? Sea una polla, un plátano o un pepino, sea lo que sea, pero que te la metan, ¿verdad, puta?, ¡que te la metan por el coño!

Los ojos bien abiertos de Elena parecían salirse de sus órbitas mientras observaba horrorizada cómo el pepino iba desapareciendo dentro de su vagina. Agitaba convulsivamente la cabeza, indicando un “No”, que no lo hiciera, que no la gustaba, que no a todo.

Una vez alcanzó el fondo detuvo el pepino y, sacándoselo poco a poco, antes de sacárselo del todo, se lo volvió a meter despacio hasta que volvió a llegar al fondo y así una y otra vez, follándosela no con la polla sino con el pepino.

En contra de su voluntad, la mujer se fue excitando sexualmente, aumentando su ritmo cardiaco y su respiración, pero antes de que se corriera, el hombre se detuvo y, dejándola la mayor parte del pepino dentro de su vagina, la soltó rápido las cuerdas que la ataban los tobillos y la volteó, colocándola a cuatro patas sobre la cama.

Intentó Elena tumbarse bocabajo, pero, como tenía el pepino dentro de su coño, al hacerlo le producía gran dolor al chocar éste con el colchón.

Sujetándola por las caderas, Dioni impidió que se moviera, y, colocándose entre sus piernas, dirigió su cipote erecto entre las nalgas de ella. No la dio tiempo a la mujer a endurecer sus glúteos y el duro cipote se restregó entre ellos, alcanzando la entrada a su ano.

Un ligero empujoncito fue suficiente para que el miembro se metiera dentro del ya dilatado agujero, y, una vez dentro, lo penetró hasta el fondo, hasta que los cojones del tipo chocaron con las nalgas de Elena.

Mediante movimientos de caderas, muslos y glúteos la fue metiendo y sacando el cipote, dándola por culo, lentamente al principio, aumentando cada vez más el ritmo, alternando fuertes y sonoros azotes en las nalgas y embestidas, hasta que, después de un buen rato cabalgándola, se corrió dentro de ella.

Desmontándola, la mujer se dejó caer dolorida y exhausta de lado sobre el colchón y Dioni aprovechó para colocarla bocarriba otra vez y atarla como antes los tobillos a los pies de la cama.

Sentado en la cama al lado de ella, la dijo sonriente, al tiempo que la sobaba las tetas:

  • Y ahora a esperar a tu tierna niñita.

Los ojos de Elena casi se salían de las órbitas al escucharlo y, mirándolo horrorizada, negó con la cabeza al tiempo que un torrente de lágrimas fluían por sus mejillas.

  • Ya sabes lo que la voy a hacer, me la voy a follar por todos sus agujeros y para que no tengas ninguna duda, lo voy a hacer delante de ti, aquí mismo, en esta misma cama, a pocos milímetros de ti.

Agitando histérica la cabeza, Elena se estremecía violentamente sobre la cama, intentando soltarse de sus ataduras, mientras Dioni, apretándola con fuerza con sus dedos los pezones, se reía a carcajadas.

Cayó Elena nuevamente inconsciente y no escuchó cómo, más de una hora después, su hija Malena, al entrar en la casa, gritara desde la entrada, avisándola de su llegada:

  • ¡Mamá, ya estoy en casa!

Como no escuchaba respuesta, volvió a llamar a su madre sin obtener tampoco respuesta.

(CONTINUARÁ)

Ante las dudas de cómo debo continuar la historia, pregunto a mis lectores que prefieren, si prefieren que el bruto viole a Malena o se libre una vez más. La opción que obtenga más votos decidirá el rumbo de la continuación.