La niña mala y la vuelta a clase

Después de la experiencia que tiene Malena en casa de su compañera de clase donde casi la violan, vuelve al día siguiente al instituto.

(CONTINUACIÓN DE “LA NIÑA MALA Y LA POESÍA”)

Aquella noche no duerme Malena tan bien como acostumbra, ya que la tarde anterior estuvo a punto de ser violada por un desconocido en el portal de la casa de Nines, una de sus compañeras de clase. Pero lo peor fue que los padres de Nines la pillaron a ella, a Malena, completamente desnuda de la cintura hasta los tobillos, con el culo, el coño y las piernas al aire, de puntillas encima de una silla, buscando sus braguitas y su faldita encima de un armario.

Teme la niña que los padres de Nines lo digan en el colegio. Sería la vergüenza, no ya de ella, sino de sus padres, que la abroncarían e incluso podrían echarla del instituto al que va.

Está a punto de simular que estaba enferma y no ir a clase, pero, si la tiene que coger el semental con el rabo, es mejor que sea cuanto antes.

Además ella es totalmente inocente, ya que fue Esteban, Ban para los amigos, el novio de Nines el que la arranco la ropa y arrojó sus braguitas y su falda a lo alto del armario.

Como todas las mañanas, la madre de Malena la llama para que se levante cuando sale hacia el trabajo. Levantándose de la cama, la niña levanta la persiana de su dormitorio y abre la ventana. Ahí está como siempre, agazapado en la ventana, su vecino, un joven algo mayor que ella, observando con la polla erecta cómo la niña se desnuda, y eso hace, como siempre, quitarse la fina camiseta que lleva para dormir, quedándose completamente desnuda.

Siente cómo el frescor de la mañana eriza sus puntiagudos pezones y se mete entre sus torneadas piernas, acariciando y besando su juvenil sexo.

Como sabe que ni su padre ni su madre están ya en casa, ya que han ido a trabajar, se pasea completamente desnuda por la casa, que, al tener todas las ventanas abiertas se sabe observada en todo momento y la encanta. Si por unas ventanas la ve su joven vecino, por las otras es un vecino bastante mayor el que no se pierde, a través de unos prismáticos, ningún detalle de la niña mientras desayuna frugalmente.

Se da una ducha rápida, por supuesto con la ventana abierta, en la que se hace la primera paja del día, y es que a Malena la encanta masturbarse bajo la ducha, si es posible mientras la mira algún macho empalmado, que solamente puede mirarla pero no tocarla, ni por supuesto follarla.

Saliendo de la ducha, va a su dormitorio a vestirse. Primero se pone lentamente los largos calcetines blancos, subidos casi hasta sus preciosas rodillas. Luego los zapatos marrones sin cordones, las diminutas y finas braguitas blancas, su polo ajustado también blanco y su faldita plisada escocesa de cuadros con rayas cruzadas rojas, blancas y negras, subida hasta que casi se la ven las braguitas.

Cogiendo una carpeta, sale Malena contenta a la calle, contoneando a cada paso de forma exagerada sus duras nalgas, y provocando las miradas de todos los machos presentes y la envidia de todas las hembras.

Se cruza por la calle con el Dioni, un vecino del barrio, que siempre que la ve, la desnuda con la vista y la lanza piropos a cual más soez.

Ya en el instituto busca a su amiga Violeta a la que la noche anterior Ban se la folló en el parque y ella, Malena, la robó la ropa para vestirse ella. Pero no la encuentra. Tiene Malena curiosidad cómo llegó, si es que es llegó, Violeta a su casa, teniendo en cuenta que iba desnuda y follada.

Es Nines la que sale del coche de su padre que, nada más dejarla, arranca y se pierde calle abajo. Sus miradas se cruzan pero Nines sigue adelante sin detenerse ni hablarla.

• Bueno, ya se le pasará.

Piensa la niña, asumiendo que la culpa la tiene la puritana de su compañera por no dejar que su novio se la tire y, así al no poder desahogarse, el pobre muchacho quiere follarse todo lo que encuentra.

Las clases transcurren como siempre, de forma aburrida y monótona, sino es por los pensamientos de Malena, que recuerda nítidamente todo lo que sucedió la pasada noche, y, si no se masturba allí mismo, es porque la clase está llena y la pillarían.

La última clase del día está dedicada al deporte, como si follar no fuera el mejor y el más completo.

En los vestuarios todas se ponen el uniforme de deporte: Un vestido rosa ajustado, calcetines blancos y zapatillas de deporte.

Hoy toca deporte de equipo, concretamente baloncesto, y Malena que no es precisamente de las más altas, la hacen jugar de base.

El profesor, don Mariano, sentado en una silla baja al borde de la pista, no pierde detalle de sus alumnas, no solamente de sus movimientos sino también de sus macizas piernas, de sus culitos respingones y de sus pechos bamboleantes.

Una de sus favoritas es Malena, no por la forma y por la actitud que tiene para hacer deporte, sino por contonearse, exhibir su cuerpo y poner cachondo al personal. Le motiva especialmente cómo las pequeñas braguitas de la niña se pierden entre los dos cachetes del culo de ella, como si no las llevara, como si fuera sin bragas. Siempre don Mariano la observa empalmado y, aunque seguro que Malena ya se ha dado cuenta, hace como si no tuviera importancia.

A punto de acabar la clase, Malena lanza a canasta, quedándose la pelota empotrada extrañamente en la parte superior del bastidor de la canasta.

Todas son risas y don Mariano las manda a todas a las duchas, bueno, a todas no, Malena tiene que bajar la pelota y el profesor la indica cómo. Como el bastidor de la canasta consta de barras metálicas verticales, indica a la niña que, aprisionando una barra entre sus muslos, gatee hasta alcanzar la pelota.

Malena hace un par de amagos, resbalando nada más sujetarse, por lo que don Mariano la indica que se quite las zapatillas y las medias para sujetarse mejor, y, una vez lo ha hecho, mete sus manos bajo la falda de ella, y sujetándola por las caderas, la levanta del suelo, ante la sorpresa de la niña que gime, arrimándola a la barra, donde ella se sujeta con la fuerza de sus muslos y con sus manos.

Como Malena se escurre hacia abajo, el profesor la sujeta bajo la falda con sus manos por los desnudos glúteos, impidiendo que caiga.

La faldita de la niña está plegada totalmente sobre su cintura, dejando los glúteos de ella sin nada que los tape, ante la gozosa mirada del profesor.

Un simple vistazo alrededor, confirma a don Mariano que está solo en el gimnasio con la niña, por lo que, mientras la anima nuevamente para que trepe, sus manos se desplazan y sus dedos se colocan sobre la vulva de Malena, apenas cubierta por la fina braguita, que moviéndola a un lado deja el camino libre a los dedos del profesor.

Sintiendo cómo la exploran sus partes pudendas, la niña, excitada, gime de placer, pero avergonzada toma fuerzas para desplazarse poco a poco hacia arriba, tirando de la barra con sus manos, mientras la aprisiona con sus muslos en cada desplazamiento.

El profesor, situado bajo Malena, sin retirar las manos de las nalgas de la niña, observa cómo su espléndido culo sube cada vez más por la barra, hasta que, al subir tanto, deja de sobarlo y lo observa solamente, pensando empalmado:

• ¡Vaya culo que tiene la niña! ¡Lo que haría yo con ese culo!

Don Mariano no se fija solamente en el culo de Malena sino también en su jugosa vulva que, al haber apartado la fina braguita de entre las piernas de ella, está totalmente expuesta a las miradas del profesor.

Sabiéndose observadas sus nalgas desde abajo, Malena va subiendo poco a poco, restregando y presionando su vulva contra la barra, lo que la provoca un excitante placer, haciendo que jadee y gima no por el esfuerzo sino por el gusto que siente.

Logra alcanzar la pelota y de un manotazo la hace caer al suelo, enganchándose su vestido con una argolla arriba sin que la niña se de cuenta.

Cumplido el objetivo, Malena comienza a deslizarse por la barra hacia abajo, quedándose su uniforme arriba, ante el asombro de ella y placer del profesor, lo que detiene por un momento su bajada, pero, sin que ella pueda evitarlo, el uniforme se rasga, permaneciendo arriba, y ella, contra su voluntad, se escurre hacia abajo y reanuda el descenso, chillando excitada, llevando como única prenda las diminutas braguitas blancas.

En su descenso, Malena restriega sus hermosos pechos y su cada vez más lubricada vulva por la fría y dura barra metálica, provocándola un placer cada vez más acusado.

Sintiendo que se corre, avergonzada se detiene en su bajada, y disfruta del orgasmo que está teniendo a más de dos metros del suelo, ante la lúbrica mirada de don Mariano que desde abajo no se pierde ni un detalle.

Permanece varios minutos la niña sin moverse y, cuando se sosiega, echa avergonzada una mirada hacia abajo, viendo al profesor que, babeando de gusto, la dice:

• ¡Venga, Malena, baja!

• Mi ropa … profesor … se ha quedado arriba.

• Ya lo sé, Malena, no te preocupes y baja.

• Es que … estoy casi desnuda.

• No pasa nada, estamos solos tú y yo. ¡Venga, baja!

Poco a poco la niña se desliza hacia abajo y, poco antes de llegar al suelo, se detiene al sentir las manos de don Mariano sobre sus nalgas, sobándolas, con la excusa de que la ayuda a bajar.

Colocando su pies en el suelo, Malena se cubre con sus brazos avergonzada los pechos para que el profesor no los vea y, al girar hacia él, su cadera se restriega contra el erecto y duro cipote de don Mariano, que a punto está de eyacular ahí mismo.

Bajando avergonzada la mirada, la niña confirma lo que ya había sentido, que el profesor tiene una erección de caballo.

Dobla las rodillas para coger del suelo sus calcetines y deportivas, pero su rostro choca con el cipote erecto de don Mariano, que, sorprendido, piensa por un momento que la niña va a hacerle ahí mismo una felación. Pero no, Malena se vuelve a incorporar, siendo su profesor el que, sin dejar de sobarla las nalgas, se agache y coja las prendas, no sin antes demorarse agachado y dar un buen repaso con la vista a la entrepierna de Malena, que, con las braguitas desplazadas, permite además oler su vulva empapada.

No se acaba de incorporar y ya está la niña, precavida ante el calentón de don Mariano, marchándose camino de los vestuarios, a buen paso y sin dejar de cubrir sus senos con sus manos.

El profesor la sigue primero de cerca con las manos extendidas hacia el culo de Malena, deseando volver a sobarlo, deteniéndose a los pocos metros para contemplar cómo esas hermosas nalgas se alejan.

• ¡Algún día … algún día!

Piensa lascivo don Mariano.

Supone Malena que no hay nadie en los vestuarios, pero se equivoca. Hay está Merche en la entrada y no es precisamente su amiga, la que la mira de arriba abajo, sonriendo, y la dice socarrona:

• Putita. Calentando al profesor, ¿no? Polvos por aprobados.

Pero Malena no la hace ni caso, sino que, descubriéndose los pechos, se los enseña y, riéndose, la saca burlona la lengua, pasando a su lado sin detenerse.

Pulsando las teclas de su contraseña, abre la puerta de su taquilla y coge su toalla, cerrándola a continuación. No tiene ninguna duda que, si su contraseña cae en manos de Merche, ésta la robará la ropa o se la despedazará para dejarla totalmente desnuda.

Dejando caer sobre un banco la toalla, así como las braguitas que se acaba de quitar, se mete bajo la ducha, disfrutando del agua cálida, y poco a poco se va entonando, metiendo sus dedos entre sus labios vaginales, acariciando despacio su clítoris hasta que se corre, se corre nuevamente.

Piensa que no hay nadie más en el vestuario o que nadie la observa mientras lo hace, o quizá no la importa lo más mínimo, pero es don Mariano el que la observa agazapado desde la puerta del vestuario, dudando si incorporarse a la fiesta y follarse a su alumna, pero, temiendo perder el puesto de trabajo, se contiene y piensa:

• ¡Algún día … algún día!

Una vez Malena se ha duchado y secado con la toalla, se da cuenta que sus braguitas están demasiado empapadas para ponérselas, así que las deja en el mismo sitio, en el banco, y caminando desnuda se acerca a la taquilla y recoge su ropa, poniéndosela y saliendo a la calle.

Va sin bragas, pero no la importa, no es la primera vez que lo hace ni será la última. De hecho es muy frecuente que vaya con minifalda y sin bragas, ya que la encanta encender a los hombres, aunque, eso sí, sin dejar que se la follen.

Caminando sonriente por la calle y balanceando sensualmente sus caderas, un automóvil se detiene a su lado y el conductor, bajando la ventanilla, se identifica cómo si la niña no le conociera. Es Miguel, el padre de Nines, el que la mira siempre con ojos lujuriosos y el que el día anterior la pilló en su casa desnuda hasta la cintura.

• Por favor, Malena, quiero hablar un momento contigo.

Deteniéndose, observa la niña que Rudy, un compañero del instituto, camina detrás de ella, pero Malena se acerca al coche y, apoyándose en la ventanilla, mira expectante hacia el conductor, que lo primero que hace es mirarla los pechos que provocativos casi se salen por el escote del polo. Mientras se deja mirar los pechos, Malena bambolea provocadora sus nalgas al paso del compañero, como si fuera lo más natural del mundo.

• Por favor, entra un momento en el coche.

La ruega el conductor, sin despegar sus ojos de los pezones de la niña que asoman por el escote.

Su madre la ha dicho que nunca se monte en coches con extraños, pero Miguel no lo es, además Malena ya es mayor y hace lo que quiere, así que, al no ver un peligro inminente, se acerca al coche y, abriendo la puerta del coche, se mete dentro, cerrándola después.

Va Miguel a empezar a hablar, pero, ante la inquisidora mirada de Rudy que los mira desde la acera, pone el coche en marcha y se alejan del lugar.

• Te llevo a tu casa mientras hablamos.

Mientras conduce, el padre de Nines, la va comentando de forma entrecortada el motivo de la conversación, motivo que Malena ya conoce:

• Ya sabes el por qué quiero hablar contigo. Anoche mi mujer y yo te pillamos … bueno, … ya sabes, casi desnuda, … enseñando todo y contoneándote de forma lasciva encima de una silla de nuestro propio salón. Y además saliste corriendo, sin justificarte, llevándote … robándonos … a saber qué cosa.

• Me lleve mi falda, que el novio de tu hijo me había quitado, así como mis bragas.

Responde tranquilamente la niña al tiempo que se sube la falda, mostrando durante un instante al conductor su jugoso sexo, para subirse al momento la falda cubriéndoselo.

El padre de Nines se ha dado cuenta que no lleva bragas y, sin dejar de mirarla con un ojo los pechos y con el otro el final de la faldita, pregunta tartamudeando y sudando copiosamente.

• ¿Tus … tus bragas … ?¿Te quito … las bragas … él …? ¿no me lo puedo creer?

• Sí, me las quito y me metió mano mientras tu hija leía poesía.

• ¿Qué te metió … mano?

• Sí, y quería meterme más cosas pero no me dejé.

Un pitido de otro vehículo le devuelve al conductor a la carretera, ya que está a punto de salirse.

Más concentrado en el camino, permanece en silencio, mientras conduce, deteniéndose en un parque frente a la casa donde vive Malena y reanudando la conversación.

• No … no sabía.

• Pues sí, me quitó las bragas y la falda y me metió mano.

• ¿También te las ha quitado ahora?

• No, no, esta vez he sido yo. Estaba incomoda con ellas.

• ¿Incómoda? ¿Te sientes incómoda cuando llevas bragas?

• No siempre, pero hoy si porque me he corrido en la clase de gimnasia y estaban mojadas y sucias.

• ¿Qué te has corrido en la clase de gimnasia?

• Sí, delante del profesor.

• Y ¿no te ha dicho nada?

• ¿El profesor? Le ha parecido lo más normal.

• ¿Correrte en la clase de gimnasia es lo más normal?

• Bueno, es un poco largo de contar, pero normalmente no lo hago, no me corro en clase.

• Ya, ya me imagino, ya. Pero, bueno, a lo que iba comentándote. Anoche mi mujer y yo te pillamos …

• Ya lo sé, pero ya sabes el motivo.

• Pues en ese caso, te comento que el digamos suceso no debe transcender de ahí.

• ¿Transcender?

• Sí, vamos … que no vamos a darle importancia y ni vamos a decírselo a nadie, que todo quedará entre nosotros, mi familia y tú.

• ¡Ah, bien!

• Nadie más lo sabrá. ¿Entiendes?

• Que sí, que sí, que lo he entendido. Entonces que me quite las bragas el novio de tu hija, ¿no tiene ninguna importancia? Y qué me meta mano ¿tampoco?

• Eso es una cosa entre él y tú. Si él quiere y tú te dejas, es problema vuestro.

• Ya te he dicho que él me quitó las bragas y me metió mano sin que yo le dejara.

• Bueno, bueno, vale.

Se detuvo un momento y, antes de que Malena replicara, continuo:

• No sabes lo que me ha costado convencer a mi mujer y a mi hija, pero, con el fin de no dañar tu buen nombre y tu futuro, lo he conseguido. Me lo tienes que agradecer de alguna forma. ¿Qué tal una mamadita? Aquí mismo, por ejemplo, y todo quedará entre tú y yo.

• ¿Comooooó?

Al tiempo que se abría la parte frontal del pantalón y se sacaba una enorme verga morcillona, replicó:

• Venga, niña, no te hagas la estrecha, que ya sabemos que eres una putita.

• ¿Yo, una putita? Pero si usted puede ser mi padre.

• No digo que le hagas una mamadita a tu padre, pero sí a mi

• ¡Sí, hombre!

Y abriendo rápido la puerta, Malena está a punto de salir del vehículo, cuando Miguel la coge por la falda tirando de ella, hacia dentro, pero la niña aguanta y la falda se rompe, quedándose en las manos del padre de Nines, dejando a la niña con el coño y el culo al aire.

En ese momento un hombre se aproxima al coche y Miguel, al verlo, tira la falda a la calle, y, cerrando la puerta del vehículo, se da a la fuga.

Malena recoge rápido la falda del suelo y, anudándosela a la cintura, se tapa con ella.

Es Dioni, el hombre que se acerca y ha visto el cipote duro y congestionado de Miguel, así como el culo y el coño de la niña, y, sobreexcitado, exclama eufórico, sacando una roída y vieja cartera del bolsillo trasero de su pantalón:

• ¡Lo sabía, lo sabía! ¿Cuánto cobras? ¿Cuánto cobras por una mamada? ¿Y por un polvo?

Pero la niña no le responde y, corriendo, se aleja del lugar. Al correr el viento la levanta la falda permitiendo que un vecino que camina por la calle observe entusiasmado sus preciosas nalgas.

Llega al portal y, utilizando su llave, abre la puerta, entrando y dejando que la puerta se cierre a sus espaldas. Pero antes de que se cierre la puerta, un hombre la sujeta y entra también al portal.

Malena se gira y sorprendida se da cuenta que es Dioni el que ha entrado detrás de ella. Asustada no espera al ascensor y sube corriendo por las escaleras, pero el hombre no se detiene y sube también corriendo detrás de ella.

En la subida la falda se le suelta a la niña, que se detiene un momento para sujetarla, pero, aterrada, enseguida emprende la subida corriendo al ver al hombre a punto de alcanzarla.

Aun así, la mano de Dioni la agarra la falda por detrás, reteniendo su marcha, lo que dura un instante al soltarse la falda y quedar en las manos del hombre, mientras Malena, chillando histérica, continúa subiendo a toda prisa, mientras balancea sus hermosas nalgas desnudas.

Dioni se queda quieto un momento, contemplando deslumbrado los macizos glúteos que se bambolean y contraen espectacularmente en su subida, pero cuando deja de verlos al doblar ella la primera esquina, baja de su placentera nube y corre tras ella, dejando la faldita tirada en las escaleras.

Enseguida la alcanza de nuevo, propinándola un sonoro azote que la hace perder por un momento el equilibrio, pero ella continúa subiendo. Las manos de él la soban el culo y se meten una y otra vez entre las piernas de Malena, sobándola por detrás la húmeda vulva, pero ella, sacando fuerzas, no se detiene y corre hacia su vivienda.

El hombre, tan concentrado está sobando el culo y el sexo de la niña, que tropieza con los escalones, cayendo y permitiendo que Malena se aleje.

Sin aliento llega la niña a su piso y, sacando las llaves de su casa, intenta abrir la puerta, pero se le caen al suelo. Aterrada se agacha a cogerlas, escuchando cómo Dioni está llegando. Jadeando, intenta meter la llave en la cerradura sin lograrlo y al segundo intento lo consigue, abriendo la puerta y entrando, pero antes de que la cierre a sus espaldas, el hombre la empuja violentamente, entrando en la casa.

Malena cae al suelo por el empujón del hombre, pero se rehace y, levantándose rápido, corre por el pasillo de su casa, huyendo.

Dioni se detiene, observando cómo el culo respingón de la niña se aleja por el pasillo y se mete en una habitación del fondo.

Está dentro de la casa y está todo en silencio, sino es por el ruido que entra por las ventanas de la calle. No hay tampoco ninguna luz encendida, solamente la vivienda está iluminada por la claridad que entra por las ventanas.

Cierra despacio la puerta de la calle y camina lentamente por el pasillo, precavido, volteando la cabeza hacia cada habitación por la que va pasando, sin ver a nadie. Se dirige hacia la habitación a la que ha entrado Malena y al llegar observa que es un dormitorio, el de la niña, pero no la ve, aunque si sus zapatos que están tirados en el suelo. Malena se ha descalzado para no hacer ruido. Hay una puerta en el otro extremo de la habitación. Se acerca a ella, da a una terraza pero tampoco ve a la niña. Dudando qué hacer, camina por la terraza, recorriendo con su vista todas las habitaciones que dan a ella, pero continúa sin verla. Sin verla y sin escucharla.

Se gira hacia el dormitorio de Malena, entrando dentro. Rápido se agacha y mira debajo de la cama, pero no está la niña. Abre el armario, que está a rebosar de abrigos y vestidos, y tampoco la ve. Se fija que el armario tiene unos cajones que abre y encuentra la ropa interior de la niña. Coge una de color blanco, son unas braguitas, pequeñas y muy finas. La extiende y las mira excitado. Luego coge otra y otra, hasta que coge una de color negro, es un diminuto tanga. Se lo imagina sobre el sexo de Malena, acariciándolo, metiéndose dentro. Se toca la entrepierna y siente su cipote duro y erecto. Se baja la bragueta y se lo saca, aprisionándolo con la mano que lleva el tanga de la niña, lo envuelve con el pequeño tanga y empieza a masturbarse con él. Lentamente, disfrutando, pero con todos sus sentidos alerta. De pronto escucha cómo la puerta de la calle se abre y la voz de una mujer que llama a su hija:

• ¡Malena, hija, ya estoy en casa!

• ¡Coño, la madre!

Piensa, sin tener claro que hacer. Se guarda el miembro en el pantalón y se mete el tanga de la niña en el bolsillo, cerrando el cajón.

Cuando está cerrando también el armario aparece la madre en la puerta del dormitorio donde está, exclamando:

• Te he oído, hija. Ayúdame a …

Y se queda paralizada al ver al hombre, pero es Dioni el que reacciona rápido y se lanza sobre ella, agarrándola y metiéndola en el dormitorio, sin que la de ni tiempo para chillar, perdiendo ella sus zapatos en el camino.

La arroja bocarriba sobre la cama, y, agarrando la parte frontal de su vestido, tira violentamente de él, rasgándolo y dejando el pequeño sostén de la mujer al descubierto. Tira más del vestido hasta que lo rasga de arriba abajo, viendo también sus diminutas bragas blancas que coge y se las baja por los pies, quitándoselas en un momento.

Con las bragas en la mano, Dioni se detiene oliéndolas y mirando el sexo de la mujer que está abierta de piernas y en estado de shock, sin reaccionar, con los ojos y la boca muy abiertos.

Se suelta el hombre el pantalón y se lo baja, junto con el calzón, quitándose rápido las dos prendas por los pies. Se tumba a continuación sobre la mujer, entre sus piernas, y la penetra con su verga dura y erecta por el coño, comenzando a follársela rápido.

Malena que está escondida en su propio armario, entre la maraña de abrigos y vestidos que contiene, y que, cuando Dioni abrió el armario, buscándola no la vio, mueve un poco los abrigos para contemplar ahora atónita cómo el hombre se folla a su madre, cómo su enorme culo peludo sube y baja, una y otra vez, hasta que a la tercera o cuarta culada, se detiene, gruñendo.

¡Se ha corrido dentro del coño de su madre!

No pasan ni cinco segundos hasta que la desmonta e incorporándose, se pone en un momento el calzón y el pantalón, sin dejar de mirar con cara de pocos amigos a la pobre mujer que, en estado catatónico, permanece inmóvil, parece una estatua.

Antes de marcharse, coge de su cartera un par de billetes y los arroja entre las piernas de la mujer, que chorrean un espeso esperma amarillento, diciéndola con una voz grave, apenas entendible:

• Esto por el servicio, pero la próxima vez tu hija.

Y sale de la habitación y de la casa, cerrando la puerta a sus espaldas.

Malena no se atreve a moverse y su madre, tumbada bocarriba sobre la cama, permanece sin moverse, dirigiendo conmocionada su mirada al techo, hasta que después de más de diez minutos, echa a chillar histérica y a patear en el aire durante varios minutos hasta que parece que se calma y se tumba bocarriba otra vez sin moverse y llora copiosamente.

Al fin se levanta dolorida y renqueante y sale del dormitorio, caminando por el pasillo camino del baño.

Malena que ha permanecido en silencio y sin moverse dentro del armario, escucha la ducha correr y supone que su madre se está limpiando. Sale del armario y poniéndose rápida otra falda, sale de puntillas de la casa con sus zapatos, no sin antes guardarse los dos billetes que Dioni ha arrojado a su madre por tirársela.

Tarda más que de costumbre en volver a su casa, esperando que su madre se limpie y se recupere. Y cuando vuelve lo hace con su padre que viene del trabajo a comer. Su madre está haciendo la comida como si no pasara nada, pero Malena se da cuenta, aunque disimula, que su madre no está bien, que está triste y encogida, rehuyendo la mirada y piensa la niña:

• Tampoco tiene que ponerse así por dos putos billetes.

(CONTINUA EN “LA NIÑA MALA Y EL BOSQUE DE LOS SÁTIROS”)