La niña mala y el cachondo de su tío

Las circunstancias ayudan al tío de Malena para llevar a la práctica un plan para follarse a su cuñada y a su sobrina

(CONTINUACIÓN DE “LA NIÑA MALA Y LA SUERTE DE LA CALIENTAPOLLAS”)

Aquel día comieron en casa los tres miembros de la familia: Lorenzo, Elena y la hija de ambos, Malena.

Aunque la televisión estaba puesta nadie se fijaba en ella. Salido.

El padre, malhumorado, pensaba en su trabajo al que tendría que volver después de comer y del que seguramente tendría que volver muy tarde a casa.

La madre recordaba, muy sonriente, el polvazo que la había echado don Mariano, el profesor de gimnasia de su hija, bajo el chorro de agua caliente de la ducha del gimnasio. ¡Ese sí que era un auténtico hombre, no como la piltrafa de marido que tenía en casa! Don Mariano la había salvado de aquellos gamberros que, después de arrancarla toda la ropa, la habían violado. Pero apareció … ¡el superhombre!, y les dio una soberana paliza que recordarían toda su vida, salvándola a ella, indefensa damisela, de las garras de estos sin dios. Como premio recibió don Mariano follarse a la damisela que había salvado. Fue un muy merecido premio que seguramente tendría continuación.

Malena también sonreía. Para ella había sido un día feliz. Se había garantizado sobresalientes en las dos asignaturas que la faltaban para aprobar el curso y habían dado un buen escarmiento a los jóvenes que también querían violarla. Un escarmiento del que tardarían en recuperarse, si es que se recuperaran, bastantes meses, por lo que tendría garantizado un período de tranquilidad con ellos.

Nada más comer, Lorenzo cogió su maletín y, sin despedirse de nadie, se marchó huraño y pensativo a su trabajo. Tanto era el trabajo aburrido y rutinario que le esperaba que no se daba cuenta de la pesada y aparatorsa cornamenta que empujaba su cabeza hacia abajo.

Nada más fregar los cacharros, Elena, que, después del polvazo, estaba muy activa y contenta, propuso a su hija ir a la piscina de sus tíos para darse un refrescante chapuzón. Tantas veces se lo habían propuesto que hoy podía ser un buen día para ir al ser tan soleado y caluroso.

No aceptó Malena la propuesta de su madre por un motivo que ésta desconocía. El día anterior su tía Mercedes la había pillado mientras su primo Ramoncin la estaba comiendo el coño dentro de esa piscina y había tenido un ataque de histeria del que la niña tuvo que salir por patas. Como no quería contar esto a su madre, puso como excusa que no había dormido la noche anterior tanto y tan bien como hubiera deseado, así que prefirió irse a dormir la siesta. Subiendo al piso de arriba donde estaba su dormitorio, se acostó completamente desnuda sobre la cama, como tenía la costumbre, cerrando la puerta por si volvía su padre antes de que despertara y, al verla sin ropa, pudiera coger uno de sus monumentales cabreos.

Antes de ir, Elena llamó a sus cuñados para ver si podía ir. Cogió el teléfono Ramón, su cuñado, y, aunque la mujer prefería hablar con Mercedes, su cuñada, le preguntó si podía ir esa tarde a darse un baño en la piscina. Al hombre le pareció una muy buena idea, ya que, en sus palabras, ni esperaban visita ni iban a salir de casa.

Así que Elena, después de ponerse su pequeño bikini de color negro bajo su vestido, además de una toalla de baño, salió de casa pero no caminó prácticamente nada ya que el adosado de sus cuñados estaba pegado al de ella.

A pesar del corto paseo de la mujer, alguien se fue a fijar en ella. Era Dioni, el bruto que la violó varias veces y que quería también follarse a Malena. Iba el hombre conduciendo una furgoneta de reparto cuando vio salir del adosado a Elena y, si hubiera podido, se la hubiera follado allí mismo. Se juró que acabaría el trabajo enseguida y volvería para hacer una muy caliente visita a la mujer, y, si era posible, también a su sabrosa hija.

Recibió a Elena un muy sonriente cuñado, que, una vez la dejó pasar, no dejó de mirarla lascivamente el culo y las tetas.

Preguntando la mujer por su cuñada, Ramón la dijo que se había echado una siesta al estar muy cansada. Lo que no dijo el hombre es que su esposa sí que estaba durmiendo en la cama, pero como consecuencia de la medicación que la habían recetado en urgencias el día anterior y seguramente estaría durmiendo hasta el día siguiente dada la potencia de las pastillas.

Fue ahora Ramón el que preguntó por Lorenzo y por Malena. Supuso acertadamente que su cuñado estaba trabajando, y Malena, le contó su madre, no había podido venir ya que había pasado una mala noche por lo que se había quedado durmiendo en su cama. Sonrió Ramón por la excusa que había dado Elena ya que había presenciado el día anterior cómo su hijo la comía el coño a la niña y la exagerada reacción de su esposa al contemplarlo. Se imaginó el cuerpo voluptuoso de su sobrina tumbado completamente desnudo sobre la cama, ya que conocía estas aficiones de ella, y su verga se congestionó palpitando de deseo.

Cuando fue preguntado por su hijo Ramoncín, el hombre la dijo la verdad, que estaba en su cuarto jugando con la tablet. Lo que no le dijo es que, después de escuchar a Elena, su deseo era que, mientras él se tiraba a su cuñada, el hijo se tiraría a su prima, para lo que debía conseguir las llaves del adosado donde dormía la niña, lo que veía muy factible al verlas en la mano de Elena, para que Ramoncín la hiciera una visita ahora que estaba sola y desvalida.

Si Elena hubiera sabido que, mientras su cuñada dormía, iba a estar a solas con su cuñado en la vivienda, se hubiera marchado enseguida, aduciendo cualquier excusa, ya que la parecía impropio estar a solas con un hombre que no fuera su esposo ya que podía hacer chismorreos malintencionados. Sin embargo, la presencia de su sobrino, la tranquilizó porque supuso equivocadamente que, al estar presente un adolescente, ningún hombre intentaría propasarse con ella ni nadie pensaría mal.

Pasando al jardín, la mujer se quitó enseguida el vestido y las sandalias, dejándolo todo encima de una silla que estaba en la sombra. Allí también dejó las llaves del adosado donde vivía. Corriendo se tiró de cabeza a la piscina ya que era muy buena nadadora. Ramón observó, sin decir nada, cómo su cuñada se desnudaba, disfrutando una vez más de la visión lujuriosa del voluptuoso cuerpo de la mujer. El pequeño bikini negro se ajustaba como un guante al respingón y macizo culo de Elena.

Mientras la mujer braceaba con energía, dando la espalda a su cuñado, éste sustraía las llaves de ella y, entrando en casa, subía al dormitorio donde su hijo estaba jugando con la tablet.

  • Tu tía está aquí, se está bañando en nuestra piscina, pero Malena está sola en su casa, durmiendo la siesta. Te doy las llaves de su casa para que la hagas una visita. Cuando abras la puerta, la dejas entreabierta y me devuelves las llaves. Las traes aquí que tu tía no lo sabe.

Como su hijo, todavía bajo los efectos de más de una hora jugando con la tablet, le miraba atontado sin dar ninguna muestra de inteligencia, su padre le miró con cara de mala ostia y le dijo:

  • ¿Entiendes, coño, entiendes? Te lo voy a repetir y decir más claro, ¡Atiende, ostias! Tu tía está aquí, se está bañando en nuestra piscina. Tu prima está sola en su casa, durmiendo la siesta en su cama. Te doy las llaves de su casa para que aproveches que está sola y te la folles. ¿Entiendes ahora, hijo? ¿Entiendes? Pero antes de follártela, abres la puerta de su casa, la dejas entreabierta y me traes las llaves de vuelta aquí, porque tu tía no sabes que la he quitado las llaves. Después te vuelves a su casa para follártela.
  • ¡Aaah, bien! Voy, abro la puerta, te devuelvo las llaves y me la follo.
  • Así es, ¡ostías! ¡Venga, vete ahora para allá! Y esta vez fóllatela, ¿entiendes?, fóllatela. No te conformes con que te coma la polla, fóllatela también.

Y, saliendo de su habitación, bajó Ramoncín las escaleras de su casa y, sin hacer ruido para no poner sobre aviso a su tía, salió de la vivienda y se fue hacia la casa de sus tíos.

No tardó más que unos pocos segundos en volver, dándole la llave a su padre que le esperaba en la puerta y éste, al recibirla, animó nuevamente a su hijo a que se tirara a su prima.

  • ¡Fóllatela, ostias, fóllatela!

El hombre, viendo cómo su hijo cerraba la puerta de la casa al marcharse, entró en su dormitorio, donde su mujer, bajo los efectos de la medicación, dormía profundamente, y, quitándose la ropa, se puso un bañador y bajo al jardín, no sin antes coger un frasco de protector solar.

Todavía Elena nadaba, haciendo un largo tras otro, pero, al ver a su cuñado, aminoró el ritmo y se acercó a donde estaba él.

  • ¡Qué buena está el agua!

Le dijo sonriendo Elena, apoyando sus antebrazos en el borde de la piscina y mostrando sin querer los dos pezones empitonados y gran parte de sus tetas desnudas a Ramón, al habérsele bajado la parte superior del bikini.

Al verla las tetas, el hombre pensó, comiéndola las ubres con los ojos, mientras su verga crecía y se congestionaba:

  • Tú sí que estás buena, cuñada.

Aunque la respondió también sonriendo:

  • Yo siempre en verano me hago varios largos cada día.
  • Es un deporte tan completo y, con este calor, es de lo más refrescante.

Continuó la mujer, y, al ver que Ramón llevaba un frasco de protector solar, le dijo:

  • Con las prisas de venir a darme un baño no me he acordado de traer el protector, y siempre me suelo quemar la espalda.
  • No te preocupes que puedes utilizar éste. ¡Ven que te echo!

La propuso el hombre y la mujer, aunque cortada por la proposición, no quería ser descortés con su cuñado que la había permitido bañarse en su piscina, por lo que aceptó. Además su hijo y su mujer estaban en la casa, así que no debía temer nada ya que supuso el hombre se cortaría y solo la daría unas pequeñas pasadas por la espalda.

Dando la espalda a Ramón, nadó hasta las escalerillas de la piscina, y, subiendo por ellas, se dio cuenta que se le había bajado la parte superior del bikini por lo que se la subió y colocó, cubriéndose los pezones y lo que pudo de las tetas. También se sacó la parte inferior del bikini de entre los cachetes del culo donde se había ocultado, aunque no pudo evitar que su cuñado, después de dejar las llaves de Elena de donde las tomó, la observara lascivo las nalgas desnudas.

Dándose la vuelta, tomó su toalla y se secó el cuerpo, ante la atenta mirada de Ramón, que la propuso que se tumbara bocabajo sobre la hamaca para echarla mejor la crema, y ella, muy obediente, puso la toalla sobre la hamaca y se tumbó cómo la había dicho.

Sentándose en un borde de la hamaca donde estaba tumbada la mujer, el hombre se echó bastante crema en las manos y empezó a esparcirla lentamente por la espalda de Elena, observando la marca blanca que el bikini la dejaba. Tardó poco en soltarla por detrás la parte superior del bikini, y continuó extendiendo la crema. Aunque ella se asustó un poco cuando la soltó el sostén por detrás, al disfrutar cómo la acariciaba la espalda, no dijo nada y continuó con los ojos cerrados, gozando. A Elena la encantaba que la acariciaran y su marido hacía años que no lo hacía, solo quería follársela lo antes posible, sin preámbulos, en cuanto la veía un poco de carne al descubierto.

Echándose más crema en sus manos, ahora fueron las piernas de Elena el objeto de sus sobes, y, extendiéndola, empezó por la posterior de los muslos, justo donde acababa la parte inferior del bikini. No atreviéndose todavía y masajearla las nalgas bajo la prenda, la sobeteo despacio y a placer los muslos, tanto por el exterior como por el interior, entre los muslos durante varios minutos, rozándola en varias ocasiones la vulva apenas cubierta por la braguita. Desplazando sus manos por los musculados gemelos, alcanzó sus hermosos y cuidados pies, y los amasó bien, incluso entre los dedos.

Elena estaba ya totalmente entregada, disfrutando de un estado próximo al nirvana, con los ojos cerrados, medio adormilada.

Después de unos minutos masajeándola los pies, continuó sobándola los gemelos, las rodillas y los muslos, atreviéndose ahora a meter sus manos bajo la parte inferior del bikini, sobándola las nalgas. Al sentir Elena cómo la masajeaban las nalgas, abrió mucho los ojos y, dudando, qué decir para no molestarle, se atrevió a decir algo que ya pensaba decirle cuando el hombre se lo propuso:

  • No sé qué pensaran tu mujer y tu hijo si te ven echándome crema.

Ramón, sin dejar en ningún momento de sobarla las nalgas, respondió:

  • No te preocupes que no nos verán. Mi mujer duerme profundamente por los tranquilizantes que le ha dado el médico y mi hijo se ha marchado de casa y no volverá hasta la noche.

Dicho esto, tomó con sus dos manos el borde de la parte inferior del bikini de su cuñada, y, tirando, se lo bajó, dejando primero el hermoso y blanco culo respingón al descubierto para finalmente quitárselo por los pies sin que ella pudiera evitarlo.

Elena, al escuchar la respuesta, se quedó en estado de shock, petrificada, al sentirse en manos de su cuñado, como enseguida confirmó cuando la bajó las bragas y la dejó completamente desnuda sobre la hamaca. No se esperaba que la quitara las bragas y, cuando fue a reaccionar, se contuvo ya que, al girarse hacia él, podía mostrarle las tetas y el coño, así que se mantuvo bocabajo sobre la hamaca.

Arrojando las bragas a la piscina, el hombre continuó amasándola las blancas y macizas nalgas, sin que una Elena muy asustada se atreviera a decir ni a hacer nada. Abriéndola los dos cachetes observó su ano prieto, blanco e inmaculado donde también esparció protector solar durante unos segundos, acariciándola insistentemente el orificio, dilatándoselo con los dedos y provocándola un placer prácticamente desconocido.

Siguiendo con sus dedos hacia abajo el surco entre las dos nalgas, la alcanzó la vulva, la húmeda vulva, y, sin cortarse lo más mínimo, metió sus dedos entre los labios vaginales y comenzó a masajearla suave y lentamente el clítoris. Involuntariamente la mujer dio un pequeño respingo, al tiempo que emitía un muy ligero chillido, mezcla de asombro, morbo y placer, pero al momento se mantuvo nuevamente quieta, sin moverse ni decir nada, tumbada bocabajo como estaba sobre la hamaca, sin saber qué hacer, mientras el hombre, al ver como no oponía ninguna resistencia, continuó acariciándola el cada vez más hinchado y congestionado clítoris con una mano mientras que la otra la tenía sobre una nalga de ella.

En contra de su voluntad se fue la mujer excitando cada vez más y, aunque intentaba acallar sus suspiros y gemidos, Ramón la escuchaba perfectamente e incrementó el ritmo, haciendo que ella ahora, a punto de alcanzar el orgasmo, sí chillara de placer e intentara incorporarse, pero el hombre, sujetándola por las caderas, lo impidió y, bajándose el bañador por delante, se colocó entre las piernas abiertas de ella, y, la penetró por el coño en el mismo momento que Elena alcanzaba el orgasmo.

Un agudo chillido de placer se cortó de golpe por la sorpresa de ser penetrada pero los rápidos movimientos de pelvis del hombre la hicieron retomar el camino del placer, incrementándolo y haciendo que encadenara un orgasmo tras otro, éste todavía aún más intenso.

Emitiendo un prolongado chillido a un volumen todavía mayor que el anterior, Elena se corrió al mismo tiempo que lo hacía Ramón.

Tumbado bocarriba sobre ella aguantó Ramón unos pocos segundos, pero enseguida se incorporó, para no aplastarla con su peso, sentándose en la hamaca, y, viendo cómo ella permanecía tumbada bocabajo disfrutando de su orgasmo, la dio una ligera palmada en una de sus nalgas, y la dijo:

  • Date la vuelta, cuñadita, que todavía tengo que echarte crema por delante.

Tardó unos segundos en responder la mujer, sin dar crédito a lo que acababa de escuchar, y, cuando lo hizo respondió con una pregunta:

  • ¿Co … cómo?
  • Date la vuelta que tengo que sobarte las tetas.
  • ¿La … las tetas?
  • Sí, y el coño.
  • No puedo más.
  • Sí, ya verás cómo sí. Venga, date la vuelta.
  • De verdad, no puedo más.
  • Si no te das la vuelta, te la daré yo, y me quedaré con tu ropa. Tendrás que volver desnuda a tu casa. Tú verás.

Y la mujer, incorporándose, empezó a voltearse como para colocarse bocarriba, pero, en lugar de hacerlo, con un movimiento rápido se tiró de cabeza al agua, y Ramón, sorprendido, al verla, se tiró también a la piscina, pero de pie, perdiendo su bañador en la caída.

Braceó rápido Elena hacia donde flotaba la parte inferior de su bikini, cogiéndolo, pero al subir por el borde de la piscina, no lo hizo con la suficiente rapidez y Ramón la intercepto, y, sujetándola por las caderas y por las tetas, la obligó a volver al agua.

Apoyando su pecho contra la espalda de la mujer, la sujetó contra la pared de la piscina, y, la dijo al oído:

  • No huyas, cuñadita, que todavía no he acabado contigo.
  • No, por favor, Ramón. Me haces daño.

Suplicó Elena pero el hombre, restregando su pene erecto por el culo de la mujer, logró metérselo entre las dos nalgas, y, encontrando ahora el ano, lo fue penetrando poco a poco.

De la sorpresa inicial pasó al dolor y al susto de sufrir uno mayor, pero fue un momento ya que enseguida dio paso al gozo, al gozo de que la dieran por culo, y Ramón, que era todo un experto, empezó a balancear sus caderas adelante y atrás, adelante y atrás, follándola ahora por el culo, mientras la cogía las tetas por detrás, una en cada mano.

Apoyando los pies el hombre en el fondo de la piscina imprimía una mayor potencia a sus embestidas mientras que Elena, al no llegar con sus pies al fondo, no podía apoyarlos en nada y ofrecer alguna resistencia.

Ahora fue el hombre el que alcanzó nuevamente el orgasmo, gruñendo al hacerlo y descargando dentro de ella y en el agua el poco semen que le quedaba.

Unos segundos mantuvo su pene dentro del coño de su cuñada, y, cuando la desmontó, se dejó caer hacia atrás, tumbándose satisfecho bocarriba en el agua.

La mujer, libre por fin, nadó despacio hasta la escalerilla y subió por ella con sus bragas en la mano. Fuera del agua se las puso, y, recogiendo su sostén de la hamaca, se acercó a la silla donde estaban sus sandalias, su vestido y sus llaves.

Colocándose el vestido sin abrochar se dirigió hacia la salida, pero Ramón, completamente desnudo, salió rápido de la piscina y, corriendo, se puso delante de ella, y la dijo:

  • ¡Ven, vamos a ver a Mercedes!
  • Pero … ¿Qué dices? ¿Estás loco?
  • ¡Venga, ven conmigo para que veas que no te mentía, que ella duerme y no se ha entrado de nada!
  • ¡Qué no, qué no voy, que te creo!

Pero el hombre, cogiéndola de un brazo, la obligó a subir con él las escaleras, cayendo por el camino el sostén, las sandalias y las llaves. Como oponía ahora más resistencia, Ramón tuvo que inclinarse hacia delante y, levantándola, la quitó el vestido y la puso sobre sus hombros, subiendo así los escalones que le faltaban.

Entrando al dormitorio, colocó de pie a Elena frente a la cama donde Mercedes dormía profundamente bocarriba, y la dijo:

  • ¡Ves, cómo no te mentía!

Con los ojos dilatados por el miedo y la vergüenza, Elena no dijo nada, solo quería salir de allí pero el hombre la retenía agarrándola por el brazo.

  • ¡Ven, que te voy a demostrar qué duerme y no se entera de nada!

Y empujándola sobre la cama, la tumbó bocarriba al lado de Mercedes.

Tirando rápido de sus bragas, se las quitó, dejándola completamente desnuda, y, levantándola las piernas y colocándolas sobre su pecho, la penetró nuevamente por el coño, ante el horror de Elena que no daba crédito a lo que la estaba sucediendo.

Sin dejar de mirarla las erguidas y redondas tetas, colocó una rodilla sobre la cama para impulsarse mejor y la sujetó por las caderas, empezando a balancearse adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, follándosela a un ritmo cada vez mayor y obligando a su cuñada a que se sujetará fuertemente al colchón para no chocar con su drogada esposa y pudiera despertarla. Aun así el movimiento continuo de vaivén que imprimía el hombre al tirarse a su cuñada, desplazaba el colchón e iba espabilando poco a poco a Mercedes.

A pesar de sus esfuerzos, no pudo evitar Elena alcanzar nuevamente el orgasmo, aunque se contuvo de chillar tan alto como hubiera deseado, emitiendo solo un pequeño y prolongado chillido al correrse nuevamente.

También Ramón se corrió y, tras dar un buen sobe a las dos tetas de su cuñada, la desmontó y la dijo sonriendo orgulloso:

  • ¡Ves, cómo no mentía! La puritana de mi mujer ni se ha inmutado cuando me he follado delante de sus narices a su cuñadita encima de su propia cama.

Elena, sin decir nada, se incorporó de la cama y, saliendo rápido del dormitorio, Ramón alcanzó a darla un fuerte y sonoro azote en una de sus nalgas, haciendo que chillara de dolor.

Mientras la mujer bajaba rápido por las escaleras recogiendo su ropa y las llaves, el hombre, desde arriba, la tiró las bragas que se había dejado en el dormitorio, y la gritó:

  • ¡Toma, que te dejas las bragas, cuñadita!

Gritándola a continuación, entre grandes carcajadas:

  • ¡Saludos a tu hija y al mío que se la estará beneficiando!

Cogiendo también las bragas, Elena se puso rauda solo las sandalias y el vestido, pero sin abrocharlo, y, abriendo la puerta, salió a la calle y se encaminó rápido a su casa ante la sorprendida mirada de un vecino que, paseando al perro, la vio las tetas y el coño al tener ella el vestido abierto por delante.

No se dio cuenta de la existencia del vecino, ya que temía Elena por la virtud de su hija de la que pensaba equivocadamente que era todavía virgen. Temía que, mientras su cuñado se la follaba, el hijo de éste estuviera haciendo lo propio con Malena.

Al entrar en la casa llamó a gritos a su hija y ésta la respondió tranquilamente desde el salón. Al entrar la vio tumbada en el sofá, viendo plácidamente la televisión.

  • ¿Estás bien, hija, estás bien?
  • Pues claro, mamá. ¿Por qué no voy a estar bien?
  • ¿No ha venido por aquí tu primo?
  • ¿Por aquí? No, porque iba a venir. ¿Es que quería algo?
  • No, nada, nada, hija. Son cosas mías.

Y se subió Elena al baño para ducharse, pensando que quizá el sádico de su cuñado se lo había dicho para inquietarla todavía más ya que sabía lo preocupada que estaba ella con la virtud de su hija.

Malena, tumbada sobre el sofá y esta vez vestida, al ver que su madre estaba desnuda bajo el vestido, pensó acertadamente que su tío se la había tirado y recordó lo sucedido con su primo.

Pero vemos que es lo que sucedió en casa de Elena entre su hija y Ramoncín.

Volvamos al pasado donde dejamos a Ramoncín devolviendo las llaves de casa de Elena a su padre.

El joven volvió rápido a la casa de su tía y, abriendo la puerta que había dejado entreabierta, la cerró a sus espaldas, no escuchando ningún ruido ni observando ningún movimiento en el interior de la vivienda.

Descalzándose, dejó sus deportivas y subió descalzo las escaleras despacio y sin hacer ningún ruido camino del dormitorio de su prima donde suponía que ahora dormía.

La puerta estaba cerrada y, abriéndola con cuidado, observó que las finas cortinas de la ventana de la habitación estaban totalmente cerradas pero permitían ver perfectamente el interior del dormitorio por lo que pudo ver que encima de la cama yacía la niña. Estaba tumbada, durmiendo y ¡completamente desnuda! Estaba tumbada de lado en posición fetal, con sus rodillas dobladas hacia delante, mostrando al empalmado joven, sus torneadas y fuertes piernas, así como sus glúteos redondos y macizos. Por la posición en la que estaba Malena solo podía verla Ramoncín bien una de las tetas, redonda y erguida semejaba un coco partido por la mitad, con una areola del tamaño de un euro del que emergía ahora un contraído pezón.

Desnudándose lentamente y sin emitir ningún ruido, dejó su ropa encima de una silla, donde también descansaba la que se había quitado Malena.

Ya sabía el joven la costumbre de la calientapollas de su prima de dormir completamente desnuda. Ya la había visto así en varias ocasiones pero nunca había podido aprovecharse y meterse entre sus piernas para follársela. Siempre había intervenido de alguna forma su madre o había sucedido algún percance que no le había permitido cumplir su más anhelado deseo: el de tirarse a su buenorra y calentorra prima. Pero ahora su padre se la había dejado en bandeja, completamente desnuda, dormida y sin nada ni nadie que lo impidiera. Hoy, pensaba el joven, iba a ser el día en el que se follara a Malena.

Totalmente desnudo y con la polla dura y erguida apuntando al techo, no sabía exactamente cómo abordar a su prima. Quería meterla la polla en su coño antes de que despertara y opusiera resistencia, pero, al estar ella de lado y en posición fetal, dudó como hacerlo. Si la niña hubiera estado bocarriba y con las piernas bien abiertas, mostrando impúdica su coño bien abierto, hubiera sido muy sencillo. Se hubiera colocado en un momento bocabajo sobre ella, entre sus piernas y se la hubiera metido en un pispas sin ningún problema, pero, estando ella tumbada de lado, tenía dudas de cómo hacerlo antes de que se despertara.

Podía voltearla despacio hasta colocarla bocarriba y abrirla de piernas para penetrarla, pero temía que se despertara. También pensó en colocarse tumbado de lado frente a la espalda y al culo de ella e intentar penetrarla por detrás, pero, al tener en coño entre las piernas cerradas, era casi imposible. Tendría en este caso que levantarla la pierna para descubrir su coño y penetrarla. Al tener ella las piernas dobladas hacia delante, le iba a ser imposible a Ramoncín levantarla la pierna para dejar hueco para su verga. También barajó la posibilidad de follársela no por el coño, sino por el culo, pero tendría que separarla las nalgas para penetrarla por un agujero que seguramente estuviera mucho más prieto y podía ser un orificio mucho más difícil de violar. Tumbada de lado como estaba era imposible follársela de frente ya que tenía la barrera de las piernas y de las rodillas flexionadas de ella.

Optó por la opción que le pareció en ese momento mucho más fácil: Follársela por detrás por el coño. Ya vería como hacerlo.

Agachándose hacia delante pudo verla la vulva, apenas cubierta por una fina franja de vello púbico y apretujada entre los muslos cerrados.

Con cuidado se tumbó de lado frente al culo de Malena y, acercándose, casi pegó su pecho a la espalda de ella, pero no llegaba con su pene al coño de la niña, así que, desplazándose hacia abajo y girándose, dirigió su verga erecta hacia la vulva y, apoyándola, presionó un poco para penetrarla, pero nada, que no entraba. No sabía exactamente si debía presionar más o no estaba dirigiendo bien su verga, quizá no estaba apuntando bien a la entrada a la vagina, y estaba, por ejemplo, apuntando al clítoris, y claro, éste no se puede penetrar.

Dudando, desplazó su cuerpo un poco más y dirigió ahora su pene hacia otra parte de la vulva de su prima. Presionando volvió a intentar penetrarla, pero tampoco entraba, así que supuso que no es que ahora estuviera dirigiéndose mal al objetivo sino que no presionaba con la suficiente fuerza.

Presionando con más fuerza, despertó a su prima que exclamó sorprendida:

  • ¿Qué pasa?

Y, girándose, vio a su primo tumbado en paralelo a los pies de la cama.

  • ¿Qué haces?

Le preguntó extrañada, como si estuviera todavía inmersa en un extraño sueño, pero, al verle completamente desnudo y presionando con su pene en el sexo de ella, se dio cuenta de sus lascivas intenciones, y le chilló, al tiempo que saltaba hacia delante como impulsada por una potente corriente eléctrica, intentando alejarse de él.

  • ¡Cerdooooo!

Ramoncín, viendo cómo su prima brincaba separándose, la cogió con las caderas para que no huyera, pero Malena, chillando, empezó a darle fuertes manotazos en el cuerpo y en la cabeza, al tiempo que le pateaba las piernas.

  • ¡Cerdo, guarro, asqueroso!

Pero el joven, obsesionado con follársela a cualquier precio, se aferraba a las caderas de su prima, acercando siempre su pene a la entrepierna de ella.

Forcejeando, pegándole y pateándole, pudo la joven soltarse de las manos de su primo, y, saltando de la cama, salió corriendo completamente desnuda de su dormitorio.

Ramoncín vio frustrado cómo su prima se soltaba y observó cómo su culito salía corriendo bamboleando lúbricamente por la puerta. Se levantó como un resorte y lo siguió sin perderlo de vista, empalmado y también totalmente desnudo.

Se metió la niña en el cuarto de baño, intentando cerrar la puerta con cerrojo, pero, antes de que cerrara la puerta, la empujó su primo, entrando como un torbellino en la habitación, pero iba con tanto ímpetu que se pasó de frenada, dejando atrás a Malena y chocando con la pared del baño.

Viendo pasar a Ramoncín como una exhalación, salió corriendo la niña del cuarto y, pasando por el pasillo, entró al dormitorio de sus padres. Subiendo a la cama de matrimonio, pasó tan rápida como pudo por encima de ella, y, abriendo la puerta de la terraza, salió a toda prisa, perseguida a poco más de un metro por su lascivo y empalmado primo.

Un vecino que estaba asomado en una terraza próxima, observó cómo dos jóvenes, completamente desnudos, salían corriendo, uno detrás de otro, siendo el de atrás el que empalmado perseguía al de delante que, por las tetas y por el cuerpo que tenía, le pareció una chica. Pero todo sucedió tan rápido, en una milésima de segundo, que dudó si lo que vio fue real o solo una ensoñación de su reprimida imaginación.

Entrando Malena al adosado por otra puerta, apareció de nuevo al pasillo y bajó a todo tren por las escaleras, perseguida en todo momento por su primo. Entró al salón y, colocándose detrás de una gran mesa redonda, se encaró con su primo, que estaba ya al otro lado de la mesa.

  • ¡Cerdo, guarro, asqueroso!

Le chilló, riéndose ahora también ella lasciva. La persecución la había también excitado sexualmente, pero no quería que su primo se la follara, o al menos que no lo hiciera antes de haberle hecho sufrir y sudar. Siempre la gustaba a la niña calentar a su primo, incluso le había hecho correrse varias veces, pero nunca había dejado que se la follara.

  • ¡Te voy a follar, primita! ¡Esta vez no te escaparas! Por mucho que huyas y te resistas serás mía.

Respondió jadeando Ramoncín, queriendo recuperar el aliento lo antes posible.

  • ¡Nunca lo conseguirás, Ramoncín, porque eres un pichafloja y un tontorrón!
  • Ya verás lo pichafloja que soy cuando te pille, primita.
  • ¡Ramoncín es un pichafloja! ¡Ramoncín es un pichafloja!

Empezó a cantar la niña mientras se reía.

Enfurecido el joven empezó a correr bordeando la mesa para cogerla, y su prima lo hizo en el mismo sentido para que no la consiguiera, pero sin dejar de reírse y de mofarse de él.

Alcanzándola la empujó sobre el sofá, donde cayó bocarriba chillando, y, al lanzarse el joven sobre ella para follársela, ésta le recibió con las piernas flexionadas por delante y, empujándole con fuerza, le hizo caer violentamente hacia atrás.

Riéndose se levantó Malena del sofá y, subiéndose en él, se montó a caballo sobre el respaldo, una pierna a cada lado, y, moviéndose adelante y atrás, una y otra vez, restregó su mojada vulva por la superficie mullida, como si estuviera follándoselo, al tiempo que gemía y chillaba, excitándose más y provocando a su primo.

  • ¡Aaaaahh, más, más, aaaahh!

Ramoncín, tumbado bocarriba en el suelo, miraba excitado a su prima y la insultaba:

  • ¡Puta, zorra, calientapollas! ¡Ya verás cuando te coja, te voy a follar por todos tus agujeros!

Y empezando el joven a incorporarse, Malena, riéndose, volvió a cantar en voz alta:

  • ¡Ramoncín es un pichafloja! ¡Ramoncín es un pichafloja!

Cuando Ramón se puso en pie, se lanzó hacia su prima, pero ésta, más rápida ya se había desmontado, colocándose al otro lado del sofá, por lo que su primo, chocó violentamente contra el respaldo del sofá, haciéndolo caer, junto con él mismo, provocando unas mayores carcajadas de Malena que ahora cambió la letra de su canción.

  • ¡Ramoncín es un tontorrón! ¡Ramoncín es un tontorrón!

Todavía estaba el joven bocabajo sobre el sofá cuando su prima, cogiendo una revista, la plegó y empezó a darle fuertemente con ella en las nalgas, provocando que el joven gritara de dolor.

  • ¡Ay, ay, para, Malena, para, que me haces daño!

A cuatro patas y sin girarse hacia Malena, Ramoncín, agitando el brazo en el aire, quiso agarrar la revista o alejarla para que no siguiera azotándole con ella, pero no lo conseguía por lo que los sonoros azotes caían uno tras otro retumbando en toda la habitación.

Volteándose para cogerla, chocó la revista no sobre las nalgas del joven sino sobre su escroto y sobre su pene, haciendo que Ramoncín gritara de dolor, y se colocara en posición fetal, protegiéndose con sus manos sus partes pudendas.

  • ¡Ay, ay, qué daño, qué daño!

Gimoteo el joven y Malena, viendo el estado tan deplorable en el que se encontraba su primo, tiró la revista donde la había cogido y, mirando despectiva al joven, le dijo sonriendo maliciosamente:

  • Ramoncín es un pichafloja.

Y se marchó del salón, subiendo a su habitación, dejando a su primo gimoteando en el suelo.

Al entrar en su dormitorio, vio la ropa del joven y, cogiéndola, hizo una bola con cada una y la tiró con fuerza por la ventana, cayendo al jardín de los vecinos.

Mientras el joven, más recuperado, subió despacio y sin hacer ruido por las escaleras, buscando a su prima no solo para follársela sino también para vengarse de ella por lo que le había hecho.

La encontró sentada tranquilamente en su cama, con la espalda sobre el cabecero y completamente desnuda. Le esperaba y nada más verle, le preguntó sonriendo cáustica:

  • ¿Estás ya bien, pichafloja?

Ramoncín no se esperaba pillarla así, tan tranquila y esperándole en pelotas. Aunque la niña no llevaba ninguna ropa encima, el joven no podía verla el coño ya que al tener las rodillas dobladas, éstas lo ocultaban.

  • ¿Qué tal una buena sesión de sexo duro? ¿Lo aguantará tu polla diminuta?

Le volvió a preguntar Malena en el mismo tono que antes, dejando a su sorprendido primo en un mar de dudas, pensando:

  • ¿Quería ahora Malena que se la follara?

Pero, como conocía a su prima, pensó que quería tomarle otra vez tomarle el pelo, calentarle hasta que se corriera pero no dejarle que se la tirara, así que, como quería follársela, se lanzó rápido hacia ella, pero Malena, viendo las intenciones de su primo, levantó aún más rápido la mano derecha que tenía apoyada en su muslo y, pulsando el disparador del aerosol de gas pimienta de su madre, le roció el rostro con un buen chorro.

Sorprendido por el chorro, aunque cerró los ojos, no contuvo su ímpetu pero se desvió, cegado con estaba, del objetivo, no cayendo sobre su prima, sino chocando con la pared, donde rebotó violentamente, cayendo al suelo como si de una marioneta rota se tratara.

  • ¡Ay, ay!

Gimió dolorido, cubriéndose con sus manos su rostro magullado.

Malena, mirándole desde su posición de sentada sobre la cama, le dijo irónica, luciendo una salvaje sonrisa en su rostro:

  • Ya veo que no quieres una buena sesión de sexo duro.

Como Ramoncín en el suelo no respondía y solo se quejaba lastimeramente, la niña continuó increpándole.

  • No solo eres un pichafloja y un tontorrón, sino también un pedazo maricón.

Al tiempo que le empezaba al joven a sangrar la nariz, comenzó a sentir una fuerte sensación de quemazón en su rostro y, especialmente, en sus ojos. Enseguida la sensación fue como si le hubieran echado agua hirviendo, y empezó a gritar, retorciéndose de dolor en el suelo.

Observó Malena tranquilamente a su primo, sabiendo que la sensación que él tenía era solo temporal y en menos de una hora sería poco más que un recuerdo. Le parecía que era un justo castigo al tontaina de su primo. Si quería follársela tenía que utilizar otra estrategia y quizá ella se entregaría con gusto, pero una violación era una cosa que la niña no podía permitir.

Como Ramoncín gritaba tan alto, temía Malena que pudiera alertar a los vecinos y llamaran a la policía, así que cerró la ventana de su dormitorio, ya que era estanca, y la puerta, poniendo además música heavy metal a todo volumen para acallar los gritos.

Observando a su primo en el suelo, no se le ocurrió a la niña otra cosa que masturbarse, así que, utilizando sus dedos se fue masajeando el clítoris hasta que en pocos minutos se corrió, chillando con fuerza para que su primo pudiera escucharla.

Los efectos del gas pimienta fueron poco a poco remitiendo, así como los gritos de Ramoncín, que más tranquilo, dejó de agitarse en el suelo, al tiempo que la niña bajaba la música y abría puerta y ventana.

Sabía Malena que todavía su primo no podía ver, así que simulando buenas intenciones, le ayudó a incorporarse al tiempo que le decía para tranquilizarle:

  • No te preocupes, primo, que enseguida se te pasan los efectos, así que tranquilízate que te ayudo a vestirte antes de que vuelvan mis padres y te encuentren así, en pelota picada, y no sabremos justificarlo.

Tan indefenso estaba el joven que se dejó llevar dócilmente por su prima, y, aunque siempre desconfiaba de ella, esta vez se fió que nada malo podía ya tramar ella en su contra.

Le llevó la niña primero al baño para que se echara agua fría al rostro y a los ojos, sabiendo que la ceguera todavía no remitiría. Luego, como había tirado la ropa de él por la ventana, fue al dormitorio de sus padres y cogió ropa, no de su padre sino de su madre.

Le puso a su primo un vestido y unas bragas de Elena, haciéndole creer que era la camiseta y el pantalón corto que él había traído. Luego acompañándole hasta la puerta de la calle, le puso ahora sí, las deportivas que él había traído.

Abriendo la puerta de la calle, le hizo salir, haciéndole creer que era otra puerta la que estaba abriendo y la cerró tras él, dejándole en la calle, ciego y vestido de mujer.

Desorientado, no sabía dónde estaba por lo que llamó a su prima sin encontrar respuesta. De pronto, algo le agarró por la cintura y, levantándole del suelo, le metió en la parte posterior de una furgoneta sin darle tiempo a reaccionar. Era Dioni, el bestia que había violado a Elena en más de una ocasión y ahora, al ver salir del adosado donde vivía ella, una persona que vestía como ella y era prácticamente de su misma estatura, la confundió con ella, y la secuestró para violarla.

A pocos kilómetros de allí en un descampado, Dioni se dio cuenta de su error, pero, al ver que el joven no podía ver, no desaprovechó la ocasión y le violó en repetidas ocasiones.

Aquella noche volvió un maltrecho Ramoncín a su casa con el ano desgarrado y vestido con andrajos de ropa de mujer, encontrándose a su padre con un ojo morado y con una maleta preparada para marcharse de la casa. Tanto tentó Ramón a la suerte que despertó a su esposa que, al conocer que se había tirado a su cuñada, respondió propinándole un fuerte puñetazo en el ojo y echándole de casa.