La niña mala y el bosque de los sátiros
Un paseo por el bosque la descubre que los sátiros siempre se follan a las ninfas.
Es un sábado por la mañana cuando Malena sale del instituto al que va a clase de recuperación.
Moviendo alegre el culito y las caderas, camina ella pizpireta, con su polo blanco ajustado de manga corta, su faldita plisada de cuadros y sus mocasines colorados. Este día Malena no lleva sostén que cubra sus incipientes tetitas pero si lleva unas pequeñas braguitas blancas que apenas cubren sus preciosas nalgas redondas y sonrosadas, como bien se puede ver al llevar una falda demasiado corta, ya que no solo en el último año ha dado un estirón, sino que además la encanta lucir sus esbeltas y torneadas piernas e incluso enseñar su culito para satisfacción de los mirones de turno.
Espera en una calle próxima al instituto a que su madre la recoja para llevarla en coche a casa, pero antes de que llegue son sus tíos, los que ella llama los Ramones, los que también van en coche y la han visto.
Van cargados de muebles, camino de su casa, un adosado contiguo al de los padres de Malena.
Al volante va el tío Ramón, un hombre de unos cuarenta y tantos años, calvete y aparentemente serio. Como copiloto la tía Mercedes, hermana de su padre, una mujer algo mayor que su marido. Y detrás, su primo Ramón, el único hijo de la familia, un año mayor que Malena y al que la niña gusta de tocar los cojones, casi siempre de forma virtual, y al que ella le gusta llamar Ramoncín para chincharle.
Su primo ocupa solamente su plaza ya que las restantes están ocupadas por un mueble que, a pesar de estar sujeto por una cuerda para que no venciera, es Ramoncín el que también lo sujeta con su brazo.
No se sabe si fue su tío o su primo el primero que vio a la niña, pero a ambos se les entona la verga y ambos piensan:
• ¡Cómo se ha puesto la niña! ¡Qué culo, que piernas y qué pechos!
Y es que Malena, aunque la familia puede a veces tratarla como si fuera una niña, los años han pasado y ya es toda una mujer. Aunque no mide más de un metro cincuenta y cinco, tiene un desarrollo, unas curvas y unas redondeces que levantan el ánimo al más puro y casto.
En eso que la niña, antes de ver el coche de los Ramones, observa caminar por la acera de enfrente de la calle a Dioni, un vecino del pueblo que es un auténtico salido con el que tuvo un “incidente” la última vez que coincidieron.
No quiere que la vea, pero … ¡es tarde! ¡La ha visto! Y con una amplia sonrisa Dioni aumenta el ritmo del paso, acercándose hacia donde está ella. ¡Se siente atrapada, incluso violada!
Va a echar a correr cuando delante de ella se detiene el coche de los Ramones y su tío Ramón, mirándola atentamente los muslos torneados, la saluda jovialmente y la invita a llevarla a casa.
La niña no se lo piensa y reacciona rápida confirmando la petición.
Delante no puede ir al no haber espacio, pero detrás su tío la dice que suba, que su primo la hace hueco.
Abriendo la puerta de atrás, la niña observa que Ramoncín ocupa todo el asiento, pero, ante la amenaza de ser violada por Dioni, se mete rauda en el coche, sentándose sobre la verga inhiesta de su primo, no sin antes, levantarse en un instante la falda por detrás y enseñarle sus hermosas nalgas al joven que, excitado, no tiene tiempo de reaccionar.
Nada más sentarse y cerrar la puerta, el vehículo reanuda la marcha, dejando atrás al Dioni con el rabo entre las piernas, y Malena, sintiendo bajo sus nalgas el duro contacto de la verga erecta de su primo, traviesa, no para de moverse, aplastándole el miembro y excitándole cada vez más, mientras parlotea animadamente con sus tíos que, aparentemente ajenos a lo que sucede detrás, conversan con ella.
Tomando el coche un atajo, la carreta se convierte en camino, en un camino de arena en muy mal estado, y los baches del camino hacen que brinque continuamente el vehículo y sus ocupantes con él, especialmente la niña, que exagerando los botes, aplasta una y otra vez el cipote congestionado de su primo, mientras se ríe divertida, ante la excitación de éste. Es como estar en el parque de atracciones sentada sobre una anaconda en celo que pugna por levantarse y comérsela.
El tío Ramón, prestando casi ninguna atención a los baches, mueve el espejo delantero para ver las tetas a su sobrinita, que, entre salto y salto, están a punto de brincar juguetonas fuera del polo de la niña.
Los parloteos de los ocupantes del vehículo más la música que emite la radio impiden escuchar los gemidos del muchacho que, sobreexcitado y sudando copiosamente, sujeta con una mano el mueble y con otra la cintura de su prima, sintiendo cómo su verga crece y crece, congestionada, a punto de explotar.
Ya van llegando a su destino, tanto el vehículo con sus ocupantes como Ramoncín que, sin poder aguantar ya más, se corre a lo bestia, empapando de esperma tanto su calzón como su pantalón, así como mojando las braguitas y el culo de la niña, que sintiendo cómo se corre, se ríe alegre, deteniéndose en sus saltos para exprimir al máximo el rabo de su primo.
Nada más detenerse el vehículo abre la niña la puerta del coche, saliendo rápida, mientras da las gracias a sus tíos que, tan amables, la han traído a su casa.
Su tío Ramón fija cachondo su mirada en el culo respingón y saltarín de su sobrina, mientras piensa:
• ¡Qué culito, qué culito! ¡Lo que haría yo con ese culito!
La mirada de su tía es simplemente de mala leche, al tiempo que piensa:
• ¡Tan puta como su madre!
Ramoncín sin embargo solo piensa en que no vean sus padres su estado, por lo que avergonzado cubre con su mano la abultada parte delantera de su pantalón, donde una enorme mancha continúa extendiéndose provocada por su miembro todavía erecto y gordozuelo, que continúa chorreando esperma, como si fuera un volcán en erupción.
Utilizando su llave, entra Malena en su vivienda, cerrándola a sus espaldas, por si su primito viene a terminar lo que ella ha empezado, pero Ramoncín continua sin moverse del coche, esperando a que su cipote se tranquilice, deje de manar lefa y descienda de nivel, pero es su madre la que le apremia malhumorada, una vez la niña ha cerrado la puerta de su casa, para que salga del coche:
• Pero ¿a qué esperas? ¡Sal!, Venga, que no tenemos todo el día.
Sale despacio y con cuidado, intentando pasar desapercibido, pero no lo consigue, y es su madre la que exclama asustada al ver el bulto y la mancha de su pantalón:
• ¡Jesús! ¡Dios santo!
Mientras su padre se ríe a carcajadas y le increpa divertido:
• ¿Qué te pasa, hijo? ¿Te lo has pasado bien ahí detrás con tu primita?
Escuchando a sus padres, Ramón no se atreve a darse la vuelta y, abochornado, casi corre hacia la puerta de su casa, abriéndola y entrando dentro, y es que, como se ha dicho, los padres de Malena y de su primo viven en adosados contiguos.
Ya dentro de la casa, de la vergüenza pasa nuevamente al deseo, al deseo por su prima, y subiendo al piso superior de la casa, quiere espiar por la ventana de su dormitorio lo que ella hace.
Allí abajo, en el pequeño y soleado patio que tienen sus tíos, observa a Malena que arrastra una tumbona al centro del patio.
Cubiertos los ojos con unas gafas espejo de su madre, coge la niña lo primero que encuentra, una fina capa con capuchón, todo de color rojo sangre, que deja caer despreocupada sobre la tumbona.
Sabe que Ramón está ahí, observándola medio oculto desde la ventana, y que no hay nadie más que ellos dos en las viviendas. No es la primera vez que la observa desde el mismo sitio. Sabe que su primo piensa que no le ven, pero ella le ha pillado en varias ocasiones haciéndolo, incluso masturbándose frenéticamente, aunque ella siempre ha disimulado como si no lo supiera.
Ahora está cachonda y la encanta calentar a su primo. Tiene una buena oportunidad y no quiere dejarla escapar.
De espaldas a donde se encuentra Ramón, coge su polo blanco y, tirando de él hacia arriba, se lo quita lentamente por la cabeza, quedándose desnuda desde la cintura hacia arriba.
Siente sus pezones erizados, apuntando al frente, y, despacio, sin girarse hacia su primo, dobla cuidadosamente su polo, colocándolo sobre la hamaca para, a continuación, soltarse los botones de la faldita y, agachándose, quitársela por los pies.
Inclinada hacia delante, coge su faldita del suelo a sus pies, y, sin prisa, por incorporarse, contonea sensualmente sus caderas, ofreciendo su culo respingón al mirón de su primo.
Ramón, desde la ventana, observa todo deleitándose, especialmente ahora que contempla las hermosas y prietas nalgas de su prima, prácticamente desnudas, sino es por la fina braguita blanca que, introducida entre los dos cachetes, es casi inexistente. Se maravilla por la forma perfecta de los glúteos de ella, por su color y suda de deseo, ansiando sobarlos, lamerlos, disfrutarlos.
Incorporándose, también ahora Malena dobla cuidadosamente su falda y la coloca al lado de su polo, sobre la hamaca. Duda que hacer, no se atreve a girarse hacia donde está Ramón, y, ante la duda, se quita los mocasines que lleva, dejándolos bajo la hamaca. La avergüenza enseñar sus hermosas y erguidas tetitas a su primo, pero, al fin, girándose hacia donde está él, se las muestra, como si fuera lo más natural del mundo y no hubiera nadie observándola.
Los ojos de Ramón casi se salen de las órbitas. No se puede creer lo que está viendo. ¡Las tetas de su prima! ¡Vaya tetas tan hermosas, tan blancas, inmaculadas y sabrosas, como para comérselas a bocados! Nervioso, chasquea repetidamente su lengua contra el paladar, emitiendo un sonido repetitivo que escucha nítidamente su prima, que, sonriendo, hace como si no le escuchara y se sienta despacio sobre la hamaca, subiendo sus torneadas piernas sobre ella, para a continuación tumbarse encima, perezosa, de frente a la ventana donde se esconde Ramón.
Cubiertos sus ojos con las gafas de sol, Malena observa nítidamente la cabeza de su primo medio asomada a la ventana, medio tapada por una cortina.
Excitado Ramón, babea de gusto y ya no piensa si su prima le ve o no, supone que no, solo piensa en las tetas de ella y ... en su propia verga, que la siente muy viva, palpitando de deseo. Se baja en un instante el pantalón y el calzón, sujetándose a continuación el cipote erecto y duro con su mano derecha y comienza a masturbarse, sin dejar de observar los pechos y el cuerpo de Malena. Con brío al principio, pronto disminuye el ritmo para no eyacular ya y solo se acaricia el duro miembro en toda su extensión, se lo soba, disfrutando del momento.
La niña, tumbada en la hamaca, se da cuenta que su primo se está masturbando y a punto está de reírse de él, de hacerle burla, pero se contiene, no quiere echar a perder el momento.
La gusta excitar a los machos, provocarles hasta que no pueden más, hasta que casi se la follen, aunque no siempre se quedan en el casi, algunas veces, pocas, muy pocas, hasta lo consiguen y entonces ella también lo disfruta, lo disfruta hasta el máximo, y así, en su imaginación, se siente pura y virginal, ya que al fin y al cabo la han violado, la han tomado en contra de su voluntad y, como dice el dicho, “Si no puedes evitarlo, relájate y disfruta”.
Viendo la cara de su primo que parece que está en la gloria y el movimiento de su mano al masturbarse, Malena también se excita cada vez más, y sube las manos hacia sus pezones, aprisionándolos con los dedos y tirando de ellos, retorciéndolos y provocándose, como bien sabe ella, una mezcla morbosa entre el placer y el dolor.
Gime y emite pequeños grititos de placer al hacerlo, escuchando a su primo exclamar sorprendido y excitado al ver cómo se estimula la niña, como crecen sus tetas al hacerlo, cómo se empitonan todavía más sus pezones, sus pequeñas y oscuras cerezas:
• ¡Joder, joder!
• ¡Eso quisieras, pequeño salido, joderme! Pues te vas a quedar con las ganas, así que machácatela, pequeño cabrón, que no vas a conseguir nada más de mi.
Piensa Malena al escucharle y mueve su mano derecha de su pezón a su entrepierna, colocándola sobre su braguita y comienza a acariciarse el sexo, suave y lentamente, gozando de masturbarse y de que su primo la esté observando, disfrutando también de ella, como si la estuviera follando pero sin hacerlo, solo de deseo y de pensamiento.
Sus dedos mueven su braguita a un lado, dejando expuesta totalmente su vagina a los exaltados y exultantes ojos de su primo y a los inquietos dedos de su lasciva dueña, que se meten entre los labios vaginales, acariciándolos, sobándolos. Alcanzado el clítoris, hinchado y congestionado, lo aprisiona con sus dedos, amasándolo, jugueteando con él, sin prisa pero sin pausa.
Poco a poco los débiles gemidos y apagados grititos de Malena se convierten ahora en agudos y sensuales chillidos, sintiéndose cada vez más excitada, a punto de lograr el orgasmo, pero no, todavía no, quiere estar completamente desnuda antes de correrse y todavía no lo está, lleva las braguitas puestas, así que se las quita, con un movimiento rápido se las baja y levantando las piernas, se las quita de un tirón, tirándolas al suelo, y quedándose ahora sí, como su madre la trajo al mundo, definitivamente desnuda.
Sus dos manos vuelan ahora a su vulva, y ansiosas se restriegan sin pudor entre sus empapados labios vaginales, penetrando una y otra vez en su húmeda y dilatada vagina, manoseando su abultado clítoris, hasta que explota en un clímax de placer, calando como si de una fuente se tratara sus hermosas manos.
Pero no es solo ella la que alcanza el orgasmo, también su primo, dejándose llevar por lo que está viendo, no puede soportarlo más y se corre copiosamente, regando con su esperma pared y cortina, expulsando incluso gran cantidad por la ventana.
Lograda la culminación de su deseo, los dos primos se quedan inmóviles, respirando pesadamente y disfrutando con los ojos cerrados de su éxtasis.
Pasan los minutos y ninguno se atreve a moverse.
Consciente Malena de su desnudez frente a su primo, que lo ha contemplado todo, no sabe qué hacer. Satisfecho su febril deseo, se avergüenza de cómo está, desnuda, y de lo que ha hecho, masturbarse. No quiere que su primo la vea desnuda, por lo que lo único que se atreve a hacer es mover una de sus manos de su entrepierna a sus tetas, cubriéndose especialmente sus pezones, sus pequeños tabúes, permaneciendo la otra mano sobre su vagina, cubriéndola a la lúbrica mirada de Ramón.
Pero antes de que la niña dude que decisión tomar, la realidad la obliga a decidirse.
Escucha la puerta de entrada a la vivienda y a su madre llamarla a voces. Se levanta de un salto, cayendo sus gafas sobre la hamaca, y, sin saber qué coger para cubrirse, se decide rápido por la fina capa roja con la que se envuelve, tomando su ropa del suelo al que ha caído, así como sus mocasines, en el momento que entra su madre al patio.
Nunca había visto a su madre así. Está aterrada, con el rostro encendido y desencajado, despeinada y con la ropa arrugada y descolocada. No se fija que su hija bajo la capa está completamente desnuda, sino que tira de ella violentamente, al tiempo que la chilla, balbuceando muy rápido:
• Sal, rápido. Vete y no vuelvas hasta que te avise
La empuja hacia la puerta de la vivienda y Malena, aturdida, sin saber qué sucede, se deja llevar hasta que, de pronto, aparece Dioni, el vecino sátiro, que, sonriendo amenazante, estira un brazo para cogerla, al tiempo que exclama:
• ¡No, no, que se quede, que se quede con nosotros!
Pero la niña le esquiva y su madre se interpone entre ambos, empujándola hacia la puerta y sacándola de la vivienda a la calle.
Una vez en la calle, se cierra la puerta violentamente a su espalda y escucha discutir a su madre con el Dioni, pero solo entiende a su madre cuando chilla desesperada un “¡No, no!” de forma reiterada.
Se aleja asustada y aturdida de la puerta por si sale el hombre a por ella, pero, al ver que esto no sucede, se detiene a bastante distancia, escondiéndose entre dos coches aparcados sin dejar de observar la puerta.
No entiende muy bien que sucede, pero recuerda que la vez que tuvo el “incidente” con el Dioni, su madre también intervino.
Vuelve de sus pensamientos y se da cuenta que está prácticamente desnuda en la calle, solo cubierta por una fina capa roja, y en sus brazos el resto de su ropa y sus mocasines.
Mira alrededor y no observa a nadie, por lo que, dejando la ropa sobre un coche aparcado, se pone primero un mocasín, luego el otro. Y echando una última mirada, no encuentra a nadie que pueda verla, así que, dejando rápida su capa sobre el coche, se pone rauda primero las braguitas, luego el polo y finalmente la faldita, para coger por último la capa, echándosela por encima de los hombros.
Duda que hacer. No sabe si su madre la necesita pero no puede hacer ella sola frente al hombre y no encuentra a nadie a quien pedir ayuda. ¿Quizá su primo? Pero no, no solo porque no es lo suficiente fuerte para enfrentarse al hombre, sino que no quiere que nadie de la familia pueda enterarse de algún posible hecho escabroso de su madre. Además, es posible que no sea lo que ella piensa, tal vez sea un calentón de su madre, y, si entra con alguien en la casa, les pille follando frenéticamente. ¡Qué vergüenza y qué bronca la echaría su madre! Así que opta por obedecer a su madre y, sin saber qué hacer, en lugar de ir al pueblo, toma el camino del bosque, mucho más hermoso, aunque quizá demasiado solitario.
Caminando hacia el bosque, piensa que nadie la ha visto mientras se vestía, pero se equivoca, desde el interior de un coche aparcado hay alguien que ha contemplado empalmado y en absoluto silencio el cuerpo desnudo de la niña, sus piernas, su culo, sus tetas y su coño, y ahora observa las piernas desnudas de Malena mientras se aleja.
Entrando en el bosque Malena ha olvidado ya la situación que ha vivido antes con su madre y solo piensa en disfrutar del frondoso y hermoso paisaje como si fuera una hermosa ninfa e incluso baila alborozada y canta en voz alta una alegre canción que ahora está de moda. Recuerda qué a ese bosque, próximo a su casa, le llaman el bosque de los sátiros, porque más de una mujer ha dejado allí su honra, y se ríe entre divertida y cachonda.
Despreocupada, se sale sin importarla del camino principal y después de un buen rato, se da cuenta que lleva escuchando a su espalda unos ruidos como si alguien la siguiera. Se gira y se encuentra a pocos pasos detrás a un hombre, ¡a un hombre cubierta su cabeza con la máscara de un lobo! Se detiene sorprendida, y el hombre también se para, observándose uno a otro.
Duda Malena qué hacer, si echar a correr pero le parece ridículo, piensa que evidentemente el hombre es inofensivo y ella, tras la experiencia que ha tenido, ve amenazadas donde no los hay, así que se limita a saludar al hombre con su voz alegre y cantarina:
• ¡Hola!
• ¡Hola!.
Le responde el hombre con una voz grave y apagada, fruto posiblemente de la máscara que lleva.
Reina otra vez el silencio entre ambos, así que la niña toma nuevamente la iniciativa, preguntando:
• ¿Por qué llevas esa máscara?
• ¿Y tú? ¿por qué llevas esas ropas?
• ¿No te lo piensas quitar?
• ¿Te las piensas quitar tú?
Nuevamente el silencio se hace entre ellos, y es ahora el hombre el que pregunta:
• ¿Quieres que te las quite yo?
• ¿Las ropas?
Afirma el hombre al mover la cabeza.
• No, no, muchas gracias.
Responde Malena, y hace como si se riera para quitar hierro a la conversación, pero está algo asustada.
• Sería un placer.
• No, no, de verdad, muchas gracias.
• Si temes que te vean, vamos ahí detrás y te las quito. Nadie te verá ni lo sabrá.
Y señala con la cabeza hacia unos arbustos próximos.
Mira la niña hacia allí y volviendo la cabeza hacia el hombre, se da cuenta que le conoce, que es una persona cercana, aunque no atina a saber quién es, así que se atreve a decir:
• No creo que le guste a mi madre.
• A tu madre la encantó, niña.
Empieza a asustarse y, para que no se dé cuenta el hombre, intenta ridiculizarle.
• Con esa máscara pareces un perro más que un lobo.
• Entonces también te montaré como la perra que eres.
Ahora sí que está asustada, duda que hacer, piensa que lo mejor es irse y se despide de él con voz temblorosa:
• Bueno, te dejo que me esperan.
Y, dando la espalda al hombre, retoma el camino.
A cada paso que da, escucha a su espalda el paso que la acompaña, y, sin mirar hacia atrás, echa a correr aterrada, huyendo, pero no va sola, también escucha que corren detrás de ella.
Tiran de su capa y se la quitan, pero ella chillando asustada, no aminora el ritmo, tampoco él, que ahora la agarra la falda.
Chilla más fuerte que antes, la niña al sentir cómo la sujetan por la faldita, reteniendo su marcha, pero, desesperada, no se da por vencida, y, al esforzarse por continuar, saltan los botones de la prenda, soltándose de la mano del hombre y bajando de la cintura a los muslos de Malena que, al tropezar con ella, pierde el equilibrio, cayendo hacia delante, pero coloca sus manos en el suelo y enseguida se levanta y continua corriendo, dejando su prenda atrás, en el suelo.
Los ojos del hombre se clavan en los duros glúteos de la niña, apenas cubiertos por una fina braguita blanca que se pierde entre los dos prietos cachetes. Es como si no llevara nada, como si no llevara bragas, como si exhibiera su culo y su coño a todos.
Corre empalmado también detrás de ella, pero, aunque la puede coger enseguida, guarda las distancias para no perder de vista ni un instante ese precioso culo, en cómo sensualmente lo mueve al correr.
La escucha jadear por el esfuerzo y, excitado, estira su brazo, tocándola las nalgas. Y Malena, al sentirlo, emite un gritito al tiempo que da un pequeño brinco hacia delante, intentando que no la toquen, pero el hombre, riéndose a carcajadas, repite la operación una vez más y otra, hasta que la coge con una mano por la parte inferior del polo, deteniendo su marcha, y con la otra, la soba el culo y la coge de las braguitas, intentando bajárselas, pero la niña, ágil, se voltea, zafándose de la mano que tira de sus bragas, y, agachándose, con un giro de cintura, deja el polo en las manos del hombre, que, al verla los hermosos pechos desnudos, se queda por un momento paralizado, lo que aprovecha Malena para darle la espalda y alejarse corriendo, brincando más bien su precioso culito.
Con los brazos cruzados sobre sus pechos, protegiéndolos, corre la niña, escapando de su perseguidor, pero éste, solo pierde unos segundos, mirándola entusiasmado otra vez sus preciosas nalgas, y reanuda la persecución. Ahora su objetivo más inmediato son las braguitas de Malena, quitárselas es su anhelo.
De pronto Malena encuentra su camino bloqueado por unos troncos caídos, deteniéndose dubitativa, y enseguida su perseguidor la alcanza y agarra sus braguitas, deteniendo su avance y haciendo que la niña chille angustiada:
• ¡No, no, por favor, no! ¡las bragas no! ¡no me quites las bragas!
Pero sin hacerla caso, agarra las bragas con las dos manos, tira de ellas hacia abajo, se las baja hasta los muslos y de ahí a los tobillos, haciéndola caer al suelo, y arrancándola al fin las bragas.
Contempla con las bragas en la mano a la niña a cuatro patas sobre el suelo, fijándose empalmado en el culo respingón de ella y se lo imagina penetrándoselo una y otra vez.
La propina un par de fuertes azotes en las nalgas, haciéndola chillar, metiéndola luego una mano por detrás entre las piernas, sobándola el sexo. Está húmedo y no precisamente de sudor.
• ¡Será putita! ¡La encanta que la desnuden y seguro que también que se la follen!
Piensa el hombre excitado sin dejar de sobárselo con una mano, mientras que con la otra presiona sobre el culo de ella hacia abajo, impidiendo que escape.
Dudando si follársela ahí mismo, a cuatro patas sobre el suelo, opta por retrasar el momento, así que deja de sobar el coño a Malena. Metiendo el brazo entre las piernas de ella y sujetándola los pechos con la otra mano, la levanta a pulso del suelo, y la lleva en volandas a un tronco caído situado a un par de pasos.
Se sienta en el árbol, colocando a la niña bocabajo sobre sus piernas y, sujetándola con una mano para que no escape, empieza a azotarla las nalgas. Malena pega un chillido en cada azote que recibe, pateando en el aire, perdiendo uno de los mocasines, quitándole el otro el hombre que arroja detrás de unos matorrales.
Poco a poco, al ver que no puede librarse, deja de chillar y de agitarse convulsivamente, solo lloriquea, y el hombre deja de azotarla las nalgas, sino que sus dedos se meten entre las piernas de ella, y comienza a acariciarla la entrepierna, lenta y suavemente, acallando poco a pocos los lloros y convirtiéndolos rápidamente en gemidos, gemidos de placer.
Antes de que la niña se corra, el hombre deja de masturbarla y la deposita con cuidado a cuatro patas en el suelo, a sus pies, para, a continuación, ponerse en pie y quitarse la camiseta que lleva.
Cuando se baja el pantalón corto y el bóxer, Malena mira hacia arriba y contempla aterrada el enorme cipote del hombre, duro y erecto, plagado de anchas venas azules, lo que la proporciona todavía fuerzas para levantarse y echar, a pesar de estar descalza, a correr completamente desnuda hacia un árbol caído al que quiere subirse.
Apoya sus pies sobre una gran roca bajo el tronco, se estira, poniéndose de puntillas y salta, agarrándose con fuerza a una rama rota del árbol, para intentar subirse a pulso al tronco, pero es un acto desesperado ya que la niña no tiene la fuerza suficiente, nunca la ha tenido, y agita sus piernas desnudas, pateando en el aire, esforzándose inútilmente por subir.
Detrás de ella, el hombre, que ya se ha quitado toda la ropa y solamente lleva puestas unas deportivas, se acerca tranquilamente a Malena y, mientras contempla el culo y las piernas desnudas de la niña, se coloca frente a ella, bajo el tronco del árbol, y la coge por los glúteos, sujetándola, metiendo, a continuación, su rostro entre las piernas de ella, impidiendo que las cierre, y comienza a lamerla la vagina mediante largos y húmedos lametazos.
Al sentir cómo la lamen el sexo, Malena abre mucho los ojos y la boca, excitada, pero no quiere rendirse, y, para ayudar a subirse al árbol, se apoya con los pies en lo que encuentra, que no es otra cosa que la gigantesca verga inhiesta del tipo que se detiene gratamente un momento al sentir el contacto sobre su polla pero enseguida reanuda el comerla el coño. Cuanto más se esfuerza Malena por subir, más empuja el cipote del tipo, empuja y tira, empuja y tira, congestionándolo cada vez más.
Aunque al principio la niña pensaba que tenía una gruesa rama del árbol bajo sus pies, ya se imagina lo que es, el cipote duro y erecto del hombre, y se esfuerza no ya por subir al tronco, sino por masturbar al tipo con el fin de desbravarle y quitarle el deseo para que la deje marcharse sin hacerla nada más.
Pero no es solo el hombre al que se está masturbando, también él está masturbando a la niña, que cada vez más excitada, ya no puede más, y deja de masturbarle con los pies, corriéndose copiosamente dentro de la boca del hombre.
Éste al sentir toda su boca repleta del líquido fruto del placer de Malena, deja de lamerla el coño, y, sin soltarla las nalgas, la hace descender lentamente, parándose cuando la vulva abierta de ella está a la altura de la erecta verga de él, y, colocándola a la entrada de la vagina, poco a poco, va bajando a la niña y se la va metiendo, la va penetrando lentamente.
Todavía bajo los efectos del increíble orgasmo que ha tenido, Malena se abandona, pero, al sentirse penetrada, abre asombrada sus ojos y boca, jadeando fuertemente mientras el cipote se va metiendo cada vez más, hasta el fondo, deteniéndose un par de segundos, para ser subida a pulso por el hombre, deslizándose la dura verga por el más que húmedo interior de la vagina de la niña.
Arriba y abajo, arriba y abajo, una y otra vez, restregándose el cipote por las empapadas paredes vaginales de Malena, que entregada, se deja follar a placer, disfrutando del polvazo que la está echando y gimiendo de placer. Y es que la niña es también multiorgásmica, como también lo es su madre.
El ritmo del mete-saca al que la están sometiendo es deliberadamente lento, para gozar de cada instante, hasta que, de pronto, el hombre, se detiene y emite un fuerte alarido, corriéndose copiosamente dentro de las entrañas de Malena.
Se mantiene con el rabo dentro de la niña durante casi dos minutos antes de desmontarla y, viendo lo desmadejada que está la niña, la deposita con cuidado en el suelo, y ella, se deja caer despacio a los pies del hombre, tumbándose despatarrada y bocarriba, con los ojos cerrados, en el suelo, donde permanece sin moverse mientras el hombre se viste y se marcha dejando a Malena exhausta y completamente desnuda.
Tumbada en el suelo, Malena se queda dormida durante ni se sabe cuánto tiempo, y sueña que diminutos hombrecillos provistos de enormes vergas erectas, aparecen de entre los lujuriosos follajes, y, acercándose a ella, se meten entre las piernas de la niña, dentro de su vagina como si fuera una oscura y húmeda gruta. Siente cómo caminan dentro de ella y la gusta, la encanta, goza tanto que se corre y ríos de esperma empujan a los gnomos fuera de su cuerpo.
Unas voces la despiertan, son las de unos jóvenes que se acercan por el camino.
Toma nuevamente consciencia de su total desnudez, y, poniéndose en cuclillas entre la voluptuosa vegetación, escruta por donde vienen las voces y al darse cuenta que se aproximan, que vienen por el camino en su dirección, intenta ver donde puede esconderse pero está prácticamente rodeada por árboles, muchos de ellos derribados, ¡está atrapada!
En el mismo momento que gira la cabeza en dirección a los jóvenes que se aproximan, cruza su vista con uno de ellos, ¡es Ban! ¡un alumno de su instituto, algo mayor que ella, y novio de una compañera de su clase! ¡Y lleva en sus manos la faldita y las braguitas que la han arrancado antes!
• ¿Malena?
Grita el muchacho al reconocerla, y, al bajar su mirada, descubre el cuerpo desnuda de la niña, haciéndole exclamar entusiasmado:
• ¡Malena!
Y se acerca rápido hacia ella, seguido por su compañero.
La niña lanza un gritito, entre angustiada y cachonda, al ver cómo se aproximan, y, dándoles la espalda, echa a correr despavorida hacia ni se sabe dónde, encontrando un árbol con ramas que llegan prácticamente hasta el suelo, y agarrándose a ellas, comienza a trepar rápido.
Ban la sigue, ascendiendo también ayudado por las ramas del árbol., pero su vista se dirige siempre hacia arriba, hacia el precioso culo desnudo de Malena, y, más que a sus glúteos, al agujero que se ve entre ellos y a la vulva que sobresale hinchada del polvazo que la han echado.
Sin echar la vista hacia abajo, escucha la niña que la siguen a corta distancia, pero, al no tener más ramas donde agarrarse, detiene su ascensión, sintiendo al momento cómo la meten mano directamente en la vulva y como el rostro del joven se incrusta entre los dos cachetes, lamiéndola ansioso el orificio.
Chilla y se agita, intentando retirar su culo, protegiéndolo, incluso patearlo, pero no tienen margen para maniobrar y las ramas amenazan con romperse y precipitarla al vacío, así que, aguantando el persistente sobeteo al que la están sometiendo, opta por intentar convencer al muchacho.
• ¡Por favor, por favor, déjame, déjame!
Pero los sobes y las lameduras a la que la están sometiendo, la están poniendo cada vez más cachonda y, sin poder remediarlo, se deja hacer, le deja que la masturbe, y, sin poder evitarlo, jadea y gime de placer, corriéndose nuevamente.
Pero, a pesar de que se ha corrido, Ban continúa metiéndola mano y provocándola, suponemos que, sin desearlo, daño, por lo que tiene que ser Malena la que grite de dolor, quejándose y haciendo que se detenga.
Sin dejar de mirarla el coño y el ano, el joven la propone un trato que no puede rechazar:
• Si no bajas, continúo.
• Por favor, déjame, que me haces daño.
• Baja ahora y no te haré daño.
• Prométeme que no me haréis nada.
• Prometido. No te haremos nada, pero baja.
• Tampoco mirareis, me daréis mi ropa, me dejareis que me vista, que me marche y no diréis nada a nadie.
• Que sí, todo lo que tú quieras pero baja.
• Me lo tenéis que jurar.
• Te lo juramos. Venga, baja y no te haremos daño.
Como la niña duda, sin saber qué hacer, el joven la dice:
• Bajo, pero tú conmigo.
Y comienzan a bajar. Cada paso que da hacia abajo Ban, lo da Malena ante la lúbrica mirada de los dos jóvenes. Incluso Ban, con la excusa de ayudarla a bajar, la soba las torneadas piernas, las prietas nalgas e incluso el húmedo sexo.
Al llegar el joven abajo, no espera a que la niña ponga el pie en el suelo, sino que antes de que lo alcance, la coge en brazos y la lleva en volandas ante la expectante mirada de su amigo al mismo lugar donde antes se la folló el hombre.
En el camino Malena descubre que el compañero de Ban es Rudy, otro compañero del instituto. Éste no para de sobar el culo y las piernas de la niña mientras su compañero carga con ella que, entre avergonzada y cachonda, recuerda en voz baja a los jóvenes el juramento que la han hecho.
• Me lo jurasteis.
• Te mentimos.
Responden los dos prácticamente al unísono y la depositan bocarriba en el suelo.
Tumbada en el suelo, Malena se cubre con la mano derecha la vulva y cruza su brazo izquierdo sobre sus senos, tapándolos en lo posible, mientras contempla cómo los dos muchachos, de pies alrededor de ella, se desnudan completamente.
De una tupida mata de pelo que cubre la entrepierna de los dos jóvenes, emergen dos cipotes erectos, grandes y duros, que apuntan orgullosos al cielo.
Esta vez es Rudy el primero que se mete entre las piernas de Malena, abriéndolas sin la resistencia de la niña, y, sujetándose con la mano derecha el abultado miembro, se tumba bocabajo sobre ella, metiéndoselo por la vagina poco a poco.
Malena, al sentirse nuevamente penetrada, suspira fuertemente, sin oponerse, dejando que la verga la penetre hasta el fondo. Apoyándose en sus brazos, contempla el joven, el rostro y los pechos de la niña, mientras se la folla lentamente, mete-saca-mete-saca.
Se escucha el ruido de los cojones del joven chocando con el perineo de Malena, y cómo ésta gime y jadea de placer, así como los gruñidos de Rudy follándosela.
Por momentos la niña cierra los ojos, mientras su lengua sonrosada aparece entre los labios húmedos de su dueña, para volverlos a abrir y contemplar el rostro lujurioso del joven que se la está follando.
Unos disparos suenan a su lado, es el móvil de Ban que la toma fotos mientras se la tiran.
Cuando Rudy acaba, es Ban el que ocupa su lugar, pero esta vez desplaza a la niña para que se coloque de costado, y ubicándose él detrás, la obliga a poner una pierna encima de él y la penetra también por la vagina. Los rítmicos movimientos del mete-saca se complementan con el sobe al que el joven somete a las tetas de Malena.
Mientras uno se la folla el otro no deja de contemplarlo excitado, tomando fotos y vídeos, como si se tratara de una película porno, calentando y levantando nuevamente la verga.
Cuando se corre Ban, Malena piensa que ya han dejado de follársela, pero se equivoca, ya que Rudy, otra vez empalmado, hace levantar a la niña del suelo, y obligándola a que se apoye en un tronco y que se incline hacia delante, se la mete nuevamente por detrás, por la vagina, follándosela mientras la sujeta por las caderas y su compañero, por delante, la manosea las tetas, jugando, tirando y retorciéndola los enardecidos pezones.
Los rítmicos movimientos del joven al follársela son acompañados por voluptuosos balanceos de las caderas de Malena que, totalmente entregada, aporta también a la fiesta.
Finalizado Rudy, Ban no quiere quedarse atrás y obliga a la niña a que se ponga de rodillas frente a él, y le coge la cabeza con las manos para que le coma la polla, y eso hace Malena, lamérselo como si fuera un sabroso helado y metiéndoselo en la boca, acariciándolo con sus exuberantes labios hasta conseguir que el joven, después de unos minutos de mamársela, se corra dentro de su boca y sobre su rostro.
La niña tose y, en medio de grandes arcadas, escupe todo el esperma que puede pero no poca cantidad se ha tragado, mientras los jóvenes se ríen de ella.
Se visten mientras Malena, completamente desnuda, espera a que se vayan, sentada en el suelo, acurrucada con su espalda contra el tronco del árbol, con las piernas dobladas contra su pecho, y la mirada perdida en el suelo.
Una vez se han vestido, cogen el polo y la falda de la niña y la rasgan a tirones, dividiendo cada una en dos trozos, ante la mirada impotente de Malena. Luego la arrojan sobre la cabeza de ella, diciéndola:
• Toma tu ropa, putita. Te prometimos que te la devolveríamos, pero no te prometimos cómo.
No la devuelven sus braguitas, es Rudy el que se queda con ellas, indicándola sonriendo:
• Si las quieres, vente a por ellas. Ya sabes quién las tiene pero también lo que tienes que darle a cambio.
• No las va echar de menos. La putita nunca va con bragas, va con todo el coño al aire enseñándolo a todos. ¡Es una calientapollas!
Complementa Ban el comentario de su compañero ante el silencio de Malena.
Al irse Rudy la avisa:
• Nos volveremos a ver, zorrita.
Y se alejan por el camino, riéndose.
Espera la niña unos minutos antes de moverse, y lo primero que hace es revisar resignada la ropa destrozada. Se incorpora a duras penas, está dolorida, y no sabe exactamente qué hacer ya que los trapos que lleva no pueden cubrir su cuerpo desnudo.
De la ropa que llevaba cuando entro en el bosque, se han llevado sus bragas y la han destrozada su falda y polo, pero no tiene noticias de que hayan hecho algo con sus mocasines y con su capa roja. Lo primero que hace es buscar los mocasines, que deben estar muy cerca ya que los perdió o se los quitaron cuando el hombre la azotaba las nalgas. Uno de ellos lo encuentra rápido y el otro en menos de un minuto, ambos tras unos matorrales, lejos de las miradas de los dos jóvenes. Se los pone y sujeta con las manos los restos de su falda y polo con el fin de cubrirse los pechos y el sexo, comenzando a caminar por el camino en sentido contrario al que tomó cuando la perseguían.
Camina con cuidado por si alguien la ve, pero no encuentra a nadie. No recuerda exactamente donde empezaron a desnudarla mientras corría, pero debe estar a pocos metros. Al ser el camino muy frondoso es difícil seguirlo, sino es por la vegetación pisoteada y por las plantas apartadas, pero aun así tiene que desandar el camino varias veces ya que piensa más de una vez que ha tomado el camino equivocado. Desesperada, se sienta en una roca cubierta de musgo, sin saber qué hacer, llorando angustiada. Se ve caminando desnuda por las calles camino de sus casa y piensa que lo mejor es hacerlo por la noche para que haya menos gente por las calles y la oscuridad cubra su desnudez. Además se pregunta qué puede decir a sus padres cuando la vean aparecer desnuda. No quiere escándalos por lo que no quiere decirles lo que ha pasado, que la han violado en muchas ocasiones y algunos de sus violadores son compañeros del instituto.
Toma la decisión de levantarse y, de pronto, entre la vegetación, le parece ver una mancha roja. Le late el corazón fuertemente de emoción, quizá sea su capa roja. Se acerca rápido y sí, ¡es ella, su capa roja! La mira y remira sin creérselo del todo. Está intacta, solo hay que quitar hojas, piedrecitas, polvo y ramitas para que esté impecable. Se la pone, feliz y contenta, cubriendo su cuerpo desnudo, y toma el camino hacia su casa, dejando en el trayecto su polo y su falda destrozados.
Al ir llegando a la puerta de su casa, piensa en cómo la dejó, cómo su madre la echó y la presencia del Dioni. Como ya es casi de noche, supone que ya se ha marchado. La casa está iluminada y. escuchando detrás de la puerta de la vivienda, oye también a su padre, además de a su madre.
Como no pudo coger las llaves cuando la echaron, tiene que llamar al timbre. Lo hace tímidamente, cubriéndose cómo puede el cuerpo, que no vean que está desnuda bajo la capa.
Es su madre la que abre la puerta, y se cruzan una mirada de complicidad, dejando que la niña suba corriendo a su cuarto sin que su padre la vea, aunque la madre sí que observa cómo su hija está completamente desnuda bajo la capa roja.
Aquella noche, la cena en casa de Malena fue delante de la televisión. Madre e hija, calladas, mirándose de tanto en tanto, sin prestar atención al televisor, mientras que el padre, ajeno a lo que ha sucedido, observa con atención un partido de futbol, preocupado solamente en insultar al árbitro y a los jugadores de ambos equipos.
En la casa de los Ramones, mientras la madre lava los platos, padre e hijo permanecen en silencio también delante del televisor, pero ninguno está viendo el partido que están transmitiendo, sino que ambos, sumidos en sus pensamientos, levantan la parte frontal de sus pantalones con su cipote erecto. El hijo recuerda cómo ha visto primero a la calientapollas de su prima y luego a la puta de su tía y, si no continúa masturbándose, es porque tiene la polla en carne viva. El padre, muy sonriente, piensa en su sobrina, recuerda nítidamente el culo prieto de ella, su tacto cálido y … cómo ha disfrutado de ella en el bosque, cómo la ha arrancado toda su ropa, la ha dado unos buenos azotes en sus nalgas y, finalmente, la ha echado un buen polvazo. Sin embargo, La madre, en la cocina, piensa en lo primitivo y ridículo que son los hombres, que solo se fijan en el futbol y en culo de algunas como en el de su sobrina Malena, la niña mala.
Y es que esta vez Malena ha pasado de calientapollas a que la calienten el coño, y ¡cómo se lo han calentado! ¡se lo han dejado ardiendo!