La niña empieza a ser mujer

En este segundo relato cuento cómo fue que me transformé de una niña flacucha y solitaria en una hermosa jovencita, que tiene su primer encuentro con un hombre, aunque...

Hola a todos de nuevo. Como tengo un montón de cosas para contar (por lo menos para mí son un montón), y no puedo hacerlo en el mismo relato, voy a ir siguiendo un orden cronológico. Así, de paso, mientras de alguna manera sigo presentándome, empiezo a contarles cómo es que una niña tímida y solitaria se convierte, de a poco, en una especie de esclava sexual de un amante mucho más grande, para terminar siendo, una vez libre (aunque no por voluntad propia), una adicta al sexo.

No tengo hermanos (por lo menos que yo sepa), ni padre desde que nací. Mi mamá se fue cuando yo tenía 4 años, supongo que porque no soportaba la presión de mi crianza, viviendo con mis abuelos, que no le perdonaban haber sido madre adolescente en un momento en el que eso no era tan tolerado como ahora (yo he tenido varias alumnas que son madres adolescentes, en mi corta carrera docente, y ahora tanto sus familias como las escuelas las cuidan mucho más). Mi abuelo murió cuando yo tenía 5 años. Según mi abuela, de tristeza, por el amor que sentía por esa hija perdida (amor que, también según mi abuela, nunca supo demostrar).

Del abuelo no tengo ningún pariente vivo o que conozca. Él había nacido en España. Era hijo único de otro hijo único, pero con un apellido demasiado corriente (Fernández) como para que sea fácil encontrar a mis parientes de aquel país (de todos modos, no lo intenté, ni creo que lo vaya a hacer).

Mi abuelita es grande. Ahora tiene 81 años. De ella sí tengo parientes, pero no los conozco. Tenía dos hermanos más grandes a los que no vio más desde jovencita, cuando se vino de Corrientes a la gran ciudad. Trabajó de mucama para unos "señores" en el barrio de Recoleta, hasta que se casó de grande, con un hombre más grande, con el que tuvieron a mamá cerca de los 40 años, hace unos 40 años. Aparentemente eran muy estrictos con mamá, pero ella igual quedó embarazada de mi cuando tenía 15 o 16 años, aunque nunca se supo de quién.

Como verán, desde temprano tuve que acostumbrarme a la soledad. O a la compañía escasa. Tengo un pariente, por ahora: mi abuela. Tengo una amiga, casi una hermana: Verónica. Conocer conozco muchísima gente, y con unos cuantos ha habido un gran conocimiento mutuo de nuestros cuerpos. Pero en realidad no los conozco (ni creo que ellos a mi –aunque a veces siento que sí, que soy demasiado "transparente", que me pueden ver tal como soy).

Hasta que entré a cuarto año, a los 15 años, no le daba bola a nadie, salvo a Vero. Íbamos a un secundario de mujeres, en una localidad del norte de lo que nosotros llamamos Gran Buenos Aires (todas las localidades de la Provincia de Buenos Aires que rodean a la Ciudad de Buenos Aires). Con Vero hemos sido, y somos, compañeras y amigas desde el jardín de infantes. Era una excelente alumna (después seguí siéndolo). Y claro, si no tenía nada que hacer, salvo ayudar a mi abuela en casa y estudiar. O leer.

No teníamos mucho. Con la pensión de la abuela apenas nos alcanzaba para sobrevivir. Televisor blanco y negro que estaba más de adorno que para usarlo. Una radio vieja que nos acompañaba todas las tardes. Pocos muebles, los necesarios. Poca ropa, también la necesaria, que había que lavarse a mano (recién hace un par de años pudimos comprar un lavarropas automático, que para mi abuela es una especie de aparato indescifrable). Así que estudiaba y aprendía. Y leía. Leía todo el tiempo. Pero ya en esa época era rara. Me gustaba Mujercitas, pero prefería toda la vida ser pirata rebelde con Sandokan, o bandolera con Robin Hood, o mi ídola literaria: Eowyn de Rohan, princesa guerrera de la Saga del Señor de los Anillos.

Ese año, cuando tenía 15, aunque en agosto cumplía 16, asaltaron a mi abuela y le pegaron. Tenía 71 y tardó mucho en recuperarse de los golpes y del shock. Y yo estaba muy enojada. En mi fantasía adolescente, creía que tenía que estar preparada para enfrentarme a algo así, como si fuera una especie de Súperchica, o Batichica, o Mujer Maravilla (y ahora, con otra cabeza, agregaría a la lista a Gatúbela –o cambiaría toda la lista por Gatúbela, ya que me doy cuenta de que nunca podría ser totalmente de los buenos). Así que decidí salir de mi "cueva" y hacerme más fuerte, con ejercicios y aprendiendo a pelear.

En esa época ya medía lo mismo que ahora, 1,60m, pero pesaba 6 kilos menos, 46. Era una flacucha larguirucha, sin fuerzas para hacer siquiera flexiones de brazos. Aunque sí era muy ágil (en gimnasia, en el cole, me iba muy bien). Me acerqué a un gimnasio bastante grande y completo, que no quedaba demasiado lejos de mi casa, y pregunté si no había algún tipo de beca (seguía sin tener plata y al colegio iba con una beca), para poder hacer actividades ahí. Me atendió el que después sabría convertirse en mi dueño y señor por más de cuatro años, mirándome descaradamente (había ido con el uniforme del colegio) y diciéndome que no había ningún tipo de beca, pero que igual podía ir, si hacía algún tipo de trato, que implicaba un intercambio de favores. Durante unos instantes me quedé sin habla. Él se rió y me aclaró que se refería a que repartiera volantes de difusión del gimnasio y a que hiciera de recepcionista durante una cantidad de horas por día. Llegamos a un rápido acuerdo y al otro día empecé.

Hacía de todo, aero-box, estiramiento, otras que después cambiaron de nombre (o de modo de darse), tae-kwon-do y pesas. Le dije clara y sinceramente lo que quería al Nene (ese era su sobrenombre, por su carita de nene, aunque ya tenía 28 años). Me preparó una rutina para fortalecer todo mi cuerpo. Al principio era un poco patética, con mis huesitos delicados y mis músculos casi inexistentes. Pero a los tres meses había subido dos kilos de peso y podía hacer todas las actividades sin agitarme demasiado. Seguía siendo muy delgada, pero me sentía dura como una roca, y fuerte (aunque claro, no era tan fuerte como lo deseaba mi fantasía). Y, según me dijo más tarde el Nene, estaba hermosa.

Cuando cumplí los tres meses de asistencia, el Nene me regaló un hermoso conjunto de calza y malla para hacer gimnasia, diciéndome que tenía que dejar de ir con los uniformes viejos de gimnasia del colegio. El conjunto venía con una tanga diminuta, blanca, que me avergonzaba un poco ponerme. Pero lo hice. Al otro día fui con la ropa que el Nene me había regalado. Ese gesto, el regalo, terminó de enamorarme perdidamente de él. Me pidió que me quede en el gim hasta tarde, porque me quería hacer una prueba de fuerza y resistencia. Acepté y llamé a la vecina con teléfono para que le avise a mi abuelita que iba a llegar tarde, que no se preocupe.

Me dio una rutina durísima, subiéndome todos los pesos en todos los ejercicios, y en algunos también la cantidad de repeticiones. Cuando terminé, estaba cansadísima y con todos los músculos adoloridos. Era tarde y todos se estaban yendo. El Nene me felicitó por haber podido hacer todos los ejercicios y me preguntó cómo estaba. Le dije, y me mandó a ducharme en el vestuario, así me hacía unos masajes "reparadores". Le dije que no había traído ropa para cambiarme y él respondió que no me preocupe, que tenía otro regalo para mí.

Estuve mucho tiempo bajo la ducha, sintiendo el hormigueo de mis músculos en actividad, y el hormigueo dentro de mi vientre excitado. Mientras tanto, también lavé la tanga (siempre lavo mi ropa interior cuando me ducho). Como tenía un poco de miedo, y de vergüenza, la estrujé todo lo que pude y me la puse mojada. Y me envolví con el toallón con el que me había secado. Mas le valía al Nene que tuviera un regalo en ropa porque afuera hacía un frío mortal (ya estábamos en pleno invierno).

Temblaba, por la excitación, por la expectativa y por el miedo.

Cuando salí del vestuario ya no quedaba nadie en el gim. Todos se habían ido y el Nene estaba apagando las últimas luces. Se acercó a mí con una bata seca, de la misma tela que el toallón, y me dijo que mejor me cambiaba. Yo le di la espalda, dejé el toallón a un costado y me puse la bata. Me tomó de la mano y me guió a un pequeño cuarto, donde había una camilla de masajes. Había una estufa prendida y la temperatura era ideal. Por eso no dudé en hacerle caso cuando me indicó que me quitara la bata y que me recostara en la camilla boca abajo.

Creo que este fue nuestro pequeño diálogo:

-Ha sido una experiencia muy linda ver cómo fuiste transformando tu cuerpo de niña en el cuerpo de una mujercita hermosa, durante estos tres meses.

-… Gracias… No sé qué decirte

-No digas nada. Es una especie de intercambio. Yo te ayudo a hacerte más fuerte y más ágil, como vos querías, y vos me regalás la visión de la conversión de tu cuerpo en el de una mujer hermosa.

-

Seguía sin saber qué decir, así que no dije nada.

-Me alegra que me hagas caso. Si seguís así, no te vas a arrepentir. Ahora te propongo otro intercambio. Vos recibís unos masajes que le van a hacer muy bien a tu cuerpo cansado y adolorido y yo recibo el placer de poder tocarte, además de mirarte, como ya venía haciendo hasta ahora. Supongo que estás de acuerdo, ya que estás acá, acostada y desnuda, esperando que empiece.

Antes de decir estas últimas palabras ya había empezado a masajearme la espalda. Sentir sus manos en mi espalda, en mis brazos, en mis sienes, en mi cola y en mis piernas fue una sensación tan dulce y placentera que perdí la noción del tiempo. Para cuando me puso boca arriba, estaba tan entregada al placer que me daban sus manos que no me resistí, ni sentí vergüenza al dejar mis tetitas por primera vez a la vista de un hombre. Me tomó con una mano de la nuca y, dejando mi cabeza flotante, me masajeó el cuello de un modo casi orgásmico (aunque en ese momento no hubiera podido usar esa palabra, porque no sabía lo que era un orgasmo). Después, apoyó mi cabeza en la camilla, siguió por mis hombros y mis brazos. Me masajeó suavemente los pechos y el vientre… y las piernas… y los pies. Me sentía como nunca antes en mi vida.

Después de estar un rato largo masajeando mis pies, volvió a subir por mis piernas. Pero esta vez no pasó de largo. Me empezó a masajear suavemente la conchita, por encima de la tanga.

-Por esta vez pasa, pero la próxima tenés que estar completamente desnuda.

-… mmmmmhhhhhhhh… bueno

Me sentía en una paz profunda, como si estuviera al fondo del mar, pero al mismo tiempo me daba la sensación de que en cualquier momento iba a explotar. Me tocaba tan lindo.

-Te gusta, no?

-sssssiiiiiiiiiii

-Entonces, para ser justos, vos también tenés que hacer algo que me guste.

Tomó mi mano izquierda y la guió con su mano derecha hacia su pija, que ya estaba durísima y enorme, para que la acariciara. Mientras tanto con su mano izquierda tomó mi mano derecha y la llevó hasta mi conchita, para tocarla con las dos. Y así estuvimos un buen rato, yo recostada boca arriba, gimiendo y contoneándome de placer, él parado a un costado, como si no estuviera pasando nada, mientras nos tocábamos mutuamente, juntos, sus manos guiando las mías, hasta que juntos llegamos al orgasmo (no sé cómo lo lograba, pero nunca acababa antes que yo). Debo decir que para ser mi primer orgasmo, sigue siendo uno de los mejores de mi vida (por lo poco que sé de otras mujeres, eso no es habitual).

Untó su leche espesa y borboteante en mi cuerpo, en mi vientre y en mis tetitas. Y puso sus dedos y los míos en mi boca, para que los chupara y los limpiara de su leche, diciéndome que era mejor que me vaya acostumbrando a su gusto, mientras él lamía gustosamente su otra mano y mi otra mano, con mis jugos. Aunque me costó un poco, chupé sus dedos y los míos hasta que los dejé limpitos.

Después, cuando yo creía que todo recién comenzaba, me mandó a ducharme de nuevo. Cuando salí, ahora sí completamente desnuda, con la tanga otra vez lavada en una mano y la ropa transpirada en la otra, me felicitó por el momento que pasamos, y por haber perdido la vergüenza, pero me despidió alcanzándome otra tanga, ahora negra, y un mono rojo de esos que usan las esquiadoras, que me quedaba ajustado al cuerpo, abrigándome perfectamente, al mismo tiempo que mostraba todos mis atributos. Cuando terminé de vestirme, me alcanzó una bolsita para que llevara la ropa usada y me despidió hasta la semana que viene.

-Nos vamos a volver a ver? –pregunté tímidamente.

-Sí, claro. Por supuesto. Salvo que quieras dejar el gimnasio.

-Me refiero a vernos como lo hicimos hasta hace un rato.

-También. El viernes que viene.

-… bueno… chau

Cuando me acerqué a besarlo, puso la mejilla.

Era viernes.