La niña del autobús 5

Filial, lésbico, voyerismo, ... Quinta (y última???) entrega del relato. Espero que os guste. Como siemore, os espero como hasta ahora en mi mail, lalenguavoraz@hotmail.com donde seguiré respondiendo a todos. Gracias por las críticas, las valoraciones y los comentarios. Ayudan muchísimo. Besos!!!

La miré fijamente, con incredulidad. Estaba estupefacto. Laura se sonreía divertida. En la cam las chicas estaban sentadas, mientras respondían a todas las barbaridades que les escribían sus animosos fans. Las habían inundado de monedas. Ahora, una vez alcanzado su placer, estaban intentando cumplir las fantasías de sus acalorados espectadores. “Tócale allí”. “Enséñame tu culito”. “Métele un dedito. No, dos.”  Eran un espectáculo. Un maravilloso espectáculo. Un show digno de cualquier local de lujo. Y ellas lo hacían por placer. De admirar. Poco a poco iban despidiéndose de sus fans, dándose morbosos besos, entrelazando las lenguas, pegando sus pechos  y rozando sus pezones, hasta que cerraron la sala. No sé cuanto rato estuve allí mirando. Perdí la noción del tiempo. Recuperé un poco la compostura, y me dirigí a Laura.

-          Claro que me gustaría, Laura. Eso es un sueño. – Temblaba cuando se lo decía, y señalaba la pantalla. – Es una de mis fantasías eróticas que jamás creí que cumpliría. Lo que me para es lo de siempre. ¿Tú crees que van a querer acostarse con un tío como yo? ¿Y tú qué haces, miras? ¿Y no pensarás en hacerlo por la cam? ¿Y si me reconocen? De veras, ¿por qué dos ángeles, dos maravillas de la naturaleza, dos bombones de semejante calibre, iban a querer mezclarse con un tipo como yo?

-          Pues… porque les encanta, Héctor. Porque a cambio también me tendrán a mí. Porque el sexo las vuelve locas. Porque no hace falta un porqué para eso. Sólo hace falta desearlo, ponerle pasión, entregarse sin prejuicios. Porque sí, Héctor. Porque sí.

Muerto. Me quedé muerto. No era capaz de entender nada. La miré fijamente, quería ser capaz de comprender porque esa niña hacía esas cosas. ¡Porqué yo! Esas chicas podrían tener a cualquiera. Y cuando digo a cualquiera, me refiero a que si bajaran a la calle, y le preguntaran a cualquiera hombre o mujer, de los primeros aceptarían todos, sin excepción, y de ellas… pues más de la mitad. Creo que mi niña adivinaba mis pensamientos, porque me miraba mientras se reía. No había un atisbo de maldad en ella. Pícara, traviesa, golosa, excitante, atrevida… eso sí. Pero ni gota de malicia en esos ojos color miel que me absorbían, que me hechizaban. Se levantó de la cama y desconectó el portátil de la pantalla. Al levantar las manos el camisón destapaba ese precioso trastero que ya había devorado esa noche. Yo sin embargo, aún estaba en blanco. Al final me decidí a preguntar.

-          ¿A qué te refieres? ¿Me quieres decir que te acostarías con tu hermana? – Aquello me ponía como un tren de vapor.

-          Bueno… Lo haría… otra vez. Pero esta vez por ti. – Debió ver mi cara, y como la otra vez me leyó la mente. – Joder, Héctor, relájate. Ya te dije que lo único que me mueve es el morbo. ¿Y tú las has visto? Son la caña… - Como casi todas las veces, me dejó sin argumentos y con otra buena erección. Y el dolor de huevos comenzaba a notarse… - Y tú eres un maduro interesante… que a las chicas jóvenes nos encanta. Fíjate. Yo hoy me he corrido dos veces ya. Has buscado mi placer mucho antes que el tuyo. Y eso no lo hacen los jóvenes. – Todo ese razonamiento a mí no se me ocurría. Yo tenía unos complejos que ella no veía. Y se suponía que ellas tampoco los verían. Yo no lo tenía tan claro. – Además… ¿no te parece bastante argumento que hoy me hayan hecho la mejor comida de coño de mi vida? Y eso incluye una de Bea. – Me quedé boquiabierto, atónito. - Venga vamos a tomarnos otro gintonic y te las presento. – Volvió a sonreír pícaramente, como tan bien sabía hacerlo, y me cogió de la mano, con la intención de hacerme salir.

Se puso una especie de batín corto por encima del camisón, yo creo que para que no me diese vergüenza salir con mi pantalón corto y mi camiseta junto a su precioso camisón de encaje. Mi media erección casi perpetua de aquella noche le daba algo de volumen al pantalón, lo que aumentaba un poco mi autoestima. Salimos al comedor, pero las chicas aún no estaban allí. Fuimos a la cocina y mientras preparábamos los gintonics oímos su puerta. Las escuchaba caminar, pero me concentré en cortar el pepino, esperando bajara mi rubor. Se acercaron charlando animosas, y entraron en la cocina.

-          ¡Hola, teta! ¿Te gustó el show de hoy? Fue genial… - Ruth hablaba a su hermana como si fuera una espectadora más. Bueno… es que en realidad lo era. – Hola, guapo. – Se dirigió a mí casi con sorna. Me giré para verlas de cerca por primera vez. Las dos llevaban una camiseta enorme, como cuatro tallas grande, con publicidad de New York, y se adivinaba que nada más debajo. Seguramente notó como me azoraba. Me quedé un segundo en blanco, pensando en un comentario ingenioso. Se supone que lo soy. Se supone que era el adulto de esa habitación y que yo debería llevar la voz cantante. – Tienes nombre, ¿a que sí?

-          Claro, cielo. Me llamo Héctor. – Prometo que intenté contener el temblor de mi voz y de mi mano cuando me acerqué a darle dos besos, pero sólo el aroma a sexo, el bamboleo de sus pechos bajo la camiseta, su sonrisa descarada…  Creo que me mareé. Me recompuse un poco y me dirigí a su compañera. – Y tú debes ser Bea. – Me acerqué y le di dos besos. En el segundo ella giró un poco más la cara de lo debido y nuestras comisuras de los labios se rozaron. Sé que lo hizo a posta, pero intenté recomponerme como pude. - ¿Un gintonic? – Pregunté.

-          Oh, sí, por favor. – Contestó Bea. – Dos. El mío con un poco de cardamomo, y el de Ruth… cargadito, que me tiene que aguantar otro asalto. – Alargaba la ese para acentuar y cargar de sensualidad la frase.

Asentí mientras sonreía y me giré para prepararlos. Estaba visiblemente ruborizado, pero intenté que no se notara demasiado. Por el rabillo del ojo vi como Bea se tapaba la boca para no soltar una carcajada. Hice como que no la había visto, y seguí a lo mío. Las tres chicas se pusieron a conversar animadamente sobre lo que había pasado en la sesión de webcam. Las monedas que habían recibido, lo que le decían los chicos y las chicas, las cams privadas que le llegaban, con montones de chicos con pollas enormes masturbándose para ellas, con muchachas corriéndose violentamente en la cam para ellas... Trataban todos aquellos temas sin ningún tipo de pudor. A mí me resultaba casi violento. Terminé los gintonics e intenté recomponer mi autoestima. Soy un adulto. El adulto de aquella cocina. Podía llevar aquella situación, o al menos, si me dejaba llevar, que fuera porque esa era mi decisión, y no porque el contexto me superara. Me armé de valor y las interrumpí.

-          Chicas, los gintonics. – Le acerqué los dos primeros a Ruth y a Bea. – El tuyo con cardamomo como pediste. – Me giré y cogí los otros dos – Y este para ti, tesoro. – Y se lo acerqué a Laura. – Lo cogió y me dio un suave y casto beso en los labios. – Creo que controlé bastante bien el rubor. Creo. – ¿Vamos al comedor? – La cocina era grande, pero a mí se me hacía más bien pequeña con aquellas tres chicas en ella. Se giraron y se marcharon hacia el comedor

Bea llevaba cogida a Ruth de la cintura, lo que provocaba que se le subiera ligeramente la camiseta. Eso dejaba a la vista parte de la nalga de Ruth. Era una visión celestial. Como si yo no estuviera allí, Bea bajó la mano con suavidad y le sobó el culo por debajo de la camiseta. Era muy erótico. Lo más alucinante de todo es que lo hacían con naturalidad. Con descaro. Sin prejuicios. Eso me tenía anonadado. Soy la típica persona que pregona por el amor libre. Me encantaría compartir a mi mujer, y que mi mujer me compartiera a mí. O al menos… de pensamiento estoy convencido de que me gustaría. Ellas lo hacían con completa naturalidad. Eran sinceras en sus acciones. Y eso me causaba admiración. Y envidia. Y calor. Mucho calor.

Las tres se dirigieron al sofá de tres plazas, dejando a Laura en medio de las dos, y dejándome a mi libre un sillón orejero que había en una de las esquinas de la mesa baja. No habían cambiado de tema. Seguían animosas la conversación sobre el morbo que le daba a las dos que las vieran en la cam, y sobre la cantidad de barbaridades que les decían. Reían, mientras yo las observaba. Era alucinante la conexión que había entre ellas. Allí no había secretos. Aquello era sincero de verdad. Una franqueza a prueba de bombas. Me relajé un poco. Posiblemente antes de tiempo. Bea se dirigió a mí y me preguntó directamente.

-          ¿Y a ti que te gusta, Héctor? ¿Qué te da morbo?

-          Todo esto. – Respondí en menos de medio segundo. Lo tenía claro. – Lo que hicisteis antes, en la habitación. Lo que hacéis ahora mismo. Que habléis de sexo con ese desparpajo.  Que no os importe que haya un “desconocido” en la habitación. Esas camisetas… Todo. Todo, pero del todo, ¿eh? – Gesticulaba de forma exagerada, lo que provocó las risas de las chicas. Continué. Tenía un poco del partido ganado. – Sois alucinantes. Increíbles. Laura me había dicho lo buenas que erais, pero la realidad supera infinitamente lo que yo hubiera podido soñar. – Les sonreí con franqueza. De nuevo, era la verdad.

Ruth, que era la que más cerca de mí estaba, se levantó y me dio un beso en los labios. Fue tierno, pero también sensual. Volvió a su sitio y apoyo la cabeza en su hermana. Laura le cogió un poco esa cabeza y le susurró algo oído. De inmediato Ruth soltó una carcajada que casi hace que derrame su gintonic.

-          ¿En serio??? – Se reía con sorpresa. Laura le volvió a coger la cabeza y le susurró algo más. Ruth abrió la boca con admiración, y unos segundos después se la tapó y ahogó una carcajada. – No puede ser…

-          De verdad, teta. Te lo digo yo. Increíble. Monumental. Brutal.

Ruth, se incorporó, y sin perder su sitio se inclinó por encima de Laura para decirle algo al oído a Bea. Al agacharse, la camisa se levantó por encima de la nalga, y me dejó a escasos centímetros la vista de un trasero precioso, así como una rajita rosada, por la que ya se asomaba un líquido brillante. Estaba húmeda, de eso no había duda. La visión de aquel trasero era absolutamente celestial. Mi erección era brutal, posiblemente la mayor que había tenido nunca. Y el dolor de huevos, similar. Cuando separé la vista de la rajita de Ruth, Laura me miraba desde el respaldo del sofá, mientras se mordía ligeramente el labio inferior.

-          Chicas. – Comenzó Laura. - ¿Por qué no le damos ya a este pobre hombre lo que está esperando? Si no lo hacemos nosotras, me da que se irá él sólo. – Laura se sonreía mientras señalaba mi bulto.

-          Vale dijo Ruth. Pero no te vas a ir de esta casa sin comerme el coño. ¿Estamos? – Lo dijo con soltura, como si fuera arreglar un grifo. Era genial.

-          Por supuesto. – Me vine arriba. – No me voy a ir de aquí sin degustar esos tres coñitos. ¡Me voy a ir saciado de marisco para lo que queda de mes! – Las tres rieron. Eso me dio fuerza para continuar. – Sólo una cosa… Ruth, Bea, ¿os importaría poneros las gafas? Me pone barbaridades eso… - Sé que me ruboricé, pero ellas hicieron como que no se daban cuenta.

-          Pues claro, tonto. – Bea se levantó, fue a la habitación, y trajo tres pares de gafas grandes de pasta. – Venga, Laura también. Vamos a ser tus secretarías cachondas. Chicas, vamos a darle al señorito un espectáculo digno de recordar…

Y dicho esto, apartó un poco la mesa baja, echó un cojín al suelo, y se arrodilló entre mis piernas. Me hizo sentarme un poco más al borde del sillón, lo que le daba acceso también a mi ano. Miré a Laura mientras Bea me preparaba. Se quitó el albornoz, y pasó por encima de su hermana y me besó. Nuestras lenguas se unieron, se pelearon, se saborearon. Mientras, por debajo de ella Bea comenzaba a ocuparse de mi polla.  Me había sacado el pantalón con delicadeza, y notaba como el pierceng, y por debajo su lengua, rozaban mi tronco desde la base hasta la punta. Trabajaba el perineo, sabía lo que se hacía. Abrió mis carnes, y comenzó a pasar la punta de la lengua por la entrada de mi ano. Me estaba volviendo loco. Se chupó un dedito, y comenzó a introducirlo por mi ano. No sabía cuánto podía aguantar. Noté como Laura jadeaba. En un primer momento, pensé que estaba excitándose por los besos, pero al levantar un poco la vista, vi como Ruth le comía el coño por detrás. Me puse muy burro. Aquello era lo más morboso que había visto en toda mi vida. Una mulata cañón me estaba haciendo una mamada maravillosa. Un bombón de niña me comía la boca, jadeaba y gemía, mientras su hermana le devoraba el coñito. Maravilloso. Idílico.

-          Bea, lo siento, pero no aguanto más. Me voy a ir.- En un segundo Ruth pasó de detrás de Laura y se puso al lado de Bea, con la boca abierta.- Joder, vaya mamada. La mejor de mi vida. – Jadeaba, apenas podía hablar de la excitación. – Me voy, zorras, me voy, me voy, ya, ya, aaaaahhhhhggg…

Unos chorros gruesos y calientes de esperma salieron disparados de mi falo. Los primeros intenté dirigirlos hacia la boca de Bea, pero fueron a parar a sus gafas y a su mejilla. Ladee un poco la polla y los dirigí a Ruth, que me esperaba con una sonrisa. Aún le llegaron un par de grumos bien grandes de mi simiente. Abrió la boca, y me limpio la polla a conciencia. Mientras, Laura había dejado de besarme para pasar a acariciarme, morderme la oreja, mordisquearme el cuello, y de paso no perdía detalle. Por su parte Bea se acercó a Ruth y le limpió la cara con la lengua. Dios, que erótico por favor. Con su dedo meñique, recogió también de su propia cara los restos de mi corrida, y se lo ofreció a Ruth. Ésta abrió la boca y le chupó el meñique como si de un micropene se tratara. La miró, le sonrió, y se acercó a besarla. Restos de mi semen mezclados con saliva se veían entre sus lenguas. Era un espectáculo increíble. Magnífico. Grandioso. Incestuoso. Lo tenía todo. Era excitante en proporciones superlativas.

Increíblemente, mi miembro pedía guerra de nuevo, como si volviera a tener 20 años. Laura se percató, me besó, y me susurró al oído.

-          Y ahora, por fin, me vas a follar. – No me resistí, lo estaba deseando. – Chicas, ¿me dejáis que me folle a Papaíto? – Se dirigió a su hermana, que aún se perdía en caricias a Bea. Le sonrieron y asintieron.

Se levantaron de mis pies lentamente, y Laura aprovechó para tirar de mí y sentarme en el sofá de tres plazas. Me tumbó de un suave empujón, acarició mi cara, mi pecho, me pellizcó suavemente un pezón,  continuó bajando acariciando todo mi vientre y cuando llegó a mi polla ya estaba en pie de guerra. Presta y dispuesta. Se acercó lentamente y se lo introdujo en la boca. Lo ensalivó mientras me masajeaba el interior de los muslos. Lo tragó por completo cuatro o cinco veces y lo dejó completamente ensalivado. Se incorporó, pasó un pie por encima de mí y se sentó dándome la espalda, mientras se introducía mi barra de carne. No hubo ninguna dificultad. Estaba perfectamente lubricada. Se quedó allí quieta durante unos segundos. Ruth aprovechó para acercarse a mi cara. Supe lo que quería, y le hice gestos de que se sentara en mi pecho. Me acerqué su coñito a la boca. Le abrí bien los labios mayores y lamí de forma burda desde el ano hasta el clítoris, utilizando todo el ancho de mi lengua, arrastrándola con desfachatez, arrancando el primer gemido. Repetí la acción un par de veces más, hasta que le cogí el trasero con ambas manos y le abrí bien las cachas. Me dediqué con entrega a su ano. Le pasé la lengua, intenté introducirle la punta y lamí todo lo que rodeaba su puerta trasera. Mientras, Laura subía y bajaba como una posesa. Me hacía disfrutar, pero como acababa de tener un orgasmo sabía que aguantaría un poco todavía. La dejé hacer, estaba disfrutando, buscando su placer. Por mi parte, me trasladé a la vagina de Ruth. Le introduje todo lo que pude la lengua, mientras la oía gemir como una perra. Aproveché para introducirle un dedo en el ano mientras mordisqueaba su botoncito. Lo chupaba, lo estiraba, lo soltaba, lo retorcía y volvía a empezar. Notaba como la respiración se le aceleraba. Iba a introducirle un segundo dedo en su cueva cuando comenzó a gritar.

-          ¡Joder, joder, joder! ¡Me voy! ¡Me corro! ¡Me corrooooooooo! – Y noté sus jugos en mi boca. Eran deliciosos. Densos, salados… un néctar delicioso. Respiraba con dificultad y jadeaba cuando se dirigió a mí. – Me cago en todos los santos, cabrón. ¿Quién te ha enseñado a comer coños así?

-          Jajajajaja! – No pude más que reírme. Laura seguía saltando encima de mí, mientras Ruth se levantaba y apartaba su coñito de mi cara. Los movimientos Laura tampoco me permitían mucho más, pero aún así acerté a preguntar entre jadeos. - ¿Te ha gustado?

-          ¿Estás de broma??? Eres un crack. Me he corrido como una perra, Dios… - Siseaba, disfrutaba lo que decía, saboreaba de nuevo su orgasmo. Se agachó y me besó. Al principio parecía casto pero enseguida su lengua buscó la mía, la encontró, y ambas juguetearon durante unos segundos. A veces yo la dejaba suelta, para respirar, porque Laura se movía como una gata en celo. Se había girado y nos miraba atentamente. Ruth se percató, la miró, y le habló como si le silbara. – Disfrútalo. Sácaselo todo, que se lo ha ganado.

Eso me encendió, Ruth desapareció del comedor y se dirigió a las habitaciones. En ese momento vi a Bea sentada en el sillón orejero, masturbándose mientras miraba la escena. Tenía una cara de viciosa alucinante. Era una chica con un aspecto tremendamente sexual, con su tez morena, sus curvas, su piercing. Pero es que la expresión que tenía en la cara en ese momento… Eso era vicio. Puro, duro y delicioso vicio.

Laura seguía contoneándose con mi falo en mi interior. No me había costado nada mantener la erección. La situación era de un morbo superlativo. Correrme ya era otra historia. A los 40, el segundo orgasmo tarda algo más en llegar. Bea se levantó, se acercó a nosotros, y se sentó en la mesita. Se agachó y besó uno de los pezones de Laura. Chupaba con decisión, casi con violencia. Laura gemía a cada mordisquito. Mientras lo hacía, abrió las piernas, y continuó masturbándose con dos deditos. Yo no perdía detalle, y Bea se percató.

-          Míralo bien, estúdialo, porque te lo vas a comer enterito en un momento, campeón. Yo no me quedo sin mi ración… - Y dicho esto sacó la lengua y con el piercing golpeaba el enorme pezón de Laura, erguido con gallardía, duro como el acero. Lo mordió de nuevo, lo rechupeteó y lo saboreó. Cerraba los ojos, se mordía el labio inferior, se manoseaba el clitorís… Era una diosa en busca de su placer. Volvió a mirarme a los ojos, sin pestañear, y me susurró mientras se acercaba a mi boca. – Vamos, Papaíto, dale a la niña su merecido, que se ha portado mal. – Con su mano izquierda le soltó un sonoro cachete en la nalga a Laura, que le provocó un buen gemido. – Mira, que zorra, si le gusta… - Le soltó otro de nuevo que provocó en Laura un nuevo gemido, esta vez más prolongado. Me estaba poniendo enfermo. Bea cogió con su dedo un pezón de Laura, y lo retorció. Casi parecía que le doliera. Se acercó a mi cara, la bordeó, y se puso tan cerca de mi oreja que notaba el calor de su aliento. - ¿Quieres ver como esta puta se corre para ti?

Y dicho esto comenzó a pellizcar el pezón con ímpetu, con pasión, con decisión. Laura aceleró sus movimientos y comenzó a gemir cada vez más alto, cada vez más seguido.

-          ¡Oh, sí! ¡Oh, sí! Ya viene, ya viene, ya viene… Desde lejos… Viene… No pares, zorra, no pares… ¡Sí, sí, sí, ooooohhhhhhhh!!! – Noté como mi polla se inundaba de flujo caliente, mientras Laura se desmadejaba sobre mí, absolutamente rendida. He de reconocer que no había gran merito en mí sobre aquella corrida. Mi juguete había aguantado como un campeón, pero todo el esfuerzo lo había hecho Laura, y la guinda del pastel fue cosa de Bea. – Joder, que corrida. Joder, que polvo. Joder, que orgasmo… - Se levantó despacito, me dio un beso en los labios y desapareció hacia las habitaciones, al tiempo que Ruth aparecía con unos gintonics. Volvía a lucir su camiseta de New York tan sexy. Laura asomó la cabeza por la esquina del pasillo y se dirigió a Ruth. – Darle algo de beber, que se nos muere. – Y con una hermosa sonrisa desapareció tras la esquina.

Ruth acercó los gintonics, se sentó en el sillón orejero y le dio un sorbo al suyo. Bea la miró con ternura un momento, pero casi de inmediato se dirigió a mí.

-          Vamos a dejar descansar un poco a tu campeón. Luego me ocuparé de él. ¿Te parece? – La verdad que sí me parecía. – Y ahora hazme feliz, por favor. ¿Lo harás?

-          Pues claro, tesoro. Como no, si eres un sueño que se puede tocar. – Lo decía con sinceridad, con devoción. Era un sueño para cualquier hombre. – Túmbate y deja que observe. Quiero admirarte antes de devorarte.

Se inclinó en el sofá, y se recostó. Lo hizo hacia el lado que me permitía observar el sillón, y por lo tanto a Ruth. No sé si lo hizo a propósito, pero me encantó.  Le abrí las piernas, le doblé un poco las rodillas y comencé la exploración. Le lamí toda la cara interior de las nalgas, desde la rodilla hasta el pubis. Cuando me acerqué, comencé lamiendo las dos caras exteriores de los labios, aprovechando cuando cambiaba de lado para dirigir aliento caliente a la vagina. Oía como su respiración se aceleraba, y ni siquiera había comenzado a tocarla. Cuando empecé a comerle el coñito de verdad, la tenía a merced. Le introduje dos dedos en la vagina, y le buscaba el punto G. Los sacaba, miraba a Ruth, los lamía y los volvía a meter. Ensalivaba su ano, me dedicaba a él con pasión, y pasaba los dos dedos a su agujero oscuro. De vez en cuando levantaba la vista para ver a Ruth. Su mirada era ardiente, lujuriosa. No había celos en ella. Si acaso, envidia. La segunda vez que saqué los dedos de su vagina y los metí en su culito, mordisqueé su clítoris, le dediqué unos segundos, pasé la lengua con avidez. Noté como se venía, como se corría. Lanzó cuatro o cinco gemidos, seguidos de un sonido agudo, delicioso, celestial. Me llenó la boca de fluidos deliciosos. Me estaba poniendo las botas.

Levanté la mirada. Bea tenía los ojos cerrados y se mordía el labio inferior. Ruth cogió un gintonic, me lo acercó y aprovechó para besarme y saborear las gotas del zumo que su chica había dejado en mi cara.

-          Pero que zorras sois. – Le dije con una sonrisa de oreja a oreja. Ella lo tomó como un cumplido, sonrió, le dio un sorbo al gintonic y se dejó caer contra el respaldo del sillón.

Laura apareció con otro gintonic, y se sentó en uno de los reposabrazos del orejero.

-          ¿Cómo ha ido? – Preguntó.

-          De puta madre. – Siseó Bea. – No sé de donde lo has sacado, pero es un artista. – Ellas se reían, y yo no cabía de orgullo. – Es un puto fuera de serie de las comidas de coño. – Bea hablaba como si estuviera fuera de sí, y nosotros tres nos reímos con ganas. Abrió los ojos, se sonrió, se giró para sonreirá las hermanas, me empujó contra el sillón y continuó. – Ahora te vas enterar, cabrón.

Y dicho esto, cogió mi polla, ahora morcillona, y la devoró con devoción. Al agacharse les dejaba todo el coñito a la vista a las chicas. Ruth se acercó, le metió dos deditos, los sacó y se los chupó. Volvió a su sitio, abrió un poco las piernas y empezó a masturbarse. Laura también las abrió, pasó una pierna por encima de su hermana, y comenzó igualmente a masturbarse. La visión desde mi sitio era brutal. Bea me chupaba la polla como si fuera lo último que fuera a hacer en su vida. Ruth y Laura se masturbaban prácticamente una encima de la otra. De vez en cuando, Ruth soltaba su clítoris y le dedicaba unas atenciones al de Laura. A ésta le costaba un poco más devolverle la caricia a su hermana por su posición, pero aún así lo intentaba. Yo no me perdía detalle, mientras me ponía malísimo de verlo. El morbo era salvaje. Bea se dedicaba esta vez sí sin miramientos al perineo. Lamía el tronco una y otra vez. Se lo metía en la boca y se ayudaba de la mano para mi delirio. Era un sueño hecho realidad. Una delicia. Una divinidad.

Al cabo de unos pocos minutos noté como me corría. Me convulsionaba, me relamía, sonreía y suspiraba. Se lo tragó todo, no derramó ni una gota. Cuando lo soltó estaba limpio y reluciente. Cerré los ojos un minuto y disfruté de aquel momento como uno de los mejores de mi vida. Bea se incorporó. Se levantó, se puso la camiseta, que estaba en una de las sillas del comedor, me miró, me sonrió y me preguntó con dulzura.

-          Y ahora, Papaíto… ¿crees que alguna vez volverás a ser el mismo?