La niña del autobús 3

Tercera parte del relato. Cambiamos los escenarios y comienzan a aparecer nuevos personajes y más temáticas. Como siempre, espero vuestras críticas y comentarios. Y por supuesto os espero en mi mail lalenguavoraz@hotmail.com dónde, como hasta ahora, seguiré contestando a todos. Besos!

-          Madre mía, Laura, que maravilla. – Es lo único que acerté a decir, mientras temblaba como un quinceañero. – Eres absolutamente asombrosa.

-          Gracias, eh… - Ahora me tocaba a mí, y no estaba seguro de darle mi nombre. Me lo pensé unos segundos, pero no encontré motivos para no dárselo.

-           Héctor. Mi nombre es Héctor.

La observé un instante, mientras se incorporaba. La verdad es que era una niña preciosa. No era una de las típicas niñas de ahora, que son delgadísimas, muy estiradas, y cortadas todas por el mismo patrón. Aunque sí llevaba unas mallas, tan de moda ahora, su cuerpo era algo más voluptuoso de lo habitual. No estaba gorda, ni siquiera gordita, pero tenía algo más de cuerpo de lo que hoy es común para su edad. Tenía los ojos oscuros, de un marrón precioso. Algunas pecas en la cara, una boca de vicio, la piel morena pese a la época del año… Vamos, un bombón. Se quitó el Jersey que llevaba, y se quedo con una camiseta de manga corta que le trasparentaba el sujetador. Tenía unos pechos estupendos, como ya pude ver el primer día entre la camisa.

-          Sí me sigues mirando las tetas igual se desgastan. – Me dijo con una amplia sonrisa. Aparté la mirada mientras notaba como el rubor invadía mi cara.

-          Lo siento. - Acerté a decir.

-          ¿Qué lo sientes? Acabo de chuparte la polla en el autobús, me has hecho una paja colosal, y te ruborizas porque te hablo de mis tetas. Tío, estás fatal.

-          ¡Es que no sé porqué yo! Joder, Laura, estás como un tren, tienes al menos 20 años menos que yo, podrías follarte a cualquiera. Y me eliges a mí. A un absoluto desconocido…

-          No eres un desconocido.

-          ¿Perdón?????

-          Que no eres un desconocido. Eres con el que me pajee hace un par de semanas.

-          Jajajajajaja! Niña, estás fatal.

-          Mira, Héctor, me gusta enseñar. Me gusta provocar. Me gusta exhibirme. Me encanta el morbo. Y la mayoría de los chicos de mi edad sólo quieren follar. Lo de los prolegómenos va menos con ellos. Claro que me gusta follar. Pero quiero mucho más, y ellos no están dispuestos a compartirme. Sin embargo, tú… Tenías una sonrisa que parecía sincera. Y me miraste con deseo. Enseguida me encendí, soy de mecha corta, la verdad. Así que me apetecía masturbarme, y lo hice. Punto. Y hoy… has venido a buscarme. Te lo habías ganado.

Aquella chica tenía las cosas claras. Mejor. Me dejó mucho más tranquilo. Pero las preguntas se amontonaban en mi cabeza.

-          Vale. Pero… ¿habías hecho esto más veces? ¿No crees que puede ser peligroso? No sé, joder, eres muy joven, Laura.

-          No soy una cría. – Su tono era firme. Parecía enfadada. – No lo hago todos los días, si es lo que piensas… aunque me encantaría. Y si lo hago en público no puede ser peligroso. Como mucho, alguien se escandalizará, y fin del asunto. Y sí, lo he hecho un par de veces más, aunque no había llegado a lo de hoy. Lo de hoy ha sido… especial. – Cerró los ojos un instante y se mordisqueó el labio inferior. Diría que se le pusieron los pelos de punta, como si hubiera tenido un pequeño espasmo de placer. – Y ahora pregunto yo. ¿Tú habías hecho esto antes?

-          ¡No, por Dios! ¡Pero si soy un cobarde! Lo he soñado, he convencido a mi mujer para hacer algunas locuras de juventud, pero como esto… nada.

-          No pareces un cobarde. Eres un salido. Un poco tímido de fondo, tal vez. Pero me ha encantado que buscaras la manera de darme placer.

Aquí me vine arriba. Esa niña era una descarada. Había ido a buscarla, no la iba a dejar escapar. Ella no buscaba nada más que sexo. Un sexo que a mí me encantaba. Libre, morboso, excitante. Y se lo iba a dar.

-          Pues el día que dejes que te coma el coñito vas a flipar. – Al mismo tiempo que lo decía me ruborizaba. No estoy acostumbrado a hablar así. Ella se giró despacito y me miró. Yo me armé de valor e intenté parecer firme y convencido. – Eso que has oído. Cuando encontremos el lugar y el momento te haré la mejor comida de coño de la historia.

-          ¡Anda con Papaíto! Pero si es un salidorro… - Mientras decía esto me buscaba con la mano la polla. – Como supongo comprenderás, no seré yo quien se eche atrás. Así que ya me dirás cuando y donde.

-          Vale. Hagamos una cosa. Dame tu skype, y vamos viendo. Aparte de a Castellón, ¿viajas a algún otro sitio habitualmente? Esa es la forma más fácil.

-          Estoy estudiando periodismo en la UJI. Mis padres trabajan en Madrid, así que allí viajo bastante a menudo.

-          ¿Y por qué vas a Valencia ahora?

-          Vivo allí. Mis padres vienen algunos findes, cuando el trabajo se lo permite.

-          ¿Y vives sola?

-          No, con mis hermanos, aunque prácticamente no están. Los dos tienen novia, y no suelen venir.

-          ¿Dos chicos?

-          No, chica y chico. Ella un año mayor que yo, y el tres. – De nuevo mi rubor. Joder, que rabia. Y por si fuera poco, una pequeña reacción de mi polla, que además seguía entre sus manos. – No me digas que te ruborizas porque te cuento que mi hermana es lesbiana… Y mira, pero si tu amiga responde y todo… ¿A Papaíto le pone lo de las dos chicas? – Me había pegado una pillada de la ostia. – Pues además que sepas que mi hermana es bastante guarrilla…

-          ¿Cómo? – No esperaba esa afirmación. Esa chica era una caja de sorpresas.

-          -Lo que oyes. Viene con su novia algunos sábados después de tomar unas copas, se acuestan en la habitación de al lado y montan un escándalo de la leche. – Mi polla comenzaba a reaccionar de nuevo. Enseguida Laura se percató. – Ay, Papaíto, ¿qué voy a hacer contigo? – Comenzó a masajearme de nuevo, y enseguida se puso dura como una estaca. – Lástima que estemos llegando. – Miré por la ventana. Los altos edificios de Port Saplaya se veían desde mi asiento. – Tendrá que ser otro día.

Me soltó la polla deslizó despacio su mano hacia la rodilla. La miré y volví al contraataque.

-          Vale. ¿Pero cuándo? No me puedes dejar así. Quiero decir, hoy sí, pero quiero volver a verte. Intentaré enviarte algún mensaje al Skype, a ver si podemos coincidir alguna noche. Y el martes me voy a Madrid, en el AVE de las 8:00 y volveré el miércoles. Dime que nos veremos. Por favor.

Me miró, se sonrió, se levantó de mi lado, volvió a pasar por encima de mí, aprovechando por cierto para restregarme de nuevo su hermoso trasero, recogió su carpeta y su bolso del altillo y se sentó de nuevo a mi lado, esta vez en el centro. Sacó un papel y escribió algo.

-          Toma. Este es mi skype. De momento no intercambiemos teléfonos, así es más excitante. – Levantó la mirada, me dio el papel, y me besó despacito. – Además, seguro que si te lo doy la cagas con tu mujer. – Solté una carcajada, pero tenía razón. Mejor así.

-          Vale. Te escribiré en cuanto pueda.

-          Lo sé.

En ese momento el autobús se detuvo en la estación. Laura se levantó, se puso de nuevo el jersey, y caminó hacia la puerta. Me entretuve arreglándome un poco los pantalones y la gorra, y varias personas se interpusieron entre ella y yo. Cuando bajé del autocar no la vi enseguida, pero tras unos segundos la vi encaminándose hacia una de las salidas. Me quedé mirándola un rato. Dios, acababa de tener una sesión fantástica de sexo con aquella jovencita. Aún me temblaban las piernas. Como si ella supiera que la miraba, se giró antes de desaparecer por la esquina, me miró, me sonrió y despareció.

Los siguientes días fueron un infierno. Me cree una nueva cuenta de skype más “privada”, e intenté localizarla varias veces. Le dejaba mensajes, pero no me contestaba. Me estaba volviendo un poco loco. No dormía casi nada, y aunque intenté que no se reflejase en mi humor, era realmente difícil.

El martes cogí el AVE puntual. Miré varias veces al andén, con una esperanza vana en verla aparecer, pero no sucedió. Me quedé casi hasta la salida del tren, pero Laura no apareció. Pasé los dos días en Madrid, y me volví de nuevo en AVE por la tarde. Desde allí y con el Smartphone intenté conectarme, pero la cobertura era horrorosa. Aún así, me dio para ver que no había ningún mensaje nuevo. Me levanté a la cafetería, y me tomé una cerveza. El AVE se detuvo en Cuenca. Me relajé un poco, y volví a mi asiento. Apenas llevaba 20 minutos levantado, pero cuando volví, había alguien en el asiento de al lado, estaba de medio lado, con la cabeza hacia la ventana, tapado con una especie de abrigo grande. Parecía una chica, por el pelo largo, pero no lo podía ver con seguridad. Cuando me senté… comencé a sentir algo raro. Emoción. Era… un perfume. Era un aroma…  sexual. Mi pulso se aceleró brutalmente. Me giré un poco hacia ella, pero estaba completamente tapada. Demasiada casualidad. Reconocí ese olor enseguida. Olía a sexo.

-          Hola, Laura.

Ni se inmutó. Dudé un segundo, pero no podía estar equivocado.

-          Sé que eres tú. Hueles a sexo.

Se giró lentamente, y su sonrisa apareció debajo del abrigo. Mi pulso estaba desbocado.

-          Anda que si no soy yo y le dices a una abuelita cansada que acaba de subir en Cuenca que huele a sexo la habías liado fina.

-          Jajajajajajaja!!! – Me abalancé sobre ella y la besé. Después la abracé. – ¿Por qué no me has contestado a los mensajes?

-          Porque quería darte una sorpresa. Sorpresa que por cierto me has jodido. – Me decía esto con una sonrisa. – Bueno, aún no la has jodido del todo. ¿Tienes planes para esta noche?

-          Mmmmm… - Sí los tenía, pero habría roto casi cualquier compromiso. – Sí los tengo, pero no es nada urgente. ¿Qué quieres que hagamos?

-          Es una sorpresa, ya te lo dije. Anula tus planes y luego te los cuento.

La siguiente media hora la pasé anulando planes, y rellamando, claro. La cobertura en el AVE es un desastre. Mientras yo hacía las llamadas, Laura echó el abrigo entre ella y yo. Era largo, y nos cubría a los dos. Casi con disimulo, me buscaba la entrepierna y jugueteaba con mi polla. Una de las llamadas era a mi jefe, al que tenía que decir que no podría ir a oficina. Cuando lo hice, el quiso interesarse por mi viaje a Madrid. Mientras yo le contaba el rollo, Laura me bajó la cremallera, e introdujo su mano en busca de su tesoro. Yo ya estaba caliente de los sobeteos y un poco de líquido preseminal asomaba por la punta. Pasó el dedo pulgar y lo recogió. Sacó la mano de debajo del abrigo y se lo chupó mientras me miraba. En los asientos del otro lado del pasillo dos chicas nos miraban con curiosidad y un poco de vergüenza. Yo hablaba por teléfono, me atascaba cuando Laura me masturbaba, y de vez en cuando se sacaba la mano y se chupaba los dedos. Las chicas hacían como que no se daban cuenta, pero yo sé que sí lo hacían. Se movían nerviosas. Cuchicheaban. Me giré un poco para que no me vieran tan descaradamente mientras Laura seguía masajeando mi barra de carne. De repente paró, y dijo muy despacito:

-          Para el resto tendrás que esperar. – Sonrío e hizo intención de coger el abrigo. Deprisa me guardé la polla como pude, intentando tapar la erección. Iba a protestar cuando volvió a sonar mi teléfono. Cogí la llamada y la erección bajó por su propia inercia.

Era noche cerrada cuando llegamos, y refrescaba. Cogimos nuestras cosas y bajamos. Yo la seguía de cerca, aunque no iba exactamente al lado por si alguien nos veía.

-          Mi casa está aquí al lado.

-          ¿Vamos a tu casa?

-          Sí.

-          Oh.

-          Síiiiiiii!!! – Se puso a dar saltitos de alegría. Joder, era una niña. Pero como me ponía… - Allí tengo tu sorpresa…

-          Ya verás…

Caminamos unos 10 minutos entre las calles, hasta llegar a un bloque antiguo de edificios que quedaban al lado de la Cl. San Vicente. Se podía escuchar perfectamente el ruido de los coches, incluso cuando ya estábamos dentro del ascensor. Tal y como fuimos subiendo el ruido amainó hasta prácticamente desaparecer.

-          ¡Hemos llegado! – Dijo alegre. – Ponte cómodo, que voy a hacer lo mismo. Me dejó en el comedor y se dirigió al interior del piso con un teléfono portátil en la mano que cogió de la mesa. – ¿Te apetece pizza? – Le iba a responder una guarrada, pero como ella era la que llevaba la iniciativa, la dejé seguir.

-          Claro, lo que a ti te apetezca.

Oí como conversaba con la pizzería, y le decía que en 20 minutos estaría aquí. Volvió del dormitorio en ropa interior, y me dijo:

-          Este es el plan. Vamos a cenar. Nos daremos una ducha, y tendremos una sesión de sexo magnífica. Sin contemplaciones. ¿Te parece? – ¡Pues claro que me parecía! Pero no sé porqué no es esto exactamente lo que me esperaba.

-           Vale, pero… aquí falta algo.

-          ¿Algo como qué?

-          Pues… la sorpresa, ¿no?

-          Bueno, ya veremos…

No le saqué más. Me quedé observándola. Estaba estupenda. Sus pechos luchaban por salir de aquel encaje. El tanga de hilo le quedaba como un guante. Si no hubiera pedido la pizza me hubiera abalanzado sobre ella.

-          ¿Y a qué esperas?

-          ¿Perdón?

-          Digo, que a qué esperas. Lo quiero ya. Ahora.

-          ¿Me lees el pensamiento?

-          No, pero he visto brillar la baba. – Me empujó al sofá, mientras nos reíamos. Cuando se acercaba la sujeté con fuerza y la besé. Comencé a sobarle el culo, y con habilidad le quité el sujetador, todo mientras nos besábamos apasionadamente. Fui desplazando con calma la mano hacia la parte delantera del tanguita, y allí empecé a bajar lentamente. Tenía el coñito depiladito, suave, y mis dedos llegaron con habilidad hasta su vulva. Dejé de besarla. Le mordí un pezón, mientras ella gemía con descaro. Estaba tumbada encima de mía, haciéndome llegar su calor. Lentamente me fui desplazando hacia abajo, mientras la empujaba poco a poco hacia arriba.

-          ¿A dónde quieres llegar, Papaíto? – Me dijo ronroneando.

-          Quiero que te sientes encima de mí. Quiero que me lo pongas en la boca.

Me tumbé en el sofá. Laura pasó una rodilla por encima de mi cabeza y la puso a un lado, y con la otra se subió por completo al sofá, dejándome su coñito expuesto a mi lengua. Tengo una lengua descomunal, más grande y ancha que algunas pollas. Le pasé la punta por el clítoris, aunque enseguida me bajé hacia la vagina. Del botoncito me ocuparía más tarde. Mientras le cogía el culo fuertemente con ambas manos, le lamí con aspereza la vulva y le introduje la lengua en la vagina. Estaba completamente mojada. No iba a durar nada. Apenas la encajé y la saqué tres o cuatro veces y se corrió violentamente en mi cara. Yo me bebí su jugo con gula. Sabía estupendamente, con un sabor salado delicioso. No era para nada desagradable. Se tambaleo un poco, pero la cogí y la reposé contra mi pecho.

-          Joder, Héctor. Ni dos putos minutos.

-          Claro. Pero es que esto sólo era el calentamiento.

-          ¿¿¿Cómo??? – Una sonrisa despampanante apareció en su rostro.

-          Eso. Déjate llevar, por favor.

Me levanté por un lado mientras la dejaba en el sofá. Le puse un cojín en la cabeza, y me introduje entre sus muslos.

-          Relájate. Esta vez te va a costar más, pero será aún mejor.

-          Mmmmm… Dame placer, Papaíto.

Me ponía como un horno de leña cada vez que decía aquello. Me hacía sentir sucio, salvaje, con ganas de follarla sin contemplaciones. Pero en ese momento tenía otras intenciones, no menos libidinosas.

Comencé a lamer la entrepierna, desde prácticamente la rodilla hasta los labios mayores. Hice lo mismo por el otro lado, mientras me dedicaba con las manos a pellizcar los pezones. Son oscuros, enormes como pistachos, con una areola casi negra. Son los pezones más bonitos que he visto en mi vida. La entrada de la cueva ya estaba encharcada. Joder, como me pone esto. Lo chupé, y metí la lengua sin contemplaciones. Que delicia. Me relamía. Chupé dos dedos, el índice y el corazón, y lentamente los introduje en la vagina. Entraban sin ningún tipo de problema, estaba muy lubricada. Le dediqué un par de minutos, buscando el punto G. Lentamente los saqué, los limpié con mi boca, y dirigí la lengua al ano. Intenté hacerle el mejor beso negro de su vida, recreándome, disfrutando. Me retiré un poco, introduje el dedo corazón en el ano, el índice en la vagina buscando el punto G, y mientras escrutaba el clítoris con la boca. Paladeé todo lo que encontraba a mi paso hasta llegar al botoncito, y cuando lo tuve entre mis dientes lo mordí con  descaro. Con la mano libre seguía repasando esos pezones de ensueño. Laura comenzó a convulsionarse, mientras se corría entre espasmos, pero yo no me moví del sitio. De nuevo, me lo bebí todo. Sorbía hasta la última gota, hasta que dejó de convulsionarse. Se incorporó un poco, me estiró de la cabeza y me besó. A ella tampoco le importaba su sabor. Aquel beso fue maravilloso. Sensual, sexual, erótico, tierno…

En ese momento sonó el timbre de abajo. Me levanté, contesté, y volví a por dinero. Saqué 20 euros y me dirigí a la puerta. Laura vino por detrás, me quitó los 20 euros, se puso el tanga, cogió con un batín y se lo dejó caer. Ni siquiera se lo cerró. Enseñaba mucho más de lo que tapaba, eso teniendo en cuenta que olía sexo, y tenía pinta de acabar de tenerlo.

-          Vamos a darle una alegría al pizzero, ¿no?

Me sonrió con malicia. Me escondí en la cocina, desde donde podía ver la puerta por el espejo del recibidor. Ni se abrochó el batín. Sonó la puerta. Esperó unos segundos, y abrió. Al repartidor casi le da un telele.

-          Bububuenas noches. – Temblaba como un niño. Era poco más que un niño. – Su pedido. Son… esto… 16,50. – El pobre tartamudeaba sin posibilidad de contenerse. Laura sacó los 20 euros del bolsillo, y al levantar la mano para dárselos le dejó a la vista un pezón.

-          ¿Tienes cambio, guapo? – Le dijo con dulzura

-          Si claro… - Sacó con prisas el cambio del bolsillo y se le cayó todo al suelo. Laura le cogió las pizzas que estaban a punto de caer, y se agacho a “ayudar” al pobre repartidor. Cuando lo hizo, el batín se volvió a abrir dejando a la vista todos sus encantos. El repartidor le lanzó unas pocas miradas furtivas, rojo como un tomate, y se incorporó. – Aquí lo tiene.

-          Gracias, guapo. Hasta luego. – Laura cerró la puerta y comenzó a reírse a carcajadas. Yo salí completamente empalmado, y muerto de risa.

-          ¿Pero cómo le haces eso al chiquillo? No va a poder dormir en una semana.

-          Jajajajajaja! Pero a que te ha encantado, ¿eh?

-          Uffff… Y tanto. Soy un mirón. No lo puedo remediar.

-          Pues… por eso estamos aquí.

Cogió las pizzas y se encaminó al comedor.

-          No entiendo.

-          Te dije que habría sorpresa, ¿verdad?

-          Sí. Pero… ¿qué tiene que ver eso con mi afán de voyeur?

-          Pues que… esta noche viene mi hermana Ruth a dormir. Con Bea, su novia.