La niña buena (9)

Ana sucumbe a la tentación y vuelve a ver a Ramón. Le beata se va para siempre y nacerá una nueva mujer

Durante la cena Diana no dejaba de mover sus muslos, haciendo que las bolas frotaran y frotaran las paredes de su encharcado coñito. Valentín se dio cuenta de que varias veces cerraba los ojos y los puños, poniendo los nudillos blancos. Aquella zorrita no dejaba de correrse.

Ana, en silencio, comía sin darse cuenta de nada.

-¿Es lindo el vestido que habéis comprado?

-Oh sí, mami. Es muy bonito. ¿Verdad papi?

-Precioso. Le queda muy bien.

-¿Me lo enseñas?

-Cl..claro...

Después de cenar, Ana y Diana fueron al cuarto de ésta a ver el vestido. Por supuesto, no le enseñó el rojo, sino el otro que habían comprado.

-¿No es un poco corto?

-Pero mami, si me llega a las rodillas.

-A ver. Póntelo.

Delante de su madre, Diana se quitó el que llevaba. Ana miró el lindo cuerpo de su hija, tan parecido al suyo. Y notó algo. Su hija olía...a sexo. Ese olor que había notado en sí misma cuando se tocaba. Pero su hija era una niña buena. Ella no se tocaba. Ese olor debía ser porque no se habría lavado.

-Diana, mi amor. Tienes que ducharte más a menudo.

-¿Por qué mami? ¿Huelo a sudor? - le dijo oliéndose los sobacos y sin notar nada.

-No..no  hueles mal. Es....ya sabes...tu ...tu...vagina. Esa parte de la mujer necesita mucho aseo.

Entonces Diana se percató del olor. Pues sí que olía su coño. ¿Cómo no iba a hacerlo si desde que se puso las malditas bolas no había dejado de estar mojada? Las bragas estaban empapadas. La cara interna de sus muslos, también.

-Ah, vale mami. Lo haré - le dijo, sonriendo.

Cuando se puso el vestido, Ana la miró y remiró. Era un lindo vestido, un poco ajustado, quizás, pero lo consideró correcto. Al fin y al cabo, estábamos en otros tiempos.

-Te queda muy bien.

-Gracias mami.

Cuando Ana se fue, Diana se echó a reír. Su madre le había olido el coño y le había dicho que se lo lavara. Se llevó una mano al coñito y luego se la olió.

-Pero si huele riquísimo! jajajaja

Ana se fue a su cuarto. ¿Por qué Diana olía así? Era su niña buena. Entonces recordó lo que Ramón le dijo. Que Diana no era tan buena..que..que le gustaban las pollas más que un caramelo a un niño. Su hija había quedado en ir a ver a Ramón. Cuando ella salió de su casa de aquella manera se olvidó de todo. ¿Habría ido?

No podía ser. Su niña no. Ella estaba condenada, pero Diana no. Sin embargo, en su mente se empezaron a formar imágenes. De Diana y Ramón. De Diana siendo penetrada por aquella inmensa....polla. De Diana gimiendo de placer, pidiendo más y más. Ana volvió a sentir su sexo mojado. Imaginando a su niña buena con aquel pervertido.

Se tocó. Pasó sus dedos por su sexo mojado, y luego se olió. Ella estaba limpia. Ese olor no era a suciedad. Era el olor de la excitación. El olor del pecado. Su...su niña no estaba sucia. Su niña estaba excitada. Su niña había ido a ver a Ramón. Y fornicaron. Como salvajes. Fo...follaron como salvajes. Ramón le metió su polla la su vagina y la penetró, una y otra vez, una y otra vez. ¿Habría eyaculado en su vagina? ¿O como hizo con ella eyaculó sobre su cara?

Con los ojos cerrados, imaginando la enorme polla de Ramón llenando la carita de su niña con aquel semen espeso y caliente, Ana estalló en un fortísimo orgasmo que la hizo caer sentada en su cama. Después, se acurrucó y se durmió.

Con el pijama puesto, Diana fue al salón.

-¿Y mami?

-En su cuarto. ¿Qué le pareció el vestido?

-Bien. Lo aprobó.

-¿Y el rojo?

-Quiere uno igual para ella.

-Jajajaja

-Estaría preciosa con un vestido así.

-Lo sé. Tu madre es una mujer preciosa. Tú sales a ella. Pero ya sabes como es. No creas que no intenté muchas veces que se vistiera más moderna. Pero desistí. Decía que era incitar al pecado. Que si la biblia esto, que si la biblia aquello.

-¿Por qué sigues con ella?

-Por que la quiero.

-¿Y nunca follais?

-De vez en cuando. Al principio me costó mucho. Decía que el sexo era sucio. Que sólo se podía hacer para proquear. Menos mal que un día habló con un cura que le dijo debía satisfacer las necesidades de su marido. Que era su obligación de esposa.

-Joder. ¿Es que están todos locos?

-Si no es por ese cura tendrías montoooooooooooones de hermanitos.

-Jajajaja.

-¿Y qué tal folla?

-No folla. Se queda tumbada boca arriba y yo la monto. Luego me corro sobre su barriga, se limpia y a dormir.

-Joder.

-Eso es lo que hay.

-No entiendo cómo has aguantado tanto, papi.

-Ya te dije que la quiero.

-¿Han habido otras mujeres?

-Alguna prostituta de vez en cuando, pero sobre todo mis cinco amigos.

-¿Cinco amigos?

Valentín, sonriendo, le mostró su mano y movió a sus cinco amigos.

-Pobrecito. Pero ahora tienes tu putita en casa.

-La mejor. ¿Aún llevas las bolas?

-Sí.

-Enséñamelas.

-¿Aquí?

-Aquí.

Si su madre venía, los vería. Eso, lejos de intimidarla, le daba más morbo. Se quitó el pantalón del pijama y después la braguitas. Se abrió de piernas y le enseñó a su padre su coño.

-Pero que zorrita eres. Mira como tienes el coño.

Estaba abierto, rojo, mojado.

-Es que no paro de correrme, papi. Esas bolas me están matando de gusto.

-Ya te vi durante la cena.

Diana tiró del hito y la primera bola salió de su coño. Estaba brillante y vino acompañada de mucho flujo. Poco después, salió le segunda.

-Límpialas...con la lengua.

Diana empezó a lamer las bolas.

-¿Están ricas?

-Ummmm saben a coño..a mi coño.

-¿Te has comido algún coñito?

-Alguno, sí. El de un par de profesoras.

-Con razón sacas siempre tan buenas notas. Métetelas otra vez

Valentín abrió su bragueta y sacó su polla. Su mano subía y bajaba despacito a lo largo mirando como su hija metía, una tras otra, las dos bolas dentro de su coño. Diana miraba la mano de su padre pajear su linda polla.

-Hazte una paja, zorrita.

-Ummmm ¿No me vas a follar?

-Después. Ahora quiero ver cómo te corres.

Diana llevó una mano a su coñito y empezó a tocarse, mirando la polla de su padre, la mano de él, que subía a lo largo, despacito. Con las yemas de sus dedos empezó a frotarse el inflamado clítoris.

Valentín se levantó y se puso más cerca de Diana. Una de los muslos de ella lo puso sobre su ingle. Ahora no podía tocarse la polla. Ahora lo que quería era mirar a su hija masturbarse para él.

-Ummmm como me pone que me mires mientras me toco, papi.

Su padre llevó sus dedos a la vagina de Diana y le metió dos dentro, follándola hasta donde le dejaba la bola más próxima. Cuando los dedos estuvieron bien mojados, los sacó del coño y se los metió en el culito, hasta el fondo.

-Ahhhhhhhh papi...Sabes lo que me gusta...

Los dedos entraban y salían de su culito mientras sus dedos no dejaban de frotar y frotar su pepitilla, llevándola poco a poco a un gigantesco orgasmo.

-Aggggggg me voy a ..correr...papi...me..co..roooooo

Sin dejar de follarle el culito con los dedos, Valentín llevó la otra mano a su coño y tiró del hilito, sacando las bolas. Hacía coincidir la salida con los espasmos del cuerpo de Diana. La triple estimulación, su culito, su vagina y su clítoris hicieron que el orgasmo fuera tan fuerte que Diana se quedó como muerta tras el, sin fuerzas para más.

El ver a su niña, a aquella preciosa putita correrse delante de él, llevó a Valentín a un estado de excitación sumo. Sin esperar a que ella se recuperara, se subió sobre ella y le enterró la polla en el coño. Sólo buscó su placer. Sólo buscó el orgasmo liberador. Se la folló con fuertes estocadas que hacían subir y bajar el cuerpo inerte de Diana. Era casi como cuando se follaba a su mujer. Pero el coño de Diana estaba encharcado, y no tendría que correrse sobre su barriga. Podría llenárselo de semen.

En menos de un minuto el orgasmo de Valentín se presentó. Enterró su cabeza entre el cuello y el hombro de su hija y empezó a descargar en el interior de su coño sud hirvientes andanadas. Sus potentes chorros, sus placenteros chorros, llenaron la acogedora vagina de Diana.

Cuando terminó de correrse, se quedó sobre ella, jadeando de placer. Diana lo abrazó y le acarició el pelo.

-Te quiero, papi.

-Y yo a ti.

Diana estaba agotada. Había sido un día lleno de placer. Necesitaba descansar, dormir. No tenía fuerzas ni para moverse.

Valentín la cogió en brazos. Ella pasó los suyos alrededor de su cuello y apoyó su cabeza en su pecho. Su padre la llevó a su cuarto, la acostó y la arropó.

Antes de irse, le dio un beso en los labios. Después, con ternura, otro en la frente, como cuando era niña. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Diana, que en seguida se durmió.

Cuando Valentín entró en su cuarto, Ana dormía, acurrucada en su lado de la cama. La miró. Era preciosa. Se había enamorado de ella nada más verla. Cuando después se dio cuenta de cómo era, ya era tarde. La amaba. Se casó pensando que quizás cambiaría, que una vez casada poco a poco se iría interesando más por el sexo. Pero no fue así. Con el tiempo se dio por vencido. La religión ganó y el perdió.

Se acostó junto a ella y se durmió.

Por la mañana, Ana se despertó sola en la casa. Se dio una reparadora ducha. Dejó que el agua caliente largo tiempo la purificara.

Cuando salió de la ducha, con la mano limpió el empañado espejo. Se miró. Sus pechos estaban levantados, desafiantes. ¿Qué pensaría Ramón de su cuerpo? ¿Le gustaría? Nadie la había visto desnuda. Ni siquiera su marido. Y ahora estaba pensando en otro hombre.

Cerró los ojos. Acarició su piel, llevando sus dedos a uno de sus pechos. Lo acarició. Sintió como sus pezones se ponía duros. Imaginó que era Ramón la que la acariciaba. Que eres sus rudas más las que la tocaban. Se pellizcó uno de los pezones, con fuerza, como haría esa bestia. Sintió dolor, pero también sintió placer.

Dejó de acariciarse. Se vistió con uno de sus vestidos tipo saco. Su ropa interior la podría haber usado su abuela. Pero era lo que tenía.

Salió a la calle y pidió un taxi. Le dio la dirección de la casa de Ramón. Cuando iba a tocar la puerta, se preguntó qué pasaría si él no estaba. Se volvería loca. Tenía que estar. Le pidió a dios que estuviera.

"Es al diablo al que tendrías que pedírselo, no a dios" - se dijo.

Tocó con los nudillos. Sentía su corazón palpitar en su pecho. Casi se le para cuando oyó pasos y como se abría la puerta. No podía mirarle a la cara. Estaba llena de vergüenza. Miró al suelo.

Ramón abrió la puerta. Allí, plantada, mirando al suelo, estaba la madre de Diana.

-Pasa.

Ana entró. Oyó como él cerraba la puerta.

-¿Cómo te llamas?

-Ana.

-¿A qué has venido, Ana?

Ella no contestó.

-Mírame.

Sus ojos se encontraron. Era una mujer hermosa. Ramón notó la lucha interior que había en aquella mujer.

-Bueno, no hace falta que contestes. Los dos sabemos a qué has venido. A lo mismo que vino Diana ayer. A por esto - dijo tocándose la polla sobre el pantalón.

-¿Vino mi hija?

-Por supuesto que vino. A ese zorrita tuya le encanta mi polla. Y parece que a ti también, ¿Verdad?

Siguió sin contestar. No hacía falta. Era verdad. No se podía sacar esa polla de la cabeza.

-Bueno, pues si quieres mi polla, la vas a tener. Ponte de rodillas.

Ella lo miró, con extrañeza.

-Te he dicho que te pongas de rodillas.

Ana le obedeció. Se arrodilló frente aquel hombre que la subyugaba. Su mirada, del suelo pasó a su entrepierna. Vio el gran bulto. Detrás de la tela estaba aquello que tanto la estaba atormentando.

-¿A qué coño esperas, zorra? Sácame la polla.

Ana esperaba que pasara como ayer, que él lo hiciera todo. Pero ahora le había dicho que se la sacara. Con las manos temblorosas, le fue quitando el cinturón. Después él botón y por último le bajó la cremallera.

-Muy bien, putita. Ahora bájamelos

Tiró de ellos. Ante sus ojos apareció el pollón, encerrado aún en lo calzoncillos, que apenas podían contenerlo.

-Sólo quedan los calzoncillos. Venga, termina.

Se los bajó hasta los tobillos. Ante sus ojos, majestosa, aquella polla tan anhelada. Parecía muy dura, muy tiesa, pero su enorme peso hacía que no estuviese en horizontal.

Ana no podía apartar sus ojos de la polla. La hipnotizaba. Ramón dio un paso hacia ella. La punta de la polla quedó a escasos dos centímetros de sus labios. Pero Ana no hacía nada. No sabía qué hacer.

Ramón se acercó más y la cabezota de su polla rozó los labios de Ana. Aquel contacto envió corrientes eléctricas por todo el cuerpo de la mujer, que seguía inmóvil.

Ramón se cogió la polla con una mano y le empezó a pasar por la cara de Ana, acariciándola con ella. Se la pasó por la frente, por las mejillas. Por los cristales de sus gafas. Ana cerró los ojos y disfrutó de aquella caricia. Sentía el peso de aquella cosa en su cara.

-Cógela con una mano.

Cuando Ana puso su mano alrededor de aquella dura barra, notó su calor, su suavidad. Sus dedos no abarcaban toda la circunferencia. A Ramón le encantaba tener a aquella preciosa mujer arrodillada delante de él, con su polla en la mano.

-¿A qué esperas para chuparme la polla?

-Yo...no sé...no sé hacerlo.

-No hay que ser premio Nobel para chupar una polla. Chúpala.

Ana abrió la boca y sacó su lengua. Rozó la punta de la polla con la punta y la volvió a meter en su boca. Miró a Ramón a los ojos. Él sonreía. Volvió a sacar la lengua y esta vez lamió toda la cabezota. Los pezones le dolían de lo duro que los tenía, y sentía su coño hervir en un mar de flujo.

-¿Ves putita? No es tan difícil. Ahora abre la boca y mámala.

Ana lo intentó. Abrió la boca todo lo que pudo y empezó a tragarse la polla. Le llenaba la boca. Tenía los ojos muy abiertos. Ramón disfrutaba al ver su polla entrar en la boca de Ana. Le cogió la cabeza y le atrajo hacia él, enterrando más polla. Le metió casi medio rabo antes de que Ana se la sacara de la boca tosiendo, con lágrimas en los ojos.

-Tu hija sí que sabe mamar pollas. La mía se la traga toda, hasta los huevos.

-Yo...no puedo..me harás vomitar.

-Bueno, no hay que precipitarse. Es tu primera mamada y mi polla, jeje, es un poco grande. Vayamos poco a poco. Sigue mamando.

Se la volvió a meter en la boca hasta donde le era cómodo. Entonces empezó a mover la cabeza adelante y atrás, haciendo que la polla entrara y saliera de su boca.

-Ummmm, bien..así..mueve también la lengua alrededor.....Has nacido para mamar pollas, zorrita.

Aquellas palabras la encendían. Estaba claro que era una zorra, una puta. Sólo una zorra podría estar arrodillada chupándole la polla al hombre que también se follaba a su hija. Y...le gustaba. Le gustaba tener la polla en la boca. Le gustaba que la tratara así. Empezó a gemir mientras seguía chupando, mamando.

Cuando Ramón le sacó la polla de la boca, ella lo miró desconcertada. ¿Por qué se la quitaba?.  Se la levantó y le acercó las dos enormes bolas a la boca.

-Chúpame un poco la bolas, preciosa.

Se la lamió y se las metió en la boca. Primero una. Luego la otra. Mientras lo hacía, la polla descansaba sobre su cara, caliente, pesada. Ramón, mirando hacia abajo, veía la cara de Ana. Veía sus ojos, llenos de pasión. Le volvió a dar la polla, que ella se metió en la boca con ansias.

-¿Tienes el coño mojado?

-Sí.

-¿Por qué?

-No...no lo sé.

-Jajaja. ¿Cómo que no lo sabes? Pero si has venido tú a verme. Has venido porque necesitabas mi polla, ¿ verdad?

¿Por qué la trataba así? ¿No bastaba con que estuviera arrodillada delante de él con su polla en la boca? ¿Qué más quería?

Se la sacó otra vez.

-Si no me lo dices, te largas.

Ana tenía ganas de llorar. No quería irse. No podía irse.

-Sí...vine porque la necesito.

-¿El qué?

-Tu...pene

-¿PENE?

Ana estallo. Empezó a gritar mientras de sus ojos caían lágrimas de desesperación, de vergüenza.

-Necesitaba tu polla. Desde ayer no he dejado de pensar en tu polla. Me he masturbado una y otra vez recordando cómo te...te corriste en mi cara. Me corrí cuando me llenaste de semen. No me la puedo quitar de la cabeza. ¿Es eso lo que querías oír? ¿Que me has convertido en una puta? ¿Es eso?

-Tranquila, preciosa. Ahora están las cosas claras.

Le abrió la boca y le dio la polla. Ella chupó con ganas. Dejó de llorar. Ahora su mundo era solo la poderosa polla que tenía en la boca.

-Ummmm así, con ganas... como una buena niña- le acarició el pelo.

Aquella caricia la reconfortó. Pensó que era una perrita que se alegraba de que su amo la acariciara. Pero en vez de mover el rabo sintió una punzada de placer en el coño.

Ramón sentía un poco de pena por aquella mujer. Sabía que la lucha interior había tenido que ser enorme. Luchando contra una vida de prejuicios, de que todo fuera pecado. Y ahora se daba cuenta de que la tentación era más fuerte que ella. Pero era demasiado hermosa como para dejarla escapar. La iba a convertir en su esclava. La haría florecer como mujer.

La mamada subió de intensidad. Le dijo que se ayudara de las manos. Ana puso las dos alrededor de la polla y la masturbó mientras la seguía chupando. Ramón notó que aquella mujer iba a hacerlo correr en pocos segundos.

-Agggg Anita...para ser tu primera mamada está my bien. Me voy a correr

Ella se estremeció. Iba otra vez a recibir aquella catarata se semen. Iba a ser 'bautizada' otra vez. El estremecimiento no cesó, sino que fue en aumento. Con sus manos sintió como la polla empezaba a palpitar, a ponerse más tensa, hasta que de repente, un potente y salado chorro estalló contra su lengua. Es estallido de la polla de Ramón fue acompañado por su propio orgasmo.

Ana no oía nada. No oía como Ramón gemía y le decía que se tragara toda su leche. Ella sólo sentía. Sentía como la boca se le iba llenando de aquel espeso y grumoso semen. No se lo tragaba. Dejaba que se le llenara la boca, hasta que la leche se le empezó a salir por la comisura de los labios. No le cabía más. Se sacó la polla de la boca, y varios chorros más se estrellaron contra su cara. El orgasmo que estaba sintiendo la tenía como en trance. Él miraba como Ana, con una sonrisa de plena satisfacción se pasaba su polla por la cara, haciendo que los últimos disparos la fueran llenando.

Cuando la polla dejó de manar, todo quedó en silencio. Todo menos las respiraciones de los dos. Ana seguía con los ojos cerrados. La sonrisa en sus labios. La boca llena de semen. Lo saboreó, lo paladeó. Y poco a poco, pequeños tragos, desapareció hacia su estómago.

Cuando abrió los ojos y miró a Ramón, la cara de Ana era de pura felicidad. En ese momento, no había sobre la faz de la Tierra una mujer más feliz que ella. Se acariciaba la cara llena de semen con la polla, que seguía dura. Se esparcía toda aquella leche de hombre por la cara. Estaba impregnada con su olor, con su sabor. Ramón la miraba, maravillado.

Entonces, Ana lo miró. Sólo dijo una palabra:

-Gracias.

Estaba agradecida a aquel hombre por hacerla sentir así. Sería pecado. Estaría condenada para siempre. Pero en ese momento se sentía plenamente mujer. Sentía todo su cuerpo temblar. Besó la polla, la volvió a lamer, recogiendo los restos de semen que quedaban.

Ramón la hizo levantar. Ana estaba como drogada. Drogada de placer. Acercó sus labios a los de ella y la besó, con pasión. Ella lo abrazó con fuerza. Nunca la habían besado así, tan intensamente, tan salvajemente.

-Lo has hecho muy bien.

-Voy a ir al infierno.

-Jajaja. ¿Te importa?

-No.

La volvió a besar. Luego la llevó al baño para que se limpiara la cara. Estaba pegajosa.

-Ana, eres una mujer preciosa. Y parece que tienes un cuerpo de escándalo. ¿Por qué vistes así?

-El diablo se sirve de las mujeres para hacer pecar a los hombres.

-Joder, Ana. ¿Qué te han hecho? Eso no son más que estupideces! Malditos curas, reprimidos de mierda! El cuerpo de la mujer es lo más bonito que hay y el sexo no es pecado. Coño, coño, coño. No puedo creer que en estos tiempos aún haya gente que predique con esas cosas. Y gente que se las crea.

Otra vez sintió pena por aquella mujer. Le haría abrir los ojos. Recordó que tenía ropa de una antigua amiga suya. Cogiendo desprevenida a Ana, le puso las manos en las tetas. No era para meterle mano. Era para calcular sus medidas. Luego las caderas. le calculo a ojímetro 105 de pecho, 66 de cintura y 91 de caderas. Un monumento de hembra.

-Joder, Ana. Pero si tienes un cuerpo perfecto. Y lo tapas con estos trapos. Ven conmigo.

La llevó a su dormitorio y buscó en unos cajones. Allí estaba. Un vestido de fiesta color crema, con empedrados brillantes, ajustado y con un amplio escote. Tenía aberturas por la espalda. Le llegaría justa por encima de las rodillas. Se lo dio.

-Ponte esto. Te voy a demostrar quién eres de verdad.

La dejó y se fue al salón, a esperarla.

Ana miraba aquellas prendas. Tocó la suave y satinada tele del vestido. Se desnudó completamente. Se miró en el espejo. Por primera vez en su vida se gustó a sí misma. Aquel no era el cuerpo del pecado. Aquel era su cuerpo. Y le gustaba. Cuando se puso el vestido y se miró, no se reconoció. La imagen del espejo sólo la había visto en la televisión. Le recordó a una miss. Sólo le faltaba la corona de brillantes. Su esplendida figura era resaltada por el vestido. Sus pechos, levantados sin necesidad de sujetador, visibles gracias al amplio escote.

Cuando salió del cuarto y Ramón la vio, se sintió orgullosa de sí misma. Jamás olvidaría la cara que él puso. Era de admiración.

-Ana...Estás...radiante.

Cuando se acercó a ella y la besó, su coñito estaba otra vez mojado. Otra vez estaba excitada. Deseaba a aquel hombre. Deseaba que la hiciera suya. Que la tratara como a una verdadera mujer. Con el corazón latiéndole a mil por hora, se atrevió a preguntarle:

-Ramón..¿Me vas a ..follar?

-Ana, tu coño va a echar chispas!

CONTINUARÁ.