La niña buena (10)

Ana empieza su camino sin retorno hacia la sumisión.

Los pezones de Ana se marcaban como dos duros botones en la tela del precioso vestido. Su agitada respiración hacía que sus tetas subieran y bajaran al ritmo de sus pulmones.

-Joder, Ana. Pero que buena estás.

-¿De verdad soy guapa?

-Eres preciosa.

Se acercó a ella y la abrazó, con fuerza. Le besó el cuello, mientras llevaba sus manos a su culo, sobándolo y apretándolo contra él. Ana sentía contra su barriga la dura polla de Ramón. El pensar que aquella enorme barra estaría dentro de ella, la hacía estremecer, haciendo chorrear su coño.

Ramón llevó su boca a la de ella y casi mordió sus labios. La besó con fuerza. Estaba muy excitado. Aquella mujer no se parecía a la que había tocado a su puerta hacía un rato. Bajó una de sus manos y la metió por debajo de la falda, llevándola a su coño. Acarició el vello púbico antes de meter su mano entre las piernas. Su mano se encontró con un coño totalmente empapado. Cuando le pasó los dedos por la rajita y tocó su inflamado clítoris, el cuerpo de Ana se tensó y se abrazó a él con fuerza.

-Agggggg aggggggggggggg.

-Vaya, vaya...La zorrita se está corriendo con sólo tocarla. Vas a ser una buena putita, como Diana.

-Ummmm voy a ser... tu...tu putita  ¿Verdad?

-No lo dudes. Te voy a convertir en una auténtica zorrita.

-¿Cómo...Diana?.

-Ya veremos quien sale la más zorra de las dos. Ella te lleva mucha ventaja.

Ramón sacó la mano llena de los jugos de Ana y la llevó a la nariz de ella.

-Huélete.

-Así olía Diana ayer.

-Así huele una putita que desea que se la follen bien follada. ¿Tú quieres que te folle?

-Aggggg sí....

-Pues tendrás que pedírmelo bien. So quieres ser una buena zorrita tendrás que aprender a pedir

Ramón quería ver hasta dónde estaba Ana dispuesta a llegar.

-Por favor..Ramón...lo necesito...

-¿Qué necesitas?

-Tu polla dentro de mí. No dejo de pensar en ella.

-Tendrás que demostrarme que eres una zorrita obediente.

-Haré lo que me pidas.

-Eso espero. Si no, no te follaré.

La idea de que no la follara, la asustó. Tenía que hacerlo. No podía vivir sin que la follara.

Ramón se quitó los pantalones y los calzoncillos. Ana clavó la mirada en la polla. Era tan grande, tan..hermosa. Su coñito tuvo un espasmo. Sintió como un escalofrío recorrer su espalda.

-Bien. Ahora, arrodíllate.

Ana obedeció. Creía que le pediría que le chupara otra vez la polla. Estaba más que dispuesta. Pero de repente, Ramón se dio la vuelta, mostrándole su musculoso culo.

-Si quieres ser mi puta, si quieres que te folle, tendrás que besarme el culito.

Ella se quedó perpleja. ¿Por qué le pedía eso.

-¿A qué esperas?

Tenía que hacerlo. O si no no la follaría. Se acercó y besó una de las nalgas, haciendo cosquillas a Ramón. Se separó. Ya estaba.

-La otra nalga está celosa.

Se volvió a acercar y besó la otra nalga.

-Ya...ahora..por favor....

-Sabes que no está. Haz lo que tienes que hacer o ya te puedes estar yendo.

Ana había permitido que ese hombre se corriera ayer en su cara, y hoy había vuelto. Le había chupado la polla y se había tragado su semen. Ya no podía caer más bajo, así que se acercó al culo de Ramón y pasó su lengua por la raja.

Ramón sonrió. Esa mujer haría a partir de ahora lo que él quisiera. Se echó hacia adelante. Sintió la lengua de Ana llegar a su ano. Lamerlo. Se abrió las nalgas para que pudiese llegar sin dificultadas. Aquella íntima caricia era muy placentera. Cogió su polla con una mano y la pajeó mientras Ana no dejaba de chuparlo, de lamerlo.

-Ya ves que no era tan malo.

No lo era. Hacerle eso a Ramón, lejos de repugnarle, la excitó aún más. Aquel hombre era su dueño, y tenía que hacer todo lo que él le pidiera. Sin dejar de pasar su lengua por aquel cerrado agujerito, llevó una de sus manos a su coño, frotándoselo con fuerza.

Ramón la sintió gemir. Se dio la vuelta y la vio tocarse el coño, con ganas. Su respiración agitada, los ojos cerrados. Aquella mujer estaba a punto de correrse. Le puso la polla en los labios y elle abrió la boca, tragándosela hasta la mitad.

Ana se corrió en el acto, cerrando fuertemente los ojos y gimiendo. Si no hubiese tenido la polla en la boca hubiese gritado. Ramón la miraba gozar. Aquella preciosa mujer, con aquel lindo vestido, arrodillada delante de él, con su polla en la boca, y corriéndose de placer.

Después de su fuerte orgasmo, el cuerpo de Ana quedó sin fuerza y se sentó en el suelo. Los ojos, cerrados. La respiración agitada. Ramón la contempló unos segundos. Luego le dio la mano y la ayudó a levantarse.

-Ahora, preciosa, vas a saber lo que es que te follen como te mereces.

Le llevó a su cuarto y la puso frente al espejo. El se puso detrás.

-¿Qué ves?

-A..mi

-Yo veo a una preciosa mujer, que ha desperdiciado parte de su vida con tontos prejuicios. Pero yo voy a sacar la zorra que llevas dentro.

Le abrió la cremallera y el vestido cayó al suelo. Ramón la miró en el espejo.

-Este cuerpo volverá locos a los hombres, Ana. Este cuerpo que dios te ha dado te proporcionará placeres que nunca hubieses soñado.

-¿Dios?

-¿Acaso no te enseñaron que Dios es amor? ¿Que él es la belleza? Créeme, este cuerpo no es para el pecado. Es para el placer.

Ramón llevó sus manos a sus preciosas tetas y las acarició, besando su cuello y apretando su polla contra su culito. Ana cerró los ojos y se dejó acariciar

¿Sería cierto? Si su cuerpo era obra de dios no podía ser pecado el gozar de él. Sería honrar su obra.

-Ahora vas a sentir lo que tú me hiciste sentir a mí.

Diciendo esto, Ramón se arrodilló detrás de Ana y como le hiciera ella, empezó a lamerle el culito. Cuando ella sintió su lengua lamer su ano, se estremeció. Aquella caricia era...muy placentera. Sentía la suavidad de la lengua, la caliente respiración de Ramón. Se miraba en el espejo con los ojos entornados por el placer.

La llevó a la cama y la hizo acostar. Volvió a admirar su belleza.

-Ahora, muéstrame tu tesoro.

Lentamente, Ana abrió sus piernas. Miraba a Ramón a los ojos. Lo que más le excitó fue cómo la miraba él. Era una mirada de deseo.

-Ummm tienes un coño preciso, Ana. Ábretelo para mí.

Llevó sus dedos a sus labios y los abrió, mostrando su parte más íntima como nunca la había visto nadie.

-Pásate los dedos. Que se mojen con tus caldos.

Ella lo obedecía. En sus dedos sintió su humedad. Se impregnaron de si misma. Cada vez estaba más excitada.

-Y ahora, chúpate los dedos.

No hubo protestas. Simplemente llevó sus dedos a su boca y los chupó. Los lamió. Se estaba probando a si misma. Su peculiar sabor, saladito, le gustó.

-¿Está rico, verdad? Ahora me toca a mí.

Con el corazón latiéndole con fuerza, Ana vio como Ramón se acercaba lentamente, mirándola fijamente a los ojos, a su sexo...No!, a su coño. Se acercaba a su coño. Primero besó sus rodillas, por la cara interna. Sus labios carnosos y calientes besaban su piel, transmitiéndole fuertes sensaciones. Se acercaba. Cada vez estaba más cerca. Ya iba por medio muslo. Ella tenía las piernas totalmente abiertas, ofrecida. Era suya.

Más cerca. Cada vez más cerca. Todo su cuerpo temblaba de excitación. Por fin, llegó a sus ingles. Ramón las notó húmedas, calientes. Aquella mujer estaba muy, muy excitada. Besó justo en la unión del muslo y el cuerpo.

-Agggggggggggg - gimió Ana.

Ramón sabía que estaba a punto de estallar. Notaba su cuerpo en tensión. Su coñito rezumaba. Los labios estaban hinchados, abiertos. Besó otra vez la misma zona de la otra pierna. Ana volvió a gemir. Aquellos besos la estaban volviendo loca. Le proporcionaban un inmenso placer, pero no el suficiente para hacerla estallar. Y lo necesitaba. Y él lo sabía.

-Agggggg no puedo más...no me hagas sufrir así....Házmelo...por...favor...

Ramón le pasó la lengua por toda la rajita, desde la entrada de la vagina hasta terminar golpeando el clítoris una y otra vez. Ana no pudo más. La tensión acumulada estalló de golpe, en forma de un fortísimo orgasmo que la dejó sin aliento, con los músculos en tensión. Ramón se bebió los abundantes jugos que ella le echaba en la boca, en la cara. Escuchaba los apagados gemidos de Ana mientras se corría en su boca.

Cuando el orgasmo terminó y el cuerpo de Ana se relajó, Ramón empezó a comerle el coño en serio. Se ayudó de los dedos, que primero introdujo en la vagina mientras martirizaba el clítoris con su lengua. Ana empezó a gemir más fuerte, a rotar sus caderas, a frotarse contra la cara que la estaba llenando de placer. Había estado muchos años perdiendose los placeres de la vida. Años perdidos. Años que pensaba recuperar.

Ramón llevó dos dedos llenos de flujo de su coño hasta su culito y lo penetró, metiéndolos hasta el fondo, de golpe. Un nuevo orgasmo estalló en el cuerpo de Ana.

-Aggggggggg Aggggggggggg

-Sólo son mis deditos. Ya verás cuando te meta la polla.

En medio de su orgasmo, Ana se estremeció. Aquel endiablado hombre se había corrido en su cara. Le había hecho chuparle la polla y el culo, y ahora le decía que se la iba a follar por el culo. Con aquella enorme polla. Pero estaba en sus manos. Era su..su esclava.

Ramón dejo su entrepierna y se puso a su lado. Ella lo miraba, desfallecida. Tenía los alrededores de la boca brillantes, mojados. Él se pegó a ella. Contra su muslo sintió la pesada presencia de su polla.

-Preciosa, por fin ha llegado la hora. Te voy a follar.

Los ojos de Ana brillaron. Su coño iba a tener dentro la segunda polla de su vida. Y no era una polla cualquiera. Era una enorme polla. Por primera vez en su vida lo deseaba. A pesar de la insistencia de su marido, nunca gozó del sexo con él. Había sido muy injusta.

Ramón se arrodilló entre las piernas de Ana. Quería ver su cara cuando le metiera la polla. Con una mano se la cogió y empezó a pasarla arriba y abajo, sobre la rajita del coño de Ana, que lo miraba, expectante. Él la miraba, sonriendo, y seguía moviendo la polla. Pasaron los segundos...Ana se empezó a desesperar. ¿Por qué no la follaba? No pudo más. Le gritó:

-Por el amor de Dios! FOLLAME YAAAAAAAAAAAAA!

-Jajajaja! Así me gusta. Una buena putita tiene que pedir que se la follen.

Se le empezó a meter. Su gruesa polla iba separando las paredes vaginales. Ana cerró los ojos y se mordió el labio inferior. La estaba llenando. Su coño se estaba llenando de polla como jamás lo había estado. Ramón, con satisfacción, comprobó que el coño de Ana era de los profundos, ya que casi toda su polla entró hasta hacer tope con el fondo de la vagina. Se quedó quieto, totalmente dentro. El coño de Ana palpitaba. Lo sentía alrededor de su polla.

-Ahhhhhh me...siento...llena...me...voy...a.....

Correr. No pudo decir la palabra porque fue atravesada completamente por llamaradas de placer. Por primera vez en su vida se corría gracias a una gloriosa polla enterrada en su coño. Cuando abrió los ojos, y sonrió, Ramón vio una expresión de total satisfacción. Se echó hacia adelante, sin abandonar el cálido nido, apoyándose en sus brazos. Ana llevó sus manos a las caderas de él y le pidió:

-Fóllame

Ramón se empezó a mover. Su poderosa polla se frotaba contras las paredes de la vagina, tan poco acostumbradas a tener dentro algo duro, y menos de ese calibre. Ana arqueó su espalda, haciendo que sus tetas se acercaran a la cara de Ramón, que no dudó en besarlas, en chuparlas, en atrapar uno de los pezones y morderlo, con cuidado pero con fuerza. El pequeño dolor se convirtió en placer.

-Agggggggggg ¿Es así como te follas a una puta?

-No, me la follo así - le dijo empezando a follársela salvajemente, penetrándola a fondo, con saña.

Las tetas de Ana brincaban, arriba y abajo, al ritmo de la follada. Aquel estrechito coño, mojado y apretado, llenaba de placer a Ramón. Era maravilloso poder follarse a una mujer como aquella, dispuesta a todo por él.

Le sacó la polla de golpe. Ana se sintió vacía. Le faltaba algo.

-No, nooooo fóllame..no dejes de follarmeeeeeeee

-Espera zorrita. Date la vuelta. Ponte a cuatro patas, como la perrita que eres.

Le iba a destrozar el culito. Lo sabía. Pero era su dueño. Sus deseos eran órdenes para ella. Así que obedeció. Se dio la vuelta y se puso como la perrita que era, con el culo en pompa, ofrecido.

Pero Ramón, a pesar de gustarle tratarla como a una zorra, no era una bestia. Aquella mujer no podría soportar que su polla en el culo. Al menos, aún no. Tendría que prepararla. Su idea era otra. Apuntó su polla y se la clavó otra vez en el coño, arrancando más gemidos de placer de la garganta de Ana. Y entonces, con la mano abierta, dio una palmada en una de las preciosas y carnosas nalgas. De la respuesta de Ana dependía que hubiera más o no. La respuesta de ella fue la que él esperaba.

-Siiiiiiiii soy una sucia perra, una golfa que se ha portado mal. Castígame como me merezco!!

Mientras metía y sacaba la polla de su coño, la daba sonoras nalgadas, palmadas. Le decía que era una zorra, una guarra y que se merecía que la tratara como a tal. Ana gozaba al ser tratada así. No era sólo el placer físico de la polla follándola. Era el placer psíquico de sentirse usada, sin voluntad, sometida al poderoso macho que la follaba.

Con la mano izquierda la palmeaba, dejando la piel sonrosada, caliente. El pulgar de la derecha se lo clavó en el culito, follándoselo a la vez que el coño, con la misma intensidad.

El orgasmo que se estaba formando en el cuerpo de Ana iba a ser el definitivo. La iba a destrozar. Llegó como desde lejos, como un tren de mercancías que se acercaba a toda velocidad. Gritó. Fue un grito fuerte, que le salía del alma. Sus manos se cerraron sobre las sábanas, apresándolas con fuerza. La corrida fue larga, muy larga, como en oleadas. No podía respirar. Su coño apretaba con fuerza la polla, como queriendo devorarla. Su ano se contraía alrededor del invasor dedo. Ramón ya no pudo aguantar más. Su poderosa polla empezó a llenar con fuerza el coño de Ana, que al sentir aquellos chorros hirvientes dentro, volvió a correrse sin que su primer orgasmo hubiese terminado. Fueron varios y largos chorros enviados a lo más profundo de la mujer.

Cuando el orgasmo terminó, el cuerpo de Ana no le respondía. Casi se quedó sin conocimiento y cayó desmadejada sobre la cama. Ramón nunca había visto a una mujer correrse así. Su polla, llena de los jugos de Ana, quedó dando saltitos de excitación.

Ella no podía más. No tenía fuerzas. La acarició con dulzura y esperó a que se recuperara, a que su respiración poco a poco volviera a la normalidad.

Ana abrió los ojos. Estaba como sin fuerzas, pero miró a Ramón, a aquel hombre que casi la había matado de placer. Él la miraba. Y su polla, su maravillosa polla, que empezaba a empequeñecer.

-Me parece que vas a ser una buena zorrita.

-Me tengo que ir. Se hace tarde.

-Vale guapa.

-¿Vendrá...Diana?

-No lo sé.

-¿Cómo es? Ya sabes...

-Es una autentica putita, de eso te lo puedo asegurar. No te creerías hasta que punto. ¿Sabes a que vino ayer?

-No.

-A que le diera por el culo. Quería mi pollita en su culito.

Ana no se lo podía creer. Su niña, a la que creía una buena niña, había ido a ver a Ramón para que le metiera su inmensa polla por el culito.

-¿Lo hiciste?

-Se la clavé hasta los huevos.

-¿Por qué no me lo has hecho a mi?

-Preciosa. Como le dije a tu hija, por muy duro que te trate, que te llame zorra, putita, lo que sea, jamás de haré daño. No era la primera vez que le daban por el culo a Diana, eso te lo puedo asegurar. Estaba preparada. Pero tú no. Aunque descuida. Ese precioso culito tuyo será mío.

Ana se levantó y se puso su ropa-saco.

-Llévate el vestido. Es para ti.

-No puedo. Me lo podrían ver Diana o mi marido.

-Guárdalo bien. Ah, y cambia de vestuario. Una mujer como tú no puede vestirse como su abuela.

-Vale

La despidió con un beso y luego se fue a dar una reparadora ducha. Estaba contento. Ya imaginaba a madre e hija, arrodilladas y compartiendo su polla. Pero eso ya llegaría. No precipitaría las cosas. Tampoco le contaría a Ana lo de Diana y su padre. Eso no era asunto suyo.

Cuando Ana llegó a su casa, también se duchó. Aunque le gustaba como olía, a hombre, a semen, no quería que los demás lo notaran. Antes escondió bien el vestido que le había regalado Ramón. Cuando se quitó las bragas, las encontró llenas de la leche de Ramón, que empezaba a escurrirle por los muslos. Se llevó los dedos, la recogió y se los llevó a la boca. Con los ojos cerrados, disfrutó de la mezcla de sabores. Después, preparó la comida.

No se podía quitar de la cabeza todo lo que había pasado esa mañana. Las cosas que había hecho. Si le hubiesen dicho que iba a lamerle el culo a un hombre, habría pensado que quien lo decía estaba loco. Y no sólo lo había hecho, sino que le había gustado.

Durante la comida, intentó comportarse como siempre.

-Mami...esta tarde he quedado con unas amigas para ir a dar una vuelta al centro. ¿Puedo ir?

-Claro mi vida.

-Volveré temprano.

-Bueno, ya eres una mujer mayorcita. Puedes venir un poco más tarde. Seguro que tus amigas pueden estar más tiempo, no?

Diana miró a su padre. Él también estaba perplejo. ¿Era ese su madre?

-Sí...ellas pueden llegar más tarde.

-Bueno, pues no se hable más. ¿Estás de acuerdo, Valentín?

-Claro. Claro. Ya es mayorcita.

-Gracias mami.

Tan contenta estaba Diana que se levantó y le dio un beso a su madre. Después se sintió un poco mal. Por mentirle. No iba con ninguna amiga. Iba de caza.

Guardó en una bolsa el vestido rojo que su padre le regaló, y los zapatos rojos. Se vistió 'normal' y se despidió de sus padres. Ana sabía que no se iba con sus amigas. Valentín sospechaba lo mismo. Ya le daría su merecido a esa putita suya.

Diana sabía lo que quería. Deseaba un hombre rudo, desconocido, que la tratase como se merecía. Se metió en una cafetería y se fue al baño, en donde se cambió de ropa. Se puso el vestido y los zapatos. Parecía una auténtica zorrita en busca de polla. Le gustó. No se pintó la cara. No le hacía falta. Estaba irresistible así.

Cuando salió a la sala de la cafetería, sintió todas las miradas clavadas en ella. Contoneándose, salió y se marcho. Los hombres no podían dejar de mirarle el culo, que tan provocativamente meneaba a un lado y otro. Pero eso no era el tipo de local que buscaba. Ese era demasiado...limpio.

Se dedicó a pasear por la calle. La gente, sobre todos los hombres, se volteaban a mirarla. Parecía una diosa del sexo. Una bomba sexual a punto de explotar. Más de uno se llevó una colleja de sus novias por quedarse embobado mirándola.

Al fin encontró el garito que buscaba. En un bar oscuro, que se veía viejo y sucio. Entró.

Los pocos hombres que allí había sólo veían su figura recortada contra la luz de fuera. Esa figura bastó para que a más de uno se le pusiera la polla dura. Y a todos se les puso dura cuando aquella preciosidad entró en el local y se sentó en uno de los taburetes de la barra.

Había un tipo sentado al final. Alto, fuerte, con bigote y sin afeitar. Con una chaqueta vaquera, sin mangas, sucia. Parecía que era el gallo de aquel corral, pues fue el único que se levantó y se acercó a Diana.

-Hola preciosa.

-Hola - respondió Diana, sonriéndole.

Él la miró de arriba abajo, desnudándola con la mirada. Ella le miró la entrepierna, y se relamió los labios, mirándole a los ojos. Estaba claro que era lo que buscaba.

CONTINUARÁ.