La nieve sobre los cedros

En una negociación nada es lo que parece... todos quieren ganar. Incluso los que no tienen nada para negociar.

LA NIEVE SOBRE LOS CEDROS

Todos permanecían en el más absoluto de los silencios. Estaban en la suite más lujosa del hotel más lujoso de la ciudad. A un lado de la mesa, tres hombres de avanzada edad y aspecto oriental, pulcramente vestidos, junto a ellos otro hombre un poco mas joven y de aspecto occidental. Al otro lado de la mesa tres hombres de mediana edad e igual pulcramente vestidos, todos ellos occidentales. Por ultimo, una mujer de cerca de cuarenta años, rubia, vestida con un traje chaqueta color gris. Curiosamente, todos iban vestidos con colores apagados, solamente el hombre joven del lado de los orientales y la mujer tomaban notas. El resto permanecían en silencio.

-Creo que podemos dar por finalizada la negociación –dijo uno de los occidentales mientras la mujer traducía al Japonés –solamente queda por redactar el acuerdo y firmarlo. Esta misma tarde podremos revisarlo y si ambas partes lo consideramos correcto, entonces lo firmaremos.

El hombre esperó a que la mujer finalizase de traducir. Los tres japoneses asintieron con la cabeza. De improviso uno de los japoneses consultó algo en voz baja con uno de sus compañeros y luego le dijeron algo al traductor.

-El señor Shirakawa quiere hacer una última petición, algo sin importancia al margen del acuerdo.

Nadie dijo nada, los tres occidentales estaban acostumbrados al talante negociador de los japoneses: siempre había tiempo para una última petición. Para un último regalito. O al menos eso creían.

-El señor Shirakawa desea que les dejen a los tres solos con la muchacha, con la traductora. Solamente serán unos minutos.

Todos miraron a la muchacha que no dijo nada y después los tres occidentales se miraron entre si. ¿Por qué no? Lo discutieron en voz baja y después asintieron. Todos se marcharon quedándose la muchacha y los tres japoneses.

-Esperamos no haberla incomodado señorita con esta última petición.

-No señor Shirakawa, no hay problema.

-Queremos hacerla una propuesta. Sabemos que es usted la traductora de la compañía y cobra mucho dinero por ello. Sabemos de su fidelidad hacia su empresa y también de que nos sería imposible ofrecerle nada que le hiciese cambiar de opinión. Pero queremos que trabaje para nosotros.

-Eso es imposible porque….

-Sabemos que tiene un hijo de doce años. No se sorprenda, conoce nuestros métodos. La planificación es la garantía del éxito.

-Pero ustedes ya han llegado a un acuerdo. No entiendo que más desean.

  • No es una cuestión de cantidad sino de calidad. Nuestro traductor no nos satisface. La queremos a usted. Si no acepta entonces no firmaremos. ¿Consecuencias? Usted perderá su trabajo por haber hecho perder a su compañía un contrato de 60 millones de dólares y nosotros continuaremos nuestro camino.

-¿Serían capaces?

-Usted sabe que si. No le queda otra salida. Le damos de tiempo hasta la firma del contrato, una firma que por otro lado ahora depende única y exclusivamente de usted.

Ella sabia como trabajan los orientales, jugaban con el tiempo y la presión de manera magistral. Le estaban pidiendo que cambiase su vida en solo un día. Quizás solo fuese un farol. Aunque ella conocía la contramedida perfecta.

-Les ofrezco otro trato. Seré suya hasta el momento del contrato, podrán hacer conmigo lo que deseen. Pero ustedes firmarán y me dejarán volver a mi país con completa libertad. Además de eso me harán una transferencia del 0,01% del valor del contrato a fondo perdido.

Los tres orientales sonrieron al unísono.

-No juegue con nosotros señorita… negociar es nuestro trabajo. El 0,01% del valor son 60000 dólares. ¿Por qué deberíamos darle esa cantidad y dejarla escapar? Aclárenos el concepto "seré suya".

-Tienen todo un día para descubrirlo.

Los tres hombres comenzaron a discutir en voz baja entre si.

-Hagamos lo siguiente –continuó Shirakawa al cabo de un rato-, consiganos una rebaja del 0,01% del contrato y nosotros le haremos una transferencia por el mismo importe, después vendrá a nuestro hotel. Al fin y al cabo sus jefes estarán pagándola a usted.

-No tengo tanto poder.

-Nosotros creemos que si. Con nosotros lo ha conseguido.

-Déjenmelo intentar.

Al cabo de dos minutos la mujer estaba en la misma sala ahora solamente con los tres occidentales.

-Sus amigos japoneses han hecho una ultima jugada –comenzó la mujer- quieren una rebaja de un 0,02% del contrato.

Los tres hombres se miraron entre si asombrados. Estaban acostumbrados a jugada de ultima hora pero 120.000 dólares era algo exagerado.

  • Es inconcebible.

-¿Van a perder un contrato de 60 millones por el 0,02%? –preguntó la mujer.

-¿Por qué no nos lo han pedido a nosotros?

-Porque además quieren que me acueste con ellos.

Los tres hombres occidentales se quedaron callados.

-Eso es intolerable –dijo uno de ellos levantándose y dando una palmada en la mesa- les denunciaremos. No es ético, va mas allá de cualquier tipo de negociación.

-La filosofía oriental es diferente a la nuestra –continuó la mujer- el papel de la mujer es diferente. Ahora mismo soy una parte mas del contrato. Si les denuncian ellos negaran todo y ustedes perderán un contrato de 60 millones.

-De acuerdo, nuestra banda es suficientemente amplia, podemos dejar de ganar el 0,02%... ¿pero que nos dice de usted?

-Si consigo reducirlo solo a un 0,01% ¿ustedes me darían el otro 0,01% a cambio de cerrar el trato?

Los tres hombres se miraron entre si mientras la mujer sonería por dentro (aunque por fuera mostrase una expresión de preocupación). Acababa de ganar 120.000 dólares (60000 de cada una de las partes). Y solo tenia que acostarse con tres viejos orientales que seguramente la tendrían pequeña y apenas podría ni metérsela.

En otros tiempo había hecho muchísimo más por muchísimo menos.

Dos horas más tarde estaba en un hotel, completamente desnuda, delante de los tres orientales, también completamente desnudos. Había acertado en todo, el tamaño de sus penes era inversamente proporcional al tamaño de sus cuentas corrientes. Tres diminutos penes. La mujer miró por la ventana, estaba nevando, unos copos tenues y delicados que el viento arrastraba de un lado a otro. Delante del hotel, junto al aparcamiento habían tres cedros, cubiertos de nieve. Cuando volviese a su ciudad todo serían ruidos y prisas. Había ganado muchísimo dinero y perdido algo de dignidad. Pero una suma tan desproporcionada de dinero bien merecía que aquellos tres diminutos japoneses tuviesen su momento de buen sexo.

Los tres ejecutivos se corrieron en apenas unos minutos, casi al unísono, como movidos por una orden ejecutiva. Uno (el que parecía mas mayor) lo hizo sobre sus pechos, el segundo dentro de su vagina y el tercer en su boca. Después los tres hombres hicieron sendas reverencias y la acompañaron al baño donde la limpiaron escrupulosamente y luego se limpiaron a ellos mismos. Después volvieron a la cama y fue entonces cuando uno de ellos sacó un extraño artilugio de uno de los maletines.

-¿Qué es eso? –preguntó ella.

-Esto es "tu mu", un antiguo instrumento de placer. Tiene mas de 3000 años, queremos que lo pruebe.

-¿Cómo funciona?

Los tres hombres la tumbaron en la cama, uno de ellos saco una especie de aceite que desprendía un fuerte olor a rosas y con el le untó la vagina, con extremo cuidado mientras los otros dos hombres la besaban suavemente en el cuello, en la nuca, en los hombros. Era una sensación terriblemente agradable. Finalmente el hombre del aceite introdujo el aparato suavemente dentro de ella y oprimió algún resorte, el aparato se abrió levemente y después volvió a cerrarse. Era un efecto extraño aunque nada, mas bien todo lo contrario, era como un balón de goma dilatándose acompasadamente dentro de su vagina. Una y otra vez, hasta el infinito. Uno de los hombres metió su polla dentro de la boca, ella comenzó a chuparlesa delicadamente, sin prisas, dejándose llevar por el ritmo del aparato que le habían introducido. Después el segundo hombre comenzó a mordisquearle levemente los pezones mientras el tercer hombre posaba sus labios en su clítoris y comenzada a mordisqueárselo también suavemente. Era una sensación increíble, aquel olor, aquel ritmo, aquella paz. Alguien metió un dedo en su culo pero ella no se resistió. Se habría resistido en cualquier otra situación pero simplemente se dejó hacer. El dedo dentro de su culo presionaba las paredes en busca del aparato que se dilataba dentro de su vagina y eso la volvía loca. Nunca había sentido nada parecido. Aquellos tres hombres la estaban llevando a un estadio de placer que nunca había experimentado.

Al cabo de cinco minutos y mientras se corría por tercera vez consecutiva volvió a mirar por la ventana, había dejado de nevar pero los cedros estaban completamente blancos. Acababa de decidir que iba a quedarse a vivir en aquel país, a trabajar en aquella compañía

"Conseguir cien victorias en cien batallas no es el colmo de la habilidad, lo que es de gran importancia en una guerra es combatir la estrategia del enemigo (Sun Tzu – "El arte de la guerra")

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¿Te atreves…?

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