La nenita amaestrada de veintidós

Cristina conoce a una nueva vecina que oculta un pequeño gran secreto en forma de compañera de piso...

Desde su llegada a la comunidad Cristina y Altea habían congeniado bastante bien, finalmente las tardes en las que tomaban el sol juntas en la piscina se hicieron acostumbradas.

Ambas poseían una piel y un pelo bastante oscuro, la larga melena de Altea siempre iba recogida en dos coletas que la hacían parecer algo infantil, aunque siempre para ir a la piscina dejaba su morena melena suelta.

Fue en una de esas sesiones de piscina, pasadas varias semanas de la llegada de Cristina, cuando Altea le contó a su nueva amiga que poseía una peculiar compañera de piso. Sin añadir nada más citó a Cristina a la mañana siguiente para visitar su piso y así presentársela.

Cristina se puso una ropa bastante casual, la que acostumbraba a usar para salir a hacer la compra, compuesta por una camiseta y unos pantalones oscuros algo usados.

Al abrir la puerta pudo comprobar como su vecina Altea se había arreglado algo más, con una camisa blanca y unos pantalones vaqueros, llevaba también su pelo totalmente suelto.

Con una sonrisa ambas se dieron dos besos en las mejillas y con señas indicó a Cristina que la acompañara mientras iba hablando como si de una guía de un museo se tratara.

  • Desde que dejamos el instituto la fui amaestrando para que fuera algún día mi sirviente, hace tan solo dos semanas, coincidiendo con su vigésimo segundo cumpleaños lo conseguí finalmente.

Al entrar en el cuarto Cristina se quedó paralizada. Sobre la cama y a cuatro patas se encontraba una joven rubia de increíbles ojos marrones únicamente ataviada por unos pañales y un chupete que usaba con ganas.

  • ¿Ha tenido hambre mi nenita?

Altea se acercó hacia la cama mientras empezaba a desabrochar sus botones. Finalmente su camisa cayó al suelo dejando tan solo una especie de bikini.

Con algo más de esfuerzo se despojó de sus pantalones vaqueros, quedándose únicamente con una ropa interior con motivos florales de colores amarillos.

Tras acercarse a la mujer-bebé le acarició la espalda en toda su columna vertebral hasta el inicio del pañal y se volteó hacia su amiga.

  • Cristina, ponte cómoda.

  • ¿Cómo?

Altea bajó la vista hacia las suaves turgencias de su amiga que como si estuviera en otra parte se despojó de su camiseta, dejando al aire un sostén rosado.

La anfitriona volvió a acariciar la espina dorsal de su sirvienta, esta vez con una sonrisa de oreja a oreja en los labios, y, usando únicamente un dedo, extrajo de su boca el chupete y metiéndoselo ella misma en la suya dio tres largas chupadas antes de depositarlo sobre la mesilla de noche.

  • Veo que te has tomado hoy las fresas.

Colocando ambas manos sobre sus blanquecinos hombros la atrajo hacia sí y ambas se fundieron en un interminable beso.

  • Hoy por portarte bien probarás un nuevo sabor, mi nenita.

Con un leve movimiento de la mano indicó a Cristina que se acercara, la vecina tomó la mano que le cedían y se vio guiada a pocos centímetros del cuerpo de Altea.

  • Tú sólo déjala hacer.

Sin añadir nada más la empujó contra la cama y la obligó a recostarse sobre el mueble.

  • Mientras toma la merienda iré a por sus cosas de aseo, hoy toca limpieza a fondo.

Cristina intentó reincorporarse para seguir a su vecina pero las manos férreas de la mujer rubia se lo impidieron. Al volver la vista hacia ella, Cristina pudo comprobar como se relamía mientras la observaba con ojos vidriosos.

Sin darle tiempo a reaccionar tomó los dos elásticos del sujetador y de un rápido movimiento le bajó la prenda. Dos pechos redondeados y coronados por unos pezones oscuros aparecieron ante la vista de la rubia que tras un rápido estudio de la situación empezó a masajear exhalando una especie de balbuceo de gozo.

Empezó a reír a pleno pulmón mientras seguía masajeándolos y sin variar su sonrisa empezó a pellizcar los pezones oscuros de su nuevo alimento.

Cristina empezó a jadear muy bajo mientras los dedos de la domada joven se aflojaban y volvían a apretar.

La nena dejó de reír y miró fijamente ambos pezones de Cristina, dio un ultimo pellizco a cada uno y con aire ausente tomó uno de los pechos de la joven entre las manos y recorrió con la lengua el pezón totalmente erecto de arriba abajo varias veces provocando una nueva oleada de placer a la morena que se vio reflejada en unos jadeos más altos.

Finalmente la rubia se metió el pecho derecho en la boca y empezó a succionarlo como si se tratara de un seno materno. Dejó de succionar durante unos segundos para recorrer con su lengua el contorno del pezón para luego proseguir con la succión.

Dio una última lamida al pezón oscuro derecho antes de proseguir con el trabajo en el pecho izquierdo.

Mientras succionaba la leche inexistente, la rubia colocó su mano bajo donde había quedado el sujetador y fue bajando suavemente hasta el inicio de los vaqueros.

Cristina se limitó a acariciar la cabeza de la succionadora dejando hacer al instruido bebé, que, con movimientos lentos, desabrochó el botón de su pantalón negro y con otro más rápido bajaba totalmente la cremallera. Dejó de succionar y desapareció de la vista de la morena.

La vecina no hizo ningún movimiento y se quedó observando al techo borroso mientras sentía como su sexo quedaba totalmente al aire.

La rubia hundió su dedo en la raja de la joven y empezó a hurgar en el interior de la excitada morena.

Los gemidos de Cristina se confundían con los balbuceos infantiles de la otra joven hasta que finalmente la mujer bebé pudo tragar los jugos vaginales en todo su esplendor con total libertad.

Con sonidos guturales empezó a limpiar todo rastro en el sexo de la vecina, recogiéndolo con su lengua y labios y tragándolo con gran avidez.

Cristina se quedó un buen rato tendida después de que la domada terminara su trabajo, la puerta de la habitación volvió a oírse a la misma vez que la joven tendida se subía como podía los pantalones y se tapaba los pechos con los brazos.

Altea llevaba en sus manos una toalla, varios frascos y una pequeña papelera, tras colocarlos cuidadosamente a un lado de la cama se volvió por primera vez hacia ambas mujeres que aún seguían sobre la cama.

  • Veo que te ha gustado el nuevo sabor.

Ambas mujeres, domadora y domada, se fundieron en un pegajoso beso del cual, en esta ocasión, Altea se separó más rápido.

  • Sí, tiene un buen sabor.

La anfitriona observó levemente a Cristina con una sonrisa bañada en algo más que saliva. Con el dorso de la mano se limpió todo rastro de la boca y mientras su vecina se terminaba de colocar el sujetador fue ordenando las cosas que había traído.

Además de la toalla y la papelera había traído una pequeña caja celeste que contenía toallitas húmedas y una pequeña maquina alargada con un extraño botón verde azulado.

De una simple palmada la mujer bebé se tendió a lo ancho de la cama.

Altea tomó asiento en un banquito incorporado a la cama quedando así frente a las piernas de su nenita.

  • Cristi, ¿quieres ayudarme?

  • ¿Qué tengo que hacer?

  • Es fácil, mi nenita se pone nerviosa cuando llega la hora del aseo, intenta que no mueva mucho las piernas.

Cristina rápidamente colocó ambas manos sobre los muslos de la bebé que empezó a balbucear con tono de pesadumbre ante las ataduras inesperadas.

La anfitriona alargó sus manos con gran cuidado hacia las tiras adhesivas del pañal y con movimientos bastantes confiados terminó por abrir la prenda desechable. Colocando sus manos en los tobillos elevó ambas piernas que siguieron férreamente cogidas por los muslos.

Con un rápido tirón terminó de quitar el pañal desechable dejando por primera vez a la vista de Cristina las partes más íntimas de aquella crecida nenita.

Una pequeña y corta mata de pelo rubio cubría algunas partes de sus genitales que apenas estaban húmedos. La nenita emitió otro nuevo balbuceo, este más corto y parecido al que podría haber hecho al ser sorprendida haciendo algo malo.

  • Como supuse, le ha crecido un poco de vello, mi nenita se está haciendo grande.

Con el dedo índice y el corazón acarició levemente el vello de su nena. Con gesto ausente pero sin perder de vista la rajita de su sirviente tomó la maquina alargada y tras darle al botón verde empezó a emitir un leve zumbido.

Bajo la atenta mirada de Cristina, Altea acercó la maquina a los genitales del bebé y el vello empezó a caer sobre la colcha de la cama, de varias pasadas todo el vello de la joven terminó en la colcha y tras otros segundos de gesto ausente volvió a pulsar el botón y el zumbido de la afeitadora desapareció, con varios manotazos arrastró los pelos hacia la papelera antes de volverla a dejar en su sitio.

  • Creo que ha quedado bien, pero por si acaso...

Agachándose en dirección a los genitales de la joven, Altea sacó su lengua y fue pasándola una y otra vez por todo el pubis de la afeitada hasta que todo su bajo vientre tomó un aspecto brillante a causa de la saliva.

Antes de terminar su labor de reconocimiento la lengua de Altea se desplazó varias veces por el coñito de la bebé lo que produjo sonoros gemidos por parte de la rubia.

Con una sonrisa de puro placer, Altea se volvió a alejar de su amaestrada compañera de piso y, esta vez sí, desviando momentáneamente la vista colocó la maquinilla a un lado y tomó las toallitas limpiadoras.

  • Habrá que limpiar toda esta saliva.

Con gran teatralidad se rascó su mentón con gesto pensativo.

  • ¡Ya sé!, podrías hacerlo tú, Cristi.

  • ¿No es muy difícil?

  • No te preocupes, yo te iré guiando.

Ambas mujeres se cambiaron el puesto y mientras Altea tomaba fuertemente por los muslos a su bebita, Cristina cogió la cajita de toallas húmedas.

  • Bien, coge una de las toallitas y empieza a limpiar por el exterior.

La vecina tomó con dos dedos una de las toallitas y la colocó suavemente bajo el ombligo de la bebé y empezó a limpiar toda esa zona con movimientos torpes.

  • Limpia únicamente lo que he manchado y con mucho más ánimo.

Al observarla desde su posición, Cristina pudo comprobar como Altea tenía totalmente pegada su cara al muslo izquierdo de la otra joven y que sonreía divertida.

La limpiadora arrastró la toallita más abajo, justo al principio de la rajita de la amaestrada y empezó a limpiar con más fuerza toda la saliva de su amiga, la voz de Altea sonó nuevamente, esta vez más suave y melosa.

  • Mucho mejor.

Tiró la toallita a la papelera y cogió otra nueva, esta vez empezó por el ano y fue subiendo por los genitales, la mano férrea de Altea se cerró en torno a la muñeca de su amiga.

  • No, así no, de abajo arriba, no queremos que mi nena coja una infección.

Cristina sonrió y volvió a realizar su labor, esta vez correctamente, la bebita empezó nuevamente a gemir levemente lo que hizo que su principal cuidadora empezará a besar dulcemente las piernas de su hija adoptiva.

Sin que nadie lo dijera Cristina empezó a introducir cada vez más las toallitas, limpiando también las entrañas del crecido bebé por dos sitios y provocando un placer insospechado.

Los movimientos con las toallitas empezaron a aumentar de velocidad a la misma vez que lo hacían los gemidos.

Un último grito inundó la habitación y al retirar la mano, Cristina comprobó que parte de ella estaba mojada de jugos vaginales.

Tras pasar una última toallita por toda la zona genital y lanzarla a la papelera tomó un nuevo pañal con ayuda de Altea y lo deslizaron por debajo de la criatura.

El bebé empezó a respirar entrecortadamente tras el momento de placer que tras liberarla del agarre bajó las piernas dejando entre ambas el cuerpo de Cristina. Altea, tras cerrar correctamente el pañal, alargó su mano hacia la de su vecina pero rápidamente fue retirada.

  • Yo también tengo hambre.

Sin añadir nada más Cristina se llevó su manchada mano a la boca y empezó a chuparla mientras con la otra iba recogiendo las partes que habían quedado sobre la piel del bebé.

Altea se levantó de la cama y tras despojarse de su sostén se apoyó en el marco de la puerta.

  • Si tienes hambre yo puedo prepararte algo en mi propia habitación.

Cristina se levantó tras lamer su otra mano de entre las piernas de la otra mujer y se fundió en un largo beso con Altea en el que ambas lenguas intercambiaron todo tipo de sabores.

  • Espera aquí mientras mamá y nuestra nueva amiga hablan, mi nenita.

Guiñando un ojo hacia su amaestrada compañera de piso cerró con llave la puerta y se dirigió junto a Cristina hacia el dormitorio principal mientras su vecina se iba despojando de su pantalón dejando al aire unos calzones a cuadros azules y blancos.