La NENA CULONA se EXHIBE para los ABUELOS

Ni siquiera al cumplir mi mayoría de edad hubiera podido adivinar que, a mis cincuenta y siete años, seguiría volviéndome loco por chicas tan jóvenes; aquellas que tanto pánico me provocaban en mi pubertad; esas con las que nunca me atreví. Este es mi vergonzoso secreto; mi asunto pendiente

-lunes 6 abril-

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MANUEL:  ¿Se sabe algo más?

RON:         El ministro de interior habla mucho, pero no dice nada.

MANUEL:  !Políticos! Siempre están igual.

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Manuel no parece ser la clase de individuo capaz de soportar una cuarentena. Por suerte, las autoridades le permitirán regresar a su casa en cuanto él y su familia se hayan sometido a un exhaustivo control sanitario.

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MANUEL:  No entiendo porque tardan tanto. Ya se nos ha hecho de noche.

RON:         Compréndalo, Manuel. Los servicios médicos estarán colapsados.

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Ese tipo tan impaciente mira a Ramón con el ceño fruncido. Quisiera poder rebatir aquella petición, pero no encuentra argumentos válidos más allá de su iracunda impaciencia. Sin dejar de andar por el salón, como si de un león enjaulado se tratara, cruza los brazos y resopla con un visible nerviosismo.

Se trata de un hombre cincuentón que estaba aprovechando las festividades de Semana Santa para visitar, junto a los suyos, la localidad costera de Buenaventura; un pueblo turístico situado a medio camino entre San Patricio y Fuerte Castillo.

Al igual que Ramón, en la noche del domingo se hospedaron en el hotel "La Pascua"; sitio en el que se ha detectado un brote del CoronaVirus. Las estrictas medidas impuestas por el gobierno central, a raíz de tan alarmante pandemia, han obligado a confinar a los clientes de dicho asentamiento en distintas casas cercanas.

Todavía sentado en el sofá, Ramón apaga el televisor e intenta mirar el lado bueno de aquellas peculiares circunstancias.

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RON:         No se quejará. Nos ha tocado una casa de lujo.

MANUEL:  Lleva razón. Me extraña que los propietarios se hayan prestado a cederla.

RON:         Diría que, en situaciones de fuerza mayor, están obligados por ley.

MANUEL:  Viendo las fotos que he hay repartidas por la casa, diría que son alemanes.

RON:         Los germanos son una gran potencia mundial, pero, en cuanto se jubilan, lo único que quieren es viajar a tierras más cálidas.

MANUEL:  Sí, aunque eso signifique tener que codearse con gente del tercer mundo.

RON:         ¿Así nos ven? ¿Usted cree?

MANUEL:  Claro que sí. Para ellos, Europa termina en los pirineos.

RON:         Creo que exagera. Puede que fuera así en tiempos pasados, pero, ahora…

MANUEL:  No lo sé. Sea como sea, pienso bañarme en su piscina, mañana.

RON:         Esperemos que los de sanidad nos visiten. Han dicho que, al mediodía…

MANUEL:  No me fio de ellos. También decían que iban a venir hoy mismo y… … mire.

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Ramón no está tan disgustado como su improvisado camarada. Le ha echado el ojo a su hija y le apetece conocerla mejor.

Noemí es una chica muy joven, guapa que llena sus pantalones con un tremendo culazo de lo más redondo. Su carácter resulta un poco extraño; es como si le faltara un ápice de cordura.

Rosalía, la madre, goza de un notable sobrepeso en sus carnes. Como su hija, es bajita, y peina un pelo de claras ondas castañas. Esa mujer tampoco aparenta tener muchas luces. Se muestra muy sumisa al vehemente carácter de Manuel y jamás le contradice.

El pequeño, Benjamín es un poco reservado y suele jugar a solas con los juguetes que ha traído en su mochila de Pokémon. Tiene el pelo más rubio que el resto de la familia, pero también es cierto que su hermana lo tenía como él cuando tenía su edad, hace justamente una década.

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-Perdone, ¿usted habla francés?-   pregunta Rosalía entrando en escena.

-Un poco-   responde Ramón   -¿Qué pasa? ¿Qué sucede?-   levantándose del sofá.

-El anciano intenta decirme algo, pero no…-   dice ella mientras señala hacia el pasillo.

-Voy a ver. No se preocupe. Quédese con su marido-

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Ramón se afana en acceder a una de las habitaciones de la planta baja. En ella encuentra a Bastian, el sexto integrante de esa peculiar reclusión de lujo.

Por lo que parece, la familia del abuelo lo dejó aparcado en el hotel para poder disfrutar mejor de su estancia en el parque de atracciones más mítico de la costa mediterránea.

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-Comment puis-je vous aider?-   pregunta Ramón al tiempo que se asoma por la puerta.

-Pourriez-vous me donner votre téléphone pour passer un appel?-

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-martes 7 abril-

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El sonido de una ambulancia despierta a Ramón, rescatándolo de un profundo letargo cuyas absurdas ensoñaciones se escurren de su memoria como el agua lo hace entre los dedos.

“Otra emergencia sanitaria. Si se trata de un viejo, puede que muera. Casi todas las bajas son de gente mayor o de enfermos con dolencias previas”

La cena de ayer consistió en unos táperes que la administración que gestiona la crisis les hizo llegar a última hora. Siguiendo los consejos de quienes más conocen el virus, el señor Bastian comió solo en la habitación, por ser excepcionalmente vulnerable, mientras que el resto del reparto de aquel confinamiento lo hizo en el salón, respetando, en la medida de lo posible, la distancia física de seguridad entre cada uno de los comensales.

Manuel se dedicó a despotricar contra todo y contra todos sin dejar un títere con cabeza. Rosalía no hablaba mucho, pero las pocas frases que pronunció estaban destinadas a reforzar los discursos políticamente incorrectos de su esposo. Benjamín apenas abrió la boca durante el dilatado lapso de tiempo que precedió la hora de ir a dormir.

Su hermana tuvo un comportamiento muy distinto, pues, durante un buen rato, tomó las riendas de la conversación para convertirse en la protagonista absoluta. Ante la atónita mirada de Ramón, se dedicó a explicar el modo y las circunstancias en las que perdió la virginidad en un campamento, el verano pasado. Habló de medidas anticonceptivas, de ciclos menstruales, de lo gordo que se le ha puesto el culo a raíz de su adolescencia, del dolor que siente en las tetas cuando tiene la regla…

“Su padre terminó haciéndola callar, pero tardó una eternidad”

Ramón no es un hombre que se violente fácilmente, pero, aun así, le chocó la desinhibición del relato de aquella niña teniendo en cuenta que se encontraba en presencia de sus propios padres, y ante un perfecto desconocido.

“Hubiera jurado que Manuel era más conservador. Uno de esos tipos para quien el sexo de su hija es un auténtico tabú”

Mientras toma una buena ducha en uno de los lavabos de la casa, Ramón sigue pensando en aquella nalgona tan extrovertida.   No tarda en notarse empalmado cuando aún no se ha ocupado de enjabonarse el nabo.

“¿Qué te pasa, pequeño? ¿No tuviste suficiente con lo que ocurrió el domingo?”

Unas juguetonas voces ajenas interrumpen esa peculiar charla retórica llamando la atención del único orador. Ramón ni siquiera tiene que salir de la ducha para ver a unos ociosos protagonistas que, muy cerca de él, se dedican a gozar de las instalaciones. Le ha bastado con abrir una ventanilla de cristal translúcido que resulta accesible desde su húmedo emplazamiento.

“Don Manuel no iba de farol. Ahí lo tienes: disfrutando de la piscina de los alemanes con toda la familia”

Los ojos de Ramón se posan, rápidamente, sobre el cuerpo de Noemí en cuanto la chica trepa por las escaleras metálicas para salir de aquellas aguas de reflejos turquesa.

“!Dios bendito! Su hija tampoco iba de farol. Menudo culazo tiene la niña.!Pero que nalgas tan enormes!”

A diferencia de lo que ocurre en el cuerpo de Rosalía, las redondeces de Noemí se mantienen tersas y consistentes. Su pequeño bikini blanco no logra contener tan generosas carnes, pues ese opulento trasero adolescente requeriría de una talla especial para poder cobijarse enteramente.

Benjamín participa de aquel bullicio acuático salpicando a su padre insistentemente. Así mismo, su madre le lanza una pelota hinchable, al pequeño, con todas sus fuerzas.

Noemí ha desenrollado una manguera y ha accionado el grifo correspondiente para disponer de presión. Ahora se recrea, ociosamente, rociando a los distintos componentes de su familia. Sin dejar de reír y de remojar a sus allegados, saluda al viejo que, sentado en una silla de ruedas, acaba de personarse en la terraza.

La mandíbula de Ramón queda colgandera al tiempo que un rítmico traqueteo zarandea su cabeza levemente. Lo que ha empezado como un proceso jabonoso destinado a la higiene intima de su falo ha acabado convirtiéndose en un inequívoco pajote sonoro de tempo creciente.

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“Flap – flap – flap – flap...”

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“!Maldita sea! !Cómo me has puesto, nena! Estoy que me salgo”

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“Flap – flap – flap – flap...”

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No son solo las tremebundas curvas de la niña las que han llevado a Ramón hasta el punto de ebullición, pues aquella calentura incandescente atañe a todo su contexto: el rol de mirón furtivo, el talante familiar de aquella inocente escena que solo resulta lasciva ante sus depravados ojos, su propia desnudez chorreante en una casa ajena…

“No creo que Bastian pueda ser inmune a este espectáculo. Sé que tendrá noventa años, pero... ¿Qué hay de Manuel? ¿Es que soy el único pervertido de la casa?”

Ramón se deleita con cada uno de los movimientos de esa nena traviesa. Se empapa de su risa, de sus gritos, de sus correteos, de sus chapuzones, de los destellos solares que se reflejan en su suave piel mojada, de unos rebotes mamarios sujetados por un bikini blanco de permisivas transparencias…

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“Flap – flap – flap – flap...”

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Unos escasos seis metros separan a ese vicioso espectador de su idolatrada musa. Ramón ha asumido que la discreción de su fisgoneo está asegurada, pero, para su sorpresa, y como resultas de un gesto inesperado, Noemí le clava la mirada repentinamente.

“!NoO0h! Me ha visto”

Su primer impulso es el de cerrar la ventana, pero pronto se da cuenta de que es demasiado tarde para eso. Su amago lo inculpa, no obstante, termina por restaurar su ángulo de visión ante los curiosos ojos de una chica que, aún sin saludarle, no destila indignación con su enigmática mirada.

“No se lo digas a tu padre, preciosa, No le digas que estoy espiándote”

Si Ramón hubiera salido y se hubiera sentado al lado del viejo Bastian haciendo gala de su inherente naturalidad, no podría ser objeto de ningún reproche, pero el hecho de intentar cerrar la ventana en el preciso momento en que Noemí ha descubierto sus lascivas miradas, para seguir observándola, luego, a través de la ranura entreabierta que le ofrece ese granítico cristal, acaba de señalarle como el voyeur degenerado que es.

Todavía con la polla en la mano, Ramón se percata de que, lejos de cohibirse, Noemí sigue jugando con su hermanito y con su madre con desinhibida naturalidad. No es la clase de hombre que deja una paja a medias, así que pronto retoma sus licenciosas manualidades jabonosas.

“Siii. Un poco más de gel. Me va a quedar como los chorros del oro”

Unos breves instantes le bastan, al trabuco del confinado, para recuperar su máxima expresión. Sintiendo el riego perenne de ese cabezal de grandes dimensiones que sigue mojándole de la cabeza a los pies, Ramón vuelve a supervisar los joviales movimientos de aquella jovencísima culona.

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“Flap – flap – flap – flap...”

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Noemí no para de jugar con la pelota, de desternillarse de risa, de dar saltitos por el borde de la piscina y sobre el césped. Se mofa de su hermano y de su madre, e insiste en entrar y salir del agua constantemente. Pese a la naturalidad de su recreo, sigue mirando a Ramón, con disimulo, a la vez que promueve los intentos de la parte inferior de su bikini por tornarse tanga.

“!La Virgen!!Me está enseñando el culo!!A esa cría le gusta que la mire!"

Ramón no tarda en advertir que no es el único destinatario del rabillo del ojo de esa niña tan cachonda, pues el gabacho viejuno de la silla de ruedas también se está poniendo las botas, consentidamente, gracias a aquella infantil coreografía.

Bastian usa la mano para peinar su arrugado rostro con fuerza, de arriba abajo, en un gesto que denota su febril consternación.

Completamente ajeno a esa lujuria intergeneracional, Manuel flota bocarriba haciéndose el muerto respaldado por su flotador.

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“Flap – flap – flap – flap...”

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El morbo pernicioso de aquella peculiar escena familiar provoca un súbito arreón en la libido de Ramón que lo impulsa hacia la meta orgásmica que tan ansiosamente persigue.

Una última mirada femenina, de sugerente pestañeo y labio mordido, es todo lo que ese turista fisgón necesita para estallar en una caudalosa corrida que salpica, violentamente, los azulejos grises de aquel estiloso lavabo con toques de piedra natural.

Con la vista nublada por su propio desahogo, Ramón escucha una lejana pregunta de boca de doña Rosalía, quien, al igual que su hijo, todavía permanece en el interior de la piscina, cosa que mengua su perspectiva sobremanera.

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ROSALÍA:   Nöe, ¿qué haces?

NOEMÍ:     Nada. Me había parecido ver a don Ramón.

MANUEL:  Es extraño que no venga. Le dará miedo el contagio del virus.

NOEMÍ:     Pues que mantenga las distancias como lo hace el señor Bastian.

MANUEL:  El señor Bastian… … creo que te mira demasiado, Nöe. Me da a mí que es un viejo verde.

NOEMÍ:     !Anda! ¿Qué dices, papá? No ves que está muy mayor.

ROSALÍA:   Por favor… … Un poco de respeto, Manu… … Puede que entienda un poco de…

MANUEL:  Pues si lo entiende, mejor. Deje de babear por mi hija, VieJo veRdEee.

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El señor Bastian, aún a una distancia prudencial, no entiende nada de lo que dicen sus camaradas accidentales. No obstante, ha captado la hostilidad en el tono de Manuel y opta por girar una sola de las ruedas de su silla para encararse hacia una dirección más despoblada.

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Ramón ha regresado a su habitación justo a tiempo para atender la llamada telefónica de los sanitarios. Parece que el control médico que presumiblemente les rescatará de ese confinamiento se podrá realizar antes de la hora de comer.

Mientras se viste, reflexiona sobre lo que acaba de ocurrir en el lavabo principal de la familia Müller: ha tenido la sensación de que toda su energía vital se escurría por el desagüe justo después de abandonar su cuerpo a lomos de aquella tremenda eyaculación. Casi se desvanece a causa de un insostenible temblor de piernas, pero ya se ha repuesto de los efectos de su derrame albino.

Si bien ha recuperado su forma física, no logra recomponerse mentalmente, pues la actitud de Noemí le ha dejado patidifuso. No alcanza a comprender que una niña tan joven y hermosa disfrute calentando a quienes tienen edad para ser su abuelo y su bisabuelo respectivamente.

“...más veinte más veinti... ... uno son cincuentaisiete... ... más treinta...”

Ramón tiene que forzar un poco las cifras para dar verosimilitud a su flagrante teoría generacional. Ni siquiera conoce la edad exacta de monsieur Bastian, pero apuesta a que es, por lo menos, treinta años mayor que él.

“Ese Matusalem ni siquiera puede andar, es impensable que pueda ponérsele dura. Aunque, bien mirado, la cosa sería más grave si ese anciano pudiera empalmarse como yo”

Todavía descalzo y ya enfundado en su cómoda indumentaria veraniega, Ramón sale al jardín para comunicar la buena nueva sanitaria a al resto de los confinados. Está un poco tenso por el asunto que se trae entre manos con la hija de Manuel; más bien: el asunto que se ha traído entre manos con ella.

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MANUEL:  Dichosos son los ojos, don Ramón.

RON:         Buenos días a todos. Bonjour. Traigo buenas noticias.

ROSALÍA:   ¿Vienen los de sanidad?

RON:         Sí. Bueno… Vendrán antes de la hora de comer.

NOEMÍ:      Eso no son buenas noticias. Yo quiero quedarme aquí.

MANUEL:  No te digo que no, cariño. Esto cada vez me gusta más.

RON:         No sé yo si el uso de la piscina entraba en la contingencia de fuerza mayor.

MANUEL:  No me sea tan correcto, señor.

RON:         No, no. Si yo también me bañaría si tuviera bañador.

NOEMÍ:      Que te deje uno mi padre. Diría que tenéis la misma talla.

ROSALÍA:   ¿Qué dices, hija? Tu padre es más gordo que Ramón.

NOEMÍ:      Ya, bueno, pero el bañador es elástico, ¿no?

RON:         No, tranquilos. No quisiera…

MANUEL:  Vamos, apúntese. Yo se lo presto. He traído un par por si acaso.

NOEMÍ:      ¿Por si acaso vuelves a romper uno como la última vez? Ja, ja, jaah.

MANUEL:  No te rías, petarda. Aquello fue un accidente.

NOEMÍ:      Sí. Un accidente que solo podría sufrir un gordo como tú.

ROSALÍA:   Un poco de consideración para tu padre, niña.

RON:         Entonces… … Si no es ninguna molestia… ¿Usted no quiere bañarse, Bastian?  Vous ne voulez pas?

MANUEL:  A ese sí que no le dejo mi bañador. Apuesto a que se cagaría en él. Además, está tan decrépito que, si lo metemos, puede que no logremos sacarlo con vida.

ROSALÍA:   !No seas así!… … Disculpe a mi marido, don Ramón. Odia a los franceses.

MANUEL:  Odio a cualquiera que mire a mi hija.

NOEMÍ:      Tienes un problema, papá, en serio.

MANUEL:  El problema lo tendrá tu novio cuando le eche el guante.

ROSALÍA:   Al final, conseguirás que la niña vuelva a esconderte sus ligues, cariño.

NOEMÍ:      Puede que ya lo esté haciendo y no lo sepáis. Ja, ja, jaah.

MANUEL:  Que no me entere, Nöe. Como pille a ese tal Eric sobándote lo crujo.

NOEMÍ:      ¿Y si se trata de una chica?

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Manuel queda pensativo. No había contemplado esa posibilidad seriamente, pero, ahora que lo piensa, le parece un mal menor.

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MANUEL:  … … Mira. Eso lo toleraría mejor.

NOEMÍ:     Sí, hombre.

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El sol brilla sobre sus cabezas y una ligera brisa primaveral peina la escena con una divinidad propia de la presente Semana Santa. En estos precisos momentos, los cuatro integrantes de la familia Garrido se encuentran surcando las aguas de la piscina, pero esa situación es voluble, pues tanto Benjamín como Noemí tienen una actitud muy inquieta a la vez que se chinchan continuamente.

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ROSALÍA:   Acompáñeme a dentro, don Ramón. Le voy a dar el bañador de mi marido.

RON:         Gracias, Rosalía. Se lo agradezco.

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Antes de ausentarse, Ramón se fija en el escuálido cuerpo del pequeño Benjamín antes de volver a otear a Noemí. En contraste, aquel pequeño culito enfundado en un slip les da más trascendencia, si cabe, a las fastuosas nalgas de la hija de Manuel.

A pocos metros, cobijado bajo la sombra de un enorme pino, Bastian ha recuperado la dirección de su silla para enfocarse, de nuevo, hacia sus compañeros de confinamiento. Consciente de las limitaciones que implica su medio de transporte, ha optado por no acercarse demasiado al césped, y permanecer sobre aquellas uniformes baldosas anaranjadas.

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NOEMÍ:        Vamos, Benja; otro intento. A ver si puedes bucear hasta la otra punta.

BENJAMÍN:  La otra vez casi lo consigo. Voy a respirar mucho antes de sumergirme y… Ya en el interior de la casa, Rosalía le ofrece un bañador gris y negro, tipo bermudas, a Ramón, quien no entiende que Manuel prefiera llevar su alternativa floreada de colores chillones.

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El dormitorio principal se ve desordenado, pues hay dos maletas abiertas encima de la cama deshecha y varias prendas repartidas por la habitación.

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ROSALÍA:  Creo que, antes de que nos saquen de aquí, terminaré de ver la miniserie que empecé ayer. En mi casa no tengo H.B.O..

RON:         ¿Es que se acostó muy tarde?

ROSALÍA:  Sí. Tuve insomnio. Suele pasarme cuando viajo.

RON:         ¿Y Manuel?

ROSALÍA:  Se quedó conmigo, estuvimos despiertos hasta las tres.

RON:         ¿Mirando la serie todo el rato?

ROSALÍA:  Sí, aunque a mi marido no le gusta. No paraba de protestar.

RON:         Entonces, intuyo que se quedará en la piscina toda la mañana.

ROSALÍA:  Espero que no se queme. Nunca quiere ponerse crema solar.

RON:         Es como yo. Aunque nunca estoy demasiado rato al sol.

ROSALÍA:  Le dejo intimidad. Voy a secarme a fuera y luego me quedo en el salón.

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En cuanto se queda a solas, Ramón se desabrocha sus pantalones cortos y se desprende de sus gayumbos para enfundarse el bañador de Manuel. La manera en que dicha prenda permanecía plegada parece garantía suficiente de que ese rollizo mal carado no ha hecho uso de él, todavía.

Después de sacarse la camiseta, se acerca a su cuarto para dejar sus prendas de vestir y regresa al exterior, con los demás.

“Espero no empalmarme, esta vez. Podría tener serios problemas con un padre tan celoso y protector”

Ramón no sabe a qué atenerse. Tiene muy claro que Noemí se ha exhibido ante él y ante Bastian a sabiendas del fervor sexual que suscitaba en su público añejo, pero no cree posible alcanzar cotas más altas de intimidad carnal con ella.

“Solo se ha divertido con nosotros. Eso no significa que quiera tema. De todos modos: no creo que nos quedemos solos antes de que vengan los de sanidad”

Sintiendo el frescor de la hierba bajo sus pies, se acerca a la piscina con la intención de lanzarse en ella sin vacilaciones, y de afrontar, con valentía, el contraste térmico que le espera.

Nada más plantarse en aquel borde redondeado, se convierte en la víctima de las despiadadas salpicaduras de Noemí y de su hermano Benjamín.

Manuel, desde el agua, y Rosalía, secándose al sol, se hacen partícipes de la broma rompiendo sendas carcajadas al tiempo que el damnificado se lanza al estilo bomba.

Incluso Bastian parece divertirse con los traviesos jugos acuáticos que está presenciando desde la penumbra.

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-Bueno, chicos-   dice Rosalía mientras deja la toalla   -Me voy a ver Big Little Lies-

-¿No tuviste suficientes mamás ayer?-   se burla su marido.

-Cállate, tonto-   contesta ultrajada   -Quiero saber cómo termina-

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Rosalía se va con gestos desdeñosos y andares mastodónticos. Tras ella, Manuel sale de la piscina un poco agarrotado.

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-Menuda modorra llevo encima. He dormido muy poco, y este sol… Creo que no tardaré en quedarme frito-   augura mientras accede a su toalla.

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Una vez dentro del agua, Ramón ha dejado de meter tripa. Nada hasta el extremo opuesto del recinto acuático para hacer pie, y para quedar a salvo de las jugarretas de los más jóvenes de la familia Garrido, quienes siguen enzarzados en arduas disputas:

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BENJAMÍN:  Déjame, Nöe. Ya estamos en paz.

NOEMÍ:        Que te lo has creído. Yo decidiré cuando has recibido tu merecido.

BENJAMÍN:  Aaaay, papaaah. Dile a Nöe que me deje.

MANUEL:     !A callar, niños! Dejadme hacer la siesta tranquilo.

NOEMÍ:        Vale, valeee. Voy a perdonarte la vida, merluzo.

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Desde su discreta ubicación lateral Ramón percibe las insistentes muecas sonrientes de Noemí, quien, lejos de avergonzarse por sus pretéritas provocaciones, parece dispuesta a seguir tirando de ese lúbrico hilo:

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-Te he visto, antes… … por la ventana-   dice ella mientras nada hacia él.

-… … Yo también te he visto a ti-   responde aún con su honor intacto.

-Ya lo creo que me has visto. No dejabas de mirarme-   dejando caer sus largas pestañas.

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Pese al tono susurrado de la niña, Ramón tiene miedo de que su padre haya podido escucharla. Lo enfoca con la mirada para cerciorarse de su inopia encontrándolo tumbado, bocarriba.

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RON:      Ni yo ni el señor Bastian.

NOEMÍ:  ¿Tú crees? ¿Crees que mi padre tenía razón acerca del abuelo?

RON:      Sí… … No hay duda de que se le caía la baba contigo. Es un viejo verde.

NOEMÍ:  ¿Y tú? ¿También lo eres?

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Temeroso de que esos cuchicheos puedan inquietar a Manuel, vuelve a levantar la cabeza para constatar la pasividad de aquella reposada postura dormilona.

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RON:      … … No… … Yo no soy viejo.

NOEMÍ:  ¿Que noO0? Ja, ja, jaah.

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La risa de la chica ha inquietado el estado soñoliento de su padre, pero, tras variar un poco su postura, Manuel vuelve a quedar semiinconsciente bajo la sombra de la casa.

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RON:      Sshh.

NOEMÍ:  ¿Qué pasa? ¿No quieres que nos escuche mi padre?

RON:      No quiero tener ningún encontronazo con él.

NOEMÍ:  ¿Qué problema hay? ¿Por qué deberías tenerlo?

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Poniendo fin a su errático rumbo de bañista, el pequeño de la familia termina uniéndose a la charla por sorpresa.

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BENJAMÍN:  Nöe, creo que papá ya ronca.

RON:            Baja la voz, chaval. No queremos despertarle.

BENJAMÍN:  Tirémosle agua, va.

RON:            No0O0oh

NOEMÍ:        Por que no sales a tomar un poco el sol, Benja. Luego jugamos más.

BENJAMÍN:  Sí, vale. Me gusta tomar el sol.

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Sin hacerse de rogar, el niño sale del agua para tumbarse cerca de su padre, sobre su toalla de La Masa.

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-¿Qué me estabas diciendo?-   pregunta la chica recuperando su diáfana mirada.

-… … No sé. Ya no me acuerdo-   contesta él intentando sortear esa espinosa temática.

-Qué mentiroso-   susurra ella pícaramente.

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Sin dejar de coquetear, Noemí enreda el índice en sus cabellos claros dando rienda suelta a un inequívoco flirteo sonriente.

Cada vez más seguro de la firmeza del suelo por el que camina, Ramón se tira en plancha con una retórica un tanto soez:

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RON:      Tienes un culazo de infarto, niña. Antes me has puesto a cien.

NOEMÍ:  ¿Qué? ¿Cómo te atreves?

RON:      No te hagas la tonta. Sé que te gusta que te miren.

NOEMÍ:  Oye… … no sé qué clase de chica te has creído que soy, pero no…

RON:      Hasta Bastian se ha puesto palote. Seguro que es su primera vez en años.

NOEMÍ:  No te creo. Ese pobre hombre no sabe ni donde está.

RON:      Mírale. No te quita ojo. ¿Le ves?

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Ambos enfocan sus ojos hacia la localización que ocupa aquel octogenario inválido. En efecto: Bastian sigue observándoles fijamente, inmune a la tensión que podría suscitar su mirada.

Noemí tiene la espalda apoyada en el borde de la piscina. Le aguanta la mirada al viejo cotejando su imperturbable fijación. Sigue con la cabeza volteada a la izquierda cuando, a su derecha, un susurro vicioso se torna audible.

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-Me la has puesto tan dura que he terminado por correrme, en la ducha, mirándote-

-No te creo-   responde a la vez que se encara al cercano rostro de su interlocutor.

-¿No? ¿Y si te digo que vuelvo a tenerla como una piedra, ahora mismo? ¿Me crees?-

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Poniendo morritos en un ademán interrogativo de cejas levantadas, la chica baja la mirada para advertir una notable protuberancia subacuática, muy próxima a ella.

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RON:      Cógela… … Es para ti.

NOEMÍ:  Sí, hombre.

RON:      ¿De qué tienes miedo? Es obra tuya.

NOEMÍ:  No voy a tocarte la polla, guarro. Eres un viejo para mí.

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Afectada por un sutil rubor, la muchacha se aparta un poco mientras pinta su cara con un rictus ofendido poco creíble.

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RON:      ¿Es por… … Eric? ¿Tu novio?

NOEMÍ:  No es mi novio, ¿vale? Solo tuvimos un rollo el verano pasado. No tengo novio.

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Alentado por esa pertinente circunstancia, Ramón se baja el bañador para liberar su nueva erección. Intenta acercarse a su presa, pero la niña continúa rehuyéndole.

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-Quita… … que me contagias-   dice mientras empieza a nadar.

-¿Qué dices?-   protesta su acosador   -No tengo el virus-

-¿Y qué pasa si lo tengo yo?-   pregunta sonriendo de nuevo.

-Estoy dispuesto a… a correr el riesgo-   contesta rebajando su tono.

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A estas alturas, Manuel ya está durmiendo a pierna suelta, pero Ramón no quiere tentar a la suerte más de lo necesario.

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-Pues yo no-   replica ya lejos de su tono más sensual.

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No muy lejos de él, Noemí se encara a la pared de la piscina y se apoya en las baldosas colindantes para sacar su reluciente cuerpo del agua; emergiendo como una voluptuosa sirena a la vez que otorga protagonismo a unas infartantes nalgas que ya han conseguido escapar, por completo, del tenue abrigo de un bikini completamente desbordado.

“Estoy a punto de perder la cabeza. Llevo días jugando con fuego, pero creo que hoy va a ser el día en el que me queme”

Pese a la eyaculación que ha vertido en la ducha, hace menos de una hora, el deseo de Ramón ya vuelve a estar en sus cotas más elevadas. No obstante, las circunstancias no le son favorables y debería asumir que, esta vez, se quedará con las ganas.

“Si consiguiera llevarla a mi habitación... No parece muy dispuesta, además, tendríamos que pasar por el comedor; delante de las narices de su madre”

Muy cerca de monsieur Bastian, Noemí se dedica a secarse el pelo con su toalla bajo la atenta mirada del viejo. Está pisando los listones que dan forma al suelo de una bonita pérgola de madera bajo la cual se cobijan un par de tumbonas.

Todavía en el agua, Ramón se desespera intentando encontrar un resquicio de esperanza que le permita seguir creyéndose capaz de mancillar la virtud de esa moza nalgona. Así como el domingo consiguió engatusar a su sobrina y a Andrea, usando artimañas muy distintas, ahora busca una tercera astucia que le faculte para hallar el punto más flaco de las defensas de aquella adolescente tan provocativa.

Si bien es verdad que, como reza el dicho: el hambre agudiza el ingenio, no es menos cierto que la lujuria puede tener efectos similares en la psique de un hombre salido que ya ha perdido la razón.

“Lo suyo es el exhibicionismo. Está claro que disfruta con ello. Es mi mejor baza; mi única esperanza”

Sometido por la tiranía de su propia lujuria, Ramón termina de desprenderse de ese bañador prestado, dejándolo a la deriva; flotando sobre las aguas cloradas de los Müller. Decide salir por los anchos escalones alicatados con azulejos turquesa que hay en la parte menos profunda de la piscina, pues, en caso de emular la sugerente salida de Noemí, con toda seguridad habría padecido dolorosos roces en su férrea erección.

Aquel venoso pollón colapsado no pasa inadvertido ante la curiosa mirada infantil de Benjamín. El niño, boquiabierto, pone toda su atención en los andares desnudos de ese turista catalán.

El estático emplazamiento contemplativo del viejo Bastian es todavía más cercano a la pérgola hacia la que se dirige Ramón. Parece que el francés tiene algo que decir respecto al inapropiado nudismo de ese hombre, pero, sea por su severa afonía, por su nulo dominio del idioma, o por su mayúscula estupefacción, no consigue articular palabra.

Noemí es la última en percatarse del acecho indecoroso de su accidental compañero de clausura. Abre mucho sus ojos y su boca al tiempo que inspira, bruscamente, dando sonido a su alarmado asombro.

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-!¿Pero qué…?!-   exclama mirando, seguidamente, a su alrededor.

-Vaya-   dice Ramón fingiendo sorpresa   -Sí que me va grande el bañador de tu padre-

-¿No has notado que…?-   contesta ella creyéndolo solo por un instante.

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La chica es consciente de que están focalizando la atención de su hermano pequeño, pero también la de un viejo desconocido.

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NOEMÍ:  ¿Es que te has vuelto loco?

RON:      Sí… … Hace rato que me has robado la cordura.

NOEMÍ:  Pero es que…

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Incapaz de construir un reproche consistente, Noemí se dedica a confirmar el estado durmiente de su padre, y el nulo ángulo de visión que su situación le ofrece a las ventanas del salón en el que su madre está siguiendo la intrigante trama de aquella serie. Acto seguido, se sobrecoge deslumbrada por el aura amenazante de ese enorme trabuco enrojecido, colmado de deseo palpitante.

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-¿Qué te crees que estás haciendo?-   susurra con toda su urgencia.

-Solo te estoy mirando-   dice al tiempo que niega con la cabeza y abre los brazos.

-He salido de la piscina para escaparme de ti. ¿No lo has visto?-   pregunta indignada.

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Dándole un nuevo giro a tan inédito guion, Benjamín aparece en la escena. Invadido por la curiosidad, también repara en el grotesco tamaño de ese maduro miembro viril.

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BENJAMÍN:  ¿Qué te pasa en el pito? ¿Estás enfermo o…?

NOEMÍ:        ¿Qué haces aquí, Benja? ¿No estabas tomando el sol? Anda, vete.

RON:            No. No te vayas. Tu hermana quiere que la mires.

NOEMÍ:        ¿Qué? ¿Qué inventas ahora?

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Ramón se da la vuelta para encontrarse con la cercana presencia de Bastian, el viejo se da por aludido.

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-Perdóneme, abuelo-   dice Ramón apartándose   -No quería taparle el espectáculo-

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La muchacha se muestra perpleja, pero su enfado empieza a desdibujarse a medida que entra en situación. Lleva un buen rato calentándose; desde que ha comenzado a sentir las miradas de Ramón, así como las de aquel viejo verde que no deja de observarla con el rostro desencajado.

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NOEMÍ:  Me gustaría cambiarme. No quiero ir en bikini cuando lleguen los sanitarios.

RON:      Adelante… … Nadie te lo impide.

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Noemí advierte el semblante interrogativo de su hermanito y apuesta por darle una tenue directriz mientras le da la espalda:

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-No mires, Benja-   dice mientras tira del cordón de esa prenda superior.

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Los latidos de Ramón cobran contundencia en cuanto vislumbra aquel torso estrecho completamente desnudo. Afortunadamente, la camiseta banca y rosa de Noemí no le resulta demasiado accesible, y tiene que voltearse para acceder a ella. Lo hace cubriendo sus tetas con una permisiva gestualidad que deja escapar, fugazmente, sus claros pezones mancebos.

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-Pero que buena estás-   pronuncia Ramón viciosamente, casi sin despegar sus dientes.

-Cállate, anda-   contesta ella, con desdén, para terminar enfocando a su hermano.

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Benjamín baja la mirada, intimidado, pero no tarda en volver a observar a su hermana sin ser objeto de reproche alguno mientras ella se baja la parte inferior de su bikini. El pequeño se siente extraño, no en vano, está experimentando un prematuro despertar sexual con aromas de incesto.

No es que las opulentas nalgas de Noemí hayan cogido por sorpresa a aquella testosterónica audiencia intergeneracional, pero ese culo tan redondo parece todavía más inconcebible a raíz de su desnudez integral.

Como si tal cosa, la niña se dispone a enfundarse su escueta camiseta de gruesas rallas horizontales, pero el proceso no resulta tan fluido como debería. No ha dispuesto bien la tela antes de iniciar la maniobra, y ahora sufre las engorrosas consecuencias.

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-Espera, yo te ayudo-   dice Ramón mientras se arrima a la moza.

-Joh, que tonta-   protesta ella, empequeñecida al lado de tan voluminoso auxiliar.

-No te preocupes-   responde él   -Nos puede pasar a todos-

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Ese electricista sobresaturado de eléctrica lujuria estática cede su motricidad a sus más primarios impulsos, e intenta enchufar aquel grueso pollón entre las inquietas piernas de la muchacha.

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-¿Qué haces?-   susurra ella, con urgencia, sumamente incómoda.

-Solo te ayudo a…-

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Si bien Ramón ha contribuido al correcto despliegue de esa prenda rosada, con la diestra, no ha dejado de usar su zurda para amasar los duros pechos de Noemí, articulando un enmarañado abrazo trasero teñido de abuso.

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-Déjame-   insiste la chica verbalizando una oposición demasiado endeble.

-!Assez!-   berrea Bastian, afónico, sin dejar de toser   -!Pervers!… … hhh… … !Assez!-

-Nöe…-   dice Benjamín haciendo uso de un tono temeroso; sin saber a qué atenerse.

-Tu hermana está bien, Benja-   contesta Ramón   -Mejor que bien; está  soberbiaah-

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Ya con su camiseta correctamente establecida, Noemí siente como Ramón usa, ahora, las dos manos para amasar cada una de sus tetas por separado, por debajo de la tela, apretándoselas hasta causarle un placentero dolor que debilita, aún más, su ya muy permisiva resistencia.

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-Me tienes loco, preciosa-   le susurra a la oreja el catalán.

-Mis padres…-   murmura mientras vuelve a otear a Manuel.

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Sobre el césped, bajo la sombra del tejado de la casa, ese temperamental padre de familia sigue roncando al tiempo que disfruta de un sueño que, en no pocas ocasiones, parece destinado a extinguirse repentinamente.

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RON:           No te preocupes… … hhh… … Es una marmota.

BENJAMÍN:  … … Voy a despertarle.

RON:           NoO0h, mocoso… … hhh… … Te matooh.

NOEMÍ:       Quédateh… … quédate con n0sotros, Benjah… … No te preocupes.

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Un sonido extraño llama la atención de ese agitado trio. Tras ellos, el señor Bastian ha atrancado una de las ruedas de su silla entre el césped y las baldosas redondeadas que subrayan el contorno de tan ostentoso chalet. El viejo, frustrado por las limitaciones de sus inservibles cuerdas bocales, ha intentado salvar ese mínimo desnivel con la intención de rodar por el césped, y encaminarse hacia el padre de la niña para alertarle de lo que está sucediendo en la pérgola.

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-¿Qué hace, monsieur?-   pregunta Ramón con cierto tono de burla.

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El francés no corre peligro de volcar, pero su atascada pose inclinada no parece demasiado cómoda.

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-Oo0h-   dice Noemí al sentir los dedos de ese hombre canoso en su chocho mojado.

-¿Lo ves?-   pregunta él, en voz baja, amorrándose a su oreja   -Estás empapada-

-mng… … No-   le rebate ella   -Es que todavía no me he secado del agua de la piscina-

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La viscosidad de aquella lubricación desmiente a la muchacha. Noemí nota las estimulantes andanzas de aquel índice y de su escudero corazón mientras ambos se recrean en su coño.

Boquiabierto, y con ojos como platos, Benjamín observa, traumatizado, los eróticos estremecimientos de su hermana, cuya pelada desnudez inferior no deja de sobresaltarle. No comprende lo que está sucediendo, y tampoco sabe cómo encajar aquella extraña ansiedad que ha endurecido su pichulina.

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RON:      Qué ricaah… …  mmh… … deberías estar prohibidaah.

NOEMÍ:  Nooh… … ¿Qué dices?

RON:      Estás  demasiado  buenaah.

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Las manos de Ramón van como locas mientras reconocen, con vehemencia, las generosas carnes de aquella nena cachonda.

Entre suspiros, Noemí se deja sobar por ese tipo que supera, de mucho, el triple de su edad. Inducida por tan fogosos magreos, termina por voltearse para hacerle frente a su amante, quien no tarda en comerle la boca, famélicamente, mientras sigue amasando aquellas gloriosas nalgas adolescentes.

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RON:  Dioz wnditoh, pdo q culazo tienes… … Z q nw mv lo creo.

-Non-   dice Bastian agonizando, tras ellos, viéndose ignorado   -ce n'est pas possible-

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Un poco más lejos, Manuel ha estado a punto de despertarse con sus propios ronquidos, pues, su última inhalación ha hecho vibrar el velo de su paladar más que ninguna otra, provocando el colapso momentáneo de su respiración.

Ajeno a los peligros que le acechan, Ramón sigue metiendo su lengua en la boca de aquella joven buscona para encontrar su homóloga sinhueso en un coctel de babas que llega a derramarse sobre el rosa de la camiseta de la niña. En medio de tan obscenos besuqueos, Noemí sí que se ha percatado de una inquietud paterna que podría desembocar en una insoportable crisis familiar de violentas consecuencias.

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-Mngmno… … spwra-   intenta pronunciar ella tratando de escapar de ese morreo.

-¿Qué haces? Ven  aquí-   dice Ramón apresándola fuertemente con sus manos.

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En su asustado intento de huida, la muchacha vuelve a darle la espalda a tan inconformista sujeto. Sin despegar la vista de la indecorosa pose durmiente de su padre, siente la nueva captura digital de sus firmes pechos de la mano de un enfervorecido Ramón que vuelve a flexionar las rodillas para situar aquel venoso miembro viril entre sus piernas.

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RON:  Ahora  verás,  encantoh… … hhh… … te voy a dar lo tuy0oh.

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Ya al rojo vivo, Noemí escucha la música que cierra el capítulo de la serie que su madre está mirando en ese salón cuya puerta no está del todo corrida. Teme que Rosalía aparezca, de repente, para descubrir tan inconcebibles fechorías carnales.

El duro pollón de Ramón sigue revolotenado entre los nutridos muslos de Noemí, buscando su sitio mediante continuos frotamientos apasionados. Finalmente, aquel viril ariete bermejo penetra en la intimidad vaginal de la chica arrancándole un contenido gemido infantil.

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NOEMÍ:  o0o0Oh.

RON:      Síiíh… … Aaah… … Por fiiin… … hhh… … Ahh..

NOEMÍ:  MmMmmh… … MmmMmh… … hhh… … mMmh.

RON:      Síiíiíh… … pero  qué  bieeen… … hhh… … que caliente estás.

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Ramón no se equivoca, pues, pese a la frescura de una piel que aún no se ha secado del todo, las interioridades de la zona más erógena de la niña gozan de temperaturas propias de una fundición metalúrgica.

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-Nöe-   dice Benjamín con lágrimas en los ojos y la mano en el pecho   -Nöe…-

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Desoyendo por completo los desconsolados nombramientos de su hermanito, Noemí goza de lo lindo a raíz de tan robusta incursión. Apoyada en el grueso listón de madera horizontal que fortifica la estructura de la pérgola, se contonea para favorecer la aceleración de aquel indecente va y ben pélvico a la vez que se enajena de la realidad en post de un disfrute desbordante que nubla su pensamiento.

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NOEMÍ:  Maás… … hhh… … MaAásh… …  Siíih… … Aaaah.

RON:      OoOh… … MMmmh… … hhh… … MMmh… … hhh… … mMmmmmmh.

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-Porcs-   se escucha con afectada pronuncia desde atrás   -Vous  êtes  des  cochons-

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En medio de ese frenético recreo procaz, la errática mirada de la muchacha enfoca la ventana de la segunda planta de la casa colindante, encontrando, en ella, a un tercer y a una cuarta mirona interesados en el bochornoso espectáculo que está dando junto a un hombre mayor que ha olvidado por completo el motivo de su confinamiento. Se trata de una pareja relativamente joven. Tras fijarse mejor, cree reconocerlos del hotel "La Pascua".

El auge de vergüenza que le provoca dicho avistamiento no hace más que acrecentar una calentura concupiscente que empieza a detonar pequeños orgasmos como si fueran piezas de dómino que caen una tras otra.

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NOEMÍ:  Aaaah… … hhh… … Síiíiíiíh … … mMmh… … aAaah…

RON:      WoOo0h… … MMmmh… … Tomaah… … hhh… … Tomaaaaah…

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Tanto ímpetu inyecta Ramón en cada uno de sus empujes que, accidentalmente, se produce un inoportuno desenfunde que mantiene el suspense de la inminente eclosión interna de Noemí.

Esclavo de la potente persuasión que ejerce ese culo tan goloso, aquel suertudo electricista opta, esta vez, por meter su reluciente glande lubricado entre las gordas nalgas de esa chiquilla candente.

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NOEMÍ:  NoO0h… … Por el culo  noh… hhh… … por favo0r.

RON:      Claro  que  síiíh… … hhh… … Sería un crimen  terminar sin encularte bieeen.

NOEMÍ:  Noo0h… …ught… … mMmMh… … hhh… … aAaah…

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De nada sirven sus ruegos, pues aquel gran pollón de rasgos infernales no tarda en adentrarse en ella, hasta lo más hondo.

Noemí siente cómo ese pétreo falo catalán deshonra el escaso decoro que le quedaba, follándola por el culo ante la atenta mirada descompuesta del viejo Bastian, de los inocentes ojos de su hermanito traumatizado, y de la curiosidad de aquel matrimonio fisgón que no deja de asomarse para verla mejor.

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NOEMÍ:  Oo0h… … Síiíiíh… … oOh… … hhh… … Mnghoah.

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La lubricación anal de la niña se une a la que ya traía consigo la tranca de Ramón, favoreciendo la celeridad de un escatológico ajetreo cada vez más furioso.

El glorioso disfrute de ese enajenado turista alcanza dimensiones bíblicas con cada uno de sus empujes; con cada magreo mamario resultante de la sincronización de sus manos por debajo de aquella laxa tela tan permisiva; con los reiterados gemidos contenidos de la chica…

“Pero que gozada. !DIOS! He hecho bien de pajearme en la ducha; si no, no hubiera durado tanto, ni por asomo”

Los impactos cárnicos resultante de tan coléricas embestidas empiezan a cobrar notoriedad sonora como si de palmadas mal dadas se tratara; cada vez más fuertes y rápidas.

Noemí siente arder su culo al tiempo que atrapa la estela de sus huidizos microclimaxs. Pronto nota la inminencia de un fastuoso punto y final que puede otorgarle, sin lugar a dudas, el mejor orgasmo de su vida.

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NOEMÍ:  !Síiiíh!… … Yaaah… … me  corro… …hhh… … me corrooh… … ooOoO0h.

RON:      Síiíh, pequeñaah… … córreteeh.

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La muchacha deja de participar activamente de esa libertina coreografía mientras se corre, holgadamente, experimentando una explosiva pirotecnia biológica sin precedente alguno.

Tras ella Ramón siente como se rompe la presa que contenía sus flujos lechosos. Un cálido escalofrió recorre su espinazo mientras nota cómo su uretra se abastece de una tremenda presión seminal que termina de propulsarse mediante unas electrificadas contracciones fálicas de alto voltaje.

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-!OoO0oOh!… … SIiIíiíh… … !joOoh!-   dice mientras desenfunda justo a tiempo.

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El desahogo más absoluto se apodera de él mientras salpica, copiosamente, los lumbares y las nalgas de esa moza extasiada. Nadie diría que es su segundo derrame del día, pues, uno tras otro, sus incontrolables espasmos genitales siguen escupiendo esperma sobre el culo de Noemí como si no hubiera un mañana.

Bastian, en un intento desesperado de rentabilizar la escasa movilidad de sus atrofiadas piernas, ha caído sobre el césped, y se arrastra para alcanzar su silla y moverla desde el suelo.

Más horrorizado, si cabe, por todo lo que acaba de presenciar, Benjamín retrocede unos pasos. Lejos de comprender los motivos de su hermana y de Ramón, su mayor estupor se enfoca en la llegada de una prematura lujuria desconocida y anacrónica respecto a su tierno raciocinio infantil.

A lo lejos, desde la ventana del chalet vecino, se escuchan unos lentos aplausos que son rápidamente censurados por la conyugue de ese grato espectador.

Como si el destino hubiera dispuesto, apropiadamente, el orden de los acontecimientos, el timbre de la puerta principal suena anunciando la esperada llegada de los servicios sanitarios.

Todavía afectado por un mareo que nubla su vista con un millón de estrellitas, Ramón se tambalea sobre nudistas pasos embriagados para intentar salvar tan disparatada situación. No tarda en experimentar un vertiginoso descenso que lo sumerge en las frías aguas de la piscina, propinándole un bofetón térmico que le ayuda a recuperar la plenitud de sus facultades.

Por su lado, Noemí ha conseguido restituir las dos piezas de su bikini mientras permanecía pendiente del lento despertar de su padre, quien sigue desperezándose ajeno a la pornográfica escena que acaba de protagonizar su joven hijita.

Bañada de semen, la niña ha decidido hacer uso de la ducha exterior para purificar su churretosa apariencia. Durante su breve caminata sobre el césped, su hermano la interpela con un tono tiritante.

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-Pero, ¿qué…?… … ¿Se t.te ha me.meado  encima, Nöe?… … N.no parece pi.pi-

-Cállate-   contesta ella aún sofocada   -No puedes contar nada de esto, ¿VALE?-

-¿Po.Por  qué?-   contesta sumido en una perpetua incomprensión.

-Es un SECRETO. Si lo cuentas te mato-   le advierte señalándolo con el índice.

-Pero, Nöe…-   le replica con la expresión apenada.

-TE MATO… … ¿Lo entiendes?-   insiste clavándole una incisiva mirada amenazante.

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El niño asiente. Está asustado, pues su hermana nunca le había hablado en ese tono. No logra asimilar nada de lo que ocurre.

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-!Por Diós!-    exclama Manuel desatando el pánico de Noemí

-¿Qué diantres hace el gabacho en el suelo?-

-… … Se ha caído… … ahora mismo-   contesta la chica mientras empieza a ducharse.

-Ayúdale, Benja. Prefiero que no se acerque a tu hermana. No me extrañaría que este viejo verde estuviera fingiendo para echarle mano a Nöe-

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Ramón ha recuperado el bañador que le ha prestado Manuel, y logra enfundárselo sin llamar la atención del mismo.

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MANUEL:  Hombre, Ramón. Está aquí. Menuda siesta me he pegado.

RON:         Sí, sí. Ya le hemos escuchado roncar.

MANUEL:  ¿Pero qué dice? Si yo no ronco.

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Rosalía entra en escena, oportunamente, para reírse de esa chistosa negativa, pero, antes de dar forma verbal a su burla, cree prioritario anunciar la llegada del personal de sanidad:

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ROSALÍA:  Han venido a hacernos las pruebas del virus.

MANUEL:  ¿Tan temprano?

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El enfermero, vestido con un traje epidemiológico digno de una película, aparece con cara de pocos amigos.

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-Nadie les ha dado permiso para usar la piscina-   le reprocha a Ramón.

-Ahora mismo salgo-   contesta el bañista, todavía extasiado por ese reciente polvazo.

-Monsieur, Monsieur-   murmura Bastian en un tono casi inaudible   -Alléluia-

-Pero… ¿qué le pasa a este anciano?-   pregunta mientas se acerca para ayudarle.

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Benjamín es demasiado pequeño para poder levantar al viejo. Aunque seguía intentándolo cuando ha llegado el funcionario, no ha logrado restablecer a Bastian en la silla de ruedas.

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-Cet homme vient de baiser la fille-   le explica al recién llegado, muy indignado.

-¿Alguien de ustedes habla francés?-   pregunta el sanitario, incapaz de entenderle.

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Ramón levanta la mano aún sin salir del agua.

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-¿Dice que quiere ver a su familia?-   afirma con toda seguridad.

-Haga el favor de salir de una vez, señor. Tengo que hacerles las pruebas a todos.

-La pénétra dans le cul-   insiste Bastian, desesperándose por momentos.

-Que sí, abuelo-   responde ese servicial auxiliar   -Pronto podrá reunirse con los suyos-

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Pletórico por lo bien que han salido las cosas, Ramón decide sumergirse una última vez. Tras inspirar hondamente, nada hacia el fondo de la piscina pataleando con fuerza al tiempo que grita, a pleno pulmón, sabiéndose arropado por la discreción de aquellas refrescantes aguas cristalinas.

Sin que la euforia le abandone, distingue el brillo de una pequeña onza metálica que descansa sobre aquellos pequeños azulejos cuadrados. Agotando el poco oxígeno que le queda, se afana en hacerse con ella para descubrir que se trata de un mísero céntimo de €uro colmado de místicas connotaciones.

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Espero que el tercer capítulo de esta historia te haya gustado.

Agradeceré mails, valoraciones y comentarios.

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!Hasta pronto!