La negra y el blanco
Cecie, tras salir del aula de Filosofía ("Las tres familias"), se dirige con Córax a su próxima clase donde pasará la hora SOLA con Claire.
"La negra y el blanco"
Cuando por fin Clarise me dejó salir, tan sólo faltaban cinco minutos para empezar la clase de Lengua Española, así que corrí lo más rápido que pude hasta el café, seguramente con la esperanza de hallar allá a Claudie, pero no estaba. En cambio, Ignacio José sí que se encontraba allí y, antes de poder huir, me detectó y se acercó a mí con expresión resuelta.
--Bueno, Cecilie, supongo que vienes a disculparte y a pedirme que regresemos.
--Yo... -En mi mente apareció Claudie diciéndome que era una cobarde. Eso me decidió y no vacilé al responderle- Pues no, la verdad.
--Ya lo creo que sí. -Sonrió con una mueca de contrariedad- Si no es así, ¿por qué Claudie no te ha mirado al salir del aula de Filosofía? Sencillamente porque ha dado por finalizada vuestra breve relación. Eso, Cecilie, si se había iniciado dicha...
--¡Cállate! -Me sobresaltó una voz potente- ¡Eres un pelota y un chulo mal arreglado, Ignojo! Arruinaste mi noviazgo con Claudie, ¿y ahora quieres hacerlo con el de Cecie? Pero, ¿de qué vas, niñato?
Me di la vuelta. Era mi única compañera de raza negra. Córax, así era como las amigas llamábamos a Coral, debía haber estado fumando, ya que seguía apagando el cigarro sin darse cuenta que hacía rato que no humeaba.
--Creí que vivías en una choza, negra. -Su tono despectivo me dolió, pues Córax era una de las mejores amigas de Claudie y una gran compañera de clase, siempre dispuesta a dejarte sus apuntes y a ayudarte en todo lo que pudiera.
--Y vivía, blanco. -Le respondió con desprecio y yo me alegré al ver su gesto de indiferencia. Eso significaba que Ignacio José no la había ofendido- Pero creo que no es de tu incumbencia, blanco.
--¡Deja de llamarme blanco, negra!
--¿Por qué, blanco? -Le preguntó con sorna y me miró sonriente- A mí no me importa que me llames negra, blanco, porque yo son yegra y no puedes llamarme blanca, blanco.
Por fin soltó la colilla y se encendió otro cigarrillo. Me divertía ver lo poco que afectaba a Córax que le recordaran su color de piel y la mucha rabia que a Igancio José le provocaba que lo llamara blanco.
--¿Y cómo es que ahora ya no, ne... Coral? -Se corrigió rápidamente. Supongo que para evitar que lo volviera a llamar blanco.
--No es de tu incumbencia, blanco. -Le replicó y me miró con descaro- Estás muy buena, Cecie.
--¿Qué? -Me sobresalté yo, pues no me esperaba aquel cambio de tema tan abrupto- Ah... ¡gracias!
--Ya sabía que no buscaba novias feas como tú. -Le soltó Ignacio José- Mis novias son tan bonitas y putas que...
--¿Por quién se supone que estás diciendo lo de puta? -Le preguntó Córax mirándome directamente a los ojos- No será por ella, ¿verdad?
--Pues sí. -Respondió con maldad- Gime que ni te cuento.
No pude intervenir, pues sonó la campana y Córax me cogió fuertemente del brazo y salimos del café casi corriendo. A mí la cabeza me daba vueltas. ¿Y si Córax se lo había creído? ¿Y si se lo decía a Claudie? Sentí que mi corazón se undía en mi estómago. ¿Me abandonaría Claudie?
--Entonces, Córax... -Empecé temblorosa.
--Entonces, Cecie -Me cortó con un tono de urgencia-, ¿es cierto?
--No. -Le aseguré evitando su mirada- Yo sólo hice el amor con ella.
--¿Con Claudie? -Me susurró y yo asentí- Eso espero, porque ese cretino de Ignojo...
Entramos a la clase de Lengua Española y nos sentamos detrás del todo. Ignacio José no tardó en entrar y, según me pareció, miró con repugnancia a la profesora, quien hizo ver, al parecer, que no se había percatado de su entrada y mucho menos de su gesto.
--¿Vivías en una choza? -Le pregunté en un susurro mientras sacábamos los libros y los ejercicios.
--Vivía, sí. -Me dijo sin darle importancia- Pero desde que conocí a Claudie que vivo en un chalet y mi madre y mi padre trabajan para su familia.
--¿Lo hizo porque eras su novia?
--No. Fue antes. La primera vez que vino a casa y vio cómo vivíamos.
--Entonces... ¿su familia no es una engreída?
--¿Engreída...? -Se extrañó- ¡No, para nada!
--¿Seguro? -La verdad era que la profesora Clarise lo había dado a entender por su tono.
--Claro que sí. ¿Es que no conoces a sus familiares?
--No. -Respondí y sonreí, pues Córax me daba nuevas esperanzas- Pero me gustaría conocerlos.
--Si le dices a Claudie, seguro que te los presenta.
--Eso espero. -Repuse alegremente mientras abría el libro.
Claire, la profesora de Castellano, nos miró sonriente, como era costumbre en ella. De hecho, yo diría que aquellos ojos verde esmeralda y aquella radiante sonrisa era lo que de ella me cautivó.
--Buenos días. ¿Alguien tuvo dificultad para hacer los ejercicios?
La clase entera murmuró un no, excepto Ignacio José, que dijo en voz alta y clara:
--Yo sí.
Todos nos quedamos en silencio y la sonrisa de la profesora Claire desapareció. Córax me dio un codazo e intercambiamos una mirada: la mía, de perplejidad; la suya, de desprecio.
--A ver... -Titubeó la profesora- ¿Cuál es el problema que has encontrado? ¿Qué dificultad?
--¿Dificultad? Ninguna.
--¿Entonces? -Por su rostro cruzó una sombra- ¿Qué es lo que ocurre, pues?
--Que para hacer ejercicios chupados como estos, mejor me quedo en mi casa viendo la tele o hablando con mi madre y mi padre.
Un murmullo recorrió la clase. Los alumnos y las alumnas mirábamos a ambos alternativamente. Ignacio José lucía una sonrisa de satisfacción, mientras que Claire se había ruborizado.
--Si crees saberlo todo -Dijo con voz cansina-, puedes marcharte.
--La que tendría que largarse eres tú. -Le espetó y yo lamenté más que antes la ausencia de Claudie, cuyo padre era el inspector. Me imaginé la cara del padre de Ignacio José si el de Claudie expulsaba a su hijo por impertinente y prepotente... y por todo lo demás.
--No eres tú quien ha de decirme lo que debo hacer. -Su rostro se había teñido de un rojo oscuro.
--Clarise estaría mejor en este puesto. Ella es...
--Clarise no sabe diferenciar una S de una Z, blanco. -me sobresalté al oír la voz de Córax, alta y clara- Dudo, incluso, que sepa qué son los acentos diacríticos.
--¡Pues claro que sabe diferenciar entre acentos didácticos, negra! -Le gritó dándose la vuelta para mirarla- ¡Sabe, incluso, la médica de las rimas!
--Será la métrica de los poemas. -Puntualizó Córax con ímpetu- Y de acentos didácticos conozco pocos, por no decir... ninguno, blanquito.
Ignacio José empujó hacia atrás su silla con furia y se puso en pie. Los ojos se le salían de las órbitas y un azul verdoso le teñía el rostro. Estaba horrible. Los compañeros y las compañeras que había cerca de él se apartaron rápidamente cuando empezó a hablar y parecía una manguera humana.
--¡No puedes dudar de Clarise!
--No escupas, Ignojo, que con tu fealdad ya eres simio, no necesitamos que nos enseñes lo que tienes de sapo.
Vi como Claire se dejaba caer abatida en su silla. Apoyó los codos en la mesa y la barbilla en las manos. Mi amor platónico... Tan humana y con sentimientos... Me parecía imposible...
--Córax -Le susurré-, ¿te importa que vaya con Claire?
--Sí, ve. -Me respondió en voz baja- Anímala, pero ten cuidado que no te alcancen las babas de esa culebra con pelo.
Asentí y desconecté mi cerebro de todo lo que ocurría a mi alrededor. Sólo había espacio para Claire... la mujer de mis sueñ... ¡Si Claudie se enteraba...!
--Profesora... -La llamé con suavidad. Ella me miró y sentí una descarga eléctrica, o eso me pareció, mientras me sonrojaba- Mmmm... Tengo unas dudas...
--¿Sí?
--Sí. -Mentí, pues no había tenido problemas ya que en su clase era un as- A ver...
--Cecie -Me detuvo con un tono muy dulce que yo no conocía-, ¿no prefieres traerte una silla y sentarte conmigo?
Obedecí en silencio. Miré a Celie, una de mis mejores amigas, la cual se levantó enseguida y me dio su silla. Ella cogió sus cosas y, dando un rodeo para evitar a Ignacio José, se fue a sentar con Córax, quien parecía muy divertida viendo cómo el chico se inflaba de rabia.
--Gracias, cielo. -Me dijo dejándome un espacio en su mesa- Mira, Cecie, me sorprendería de verdad que tú... justamente tú... Bueno, me llevaría una sorpresa si me dices que has tenido dificultades con las tildes, las H, las G y las J, las B y las V...
--Bueno... -Admití, pues era demasiado pedir el hecho de fingir ante aquellos ojos verdes- No... No, no tuve problemas, en realidad.
--Me lo imaginaba... -Era la primera vez que estaba tan cerca suyo y, por supuesto, también la primera vez que conversábamos de igual a igual- Eres demasiado buena en mi asignatura. Por cierto, ¿y Claudie? Me extrañó no verla... ¡Es tan agradable que su ausencia pesa en esta aula!
--La profesora Clarise la expulsó el resto del día. -Le respondí con pesar. Su mirada tembló entre la ira y el desprecio.
--Ésa maldita CLarise... -Gruñó y, después, añadió en un arranque-: ¡Bruja! ¡Rata de alcantarilla! ¡Furcia, meretriz, cortesana, pup...!
--Profesora... -Intenté detener aquel torrente de improperios- Por favor, contrólate...
--¿Te ha dicho que ella es la madre de Ignojo? -Era la primera vez que la oía llamarlo así. Yo negué con la cabeza- Pues sí.
--Me dijo que la madre era una profesora de este instituto... pero que fuera ella... no, la verdad.
--Bueno, no. -Se corrigió con desgana- Ella es la madrastra.
--¿Qué? -Me sorprendí tanto que por poco me caí de la silla- Me dijo que era doctora...
--¡Lagarta! ¡Embustera, mentirosa, engañ...!
--Profesora... -La corté con urgencia al ver que subía la voz de manera incontrolada.
--No, por favor, Cecie... ¡deja que saque lo que llevo dentro! ¡Esa araposa trinchera del diablo está suspendiendo a Claudie sin motivo! -Siguió con ardor. Yo me preguntaba a qué se debía tal preocupación por parte suya hacia Claudie... Y, lo reconozco, auque fuera mi amor platónico sentí otra punzada de celos- ¿Sabes? Fue Claudio, el padre de Claudie, quien me cedió el puesto cuando buscaba un empleo desesperadamente.
--¿Por eso le tienes tanta... estima?
--No. Además, yo soy la madrina de Claudie y he cuidado de ella cuando era más pequeña, la he tenido en casa, le he hecho la comida y le he lavado la ropa... Le he dado dinero, la he llevado a las atracciones, le he hecho clases particulares cuando lo ha necesitado... Y siempre le he guardado los secretos y la he aconsejado. Siempre. Para mí es la única hija que tengo...
--¿Quieres decir con eso que realmente eres... madre? -Me horroricé. ¿qué edad tendría? ¡Se veía tan joven y tan llena de vida!
--Sí, pero olvídate, ¿quieres? Piensa que sólo quiero a Claudie...
--Pero... -Murmuré- Profesora... ¿quién es tu hijo o tu hija?
--Sólo te lo diré una sola vez y no quiero que me lo vuelvas a mencionar... -Señaló con la cabeza la espalda de Ignacio José, que se había inflado tanto de ira que parecía ir a estallar en cualquier momento- Ojalá reviente.
--No dig...
--Cecie -Me miró con severidad. La verdad, al principio me asusté-, ahora que recuerdo... Claudie me dijo que estabas saliendo con él.
--Yo...
--Sé, Cecie. -Me tranquilizó- Es parte del pasado, pero espero que no se te ocurra volver con él. ¿Entiendes? No te quiero ver con él ni a...
--Prof...
--Llámame Claire, ¿quieres?
--Sí, prof... -¿Por qué tendría que mirarme a los ojos? ¿Es que no podía desviarlos, aunque tan sólo fuese un segundo?- Digo... Claire.
--No te preocupes, amor... -Sentí una sacudida en el estómago y una sensación de vértigo...- Mmmm... Cecie, cielo... tú...
--Yo... -Dije casi sin voz. Sentía un nudo muy fuerte en mi estómago. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué iba a suceder?- Claire, yo debo ir al baño...
--¿Al baño? -Se extrañó ella- ¿Justamente ahora?
--Sí. -Pero, ¿qué pasaba? Un vago temor se apoderó de mí. Claudie era mi novia y, aunque hubieran pasado sólo unas horas, yo la amaba más de lo imaginable... Pero Claire...- Sí, sí... ahora.
--Mmm... ¿ahora, dices...? -El corazón se me quería salir por la boca- Bueno, si es urgente...
--Yo... -Me estaba poniendo cada vez más nerviosa. ¿Dónde iba a ir a parar?- Sí, sí que lo es... De... de hecho, muy urgente.
--Está bien -Me levanté con rapidez, pero las palabras que siguieron me detuvieron en seco-, huyes de mí.
--¿Cómo puedes pensar eso...?
--Y tú, ¿cómo pretendes que me crea lo otro?
--Es que yo... -Me dejé caer en la silla. Era ahora o nunca- ¡Es que yo te amé, Claire!
Me cubrí el rostro con las manos. No tenía ningunas ganas de ver su expresión y rogaba que la tierra me tragara, pero la verdad era que siguió sólida y yo sentada en la silla.
--Lo sé, Cecie... -Me susurró intentando separarme las manos- Vamos, no te tapes...
--Claudie me va a matar... -Empecé a murmurar mientras ella conseguía su objetivo- Me va a matar...
--No, no lo hará. -Me tomó de la barbilla y me miró a los ojos- No llores, Cecie. ¿Por qué lo haces? No quiero que nadie de la clase se dé cuenta de nada... Estoy intentando fingir que hablamos de los ejercicios...
--No debí decirte... Ahora Claudie...
--Amar no es pecado, Cecie. -Me limpió las lágrimas con sus suaves manos- Llorar es bueno, pero no tenemos excusa... Todos y todas saben que eres la primera en la clase y fingir un dolor de la menstruación no daría resultado.
--Ya... -Suspiré- No pude evitarlo... Si Claudie me deja...
--No, Cecie, por favor... ¡no llores! -Volvió a secarme las lágrimas sin dejar que me cubriera el rostro- No lo hará. Claudie no te abandonará.
--Ella no sabe que yo... a ti...
--Que tú a mí me amas. -Leyó mi pensamiento, al parecer... o lo dedujo- Claudie lo sabe.
--¿Qué? -Di un repingo- ¿Lo sabe? ¡Entonces sí que estoy perdida! ¡Me dejará, estoy segura!
--No, no te dejará.
Con las lágrimas no veía nada, así que no me percaté hasta que no sentí el roce de sus labios en los míos, pero antes que se provocara el beso sonó la campana y ella se apartó apresuradamente y empezó a recoger sus cosas.
--Bueno -Dijo dirigiéndose a la clase-, habéis tenido una hora para hacer debate, y eso está muy bien, pero ya es hora de que vayáis a vuestra próxima asignatura. Los ejercicios los corregiré en casa, así que, Córax, por favor, recógelos y tráemelos.
Me sequé las lágrimas y miré a mi alrededor. Córax dejó de mirar a Ignacio José, al cual le habían saltado los botones de la camisa y la corbata se le habían enroscado en el cuello como una pequeña serpiente marrón oscuro. Tenía la cara muy roja y parecía haber crecido un palmo en pocos minutos, la cual cosa hacía que la impecable camisa blanca se le saliera de unos pequeñísimos pantalones tejanos. Además, los dedos de los pies debieron decididir que les faltaba espacio, pues ahora sobresalían por la parte delantera de sus negros y relucientes zapatos.
--¿Qué le pasaría? -Me pregunté extrañada en voz alta- ¿Realmente se pudo inflar como un globo?
--No sé, pero la campana fue una aguafiestas: si no fuera la hora éste no hubiera tardado en petar. -Me respondió sonriente y luego añadió bajando la voz-: No le digas a nadie que tú... y yo... Bueno, que estuve a punto de...
--¿Besarme? -La miré- ¿Ni a Claudie?
--A Claudie le diré yo. Ella imaginaba que no tardaría en pasar algo...
--Mmmm... -Me quedé pensativa- De acuerdo, entonces se lo dices tú...
--Sí, Cecie, ya le diré yo a Claudie los ejercicios que... -Cambió tan abruptamente de tema que me quedé desconcertada, pero enseguida comprendí a qué se debía- ¡Ah gracias, Córax!
--De nada. -Me miró mi compañera- ¿Te vienes conmigo a Psicología?