La Negra del Gimnasio
La negra del gimnasio está buena de romperse, con ese culazo respingón y el pelo casi rapado que te hace pensar en follarle la boca agarrando sus orejas
La negra del gimnasio está buena de romperse, con ese culazo respingón y el pelo casi rapado que te hace pensar en follarle la boca agarrando sus orejas. Para casi todos los que van allí, esa mujer está fuera de su alcance. Para mí, no. La veo cada día, con sus estupendos modelitos que se ajustan a sus curvas como si fueran un guante. Elevan sus tetas, aplastadas bajo un sujetador deportivo que no puede esconder el tamaño de los melones de la negra, se pegan a sus cachas de tal manera que puedes imaginarte el culazo de la tipa, y a veces, cuando está en la máquina de pesas, se le pegan al chumino dibujando su raja. No hay que decir que la tía pone las pollas alerta en cuanto entra en el recinto.
Como todos, la había desnudado con los ojos y me la había tirado en mi imaginación. Supongo que la hembra sería la fulana de algún macarra que le pagaba los caprichos, a cambio de alardear de hembrón. ¡Y vaya que si podía! La tía era un espectáculo. En su escote se podían meter dos rabos y aún sobraría sitio. Y tenía unos labios de chupona... Me excitaba cada movimiento, cada posturita, cada modelito que se ponía.
Ella iba a su bola. No se mezclaba con nadie y no se paraba a charlar con nadie. Más de una vez me dieron ganas de entrarla, en plan duro, agarrándola por la nuca mientras llevaba la otra mano al conejo de la negra, a ver qué me decía. En mi imaginación, la tía protestaba, se defendía, pero sin llamar la atención de nadie en particular. Un poco después, empezaba a chorrear, insultándome, enardeciéndome, obligándome a joderla. Mientras mi mano seguía reptando por encima de sus leggins, buscando su botón de placer, ella me comía la boca y metía su mano debajo de mi pantalón, apretándome los huevos y el nabo. Lograba que la tía estallara en un orgasmo tras hundir la mano por debajo de la cintura de los leggins, escarbando debajo de su tanga con dedos febriles. Después de correrse, se ponía de rodillas delante de mí, me bajaba los pantalones y me la comía hasta que me corría en su boca. Mi semen se escapaba de sus labios, corriendo libre por sus tetas que encauzaban el líquido hacia su canalillo. La zorra seguía chupándomela, hasta que me hacía caer de rodillas. Entonces se quitaba sus leggins y se abría de piernas, mostrándome un tanga que variaba de color según el día. Detrás de aquella prenda ínfima se escondía un coño rasurado, que ella me enseñaba apartando la tira del tanga a un lado. Luego me obligaba a comérselo, a lubricar su raja hasta que, perra y caliente, se levantaba la camiseta ajustada y se soltaba el sujetador deportivo. Sus tetas eran esplendorosas. Hundiendo dos, tres dedos en su almeja, la follaba salvajemente con la mano al tiempo que ella se apretaba las tetas y los pezones. Llegaba siempre un punto en que la tía me suplicaba que le pusiera la polla entre las tetas pringosas por la lefa recibida. ¡Por Dios, que melones! La hija de puta se escupía en el canalillo, me ensalivaba la verga y se tendía de espaldas, apretándose las tetas por los costados. Yo hundía el rabo entre aquellas hermosuras, y la perra gemía, contoneándose, moviéndose para que mi placer fuera enorme, como mi polla. Susurraba que le manchara la barbilla con mi lefa tibia, y entonces escapaba de la cárcel de sus pechos para encerrarme otra vez en sus labios de mamona. La tía protestaba pero enseguida se ponía al tema. Mis manos volaban a sus tetas y a su coño depilado, incluso al ojo de su culo, que me follaría algún día. La ponía a cuatro patas, con sus poderosas cachas rebotando una contra la otra después de palmearlas fuerte, hasta que se ponían cárdenas. Colocaba el nabo entre sus nalgas, apretándolas contra mi rabo, follándome la raja de su culo. Ella se acaba apoyando en los hombros, abriéndose las nalgas para que elija agujero. Sigue susurrando y gimiendo. Quiere que se la meta, por donde quiera, pero quiere mi polla enterrada dentro de sí. Su coño rezuma jugos, que resbalan por sus muslos. Sus ropas y las mías están hechas un hato, a un lado. rebusco hasta que encuentro su tanga, lo huelo y se lo meto en la boca. La negra acepta la mordaza, gimiendo con el ceño fruncido, como si estuviera enfadada. Mi polla no puede más. Apunto y la voy penetrando, con un mugido bajo. Me acoge, su chocho se adapta al contorno del rabo invasor. Jadeamos un instante quietos, concentrados en las sensaciones que nos transmiten lo sexos unidos. Y sin más, empiezo a bombear fuerte, rápido y profundo. Sorprendida, la negra suelta un grito y se le cae el tanga de la boca. Me da igual. Solo soy mi polla, y estoy concentrado en entrar y salir del coño de la diosa. Intuyo sus tetas botando al ritmo de mis embestidas, y me parece que escucho aplausos por el polvo que estamos echando, que resulta ser el sonido de sus nalgas contra mi vientre. Hundo un dedo en su culo, porque sus rodillas separadas abren su raja y me enseñan el asterisco, negro, más oscuro que la piel que lo rodea. La negra grita, sorprendida y violada, pero no hace más que acostumbrarse a ese dedo. Una de sus manos me agarra de los cojones, exprimiéndolos. Sé que me voy a correr otra vez en breves instante, y degusto el pensamiento de derramarme dentro de ese coño genial. Casi antes de acabar de pensarlo, siento un cosquilleo que parece nacer de la mano que me aprieta los huevos, se expande raudo por mis piernas y mi bajo vientre y sale despedido en forma de chorros de lefa que golpean, una y otra vez, en las paredes del chochito negro y depilado. La hembra lo nota, y suelta un “¡Oh!” de sorpresa al tiempo que gira la cabeza y me mira por encima del hombro. Parece enfadada, o más bien contrariada. Imagino que no le importa que me corra en cualquier lugar de su cuerpo, siempre que sea fuera de su templo. Tendrá miedo al embarazo, pero me da lo mismo. Empujo fuerte un par de veces, logrando que la negra cierre los ojos con fuerza y se muerda los labios. Cuando la última gota de mi semen sale del tercer ojo, me derrumbo sobre su espalda. Tirados en el suelo, todavía dentro de ella, tratamos de recuperar la respiración. Me insulta, me llama hijo de puta y me dice que su chulo me va a matar. Sé que miente...
Y en ese momento, veo que la negra pasa por delante de mí, mirándome sin verme, sin saber el placer que me provoca imaginarla abierta de piernas delante de mí, esperando que me la folle.