La necesidad me hizo mujer (Capítulo 2)
Una vez terminada la noche de fantasía me tocaba volver a la realidad en la que yo vivía como un chico. Esto generaría una serie de conflictos en mí que me harían volver a los brazos de Manuel en busca de consuelo.
Este relato es el segundo capítulo del relato La necesidad me hizo mujer
Tan pronto como Manuel me dejo en mi casa, toda esa alegría y esperanza de un futuro prometedor se desvaneció. Entrar en mi casa y dejarme ver por mis padres todo vestido de chica me llenó de vergüenza. Había sido una noche de fantasía con Manuel, ahora era tiempo de volver a la realidad. Dejé el sobre con el dinero sobre una mesa y me fui corriendo a esconderme en mi cuarte sin siquiera decirles “hola”.
Me desvestí lo más rápido que pude y me puse la ropa de varón que solía usar. Me eché a la cama y me puse a llorar. No había llorado en años, desde niño. Seguramente mi último llanto debió haber sido por algún berrinche infantil o quizás por algún golpe muy doloroso, pero ya a partir de la adolescencia esos llantos no ocurren; y en los últimos años mi vida había sido tranquila, sin traumas emocionales de ningún tipo.
Lloraba de vergüenza por haberme dejado humillar y más vergüenza aún porque me gustó y me comporté como toda una putita por cuenta propia. Lloraba de bronca porque de no ser por nuestra condición económica nunca habría pasado lo que pasó. Lloraba de miedo porque me había gustado mucho y la idea de repetir me excitaba, pero el hecho de que me guste me hacía un putito, un maricón, y no es que fuese homófobo a tan temprana edad, sino que hasta entonces fantaseaba con lo que todo chico adolescente quiere: ser el más macho y masculino de todos y conquistar a las mujeres más hermosas. Sin embargo, la anoche anterior había deseado todo lo contrario, me había entregado a ese deseo, y gocé, gocé como nunca me habría imaginado que era posible gozar.
Al cabo de unos minutos mi madre tocó a la puerta y me preguntó si me encontraba bien. No era una pregunta casual para socializar. Dados los acontecimientos de la noche anterior, era normal que me consultaran por mi estado físico-emocional. Le contesté que sí, que me encontraba bien y que nada malo había pasado; le dije que quería estar solo y me dejó.
Lentamente los días volvieron a la normalidad y pasada una semana mi madre me preguntó si quería visitar a Manuel ese sábado, pero me negué. Aún no había superado la vergüenza de que me hubiese hecho sentir una chica. Claro que en su momento yo me sentía encantado sintiéndome una chica, pero había sido un momento de éxtasis en el que mi cuerpo y mi mente habían sido abrumados por una enorme cantidad de emociones y sensaciones nuevas. La fantasía había comenzado apenas entré a casa de Manuel, era una casa enorme y lujosa, un lugar que jamás creí que vería, pero cuando volví a mi humilde casa y vi a mis padres la fantasía se acabó y yo volví a la realidad. Una realidad en la que era un chico. Y hasta ese entonces, por desconocimiento e ignorancia, no sabía que era posible cambiar de género y llevar una vida común y corriente como una chica.
Dije que los días habían vuelto a la normalidad, pero eso en la rutina del día a día. Yo pasaba los días lidiando con una serie de emociones contradictorias. Por un lado, la vergüenza y el resentimiento hacia mí mismo, y por el otro, el deseo y la necesidad de volver a entregarme a Manuel. Todas las noches fantaseaba con volver a sentir ese rico orgasmo que Manuel me había dado. Una noche soñé con que me follaba, el sueño se sentía muy real. Mientras me follaba me corrí, y el placer se sentía muy pero muy real. Y es que… era real. Me estaba corriendo mientras dormía. La eyaculación hizo que me despertara. Mis deseos eran tan intensos y mi cuerpo adolescente estaba tan lleno de hormonas que me corrí sin masturbarme. Tuve que levantarme, limpiarme el semen y cambiarme el calzón.
A la segunda semana mi madre me volvió a preguntar si quería visitar a Manuel. Esta vez acepté. Tantas emociones contrarias agobiándome todo el día me tenían angustiado, necesitaba un consuelo, iba a buscar ese consuelo en Manuel. Buscar consuelo para dolores emocionales en el placer físico es algo normal, pero yo a esa edad aun no sabía eso, ni siquiera lo había razonado de esa manera. Evidentemente, fue algo instintivo el querer buscar consuelo en el placer sexual para aliviar mis malestares emocionales. Paradójicamente, la fuente de esos malestares emocionales había sido el placer que había sentido al comportarme y actuar como una chica, y era ese mismo placer el que me daría consuelo y me haría olvidar de la angustia que sentía.
Llegó el sábado a la tarde y debía prepararme ya que Manuel pasaría a buscarme. La noche anterior mi madre me había entregado una caja que Manuel le había dado. Ella lo veía todos los días ya que trabajaba en su casa. En la caja había ropa para que me vistiese para él. Había un vestido, del mismo estilo de que ya me había regalado, pero este era blanco con lunares verde claro. La tela era hermosa y me quedaba perfecto. Unas bragas verde claro, del mismo tono que los lunares del vestido y una diadema, también del mismo tono de verde. Con Manuel casi siempre usaría diademas, le parecía un detalle muy femenino que le encantaba como me quedaba. Por último, saqué de la caja unos zapatitos gris claro. También había cremas depilatorias, así que me depilé el poco vello que tenía en la ingle y en las axilas y entonces sí, mi cuerpo quedó totalmente liso y terso.
Ya vestido y con la peluca esperé cerca de la puerta a que llegase. No teníamos auto, pero si un pequeño garaje; Manuel entraría el auto así yo no tendría ni que asomarme a la vereda así vestido. A mis padres les había pedido que se quedaran en su cuarto hasta que me fuese, no quería que me viesen vestido de chica otra vez.
Una vez que Manuel llegó me subí rápido al auto y me quedé quietito sin saber qué hacer. Manuel se veía elegante y atractivo al igual que la ora vez. Fue él el que se acercó y me dio un beso en la mejilla.
— ¡Qué linda te ves hoy!
—Gracias!— respondí con timidez.
— ¿Cómo te encuentras hoy?
—eh… bien.. muy bien… ¡Ansioso!— Inmediatamente me ruboricé tras decir eso.
¿Ansioso? Sí, ansioso por tener a Manuel dentro de mí otra vez. Seguramente Manuel había interpretado eso y por eso me avergoncé un poco. No tenía pensado decir eso. Simplemente se me escapó por los nervios.
Una vez en su casa me nos dirigimos a la cocina. Se había hecho bastante tarde y ya era casi la hora de comer, y Manuel me había pedido que le ayudara a cocinar la cena. No hablamos mucho mientras cocinábamos, pero sí un poco durante la cena. Manuel me preguntó mucho sobre si había estado bien en esos días desde aquella anoche. Yo preferí ocultar la angustia que había sentido por lo confundido que había quedado emocionalmente y contesté a todo que estaba bien, que la había pasado muy bien y que había quedado muy contento con la experiencia.
Una vez terminamos de comer, Manuel me llevó a la habitación donde me había maquillado la vez anterior. Me hizo sentar en la misma silla y comenzó a maquillarme. Esta vez había un espejo grande sobre la mesa que permitía verme bien. No solo me maquilló sino que me iba explicando que maquillaje me aplicaba y cómo se debía aplicar. Me dijo que ya la próxima me maquillaría yo bajo su supervisión, y una vez que aprendiese a maquillarme solo me daría los maquillajes para que los tenga en mi casa. La experiencia fue distinta a la vez anterior. La primera vez estaba súper nervioso por todo, esta vez ya sabía todo lo que iba suceder, y lo esperaba con ansía. El aroma del rubor y del labial me provocaba un leve cosquilleo en el abdomen. Una vez terminado me miré al espejo e inconscientemente me sonreí a mí misma. Me sentía “linda”. Aún no pensaba en mí mismo en femenino, pero como el espejo reflejaba a una chica, me era imposible sentirme “lindo”.
Me llevó a su habitación, que era donde me desperté luego de dormirme en el sillón aquella noche. Antes de entrar me dijo que él esperaría fuera mientras me cambiaba, pues sobre la cama había más ropa para que me cambiase. Cuando entré encontré sobre la cama unas medias largas blancas con líneas rosas. No eran medias de red, eran medias de algodón que superaban la rodilla por el largo. Eran muy lindas, muy suaves y muy cómodas. También había un camisón de un color rosa muy muy clarito, casi blanco. Era muy lindo también, no era erótico pero sí sexy. Y por último una braga de un rosa similar al del camisón. No había diadema esta vez, así que opté por quitarme la que tenía y dejarme el cabello suelto. Tampoco había calzado alguno, pero estaba claro que no lo necesitaría. Por último, me había dejado el buttplug más pequeño y un pomo de gel. Esta vez tendría que introducírmelo yo.
Una vez vestido me puse muy ansioso y la vez nervioso. Se acercaba el momento de intimar, lo que había estado esperando. Comencé a excitarme. Mi polla se sentía cada vez más apretada dentro de una braga que no estaba diseñada para cubrir un pene, por más pequeño que fuera.
Manuel entró y me observó. No dijo nada. Yo me había sentado contra el respaldo de la cama, con las piernas flexionadas y abrazándolas. Se sentó al borde de la cama y se quitó los zapatos. Se terminó de subir a la cama y se me acercó. Mi corazón palpitaba. Me envolvió ambas piernas con un brazo me desplazó hasta tenerme sentado de costado entre sus piernas. Con el otro brazo me envolvió por detrás y comenzó a besarme.
La mezcla de angustia que me había aquejado las últimas dos semanas, de nervios y de ansiedad había puesto mi cuerpo muy tenso. Pero en cuanto comenzó a besarme me relajé mucho, tanto que suspiré y gemí durante unos segundos. Era lo que había estado esperando desde aquella noche, volver a sentirme deseado y sentir deseo a la vez.
A medida que me besaba me acariciaba todo el cuerpo; las piernas, los hombros, metía sus manos bajo mi camisón y me acariciaba la espalda y el abdomen. Donde sea que se posasen sus manos mi piel se erizaba.
Se quitó la camisa y pude deleitarme con su cuerpo en todo su esplendor. Volvió a abrazarme y a besarme. Pero en seguida se recostó sobre el respaldo y al arrastrarme con él terminé quedando casi de frente. Así que me incorporé de rodillas frente a él y comencé a acariciarle el cuerpo, los pectorales y sus bíceps. Me estaba dejando llevar por mis impulsos. Lo acaricié y lo observé hasta que me surgió la necesidad de besar ese cuerpo y así lo hice. Me recosté sobre él y pegué mis labios en su pecho. En seguida sentí su bulto duro clavarse en mi panza. Fui bajando mis besos hasta que mi mentón chocó con su bulto. No resistía la ansiedad. Le bajé el pantalón, se lo quité por completo y luego le quité el bóxer. Se me hizo agua la boca al verla toda erecta y dura. No tarde en tomarla con las manos y llevé mis labios directo a sus testículos. Comencé a chuparlos. Me metí uno en la boca y luego el otro y jugueteaba moviéndolos con mi lengua; eran tan grandes que no me entraban ambos a la vez. Había estado toda la semana pensando en esos testículos. En nuestra primera vez no había podido saborearlos, ni se me había ocurrido; pues todo había sido muy rápido y sorpresivo.
Desde que mis labios tocaron la piel de sus genitales gemí y suspiré. La tensión sobre mi cuerpo que mencioné se terminó de aliviar por completo. Esa relajación junto con el placer psicológico que me daba lamer un miembro masculino me hacía gemir de manera incontenible. Pero solo me entretuve un par de minutos con sus testículos. Veinte centímetros de polla me esperaban para que los chupetee todos. Le fui dando chupones por el falo hasta que llegué a la punta y entonces comencé a tragarla hasta que tragué la mitad. Al igual que la primera vez mamé y mamé sin pensar en nada más que en la polla que tenía entre mis labios. Para mi lamer esa polla era como cuando uno come un bocado de su golosina o postre preferido. Me refiero a esa comida que en cuanto entra a nuestra boca dispara un montón de sensaciones que se expanden de la boca al resto del cuerpo; hablo de esas comidas que hacen que nuestro cuerpo libere endorfinas. Esto mismo me provocaba mamar una polla, solo que el placer era mucho más intenso.
Manuel me acariciaba la espalda y el cabello, hasta que me advirtió que se correría. Esta vez me preparé para recibir toda su corrida. A medida que eyaculaba tragaba lo más rápido que podía. Mi boca se llenó de semen y unas gotitas se me escaparon por las comisuras de los labios, pero todo el resto lo pude tragar. Me aseguré mamarle la polla hasta limpiarle todo el semen.
Apenas deje de mamar me tomó el rostro y con su dedo me limpió el semen que se había escapado de la boca y me había chorreado hasta el mentón. Se levantó, se limpió la mano con una toalla y colocó detrás de mí. Yo había estado todo este tiempo acostada boca abajo. Suavemente me levantó el camisón, me bajó un poco las bragas y me retiró el buttplug. De un cajón en la mesa de luz sacó el resto de los buttplugs, tomó el que seguía en tamaño, lo cubrió en gel y me lo introdujo delicadamente. Se quedó acariciándome las nalgas hasta que se decidió a quitarme las bragas por completo. Esta tenía una mancha de humedad muy grande pues estaba tan excitado que había liberado bastante pre seminal mientras le mamaba.
Ya quería que me follase. Mi corazón estaba aceleradísimo; mi polla parecía que iba a estallar; mi ano se apretaba y relajaba involuntariamente jugando con el buttplug; y mis intestinos se revolvían de tantos cosquilleos que me recorrían el cuerpo. Pero tendría que esperar un rato. Él acababa de correrse y mi cola aún no estaba del todo dilatada.
Manuel se sentó contra el respaldo y me invitó a me sentase a su lado. Más que sentarme me recosté sobre su pecho, él me abrazó y me beso la cabeza.
— Noté que cuando subiste al auto estabas nerviosa, como avergonzada…
—Sí… es que.. nunca me había vestido de chica hasta hace dos semanas… y a pesar de que ya me habías visto y de lo que paso… aún me da un poco de vergüenza…
—Te entiendo. Eres muy joven aún. Es normal que te sientas así. Pero conmigo no tienes por qué avergonzarte de nada. No olvides que yo quiero verte así, toda linda. Y además quiero que tú también lo quieras. Quiero que tú también desees verte linda y femenina. Verás que cuanto más cómoda y desenvuelta te sientas más disfrutaras. Y recuerda que nadie sabrá nunca de esto. Salvo tus padres y nosotros, nadie se enterará.— Sus palabras me reconfortaban mucho.
Tras decir eso, la mano con la que me acariciaba la cintura bajó a mi cola, y así como estaba sentado medio de costado, alcanzo el buttplug y lo quitó. Estiró su largo brazo y alcanzo otro buttplug, le puso un poco de gel y me lo introdujo. Este era el de 4cm, mi ano sintió el grosor. Luego me siguió acariciando y nos quedamos un rato en silencio.
Se levantó para ir al baño y yo que no daba más de la necesidad. Me cambié el buttplug por el de 5cm para acelerar la dilatación. Dolió un poco, pero al igual que la otra vez, era un dolor tolerable y sentía que se pasaría en pocos minutos una vez me acostumbre. Me acosté boca abajo, puse una almohada bajo mi pecho, otra bajo mi cara y la envolví con amos brazos.
Esa era la posición que quería mantener por el resto de la noche. Como dije, quería que me follasen no solo porque me había gustado mucho, sino también para consolar, por medio del placer, esas angustias que me habían agobiado las últimas dos semanas. Sólo quería recibir placer sin hacer ningún esfuerzo. Por eso quería estar en esa posición. Quería que Manuel me penetre desde atrás y que yo no tuviese que hacer ni el más mínimo esfuerzo por mantener mi postura o posición.
Manuel salió del baño, al que se accedía directamente desde la habitación, se subió a la cama y se arrodilló tras de mí. Tomó la base del buttplug, miró hacia la mesa de luz donde se encontraban los demás y se dio cuenta que lo había cambiado por más grande. No me lo quitó sino que se quedó moviendo suavemente hacia todos lados.
— Sabes… deberías adoptar un nombre de chica. Deberías ser tú misma quien decida cómo te llamarás.
El comentario me tomó por sorpresa, en ningún momento había pensado en ponerme un nombre de mujer. En ese momento me di cuenta que en ningún momento, en ambos encuentros, me había llamado por mi nombre; a mi nombre de varón me refiero. Manuel quería que fuese una chica para él, no un chico con ropas de mujer. De ahí que me había pedido que me vistiese en mi casa, me había pedido que me dejara crecer el pelo y me dijo que me una vez domine el maquillaje me debería maquillar en mi casa también. Así que llamarme con un nombre femenino era lo único que faltaba.
— No había pensado en eso aún. No quisiera elegir uno sin pensarlo bien… puedo… pensarlo para la próxima vez?
—Por supuesto. Tú tranquila. Tómate el tiempo que necesites y elige el nombre que más te guste.
En cuanto terminó de decir eso tiró del buttplug hasta que se salió. Esparció una cantidad generosa de gel en mi ano y sobre su polla. Apenas sentí la punta de su polla rozar mis nalgas se me erizó toda la piel y apreté con mucha fuerza la almohada. La situación era igual que con la mamada. La vez anterior todo había sido rápido y sorpresivo para mí, y no sabía lo que sentiría hasta que sucedía. En cambio, en esta ocasión, había estado dos semanas fantaseando con repetir y sabía exactamente como se sentía. Hasta había soñado con que me follaba y me corrí en mi sueño, tal como ya comenté en este relato. Así que estaba más nervioso aún que la primera vez, pues la primera vez ignoraba lo que sentiría; ahora sabía perfectamente y eso me ponía más nervioso todavía. Pues recordaba que en el momento del clímax el placer me había abrumado y le había rogado desconsoladamente a Manuel para que se detuviese y así me aliviase las gigantescas olas orgásmicas que recorrían mi cuerpo.
Su polla tocó mi ano y comenzó a entrar. La iba metiendo despacio, sin prisa pero sin pausa, segundo a segundo había más polla dentro de mí. Esta vez ahogaba mis gemidos, no sé porque pero en vez de gemir sonoramente gemía como aspirando el aire. Es que estaba sorprendido porque se sentía distinto. Siendo tan inocente e inexperto aún, no tenía idea que cualquier cambio de postura implicaría que el placer se sentiría de otra manera, y en algunas posturas se sentiría más placer que en otras. Y esta vez, a medida que me penetraba, me gustaba más que la vez anterior. También sucedió que me había dilatado mejor, pues ya no era mi primera vez, y por ende casi no sentí dolor; sentí solo un poco el tirón de los músculos del ano y el recto, pero era un dolor tolerable y duro solo unos segundos.
Cuando terminó de entrar y su pelvis se apoyó mis nalgas y las aplastó, sentí una punzada de placer muy intensa bien dentro de mí. Empecé a suspirar con fuerza, me era inevitable. Manuel se recostó sobre mí cubriéndome por completo. Sentí su aliento cálido sobre mi cabeza y sus manos buscaron las mías. Me hizo soltar la almohada que yo sujetaba con fuerza y entrelazó sus dedos con los míos. Aunque me había entregado sin la más mínima resistencia, me hacía sentir sometida al estar tan atrapada. Me tenía sujeta de las manos y no me soltaría, con su cuerpo encima de mí no me podía mover, incluso sus piernas estaban sobre las mías haciéndome imposible moverlas. Y por último, su polla era como una estaca que me clavaba al colchón sentenciándome a quedarme ahí acostado todo el tiempo que él quisiese.
Movía su pelvis hacia delante y hacia atrás. Cuando empujaba hacia delante me daba una punzada de placer que me estremecía de pies a cabeza y cuando se tiraba hacia atrás me daba un pequeño respiro; un pequeñísimo respiro. Su polla estaba constantemente dentro mío en su totalidad, lo que hacía era empujar aún más aunque yo no tenía más polla para meter. Era distinto a la otra vez que retiraba casi todo el miembro para volverlo a introducir. ¡Cuánto placer me daba esa follada! Me encantaba sentir todo el calor de su cuerpo sobre el mío.
Sorpresivamente, a los pocos minutos, tres cómo máximo, comencé a correrme. Mi polla estaba completamente aplastada debajo de mí pero sentí una humedad que se esparcía debajo de mí a medida que gozaba más y más. Fue un orgasmo exquisito. Me hizo gemir mucho pero no me hizo gritar ¡Basta! como la primera vez.
El motivo por el que me corrí tan rápido es porque fui precoz. Aún era adolescente, mi cuerpo no se había terminado de desarrollar y mis hormonas estaban por las nubes. No fue la única vez que me pasó de correrme tan rápido. Durante toda mi adolescencia fui precoz la casi la mitad de las veces que me follaron. No me molestaba ser precoz de vez en cuando. Correrse rápido siendo pasivo era muy distinto que siendo activo. Aunque los orgasmos más ricos eran aquellos que tardaban en llegar, los orgasmos precoces los disfrutaba igual. En unas pocas ocasiones me corrí apenas Manuel terminó de meterla; en menos de cinco segundos de penetración ya me estaba corriendo. Me daba cierto morbo correrme tan rápido. Cuando me pasaba, pensaba para mí mismo “me gusta tanto que me follen, soy tan putito y tan maricón que me corro en cuanto me la meten”. Reitero que me tomó tiempo pensar en mí misma en femenino. Y ese placer morboso de disfrutar ser un putito tomó meses en desarrollarse dentro de mí. Al momento de los hechos de este relato aun no pensaba así; pero volvamos a la noche del segundo encuentro con Manuel.
Mi respiración era muy agitada y jadeaba con fuerza. Me estaba reponiendo del orgasmo, pero Manuel seguía follandome. No tenía idea si se había dado cuenta que me corrí. De a poco me terminé relajando por completo una vez pasaron los espasmos. Ahora mi cola estaba insensibilizada al placer pero no podía ignorar la dureza y el tamaño de ese miembro que empujaba dentro de mí. Recosté mi cara sobre la almohada y así me quedé mientras Manuel me follaba y me daba besos en el cuello. Pasados unos minutos sentí que empujaba con más fuerza y jadeaba un poco. Luego, de a poco, me la sacó y levantó. Su semen comenzó a brotar de mi ano y se escurrió por mi cuerpo bañando mis testículos hasta caer en el colchón. Cuando me pareció que no salía más semen me puse de costado.
“Maldición” pensé al verme el camisón. Al correrme tenía el camisón bajo mi polla y ahora tenía una mancha enorme de semen. Me lo despegué de la piel y dije:
— Lo siento. Estoy ensuciando las ropas que me regalas. Primero las bragas, luego esto…
—No tienes que disculparte por nada —Manuel me interrumpió con un tono bastante serio. Me miró fijo a la cara.— No te disculpes por gozar. El semen se lava y no deja rastro alguno. Aquí en mi casa puedes correrte cuando y donde quieras. No te tienes que preocupar por manchar tus ropas, las mías, las sábanas, el sillón o cualquier cosa de la casa. Cuando el placer sea tan fuerte que no puedas contener la eyaculación solo correte sin preocupaciones. Y no quisiera nunca verte poner la mano para juntar el semen. Déjalo brotar y que caiga donde tenga que caer.
Me lo dijo todo con tanta seriedad que me hizo sentir un poco de culpa por haberme disculpado. Pero por otro lado, era un alivio saber que no me tendría que preocupar por donde cayese mi semen.
— No preví esta situación y solo te compré un camisón. Puedes ponerte el vestido con el que viniste por hoy. Para la próxima te compraré varias prendas de ropa.
Hice como dijo Manuel. Me quité el camisón y me puse el vestido y las bragas que con las que había ido. Mientras Manuel se puso su bóxer y luego buscó algo en que ropero. Sacó un juego de sábanas y nos pusimos a cambiar las sabanas pues las que estaban puestas tenían manchas del semen de ambos. Tras cambiar las sábanas se acostó boca arriba y yo me acosté sobre su pecho. Me quedé ahí, descansando. Creí que me quedaría dormido, pero no. Aun necesitaba más consuelo.
Pasado un buen rato. Su mano que había estado posada en mi cintura comenzó a bajar por mi cola y luego me fue levantando el vestido. No me pude contener y me incorporé para besarlo. Su mano dejó de moverse tan despacio y se enterró directamente en mi raya para presionar con sus dedos mi ano por encima de la braga.
Esta vez fue Manuel quien me puso boca abajo y me colocó varias almohadas y almohadones debajo de mi abdomen de manera que me cola quedó un poco levantada a pesar de que yo estaba echado. Mi polla erecta no quedó bajo mi cuerpo, si no que quedó apuntando había abajo trabada por la pila de almohadas que me sostenían. Me había levantado el vestido por arriba del ombligo así que no se mancharía si me corría, y la braga ya me la había quitado desde un principio. Me tomó de la cintura con ambas manos y me la fue metiendo. No se recostó encima de mí, se quedó arrodillado detrás. Me la metía y me las sacaba cada vez más rápido y más fuerte. La sacaba prácticamente toda y luego metía bien hasta el fondo. La intensidad de la follada me hacía gemir con fuerza, y no bajito y con suavidad como hacía un rato.
— Así te gusta más verdad?— Me lo dijo muy excitado.
No me animé a responder. En mi primera vez me había comportado como un putita y me luego me había sentido muy avergonzado así que preferí solo gemir sin responder. Pero Manuel quería una respuesta, me sujetó de la cintura con más firmeza y me folló más fuerte aun haciéndome gritar de placer.
— ¿Verdad que te gusta que te follen hasta que te corras como una guarra?
—SÍÍÍ SIII…. AHHH OHHHH ME ENCANTA!!!— contesté desesperada por miedo a que me follase más fuerte todavía.
No me daba miedo que me doliese, pues no me dolía para nada. Lo que me daba miedo era que suceda lo mismo que la primera vez, que el placer se volviese tan intenso y abrumador que superase mis capacidades y tuviese que gritar “BASTA” e implorarle que pare. Pues sabía que no se detendría. La follada anterior había sido distinta y había llegado al orgasmo sin pasar por esa etapa de placer agobiante y excesivo; pero no me correría sin antes llegar hasta ese punto. Lo cierto es que me encontraba en una encrucijada. Quería llegar al orgasmo, pero me aterraba repetir esa experiencia en la que tenía que suplicar que pare. Pero fue inevitable. Pasados varios minutos de feroz penetración sentí todo mi cuerpo estremecerse; mis músculos se contrajeron más allá de mi control y unas oleadas de placer agónico me invadieron. Mordí con fuerza la almohada que tenía debajo de mi cara mientras me corría. Me llené la boca con la almohada para ahogar mis gritos; pero no mis gritos de placer, si no mis gritos de súplicas y ruegos para que se detuviese.
Cuando el orgasmo pasó solté la almohada para tomar una buena bocanada de aire. Lo necesitaba o me asfixiaría, estaba muy agitado. Manuel retiró su polla y, otra vez, su semen brotó de mi ano. Nos habíamos corrido al mismo tiempo.
Estaba exhausto y mis músculos no me respondían. No sabía qué hacer, no tenía el más mínimo deseo de moverme, pero no creía que a Manuel le gustase que me quedase así como estaba. Las almohadas que me sostenían y las sabanas se estaban manchando con mi semen y con el suyo, que caía de mi cola a la cama. Mientras pensaba en esto, Manuel tomó una toalla y comenzó a limpiar el semen tanto de mi cuerpo como de la cama. Sin darme cuenta me desvanecí. Me desperté horas más tarde entre los brazos de Manuel. A un costado, solo unos centímetros, de donde habíamos follado. Cerré mis ojos y me volví dormir, esta vez hasta pasado el mediodía y me desperté solo en la cama.
Repetí la rutina de la vez anterior. Me lavé el maquillaje, me bañé en su hidromasaje y luego me puse unas prendas nuevas que me había dejado en el baño. Había una remera ajustada de un celeste muy claro y una pollera azul que me llegaba hasta las rodillas y tenía unos flecos. Unas bragas con rayas de todos los colores, unas zapatillas con detalles rosas y una diadema del mismo color que la remera. Una vez vestido me puse la peluca y la diadema y bajé a buscar a Manuel. Me esperaba en cocina. Estaba terminando de preparar el almuerzo.
— Sé que ya te lo he preguntado mucho en lo poco que nos vimos, pero ¿cómo te sientes?
—Muy bien. Lo pasé bien— Estaba tan hambriento que contesté rápido y sin timidez, como para dar por contestada la pregunta y poder seguir ingiriendo comida.
— Estoy seguro que sí. Me sorprendió que la semana pasada no quisieses venir. Y entonces por eso insisto tanto en preguntar cómo te sientes. No me cabe duda que físicamente lo disfrutas mucho, pero también está el lado emocional. No es algo fácil de digerir el darte cuenta de un día para el otro que eres una chica. —Ese comentario me desconcertó tanto que casi me ahogo y tuve que tomar un buen sorbo de agua para bajar la comida de mi garganta.
— Puesss.. yooo…. lo estoy asimilando, pero estoy bien. Pasar la noche contigo me gusta mucho de verdad. La semana que viene estaré aquí sin falta.— Manuel me sonrió al escuchar mi respuesta.
Su comentario me había puesto muy nervioso. “ Darte cuenta de un día para el otro que eres una chica”, lo hacía sonar como si de verdad me hubiese convertido en una chica y no en un gay pasivo que vestía ropas de nena. Lo había dicho con mucha naturalidad, como si fuese una verdad indiscutible. Si el tener una experiencia homosexual y el haberme vestido de chica había generado una marejada de emociones que me habían tenido angustiado las últimas dos semanas; ahora que me habían dicho que mi género había cambiado mi estado emocional y la confusión se dispararían aún más. Conociendo como fue el volver a casa la vez anterior, sabía que esta vez también sería difícil, pues como dije anteriormente, el motivo de mis angustias había sido el haber sido sodomizado por un hombre, sumado a que, para mi sorpresa, me había encantado. Y ahora había vuelto a repetir la experiencia, pero esta vez, no solo sabiendo lo que pasaría sino deseandolo.
Antes de partir para mi casa me dio una bolsa con el atuendo de mucama de la vez pasada ya lavado y con las prendas que me había puesto para ir a su casa. Las prendas que se habían llenado de semen durante el sexo me las llevaría el sábado siguiente una vez lavadas. No me dio ningún sobre con dinero. Se lo daría a mi madre el lunes. A partir de ahora sería así, yo no vería nunca el dinero, así solo me concentraría en disfrutar del buen momento y no se sintiese como prostitución. Aunque a decir verdad, a pesar de que sabía que había dinero de por medio, durante toda la noche me olvidaba por completo. Lo disfrutaba tanto que lo habría hecho gratis sin dudarlo.
Durante el regreso tuvimos una breve pero relevante conversación:
— Sabes…? Me gustaría llamarme Julia —lo dije con mucha timidez y pudor.
— ¡JULIA! Me encanta! Es un nombre hermoso. —Yo sonreí sonrojado.
Al llegar a casa, la situación se repitió. Fue como volver a la realidad. Entre a mi casa vestido de chica, pero ahora tocaba volver a mi vida de chico, sin caricias ni besos de Manuel, sin pollas grandes y erectas, sin semen, sin penetración y sin orgasmos. Solo me quedaba mí confusión y además, ahora se sumaba la culpa. Si, sentía culpa. La primera vez me habían engañado para que termine en manos de Manuel, pero ahora yo había ido por cuenta propia. Es más, dependía exclusivamente de mí el ir o no, así que eso me hacía sentir más culpa aun.
Mis padres se habían ido a su habitación en cuanto escucharon el auto de Manuel. Sabían que me daba vergüenza que me viesen así vestido así que se quedarían allí hasta que yo fuese a cambiarme. Una vez cambiado me eché sobre la cama y de vuelta lloré, aunque menos que la vez anterior. Nuevamente me llené de vergüenza por haberme comportado como una chica y haberlo disfrutado; me culpé a mí mismo por haberlo hecho. Me preguntaba una y otra vez, “si no hubiese ido de nuevo, sería menos gay a pesar de que ya me habían follado una vez?” “Si no volviese a ir y no volviese a estar con un hombre, podría decirse que no era gay?”. Y recordé las palabras de Manuel cuando me decía que “ahora era una chica”. Tanta vergüenza, culpa y confusión me angustió mucho y busque consuelo en pensar que en una semana estaría de vuelta con él disfrutando de unos orgasmos maravillosos. ¿Lo ven? Era increíblemente paradójico lo que me sucedía. Estaba mal por estar desviándome del sexo y sexualidad que había creído tener toda la vida; pero lo único que me hacía sentir bien era pensar en repetir esas experiencias que daban lugar a mi confusión emocional.
Durante semanas, meses en realidad, esta situación se repitió semana a semana. Pasaba la noche con Manuel. Lo pasaba genial, de hecho, cada vez gozaba más. Luego llegaba a mi casa y me mataba la vergüenza y la culpa, sobre todo la culpa; y mi único consuelo era pensar en mi próximo encuentro con Manuel. Sin embargo, sin darme cuenta, la vergüenza era cada vez menor. La confusión sobre mis emociones y mis gustos había desaparecido; finalmente asumí que me gustaban los hombres y que me excitaba mucho transformarme en una chica. La culpa fue lo que más tardo en irse, pero de a poco era cada vez menor. Me sentía cada vez más a gusto con Manuel, cada vez conversábamos más en los momentos en que no estábamos follando y de temas diversos. Nos hicimos amigos además de amantes. Me dejé crecer el pelo hasta que ya no hacía falta que use peluca y aprendí a maquillarme solo.
La culpa terminó de desaparecer cuando los beneficios de mis encuentros con Manuel se hicieron evidentes y eran cada vez mayores. Comíamos cada vez mejor; la casa estaba vez más linda pues mis padres le hicieron los arreglos que necesitaba y la pintaron toda. La casa se llenó de electrodomésticos nuevos y modernos: una heladera enorme (y llena de comida!), microondas, licuadora, tostadora, lavarropas, el televisor más grande que hubiese visto en mi vida, y una consola de videojuegos de última generación. Había acumulado tanta ropa de mujer, además de los maquillajes, que mi madre me compró otro ropero solo para mis prendas femeninas.
Fuera de casa mi vida también cambió. De a poco y sin darme cuenta, me fui integrando a grupos de amigos y amigas en la escuela. Aunque ellos no me excluían, yo siempre me había sentido un poco excluido. Pero ahora yo tenía un celular al igual que ellos, incluso mejor y todos querían verlo y ver todo lo que se podía hacer con ese celular. Usaba ropas más lindas, de marca, y eso es algo que llama la atención entre adolescentes. También recibía algunas burlas por mi pelo cada vez más largo. Incluso sin maquillaje ni ropas femeninas yo no me veía masculino, y el pelo largo acentuaba un poco mis rasgos femeninos. Pero eran burlas suaves y sin mala intención. Me estaba relacionando bien con todo el curso.
A pesar de estas mejoras en mi vida, de que la culpa y la vergüenza desaparecieron, yo seguía angustiado y confundido en los días que no estaba con Manuel. No sabía porque, hasta que un día lo supe. Fue como una revelación, una epifanía. Manuel me acaba de dejar en casa y yo me estaba quitando las ropas de chica para ponerme mis ropas de varón y entonces me di cuenta. Me angustiaba tener que vivir como un chico. Ya había asumido que hacer de chica me gustaba más. Cada vez me sentía más una chica tal como Manuel decía, de hecho, pensaba que si hubiese podido nacer chica me hubiera gustado más. ¡Eso era! Yo prefería ser una chica antes que un varón. Cuando estaba con Manuel podía vivir plenamente esa fantasía en la que yo era una chica, pero luego, durante toda la semana tenía que vivir pretendiendo que era un varón. Lo cierto es que no quería quitarme las ropas de chica, quería seguir vistiéndome así, quería seguir arreglándome el pelo como una chica y seguir maquillándome toda la semana. Pero no podía, era por eso que me seguía angustiando, y el único consuelo que tenía era pensar en mi futuro encuentro con Manuel.
Esa tarde que tuve esa revelación no me cambié, me dejé puestas las ropas que Manuel me había regalado esa vez: unas calzas grises; zapatillas deportivas de chica y una prenda roja mezcla entre remera y vestido, pues era como una remera pegada al cuerpo y larga que llegaba a taparme la cola, pero que se usaba junto con pantalón. También me maquillé y salí de mi cuarto para merendar con mis padres. Se asombraron mucho al verme así, pero no dijeron nada, respetaron mis deseos de verme linda y femenino. De a poco esto se prolongó. Hasta que un viernes llegué a casa del colegio y me puse ropas de chica, aunque a Manuel no lo visitaría hasta el día siguiente. Y así haría todos los fines de semana.
A pesar de esa revelación y de que ya no sentía culpa por hacer de chica, para mí ese estilo de vida era algo que tarde o temprano dejaría durante mi adultez. Sí, prefería haber nacido mujer, pero había nacido hombre y yo aún ignoraba la posibilidad de llevar una vida como mujer. Sabía poco y nada de las transexuales y travestis, pero creía que eran escasas y que eran personas que habían llevado sus fantasías demasiado lejos. Aun no quería pensar que haría el día que dejase de lado mis fantasías de mujer ¿me olvidaría por completo de los hombres y me haría heterosexual a la fuerza para tratar de llevar una vida tradicional con esposa e hijos? Prefería no pensar en eso por el momento.
Con el tiempo nuestro nivel de vida continuó mejorando. Hasta que un día me compraron una computadora para mí. Hasta ese entonces habíamos tenido una sola que estaba vieja y funcionaba bastante mal. Pero esta era nueva y funcionaba de maravilla, y la tenía para mí solo en la privacidad de mi habitación. La primera noche que la tuve busque en internet si había más chicos en una situación similar a la mía. No me refiero a si había más chicos en edad escolar que se vistiesen de chica para estar con un hombre a cambio de dinero. Quería saber si había más chicos adolescentes que prefiriesen ser chicas y vestirse y actuar como tal. Quedé anonadado con los resultados. Esa noche no me despegué de la computadora y no dormí. Había muchísimos chicos de todo el mundo en la misma situación que yo. Leí montones de artículos, blogs, publicaciones de todas las redes sociales, incluso vi porno de crossdressers o trans, jovencitas mayormente, siendo folladas por hombres bien masculinos.
A pesar de haber estado acostándome con un hombre por meses, aún era ignorante sobre las transexuales. Por eso me sorprendí mucho al ver que había tantas, y además que muchos de los chicos que, como yo, habían empezado a disfrutar más de su feminidad terminaban haciéndose transexuales. Es decir, se sometían a tratamiento hormonal y vivían las 24hs como mujer. Me fascinó mucho ver lo femeninas que se veían muchas de las chicas trans, me quedaba viendo las fotos, analizando cada detalle de su apariencia para ver si quedaba algún rastro que delatase que había sido un chico alguna vez. Pero lo que más me sorprendió es que estas chicas transexuales llevaban vidas normales, tenían trabajos, iban a la universidad, tenían novios, salían a juntarse con amigos y amigas, iban al cine, y hacían todo lo que hacía una chica común y corriente. Esa noche me di cuenta que hacerse chica, tal como Manuel decía de mí, era una realidad posible. Pero yo aún creía que ese no era mi caso. No es que me resistiese voluntariamente a aceptar que era transexual, simplemente creía que no era mi caso. No había analizado con profundidad que sentía yo realmente, como me sentía sobre mi género. Sencillamente había asumido que mi caso era como el de las crossdressers, un chico que quería vivir su fantasía de sentirse chica al máximo, sin llevarlo a la vida cotidiana. Yo creía que para mí era una fantasía ser chica, y no una realidad como pasa con una chica trans; pero con el tiempo me daría cuenta de lo equivocado que estaba.
Todos los días leía historias nuevas de varones que se hicieron mujeres, o de varones que se vestían de mujer en la intimidad para vivir una fantasía con hombres. Finalmente, una noche me di cuenta de lo que quería para mi futuro. Quería ser una crossdresser por siempre. No importaba si en el futuro ya no me veía con Manuel, yo iba a seguir vistiéndome de mujer en la intimidad e iba a quedar con hombres para que me hiciesen sentir mujer. Esa idea que tenía de que estas fantasías solo podría disfrutarlas durante mi juventud se esfumó. Sería crossdresser por siempre y solo estaría con hombres. Quizás me enamorase de un hombre bien masculino y activo y solo me vestiría de mujer para él; esta era mi fantasía ahora.
Quería continuar el relato en este capítulo, pero creo que se está prolongando demasiado. Así que continuaré narrando mi desarrollo sexual y emocional en el próximo capítulo.