La necesidad me hizo mujer

Tenía apenas 18 años cuando me convertí en objeto de deseo de Manuel, un hombre adinerado cuya fortuna podía ayudar mucho a mi familia. Todo dependía de mí. Todo lo que tenía que hacer era entregar mi cuerpo y mi voluntad a Manuel.

Hoy en día tengo 27 años y se podría decir que soy una mujer exitosa, pero mi infancia fue muy humilde y hasta mis 18 mi vida iba rumbo a un destino muy distinto. Mi familia siempre había sido pobre. Mi madre trabajaba de empleada doméstica y mi padre hacia trabajos varios pero nunca conseguía nada estable. Por suerte nunca me falto techo y comida, pero las cuentas no siempre daban a pesar del sacrificio que hacían mis padres trabajando.

Yo era de baja estatura, 1,55 m, una característica que había heredado de ambos padres. Mi padre era de cuerpo fuerte ya que siempre se había dedicado a labores que demandaban esfuerzo físico, pero yo había heredado los rasgos finos y delicados de mi madre. Aunque mi rostro no estaba desarrollando rasgos masculinos, sí estaba desarrollando rasgos atractivos. También algo que había heredado de mis padres, pues habían sido atractivos en su juventud, pero hoy en día sus cuerpos estaban castigados por tanto trabajo físico y poco glamoroso. Otra característica que había heredado de mis padres era el carácter sumiso. Era común que hiciese lo que me dijesen aunque no quiera hacerlo. No sabía decir que no.

Por aquel entonces, mi plan de vida era terminar la escuela y poder conseguir un trabajo mejor de los que tenían mis padres que no habían podido completar sus estudios, pero ir a la universidad sería algo imposible. Al menos eso creía hasta ese entonces.

Esta historia comienza una tarde que mis padres estaban hablando en la cocina. No escuché de qué hablaban, parecía una conversación común y corriente, pero en realidad estaban tomando una decisión que cambiaría mi vida. Esa noche, cuando me estaba por ir a dormir, mi madre vino a hablar conmigo a mi habitación. Creo que fue mi madre la que hablo conmigo por la delicadeza del asunto. En realidad no me dijo la verdad sobre lo que tendría que hacer, pero en fin, era un asunto delicado para el cual cada vez que necesité contención en el futuro siempre recurrí a mi madre.

Me dijo que era necesario que trabaje aunque aún no fuese adulto, que el dinero ya no les alcanzaba y además había deudas. En aquel entonces, tanto mi madre como mi padre trabajaban para el mismo empleador. Su nombre era Manuel, un empresario muy adinerado de unos 35 años que vivía en una gran casa bastante lujosa. Mi madre le hacía la limpieza y mi padre se encargaba del mantenimiento de jardín. Mi madre quería que yo trabaje lo sábados haciendo limpieza de la casa. Ella trabajaba de lunes a viernes, así que no entendí muy bien porque no podía trabajar ella ese día también, pero no estaba en mi naturaleza cuestionar. Acepté sin dudarlo. Aunque no tenía otra opción, ya que necesitábamos dinero.

Ese mismo sábado fui a casa de Manuel a las 6 de la tarde. Me parecía tarde como para ir a hacer limpieza, pero bueno, no tenía por qué dudar de mi madre. A Manuel lo había visto solo en un par de ocasiones. Era un hombre alto, 1,8 m, atlético y corpulento. Atractivo y siempre elegante. Sabía que tenía mucho dinero, pero pagaba poco a mis padres por su trabajo, pero mis padres no le guardaban rencor. No solían sentir odio por la clase adinerada, sino que se sentían agradecidos de que les diesen trabajo por más que fuese mal remunerado. Manuel sabía que mis padres pensaban así y se aprovechaba para ahorrarse dinero aunque le sobrase. También sabía la necesidad económica que tenían mis padres y por eso les hizo una propuesta que derivó en esa noche.

Cuando llegué estaba un poco nervioso. Jamás había estado dentro de una casa de grande y tan linda. Una vez dentro Manuel me mostró la casa y era hermosa. Me dio un paseo largo y me habló bastante hasta que me empecé a sentir más cómodo ahí dentro. Finalmente me llevó a una habitación de huéspedes donde había una cama con una caja encima.

El contenido de la caja es tuyo— me dijo— , es tu atuendo de mucama para que puedas desempeñar tu trabajo.

Yo estaba un poco confundido por sus palabras. Me acerqué a la caja y la abrí despacio. Tal como había dicho, había un atuendo de mucama. Me quedé anonadado. No sabía qué hacer ni que decir. Pero Manuel rompió el silencio:

Cuando te hayas cambiado llámame —cerró la puerta y me dejó a solas.

Examiné el contenido de la caja. Había: unos zapatos negros de taco corto, una minifalda negra, medías de red fina negras, una camisita blanca y unas bragas negras muy eróticas. No sabía de ropa femenina aún, pero se veía muy lindo y de excelente calidad.

Como dije anteriormente, yo era sumiso y tendía a hacer lo que me decían. Pero también era muy inocente, o más bien ignorante, y terminé suponiendo (o quizás me auto convencí) que una mucama sí o sí debería vestirse así, aunque fuese un chico. Por aquel entonces, veía a la clase alta como superior en todo sentido. Entonces asumí que si ellos requerían que quien fuese que hiciese la limpieza se debía vestir con esos atuendos, pues entonces me tendría que poner esas ropas. Así que me desnudé y me puse esas ropas. Se sentía muy raro llevar una braga, una minifalda y medias tan largas. Di varias vueltas en la habitación y me fui acomodando la ropa hasta que me sentí cómodo.

Me dio muchísima vergüenza salir, pero tuve que hacerlo. Abrí la puerta y llamé a Manuel, que vino en seguida.

¡Espléndido! ¡Adiviné los talles justos para ti! Ahora ven, siéntate aquí —me señaló una silla que había junto a una mesa.

Una vez sentado, abrió un cajón y saco maquillajes y una peluca de pelo negro. Me puse muy nervioso al ver eso. Pero no sabía que decir, ni como oponerme, así que no dije nada de nada. Ni siquiera cuando comenzó a aplicarme rubor, delineador y labial. Finalmente, me puso la peluca. El pelo era hermoso, era pelo de verdad, lacio y negro. Me llegaba hasta los hombros. Luego de la peluca me puso una diadema blanca para tirar el pelo hacia atrás y que no me cayese sobre la cara. Me miró y me dijo:

Te ves hermosa! Mírate!

Me acercó un espejo y tras verme tarde en reconocerme a mí mismo. En ese mismo instante me di cuenta de lo afeminada que era mi apariencia, de lo contrario no podría haber sido posible que me viese como una chica solo por estar maquillado y con una peluca. Manuel me invitó a bajar y nos sentamos en un enorme sillón del living.

¿Cómo te sientes?

—¡Bien!

—Te sientes cómoda con esas ropas? —me sorprendió mucho que me hablase en femenino.

Sí, estoy bien…— No era cierto. Estaba nervioso, asustado y avergonzado, pero no me animaba a darle una respuesta negativa a ese hombre. Para mi Manuel era un hombre poderoso solo por tener mucho dinero, además los trabajos de mis padres dependían de él.

Bien, bien… Me alegro que te sientas cómoda. —Su tono de voz era muy amable y además me sonría con mucha ternura.

Repentinamente, puso su mano sobre mis piernas y comenzó a acariciarlas sobre la parte descubierta que había entre la minifalda y la media. Yo ya estaba asustado, nervioso y avergonzado; pero ahora estaba lleno de miedo. No sabía qué hacer ni que decir. Sabía lo que estaba pasando, era consciente. Yo era muy inocente para mi edad, nunca me había masturbado aún, ni siquiera había besado a una chica y sabía poco y nada de sexo; pero sabía que los abusos a menores existían, y no solo de chicas, sino también los abusos de chicos menores por parte de hombres adultos.

Yo miraba un punto fijo a mi izquierda. Manuel estaba sentado a mi derecha. No me animaba a mirarlo. Su mano se movía cada vez más entre mis piernas que las tenía bien apretadas como para evitar que su mano se puede meter en medio. Pero él insistió hasta que comenzó a subir mi minifalda unos centímetros. Entre los nervios, el pudor, el susto y la vergüenza me salió decir:

Estoy muy asustado!

—Tranquila! No tienes nada que temer. Ven! Esto te relajará un poco.

Tomó mi rostro y lo giró hacia su cara y me besó. Desde un principio fue un beso intenso. Su lengua entró en mi boca y comenzó a juguetear. Me envolvió con ambos brazos y no daba indicio alguno de me fuese a soltar. No sé por qué, pero sí me relajó un poco el beso. Se sentía bien en contacto físico con otra persona. Ya no me tocaba la pierna, sino que con un brazo envolvía mis hombros y con el otro me acariciaba la cintura. Tenía mis manos sobre mis piernas, disimuladamente me había bajado la minifalda luego de él me la subiese unos pocos centímetros. Yo no había tenido ninguna fantasía homosexual hasta ese entonces. De hecho, casi no había tenido fantasías sexuales de ningún tipo, pero si me sentía atraído hacia las chicas, pero aun así, ese beso con un hombre me estaba gustando.

Me estaba dejando llevar por el beso. Saboreaba sus labios y su lengua y me gustaba. De pronto Manuel tomó mi mano y la deslizó hasta su entrepierna. Yo hice un tímido intento de resistirme pero no dio resultado. Y mi mano se terminó posando sobre un bulto muy duro. Me sorprendió lo duro que era. Dejó su mano encima de la mía para que no la retirase, mientras tanto continuaba besándome.

Aunque me asustaba estar tocando el bulto de un hombre, la curiosidad me ganó y comencé a acariciar ese bulto hasta que terminé agarrándolo como pude por arriba del pantalón para ver qué tan duro era. A Manuel esto lo motivó y me abrazó con fuerza y me metió la lengua más adentro de mi boca. En un movimiento rápido se abrió el pantalón y corrió mi mamo para que se la acaricie por arriba del bóxer. Pero ya estaba muy excitado y al segundo se bajó el bóxer, sacó su polla y me hizo tomarla. Un cosquilleo intenso me revolvió las tripas al sentir mi mano directamente sobre su polla sin nada de por medio. Se sentía caliente y aún más dura al no estar cubierta de la tela de su ropa. Manuel interrumpió el beso y se separó de mí. Me sentí expuesto ahora que podía verme mientras le tomaba la polla así que la solté.

No tengas vergüenza. Yo quiero que la agarres… y estoy seguro que tú quieres acariciarla.

No me animé a moverme así que fue él quien tomo mi mano y la llevó de vuelta a su polla. El corazón se me aceleró un poco. No solo la tomé con fuerza sino que comencé a mover la mano de arriba abajo. Le estaba masturbando, aunque no era mi intención. Solo estaba satisfaciendo mi curiosidad, descubriendo los genitales masculinos de un macho. Era muy grande, 20x5xm, estaba toda depilada, y se veía imponente, como si fuese una polla con músculos entrenados. Manuel pidió que la tome con ambas manos y yo obedecí. Masturbarle era tan relajante como el beso que me había dado.

Esto habrá durado solo un par de minutos. Manuel me interrumpió para quitarse los pantalones y la camisa también; quedó todo desnudo. Me indicó que me pusiese boca abajo sobre el borde del sillón y yo así lo hice. Como dije, no sabía decir que no ni oponerme. Justo frente al sillón había una mesa ratona, y debajo de esta una caja, la cual sacó y de está saco un pomo de gel lubricante y un buttplug muy pequeño.

Manuel posó sus manos en mis piernas y comenzó a levantar mi minifalda lentamente. Yo no daba más de los nervios y el pudor. Cuando alcanzó mis bragas comenzó a bajarla lentamente.  Cuando me terminó de bajar las bragas me quitó la minifalda también, dejando mi cola totalmente expuesta. Yo era lampiño, no tenía vello en la cola ni en las piernas, solo en la ingle pero muy poco. Mientras me echaba gel en el ano me dijo con mucho dulzura:

Usaré mucho lubricante y te dilataré de a poco. Nos tomaremos todo el tiempo que necesites y no haremos nada que te duela. Le prometí a tu madre que iríamos a tu ritmo y que no te haría doler nada.

“¿A mí madre?” pensé. Entonces ella sabía lo que estaba pasando. Sí ella lo sabía mi padre seguramente también. En ese mismo momento mis padres sabrían que estaría vestido de nena a punto de ser follado por un hombre. Me sentí tan avergonzado que un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. También me di cuenta que Manuel me había visto en un par de ocasiones. Todos los días acompañaba a mi madre a esa casa por las mañanas, pues me quedaba camino a la escuela. Por lo general me despedía de ella en la puerta y seguía mi camino. Pero un par de veces Manuel se encontraba fuera y allí fue que me vio. Seguramente le habré parecido atractivo como para satisfacer sus morbosas fantasías.

Su dedo se metió despacio dentro de mi ano. La sensación no fue desagradable. De hecho, luego de un minuto de meterlo y sacarlo me pareció que me gustaba. Manuel cubrió el buttplug con gel y comenzó a metérmelo. Era pequeño, de 2 cm de ancho, pero mi ano era virgen y sentí que se estaba dilatando mucho, estaba por decir algo cuando sentí que terminó de entrar y la sensación de dilatación desapareció.

Manuel se quedó arrodillado detrás de mí acariciándome las nalgas mientras mi cola se acostumbraba a su intruso, para luego recibir a un huésped más grueso. Como tener algo en la cola era una sensación completamente nueva, una sensación que ni siquiera había cruzado mi imaginación, no dejé de mover mi ano. Apretaba y soltaba, pero el buttplug no se iba a salir. Creía que hacia esos movimientos por curiosidad a esta nueva sensación, pero en realidad lo estaba disfrutando. Y no sé bien en que momento sucedió, pero de pronto me di cuenta de que tenía una erección. Manuel también se dio cuenta.

Veo que ya estás más cómoda.— Dijo mientras con la yema de su dedo acariciaba mi falo.

Tras ese contacto un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo y me estremecí. Me dio mucha vergüenza que me gustase y más vergüenza aún me dio que él supiese que me estabagustando.

Lentamente me quitó el buttplug para poner uno más grueso. Sucedió igual que la vez anterior, cuando parecía que ya me estaba doliendo, terminó de entrar y ahí se quedó. Este era de 3 cm. Pero esta vez Manuel no se quedó detrás de mí acariciándome. Se sentó a mi lado y me preguntó si no quería acariciarle mientras me dilataba. Tras decir eso puso unos almohadones a sus pies para que me arrodillase.

Me acomodé frente a él y la tomé con ambas manos. Ahora que la tenía tan cerca de mi cara me parecía aún más grande. No estaba acostumbrado a ver una tan grande. Nunca había visto pornografía y mi polla a mis 18 años apenas llegaba a los 11cm y no superaba los 3 de ancho. Y ahí se quedó, mi polla no aumento más de tamaño aun cuando me faltaban un par de años de crecimiento.

Mientras le masturbaba con ambas manos él jugaba con mi pelo. Hasta que puso su mano detrás de mi nuca y me acerco hacia él. No pude hacer nada. Terminé abriendo mi boca y dejé que su polla entrase. Me sentí muy humillado. Todo lo que había hecho hasta entonces era humillante, pero no fue hasta que me hizo mamársela que la sensación de humillación se me hizo evidente. Pero para mí mentalidad de aquel entonces era algo aceptable. Yo era pobre y él era rico. Tanto yo como mi familia necesitábamos de gente con dinero que nos pudiese dar algún ingreso a cambio de hacer lo que ellos quisieran, aunque hasta ese entonces nunca había sido algo como esto. Mi padre hacía jardinería, albañilería, carpintería o lo que sea que le pidiesen, siempre por un poco de dinero. Y mi madre, que siempre había sido empleada de limpieza, limpiaba todo lo que le dijesen que limpie, y si a su empleador no le gustaba como quedaba, se lo hacía limpiar de vuelta. Mi situación era algo parecida, hacer lo que me dijesen sin oponerme, solo que más degradante.

Para mi sorpresa, me entró media polla en la boca sin complicación alguna. Dentro de mi boca de sentía todavía más caliente ese miembro. La tuve unos segundos dentro. La saboreé con la lengua en toda su extensión, la saboreé con mis labios, la saboreé con mi garganta donde hacia tope.  En un principio no me moví. Me tragué media polla y me quedé ahí quieto saboreándola y de a poco comencé a hacer succión. Con mis manos sostenía la otra mitad de la polla.

Solo la había tenido unos segundos en mi boca, pero una soleada de sensaciones indescriptiblemente hermosas comenzó a recorrer con mucha intensidad mi cuerpo desde mi boca hasta mi abdomen y de vuelta a mi boca. Otra oleada de cosquilleos igual de intensos iba de mi abdomen a mi pene erecto y a mi ano que involuntariamente yo apretaba y luego relajaba para juguetear con el buttplug. Empecé a gemir, a gemir mucho. Mis gemidos eran ahogados por su polla pero aun así gemía mucho. Los gemidos se me escapaban sin que yo pudiese frenarlos. Creo que Manuel se asustó un poco pensando que me estaba haciendo daño con la polla, pero lo cierto es que el solo me había acercado la cabeza a su polla, yo solito me había metido media polla en la boca.

Manuel me soltó por completo la cabeza pero yo no me retiré ni un centímetro y continúe gimiendo. “¿Qué me estaba pasando?” me pregunté. Y lo mismo seguramente se preguntaba Manuel. Lo que pasaba era me encantaba tener una polla en la boca, me encantaba sentir el sabor de la masculinidad en mi boca; y eso lo acababa de descubrir recién cuando mamé una polla por primera vez en mi vida. Como tenía apenas 18 años, mis hormonas estaban a flor de piel, por eso el placer se extendía por mi cuerpo incluso cuando solo estaba mamando. Ya no me importaba en lo más mínimo si me estaba humillando o no.

Pasados unos segundos ya no gemía tanto. Lentamente comencé a mover mi cabeza de arriba abajo. Mamé y mamé esa polla con mi mente en blanco. Sin ningún pensamiento que me pudiese distraer del maravilloso placer que era para mí tener esa polla entre mis labios. Hasta me olvidé de que tenía un buttplug en la cola. Al cabo de unos minutos Manuel me avisa que se iba a correr. Yo no hice caso y seguí mamando. Era inexperto y pensé que no pasaría nada porque se corriese mientras mamaba. Pero al no estar acostumbrado la primer eyaculación dio de lleno en mi garganta y casi me ahogué. Me la saqué rápido de la boca para no ahogarme. Tragué rápido el semen que tenía dentro y me preparé para meterme la polla de vuelta en la boca y así terminar de tragarme todo. Pero Manuel ya la había tomado con una de sus manos mientras con la otra me sujetaba por detrás de la cabeza y descargó todo su semen en mi cara. Cerré mis ojos y sentí como ese esperma caliente caía en mis mejillas, en mis labios, en mi mentón y en mi frente.

Manuel se recostó sobre el respaldo y se quedó mirando al techo mientras respiraba agitado. Mientras yo saboreaba el gusto que el semen había dejado en mi boca. El poco semen que descargó en mi boca había ido directo a mi garganta y lo tragué rápido. Así que apenas había podido sentir que gusto tenía. Pero lo poco que sentí me parecía cremoso aunque levemente amargo. Tenía toda mi cara llena de semen para degustar, pero no me parecía apetecible (y aun al día de hoy no me lo parece) el semen que no había sido descargado directamente dentro de mi boca.

Una vez que me limpié todo el semen con una toalla que me alcanzó Manuel, me volví a acomodar al borde del sillón. Manuel me quitó suavemente el buttplug para poner uno más grueso, ahora de 4 cm de ancho.

Me sorprendiste mamándola. Estabas muy desenvuelta. Y cómo gemías!— sus comentarios me hicieron ruborizar.

No sé qué me pasó— contesté con timidez.— pero….

—Pero te gustó mucho y no te lo esperabas. ¿Verdad?

—Sí.— Contesté muy bajito y con vergüenza.

Ahora sí dolía un poquito el buttplug. Pero no me atreví a decir nada y esperé a me que acostumbrase. Manuel se había sentado a mi lado y me acariciaba la cabeza. Yo me había quedado en la misma posición al borde del sillón. Me hablaba para reconfortarme. Me decía que iríamos a mi ritmo. Que si no me sentía cómoda o me dolía que lo dijese y él se detendría. También me decía que si me quedaba contenta con esta noche podríamos repetir a menudo. Todas las semanas e incluso más de una vez por semana. Me dijo que a mis padres les serviría el dinero y ahí recordé que yo supuestamente iba a trabajar. Recordé que esto que estaba haciendo sería recompensado económicamente. Y de vuelta me acordé de mis padres que sabían lo que estaba sucediendo y pensé en que no me atrevería a mirarlos a la cara cuando volviese. Ellos sabrían que me habían penetrado, que había mamado una polla. Me daba mucha vergüenza pensar en eso así que desvié mis pensamientos hacia otra de las cosas que había dicho. Lo de repetir. Todavía no sabía que tan placentera sería la penetración, pero sin duda quería volver a mamar esa polla.

Me quitó gentilmente el de 4 cm para finalmente introducir el de 5 cm. Ahora sí sentí como se estiraba mi ano, pero no dije nada

¿Cómo te sientes?— me preguntó mientras empujaba para que entre.

Bien… bien…— Pero lo cierto es que me estaba doliendo un poco.

Cuando lo terminó de meter sentí mi ano muy estirado. Apreté mis labios para evitar hacer algún gemido producto del esfuerzo de sostener ese buttplug. El dolor tolerable, pero necesitaba unos segundos, o quizás minutos, para acostumbrarme. Manuel vio mi expresión y supo que había mentido.

Te duele. Tendrías que habérmelo dicho.

—Lo siento!— respondí, avergonzada por no haber hecho como él me pidió.— Solo duele un poquito.

No te preocupes. Si te lo quitó ahora quizás te duela aún más. Necesitas acostumbrarte. Ponte de pie despacio y muévete despacio por la sala. Hasta que te acostumbres.

Me paré y me dolió un poco. Comencé a caminar y por momentos sentía que dolía un poco más pero por momentos el dolor desaparecía por completo. Mi erección había desaparecido a causa del dolor, pero de la punta de mi polla colgaba un hilo bastante grueso de preseminal. Busqué algo con que limpiarlo, pues se me había pegado a la media y no quería ensuciarla, y vi la toalla con la que me había limpiado la cara de la corrida de Manuel. Tras limpiar eso Manuel me dijo que caminase por la casa, que me distraiga recorriéndola para que me olvidase del dolor hasta que acostumbrase.

Comencé a recorrer la casa solo, despacio, pero no sin rumbo. Como Manuel me había mostrado toda la casa al llegar, había visto que en la segunda planta tenía un baño muy grande con espejo de cuerpo entero, y me intrigaba ver cómo me vería. Una vez ahí quedé encantado con mi imagen, había visto mi rostro en el espejo luego del maquillaje pero no me había visto vestido. Tenía mi polla al descubierto, sin braga, pero me gustaba como me veía con esas medias, esos zapatos y esa camisita blanca pegada al cuerpo. Luego de adorar mi imagen frontal me puse de espaldas y me separé suavemente las nalgas para ver ese buttplug asomar de mi ano. La base, la parte que quedaba fuera de la cola, tenía forma de corazón y simulaba ser un diamante rosado. Se veía hermoso allí entré mis nalgas blancas, suaves y tersas.

Me di cuenta que no me dolía para nada la cola y emprendí mi regresó al living donde me aguardaba Manuel. “Ahora sí” pensé. Mientras caminaba rumbo al living regresó mi erección, mi corazón se aceleró mucho y me puse muy nervioso. Me daba miedo que me follasen.

Manuel me esperaba sentado. Ya la tenía dura y se acariciaba suavemente. Al llegar me quise poner boca abajo al borde del sillón pero me frenó y me indicó que me pusiese delante de él dándole la espalda. Me empujó un poco para que me inclinase y así exponer más mi ano. Volví a sentir un poco de dolor cuando me retiró el buttplug, pero muy leve. Enseguida sentí como me cubría todo el ano con gel. Me volteé y me quedé mirándolo mientras se untaba la polla con gel. Estaba temblando de nervios y de miedo, pero seguía excitado y mi polla erecta me delataba.

Me tomó de los brazos y me acercó a él. Puse una pierna a cada lado de él y pegué mi cuerpo al suyo. Me deslicé hacia abajo hasta quedar con las rodillas sobre el sillón y sentado sobre sus piernas. Si polla bien dura amenazaba constantemente con separar mis nalgas. Me abrazó con fuerza y comenzó a besarme. Con mis brazos lo envolví por encima de los hombros y me dejé besar.

Hasta entonces no había estado tan pegado a él. Me parecía enorme, como un océano de músculos en los que podría perderme. Sentía como si sus gruesos brazos me envolviesen por completo como una mata. Mi polla erecta estaba apretada entre mi abdomen y el suyo. Nos besamos durante unos minutos.

Siéntate en la punta y ve bajando a medida que te sientas cómoda.

Levanté un poco mi cadera hasta estar a la altura de su polla. Había un enchastre de gel por todos lados pero no me molestaba. Con su mano la direccionó para que quedara en la entrada de mi ano. No me había puesto de cuclillas para poder sentarme sobre su polla; sino que había tirado mi cuerpo hacia delate, sin levantar las rodillas, y tenía mi cabeza y parte de mi tórax, por encima de uno de sus hombros. Cuando sentí la cabeza de su polla tocar mi ano me dejé caer un poco. Al principio parecía que no entraba, pero hice un poco de fuerza y entró. No dolió casi nada. Pues ya estaba muy dilatado. De a poco me fue sentando, centímetro a centímetro. No tenía noción de cuanto había entrado, pero como no me dolía nada, pensé en dejarme caer un poco para que entre más rápido. Así hice y tras bajar un poco mi cuerpo quedé a cara a cara con Manuel.

OOOHHH DIOSSS OHH POR DIOSS O DIOSSS MIOO!!!!

Cuando su polla me penetró más allá de los pocos centímetros que tenían los buttplugs, sentí un placer inmenso que no me esperaba. No sentí dolor. En mi caso, a día de hoy, puedo llegar a sentir dolor por falta de dilatación en el ano y en los primeros centímetros del recto. Luego de unos centímetros, mientras no entre demasiado de golpe, nunca me duele, ni siquiera me dolió en mi primera vez.

Ya no me importaba para nada sentir pudor, vergüenza o humillación por estar comportándome como una nena. El placer que sentía era inmenso y quería no quería dejar de sentirlo. De a poco seguí bajando. No dejaba de gemir y de jadear. Finalmente entro toda. Yo aún era pequeñito y tierno, y esa polla era de dimensiones muy grandes para mi cuerpo, pero mágicamente entraba toda; y parecía no hacer tope dentro de mí. Ahora que estaba totalmente sentado, me encontraba por debajo de la altura de Manuel. Quería besarlo pero no quería levantar mi cuerpo para no dejar de sentir la totalidad de su polla dentro de mí. Manuel se percató de esto y se inclinó para besarme. Y mientras me besaba me tomo de las nalgas y me las comenzó a separar suavemente. Para mi sorpresa, aún quedaban un par de centímetros de polla sin entrar, mi cuerpo estaba frenado por mi propia cola. Una vez que me separó bien las nalgas esos centímetros entraron de golpe y el placer fue inmenso. Involuntariamente lo apreté muy fuerte hacia mí mientras nos besábamos. Al cabo de unos minutos me había terminado de acostumbrar su polla.

Manuel interrumpió el beso, me tomo con ambas manos de la cintura y me empujó suavemente hacia atrás. Puse mis manos sobre sus piernas para sostenerme. Quería verme mientras me follaba, y quería que yo viese mientras me follaba. También quería que yo viese que él me vía mientras me penetraba; así de morboso era Manuel.

Con sus manos me empezó a levantar por la cintura para luego hacerme bajar y así follarme. Mi cuerpo no pesaba nada para él. Cada vez levantaba más mi cuerpo, haciendo que una mayor parte de su polla saliese para luego volver a entrar en mi cola. Lo hacía cada vez más rápido y con más fuerza. Yo gemía sin consuelo. Mi polla, aunque pequeña, se agitaba de adelante hacia atrás golpeando contra mi abdomen y luego contra el suyo y de vuelta contra el mío.

Te gusta verdad?

—Síii… —contesté entre gemidos.

Claro que te gusta!!!— lo dijo en un tono muy lascivo e inmediatamente aumento la velocidad y la fuerza con la que levantaba y bajaba mi cuerpo haciéndome gritar de placer.— Eres una nena. No un nene como te han hecho creer hasta ahora. Lo supe cuando te vi por primera vez. ¡Mírame!

Abrí mis ojos y vi su expresión. Me miraba seriamente. Su rostro, su expresión, todo su ser emanaba una masculinidad y testosterona abrumadora que me hacía sentir que yo era una nena tal como él decía. Y en cierta forma no podía negarlo. Pues me estaba follando salvajemente y para mí era el paraíso. Pero lo cierto es que yo aún era joven y tierno, el desarrollo natural de mi sexo y mi sexualidad había sido interrumpido mucho antes de que llegase a madurar. Mis hormonas y mis genitales masculinos aun no sabían terminado de desarrollar. Al igual que mi cerebro, mi mentalidad y mis formas de pensar; que ya se venían desarrollando conforme a mi cuerpo masculino. Pero esa noche Manuel me había despojado de la posibilidad de llegar a ser un macho como él. Quizás podría haber conservado mi género masculino y ser homosexual, pero como dije, la masculinidad de Manuel era tan abrumadora que atropellaba cualquier rasgo mínimo de masculinidad en mí a mi tierna edad de 18 años; y me hacía sentir toda femenina, y me encantaba.

Lo que ves es un hombre! Mírate! Claramente tú no eres un hombre ni podrás serlo.

—Tú me haces sentir una chica!— no sé porque lo dije. Me salió de lo más profundo de mi ser. Cómo si de golpe la timidez y la vergüenza de verme sodomizado se hubiese esfumado.

¿Te gusta sentirte una chica?

—Me encanta!!!

—¿Quieres que me detenga y te la saque?

—NO POR FAVOR NOO!!! NO PARES DE FOLLARME!!!— grité desesperado.

Manuel rio con fuerza tras mi respuesta. Me tenía a su merced. Sabía cómo sentía y sabía exactamente como reaccionaria a su pregunta. Pero de verdad me había dado pánico el solo pensar que se detuviese y yo dejase de gozar.

Con sus manos levantaba mi cintura hasta que su polla salía casi en su totalidad para luego bajar mi cuerpo con fuerza y que vuelva a entrar hasta el fondo. A un ritmo y velocidad endiablado. No quería que pare, pero a la vez no resistía tanto placer. Hasta que el clímax llegó. Era una sensación nueva para mí. Nunca me había masturbado y mucho menos eyaculado. No sabía que me pasaba, así que grité con fuerza.

—AY NO!! AY NO!!! AY NO NO NO NOOOOO!!!! MANUELLLL!!! DETENTEEEE!!!

Manuel no se detuvo. El semen comenzó a brotar de mi polla, que la sentía como si fuese a estallar. Era mi primera eyaculación, el semen no salió en escupitajos, sino que brotaba. Para ser mi primera corrida la cantidad de semen fue abundante. Pero el orgasmo fue más de lo que pudiese tolerar. Le grité…. le rogué…. y le supliqué…

—BASTAA!!! POR FAVORR!! ES DEMASIADO!! NO RESISTO!!!

—TIENES QUE HACERTE MUJER!—eso fue todo lo que respondió a mis múltiples súplicas. Y me hizo saber que no se detendría en absoluto.

Hoy en día aún le agradezco que no se detuviese. Yo era muy joven e inexperto, el placer me dominaba a mí no al revés. Si se hubiese detenido mi primera experiencia habría sido mucho más suave, más leve, más sutil. Y no habría sido lo mismo.

Cuando termine de correrme y mis gemidos callaron, dejando lugar a jadeos postorgásmicos, Manuel me levanto lentamente hasta que su polla se salió. Me temblaba todo el cuerpo, mi respiración era muy agitaba y mi corazón latía al máximo. Había sido una suma de sensaciones y emociones muy fuertes que me habían desbordado y habían alborotado mis hormonas como nunca antes me había pasado.

Me dejé caer sobre el sillón. Quedé de costado. Manuel se masturbaba a mi lado. Estaba casi a punto de desmallarme cuando sentí su mano en mi ano. Me estaba poniendo más gel.

Si te duele me dices!

Me la volvió meter. Ni muy despacio ni muy rápido. Pero la metió toda y la mantuvo bien al fondo. Dolía pero muy poco. No por la dilación, pues mi cola ya estaba por demás dilatada. Dolía un poco porque los músculos de ano y recto habían sido castigados duramente durante varios minutos y aún no se habían recuperado. El dolor era muy tolerable así que no dije nada. Emocionalmente me hacía sentir bien volver a tenerla dentro de mí. Manuel jadeaba con fuerza. Se estaba corriendo dentro de mí, pero yo no lo sabía. Me di cuenta luego de que la sacó y el semen comenzó a salir de mi ano en grandes cantidades. Me gustó mucho la sensación del semen en mi cola. Me hacía sentir pleno. Hasta ese entonces yo aún pensaba en mí en masculino. Ya me sentía una chica, pero la costumbre de haberme tratado a mí mismo en masculino durante 15 años se imponía.

Me desperté a la mañana siguiente en la cama. Me había quedado dormido en el sillón y Manuel me había cargado hasta la cama. Pero él no estaba conmigo. Miré la hora y era más del mediodía. Había dormido demasiado, pues estaba seguro de que todo lo narrado había acontecido mucho antes de la medianoche. Aún tenía la peluca puesta y la ropa de mucama. Salvo por la minifalda. Noté que tenía puesta las bragas. Seguramente Manuel me las había colocado.

Vi una nota sobre la mesa de luz. Era de Manuel y me decía que podía darme un baño si quería y que cuando estuviese lista (Manuel no dejaba de usar el femenino conmigo) bajase a comer algo.

Su habitación conectaba directamente con un baño muy lujoso que incluía un hidromasaje. Por supuesto me bañé en él. Me quité la peluca, el maquillaje y me relajé entre el agua caliente, las burbujas y los chorros a presión. Una vez que salí me di cuenta que no estaban allí las ropas con las que había ido, mis ropas de varón. No quería volver a ponerme el atuendo de mucama, además estaba todo manchado de semen y gel. Hasta que noté que junto a las toallas había un vestidito veraniego. Era simple y bien femenino. También habia unas bragas blancas y una diadema celeste que combinaba con el color del vestido.

Luego de todo lo que había sentido y experimentado la noche anterior, probarme prendas femeninas me era muy tentador. Así que me puse esas ropas, la peluca, la diadema y me miré al espejo. No llevaba maquillaje pero igualmente me veía muy femenina. Bajé y busqué a Manuel hasta que lo encontré en la cocina. Estaba terminando de hacer el almuerzo. No hizo gesto ni comentario alguno al verme con esas ropas, como si fuese lo más natural del mundo que llevase ropa de mujer.

La comida estaba riquísima. Y estaba tan hambriento que ni conversé durante todo el almuerzo, pues no paraba de meterme comida en la boca. Finalmente, al terminar de comer, Manuel fue quien habló primero:

Cómo te sientes luego de lo de anoche?

—Muy bien.

—Solo eso?

—No sé qué más decir. La verdad es que… me siento… como… me da vergüenza… pero me gustó mucho…

—Te gustaría repetir?— yo sentí tímidamente con la cabeza— Toma! Dale esto a tus padres!— Era un sobre cuyo contenido era muy grueso. Era el dinero que había acordado con mis padres para que le dejasen hacerme su putita.— Ven te llevaré a tu casa!

—Bien! Déjame que me cambie y…

—No! Irás así! No tengas vergüenza. Ya saben lo que sucedió. Y ya hablamos sobre que sí te sentías cómoda y querías repetir, les pagaría la misma cantidad por cada vez que nos viésemos. Así que están de acuerdo con que seas una chica ahora.

—Me.. es que…. me da mucha vergüenza….

—Tendrás que superarlo. Iremos en auto y te dejaré en la puerta. Una vez en tu casa serás libre de cambiarte. Pero cada vez que nos veamos deberás esperarme ya vestida como chica. No volverás a venir con tus ropas de chico para luego vestirte aquí. Y si te dejas crecer el pelo a por lo menos el largo de la peluca que llevas la suma que les pagaré será mucho mayor. Esos detalles los hablé con tus padres en caso de tú te sintieses a gusto con esto.

Yo no sabía que decir. Claro que quería que nos volviésemos a ver. Pero iba a ser muy duro para mí entrar a mi casa así vestida, sobre todo cuando ellos sabían lo que había sido mi noche. “¿Y dejarme crecer el pelo como una chica?” La idea me encantó.

Me subí a su auto así como estaba vestido. Me dijo que las ropas me las regalaba al igual que la peluca. El atuendo de mucama también me lo regalaba, pero me lo llevaría en la próxima ocasión ya que lo iba  a lavar primero. Me prometió que me regalaría ropas femeninas cada vez que nos viésemos. También me enseñaría a maquillarme y me regalaría los maquillajes. Me comentaba todo esto mientras volvíamos en el auto. Yo sentía una felicidad enorme recorrer todo mi cuerpo. Por primera vez en la vida veía delante de mí un futuro alegre y prometedor. Sentía que como chica iba a ser mucho más feliz, no solo por el dinero que Manuel nos pagaría regularmente, sino también porque yo esperaba con ansias volver a estar entre sus brazos y sentirme penetrada hasta correrme a chorros.

Este fue el inicio de mi nueva vida, de mi vida como mujer. En otros capítulos contaré como pasé de ser una adolescente crossdresser a ser la mujer que soy hoy en día.