La necesidad abrió sus piernas
Una situación complicada puede desembocar en situaciones inimaginables, eso lo aprendió Marta cuando la crisis llegó a su bar y conoció a Juanjo.
Juanjo era un joven de 23 años de una familia adinerada, en la vida nunca había tenido que hacer nada que no fuese gastarse su cuantiosa paga semanal; por eso, siempre pensaba que unos cuantos euros eran suficientes para conseguir todo lo que quería. Además de dinero, Juanjo era un hombre bastante atractivo, lo que le había servido para aumentar su éxito entre las mujeres, enamoradas de su metro noventa y cuerpo atlético. Solía ir todos las mañanas al despacho de un abogado amigo de sus padres, un par de horas de trabajo al día por obligación y ya podía disponer del resto a su gusto; mientras cumpliera esa norma, sus padres seguirían dándole el dinero que quisiese. A veces llevaba una vida tan descontrolada que más de una vez ni se acordaba en que día vivía. Así era Juanjo.
Aquel día estaba algo mareado, había salido ayer hasta tarde y apenas había podido dormir un par de horas. Rápidamente se aseó y salió hacia el bufete. Cuando llegó estaba cerrado, se quedó fastidiado y sin comprender; nadie le había dicho que no se trabajaba, aún pasó un rato hasta que comprendió que se había olvidado de cambiar la hora del despertador y aún faltaba una hora para abrir. Su casa estaba lejos, era muy temprano y la ciudad aún no había despertado, cuando descansaba de la oficina bajaba a la cafetería de la esquina, pero a esa hora, también estaba cerrada. Por suerte localizó un par de calles más abajo un pequeño bar. No era un gran local y solo tenía una cristalera al exterior, de haber otro seguramente no hubiese sabido que existía.
Entró y se sentó en un taburete en la barra. Al poco salió una mujer de una puerta que daba a una. Debía rondar los 55 años y vestía de forma que parecía aún más mayor. Le pidió un café y cogió el periódico para leer sin prestarle atención. Juanjo acabó de beber y se levantó para pagar, se fue al centro de la barra para estar más cerca de la caja registradora y así salir antes.
Cogió el billete que le dio para cobrar y se giró para darle las vueltas con torpeza, los guantes de fregar que llevaba provocaron que una moneda se cayera por una de las refrigeradoras que había bajo la barra. La mujer se echó hacia adelante para recogerla, en ese instante Juanjo se quedó con la mirada fija en su escote; no se veía mucho pero lo suficiente para saber que tenía unos pechos grandes. Aquello le excitó de una forma que no había experimentado antes; la miró con más interés, era regordeta pero poseía un cierto atractivo que le llamaba la atención.
Después de aquel día, siguió entrando en ese bar a tomarse el café. Se limitaba a sentarse sin dar conversación; poco a poco fue conociendo detalles sobre su vida a través de las conversaciones de los clientes habituales, sobretodo del viejo Matias. Se llamaba Marta y vivía en el piso de arriba, en la cocina tenía unas escaleras que subían hasta allí. Estaba casada, pero el matrimonio no pasaba por un buen momento, su marido era un vago alcohólico que apenas se dejaba ver y estaba casi todo el día tirado en el sofá de casa.
Con el paso del tiempo, empezó a obsesionarse con ella. No se parecía en nada a las chicas en las que se fijaba o acostaba; nada que ver con Carla, su prostituta de lujo preferida, la típica mujer que todo hombre desea para follar. Pero aún así, sentía necesidad de follar con ella. El día que supo que el bar tenía problemas económicos y que en poco tiempo podría perder todo, a Juanjo se la vino a la mente una idea perversa, era su oportunidad de poseer a Marta, aunque de una forma más morbosa.
Cuando el bar estuvo vacío, escribió sobre una servilleta un mensaje y lo puso delante de ella a la hora de pagar. Marta ya le sonreía y le consideraba un cliente habitual, pero al acabar de leer se quedó seria; estaba furiosa con aquel joven.
- ¡Fuera del bar!, y no se te ocurra volver.- dijo alzando la voz.
Él se marchó de allí sin decir nada, algo contrariado pero no estaba dispuesto a dejarlo ahí. Como sino hubiese pasada nada volvió al día siguiente, Marta lo recibió con una mirada inquisitoria, seria y a la vez de sorpresa, seguramente no esperaba verlo de nuevo. Aún así le sirvió su café como de costumbre.
De nuevo llegó la hora de pagar y como el día anterior Juanjo esperó a que no hubiese nadie para dejarle la nota en la barra, pero esta vez acompañada de un billete de 100 euros. La miró fijamente; en su rostro se veía otra vez la misma furia que el día anterior, pero esta vez no lo echó, por los menos en ese momento. Los segundos le parecieron eternos, la excitación recorría su cuerpo, esperaba ansioso que Marta aceptara. Ella se limitaba a leer la nota unay otra vez: “ Te doy el billete si me das ahora tus bragas ”.
Finalmente Marta miró en todas direcciones insegura y miró a Juanjo; cogió el dinero, metió las manos por debajo de su falda, como un rayo se quitó las bragas y las puso sobre la barra.
- Espero no verte más.- añadió antes de irse.
Juanjo las cogió las tiró en la primera papelera que vio al salir; la verdad es que no le interesaban, lo que quería ya lo había conseguido, Marta había entrado en su juego al aceptar el dinero, se sentía más entusiasmado y excitado que de costumbre. Sacó el móvil y llamó a Carla para esa tarde, necesitaba liberarse. Carla era maravillosa y con ella era polvos increíbles.
El resto de la semana no fue por allí hasta el sábado a mediodía. Esta vez no se limitó a sentarse en la barra; siguió unos pasos más allá y entró en el comedor. Era una sala pequeña separada del resto del local por un biombo. Se sentó en una mesa y pidió de comer. Marta estaba alucinada con el descaro del joven, pero el negocio no estaba para perder clientes. Le sirvió con frialdad e indiferencia, él por su parte se limitaba a observar su cuerpo cuando le traía los platos, lo poco que dejaba ver la falda era un culo grande, redondo pero duro.
Al acabar, como había hecho anteriormente, le dejó una nota escrita sobre la mesa y al lado una billete de 500 euros. Demasiado dinero como para que no le saliera bien. Al llegar a la mesa, Marta miró sin inmutarse la nota, la leyó varias veces: “Te doy el billete si dejas que te masturbe”. Algo indecisa recogió el billete, lo metió en el bolsillo y se quedó inmóvil dando la espalda al joven.
Juanjo volvía a sentir el cosquilleo excitante en su cuerpo, llevó su mano a la rodilla de la mujer; pudo sentir como sus piernas temblaban y observó como cerraba las manos nerviosa. Pasó su mano por el muslo, sin prisa. Le gustaba ver como reaccionaba esa mujer, lentamente fue subiendo y dejando que las yemas de sus dedos rozaran su entrepierna. Escuchó como la respiración su respiración se aceleraba, sus dedos empezaban a presionar por encima de las bragas su sexo; la tela se humedecía rápidamente.
Nunca antes había conocida a una mujer que se mojase tanto como aquella; no esperó más; metió la mano por debajo de prenda íntima en su nalga. Marta seguía quieta, pero escuchó la respiración profunda y como se aceleró cuando le tocó el clítoris. En ese instante la mano se llenó de sus flujos, sus dedos resbalaban con tanta facilidad entre sus labios vaginales que sin pretenderlo se los había introducido en su vagina un par de ocasiones. La mujer estaba hecha un flan, finalmente en un gesto rápido tapó su boca justo en el momento en el que su cuerpo temblaba y sus fluidos descendían por sus piernas. Se tambaleó mareada por el placer y le ordenó marcharse del bar con la voz entrecortada. Juanjo salió empalmado, deseoso de dar un paso más. Está vez no llamó a su puta particular, se fue a casa y se pajeó pensando en la dueña del bar.
Al día siguiente fue a la misma hora. Al verle, Marta se puso colorada, avergonzada de lo sucedido el día anterior, pero muy lejos de alegrase deverlo. Él sabía que aquello realmente no era del agrado de ella, pero eso no hacía más que incrementar su deseo y excitación.
Se sentía nervioso, comió un único plato para no esperar mucho. Esta vez no esperó a que llegara el momento de pedir la cuenta. Cuando le trajo el café ya tenía la nota: “El dinero es tuyo si dejas que te folle”. Al lado había más billetes de 500 euros, era mucho dinero, pero si Carla le costaba 6000 euros por polvo, aquella mujer que le obsesionaba, bien valía los 3000. Además quería asegurarse de que aceptabala propuesta.
MArta se notaba resignada, aquel dinero era vital para ella y no podía dejar pasar esa oportunidad. Pero su marido estaba arriba y eso la ponía nerviosa, tenía miedo de que pudiesen cogerla. Aún así los cogió, se quedó de nuevo inmóvil y bajó la vista esperando a que aquel joven la poseyera.
Emocionado, se bajó la cremallera del pantalón, si de algo estaba orgulloso era del tamaño de su miembro, más de una se había asustado. Estaba tan empalmado que le costó sacarla. Apoyó sus manos en los hombros de la mujer y la empujó hacia abajo. Sumisa comenzó a chuparle la polla; no lo hacía tan bien como Carla pero por algo extraño el placer que sentía era mayor, estaba disfrutando viendo como entraba en aquella boca pero quería más. La levantó, sin perder tiempo desabrochó la blusa que llevaba puesta y le quitó el sujetador.
Como había imaginado sus tetas eran grandes, pero lo que le volvió loco eran sus enormes pezones. Se abalanzó sobre ellos, los mamó como si fuere un bebé, no pudo resistirse a morderlos. Después terminó de desnudarla, la sentó sobre la mesa y la empujó suavemente hacia atrás. Hasta ese momento no reparó en el peludo coño, ni si quiera el día anterior había pensado en ello. Realmente era algo nuevo, las chicas que follaba tenían el pubis con poco bello o rasurado, pero aquello no le disgustó. Agarró sus piernas doblandolas en alto. Separó con sus manos sus gordos labios vaginales, dejando su mojada vagina a la vista. Sacó su lengua y se lanzó a lamer el clítoris, con fuerza, el bello le daba cosquilleo. Su boca se inundó al momento, sabía que estaba gozando pero no lograba arrancarle un gemido. Aquella mujer no dejaba de sorprenderle.
Llegó el momento que tanto había ansiado, cuando la penetró sintió un calor intenso, un placer inmenso. No dejó de mirar como le entraba hasta el fondo con facilidad. Al mirarla vio, reflejada cierta sorpresa, seguramente no esperaba aquella polla enorme, y aunque se resistía a mostrarlo su cara le indicaba que le gustaba. A la mujer no le quedó más remedio que coger la servilleta que estaba en la mesa y morderla para que sus gemidos no retumbasen en el bar. Sin darse cuenta estaba provocando que Juanjo se encendiera cada vez más y la penetrara sin compasión. Hacía mucho tiempo que ambos no disfrutaban follando de aquella manera. Cuando sacó la polla la tenía totalmente empapada, pero eso era bueno para lo que se proponía hacer.
Esta vez el sorprendido fue él, en cierto modo esperaba que se resistiera cuando la penetró analmente, pero aquella mujer seguía dejándose hacer. Incluso llevó su mano al clítoris para aumentar el placer. Su culo se mostraba sumiso, seguramente su marido la había enculado numerosas veces y viéndola parecía disfrutar mucho. Su ano presionaba de forma deliciosa la polla de Juanjo mientras ella introducía sus dedos en la vagina.
El final se acercaba para Juanjo. En ese momento su mente deseaba correrse en su cara y a la vez ansiaba llenarle la boca de semen; pero verla así aceleró tanto su orgasmo que se corrió dentro de su gran culo. Mientras, Marta seguía masturbándose con ansia con aquel miembro dentro de su culo bombeando leche. En ese instante mordió con fuerza la servilleta, cuando retiró los dedos un potente chorro de flujos vaginales salió disparado contra el vientre de Juanjo mojándolo por completo. Él podía sentir los tremendos espasmos en el ano de Marta y como jadeaba. El orgasmo fue tan brutal que por un momento pareció perder el conocimiento.
Juanjo se vistió y salió del bar dejándola desnuda sobre la mesa. Follarse a Marta había sido más placentero de lo que había imaginado. Lo suficiente como para olvidarse de la maravillosa Carla. Pensaba seguir con Marta todo el tiempo que pudiera.
Al día siguiente cuando volvió al bar se encontró al marido en la barra hablando con el señor Matías. Al parecer Marta había hecho las maletas y se había ido a un lugar desconocido, abandonándolo para siempre. Se mostraba tranquilo y confiado porque ella no tenía dinero y tendría que volver. Juanjo echó una risa para si mismo, el sabía que no volvería y si lo hacía él estaría ahí para darle más dinero a cambio de su cuerpo.
Pagó el café y se marchó.