La naufraga (6: Exhibida)

Siguiendo las órdenes de Haverstoke, Catalina es presentada a sus huéspedes en un baile de disfraces, donde la adorable cautiva española es exhibida en una jaula dorada antes de ser sacada fuera y usada.

La naufraga 6 (Exhibida)

Siguiendo las órdenes de Haverstoke, Catalina es presentada a sus huéspedes en un baile de disfraces, donde la adorable cautiva española es exhibida en una jaula dorada antes de ser sacada fuera y usada.

Elizabeth decía la verdad. Catalina pasó la mayor parte del día siguiente languideciendo en las habitaciones de su señoría. La vistió con sus sedas acostumbradas solo con las manos atadas para evitar que se tocara. Elizabeth regresó a sus habitaciones para prepararse para el baile y la fiesta, y Rose iba además a preparar a Catalina. Esto incluía el enema prometido, un baño en agua perfumada, un rasurado meticuloso y la decoración del cuerpo de Catalina.

Rose le aplicó a su piel aceite suave. Luego perfiló sus ojos con un lápiz de kohl negro y le enrojeció los labios con carmín. Además aplicó carmín en los pezones de Catalina y luego resaltó su raja con él. Le restregó colorete en las mejillas y le empolvó el cuerpo con purpurina dorada que relucía a la luz de las velas. Al volverse hacia el espejo, Catalina se quedó boquiabierta ante la visión que se le presentó. Parecía ser una especie de criatura exótica, de ninguna manera una mujer humana.

Finalmente Rose le ajustó una máscara negra que le rodeaba la cabeza cubriendo la parte superior de su rostro, con orificios para los ojos, y enganchó una correa de oro al anillo de su entrepierna. Le pasó a Elizabeth la correa, y ésta la llevó abajo. Realmente iba a ser contemplada como un animal. Colgando del techo del gran salón había una jaula dorada y Elizabeth la condujo a su interior. Un lacayo saltó dentro tras ella y le enganchó la correa a una de las barras de la jaula. Luego enganchó otra cadena de oro a la cadena que colgaba entre los aros de sus pezones y la sujetó a otra de las barras de la jaula. Mantenida en su sitio mediante sus anillos entendió enseguida que iba a ser exhibida ante todos los refinados huéspedes.

Haverstoke bajó pronto para unirse a su esposa en la bienvenida a los huéspedes. Se acercó a la jaula de Catalina, recorriéndola de la cabeza a los pies con la mirada. "De la misma forma que Inglaterra ha triunfado sobre España, yo triunfaré sobre ti."

Sus ojos oscuros ardieron mientras le miraba a los suyos azules. "Yo no estaría tan segura de eso, mi señor."

Él rió e hizo resonar sus cadenas antes de trasladarse al pie de la escalera. Cuando los huéspedes llegaron les advirtió que tenía una cautiva española en el castillo y que sería exhibida en el gran salón. Cuando entraron los huéspedes fueron atraídos hacia el rincón donde colgaba la jaula dorada, encerrando a la bella española. Los hombres la miraban descaradamente, tirando de sus cadenas, mientras las mujeres la miraban furtivamente desde detrás de sus pestañas.

Pronto la sala estuvo concurrida con gente vestida espléndidamente, toda muy animada. La exótica esclava española era motivo común de las conversaciones que se podían apreciar por debajo de la música. Nadie se atrevía a tocarla, pero muchas miradas recaían en su desnudez, observando con curiosidad los anillos de oro que perforaban sus pezones y su brote, su rasurado montículo, dejando al descubierto la raja resaltada con carmín y los labios entreabiertos. Mientras los hombres se reunían alrededor de la jaula, fuera del alcance de los oídos de las damas, alardeaban de lo que le harían a la esclava para dar una lección a España.

Dos hombres jóvenes se agarraron a las barras de la jaula y comentaron groseramente sobre su brote hinchado que era liberado de los labios inferiores por el pesado anillo de oro y la correa que tiraba hacia fuera de él. Sus maneras y miradas la sobresaltaron por su familiaridad, porque los divertidos ojos azules parecían como los de su padre. Haverstoke, notando que los dos hombres se comían con los ojos a la criatura de la jaula, se acercó para unirse a ellos.

"¿Y qué pensáis vos de mi cautiva española, Julian, Sebastian?"

Ante la mención de estos dos nombres, Catalina palideció bajo su máscara. Julian, Sebastian, y Alastair... estos eran los nombres de sus tres medio-hermanos. Abrió mucho los ojos y tragó saliva convulsivamente mientras orientaba la cabeza hacia Haverstoke.

Le devolvió la mirada levantando las cejas. Era evidente que los nombres significaban algo para ella. ¿Podría ser realmente la hija de Donal Penlerick? Y ¿cómo se sentirían estos hermanos suyos respecto a esto si lo fuera? ¿Se reirían divertidos o se extendería el orgullo familiar incluso a la hija ilegítima española de su padre? Estaba contento de que ella llevara la máscara. No le entusiasmaba matar a uno de los hermanos Penlerick en un duelo por el honor de su hermana.

Julian, el hermano mayor, contestó primero. "Es especial en una forma poco común, Haverstoke. Circula un rumor entre los hombres de que la ofrecerás para nuestro placer."

Haverstoke rió con ganas. "Tal vez ese rumor sea cierto, pero reservaré ese aspecto del entretenimiento para los caballeros más mayores de la fiesta." Había estado planeando realmente invitar a todos los caballeros a participar de los talentos especiales de la esclava, pero si estos eran realmente sus hermanos, no se lo agradecerían si llegaban a descubrir la verdad.

Catalina dejó escapar un suspiro. Por un momento le había preocupado que Haverstoke fuera lo bastante degenerado para permitir que fuera usada por sus propios hermanos. Supo entonces que creía que ella era la hija de Donal Penlerick, como había afirmado cuando fue arrojada a sus costas, hacía todos aquellos meses.

Después de que los huéspedes se hubieron llenado de comida y bebida y de que el baile hubiera empezado en serio, llegó un lacayo para liberar a Catalina de su jaula. Algunos de los huéspedes de aquel lado del gran salón miraron admirados como le desenganchaba las cadenas de las barras de la jaula, y reteniendo en su poder la que tenía entre las piernas, la sacaba de la jaula y la llevaba a través de la multitud. La gente se apartaba mientras cruzaba, algunos eran lo bastante atrevidos para bajar la mano y tocarle la piel mientras pasaba. El lacayo la llevó abajo, a uno de los salones más pequeños y cerró la puerta tras ella.

Al poco rato se escucharon pasos al otro lado de la puerta, y Haverstoke la abrió de golpe, un grupo de hombres le seguía los talones, mirando al interior de la sala. Catalina volvió la cara hacia ellos.

Un hombre, relamiéndose los labios, dijo, "¿Realmente hará cualquier cosa, Haverstoke?"

"Aquí es una esclava; hace lo que se le manda."

"¿Queréis decir que no gritará, ni arañará ni intentará escapar?"

"Además del hecho de que sería severamente flagelada si lo intentara, ha sido entrenada como esclava sexual. Disfruta siendo utilizada de cualquier forma imaginable. Porqué precisamente la tarde de ayer mis criados masculinos hicieron turnos trabajándose primero un agujero y luego el otro. Estaba lo bastante húmeda para acogerlos a todos y todavía tuvo energías para chupársela a un anciano tan a fondo que llegó al clímax probablemente por primera vez en 20 años." Esto arrancó una carcajada de admiración por parte de los caballeros, mientras sus propios miembros empezaban endurecerse y ponerse firmes.

Luego se volvió hacia ella. "Esclava, reclínate en la otomana, dóblate y extiende las piernas para que mis amigos puedan inspeccionarte a fondo."

"Decía yo, Jake, ¿os vino ella con este anillo de oro en su bulto?" El hombre pasó el dedo por el anillo y empezó a tirar de él. Los hombres se inclinaron por encima de su hombro para ver como los labios inferiores de Catalina, aplicados con carmín, se hinchaban en respuesta a su toque.

"No, la perforó mi herrero. Más adelante tendré que marcarla a fuego." Chasqueó como de pasada los anillos de sus pezones. "Si habéis terminado de mirar, caballeros, os invito a participar."

Inmediatamente a su señal, dos hombres empujaron a Catalina tumbándola de espaldas mientras cada uno de ellos tomaba uno de sus pechos en la boca. Las lenguas jugaron con los anillos, mientras los pezones se le endurecían y crecían. Otro le levantó el trasero hundiendo un dedo en las profundidades. Uno de los amigos de Haverstoke, un "connoisser" del rapé de calidad, le separó los labios inferiores y esparció en ellos una ligera capa de rapé. Luego bajó la cabeza y lo esnifó. Esta idea pareció magnífica a varios otros que hicieron turnos para inhalar el rapé de su chocho.

Uno de ellos bromeó, "Es la mejor mezcla que haya tomado nunca. Quizás pudierais mezclar una remesa de rapé con su aroma."

Otros dos hombres sustituyeron a los primeros en sus pechos y otro se agachó sobre su cabeza y bajó la polla hasta metérsela en la boca. "Demuéstrame lo que le hiciste al viejo, esclava, para hacer que te vomitara en la boca." Ella enrolló los labios alrededor de su miembro, considerablemente mayor, y lo chupó con fuerza mientras chasqueaba la lengua contra él. Casi inmediatamente eyaculó en su boca, mientras sus amigos se mofaban de él por ser tan prematuro.

En el gran salón, el baile y la charla continuaban, mientras los más jóvenes miraban celosos a sus mayores cuando abandonaban discretamente la sala en busca de placeres en alguna parte. Sus esposas levantaban las narices fingiendo ignorancia respecto a las escapadas de sus maridos al salón de abajo. Unas cuantas de las mujeres se preguntaban como podrían provocar una invitación de Haverstoke para que se unieran a los hombres. Y Elizabeth salió con la sombría consciencia de que su esclava había sido apartada de ella. La selecta compañía de los hombres del saloncito continuó su asalto al cuerpo de Catalina. Superaron sus primeros y frenéticos sobeteos y penetraciones y ahora se ocupaban con calma en determinar cual era el tamaño máximo del falo que su ano podía acomodar.

"Veo que habéis usado bien su culo, Jake. No solo puede ensancharlo maravillosamente sino que parece disfrutar con la sensación."

Haverstoke le dio un codazo. "Creo que disfrutaría más con la cosa auténtica, Blakely."

Todavía estaba chupándosela al hombre que tenía delante cuando Blakely se despojó de los calzones y pinchó entre los cachetes de su culo. Los otros hombres observaron excitados como se abría camino en su interior. Una vez dentro, empezó a embestirla, forzándola a tomar la polla del otro hombre cada vez más dentro de su garganta. Todavía un hombre más, queriendo unirse a la juerga, se arrastró por debajo de ella, metió la lengua en su anillo y empezó a lamerle la hinchada perla.

Catalina se sentía perdida en medio de sus apresuradas sensaciones. Su placer se veía incrementado por la presencia de Haverstoke mirando como era usada. Ya hubiera tenido que tocarla pero podía ver el bulto en su calzones y tenía que conformarse con eso... de momento.

No le llevó mucho tiempo alcanzar su punto culminante, y chupó con renovado vigor y apretó el trasero contra el hombre que tenía detrás para que sus huevos le golpearan en el culo. Esto demostró ser demasiado para los dos hombres porque le dispararon sus efusiones en la boca y el ano al mismo tiempo.

Una vez que un caballero terminaba con ella pasaba a un segundo plano en busca de un vaso de brandy, una pizca de rapé o tal vez se sentaba a participar en el juego de naipes que se desarrollaba en medio de aquel libertinaje. Unos pocos incluso retornaron al gran salón para bailar con sus esposas. Los que ya habían probado a la esclava se podían distinguir fácilmente por su aspecto desaliñado y tal vez por un poco de carmín en el cuello de sus ropas o por la purpurina de sus barbillas. Aguantaban las miradas duras de sus esposas con una blanda expresión de inocencia y las sonrisas maliciosas de sus amigos con un guiño de complicidad.

Al poco rato uno de los caballeros regresó al saloncito y cuchicheó con Haverstoke. Este asintió con brillo en la mirada y le mandó de vuelta. Cuando volvió y abrió la puerta cautelosamente tenía a varias señoras detrás, estirando el cuello para mirar dentro de la habitación. Sus ojos se abrieron como platos ante la visión que contemplaban. Los hombres estaban reunidos, bien alrededor de la mesa de los naipes, o recostados contra la gran chimenea observando los progresos de la esclava. La propia esclava estaba doblada sobre la parte trasera de un sofá mientras un hombre la penetraba desde atrás. Todos los hombres de la sala cuyas esposas acababan de entrar dieron gracias en silencio de que no les hubieran pillado con la esclava en aquel momento.

Haverstoke alzó la voz. "Caballeros, parece que las señoras desearían tener la oportunidad de castigar a la esclava por apartar a sus hombres de ellas esta noche. Encontraréis que soy un anfitrión complaciente, deseoso de atender los deseos de mis huéspedes. Señoras, ¿qué es lo que deseáis?"

Lady Petersham, cuyo marido y padre de sus cinco desarrollados hijos había vuelto al gran salón apestando al chocho de la esclava, se adelantó.

"Lord Haverstoke, hoy es un gran día para Inglaterra puesto que hemos derrotado a los salvajes españoles. Esta puerca es un ejemplo de su moral y sensibilidad, y nos gustaría mostrar nuestro desprecio hacia España a través de ella."

Se inclinó ligeramente. "Como gustéis, Lady Petersham, ¿qué deseáis que haga?"

"Izadla mediante cadenas en sus pezones."

Haverstoke enganchó inmediatamente una larga cadena a la rama más baja de la lámpara que colgaba del techo y obligó a Catalina a ponerse en pie bajo ella. Luego enganchó la cadena a la que colgaba entre los anillos de sus pezones, lo que tuvo el efecto de levantarla ligeramente sobre las puntas de los pies.

Luego Lady Petersham tomó el mando. "Saca el culo, muchacha, y abre las piernas."

Catalina hizo lo que le ordenaba la autoritaria mujer y se puso en una postura muy incómoda. Luego Lady Petersham sacó su abanico cerrado y empezó a golpear a Catalina en el trasero. "¿Cómo te atreves a recibir entre las piernas la cara de mi marido y a derramar tus jugos encima de él? Olía asquerosamente cuando volvió conmigo. Mi hijo también está en esta sala. Decidme, Sedgewick, ¿qué es lo que habéis hecho con esta furcia?"

Un hombre bastante cercano a la treintena sentado a la mesa de los naipes se sonrojó hasta las raíces del pelo. "¿Señora?"

"Me habéis oído, muchacho, ¿qué es lo que habéis hecho aquí esta noche?"

Tragó saliva mientras los otros miraban en dirección a él. "¿Por qué? Esto... Señora... me puso la boca en mi... umm... ah... miembro y me lo chupó. Después le puse el miembro dentro del agujero del culo."

Su reconocimiento a regañadientes hizo que Catalina se ganara otro sonoro golpe del abanico de Lady Petersham. "Llevas a mi chico por el mal camino, ¿verdad?" Tiró el abanico y siguió azotando a Catalina con la mano desnuda. "¿Te gusta que te invadan el agujero del trasero? Ya te enseñaré yo."

Las otras mujeres miraban atónitas como Lady Petersham agarraba uno de los grandes falos de cuero que los hombres habían echado a un lado antes. Se lo enseñó a Catalina y le dijo que lo chupara. "Humedécelo bien porque esta será la única lubrificación que vas a recibir."

Cuando Catalina terminó con él Lady Petersham se colocó detrás de ella y empezó a trabajarle el ano con el falo. "No te gusta tanto como mi hijo, ¿verdad?" Siguió clavando el falo cada vez más hondo. "Este agujero está bastante prieto para ser tan accesible, Lord Haverstoke. ¿Cuántas veces la han usado por aquí esta noche?"

Él levantó los ojos como si estuviera contando y luego se encogió de hombros. "Tal vez diez veces."

"Bien, esta es la número 11, mi niña." Y le metió de golpe el falo en el agujero hasta la empuñadura. Catalina se quedó sin aliento mientras sus músculos se cerraban convulsivamente alrededor del falo. "Venga señoras, vuestros hombres han estado también aquí, me atrevería a decir. Castigad a la española como gustéis."

Tímidamente al principio, algunas de las mujeres se acercaron a Catalina y le golpearon el trasero con los abanicos como había hecho Lady Petersham. Unas cuantas de las más atrevidas dieron la vuelta hasta ponerse delante de ella y le abofetearon los pesados pechos haciendo que la lámpara temblara. La mujeres se iban volviendo más enérgicas mientras los hombres observaban cada vez más divertidos. Una señora enganchó un objeto pesado al anillo de la entrepierna de Catalina de modo que su bultito fue estirado dolorosamente y sacado al exterior aún más entre los pliegues de sus labios. Otra mujer pidió una fusta y empezó un asalto al culo de Catalina que lo dejó entrecruzado de verdugones rojos. Otra estaba fascinada por la forma en que su ojete había acomodado el falo de cuero. Lo sacaba y lo volvía a meter, bombeando eficazmente su culo. La respuesta natural de Catalina fue apretarse contra el objeto para deleite de la mujer.

Luego empezaron a cuchichear entre ellas, y Lady Petersham se dirigió de nuevo al grupo. "Lord Haverstoke, nos gustaría ver a la esclava siendo usada por tres de los hombres en cada uno de sus agujeros y dos más en sus pechos."

"Faltaría más, señoras, ¿preferís ver a vuestros propios maridos o a los caballeros sin ataduras del grupo?" Más cuchicheos decidieron que alguno de los casados se uniera al grupo, pero no todos.

Se llevaron a cabo las maniobras un tanto enrevesadas para satisfacer la petición de las mujeres y Catalina se encontró a horcajadas sobre un hombre de manera que pudiera tener acceso a su coño, mientras otro la tomaba por el culo desde atrás, y obligada a tomar a otro, colocado delante de ella, en la boca, mientras otros dos hombres se agachaban junto a ella para chuparle los pechos y jugar con ellos.

Una vez situados los jugadores empezó la orgía y pronto dejaron de ser conscientes de la audiencia, hasta tal punto estaban perdidos en sus propios placeres. La mayoría de las mujeres miraba aquella confusión de miembros, pollas, y bocas con asombro, mientras los ojos de los hombres se ponían vidriosos y se restregaban subrepticiamente la parte delantera de sus calzones.

Lo único que se oía en la sala era el golpeteo mutuo de los cuerpos brillantes de sudor, sonidos de chupetones húmedos, gruñidos, y jadeos. Catalina alcanzó el clímax en primer lugar, apretando con furia las dos pollas que estaban dentro de ella. Cuando su cuerpo se relajó dejó que la polla que tenía en la boca se deslizara con facilidad por su garganta. Su propietario jadeó con placer inesperado y luego derramó inmediatamente su simiente. Los dos hombres de sus pechos empezaron a atender su propias necesidades y primero uno y luego el otro vomitaron sobre sus pechos y su cara. El hombre que estaba debajo de ella, al que cabalgaba frenéticamente, disparó su efusión hacia arriba, empapando sus azucaradas paredes, y finalmente el hombre que la estaba bombeando desde atrás le lanzó su chorro de crema dentro del culo.

Todos quedaron saciados y uno por uno fueron levantándose y recomponiendo su aspecto, algunos salieron de la sala del brazo de sus esposas. Solo Catalina quedó en el suelo, con Haverstoke encima de ella. "Te lo has pasado demasiado bien, mi pequeña esclava. Venga, levántate. Tienes que hacer la aparición final en tu jaula."

Se levantó y se puso en pie insegura y le volvió a enganchar la correa a su anillo. La sacó al vestíbulo y bajaron las escaleras hasta el gran salón. El baile todavía continuaba en medio de cuchicheos sobre lo que acababa de ocurrir en el salón de arriba; no se mencionaban los nombres de los caballeros involucrados. Todo el mundo se volvió cuando Haverstoke volvió a llevar a la esclava a la sala. Todavía llevaba la máscara negra pero tenía un aspecto desaliñado. El carmín de sus pezones y su raja estaba corrido, había transferido a otros la purpurina de su cuerpo. Franjas rojas estropeaban la piel color moka de su culo, y tenía rayas blancas pegajosas en los pechos y la cara, mientras chorreaba líquido por los muslos abajo y le burbujeaba el ojete. Los huéspedes observaban su aspecto con grados variados de repugnancia, diversión y lujuria.

Haverstoke la condujo con calma a su jaula dorada y le enganchó de nuevo las cadenas a los barrotes de la jaula. Allí permaneció mientras la asamblea elegantemente vestida empezaba a desalojar el gran salón hacia el exterior donde les esperaban sus carruajes. Era una noche que la mayoría de ellos tardarían en olvidar. Y esto incluía a Catalina y a Jake.

Continuara

Autor: Master Zero