La naufraga (5: Celebracion)

Mientras el personal de la casa de Haverstoke se prepara para celebrar la derrota de la Armada española, se utiliza a la esclava Catalina como diversión sexual, tanto por parte de las arteras criadas, como por un grupo de mozos de cuadra salidos, necesitados de un medio de aliviar su lujuria reprimida.

La naufraga 5 (Celebración)

Mientras el personal de la casa de Haverstoke se prepara para celebrar la derrota de la Armada española, se utiliza a la esclava Catalina como diversión sexual, tanto por parte de las arteras criadas, como por un grupo de mozos de cuadra salidos, necesitados de un medio de aliviar su lujuria reprimida.

Finalmente había llegado el día. Se extendieron rápidamente por Devon las noticias de que la flota inglesa había derrotado a la Armada española, enviando a los tambaleantes barcos españoles hacia las costas escocesas y dispersándolos en el Atlántico. El heroísmo de Sir Francis Drake se consolidó cuando corrió la voz de su comportamiento sosegado para encarar el ataque en ciernes. Mientras jugaba a los bolos en el Hoe de Plymouth se le informó de la entrada de la Armada española en el Canal de La Mancha. Su respuesta fue que antes terminaría el juego. Lo hizo, y luego él y su Lord Almirante Howard acabaron con los españoles.

Catalina recibió las noticias sin un parpadeo de desesperación, porque ya se había identificado a sí misma más como inglesa que como española. La victoria, no obstante, daría lugar a una gran celebración en el castillo de Haverstoke, y Catalina estaba casi segura de que la alegría del triunfo le llevaría por fin a la cama de Jake.

Sería un punto de inflexión para ella, señalando la hora de su liberación. Entre la doncella de Elizabeth, Rose, y Catalina se había desarrollado una asociación aunque recelosa. Rose estaba sumamente celosa de la atención que su señoría dedicaba a Catalina y quería que se fuera del castillo. Había separado algo de su propia ropa y había recopilado información para ella sobre sus medio hermanos y sus posesiones algunas millas costa abajo. También estuvo de acuerdo en liberar a Catalina de sus cadenas una noche, para que pudiera escapar. La única razón para esperar por parte de Catalina era su deseo hacia Jake. Le mostraría lo fuerte que era ella dándole la espalda. Se equivocaba si creía que la habían doblegado y sometido con el tratamiento recibido en su castillo.

El día de la celebración empezó con Catalina ya dolorida y cansada. Elizabeth, sintiendo también la inminente solicitud de su esclava por parte de su marido, la había usado vigorosamente el día y la noche anteriores. La señora Bascomb y el resto de los criados estaban ajetreados por todo el castillo preparando los festejos, y Elizabeth le había ordenado a la señora Bascomb llevar a Catalina tras de ella, ostensiblemente, de modo que pudiera ayudar a los criados, aunque Catalina sabía que era solo para continuar su humillación. La señora Bascomb enganchó una correa al anillo de la entrepierna de Catalina y la llevó por todo el castillo a cuatro patas. No se le permitió llevar ni siquiera las bonitas y transparentes prendas de seda que Elizabeth había conseguido para ella. Tenía que permanecer desnuda a excepción de los anillos de oro de los pezones, con una cadena oscilando entre ellos, y el anillo de su brote al que estaba enganchada la correa.

Durante todo el día la señora Bascomb la había llevado tras ella exponiéndola a las miradas apreciativas de los criados. Estaba presente mientras las criadas hacían las camas en las cámaras reservadas para los huéspedes. Una vez que terminaban de poner la ropa en las camas, la hacían hacer los trabajos de categoría más baja, recoger el polvo bajo las camas, sacudir las alfombrillas y limpiar los postes de los doseles. En resumen, ellas estaban allí charlando mientras ordenaban a Catalina hacer el resto del trabajo. Para recabar su atención o colocarla en otra parte de la habitación, tiraban despreocupadamente de la correa o la agarraban por la cadena que unía sus pezones. Si no quedaban contentas con el trabajo o pensaban que iba demasiado despacio, le palmeaban el trasero con las manos desnudas o tomaban prestada la paleta de la señora Bascomb, que ella llevaba enganchada a un cinturón que le rodeaba la cintura. El culo de Catalina estaba dolorido y le daba pinchazos cuando salía de cada cámara.

Luego la señora Bascomb llevó a Catalina a las cocinas donde solía trabajar antes de que Haverstoke la entregara a su esposa. Las criadas de la cocina y anexos estaban resentidas del trato suave que ahora recibía Catalina en la zona de vivienda del castillo y estaban dispuestas a tomarse la revancha. Otra vez le adjudicaron las tareas más duras, haciendo que se moviera a base de tirar de sus anillos. Cuando era hora de hacer un descanso decidieron jugar un poco más con ella. Mientras estaban sentadas para tomar su pan con mantequilla, Catalina se subió a la gran mesa de roble para servirles, pero no se le permitía usar las manos. Así que gateaba de un lado para otro por la mesa llevando los cubiertos o gruesas rebanadas de pan entre los pechos que se apretaba con las manos. Dejaba caer las cosas delante de las criadas soltando los pechos. En premio a sus esfuerzos recibía un tirón de la cadena que le colgaba entre los pechos o un capirotazo en los anillos de los pezones.

Terminado el refrigerio, las criadas idearon un juego para divertirse y humillar a Catalina. Amontonaron uvas, fresas, naranjas de la china, y todo tipo de fruta pequeña, en el extremo de la gran mesa. Luego le ordenaron gatear por encima de la pila de fruta, darse la vuelta y, agachando el trasero, levantar la fruta con la raja, entre los cachetes del culo. Le permitían usar las manos para separar los cachetes y acomodar las piezas de fruta mayores. Una vez asegurada en su culo una pieza de fruta tenía que gatear hasta el otro extremo de la mesa y depositarla de la misma manera. Sus excursiones a lo largo de la mesa eran aderezadas con palmadas y pellizcos en su trasero, en un intento de hacer caer la fruta. Las criadas encontraban tanta diversión en apostar como sus homólogos masculinos, y apostaban quien podría hacer caer más fruta, si una pieza llegaría hasta el otro extremo aplastada o entera, y con cuanta rapidez tomaría y soltaría Catalina una pieza.

Al final del juego Catalina estaba agarrotada y cansada y del trasero le goteaba fruta triturada. La criada que perdió más apuestas tuvo el dudoso honor de limpiárselo a lamidas. La criada perdedora se dobló tras la figura en X de Catalina y empezó a lamerle el revoltijo que le goteaba por la raja y los muslos. La criada apretó unas cuantas veces su cara entre los muslos de Catalina y acertó con la lengua en la dura perla de la esclava, haciendo que gimiera y corcoveara contra la mesa.

Todavía no habían terminado con ella, deseosas de acometer una última indignidad. Una de las mujeres recogió con los dedos algo de mantequilla y la aplicó al ojete de Catalina. Cada mujer eligió su propio falo, tanto si era un pepinillo, un plátano, o una cuchara, y se alinearon tras el culo prominente y aceitoso de Catalina. Hicieron turnos para bombearla, algunas pasando la mano para pellizcarle los anillos de sus pezones o tirar del que le perforaba el bultito. Llegó al clímax varias veces mientras su culo era invadido, apretándose contra el objeto y la mano que lo sujetaba.

De vuelta al trabajo, la dejaron doblada sobre la mesa, con su reluciente trasero abierto por una larga zanahoria clavada firmemente en su agujero. Se quedó allí mientras ellas trabajaban a su alrededor, porque nadie le había ordenado que se moviera y la señora Bascomb había salido de la cocina para hacer otro encargo.

Pronto regresó la señora Bascomb y tiró de la correa de Catalina, diciéndole que se pusiera a cuatro patas. Mientras la llevaba fuera de la cocina, la señora Bascomb le dijo, "Es hora de que hagas tus labores en los establos. Los hombres están llenos de excitación reprimida por la celebración de mañana, y su señoría desea que se alivien un poco de la tensión." Sonrió maliciosamente a Catalina. "No te hagas la abatida, esclava, todos sabemos que disfrutas mucho con eso."

Los hombres que habían estado trabajando todo el día preparando los jardines y los establos, estaban ahora reunidos en el establo esperando su entretenimiento. La señora Bascomb se adelantó hasta el centro de la reunión y tiró de la correa de Catalina.

"Aquí está vuestra recompensa por todo vuestro duro trabajo, tíos. Usadla como queráis; volveré a recogerla cuando su señoría considere que ha pasado tiempo suficiente."

El jefe de cuadras, Perry, se hizo cargo. "Bien, chicos," dijo, "no empujéis, no os peléis, y todos tendremos nuestro turno. Antes de que nos lo organicemos, dedicaré un ratito a comer mientras planeo nuestro ratito de diversión."

Perry ya había visto el tallo verde de la zanahoria, que todavía colgaba del agujero de Catalina, cuando la señora Bascomb la había llevado al establo. Le ordenó doblarse sobre un fardo de heno y el heno la arañó cuando se tumbó en él. Hubo sonoras carcajadas cuando los hombres vieron la zanahoria sobresaliendo del culo de Catalina y les quedó claro a todos lo que había querido decir Perry.

"Échate las manos atrás, puta, y separa bien esos cachetes. No quiero tener que trabajar demasiado para comer."

Catalina echó ambas manos atrás y se los separó bien para él. Sus cachetes estaban todavía resbaladizos con la mantequilla que las criadas les habían puesto encima y tuvo que pellizcarse el trasero para conseguir mejor agarre. Los hombres disfrutaban con el espectáculo. Perry se colocó el tallo de la zanahoria entre los dientes y tiró. La zanahoria cedió un poco y mordió el extremo al ras del agujero. Esto le dejó sin nada donde agarrar.

Miró a su alrededor pícaramente. "Empuja un poco hacia fuera para mí, esclava."

Catalina apretó para expulsar más la zanahoria, y Perry mordió el siguiente trozo. Le ordenó empujar un poco más, pero mientras lo hacía utilizó rápidamente la lengua para volver a clavarla dentro. Los otros hombres rugieron aprobatoriamente. La embromó de esta forma unas cuantas veces más, y luego volvió a morder trozos con los dientes. Cuando solo quedaba en su ano la pequeña punta de la zanahoria, Perry meneó la lengua dentro de ella. A los otros hombres les gustó tanto lo que veían que apartaron las manos de Catalina de su culo y utilizaron sus propias manos rudas para apretarlos, estrujando los labios y las narices de Perry entre sus cachetes.

Cuando Perry salió a tomar aire, en su rostro había una amplia sonrisa. "Ahora chicos, es hora de que empiece la diversión."

Carolina estaba todavía boca abajo sobre el fardo de heno, así que no podía ver que era lo que hacía aquel ruido deslizante detrás de ella. Luego dos de los hombres la agarraron con rudeza y la pusieron de pie. Sus ojos se elevaron hacia un artilugio de cuerdas que colgaba desde el desván que había arriba; las cuerdas parecían estar conectadas por poleas y había un paño de lona en medio.

Los hombres pronto la colocaron en mitad de las cuerdas, con las espalda apoyada en el asiento de lona, dejando toda su zona trasera expuesta con las piernas muy separadas. Una vez colocada en el asiento un hombre en cada una de las cuatro esquinas desenrolló las cuerdas de sus enganches. Cuando dos de los hombres tiraban su cuerpo se movía arriba y abajo; cuando los otros dos tiraban su cuerpo se balanceaba hacia delante y atrás.

Uno de los mozos colocó delante de ella un pequeño taburete y empezaron a retirar pajitas de heno. Los hombres se fueron colocando en dos filas de acuerdo con la longitud de la paja que sacaban. Los hombres en cabeza de las dos filas se quitaron los calzones, con sus pollas ansiosas ya duras y tiesas. Luego uno de los jardineros se adelantó con un puñado de manteca. Le pasó las manos por debajo y empezó a extenderla por todo su chocho, metiendo sus dedos grasientos en sus dos agujeros.

"Casi no lo necesita, amigos. Está ya goteando de humedad."

Era cierto. Catalina no sabía que es lo que le tenían preparado, pero su cuerpo reaccionaba excitándose ante la idea de ser usada por todos estos hombres. Sus meses sirviendo como esclava sexual en el castillo la habían condicionado realmente.

Y al fin estaban listos. Uno de los hombres, desnudo de la cintura para abajo, se sentó en el taburete, frente a ella, su polla tiesa sobresaliendo como una barra. El segundo hombre se tumbó debajo del cuerpo de ella con el miembro apuntando al frente. Hicieron una señal de asentimiento y los hombres que manejaban las cuerdas empezaron a tirar. El cuerpo de Catalina de balanceó lentamente hacia delante hasta que su agujero del amor fue perforado por la polla que tenía enfrente. La dejaron allí un momento, mientras el hombre del taburete bombeaba con las caderas hacia delante, profundizando en su receptáculo. Luego los hombres volvieron a tirar de las cuerdas y volvió a relajarse, saliéndose de la tiesa barra. De nuevo se movieron las cuerdas y su cuerpo descendió hasta el dardo expectante que tenía bajo ella. Esta polla dura atinó directamente en el agujero de su trasero y perforó el blanco, mientras su propietaria soltaba un gruñido. Otra vez la mantuvieron en esta posición mientras el hombre que tenía debajo le araba el ano.

La llevaron adelante y atrás, arriba y abajo, los dos agujeros invadidos, mientras los otros hombres formaban un círculo alrededor del espectáculo y jaleaban. Desde luego se cruzaron las inevitables apuestas sobre quién dispararía primero. Se fue primero el hombre del taburete escupiendo su semilla en su receptáculo, pero el hombre del suelo no iba a quedarse con las ganas. Las cuerdas la separaron del ganador, su chocho ahora goteante, y la bajaron hasta el perdedor, que ahora la usó hasta que él también disparó sus efusiones dentro de su culo.

Uno de los hombres se acercó rápidamente con un paño y limpió a toda prisa a Catalina, desde la parte delantera a la trasera. Luego tomaron sus puestos los siguientes dos hombres y otros rotaron para hacer su turno con las cuerdas - ¡como si fuera una divertida actuación circense! Los hombres estaban haciendo tanto ruido que atrajeron a las criadas de la cocina. Ellas, también, se vieron obligadas a observar desde las puertas del establo como sus hombres obtenían placer con la esclava española.

La totalidad de los hombres de los establos tuvo su turno bien en su agujero delantero o en el trasero. Algunos de los hombres más jóvenes, que pudieron conseguir otra erección, disfrutaron de un turno en ambos agujeros. Uno de los hombres más viejos admitió que tenía difícil mantener ninguna erección y dijo que estaría satisfecho con su boca. De modo que se colocó en el taburete, con su miembro fláccido colgándole entre las piernas, y bajaron y adelantaron a Catalina de manera que su boca estuviera al nivel de su polla. La chupó, dio vueltas rápidamente con la lengua alrededor del fláccido miembro del hombre, luego la lamió y le chupeteó el escroto. Le pasó los labios por la parte de abajo y empezó a sentir una contracción de vida. Rápidamente se la volvió a meter en la boca chupando con fuerza. Se endureció un poco y le goteó en la lengua. Una expresión de sublime placer le inundó el rostro hasta que su mujer se adelantó resueltamente, abofeteó los pechos de Catalina y derribó a su marido del taburete para general hilaridad de la compañía.

Algo más tarde la señora Bascomb volvió para poner fin a la fiesta, y los hombres desengancharon a Catalina de las poleas de cuerda. Las efusiones de los hombres rezumaban de sus agujeros y le bajaban por los muslos. Pero la señora Bascomb no se detuvo a limpiarla. En vez de eso le enganchó la correa entre las piernas y la llevó fuera de los establos.

"Lady Haverstoke no quiere tenerte en la casa todavía debido a tu asqueroso estado, y su criada no está disponible para lavarte. Por ahora permanecerás en el patio. "La silla fálica" como Catalina la había apodado, estaba colocada en mitad de la plataforma del patio, y la señora Bascomb la condujo serenamente a su sitio.

La señora Bascomb vio los jugos de los hombres goteando de sus agujeros y declaró, "No necesitas ninguna lubrificación; limítate a sentarte."

Catalina se colocó encima del asiento de la silla hasta que los dos falos estuvieron apuntando a sus dos agujeros y luego se relajó hasta quedar empalada por los dos. Abrió las piernas para colocarlas a los dos lados de la silla y sujetó los brazos detrás, de forma que quedase exhibida para que la viera todo el mundo. La señora Bascomb le enganchó a continuación dos cadenas al anillo de su perla y las pasó por debajo de la silla, se las subió por encima de los hombros y se las enganchó a los anillos de los pezones. Se quedaría así atada durante el resto de la tarde. Los otros criados apenas la miraban, porque para entonces ya estaban muy acostumbrados a la visión de la humillación de Catalina.

Cuando el cielo se oscureció, la señora Bascomb condujo a Catalina a la casa, a las habitaciones de su señoría. Elizabeth la miró con asco.

"Te lo pasaste bien, ¿verdad?" dijo con suficiencia. "Te lo pasaste bien en todo momento. En un tiempo pensé que podrías ser mi linda mascota, pero realmente eres solo una furcia, ¿verdad?"

Los ojos de Catalina se encontraron con los de la mujer durante un instante, antes de que bajara la vista.

"Sí, Ama."

Elizabeth la provocó, "Sí, Ama, ¿qué más?"

"Sí, Ama, me lo pasé bien y soy una furia."

"Tengo entendido que incluso el viejo Simon se derramó en tu boca. ¿Hay algo que no harías para degradarte?"

Catalina no se molestó en indicar que Elizabeth era la responsable de su degradación. En vez de eso respondió, "No, Ama, no hay nada."

Los ojos de Elizabeth se entrecerraron. "Así lo creo. Pero de todas formas me apiadaré de ti. Porque hoy has sido usada tan a fondo y podemos necesitarte mañana. Haré que Rose te dé un buen baño, y puedes dormir a los pies de mi cama, y no atada al extremo como es costumbre. Mañana tomarás poco alimento y soportarás un enema limpiador cuando acabe el día. De todas formas no estás aquí para que te procures placer, y me aseguraré de que no ocurra." Dudó un momento. "Estas son las órdenes de su señoría, el Lord."

Catalina resplandeció ante la idea. Luego iba a ser...¡había planeado tomarla al día siguiente!

Continuara

Autor: Master Zero