La naufraga (4: Humillacion)
La humillación pública de Catalina continúa a manos de la despiadada Elizabeth, mientras Haverstoke sigue observando al acecho.
La naufraga 4 (Humillación)
La humillación pública de Catalina continúa a manos de la despiadada Elizabeth, mientras Haverstoke sigue observando al acecho.
A la mañana siguiente, Catalina se despertó con la sensación de dedos recorriendo sus pezones. Levantó la cabeza para encontrar a Elizabeth de pie en la cama delante de ella tocándole los pechos; su peso y tamaño parecían llenarla de asombro y nunca se cansaba de acariciárselos.
"Voy a hacerte completamente mía; aprenderás a venerarme y olvidarás todo lo que se refiera a mi marido. Sé que ahora le deseas, pero no siempre será así. Serás mi mascota mimada y no dejaré que te apartes de mi lado; puedo darte tanto placer."
Luego desató los agarrotados miembros de Catalina de los postes de la cama, y cuando la mucama de Elizabeth entró a la habitación de su ama para ayudarla a vestirse para el día, se encontró a la esclava española tumbada en la cama.
"Antes de ayudarme tienes que ver a mi esclava."
La criada no mostró demasiada sorpresa; ya había oído hablar de la esclava española que había proporcionado tanto placer al resto del personal de la casa. Tampoco le sorprendió que Lord Haverstoke hiciera mucho tiempo que se hubiera dado cuenta que Lady Haverstoke prefería a las mujeres antes que a los hombres.
Miró con un poco de aversión a Catalina. "¿Qué desea su señoría que haga con... eso?"
"Báñala, lávale el pelo, y pásame alguno de mis aceites. Se lo aplicaré yo misma al cuerpo. Es una mascota tan exótica que pretendo adornar su cuerpo para hacerla aún más hermosa, y reemplazaré sus prendas con algo más apropiado, más adecuado para la esclava de una dama."
Esta aventura parecía lo bastante suave como para que Catalina se permitiese relajarse. La criada le tiró del pelo para conseguir que se trasladase a la bañera, y Catalina le retiró la mano de un manotazo.
La criada gritó indignada, "¿Señora, se le permite que me trate de esta forma?"
Elizabeth dijo tranquilizadora, "Por supuesto que no, Rose. Usa esto de aquí cuando se comporte inadecuadamente."
Los ojos de Catalina se abrieron como platos cuando vio que Lady Haverstoke le pasaba un látigo pequeño y corto a Rose. ¿De dónde había sacado eso? Rose no perdió ni un segundo en azotar el culo de Catalina con el látigo.
Elizabeth le advirtió, "No olvides que eres mi esclava solo porque me guste darte placer, y no dudaré en ponerte en tu sitio cuando sea necesario. Haré que quede claro al resto del personal de la casa que son libres de castigarte cuando vean alguna falta de discrección por tu parte."
Catalina había pensado que Elizabeth iba a ser gentil y agradecida con ella, pero la había juzgado mal. Estaba empezando a paladear por primera vez los placeres del poder desde que se había casado con Haverstoke, e iba a ejercerlo sobre Catalina de todas las formas posibles.
Más adelante, ese mismo día, Catalina pasó una tarde dolorosa y humillante con el herrero. Lady Haverstoke mandó a la señora Bascomb que acompañara a Catalina a los establos, donde el herrero la esperaba con instrucciones y una gran sonrisa en la cara.
Primero tuvo que tumbarse en una superficie plana mientras él le ataba los brazos a los laterales. Luego la fastidió pellizcándole los pezones hasta que se le pusieron duros y erectos. Observó inquieta como pasaba una gran aguja a través de una llama y luego se le aproximaba con ella. Mientras se inclinaba sobre su pecho, luchó con violencia, solo para conseguir que le pasaran una correa por la cabeza y que la señora Bascomb le aplicara una especie de torno a su pecho. El herrero le atravesó el pezón con la aguja y luego le pasó un anillo de oro. Gritó de dolor y, antes de que supiera que le estaba haciendo, repitió el procedimiento en el otro pezón. Miró hacia abajo, a sus pezones, que ahora estaban perforados con grandes anillos dorados y brillantes, con las lágrimas corriéndole por la cara.
Pero su tormento no había terminado. La señora Bascomb la hizo doblarse por las rodillas y luego el herrero se las ató a los lados todo lo abiertas que se podía. Catalina sintió como si la estuvieran rajando. Luego el herrero, con gran regocijo, le apretó y pellizcó el brote y lo observó mientras se hinchaba. A pesar del dolor que le inundaba los pezones Catalina bamboleó las caderas mientras el herrero la manipulaba. Él se sonrió ante su respuesta y sintió que la polla se le ponía dura.
Hizo una seña a la señora Bascomb que se adelantó y le separó ampliamente los labios inferiores. Él repitió el proceso con la aguja y se colocó entre las piernas de Catalina. Sabía lo que le esperaba y gritó aterrada, pero fue inútil. Le traspasó el brote con la aguja a la que pronto siguió otro anillo de oro, pellizcando su distendida perla en su forma exageradamente escandalosa.
Mientras se retorcía de dolor, el herrero le colocó la cabeza entre las piernas y empezó a dar vueltas a la lengua alrededor de su chocho. Su brote parecía como si estuviera ardiendo y se hinchó hasta diez veces su tamaño normal. El herrero no tuvo problemas para tomarlo entre sus labios y chuparlo. El clímax de Catalina explotó sobre la cara y la barba del hombre, y él deslizó su pequeño dedo por el nuevo anillo, tirando de él mientras ella recorría el final de su 'muerte dulce'.
La señora Bascomb soltó las correas que ataban a Catalina y la ayudó a incorporarse. Le palpitaban el brote y los pezones pero no se le permitió reponerse.
"Vamos, española, ahora es necesario que agradezcas apropiadamente a Jed, aquí presente, su buen trabajo y muestres tus nuevos adornos. Su señoría quedará así satisfecha."
Catalina siguió renqueando a la señora Bascomb y a Jed al patio, el escenario de tantos de sus castigos y humillaciones. Se arrastró hasta su sitio por delante de Jed y se sentó en los talones. Los criados pronto la rodearon para ver los anillos que le colgaban de los pezones. Jed se despojó de sus calzones; su gran polla salió fuera como si estuviera viva, casi dura y húmeda en la punta. Una buena mañana de trabajo merecía un pago que estuviera a la altura.
Le tomó la polla en la boca, lamiéndola y chupándola en serio, esperando que acabara rápidamente. Sin embargo él tenía otros planes. Sacó el miembro de su boca y se agachó un poco de manera que pudiera restregarlo contra los anillos dorados de sus pezones. El dolor la dejó sin respiración. Luego le apretó juntos los dos pechos haciendo que los anillos casi se tocaran y creando una profunda hendidura en la que hundió la polla. Pronto volvió a buscar su húmeda boca y bombeó como si estuviera clavando las herraduras a un caballo. Se puso rígido, se estremeció y le disparó su semilla en lo más hondo de la garganta.
Después de limpiársela, siguió a la señora Bascomb a la plataforma del centro del patio. La señora Bascomb le ordenó sentarse en el borde con las rodillas dobladas y las piernas abiertas, porque los criados estaban deseando ver el otro anillo. Catalina ni siquiera necesitó separarse los labios; el anillo que perforaba su brote era lo suficientemente grande para separar suavemente los rosados pliegues que normalmente lo protegían. Y era lo suficientemente pesado para tirar de su bulto, liberándolo de su lugar secreto. Ahora estaba realmente abierta, con su perla palpitante visible para todos los que escudriñaban admirados entre sus piernas.
Muchos de los criados se sentían obligados a tocar el anillo de oro, algunos lo recorrían con la punta de los dedos, otros le daban golpes para ver moverse el brote de la esclava y todavía algunos otros pasaban los dedos a través del anillo. Este era lo suficientemente grande como para que incluso el mayor de los hombres pudiera pasar su dedo medio por su interior.
Aparentemente esto todavía no era suficiente exposición para la esclava, porque poco después la criada se abrió camino entre la multitud con una brocha, un cuenco con jabón y agua, y una navaja de afeitar. Enjabonó los oscuros y brillantes rizos púbicos de Catalina y se los afeitó.
Catalina nunca antes se había sentido como un objeto de semejante forma. No había que negar el placer sexual que obtenía con semejante trato, porque incluso ahora, humillada, perforada, expuesta, insultada, y sufriendo de dolor, podía sentir que sus jugos estaban a punto de gotear de su chocho afeitado. Pero antes siempre lo había sentido como el preludio de su emparejamiento final con Haverstoke; ahora había empezado a dudar de la inevitabilidad de esa ansiada ocurrencia.
Miró hacia arriba, hacia las alargadas ventanas del castillo. ¿Estaba él allí mirándola ahora? Era más que probable que estuviese su esposa. A ella no le interesaba Elizabeth, pero, oh, Jake.
Sabía que ella podía darle más placer del que ninguna otra mujer podría; entendía las implicaciones eróticas de una fuerza poderosa y controladora sometiendo su lujuria básica, renunciando a todo control para revolcarse en las sensaciones. ¿Acaso no lo había hecho ella misma? Si alguien le hubiera predicho hacía seis meses que se convertiría en una esclava sexual, criada y condicionada para dar y recibir placeres sensuales, se habría reído con desprecio. Quizás era por eso por lo que Jake se resistía; tenía miedo de lo pudiera ocurrir entre ellos dos.
Elizabeth estaba muy contenta con los nuevos adornos de su esclava. Había descartado la cota de malla de Catalina y la había reemplazado por sedas de Arabia, suaves, sueltas y transparentes. Todavía llevaba un duro alambre cosido a las costuras de la seda, de manera que empujara los pechos de Catalina hacia delante de forma prominente. Los pantalones que había diseñado para Catalina eran también transparentes y no dejaban nada a la imaginación. Tenían una abertura desde la cintura, por la parte delantera que pasaba entre las piernas, subía por la raja de su trasero hasta la cintura en la parte trasera. De esta forma los agujeros de Catalina estaban siempre accesibles, y la seda que cubría su trasero podía ser retirada de manera que se le pudieran aplicar azotainas regulares.
Cuando se sentaba con Elizabeth se le exigía hacerlo con las piernas muy abiertas. A Elizabeth le gustaba fijar la mirada en el anillo de oro que tenía entre las piernas. También tenía un bonita correa de oro y cuando se le antojaba enganchaba la correa a los anillos de los pezones de Catalina o al anillo que le perforaba su brote y la llevaba a dar una vuelta. Cuando hacía esto no le gustaba que la correa estuviese floja, de modo que obligaba a Catalina a caminar muchos pasos detrás de ella de forma que la correa tirara de sus pezones y su brote.
Por las noches siempre era igual; Catalina se tumbaba desnuda a los pies de la cama de su señoría, y Elizabeth jugaba con su cuerpo, vestida ella misma con un vestido de noche de cuello alto y mangas largas. Era como si tuviera miedo de liberar su propia pasión. Chupaba los pezones de Catalina, jugando con los anillos en su boca. O le enganchaba la correa al anillo que tenía Catalina entre los labios y tiraba de él mientras hacía que Catalina se acariciara. A veces se sentía audaz y bombeaba a Catalina con uno de sus muchos falos, a veces invadiendo de forma simultánea los dos agujeros.
Cuando Jake tenía una mujer con él, Elizabeth obligaba a Catalina a escucharles. La empujaba contra la pared que separaba los dos dormitorios y le empalaba el culo con el falo más grande que pudiera encontrar. Se hacía ilusiones de su propio poder y le decía a Catalina que ella era la única que podía mantenerles separados a Jake y a ella. Había ordenado a Jake que se alejara de su esclava. Catalina en su interior se burlaba de esta declaración. Sabía que Haverstoke haría exactamente lo que le apeteciera; cuando quisiera a Catalina la tomaría, sin que importaran las preferencias de su esposa. Sabía que de momento disfrutaba viéndola como la mascota de su mujer.
Cuando Elizabeth se sentía amenazada por la atracción entre su marido y su esclava, castigaba a la esclava, porque no tenía recursos contra su marido. Uno de estos incidentes ocurrió cuando Haverstoke se reunió con su esposa en el salón después de cenar. Haverstoke estaba disfrutando de la visión y solo con su penetrante mirada hizo que Catalina se humedeciera. Miró furtivamente hacia Elizabeth y luego se echó mano abajo y tiró de su anillo; esto bastó para traer su brote a la vida como si se moviera en respuesta. Haverstoke se divertía y le excitaba la visión de su enorme perla rodeada con el anillo de oro; sobresalía obscenamente de su cuerpo y era claramente visible desde donde él estaba sentado. Era un bonito detalle que su mujer la hubiera hecho afeitar.
Mientras Elizabeth mantenía la cabeza inclinada sobre la costura, Catalina deslizó un dedo dentro del anillo y empezó a manipular su brote para goce de Haverstoke. La miraba divertido mientras su brote bailaba a uno y otro lado y sus labios empezaban a brillar y a hincharse. Ella sintió el apremio del orgasmo e intentó retenerse, pero su trasero se levantó momentáneamente del asiento y un pequeño gruñido se le escapó de los labios.
Elizabeth levantó la vista rápidamente y vio en un instante lo que estaba ocurriendo. Los labios de la esclava estaban pegajosos con sus jugos, y estaba haciendo girar el trasero en su asiento. Mirando a su marido pudo ver que había sido testigo de toda la escena y estaba bastante estimulado por ella. Se puso en pie de un salto.
"Asquerosa, puta indecente. ¿No te basta que te chupe cada noche y te llene los agujeros hasta que supliques más? Tienes que sentarte aquí en mi salón y acariciar tu propio cuerpo. Eres repugnante. Te trato como una mascota favorita, pero no mereces tales detalles. Serás tratada como la puerca que eres."
Haverstoke se limitó a sonreír y a chasquear la boca. Le producía un enorme placer la regañina de su esposa a Catalina y no podía aguantarse las ganas de saber lo que le tenía preparado.
Elizabeth hizo sonar el timbre para que entrara uno de los lacayos y le ordenó atar a Catalina a los postes de la cama de su señoría.
"No conseguirás nada de mí esta noche; no me importa que me supliques."
Esta era una fantasía de Elizabeth. A veces hacía que Catalina se arrastrara por el suelo hasta ella y le suplicara que le lamiera el chocho o le chupara los pezones o le azotara el trasero. Después de muchas súplicas su ama se ablandaba finalmente.
Así Catalina pasó la noche atada a los postes de la cama, y si Elizabeth deseaba en secreto que le suplicara, no ocurrió. Sin embargo a la mañana siguiente no había olvidado la indiscrección de Catalina.
"Hoy vas a volver al patio para ofrecer algo de diversión a los otros criados. No llevarás nada a excepción de los anillos, y dejaré que los criados hagan lo que quieran contigo sin que yo interfiera."
Catalina se encogió de hombros. Fuera lo que fuera lo que sufriera ese día habría valido la pena masturbarse delante de Haverstoke y ver como su polla se apretaba contra sus calzones.
Elizabeth ordenó a la señora Bascomb sacar a Catalina al patio y subirla a la plataforma. Se les había prometido a todos los criados un gran espectáculo. Sobre la plataforma había un gran cubo de agua jabonosa y una larga manguera de goma con una bomba manual en su extremo.
Elizabeth observaba desde una de las puertas. Pensaba maliciosamente, "La esclava siempre ha mantenido su comportamiento un tanto altanero a través de casi todo, pero va a pasar un mal rato para mantener su dignidad durante este tormento."
Catalina fue colocada a cuatro patas en la parte superior de la plataforma. Dos de las criadas se colocaron tras ella; una abrió ampliamente los carrillos de su trasero, mientras la otra deslizaba dos dedos bien aceitados en su ojete. Catalina gruñó ante la rudeza de los dedos exploradores; Elizabeth les había dicho obviamente que no fueran delicadas. Una vez bien aceitada la criada continuó separándole las nalgas mientras la otra retrocedía hasta el cubo. Lubrificó una parte de la manguera y luego se acercó al trasero de Catalina con la manguera en la mano. Los criados murmuraron excitados cuando supieron lo que iba a seguir.
Lentamente la doncella empezó a introducir la manguera en el ojete de Catalina. La manguera no era especialmente gruesa, pero era más larga que cualquier cosa de las que había acomodado Catalina hasta entonces y se le cortó la respiración y gruñó mientras la manguera serpenteaba dentro de sus intestinos. Los criados aplaudían y gritaban mientras la manguera desaparecía en el culo de Catalina.
Una vez colocada la manguera, la criada que mantenía separadas las nalgas de Catalina las apretó ahora alrededor de la manguera. La otra empezó a llenar la bomba con agua y a forzarla a pasar por la manguera. Cuando el primer chorro de agua jabonosa se disparó dentro de Catalina se le cortó la respiración. Odiaba esto y no podía creer que Elizabeth fuera tan viciosa; esperaba que Jake no estuviea mirando pero le atisbó en una de las ventanas. Podría detener esto si quisiera.
Mientras los intestinos de Catalina se llenaban y empezaba a sufrir calambres, los criados gritaban, "Más, más." La criada seguía mirando a la señora Bascomb por si le hacía una seña de que dejase de bombear; finalmente la hizo.
La señora Bascomb rodeó a Catalina hasta ponerse frente a ella. "Ahora Pippa, aquí presente, te quitará la manguera del trasero, pero no sueltes nada de agua. Se hará de otra forma."
Pippa retiró efectivamente la manguera del trasero de Catalina provocando un sonido como de taponazo, y se escaparon algunas gotas de agua. Luego volvió con un tapón corto y rechoncho y lo metió en el agujero de Catalina, como si fuera suficiente para contener el chorro de agua que se liberaría de su trasero. La señora Bascomb luego enganchó una correa al anillo del brote de Catalina y la hizo dar vueltas a cuatro patas por el borde de la plataforma para que todos pudieran verla bien.
Luego se detuvo y les pasó unas paletas a todos los criados que se apelotonaban alrededor del borde de la plataforma.
"Ahora todos tendréis la oportunidad de azotar a la esclava en el culo cuando le haga dar vueltas. El que le dé la palmada que la haga soltar el agua podrá reclamar un premio bastante único. Si queréis seguir en el juego tomad vuestra paleta y colocaos en el borde de la plataforma."
Solo unos pocos criados rechazaron las paletas; los restantes las agarraron con desenfrenada alegría.
Las nalgas de Catalina estaban ardiendo enrojecidas. Esto era peor que cualquiera de las cosas que ya había soportado, y no podía creer que Elizabeth fuera la autora de todo ello. Sabía que saldría más que un chorro de agua de su culo, y le aterraba la liberación.
La señora Bascomb tiró de la correa como señal para que empezara a gatear. El primer azote le dio en el medio de culo y metió el tapón un poco más en el agujero. El siguiente fue dirigido hacia el cachete derecho, y los criados empezaron a alternar los cachetes con cada tercer golpe en el centro.
Catalina sufría lo indecible. Se retorcía y apretaba las nalgas, pero esto solo servía para aumentar el júbilo de los detestables criados. Se regocijaban del modo en que los globos de su trasero temblaban a cada azote, y del modo en que ella intentaba retorcerse para evitar los palmetazos. El gran anillo de su botón oscilaba atrás y adelante y sus pesados pechos rebotaban hacia delante a cada azote. Todavía retenía el agua en su vientre en el segundo viaje alrededor de la plataforma, pero podía sentir que su resolución se debilitaba en su tercera excursión. Finalmente una gran bofetada en el centro del trasero hizo que sus músculos se vinieran abajo; el tapón salió disparado en primer lugar, seguido por un pequeño chorro y luego un torrente de agua y sus propias heces. La presión que se había ido formando provocó que el agua y los excrementos salieran a chorro de su culo para deleite de unos y consternación de otros.
El "ganador" de la competición era un joven que trabajaba en los establos, y levantó la paleta orgulloso. De alguna forma había conseguido evitar el chorro. Esperaba expectante que le dieran el premio.
"Antes de que te lleves el premio, Liam, la esclava tiene que fregar y limpiar su propia porquería."
Le pasó a Catalina un cepillo de fregar y un cubo con agua jabonosa.
Catalina se echó un poco del agua jabonosa entre los muslos y las nalgas para limpiarse la porquería que le había chorreado. Se sentía humillada más allá de lo imaginable y no podía mirar a ningún criado a los ojos. Continuaron los chistes procaces a sus expensas. La obligaron a bajar de la plataforma y limpiar la porquería que había desperdigado por las losas del patio. Allí encontró el tapón que había salido disparado de su culo, y la señora Bascomb le ordenó recogerlo con los dientes y secarlo en la palma de su propia mano.
"Ahora vuelve a subir a la plataforma, muchacha. Es hora de que Liam se lleve su recompensa."
Catalina imaginaba que la recompensa sería que ella se la chupara. Oh, bueno, lo había hecho en público suficientes veces. De modo que se asustó cuando la señora Bascomb lanzó sobre la plataforma un par de puñados de guineas de oro.
"Sí, pronto te pertenecerán, Liam, pero tendrás que trabajar un poco por ellas. Apostaría a que será un trabajo agradable en todo caso."
Luego se volvió a Catalina que miraba con desconfianza a las monedas.
"De modo que ahora, esclava, hemos limpiado del todo tu trasero para hacerle sitio a alguna otra cosa."
Catalina miró a las monedas de oro desperdigadas por toda la plataforma, y clavó la mirada en la señora Bascomb. Oh dios, no podría hacer eso.
"Tienes que gatear por la plataforma, coger una moneda con los dientes, llevársela a alguno de los criados que rodean el borde de la plataforma, ofrecer tu trasero a ese criado y luego él o ella te la meterá en el culo."
Un rugido de aceptación se levantó entre los criados, y la señora Bascomb levantó la mano pidiendo silencio.
"Y si fallas a la hora de recibir todas las monedas en tu culo conseguirás otro enema, quizás con un poco más de agua la próxima vez."
Catalina miró hacia la puerta donde había visto antes a Elizabeth, y allí estaba de pie, con una sonrisa de suficiencia en la cara. No se atrevió a mirar si Haverstoke estaba observándola.
La señora Bascomb dio la señal de empezar y ella recogió la primera moneda con los dientes y se la llevó a una de las criadas. Volvió el trasero hacia ella y sintió sus dedos explorándole el ano con la moneda mientras se la metía dentro. Llevó la segunda moneda a un criado y él le tiró con atrevimiento del anillo que tenía entre las piernas, mientras le apretaba la moneda contra su culo. Pronto se convirtió en el juego de todos; después de que Catalina les diera la moneda y les presentara el culo le daban golpecitos en los anillos de los pezones o tiraban del anillo de su brote mientras le insertaban la moneda en el culo.
El efecto de esto fue avergonzar aún más a Catalina, porque no podía controlarse cuando le tiraban de los anillos. Se estaba excitando. De modo que cada criado conseguía su propio espectáculo privado cuando Catalina balanceaba el culo en sus narices o se apretaba contra sus manos mientras le estrujaban el trasero. Ellos disfrutaban con su excitación y empezaron a cruzar apuestas sobre quien la llevaría al clímax antes de que todas las monedas le llenaran el agujero.
Cuando solo le quedaban dos monedas que presentar, una de las criadas ganó la apuesta. Mientras volvía su repleto y dolorido trasero hacia una de las criadas, ésta tiró del anillo que tenía entre las piernas mientras le excitaba el ojete con la moneda. Fue demasiado para Catalina, que meneó la espalda contra la mano de la criada en el frenesí de su clímax. Mientras Catalina se recuperaba se palmeaban las espaldas y se pagaban las apuestas. Se apresuró a recibir las dos monedas finales que fueron apretadas dentro de su agujero, ahora reluciente con sus jugos.
La señora Bascomb la condujo de nuevo al centro de la plataforma.
"Ahora ponte en pie, española."
Catalina se levantó torpemente, con las piernas ligeramente arqueadas, el ojete boquiabierto y ensanchado con las guineas de oro metidas dentro. Todos los criados se rieron ante el cuadro que presentaba la una vez altanera esclava española.
"Vete hasta donde está Liam, ponte a cuatro patas, y preséntaselo con todas las guineas de oro. Puede llevárselas todas suponiendo que pueda recuperarlas."
De nuevo los criados estallaron en carcajadas, dando a Liam algunos consejos lascivos.
Inestable y sin dignidad, Catalina se dirigió hacia donde Liam estaba expectante. Sonrió satisfechó mientras se acercaba, porque su trasero destacaba tras ella, y tenía las piernas ligeramente separadas mientras caminaba. El anillo de oro entre sus piernas destacaba y colgaba bajo, debido a la presión que hacían sobre su ano todas las monedas. Por un capricho se adelantó para agarrar el anillo y acelerar su acercamiento hacia él. Los criados se rieron aprobando su proceder.
Agradecida, se colocó a cuatro patas y presentó a Liam su trasero. Lo primero que intentó fue palmearle el culo de nuevo con la paleta. Sus músculos se aflojaron y cayeron de su culo unas cuantas monedas, mientras los criados gritaban animando y haciendo sugerencias a Liam.
Luego le separó las nalgas y le empujó el trasero arriba y abajo. Algunas monedas más se le escurrieron fuera del culo, y ahora tenía una pequeña pila frente a él. Manteniendo sus nalgas sujetas le ordenó que expulsara.
Uno de los criados gritó, "Creo que ya hemos visto bastante de eso hoy," y todos se rieron ante el comentario. Ella dudó y él repitió la orden, de modo que ella apretó y expulsó unas pocas monedas más.
Alguien chilló, "Creo que eso es todo, Liam. Si quieres el resto vas a tener que ir a buscarlo." A Liam se le dibujó una gran sonrisa en la cara; no era precisamente reacio a hacer eso.
Lentamente empujó uno de sus largos dedos dentro del agujero de Catalina, ahora casi cerrado de nuevo. Al sentir el duro borde de una moneda pasó el dedo alrededor y consiguió sacarla. Probó de nuevo con ese método pero sin éxito. Contó las monedas que tenía ante él, y supo que le quedaban tres más en el culo y se dispuso a recuperarlas todas.
"¿Puedo usar cualquier método, señora Bascomb?"
"Son tus monedas, Liam."
Asintió y llamó a una criada, le cuchicheó algo al oído y ella se alejó a toda prisa.
"Te daré una oportunidad más, esclava, para que expulses las monedas que faltan. Siéntate en cuclillas con las rodillas separadas y empieza a empujar."
Sin saber cual era su plan, Catalina obedeció lo mejor que pudo, pero no pudo expulsar las monedas que faltaban.
Al podo volvió la criada con otro cubo de agua jabonosa, y buscó la manguera de antes. Catalina observaba esto consternada; le iba a aplicar otro enema.
Liam sonrió a la multitud un poco avergonzado. "Antes quiero explorar un poco más a ver lo profundas que están ahí dentro. Tengo algo un poco más largo que el dedo."
La chusma se rió de buena gana, mientras Liam se soltaba los calzones.
"Vuelve a ponerte a cuatro patas, esclava."
Catalina suspiró. Su ojete estaba dolorido y resentido.
"Antes la enterraré aquí para humedecerla un poco."
Agarró el anillo de su brote con una mano y guió su polla al interior de su vagina con la otra. Ella se apretó instintivamente contra él y él la deslizó dentro y fuera de ella unas cuantas veces. Una vez la polla estuvo humedecida en su crema, la deslizó fácilmente en su ano. Había estado ya tan abierto esa tarde que no resultó difícil.
Realmente no tenía intención ni esperanza de descubrir donde estaban las restantes monedas; solo quería disfrutar de estar dentro de su prieto agujero. Golpeó contra su culo mientras su dedo se ceñía dentro del anillo de oro que le perforaba el brote. Para su vergüenza Catalina alcanzó un nuevo clímax. Liam le enjabonó el culo, junto a las monedas perdidas con su efusiones y provocó los ánimos de la audiencia.
"Bueno, no encontré nada aquí dentro con la polla."
Catalina estaba todavía jadeante a cuatro patas con el chorro de Liam escurriéndose de su trasero y bajándole por los muslos. Utilizó su propio chorro para lubrificar la cabeza de la boquilla y otra vez Catalina sintió la manguera de goma metiéndose dentro de ella. Liam dijo a la criada que bombeara el agua; esta vez no le resultaba incómodo puesto que ya estaba limpia.
Liam le hizo retener el agua cinco minutos y diez paletazos. Iba a permitirle liberarse en la décima palmetada. Mientras esperaba los cinco minutos, su señoría entró al patio. Se hizo el silencio mientras se acercaba a la plataforma. Miró directamente a los ojos de Catalina antes de que la esclava bajara los suyos avergonzada y embarazada. Sabía que Elizabeth había observado el desarrollo de toda la escena.
"¿Se ha divertido todo el mundo aquí esta tarde?"
Se elevaron voces de asentimiento.
"Estoy contenta de la forma en que habéis usado a la esclava; para eso es para lo que está aquí, para vuestra diversión y entretenimiento. Tendremos que planear más juegos centrados en la esclava."
Luego abandonó el patio, pero volvió a su puesto en la puerta abierta, para ver la humillación final de su esclava.
Cuando pasaron los cinco minutos, Liam empezó a azotar a Catalina con la paleta. La chusma las contaba con él, "Uno, dos, tres..."
A cada palmetazo, Catalina apretaba el trasero para retener el agua. No estaba segura de lo que ocurriría si la soltaba antes del décimo, pero no quería averiguarlo.
"Ocho, nueve, diez."
El agua salió a chorro una vez más del trasero de Catalina, y con ella las tres guineas. La multitud vitoreó y Liam reunió contento su recompensa.
La señora Bascomb despidió a los criados y les ordenó volver al trabajo. A Catalina le hizo limpiar la porquería que había provocado en la plataforma. Cuando lo hubo hecho la señora Bascomb la condujo de vuelta a la casa. Elizabeth la estaba esperando.
"¿Te lo pasaste bien, esclava? No pude evitar notar que llegaste varias veces al clímax, incluso cuando todos esos criados te metían monedas de oro en el ojete. Debes estar deseando que te lo llenen ahora, ¿verdad?"
Catalina empezó a hablar, pero Elizabeth se llevó el dedo a los labios. "Las buenas esclavas son para verlas, no para oírlas. Ven, tengo algo que te gustará."
Llevó a Catalina a un rincón del salón donde había dos largas cadenas colgando del techo. Colocó a Catalina bajo ellas y enganchó una cadena entre los anillos de sus pezones. Luego enganchó una de las cadenas del techo a la cadena que unía los anillos de sus pezones. El efecto fue que tirara hacia delante de sus pechos y pezones.
A continuación enganchó la segunda cadena al anillo que tenía entre las piernas; de nuevo sin que hubiera distensión y la cadena del techo tiró dolorosamente de su brote.
"Ahora abre las bien las piernas. Sé que has disfrutado mucho cuando te llenaban hoy, no quiero defraudarte."
Adelantó un falo que tenía adosada en su extremo un cola sedosa; cubriéndose con guantes las manos untó el dardo generosamente con crema, y luego lo manipuló hasta meterlo dentro del dolorido culo de Catalina. Le observó la cara atentamente durante unos segundos, hasta que vio la mueca de Catalina.
"Tienes razón, esclava mía, la crema es un poco picante. Se trata de una medicina que curará tu trasero dolorido, pero al principio pica un poco"; dejó escapar una carcajada baja y maliciosa y palmeó a Catalina en el trasero, haciendo que la cola oscilara de arriba abajo.
Catalina escuchó, más que verlo, que Haverstoke entraba en la habitación, porque estaba demasiado avergonzada para levantar los ojos hacia él. La miró sorprendido de su postura y notó que cada pocos segundos contraía el culo, meneando la cola. Levantó las cejas hacia Elizabeth en tono interrogante.
"Oh, se trata solo de un poco de medicina en el falo que tiene dentro de su culo. Pensé que podía necesitarla después de todo lo que ha entrado ahí hoy. Pica un poco, pero no me parece desagradable ver como la esclava menea el culo para nosotros. El picor cesará en una hora o así. ¿Vistéis las atracciones de esta tarde, Jake?"
"Sí." Había humor en su voz y Catalina le odió por ello.
"Desde luego la esclava se puso en vergüenza de forma bastante espectacular. ¿Vistéis la porquería que salió de su culo? La señora Bascomb le hizo que la limpiara. Y por supuesto, siendo la sucia puta que es, no pudo controlarse y llegó al clímax cuando los criados estaban haciéndole las cosas más viles y repugnantes. Honestamente no estoy segura de que haberla anillado haya sido la cosa más adecuada. Todo lo que tiene que hacer uno es tirarle de los anillos y ella hará el resto."
Jake dejó escapar una sonora carcajada. "Por dios, que lo hicistéis, esposa mía. Dejad a una mujer, que entenderá más minuciosamente como humillar a otra mujer. Dios sabe que nada de lo que había intentado yo había conseguido vencerla."
Su esposa le miró con dureza. ¿Qué quería decir con eso?"
Luego él se levantó de su silla y se colocó detrás de Catalina. Agarró el falo con cola que sobresalía de su trasero y tiró de él un poco hacia arriba y hacia abajo, levantando a Catalina sobre sus pies.
"Puede que justo ahora quiera tomarte, mi niña."
Catalina sintió la emoción de la respuesta que la cercanía de su cuerpo siempre le producía. Luego él le palmeó con fuerza el culo y salió de la habitación.
Levantó la vista y sonrió triunfante a Lady Haverstoke cuyos ojos se habían entrecerrado y centelleaban ahora de forma peligrosa. La mirada hizo dudar a Catalina; todavía no había ganado.
Continuara
Autor: Master Zero