La muñequita de mis sueños

-Necesito echarte un polvo, si no te lo hecho me voy a volver loco.

Me tenía malo con sus fotos en las que estaba desnuda y con las confesiones sobre sus pajas porque el marido no le daba lo que necesitaba. Averigüé donde vivía. Pille el auto de alquiler y me fui a buscarla bajo una falsa identidad de médico.

Me presenté en su casa, a las diez de la mañana y arriesgándome a que me abriera la puerta su marido. La abrió ella en bata de casa de color gris. Parecía un gran señora. La gran señora se quedó mirándome cómo si hubiese visto un fantasma, le dije:

-Hola, muñequita.

-¡¿Qué haces aquí, José?!

-Te dije que teníamos que echar un polvo.

-¡No debías haber venido!

-Pero vine. ¿Estás sola en casa?

-Sí.

-Me vas a tener toda la mañana en la puerta o me vas a dejar entrar.

Miró que nadie nos viera. Se apartó y entré en aquel templo de amor que iba a hacer templo de pecado. Quiso hablarme pero no dejé que lo hiciera. La arrimé a la pared y le tapé la boca con un beso con lengua. Le abrí la bata y sus tetas y su coño quedaron al aire. Vi que tenía los pezones erectos. Le pregunté:

-¿Aún estabas en cama?

-Sí.

-¿Te estabas masturbando?

Me separó de ella y se volvió a poner del cinto de la bata, mientras decía:

-¡Noooo! Dime que quieres y vete.

-Necesito echarte un polvo, si no te lo echo me voy a volver loco.

-No te puedes volver loco, José, ya estás loco.

Me agaché, le aparté la bata y vi que tenía el coño mojado.

-Te estabas masturbando, no lo niegues.

Ya no me lo negó.

-¿Y si estaba, qué?

Lamí su coño mojado, y después le dije:

-Deja que te lo coma.

-No puedo.

-Dirás que no quieres.

-Quiero, pero a las once llega mi marido para...

La interrumpí.

-Para eso falta casi una hora.

Mientras ella hablara yo le siguiera comiendo el coño. Tenía sus manos sobre mi cabeza pero no me separaba de ella. Sus jugos ácidos estaban tan ricos que gemía al saborearlos. Quitó las manos de mi cabeza, sacó el cinturón de la bata, y con ella abierta, me dijo:

-¿Y si llega antes?

-Antes vas a llegar tú.

Me miró, me acarició las mejillas con las dos manos, y me dijo;

-Vale, come, pero que sea algo rápido.

Mi lengua se deslizó entre sus labios vaginales. Luego succioné y lamí su clítoris. Moje mi dedo medio en la boca y le acaricie con la yema su ojete. Le follé la vagina con mi lengua, hasta donde el coño la permitía entrar. Encendida, movía la pelvis, gemía, acariciaba mi cabeza con una mano y las tetas c on la otra. No se corriera al masturbarse y necesitaba correrse. Me dijo:

-Lame un poco más rápido.

Aceleré los movimientos de mi lengua, le hice el remolino sobre el clítoris, su respiración se aceleró, sus gemidos subieron de tono, sus piernas comenzaron a temblar y mordiendo la bata para no gritar, se corrió cómo una pantera.

Al acabar de correrse y levantarme buscó mi boca y saboreó el ácido sabor de sus jugos. Le debió quedar la boca dulce y el coño con ganas de polla, ya que me cogió de la mano y me llevó a su habitación. La cama estaba revuelta. Me desnudé, y después, cogiendo mi polla con la mano derecha, le dije:

-Chupa, muñequita.

La muñequita no tenía ganas de chupar, me echó hacia atrás y se sentó sobre mi polla. Tenía el coño estrecho. Mi polla entró ajustada en aquel engrasado túnel de gozo. Me cabalgó cómo experta amazona... Al final, con las tetas volando hacia arriba y hacia abajo, me folló a toda mecha hasta que se corrió chillando cómo una loca. En ese momento me desperté. Todo había sido un sueño. Eché la mano a la polla empalmada y me hice una paja a la salud de... A tu salud, mujer.

Quique.