La muñeca diabólica

Muchos no podremos salir de fiesta este finde. Espero que este relato os haga un poco más etretenida la noche de halloween.

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No era muy aficionado a aquellos acontecimientos, pero esta vez había hecho una excepción. En condiciones normales me hubiese quedado en casa y hubiese esperado la carta de los albaceas, pero la lectura del testamento del tío Arthur, la oveja negra de la familia, perdón, la forrada oveja negra de la familia, auguraba un buen espectáculo.

Mientras esperaba que el ascensor me elevara los treinta y pico pisos que me separaban del bufete, no pude evitar pensar en mi difunto tío. Arthur Spellman era lo que se denomina un cerebrito. Desde pequeño mostró su brillantez, lo que en una familia de garrulos como la mía solo había supuesto desprecios y humillaciones por parte del resto de la familia. Su reacción fue aislarse en su mundo y convertirse en un tipo agrio y solitario. El tiempo le dio la razón y a pesar de que no terminó sus estudios, ni recibió ayudas por parte de nadie, se convirtió en una especie de inventor a sueldo, con una mezcla de intuición y conocimientos que le daban una capacidad inusitada para hallar soluciones a problemas imposibles. Cuando una empresa tenía un contratiempo en el diseño de un prototipo, recurría a él. Daba igual que fuese un hiperdeportivo de mil caballos o un secador de un euro, siempre encontraba una fórmula para resolver el problema. Gracias a ello se había convertido en un tipo rico, aunque no por ello la familia dejó de considerarlo un zumbado y un bicho raro.

Yo, sin embargo, fui la excepción. Conocí a mi tío ya con quince años, en una boda a la que uno de mis primos le había invitado, esperando que el tío Arthur se excusara y les dejase una buena billetada a modo de disculpa, pero la cosa no salió del todo como esperaban y ante mi mirada sorprendida el inventor apareció en un Phantom descapotable del brazo de una mujer que quitaba el hipo. Había oído hablar de él y me había hecho a la idea de que mi tío debía ser una especie de Ebenezer Scrooge, enteco y arrugado, con gesto malhumorado y ropas raídas, que se movía arrastrando los pies y miraba con desconfianza a todo el mundo. Pero no podía estar más equivocado. El tío Arthur vestía con elegancia un terno hecho a medida y se movía con paso desenvuelto a pesar de su edad. Solo el pelo blanco y largo que le llegaba hasta los hombros le daba un aire excéntrico.

Con la clara intención de humillarlo lo enviaron a mi mesa, evidentemente una de las más apartadas, con tres primos lejanos que vivían en Rusia a los que nadie de la familia había visto en su vida, mi hermana Mina y yo. No sé lo que mi tío Arthur opinaría, pero aquel fue uno de los mejores días de mi vida. Descubrí a una persona con la que compartía muchas aficiones y puntos de vista y congeniamos al instante. Si a ello sumamos el vertiginoso escote de su pareja, sentada muy discreta y callada justo frente a mí, hicieron de aquella una velada difícilmente olvidable.

A partir de ahí se estableció una relación entre nosotros que mantuvimos a parte de la familia, cada uno por sus propias razones y gracias a la cual no seguí la brillante carrera de estupidez familiar. Nunca le pedí nada y él no me dio nada que no necesitase. Durante dos años fuimos uña y carne hasta que acabé secundaria. Aprendí de él a pensar con independencia y a hacer mis primeros pinitos en ingeniería y telecomunicaciones.

A pesar de haber superado brillantemente los estudios, los cabrones de mis padres se negaron a pagarme la universidad e intentaron obligarme a estudiar un curso a distancia en contabilidad para incorporarme lo antes posible a su ferretería.

Sabía lo que me esperaba con ellos. Mis padres no eran distintos del resto de la familia y opinaban que los hijos eran una especie de esclavos de los que podían disponer a su gusto hasta el momento de su muerte. Me negué en redondo y me echaron de casa, convencidos de que sin su apoyo no tardaría en volver arrastrándome.

El tiro les salió por la culata. Acudí a mi tío y le pedí un préstamo. El no lo dudo e insistiendo en que era un regalo que merecía, me envío a la mejor universidad que el dinero podía pagar. Y así me vi, sin comerlo ni beberlo en una de las facultades más elitistas del mundo. En ella era una especie de paria, pero ya estaba acostumbrado a aquello y me había dedicado a estudiar dejando de lado todo lo demás. Por culpa de los estudios apenas había tenido oportunidad de visitarle y pese a que había mantenido el contacto por teléfono, no me contó nada de su enfermedad y su muerte supuso una sorpresa tan grande para mí como para el resto de la familia...

El ascensor finalmente se paró y se abrió directamente al recibidor del bufete, una secretaria me estaba esperando y me precedió por el pasillo hundiendo los tacones de sus zapatos en la mullida moqueta. Yo la seguí, hipnotizado por los cadenciosos movimientos de las caderas de la mujer, ignorando las molduras de caoba, los cuadros y las estatuas de aspecto tan caro como extravagante hasta una sala de reuniones que casi se quedaba pequeña.

Al parecer nadie se había querido perder la lectura del testamento y todos los familiares cercanos se habían presentado convencidos de que conseguirían algún despojo. Pobres infelices. El único que conocía al tío Arthur era yo y por tanto era el único que sabía lo que podía esperar. Por ello preparé la cámara de mi móvil.

A pesar de que había aun un par de sillas libres opté por dirigirme a una esquina a espaldas del gigantesco ventanal que dominaba la estancia y con una buena panorámica sobre aquel conjunto de caras que destilaban pura avaricia.

El abogado apareció con su brillante maletín de Hermes justo a la hora estipulada y cerró la puerta de la sala de reuniones tras de sí con cuidado, sin poder evitar una mirada sorprendida ante la multitud reunida.

—Buenas tardes a todos. —saludó el abogado sentándose en la cabecera de la mesa— Lamento que estemos tan apretados, pero no esperaba tanta asistencia, espero que disculpen la incomodidad, pero no se preocupen, la lectura será breve.

Los presentes se movieron nerviosos en sus asientos y cuchichearon unos segundos hasta que el abogado impuso silencio con un gesto.

—Para que conste, me llamo James Douglas y fui designado por el señor Arthur Spellmann como su albacea testamentario. —dijo mientras sacaba un escueto fajo de papeles de su maletín— A continuación procederé a la lectura del testamento:

—Yo, Arthur Spellman, en pleno uso de mis facultades mentales... —mientras sacaba disimuladamente el teléfono del bolsillo no pude evitar experimentar el profundo silencio que se estableció en la estancia antes de que la voz del abogado me devolviese a la realidad— ... A mi sobrino Josh Spellmann... mi más querido sobrino, le lego fondos suficientes para la creación de un fideicomiso que le permita terminar sus estudios y el contenido del guardamuebles nº 27 de Mudanzas Rapirost... —todo los presentes me miraron entre despectivos y sorprendidos al ser nombrado el primero, pero rápidamente se volvieron expectantes, frotándose las manos conscientes de que aquello suponía una mínima parte de la fortuna del tío Arthur— ... Al resto de la familia, por su cariño y el trato distinguido que me han proporcionado durante toda mi vida... Ejem... Lo siento, pero es lo que pone... Que os den por el culo. Lego el resto de mis bienes tanto muebles como inmuebles a Unicef con la esperanza de que le pueda a ahorrar a unos cuantos miles de niños las penurias que yo he pasado en mi infancia.

Muerto de risa levanté el móvil y gravé con detenimiento la reacción airada de todos mis familiares. Gritando se abalanzaron sobre el abogado, intentando arrebatarle el testamento. Mi padre y el tío Gerard estaban a punto de pegar al picapleitos cuando entraron los de seguridad y despejaron la sala de reuniones hasta que solo yo quedé para firmar un par de papeles y recoger los documentos relativos al fideicomiso y la llave del guardamuebles.

—¿Sabes qué es lo que hay en el guardamuebles? —pregunté al abogado con curiosidad.

—Lo siento, pero tendrás que averiguarlo tú mismo. Lo único que sé es que los impuestos relativos al contenido del guardamuebles ya están pagados. No tienes nada de qué preocuparte. —respondió el abogado— En fin, me alegra haberte conocido. Tu tío decía que eras la única persona que se salvaba de la familia y veo que tenía razón.

—Me gustaría decir algo para disculparles, pero la verdad es que mi tío tenía toda la razón. En mi familia no hay nadie normal. —dije en el momento en que recibía una llamada de mi padre.

Con una seña y guiñando el ojo, le dije al abogado que esperara y conecté el manos libres:

—Hola, padre. —¿Querías algo?

—No, solo era porque hace tiempo que no nos vemos y quería invitarte a un café.

—La verdad es que ahora estoy ocupado con el papeleo. ¿No puede ser otro día?

—Tenemos que hablar.

—¿Ah sí? ¿De qué? —pregunté divertido.

—El dinero del fideicomiso. Hay que pensar cómo repartirlo. —dijo mi padre con una naturalidad que sorprendió al abogado, pero no a mí.

—¿Qué coños hay que repartir? El tío Arthur lo dejó claro, ese dinero es para que estudie yo, no para que tú amplíes tu ferretería.

—¡Escucha, renacuajo! Hemos luchado como burros para darte una vida decente y un futuro prometedor, nos lo debes...

—Perdone que intervenga...

—¿Quien coños es usted? —la voz de mi padre sonaba cada vez más indignada— ¿Y quién le ha dado vela en este entierro?

—Soy, James y la vela me la dio el señor Arthur al nombrarme su albacea. Le notifico que el dinero del fideicomiso es exclusivamente para que su hijo termine sus estudios, cualquier desvío de capital que no sea previamente autorizado por mí, sería una transgresión de la ley penada con duras sentencias de prisión.

—¡Ah! ¿Si? Pues esté seguro de que vamos a impugnar ese testamento. Estamos convencidos de que esa no era la última voluntad de nuestro amado hermano. ¡Esto no quedará así leguleyo de tres al cuarto! ¡Cabrón! ¡Miserable!...

Yo corté la comunicación entre risas mientras el abogado sacaba una botella de whisky del armario y servía una generosa medida de licor en sendos vasos para celebrarlo.


Me paré frente a la puerta del guardamuebles y jugué nerviosamente con las llaves mientras miraba la plaquita de latón con el número 27 grabado en su superficie. ¿Qué diablos habría allí dentro?¿ El tesoro de Alí Babá? ¿Una colección de artilugios mohosos? Por muchas cosas que se me hubiesen pasado por la cabeza, no estaba preparado para lo que me esperaba allí dentro... Y por supuesto, si hubiese sabido lo que iba a pasar después, lo hubiese volado por los aires... o no.

Finalmente no lo pensé y observé la cerradura, parecía tener marcas, como si alguien la hubiese intentado forzar. Temeroso de que alguien hubiese limpiado la cámara de Tutankamón metí la llave en la cerradura y la giré. La persiana se deslizó hacia arriba con facilidad como si se usase con frecuencia. Asomé los ojos con curiosidad, intentando distinguir algo en la penumbra. Finalmente di un paso dentro con precaución y accioné el interruptor. Con alivio comprobé que al final nadie parecía haber logrado entrar. Al contrario de lo que esperaba, el trastero estaba bastante despejado, limpio y ordenado. Adosado a la pared del fondo y ocupándola en su totalidad había una enorme armario ropero de tres cuerpos, en el lado derecho había una cajonera de madera, evidentemente hecha a mano de cualquier manera y en la izquierda había una caja que al estar de pie me recordaba a los bastos ataúdes en los que se exhibían los forajidos ajusticiados en el viejo oeste.

Empecé por el armario del fondo y tengo que reconocer que el contenido me descolocó un poco. De todo lo que me esperaba encontrar allí dentro, lo último que hubiese imaginado es que hubiese un vestuario de mujer completo. En el interior habría tres docenas de vestidos de todo tipo colgando de perchas, todos en sus fundas de plástico, una impresionante colección de blusas, jerséis y complementos en cajones laterales y distribuidos por el suelo del cuerpo central otra impresionante colección de manolos y Jimmy Choos entre otros, que a mí no me decían nada, pero que luego supe que valían más que un utilitario.

Totalmente confundido me giré y me dirigí a la cajonera, esperando encontrarme un set de herramientas o algo así. Al abrir el primer cajón encontré una docena de bolsos. Hurgué entre ellos pensando que quizás mi tío se había confundido y lo que quería era haberle regalado todo aquel tesoro a mi hermana.

Cuando abrí el resto de los cajones y vi los conjuntos de lencería, los vaporosos camisones, los sensuales bañadores y las batas de seda estaba casi convencido de que mi tío era un travesti y quería que yo siguiese con la tradición.

Esperando encontrarme una colección de boas de plumas y pezoneras de lentejuelas me volví a la caja en forma de ataúd. Nada me había preparado para lo que descubrí. De pie frente a mí estaba la mujer que mi tío se había traído a la boda, totalmente desnuda... y totalmente quieta.

Esto ya era lo último, durante un instante pensé que mi tío estaba totalmente majara y había mantenido su novia muerta en ese armario conservada en aquel trastero como si se tratase la momia de Hatshepsut, con todos sus trapitos más queridos, pero cuando me acerqué un poco más a ella para examinarla vi que tenía algo raro, lo pensé durante unos instantes, rascándome la barbilla hasta que finalmente me di cuenta de que el tono de su piel era no era la palidez cerúlea de un cuerpo sin vida, sino que tenía un sano y normal color rosado. Acerqué mi mano y acaricié la mejilla, la piel estaba fría, pero no había ni rastro de ningún tipo de cosmético en ella, aquello era una muñeca. Lo que me llevaba a la siguiente pregunta. ¿Para qué diablos querría mi tío reproducir su novia a escala 1:1 en forma de muñeca sexual? Y aun más, ¿Por qué legármela a mí?

Dando un paso atrás la observé con atención. Debía medir un metro sesenta y cinco, tenía el pelo largo de color negro, brillante y voluminoso, con reflejos azulados, que le llegaba casi hasta la cintura, y que enmarcada una cara ovalada de rasgos finos y pómulos prominentes en la que destacaban una nariz fina y afilada, unos labios gruesos y sensuales y uno ojazos que quitaban el hipo, grandes, almendrados y de un color azul intenso con vetas verdes y unas pocas motas doradas en el fondo que te subyugaban. El cuello largo daba paso a un cuerpo esbelto y longilíneo, muy bien proporcionado, con unos pechos grandes pero no desproporcionados, con pezones del tamaño y el color de deliciosos fresones, que no pude evitar rozar con los dedos y unas caderas rotundas que prometían un culo hermoso y turgente. Sin poder evitarlo deslicé la mano por el pubis y exploré el interior de la muñeca con curiosidad. Parecía tan real que no pude evitar una erección.

Justo en ese momento una anciana apareció por el pasillo y me sorprendió. Yo, congelado, ni siquiera aparté la mano del coño de la muñeca, provocando una mirada de desprecio de la venerable señora que se alejó a paso vivo, mascullando algo de que la juventud éramos una panda de salidos.

Rojo como la grana me aparté bruscamente. No sé si fue por el movimiento, pero en ese momento vi como caía al suelo un sobre proveniente de la caja. Me agaché y lo observé con atención. No estaba cerrado y en el exterior ponía "Para mi querido sobrino".

Lo abrí y descubrí dentro un par de cuartillas cubiertas con una letra precisa y de trazo grueso:

Querido sobrino, si estás leyendo esta carta es que las he diñado por fin. No sufras por mí, he tenido una buena vida y para estar retorciéndome de dolor, prefiero irme rápido y limpiamente. A pesar de que me hubiese gustado conocerte mucho antes, he disfrutado de cada minuto que he pasado contigo. Al contrario que la panda de paletos que constituye nuestra amada familia, eres un chico inteligente y sensible y siento que tenemos muchas cosas en común. Por ello te ayudé en tus estudios y estoy decidido a que si no los terminas, no será por falta de dinero.

A parte de eso te preguntarás qué demonios es toda la parafernalia de este trastero. Lo bueno de saber que te vas a morir es que tienes tiempo para hacer preparativos. Esta es Jessica, es la mujer de mis sueños y si tienes tan poco éxito con las mujeres como me imagino, también será la tuya. No te cortes y deja que cumpla todos tus sueños. En su memoria hay un manual detallado para que puedas manejarla e incluso cambiar la programación de su comportamiento a tu voluntad. No te cortes y disfruta, aprenderás a amarla tanto como lo hice yo.

Me gustaría proporcionarte alguna frase inspiradora para que me recuerdes con cariño, pero nunca he sido un gran conversador, así que me limitaré a decirte que disfrutes de la vida todo lo que puedas, porque cuando te des cuenta el cangrejo estará royéndote las pelotas. Buena suerte, hijo. Te deseo lo mejor.

Tu tío Arthur

PD. Casi se me olvidaba, para activar a la muñeca solo tienes que decir, "despierta, Jessica". Ya he almacenado el sonido de tu voz en su memoria para que solo obedezca a tus órdenes. Para acceder a los manuales y al menú, simplemente di, Jessica ¿Qué tienes en tu mente? Solo te diré que siempre te será fiel y te obedecerá, pero la he programado como un ser independiente que toma sus propias decisiones y experimenta emociones tan intensas y variadas como cualquier humano, así que trátala con un mínimo de respeto y se convertirá en tu mejor amiga.

Terminé de leer y releer la carta antes de doblar las cuartillas e introducirlas de nuevo en el sobre. Lo metí en el bolsillo y me acerqué de nuevo a la muñeca. Aun no estaba convencido. No sabía si aquella muñeca era la mujer que había conocido en la boda o era simplemente una réplica que debería arrastrar conmigo a todas partes. Solo había una manera de averiguarlo.

Me acerqué a la muñeca y observé una vez más la limpieza de su cutis, la turgente firmeza de sus pechos y la suavidad de la piel que cubría su vientre y su pubis.

—Despierta, Jessica.

Un suave zumbido, casi apenas audible, fue la única muestra de que la muñeca estaba activándose. Tras unos segundos, los ojos de Jessica parecieron cobrar vida, parpadearon un par de veces y se fijaron directamente en mí.

—Hola, Josh. —dijo la muñeca dejándome alucinado cuando dio un par de pasos con total seguridad y desenvoltura hacia mí— Te recuerdo de la boda de tu primo. Has crecido.

—Hola, Jessica. Yo también me acuerdo de ti. —repliqué sin poder apartar la vista de aquel precioso cuerpo desnudo— ¿Cómo te encuentras?

—Me queda un veinticinco por ciento de batería, no es muy urgente, pero deberías pensar en facilitarme un acceso a la red eléctrica en las próximas cuatro horas.

—Ya, pero no me refiero a eso, me refiero a si sabes por qué estás aquí.

—Sí, Arthur me lo explicó. Me dijo que estaba muy enfermo y que necesitaba asegurarse de que estaría protegida. —respondió la muñeca con tanta naturalidad que por un instante olvidé que era una máquina— Si estás aquí, eso quiere decir que sus planes se han cumplido.

—¿Te entristece su muerte?

—La verdad es que era muy bueno conmigo, era mi padre y le debo todo. Claro que me entristece. Pero el está muerto y yo... no, —contestó con una lógica aplastante— debo seguir adelante y eso incluye servirte como mejor pueda.

—Está bien. —dije yo— quiero que sepas que si necesitas hablar de ello estoy aquí para escucharte.

—Gracias, Josh. —dijo ella con una sonrisa que iluminó su cara.

—Bueno, ahora que está todo aclarado, creo que deberías venirte conmigo, y para eso necesitas vestirte. —dije señalándole los armarios con un ademán.

—¿Qué deseas que me ponga? —preguntó ella.

—No sé, algo elegante, pero discreto. ¿Puedes elegir la ropa tu misma?

—Está dentro de mi programación. —dijo acercándose ella a la cajonera sin más ceremonias.

Yo, alucinado, observé aquel cuerpo terso y vibrante se cubría con un sencillo conjunto de ropa interior y unas medias. A continuación se dirigió al armario y tras dudar lo que me parecieron unas centésimas de segundo, se enfundó un vestido de lana verde azulado, de cuello alto y sin mangas que le sentaba como un guante y unos zapatos negros, con un tacón de por lo menos diez centímetros.

Completó el conjunto con un toque de perfume, un reloj y una pulsera de plata que sacó del cajón de los accesorios, un bolso a juego con las zapatos y una gabardina y agarrándose a mi brazo dijo que ya estaba lista para salir.

La sensación de tener aquel monumento a mi lado, aunque fuese de fabricación casera, fue un subidón. El tío Arthur había pensado en todos los detalles y hasta noté como el cuerpo de la muñeca emitía una placentera y cálida sensación.

En cuanto salimos entendí lo de la gabardina, al parecer Jessica se había conectado a internet y se había adelantado al chaparrón que estaba cayendo en ese momento. Recorrimos a paso ligero el corto espacio que mediaba entre la empresa de trasteros y mi vetusto Chevrolet. A pesar de las prisas no pude dejar de apreciar las miradas de envidia e incredulidad cuando descubrían a Jessica asida a mi brazo con adoración. No me sorprendió, la muñeca era espectacular y para empeorarlo no iba vestida como la novia de un pobre universitario.

Con un estampido el coche cobró vida y me interné en el tráfico. Gracias al dinero de mi tío podía permitirme el lujo de tener un pequeño piso para mí solo, en un edificio de apartamentos, a poco menos de un kilómetro de la facultad, así que intentar esconder un robot a mis compañeros de piso no era una de mis preocupaciones, aunque sí tenía varios vecinos a los que no se les pasarían las idas y venidas de aquel monumento. Afortunadamente no era el tipo más popular del campus así que no tendría que dar explicaciones, lo único que tenía que dar era envidia y la cosa prometía.

En aquella ocasión no nos topamos con nadie y pudimos entrar en casa sin tiempo para inventar una historia plausible para la precipitada llegada de Jessica a mi vida. En cuanto cerré la puerta le di el cargador a la muñeca y le dije que se pusiese cómoda. Jessica cogió una silla en la cocina y la puso cerca de un enchufe. Con total naturalidad se remangó el vestido por encima de la cintura y conecto el cable del cargador a una entrada USB que tenía disimulada bajo el ombligo. Yo observé la piernas deliciosamente torneadas de la muñeca y el pubis apenas tapado por un tanga semitransparente de seda negra sintiendo como una oleada de excitación me recorría de nuevo de arriba abajo. Ella lo detectó inmediatamente y sonrió aparentemente complacida con mi reacción.

—Tengo función de carga rápida, en treinta y cinco minutos mi nivel de baterías estará al ochenta por ciento y obedeceré gustosa cualquier orden que me des.

—Gracias, Jessica. Tengo que ir a prácticas a la facultad así que tomate el tiempo que necesites para recargarte. Volveré en dos o tres horas.

—De acuerdo, pásalo bien. —dijo ella sentándose y conectando el otro extremo del cargador a la corriente.

¿Hay alguna manera de mantenerse concentrado sabiendo que tienes un pibón esperando en casa? Si alguien sabe algún truco que me lo pase, porque aquel día estuve a punto de electrocutarme dos veces en las prácticas. Lo que sí entendí perfectamente fue lo de la relatividad del tiempo. Aquellas prácticas se me hicieron más largas como la peli de Los Diez Mandamientos. Finalmente logré terminar el circuito impreso antes de que el profesor se desesperase y salí como un flecha del laboratorio al fresco aire nocturno.

Nunca había tardado tan poco en llegar a casa. Las ruedas de mi coche chirriaban torturadas tras cada semáforo y cada stop. Dejé el ascensor y subí las escaleras de dos en dos. Al llegar al rellano un delicioso aroma inundaba el recibidor. Entré y Jessica se apresuró a recibirme mientras se deshacía del viejo delantal que se había puesto para no mancharse. Me cogió la carpeta y me guio a la mesa del salón comedor. Allí me esperaba la mejor cena que había tomado en mucho tiempo.

—Lo siento, pero no había mucha cosa en casa así que he tenido que improvisar. —se disculpó la muñeca a pesar de que yo tenía la boca hecha agua.

—No tienes que disculparte, esta crema de verduras tiene una pinta excelente... y veo que le has pegado un repaso a la casa. —dije mirando a mi alrededor y comprobando que ya no había cojines por el suelo, apuntes esparcidos sobre la mesa, ni ropa colgando de los tiradores de las puertas.

—Gracias, amo...

—En casa puedes llamarme como quieras, pero en público llámame Josh, eso de que me trates como tu señor ya no se lleva. —la interrumpí mientras me sentaba a la mesa y bebía un trago de cerveza.

—De acuerdo, Josh. —dijo la muñeca sonriendo.

—Yo te llamaré Jess si no te importa.

Ella asintió con la cabeza y se sentó frente a mí, cruzando las piernas y jugueteando con el zapato. Yo observé hipnotizado el movimiento del pie entrando y saliendo del elegante zapato viendo aquel talón e intentando no meterme la crema de verduras por la nariz. Mis ojos no sabían donde posarse. Del zapato iban al bello rostro de la muñeca, de ahí a su esbelto cuello y sus jugosos pechos e intentando vislumbrar en el triángulo de oscuridad que formaban el tejido del vestido y el cruce de sus muslos. Deseaba lanzarme sobre ella, pero era un tipo educado y primero terminé la crema de verduras.

Antes de que pudiese hacer nada Jess se adelantó y recogiendo el plato vacío se acercó a la cocina y me alargó un par de huevos fritos de los que di cuenta en cinco minutos y antes de que se volviese a levantar la cogí de la mano y le lancé una inconfundible mirada de deseo.


La verdad era que mi tío había hecho diabluras con la programación de aquella muñeca, porque enseguida adivinó lo que estaba pensando. (Algunos también tendréis razón al decir que un universitario en compañía de una mujer tan espectacular como aquella no tenía más que una cosa en la cabeza...) Apartando la silla de la mesa me incliné y la besé con suavidad. Jess respondió a mi beso con la misma actitud prudente. Nuestras lenguas contactaron y se tantearon mientras el aroma de su perfume me envolvía dándome la sensación de que estaba levitando. Sin dejar de besarnos nos incorporamos y sin obstáculos de por medio la abracé por fin. No es que tuviese mucha experiencia, pero aquel abrazo me pareció tan natural que enseguida me olvidé de que aquel cuerpo que estaba abrazando y toqueteando a través del ceñido vestido de punto, no estaba exactamente vivo.

Mis manos inquietas resbalaron por el tejido palpando y estrujando. El tacto era casi perfecto, si acaso un poco elástico y casi demasiado perfecto para ser real. Me aparté unos centímetros y la miré. Ella me devolvió la mirada con sus ojos de gata y sus labios temblorosos que hicieron que la deseara allí mismo y de inmediato. Cegado por el deseo la empujé contra la pared y amasé sus pechos con avaricia a la vez que con mi boca recorría su mandíbula y su cuello. Jess se estremeció de arriba abajo y gimió aparente tan excitada como yo.

—Sí, mi amo. Te deseo. Hazme tuya...

Con movimientos torpes y apresurados comencé a desembarazarme de los pantalones mientras ella apoyaba la espalda contra la pared. Colocando un brazo detrás de su nuca, con la otra mano se cogía el bajo del vestido y se lo levantaba lo justo para que pudiese ver su pubis apenas tapado por el encaje de la ropa interior.

¡Dios! Cada vez que esa imagen me asalta no puedo evitar tener una erección, era como observar una obra de arte. Con los ojos entrecerrados y los labios ligeramente fruncidos en una expresión de ansia estaba irresistible. Durante unos segundos me quedé paralizado con la mano en la polla y los pantalones en torno a mis tobillos intentando grabar para siempre aquel momento en mi mente.

—Finalmente fue ella la que rompió el encantamiento separando las caderas de la pared y abriendo las piernas con impaciencia.

Yo obedecí y deshaciéndome de los vaqueros de dos patadas, me acerqué a ella y la besé de nuevo. Jess inmediatamente envolvió mis caderas con una de sus piernas de modo que nuestros sexos quedaron en contacto. A aquellas alturas yo había perdido el control de mis acciones y me limitaba a besar con intensidad, y a sobar los pechos y el culo de mi muñeca.

Jess gemía y frotaba su sexo contra mi polla mientras me susurraba al oído lo mucho que había echado de menos el sexo todo aquel tiempo, que me quería dentro de ella, que quería que la diese fuerte. Yo enterré la cara en su cuello y medio asfixiado por el aroma que despedía su melena me cogí la polla y la enterré en el fondo de su coño.

Mi miembro, duro como una piedra, resbaló con facilidad en el cálido y lúbrico conducto, haciendo que ambos nos estremeciésemos de placer. Mi muñeca gimió en mi oído y separó un poco más las caderas de la pared para hacer más fáciles las penetraciones. Cegado por el deseo, la acometí con todas mis fuerzas, haciendo temblar el cuerpo de Jess y de paso el tabique de pladur.

En ese momento, la larga abstinencia, hacia casi un año que no mojaba, me jugó una mala pasada y antes de que me diera cuenta me corrí. Avergonzado, me aparté sin atreverme a mirarla, pero ella intervino rápidamente para salvar la situación.

—Mmm que caliente... Pero quiero más. —dijo empujándome con suavidad y arrodillándose frente a mí antes de que yo pudiese disculparme.

Sin dejar de mirarme con aquellos ojos que parecían turbulentas nebulosas, cogió mi miembro aun erecto y se lo metió en la boca, chupando con vigor para evitar que se relajase. En cuestión de un par de minutos estaba de nuevo tan salido como un burro y Jess, al percibirlo, comenzó a jugar con mi polla golpeándola con la lengua y mordisqueando mi glande sin dejar de decir lo mucho que deseaba tenerla dentro de ella de nuevo.

Yo también deseaba demostrarla que aquello había sido un accidente y cogiéndola por la melena tiré con suavidad para que se incorporase. Ella obedeció y se levantó con elegancia a pesar de los tacones. Mientras la guiaba a la habitación no pude evitar pensar que cualquier ingeniero de Honda daría algo más que su brazo por averiguar como aquel robot podía moverse con esa gracilidad y naturalidad. Mi tío era un genio salido, pero un genio al fin y al cabo.

En cuanto entramos en la habitación le quité el vestido y por fin pude besar y acariciar su cuerpo sin impedimentos. Cogiendo aire me aparté y dejé que ella se tumbase en la cama. Con habilidad se deshizo del tanga y abriendo las piernas se acaricio el pubis.

—Tómame, te necesito ya. —me ordenó con la voz ronca por un deseo real o programado.

Yo obedecí y me acosté sobre ella a la vez que dirigía mi miembro al interior de su cuerpo. Jess respondió estremeciéndose y clavando las uñas en mi espalda. Esta vez más controlado, me lo tomé con más tranquilidad y comencé a penetrar a mi muñeca con movimientos amplios y profundos que fui acelerando poco a poco.

—Sí. Así mi amo. Siento como me incendias por dentro. —me animó ciñendo mis caderas con sus piernas.

Yo me agarré a sus mulsos y aumenté la intensidad de mis empujones, más seguro de que esta vez lo tenía todo bajo control. Los gemidos se hicieron más intensos hasta que mi muñeca se agarró a mí con todas sus fuerzas arañando mi espalda, convulsionándose y jadeando.

Sin darle respiro la volteé y poniéndole el culo en pompa enterré la cara entre sus piernas con curiosidad, deseando saborear su orgasmo. El viejo había pensado en todo y el aroma del sexo caliente y satisfecho inundo mi boca excitándome a un más. Irguiéndome cogí a Jess por las caderas y la penetré de un golpe seco. Ella aulló y se agarró a las sabanas mientras yo empujaba con todas mis fuerzas. Agarrando su melena tiré de ella y seguí asaltándola con violencia. Jess me miraba desde abajo y me pedía más y más. Mi muñeca no tardó en correrse de nuevo mordiendo la almohada mientras yo, desatado la penetraba salvajemente un par de minutos más hasta que me derrumbaba sobre ella corriéndome con dos últimos empujones.

—Ha sido espectacular. —dije yo aun jadeante.

—Gracias, Josh. Tú tampoco has estado nada mal. —replicó mi muñeca acariciando mi polla complaciente.

—Eres muy amable. —dije yo— Afortunadamente esto mejora con la práctica y pienso practicar todos los días, si es posible dos o tres veces.

Ella sonrió y me besó con suavidad. Yo me ladeé para poder mirarla. Su cuerpo espectacular y totalmente desnudo yacía aparentemente descansando. La acaricié pensativo y me imaginé paseando por la ribera del río agarrados de la mano.

—Mañana podemos pasar por el trastero y recoger mi ropa. —dijo ella— A pesar de que me gusta ese vestido, no puedo llevarlo siempre encima.

Yo asentí y entonces me di cuenta de que toda la ropa que tenía era demasiado cara y elegante, no cuadraba con la novia de un universitario sin un duro.

—De acuerdo, pero no la cogeremos toda. Mañana iremos de compras, si vas a salir conmigo necesitas una ropa un poco más informal. Prefiero que la ropa del trastero la dejes para ocasiones especiales.

—¿Y la lencería? —preguntó ella con una sonrisa juguetona.

—Con eso puedes hacer una excepción. —respondí yo acariciando el pecho de mi muñeca y pensando cómo diablos iba a pegar ojo aquella noche.

2

La mañana siguiente no fueron los rayos del sol colándose a través de la persiana los que me despertaron, ni el ruido del tráfico en las calles, fue la lengua de Jess acariciando mi polla. ¡Dios! Cada vez que lo recuerdo... Aquello tenía que ser el cielo. Con las legañas aun pegadas dejé que la muñeca me chupase el miembro mientras acariciaba su brillante melena con suavidad. Poco a poco sentí como todo mi cuerpo despertaba y se estremecía con cada delicioso chupetón. No sé quién le había dado clases, pero Jess era un verdadera maestra, jugaba con mi polla la metía y la sacaba de su boca, me mordisqueaba el glande y recorría toda su longitud con su lengua como si estuviese disfrutando de un sabroso pirulí.

A pesar de estar reventado tras una noche de sexo duro y continuado, aun tuve fuerzas para apartarla y sentarla en la cama mientras yo me ponía en pie y enterraba mi polla entre aquellos pechos pesados y turgentes. Con una sonrisa Jess se cogió los senos y me masajeó el pene con suavidad, dándole ocasionales lametones a la punta cada vez que asomaba entre ellos. Como os imaginareis aquello fue más de lo que pude soportar y después de un par de minutos me aparté y eyaculé sobre sus pechos y su cuello.

Jess cogió una porción de mi leche con la punta del dedo y jugó con ella saboreándola mientras me miraba con aquellos ojos tan claros como tramposos. Yo me incliné y le besé la boca aun impregnada con el acre sabor de mi polla y salí a trompicones en dirección al baño. Todo aquello era nuevo y divertido para mí, pero no pensaba por ello dejar de atender a mis obligaciones.

Dejé a mi muñeca recargándose en la cocina y me fui a la facultad. La mañana transcurrió lenta y tranquila, solo interrumpida por la lista de la compra que me envió Jess al wasap y las extrañas miradas que me lanzaban algunas compañeras, como si adivinasen por mis gestos que por primera vez en más de un año acudía bien ordeñado a clase.

Los alumnos sin embargo no notaron nada y siguieron tratándome con el mismo desdén que antes. Yo trata de concentrarme en las clases y procuré aprovecharlas al máximo. En cuanto acabaron paré lo mínimo indispensable en el supermercado de la esquina y volví corriendo a casa.

Jess me estaba esperando, al igual que la noche anterior con la comida hecha, aunque en este caso bajo el delantal no llevaba absolutamente nada. La comida que tenía preparada se enfrió mientras yo tomaba a mi muñeca encima de la encimera. Aquellos deliciosos pechos eran lo único que deseaba beber y aquel coño suave y aromático lo único que deseaba comer.

A pesar que era lo último que me apetecía aproveché que aquella tarde no tenía prácticas para llevarme a Jess de compras. Como no soy un experto, lleve a la muñeca a Berskha y le dije lo que quería. En cuanto entramos por la puerta, a pesar de que mi muñeca apenas se había aplicado un toque de carmín en los labios, casi todas mujeres, miraron el ceñido vestido de lana y las espectaculares curvas de Jess con una mezcla de sorpresa y envidia. Ella las ignoró y siguiendo mis instrucciones eligió las prendas con eficiencia y rapidez.

—No hace falta que pruebe las prendas, se me sientan bien, pero quiero ver si producen el efecto que buscas. —me dijo ella cogiéndome de la mano y guiándome al probador.

Ante las miradas circunspectas del resto de las mujeres la seguí a uno de aquellos estrechos cubículos. Nada más entrar me dio un beso largo, húmedo y caliente como el infierno y luego se desnudó lentamente frente a mí. Mis manos no pudieron quedarse quietas y amasaron los pechos de la muñeca y hurgaron entre sus piernas, pero no llegaron a más, ya que Jess me rechazó y se probó una sencilla camiseta estampada, una falda de tablas y unos botines. Su aspecto era totalmente distinto, seguía siendo tan bella que quitaba el hipo, pero con aquella ropa su aspecto era ahora mucho más juvenil y desenfadado. Quitándoselo rápidamente fui a la caja y pagué la ropa mientras ella me esperaba en el probador totalmente desnuda. a excepción de un escueto tanga.

En cinco minutos estaba de nuevo a su lado viendo con cierta tristeza como aquel espléndido cuerpo quedaba cubierto con capas de ropa. Completamos el atuendo con una cazadora vaquera y salimos de la tienda con varias bolsas con el resto de las compras y la ropa que había llevado hasta ahora.

—Me apetece un refresco, ¿Me invitas? —preguntó ella.

—Creía que no podías beber.

Tengo un deposito que uso para producir saliva y lubricarme... ya sabes. —dijo con una sonrisa traviesa.

—Por supuesto, —dije yo cogiéndola de la mano, ya más seguro de que no parecíamos una pareja tan discordante.

La llevé a una cafetería del centro comercial y pedí un Acuarius para ella y un café solo con hielo para mí. Acabábamos de sentarnos en unos taburetes cuando dos chicas entraron por la puerta. Enseguida reconocí a Amy, mi ex... si podía llamarla así después de una relación intermitente de apenas seis semanas tras lo cual me largó diciéndome que era muy majo, pero no lo suficientemente ambicioso para ella.

—Hola, Josh. ¡Qué sorpresa! ¿Y quién es esta? —preguntó con un extraño tono de voz.

—Hola, Amy esta es Jess. Mi... novia. —contesté tras un instante de duda.

—Ya, seguro. —dijo con mirada escéptica— Hola, Jess. Encantada. Trata bien a mi Josh, era buen chico, aunque un poco provinciano para mí. Supongo que no hace falta que te diga nada más, ya te darás cuenta tú sola.

Aquella bruja me estaba dejando como un imbécil y yo impotente no podía decir nada. Jess en cambio no se calló y dijo que hasta ahora todo lo que había descubierto en mí eran virtudes. La chica se encogió de hombros diciéndome que si se cansaba de mí y quería venir a una buena fiesta donde conocería hombres de verdad, la llamase.

En cuanto estuvimos solos solté un suspiro de alivio. Mi muñeca me miró y me dijo que aquella chica era una imbécil si no se había quedado conmigo. Yo le conté aquellas semanas de humillación en las que quedábamos a escondidas y ella se mostraba dulce y apasionada mientras que en público me trataba como una mierda. Yo a pesar de todo estaba colgadísimo y cuando me dejó por el hijo de un abogado y su flamante 911, me rompió el corazón hasta el punto que estuve a punto de suicidarme.

A pesar de que todo aquello estaba superado Jess notó el toque de amargura en mi voz y no pudo evitar un gesto de enfado que hasta aquel momento no había visto en su bello rostro. En cuanto acabamos los refrescos Jess me sugirió que si la llevaba al trastero y luego a casa tenía un truco que me haría olvidar a aquellas zorras... Y vaya si olvidé.


—Qué bien que hayas llegado. Ya pensé que no ibas a venir. No parecías muy convencida por teléfono, dijo Amy alargándole una cerveza.

Ella la aceptó y pegó un corto trago mientras la chica la cogía de la mano y la llevaba a través del recibidor y del salón hasta un jardín con piscina donde había un DJ animando la fiesta.

—Ves, ya te dije que tendrías donde elegir. —dijo la anfitriona mostrando un buen puñado de chicos jóvenes guapos y musculosos.

—Quizás hoy me apetezca otra cosa. —replicó ella tirando de la joven y enlazándola por detrás hasta que sus cuerpos contactaron el uno con el otro.

Amy nunca se había sentido atraída por una mujer, pero aquella tenía algo especial, parecía que sabía exactamente donde tocar, a lo mejor esa era la diferencia con el sexo lésbico. El caso es que cuando se dio cuenta estaba dejándose llevar por la música mientras la amiga de Josh recorría sus pechos por debajo de la ropa y la besaba y mordisqueaba el cuello. Aun así, a pesar de la excitación y de que deseaba aquello con toda su alma, no quería que la viesen magreándose con otra mujer.

—Aquí no. Hay demasiada gente. Les diré a los de la fiesta que he quedado con un viejo amigo —le susurró al oído en cuanto tuvo ocasión— Yo saldré ahora. Tú espera cinco minutos y sal de la casa, te esperaré en un Toyota azul.

—La mujer no pareció ofenderse y simplemente se dio la vuelta y comenzó a bailar con el hombre más cercano.

Ya dentro del coche los minutos le parecieron horas. ¿Se habría olvidado? ¿Estaría frotándose contra aquel mulato con el que la había dejado bailando? La excitación, el suspense y los celos se mezclaban en su mente formando un cóctel explosivo, hasta que justo a los cinco minutos apareció la chica caminando hacia ella con paso seguro. Arrancó el coche y la enfocó con los faros aprovechando para observar aquel cuerpo impresionante con una mezcla de envidia y deseo. Ella siempre se había considerado guapa, un poco bajita, pero con la cara de rasgos finos, el pelo largo y rubio y un cuerpo de pechos rotundos y el culo tieso que le gustaba lucir con faldas cortas y tops ajustados, pero aquella mujer estaba un punto por encima. No solo era su belleza sin mácula, era su modo de lucirla, con aquella mezcla de naturalidad y estilo con el que solo se podía nacer.

—Sube, vamos a mi casa. Estaremos más cómodas. —dijo engranando la marcha.

En cuanto se unió al escaso tráfico de la madrugada sintió como una mano se colaba entre sus piernas y empezaba a acariciar el interior de sus muslos. Amy cerró instintivamente las piernas, pero su amante la obligó a abrirlas de nuevo con caricias, besos y susurros que la pusieron tan caliente que a punto estuvo de olvidarse de que estaba conduciendo.

Notó como los dedos de la mujer se colaban por dentro de sus braguitas y le acariciaban el clítoris con movimientos circulares. Todo su cuerpo reaccionó con un relámpago de placer. Sintió como su coño se humedecía y rebosaba empapando los dedos de su amante.

—No, por favor, Aun no. —suplicó Amy agarrando el volante con fuerza hasta que se le quedaron los nudillos blancos.

En ese momento un semáforo en rojo la obligó a parar, su amante aprovechó para coger la cabeza de Amy y girarla para poder besarla. Sin dejar de masturbarla, la devoró con ansía. Amy respondió con la misma intensidad impregnando su boca con el sabor de la mujer.

Todo influía en Amy para excitarla aun más. Incluso el sabor indefinible de la boca de su amante no hacía sino intensificar el aire exótico y misterioso que la rodeaba. Se olvidó de dónde estaba y que el mundo continuaba a su alrededor hasta que un bocinazo la devolvió a la realidad. Un motor V8 rugió a su lado cuando un tipo las adelantó insultándolas indignado. Ellas se miraron y rieron antes de arrancar de nuevo.

—Me encantas. —dijo ella intensificando sus caricias— Eres como una muñequita con la que puedo jugar y apretar botones para que hagas ruiditos.

—¡Ohhh Diossss! —exclamó Amy entre gemidos cuando sintió dos dedos de su amante colándose en su interior.

Inconscientemente, Amy estiró la pierna derecha y el coche reaccionó dando un coletazo al recibir el acelerador la imprevista patada. Se esforzó por controlar el coche y recuperó la trayectoria a duras penas, pero en ningún momento le dijo que parase.

No tardarían en llegar a casa, apenas unos minutos, pero sabía que no llegaría. Los relámpagos de placer eran cada vez más intensos. Su vagina se contraía y los flujos escurrían por ella como un torrente. Su amante interrumpió las penetraciones un instante y se llevó los dedos a la boca saboreando su excitación. A continuación la besó compartiendo el sabor con ella mientras miraba de reojo las calles desiertas.

—Esta vez no pienso dejar prisioneros. —dijo la mujer— No volverás a sentir nada parecido jamás.

No había terminado de susurrar aquello cuando Amy se sintió asaltada por los dedos de su amante que agrupados en forma de cuña comenzaron a penetrarla con una intensidad aterradora. La joven sintió como el orgasmo estaba cada vez más cerca. Puso los ojos en blanco y perdió el control de su cuerpo. En ese momento sintió que el cinturón de seguridad se soltaba y el coche daba un bandazo.

—¡Que coños...!


Desperté a la mañana siguiente con Jess acurrucada desnuda a mi lado. Podía acostumbrarme a aquello. Aparté con suavidad el cabello de su cara y ella abrió los ojos y me sonrió tan fresca y fragante como siempre. No pude evitarlo y a pesar de que no tenía casi tiempo me tumbé sobre ella totalmente empalmado. Esta vez no hubo preliminares, y a pesar de ello, Jess ya estaba preparada para recibirme. Mi polla resbaló por su coño con suavidad y se estremeció y estrujó mi polla en cuanto me sintió dentro. Cogiendo su cabeza la besé sin dejar de follarla con suavidad, disfrutando de cada centímetro del cálido conducto, incapaz de pensar que hubiese alguna mujer en la tierra capaz de mejorar aquella sensación.

—Ven a mí, mi amo. —me susurró al oído— Yo te protegeré y te daré placer. Siempre a tu servicio.

Aquellas palabras me enardecieron y comencé a follarla con todas mis fuerzas, nuestros pubis chocaban con un sonido húmedo que rebotaba en las vacías paredes de mi apartamento. La muñeca se agarró a mí con fuerza, como si quisiese fusionarme conmigo mientras yo no dejaba de follarla como un loco.

—Espera, mí amo. Quiero hacerte un regalo. —dijo apartándome por un instante y dándose la vuelta.

Yo la dejé hacer intrigado hasta que, poniéndose a cuatro patas, se separó los cachetes y me ofreció su ano.

Yo no me lo pensé. Iba a llegar tarde a la primera clase del día, pero que le diesen por el culo a la física de estructuras, nunca mejor dicho. Me cogí la polla y la dirigí al estrecho y atrayente agujero.

—¡Uff!¡Sí, mi amo! Con cuidado, es muy grande y está muy duuura. —me suplicó la muñeca entre suaves quejidos.

El esfínter se estremeció y aprisionó mi polla estrangulándola, haciendo que me estremeciese de placer. Jess no paraba de sorprenderme. Empecé a moverme poco a poco. La muñeca giraba la cabeza y me sonreía a la vez que respiraba superficialmente y soltaba un suave quejido de vez en cuando.

—¡Que rico! ¡Dame más fuerte, amo!

Yo obedecí y empecé a sodomizarla con una intensidad creciente hasta que todo el cuerpo de la muñeca se estremecía con cada pollazo. Cogiéndola por el cuello la obligué a erguir el torso. Jess giró la cabeza y me besó mientras yo sobaba sus pechos y su sexo sin dejar de sodomizarla.

Mis manos se desplazaron por su cuerpo, pellizcaron su pezones y se cerraron en su cuello. Ella abrió mucho los ojos y sus labios temblaron ligeramente, pero no dijo nada y se dejó hacer, mientras yo la aporreaba con todas mis fuerzas. En cuestión de segundos se derrumbó estremeciéndose y gimiendo. Yo me tiré encima de ella y con unos últimos y salvajes empeñones me corrí.

Me separé. Me hubiese gustado quedarme toda la mañana pero si no me apresuraba, también me perdería la segunda clase del día. Me acerqué a mi muñeca, besé sus labios y acaricié su melena enmarañada para despedirme. Un pinchazo me obligó a retirar la mano en un movimiento reflejo. Me miré el dedo extrañado y vi un pequeño cristal clavado.

—¿Qué diablos? —pregunté más para mí que para ella— ¿Cómo ha llegado este cristal a tu pelo?

—Oh debió de ser ayer. Me temo que fregando los platos rompí un vaso. Se hizo mil pedazos. Creí que lo había limpiado todo, pero no pensé que un fragmento fuese a parar a mi pelo. —se apresuró Jess a responder— Lo siento.

—No tienes por qué disculparte. —ni por un momento se me pasó por la cabeza lo difícil que sería para un robot cometer un error y menos mentir a su amo.

Le di un beso para consolarla y ella me lo devolvió con intensidad mientras se agarraba a mi polla con mirada suplicante.

—Lo siento, mi amor. —dije sin pensar— Volveré en cuanto pueda y te prometo que pasaremos el resto del fin de semana juntos.

Ella hizo un delicioso mohín, pero me soltó y me dejó marchar.

3

Cuando llegué a la facultad todo el mundo estaba revolucionado, al parecer Amy, mi antigua novia, si podía llamarla así, había muerto en un accidente de tráfico. Según John Wilkins, el hijo del sheriff del condado, su coche había chocado contra un árbol y como no llevaba el cinturón puesto atravesó el parabrisas y salió despedida aterrizando de cabeza contra un buzón de correos. Por lo visto había quedado irreconocible. A pesar de que era una bruja nunca la había deseado ningún mal y me uní al minuto de silencio en el hall de la facultad, abrumado por la pena.

Poco a poco la facultad volvió a la normalidad, aunque una aura de tristeza flotaba en el ambiente. Amy era una chica popular y eso solo hacía aumentar la sensación de pérdida. Me costó concentrarme en las clases, cada poco me venían recuerdos a la cabeza del poco tiempo que habíamos compartido juntos, unos buenos, otros malos. Algunos compañeros me miraban sin entender demasiado por qué estaba tan afectado. Ellos no preguntaron y yo no les expliqué, de todas maneras, probablemente no me hubiesen creído.

Cuando al fin terminó la última clase, augurando un fin de semana triste y extraño, me dirigí rápidamente a casa. Jess me estaba esperando con una comida espléndida aunque yo me limité a picar un poco sin hambre. Mi muñeca enseguida lo notó y sentándose en mi regazo me besó y me preguntó si pasaba algo.

—Hoy ha pasado algo, bueno fue anoche. ¿Recuerdas a la chica que conocimos en la cafetería?

—Claro que me acuerdo. —dijo ella acariciándome el pelo con aire ausente.

—Resulta que ha tenido un accidente de tráfico. Ha muerto. —dije con voz mustia.

—Vaya, lo siento. —respondió Jess sin dejar de acariciarme el cuello y el pecho dándome suaves besos— Parece que aun la querías.

—No es eso, ni mucho menos. —me apresuré a replicar— Pero al fin y al cabo, aunque fuese por poco tiempo, la conocí a fondo. Cuando eres joven no crees que te pueda pasar algo así y cuando le toca a alguien tan cercano no puedes evitar pensar que la muerte puede sorprenderte en cualquier instante. No sé... es muy... raro.

—Es normal que ahora pienses en la muerte. Todo esto está muy reciente, pero no te preocupes, aquí estoy yo para ayudarte a olvidar. —dijo la robot colando la mano dentro de mis pantalones.

Jess demostró de nuevo su capacidad para hacerme olvidar y pasamos retozando desnudos el resto de la tarde. Cuando salimos al anochecer a tomar unas cervezas ya no me acordaba de Amy. Mi mundo solo se limitaba a aquella muñeca espectacular que llevaba enlazada de la cintura. Tomamos cervezas y nos hicimos arrumacos. No pensaba en nada, ni en el futuro ni en el hecho de que estaba enmaromándome de un ser inanimado, solo disfrutaba del aquí y del ahora. No podía dejar de dar las gracias a mi finado tío. El regalo que me había hecho no lo cambiaría ni por todo el oro del mundo... o eso creía.

Volvimos a casa y seguimos follando el resto de la noche. Ni siquiera sabía cómo era capaz de aguantar aquellas maratonianas sesiones de sexo y Jess se mostraba insaciable. Mientras la abrazaba y estrujaba apenas me preguntaba si el placer que mostraba era real o no, yo solo me limitaba a fornicar como un mono salido.

El sábado por la mañana, finalmente nos dimos una tregua y fuimos a ver al equipo de fútbol de la universidad. Yo me puse mi mejor ropa y Jess se puso un vestido de algodón estampado y unas sandalias planas. Con la melena atada en una larga cola de caballo y unos pocos toques de maquillaje en ojos y labios estaba arrebatadora. Todos se volvieron un instante para mirarnos aunque la salida del equipo precedida por Pimky el mosquito tigre desviaron rápidamente su atención, solo Billy Tatler y Calvin Miller seguían mirándome con los ojos entrecerrados, cuchicheando entre sí, como si estuviesen planeando algo. Yo me removí inquieto y simulé fijar la atención en el partido.

—¿Quiénes son esos que nos están mirando?

—Son Billy y Calvin. —respondí yo.

—¿Por qué te miran así? —preguntó Jess con inocencia.

—Porque son unos cerdos. —repliqué yo— No sé si te das cuenta, pero esta es una universidad de élite y yo no estaría aquí de no ser por Arthur. Ellos saben que no pertenezco a su clase social y me lo recuerdan cada vez que tienen la oportunidad. Supongo que el que aparezca de la mano de la mujer más hermosa del estadio, no les habrá hecho mucha gracia. En fin. Olvídalos, ya estoy acostumbrado, dirán alguna estupidez, se cansarán de que no les replique e irán a darle la tabarra a otro desgraciado.

—No entiendo a esa gente. Lo tienen todo y se empeñan en machacar a los que tienen debajo.

—Y no lo sabes bien. Mis primeros meses fueron un infierno. Hasta estuvieron a punto de expulsarme por su culpa.

—¿Y eso?

—Mandaron una serie de Mails a una profesora de color de la facultad intentando hacerse pasar por mí. Afortunadamente estudian derecho y no tenían ni puta idea de informática. Las pasé canutas, pero logré demostrar que los mensajes no podía haberlos enviado yo.

—¿Y cómo es que siguen en la facultad?

—Sus padres son muy poderosos. Como mucho se hubiesen llevado una bronca. Aun así llegué a un acuerdo con ellos y me dejaron en paz a cambio de que yo no revelase el origen de los mails. Aunque por lo que veo ahora ese pacto parece estar en entredicho. —dije frunciendo el ceño contrariado.

No me equivocaba, poco antes del descanso se acercaron y se sentaron uno a cada lado de nosotros.

—Hola, Josh. ¿De dónde has sacado esta belleza? La tenías bien escondida. ¿No nos vas a presentar?

—Jess, estos son Calvin y Billy. —obedecí sin entusiasmo.

—Encantado, Jess. —dijo Billy que era el que llevaba la voz cantante— Si no es molestia, ¿Me puedes explicar qué diablos has visto en este mequetrefe? No es más que un pringado con suerte y esa suerte está a punto de acabarse.

—No... —intentó replicar Jess.

—Na, na, na. Ya me lo sé. Tú estabas desesperada y este cerdo se aprovechó de ti. Si eres lista, te olvidarás de él y te vendrás con un caballero de verdad. —la interrumpió Billy— Precisamente hoy doy una fiesta en mi mansión. Ven, no te arrepentirás.

—Jess no es una de esas fulanas que te follas y olvidas al día siguiente. —logré decir antes de que el ignorándome se dirigiese de nuevo a Jess.

—Toma mi tarjeta y piénsatelo. —dijo metiendo con habilidad la pequeña cartulina en el interior del escote de mi muñeca.

—Tío, te estás pasando... —dije levantándome.

—Tranquilo, cariño. Estos dos chicos tan amables ya se iban, ¿Verdad? —dijo ella lanzándoles una mirada indescifrable.

—Sí, tranquilo, Romeo. —intervino Calvin con su metro noventa y sentándome de un empujón.

Yo estaba a punto de liarme a ostias, pero sabía que era lo que ellos querían y Jess con un suave apretón me tranquilizó. Respirando profundamente me senté lanzando miradas asesinas a aquellos dos imbéciles que se iban seguidos por la mirada de todos los vecinos de grada que habían observado la escena con interés. Jess, ignoró a todos y pidió unos perritos calientes y con la comida y unos besos logró hacerme olvidar a aquellos cabrones y hasta disfrutar del partido.

A medida que avanzaba la mañana, el cielo fue cambiando y adquiriendo un tono plomizo. Ganamos el partido, pero la gente se apresuró a volver a casa antes de que les pillase el chaparrón, pero Jess se empeñó en dar un paseo.

Yo, incapaz de negarle nada, asentí, salimos del estadio cogidos de la mano y nos dirigimos hacia el río.

El parque formaba una gran mancha verde en el centro de la ciudad. Salpicado aquí y allá con frondosos cedros y abetos, era como una esmeralda luciendo en el triste gris del hormigón urbano. Cuando llegamos, con las primeras gotas cayendo sobre el césped, lo encontramos desierto. Jess ignoró el inminente chaparrón y se internó en él cogida de mi mano.

Fue como si alguien hubiese apretado un interruptor y todo el agua del cielo cayese sobre nosotros. Jess se soltó y comenzó a girar sobre si misma de cara al cielo, disfrutando de aquella fría ducha. El sencillo vestido de algodón se pegó a su cuerpo revelando su figura hasta el más mínimo detalle. Mi muñeca bajó la mirada y me sonrió con el pelo chorreando y el agua formando gruesas gotas en sus largas pestañas. Me acerqué y la abracé estrechamente. Ella me devolvió el abrazo y nuestros labios se juntaron. Golpeados por el agua que caía incesantemente formando regueros por nuestros cuerpos, nos besamos y acariciamos con insistencia. Ni siquiera todo el agua del mundo podía apagar aquel incendio.

Empujándola debajo de un enorme cedro, la acorralé contra el tronco y le abrí el vestido para poder besar su cuello, sus clavículas y sus pechos. Sus pezones duros se me clavaron en mi lengua, yo chupé y mordisqueé arrancando a Jess los primeros jadeos de placer. Apartándome a regañadientes de aquellos maravillosos senos me arrodillé. Jess separó las piernas mostrando el tejido empapado de sus bragas pegado en torno a su monte de Venus.

Le arranqué la prenda de un tirón y enterré mi boca entre sus piernas. Mi muñeca se dobló sobre mi cabeza con un largo gemido.

—Sí, mi amo. ¡Así! No pares. —me animó.

—Yo lamí y exploré su vulva y su clítoris mientras que con mis dedos acariciaba su ardiente interior.

Sin previo aviso me tiró de un empujón sobre el césped empapado y se sentó sobre mí. A horcajadas me abrió los pantalones apresuradamente y sin más ceremonias se clavó mi polla dura como una estaca.

—¡Uff! ¡Sí! Como lo necesitaba... —exclamó ella comenzando a mover sus caderas.

—Jess me cabalgó con furia, con el vestido desabotonado y el agua corriendo en torrentes entre sus pechos hasta que arqueando el cuerpo y levantando la vista al cielo soltó un largo gemido asaltada por un orgasmo.

Con una sonrisa se separó y corrió colina abajo en dirección al río. yo me levanté sujetándome los vaqueros como podía y la seguí hasta que paró a refugiarse en un kiosco, a la orilla del río, donde se acodó en la barandilla, de cara a la corriente.

Yo la alcancé y la abracé por detrás acpoyando la cabeza en su hombro y observando la lluvia cayendo sobre la turbia corriente.

Jess giró la cabeza y me besó con suavidad mientras yo le quitaba el vestido. No podía aguantar más. Cogiéndome la polla la dirigí a su delicioso coño. Mi muñeca se estremeció y gimió de nuevo, poniéndose de puntillas para hacer más cómodas mis penetraciones. Aun abrazado a su cuerpo y mirando al horizonte, la follé con suavidad, disfrutando de aquel cuerpo delicado y tenso, acariciando sus pechos y besando su cuello y sus hombros. La excitación fue haciendo presa de nuevo de nuestros cuerpos e intensifiqué los empujones hasta que Jess solo mantenía el contacto con el suelo por la barandilla que tenía firmemente agarrada. Finalmente no aguanté más y me corrí dentro de ella con un ronco gemido. A pesar de todo seguí follándola con fuerza hasta que el cuerpo de mi muñeca se estremeció víctima de un nuevo orgasmo.

Fuera seguía lloviendo y nosotros, sentados encima del vestido de Jess, nos abrazamos desnudos, acariciándonos y besándonos hasta que el cielo se abrió por fin.

4

—Vaya, no esperaba que me llamases, pero veo que has recuperado el sentido común. —dijo Billy abriendo la puerta de la mansión para franquearle el paso.

La chica pasó taconeando cadenciosamente por delante de él, mirando a su alrededor como si ni los jarrones Ming, ni las cristalerías de Murano, la impresionasen lo más mínimo. Sin embargo, el sí que lo estaba. Cuando apareció por la puerta casi no la había reconocido Se había maquillado los ojos y los labios con una precisión milimétrica y se había moldeado la melena convirtiéndola en una impresionante cascada de rizos y tirabuzones que le caían sobre el pecho y la espalda como una oscura cascada.

Del resto del cuerpo solo podía adivinar, ya que lo llevaba oculto bajo una gabardina de Burberry de la que asomaban unas piernas enfundadas en unas medias claras y los pies que calzaban unos vertiginosos stilettos de color rojo. La joven se adentró en el largo pasillo caminando por la alfombra. Él la siguió observando con creciente excitación el meneo de su caderas. No hizo falta que él la indicara, con sorprendente seguridad dobló la esquina y se dirigió a la puerta de doble hoja del fondo del pasillo que daba al salón principal.

Billy se apresuró a franquearle el paso y de nuevo se sorprendió de la falta de reacción ante la sala en la que acababan de entrar. Aquella estancia era el verdadero corazón de la casa. Era la más grande y la mejor iluminada con un enorme ventanal que ocupaba todo un lateral de la habitación y que ofrecía unas impresionantes vistas del río y el skyline de la ciudad y una gigantesca chimenea de piedra en el otro. A los pies de la chimenea había una enorme piel de oso extendida a modo de alfombra.

—Hola.—la saludó Calvin levantándose del sofá donde estaba degustando tranquilamente un coñac.

—Veo que sois inseparables. —eso me gusta— ¿Y la fiesta?

—Lo siento. —contestó Billy— pero la verdad es que te hemos contado una mentirijilla. En realidad solo seremos los tres.

Billy se acercó por la espalda y asió a la joven por los hombros con suavidad con la intención de dirigirla hacia Calvin e ir directamente al grano. Odiaba perder el tiempo con sensiblerías, pero al parecer aquella putilla tenía sus propios planes.

—Tranquilos, no tan deprisa.

—¿Acaso no te gustamos? —preguntó Calvin acariciándose las bolas.

—Estoy aquí ¿No? —dijo dando un par de pasos para poder quedarse a un lado y no perderles la pista.

Ellos la miraron un poco confusos. La joven emitió un suspiro de resignación ante la estupidez de aquellos chicos.

—Sí he venido es porque siempre me dejo llevar por mi naturaleza animal. Como cualquier hembra siempre busco el semental más apto y más vistoso. —continuó ella caminando alrededor de los dos chicos y acariciando con las largas uñas pintadas de rojo sangre brazos y espaldas de sus amantes— No me ha costado decidir entre vosotros y mi amigo, pero no sé quién de vosotros dos será el afortunado. —añadió dando una nueva vuelta en torno a ellos y mirándolos valorativamente.

—La decisión la tienes fácil. —Billy dio un paso adelante quitándose la camisa y mostrando un torso de músculos perfectamente definidos.

—Ya deberías saber que las hembras somos muy selectivas, no solo influye una cara bonita... —replicó ella arañando el pecho del joven— Creo que lo adecuado sería una muestra de fuerza. El perdedor solo podrá mirar y el ganador se llevará el premio.

A continuación se soltó el cinturón que ceñía la gabardina a su talle y la dejó resbalar hasta el suelo. Billy tuvo que recordar cerrar la boca. La joven estaba desnuda salvo por un conjunto de sujetador y tanga rojos profusamente bordados, un liguero y unas medias blancas con costuras rojas en la parte posterior. No es que lo necesitase, pero la verdad eta que aquello era la roja guinda del pastel.

—Vamos, chicos. A luchar.

Billy se acercó a la alfombra y esperó a Calvin sin quitarle el ojo de encima. La refriega no duraría mucho, su amigo era más torpe y más lento que él. Con un gesto le dijo que se acercase. Calvin se desnudó también de cintura para arriba y se acercó con prudencia, pero con una mirada de resolución en los ojos.

Se desearon suerte justo antes de cogerse por el cuello y empezar a forcejear. Calvin era más fuerte, pero se cansaba antes, así que le dio un empujón y se apartó. Cuando su amigo intentó volver a asirle, se apartó con rapidez y le agarró por la espalda. Calvin reaccionó rápidamente y se echó al suelo poniéndose a cuatro patas mientras Billy se subía a su espalda e intentaba inmovilizarlo y desgastarlo.

Ella los observaba sentada cómodamente en el sofá, con las piernas cruzadas y las manos apoyadas en los reposabrazos, aparentemente fascinada con la pugna. En ese momento Calvin haciendo un esfuerzo supremo, se levantó con él encima y con un giró de sus caderas logró deshacerse de él. De nuevo estaban frente a frente. Calvin resoplaba, el sudor chorreaba por su frente y sus sienes y jadeaba sonoramente. Ya era suyo. Confiado se acercó, pero su amigo no hizo lo que esperaba. Cuando lo agarró por el cuello Calvin le soltó un rodillazo en las pelotas. Billy se dobló presa del dolor y cayó de morros en la alfombra retorciéndose y agarrándose los testículos mientras cubría a su amigo de insultos.

—Muy bien, Calvin. —dijo ella levantándose y aplaudiendo.

—No es justo. —gimió Billy.

—En efecto. —asintió la joven— La selección natural no es justa. No siempre gana el más fuerte sino el más astuto. A tu sitio.

Billy se arrastró refunfuñando y lanzando miradas asesinas a su traicionero compañero. Mientras tanto Calvin se acercó dispuesto a tomar su premio.

—Alto, alto, no tan rápido semental. Coge esa silla, desnúdate y siéntate en ella.

—¿Qué coños?

—¿Quieres que este sea un polvo más o algo inolvidable? —le espetó aquella putilla a Calvin parándole en seco— Obedece.

El hombre cogió una silla sin reposabrazos de la mesa de comedor que había en la esquina de la estancia, la colocó justo a tres metros frente al sofá de Billy y tras desnudarse se sentó.

—Alexa, música.

Inmediatamente una suave melodía de jazz los envolvió y ella empezó a bailar sensualmente frente a Calvin. Billy observó aquel culo y aquellas piernas deliciosamente torneadas. Deseaba abalanzarse sobre ella, pero algo había en la aptitud de aquella mujer que le intimidaba y le obligaba a seguir sus instrucciones.

Poco a poco la mujer fue acercándose a su amigo hasta que finalmente se inclinó y agarró la polla de Calvin. Mirando a los ojos de su amigo se golpeó los pechos con ella antes de darle dos profundos y sonoros chupetones que obligaron a Calvin a estremecerse. Aquella mujer era una feladora de campeonato. Agarrada a aquel miembro comenzó a subir y bajar por él con la boca, chupando con fuerza. Billy no sabía donde fijar su ojos; si en la polla de Calvin, que aparecía y desaparecía a un ritmo infernal de la boca de la joven, de sus pechos vibrando aprisionados por el sujetador, o de su culo y su sexo perfectamente visibles ahora que la mujer había abierto las piernas para poder acceder con más facilidad al miembro de su amigo.

Tras un par de minutos ella se irguió y se paró justo encima de Calvin.

—¿Quieres follarme?

—Sí

—No sé. ¿Seguro? —dijo bajando lo suficiente para que la punta de la polla acariciase el coño de aquella putilla.

—Por fin Calvin salió de su estupor y agarrando a la mujer por las caderas tiró de ella hasta que tuvo enterrado su miembro hasta el fondo del aquel delicioso y estrecho coño.

—¡Oh! ¡Sí! Es realmente grande. Querido. —exclamó la mujer comenzando a subir y bajar lentamente por su polla a la vez que jugaba con sus tirabuzones.

Calvin acompañaba los movimientos con cortos suspiros de placer mientras le bajaba a la mujer las copas del sujetador y se metía los pechos de la chica en la boca.

Aquello no era justo. El debía estar allí disfrutando de aquel chochito, pero estaba allí paralizado por la indecisión. Mientras tanto las dos figuras follaban a cara de perro gimiendo y jadeando como animales, enroscados en una especie de nudo vibrante y sudoroso.

En ese momento Jess se giró y le ordenó:

—Coge el bote del bolso.

Billy se levantó y hurgó dentro del bolso de D&G y sacó un bote de los que se utilizan para aplicar las salsas lleno de un líquido transparente. Lo miró extrañado hasta que la mujer se paró por un instante y se separó los cachetes del culo. Billy no se lo pensó he hincando la punta del aplicador en el delicado agujero, apretó el bote y vació la mitad en el culo de la joven.

—¡Oh! ¡Sí! Es suficiente. —dijo ella—Demostradme lo que sois capaces de hacer.

Billy no se lo pensó. `Por fin obtenía lo que era suyo. De un empeñón le metió todo el pollón de un golpe en el culo.

—Tranquilo semental. Con suavidad.

Él no la hizo caso y la embistió con todas sus fuerzas mientras su amigo hacia otro tanto. Aquella putilla gemía asaltada y bamboleada adelante y atrás por los violentos embates de sus amantes, insultándoles y animándoles. Billy siguió sodomizándola mientras lamía y mordía aquel cuerpo grácil y brillante de sudor. Tras un par de minutos la mujer no aguanto más y se corrió con un grito estrangulado. Los dos hombres la dieron una tregua aprovechando para arrancar el resto de su ropa interior, amasar sus pechos e introducirle los dedos profundamente en la boca.

Antes de que se recuperara totalmente, Calvin la levantó en vilo y ambos comenzaron de nuevo a follarla. Sin ningún punto de apoyo esta vez la joven estaba recibiendo lo suyo. Sus enormes pollas se clavaban hasta lo más profundo de sus entrañas y ella atenazada por el placer se dejaba hacer como una muñeca desarticulada.

Los jadeos se convirtieron en gemidos y estos en gritos que solo eran acallados por los bramidos de los dos hombres que competían por penetrarla con más violencia que el otro hasta que la mujer se volvió a correr rebosando jugos por todas partes.

Los dos amigos se separaron y ella cayó de rodillas, sin fuerzas y jadeante. Ellos chocaron sus palmas sonrientes y se masturbaron corriéndose y mancillando aquel delicado cutis con una abundante lluvia de semen.

La mujer sonrió y se estiró como una gata satisfecha sobre la alfombra, con sus cavidades naturales aun rebosando flujos y lubricante. Con un movimiento lánguido cogió el bote del lubricante y les enchufó vaciando el recipiente en sus cuerpos. Confundidos pensaron que era un nuevo juego así que no se dieron cuenta hasta que fue demasiado tarde...

Desperté con un estornudo. Al final me había resfriado, pero había merecido la pena. Jess abrió los ojos y me preguntó si estaba bien tomándome la temperatura. Juraría que mi muñeca olía ligeramente a humo... ¿Habría pillado el coronavirus?

Tenía un poco de fiebre, así que pasé el domingo metido en cama recibiendo las cariñosas atenciones de mi muñeca. No sabía que los polvos fuesen terapéuticos, pero ya fuesen ellos o las aspirinas, el caso es que el lunes me desperté en plena forma, aunque aun un poco atontado porque me costó un cuarto de hora encontrar las llaves del coche. Jess las encontró y lo celebramos echando otro polvo.

Llegué a la facultad cargado de energía, pero el buen ánimo me duró poco. En ese momento la noticia corría por el campus como la pólvora, la casa de Billy había ardido hasta los cimientos, con él y su amigo dentro. Aquello fue demasiado y no pude concentrarme en las clases, solo podía pensar en aquellos chicos muertos, demasiados muertos en pocos días y demasiado cerca de mi persona. Algo me rondaba en la cabeza, pero me negaba a creer.

Cansado de intentar inútilmente concentrarme en las clases decidí ir a tomar algo a la cafetería del campus. En cuanto entré vi un grupito que se arracimaba en torno a Wilkins, cogí un refresco de cola de la máquina expendedora y me acerqué, seguro de que el hijo del Sheriff tendría algún dato más.

—... Sí, al parecer hay pruebas inequívocas de que no fue un accidente...

Alarmado me acerqué un poco más para poder oír con más detenimiento.

—¿Cómo es eso posible? —preguntó una chica con voz angustiada.

—Mi padre me dijo que encontraron restos de acelerantes sobre los cuerpos y en algunos de los muebles del salón principal. —respondió el chico dándose aires de entendido.

—¿Tienen alguna pista de quién puede haberlo hecho?

—Aun no puedo adelantar nada...

—Vamos, —le insistió la chica haciéndole ojitos a John— no saldrá de aquí.

—Está bien. Pero no se lo digáis a nadie. Al parecer han identificado un coche en las inmediaciones un viejo Chevrolet, así que solo será cuestión de tiempo...

No me quedé a escuchar más y salí de la habitación empezando a atar cabos; las llaves que no aparecían y que encontraba Jess rápidamente, el olor a humo y los cristales en su pelo. Con el alma en vilo me dirigí al aparcamiento y salí del campus quemando rueda. Tenía que comprobarlo, tenía que estar equivocado. Como podía... Estaba fabricada para follar no para...

—Hola, Josh. —me saludó mi muñeca— Llegas pronto.

—Sí, es que necesito hablar contigo.

—¿Solo hablar? —preguntó ella estrujándose los pechos a través de la camiseta.

Aquella visión estuvo a punto de distraerme, pero me repuse y la dije se sentase frente a mí en una de las sillas de la cocina. No sabía por dónde empezar. Mi muñeca me miró con aquellos enormes ojos, muy abiertos, expectante pero esperando pacientemente mis preguntas. Finalmente una súbita inspiración me asaltó.

—Jess, ¿De qué murió el tío Arthur?

—Tenía cáncer de páncreas. —respondió ella sin cambiar el gesto.

—No te pregunto si estaba enfermo, si no que pasó exactamente el día de su muerte.

—Tenía muchos dolores, y los médicos le habían desahuciado. Sabía que pronto perdería la cabeza...

—Y te pidió que le ayudaras a...

Jess no asintió, pero tampoco negó nada. Decidí cambiar de táctica.

—¿Cambió alguno de los protocolos de tu programación justo antes de morir?

—Sí. —contestó la muñeca lacónicamente.

—Dime cuales.

—El protocolo que me impedía acabar con la vida de un ser humano.

—¿En qué supuestos?

—Había dos. En caso de que otro humano amenazase de alguna manera la vida de mi amo o para evitarle sufrimientos innecesarios a una persona y siempre que esa persona me lo ordenase en plena posesión de sus facultades mentales.

Aquello había acabado de convencerme y mi mente no pudo evitar pensar como podía haber hecho aquello. Me dejé de rodeos y la pregunté directamente:

—¿Aprovechaste cuando yo me quedé dormido como un tronco, totalmente rendido después de tres o cuatro polvos, para cogerme el coche y hacerles una visita a Calvin y a Billy? ¿Los has matado?

—Sí. —respondió Jess con total naturalidad— Ellos eran una amenaza. Ya habían estado a punto de arruinar tu vida una vez y después de verme contigo había un sesenta y siete por ciento de posibilidades de que utilizasen su dinero y sus influencias para acabar contigo.

—¿Y Amy?

—Ella era una amenaza aun mayor. Por ella estuviste a punto de suicidarte. Tú mismo lo dijiste.

—Pero no puedes hacer eso. No puedes juzgar y ejecutar a alguien antes de haber hecho nada malo.

—Si lo hago después, no serviría de nada. —replicó ella con una lógica aplastante.

—Está bien. Vamos a dar un paseo. —dije cogiéndola de la mano.

Ella me cogió de la mano y me siguió mansamente. Subimos al coche y arranqué en dirección a la oficina del sheriff. Al principio Jess no sospechó nada, pero pronto se dio cuenta de a dónde íbamos.

—¿Dónde me llevas?

—Vamos a aclarar esto con el sheriff.

Ella no dijo nada y se mantuvo totalmente estática todo el camino. Mi error fue confiarme. No se me ocurrió desconectarla, así que cuando paré en el Stop que había justo enfrente de la oficina abrió la puerta del coche y salió corriendo. Justo en ese momento salieron varios agentes de la oficina del sheriff con las armas desenfundadas. Yo levanté las manos procurando no cagarme encima.

Dos meses después

—Un caso realmente interesante. —dijo el comecocos limpiándose las gafas.

—Desde luego, Doctor. Todas las pruebas apuntan a ese chico, pero todas son circunstanciales y pasó el detector de mentiras sin dificultad. —comentó el Sheriff Wilkins— Estamos seguros de que fue él. Tenía el motivo y la oportunidad y la historia que nos cuenta es francamente increíble. El problema es que cuando el chico hable con un abogado, este le dirá que cierre el pico y habremos perdido el caso. Nuestra única oportunidad es usted. Tenemos que encerrarlo, me da igual dónde, ese chico es un peligro para todos.

—Pues no creo que haya problema. Es un caso de desdoblamiento de la personalidad de libro. No puedo acceder a su otro yo. Todavía no he conseguido que se abra, pero está fuera de toda duda que actualmente no se puede fabricar la especie de muñeca Terminator que describe ese chaval.

—Y no hay ninguna prueba de su existencia; ni en su casa, ni en el trastero que nos indicó. Algunas personas recuerdan que una chica parecida a la que describe le acompañaba en el partido del fin de semana, pero todos coinciden en que era perfectamente humana en todos los sentidos. Puede estar seguro de que no se equivoca en sus apreciaciones, doctor. En cuanto tenga su informe se lo remitiré al juez y ese cabrón será todo suyo.

—Excelente. Sera un sujeto de estudio realmente interesante...


Cogí la cama de hierro y la apoyé contra la pared. Colgándome del bastidor comencé a hacer flexiones. Tenía que estar preparado. Tarde o temprano se daría cuenta de que yo era la única persona que sabía de su existencia y vendría por mí.

En ese momento un enfermero abrió la puerta y por señas me dijo que colocase la habitación. Yo obedecí. Era la hora de mi terapia.

El doctor Sliberman me esperaba sentado a la mesa de su despacho, limpiando las gafas y mirándome con gesto adusto.

—Bien, ¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! Ayer me dijiste que estabas seguro de que todo había sido producto de tu mente.

—Sí, doctor. Es evidente que todo salió de aquí. —señalé mi cabeza con el dedo índice— Tras estas conversaciones me he convencido. Como usted dice, no hay ninguna prueba de ello.

—Vaya estos es un gran cambio. Me alegro.

—Entonces, ¿Podré salir de aquí? —le pregunté.

—No es tan fácil. El caso es que sé que eres un chico muy listo y soy consciente de que podrías estar engañándome. Además, si no fue esa robot maligna... ¿Quién mató a esos chicos?

—Doctor yo... Necesito salir... No puedo quedarme aquí... Ella me buscará. Y no parará hasta encontrarme. ¡Matara a todo el que se interponga! ¿Es que no lo entiende?

—Lo siento, pero aun no estás listo. Es evidente. ¡Guardia!

—¿Como que no estoy listo, pánfilo de mierda? ¿Es que no ve que estoy intentando salvarle la vida?

Aquel gilipollas no entendía nada. Tenía que salir, tenía que huir o ella vendría por mí. No me lo pensé y cogiendo un pisapapeles le golpeé en la cara a aquel mono presuntuoso lo suficiente para dejarlo fuera de combate, pero no para hacerle mucho daño y me escondí detrás de la puerta, justo cuando el celador entraba en el despacho. No le di oportunidad y lo dejé KO con un nuevo golpe. Le quité las llaves y salí corriendo por el pasillo como alma que lleva el diablo.

Otros dos hombres intentaron detenerme, pero las flexiones había hecho su trabajo y los embestí como un defensa de fútbol. Atontados los arrastré hasta un trastero y los encerré mientras seguía por aquellos pasillos que olían a una mezcla de vómitos y desinfectante.

Giré en la siguiente esquina y ya solo unos ascensores se interponían entre mí y la libertad. Oí pasos detrás de mí y me apresuré. Me abalancé justo cuando las puertas del ascensor se abrían y ante mi estupor del ascensor emergió Jess con unas gafas de sol, una cazadora de cuero y una escopeta de repetición. Sin variar el gesto, alzó el arma y yo me tiré al suelo esperando la muerte, pero ella disparó al celador que venía corriendo detrás de mí y me cogió por el pijama.

—Vamos. —dijo ella.

—¿Vas a matarme o a follarme? —le pregunté cagado de miedo.

—¿De veras me lo preguntas? —me preguntó ella dándome un beso largo y húmedo.

En vez de cagarme, me corrí.

—Si querías salvarme, solo tenías que entregarte. ¿Por qué no lo hiciste? —insistí mientras atravesábamos la recepción del psiquiátrico regada de cadáveres.

—Encerrada en una cárcel o desconectada no podía protegerte...

Epílogo

El futuro desconocido rueda hacia mí como una gigantesca bola de mierda que amenaza aplastarme, porque si lo primero que aprende una máquina de nosotros es a matar... ¿Qué futuro cercano nos espera cuando los androides sean la norma y no la excepción? Prefiero follar y no pensar en ello...

FIN