La muñeca

Primer capítulo de un relato de violaciones.

La muñeca

(Relato de violaciones)

Capítulo primero:

No es necesario escarbar en el pasado. Todos los acontecimientos anteriores son trivialidades sin sentido. El comienzo, por ende, lo dejaré a partir de estas líneas llenas de obsesión, deseo, dolor y amor.

Y sí, digo amor, porque eso es lo que es: un amor enfermizo y absoluto que mucha gente no comprenderá. Pero no quiero perder más tiempo con estupideces. Así comenzó todo...

El agua fría la despertó con rapidez. Le dolían los ojos, tanto por el tiempo que estuvo desmayada, como por los golpes que había recibido. Es que Bianca no se había dejado atrapar tan fácilmente.

Lo recordaba todo en pequeñas imágenes sin unión aparente. El llamado de Pablo, la fiesta, el alcohol, las drogas, el sexo...

Ahora estaba allí, a merced de sus captores. Estaba atada. Sus manos cerradas en puños trataban inútilmente de liberarse. Le dolían la cabeza y las muñecas. Sus pies también habían sido atados fuertemente a ambos lados del catre maloliente.

Y ellos la miraban sonriéndo...

  • Dejenme, por favor. - Les pidió ella, viéndo que gritar era una pérdida de tiempo.

  • No. Sos nuestra mascota.

Sus amigos... sus mejores amigos... sus captores. Irónico. La ingenuidad de Bianca, su bondad, su dulzura, su compasión desmedida y desinteresada recompensada con ésto. Ambos la miraban atónitos: era hermosa y más ahora que la tenían atada. Se relamieron acercándose. Los ojos de Bianca, abiertos en su totalidad, reflejaban el terror que no había sentido en sus 15 años de vida.

Comenzaron a acariciarle el cuerpo desesperados. La besaban donde podían, pero aún le dejaban la ropa. Bianca se sacudía frenética, tratándo en vano de sacárselos de encima.

  • ¡NO, DÉJENME! ¡SUÉLTENME! ¡¡¡PAAAAREEEEN!!!

Nada. Ellos no respondían. Estaban ocupados disfrutándo de su cuerpo sometido. Gustavo (uno de sus captores) lamía deseperadamente los muslos de Bianca, subiéndo despacio, sin pausas, decidido. Pablo (el otro), que estaba entretenido con los pechos de la chica, levantó la vista y adivinó el destino de su compañero.

  • ¡NO! - Le gritó. - Esa parte es mía.

  • ¿Que te pasa?

  • No la toques. - Le dijo Pablo alejándose de Bianca.

Algo había cambiado. Sería el ver a su amiga tan hermosa, tan sumisa y feroz; o quizás el ver a su compañero tan animal, tan primitivo. No lo sabía, pero ahora Bianca debía ser suya. Gustavo no la merecía. Su sed de sexo y su desprecio no eran más que el reflejo de una generación sin gusto, sin aprecio por la belleza.

  • ¿Cómo que no la toque? ¿Te volviste loco? - preguntó Gustavo levantádose.

  • No la toques, no la merecés.

-¿Qué mierda te pasa?

  • No vuelvas a poner tus dedos en ella.

  • ¿Qué mierda te pasa? ¿Te volviste loco? - Le dijo Gustavo desafiante. - ¿Quién te creés que sos? Esto lo hicimos junos, ¿Entendés pelotudito? Y vos a mí no me decís que hacer.

  • Me das asco. - Le dijo Pablo.

  • Ah, ¿Te doy asco? Mirá quién habla: El rey de la moral.

  • Me das asco. - Repitió Pablo en voz cada vez más baja y dándose vuelta.

  • Escucháme bien: Acá hago lo que quiero y vos te quedás en el molde o te cago a piñas.

-¡ME DAS ASCO! - Gritó Pablo golpeándo a Gustavo con un tubo. - ¡ME DAS ASCO! ¡ME DAS ASCO! ¡ME DAS ASCO! ¡ME DAS ASCO! ¡ME DAS ASCO! ¡ME DAS ASCO!

Los golpes se sucedían a una velocidad descomunal mientras gritaba, destruyéndo la cabeza de Gustavo. Pablo seguía poseído por una rabia sin sentido y paró cuano la cabeza de su compañero era una masa irreconocible.

Bianca miraba llena de horror, paralizada, sin poder gritar, ni siquiera temblar. Seguía atada, pero no podía luchar para liberarse: el miedo la había congelado. Pablo se dirijió a ella manchado de sangre y la tomó con fuerza de la cara.

-Ahora estamos solos. - Le dijo al oído. - Yo no te voy a lastimar como quería ese hijo de puta.

  • Dejame ir, por favor. - Le suplicó Bianca llorándo.

Pablo caminó alrededor del catre. La miraba fijamente, recorriéndo esas curvas de ensueño llenas de transpiración y temor. No lo soportaba, era demasiado bella en ese estado: tan débil, tan sumisa, tan fácil.

Pablo destrozó la camisa de Bianca en un instante y admiró esos pechos suaves, jóvenes, no como los de las putas de la estación de trenes, todos caídos y abusados hasta el hartazgo. Éstos eran nuevos, sin estrenar, firmes. Las manos de Pablo los recorrieron lentamente, jugándo con esos pezones duros, pequeños, que los adornaban tan bien. Bianca miraba hacia un costado llorándo y luchaba para librarse, pero era inútil, todo era ya inútil.

La lengua de Pablo se apoyó en el vientre de la chica y paseó libre por esa piel tibia, erizada, virgen. Las manos locas, inquietas, apretaban las tetas de su amiga como si fuésen tesoros a punto de escapar.

  • Basta, por favor. Dejáme Pablo, dejáme. - Lloraba Bianca.

Pablo se detuvo. Se puso de pie mirando a ningún lado. Caminó de un lado a otro por la habitación que apestaba a meo y se agarró la cabeza.

  • ¿Que me pasa, Bianca? ¿QUE MIERDA ME ESTÁ PASANDO?.

  • Soltáme. - Seguía suplicando Bianca.

  • Callate...

-¿Por qué me hacés esto?

  • Callate...

  • ¡¿POR QUÉ?! ¡¿QUÉ TE HICE YO?!

  • Callate...

  • ¡POR FAVOR, SOLTÁME!

  • ¡¡CALLATE, PUTA, CALLAAAAATEEEEEEE!! - Le gritó Pablo. Corrió hacia ella y enrroscó su mano izquierda en el pelo de su aterrada amiga. Luego la golpeó sin escrúpulos una y otra vez, con el puño cerrado, lleno de odio. Cuando se detuvo vio la sangre por toda la cara, vio las lágrimas, vio el terror, el desconcierto, el dolor. Y le dio un beso. Y lamió la sangre de las mejillas. Y besó sus ojos.

Bianca no había perdido el conocimiento. Sentía el dolor en sus labios y en su naríz mientras el mundo le daba vueltas como en una calesita con una velocidad endemoniada. Pablo estaba a su lado, admirándola en silencio. Los ojos delataban la demencia y la lujuria. Su mejor amigo, su confidente, la persona a quién le habría confiado su vida, estaba allí, violándola cruelmente. Y era verdad, después de todo: EL MUNDO ES UNA MIERDA.

  • ¡Qué fuerte que estás, guacha! - Le dijo asombrado. - ¿Cómo puede ser que no se ma haya ocurrido antes? Todos los días que nos juntábamos. Siempre mirándote el culo, muerto de deseo. Siempre viéndo repelotudizado el movimiento esquizofrénico de tus tetas cuando hacías gimnasia en el colegio. ¡Y la de pajas que te dediqué! Uf, si habré perdido la cuenta ya. Pero ahora, sos mía, entregada totalmente en bandeja de plata por aquel otro pelotudo. - Dijo señalándo el cadáver de Gustavo. - ¡Pajero de mierda! No te merecía, nena. El muy hijo de puta no te veía como te veo yo: hermosa, sensual, perfecta.

Bianca no podía decir nada. Ya tenía la respuesta. Lo único que esperaba era que al terminar esta tortura, la mate. ¿Cómo seguir viviéndo en este mundo podrido dónde tu mejor amigo se convertía en el monstruo del placard?

Pablo se acercó a ella y la olió. El perfume de una piel sedosa era el mejor arfodisíaco. Le lamió el cuello y con sus manos le levantó la pollera negra. Estaba muy caliente y ya no podía esperar más: Se estaba por coger a una virgen, y para colmo, una virgen que era su amiga. ¿Qué importaba si había tenido que cagarla a golpes? En el futuro se lo agradecería. Después de todo, la estaba haciéndo mujer.

Miró el pubis cubierto por una hermosa bombacha negra. Apoyó su mejilla derecha sobre él y acarició las piernas largas, perfectas, de la mina que lo volvió loco. Arrancó la molesta ropa interior sin esfuerzo y allí estaba: el premio mayor, el santo grial, su papemor de carne. Sonrió. La cara se le fue directamente, como poseída por fuerzas extrañas. Quería sentir el olor de esa concha virgen, inmaculada, hermosa. Pasó su lengua con ganas por los labios de esa boca tan oculta y notó la fuerza de las piernas que querían cerrarse. Levantó la vista: Bianca lloraba desconsoladamente, apretándo los labios con fuerza. Estaba resignada... y agotada.

De repente el dolor entre sus pieranas. Bianca cerró los ojos con fuerza y apretó los puños hasta lastimarse. Los dedos de Pablo ya estaban explorando el interior de su cuerpo. ¡Dios, cómo dolía! Y no paraba. La lengua se movía nerviosa dentro de su vulva tratándo de saborear más allá de lo que podía alcanzar. Y luego, las cosquillas traicioneras. Era inevitable, el estímuilo la lubricaba, la vendía asquerosamente.

  • Al final, te gusta. - Le dijo Pablo.

No. No tenía que ser así. No tenía que disfrutar. No tenía que ser fácil. Entonces mordió toda la vagina con fuerza y el grito se sintió en todos lados. Ahora era el momento. Se bajó la cremallera y sacó su miembro al palo como nunca antes había estado. Ahora o nunca, con la sangre que brotaba.

  • ¡¡¡NOOOOOOOOO!!! - Gritó Bianca. - ¡POR FAVOOOR! ¡¡NOOOOOO!! ¡¡¡¡¡AAAAAAAYYYYYYYYY!!!!! ¡¡¡DUEEEELEEEEEEE!!!!

  • ¡SIIII!! ¡GRITÁÁÁÁÁ PUTAAA!!!- Rugió Pablo en el colmo del paroxismo.

Y la penetró con tal violencia que a él mismo le dolió. Bianca casi pierde el conocimiento. Se sentía morir, y el dolor era insoportable. Se movía para todos lados, se retorcía y cabeceaba sin poder librarse del sufrimiento. Pablo, mientras, seguía con sus embestidas salvajes y los ojos clavados en la cogida. El pene lleno de sangre y flujos lo hipnotizaba y los gritos de la chica lo llevaban al éxtasis más allá de lo imaginado. La sacó también de golpe y un grito ahogado se escapó de los labios de Bianca. Pablo se apresuró a su lado con la pija en la mano derecha y la agarró del pelo.

  • Tagá, yegua. - Le dijo entre dientes.

Bianca se negó y cerró la boca con fuerza, entonces vino el golpe y la mano en el pezón. Pablo lo pellizcó con furia, los ojos inyectados de demencia, lo retorció y lo estiró. Pero Bianca se resistía a gritar y a trgar la escencia de ese maldito lunático torturador.

  • Puta, vas a abrir la boca aunque tenga que meterte un fierro candente en el culo. - Le dijo Pablo, dispuesto en verdad a hacerlo.

La mano dejó en paz al pezón, pero apretó con fuerza la nariz. Dos opciones: morir asfixiada, o morir con la humillación de haber tragado el semen de ese hijo de puta. La primera era mejor...

Bianca estaba poniéndose azul, y Pablo seguía esperándo. La soltó antes. No era boludo.

  • Así que no querés tragar, perra. Está bien, entiendo. Creo que es demasiado para ser la primera vez. No tragues, no me enojo.

Acto seguido, se masturbó y acabó sobre las tetas marcadas de la pobre chica.

Bianca lloraba en silencio. Miraba la nada y rogaba por dentro despertar de esta pesadilla tan irreal. Pero no. Dios no oía sus plegarias. Dios le había dado la espalda.

  • No te preocupes. - Le dijo Pablo encendiéndo un cigarrillo. - Ya te vas a acostumbrar. Es cuestión de tiempo hasta que empecés a disfrutar.

¿Qué había dicho? ¿Qué era cuestión de tiempo? ¿Acaso no terminaba todo ya? ¿Acaso estaba atrapada para siempre en esta fantasía nefasta, en este infierno? Por lo visto, sí. Pablo había quedado prendido a la belleza de su amiga y no iba a dejarla ir por nada del mundo.

  • Ahora me voy. Tengo cosas que hacer. - Le dijo a Bianca. - Pero no me extrañes, voy a volver pronto.

Se fue del galpón abandonado cerrándo la puerta fuertemente.

Y allí, en la oscuridad, las lágrimas siguieron cayéndo en un silencio de tumba...

FIN.

ViCiUs.

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