La muñeca (3)

Tercer capítulo de este relato de violaciones.

La Muñeca

Capítulo 3

En la habitación, con la tenue luz que colgaba del techo, Pablo miraba a su preciosa muñeca de porcelana. Bianca estaba acostada mirando hacia el techo, sus manos y piernas atadas con correas de cuero. Los ojos de la niña, desorbitados por las drogas, buscaban un refugio más allá de las sombras, fuera del galpón en donde estaba cautiva.

Pablo se relamió lentamente. En su mente había un torbellino de ideas, demonios, sentimientos y verdad que colapsaban a cada segundo. El olor allí era insoportable. Lo poco de las paredes que se podía ver mostraban el maltrato del tiempo cruel y sutil, del tiempo rey y tirano.

Pablo se acercó frotándose las manos. No quería tocarla con los dedos fríos, no quería ser descortés. La imaginaba distinta, una princesa en un palacio de marfil. La veía de pie en lo alto de una torre blanca como las nubes, con su cabello al aire perfumando cada centímetro del mundo que la rodeaba. Veía a todos los lacayos a los pies de esa torre formidable, todos horripilantes, sucios, indignos. Pero sólo uno llegaría a la gloria, sólo uno sería merecedor de entrar al cuarto de la Princesa. Pablo subía corriendo agitado las escaleras interminables. Delante de él, una puerta de roble lo separaba de la deidad que por tanto tiempo había sido  objeto de su adoración. Una vez dentro, ella lo miraba con los ojos de una madre y sonreía. Sonreía. Una Princesa, una Diosa. Y él a su lado, inútil, pero feliz. Él era su caballero de armadura brillante. Él era digno. Se miraba con vergüenza mientras estiraba los brazos hacia ella, como un niño que quiere un abrazo. Su Princesa reía. Jamás lo tocaría a él, otro inmundo lacayo.

  • Bianca querida. Puedo ver lo que piensas. Puedo sentirlo. Me detestas tanto como yo a ti en este momento. Me odias y eso está bien, mi niña. Está bien.

Bianca lo observaba desde el catre mal oliente. Lo veía acercándose lentamente, desde las sombras, con su voz profunda llena de paranoia y dolor. Bianca temblaba. Bianca era una hoja de sauce en un huracán.

-¡Mi niña delicada! ¡Mi pétalo inmaculado! No mereces esto. No mereces que te vea así, tan indefensa, tan sumisa. Pero quiero hacerte ver mi amor por ti.

  • Te vas a pudrir en el infierno por esto, hijo de puta.

  • El infierno... el infierno..... pero si yo ya estoy en él, Bianca. Ya estoy en él y no puedo salir. El infierno, los recuerdos......

Se acercó despacio a su prisionera. Se acercó saboreando cada centímetro de su cuerpo. Puso sus manos en el vientre de Bianca con toda la delicadeza de la que era capaz. Las marcas de los abusos anteriores aparecían en esa superficie como un recordatorio de lo vivido, de la pesadilla.

Lentamente recorrió con sus dedos maltratados una línea imaginaria en el cuerpo de la joven. El ombligo, el estómago, el sendero entre los pechos, el cuello, los labios..... de repente, esos dedos que antes habían sido tan delicados, ahora apretaban un rostro tan angelical como golpeado. Bianca sentía la presión en su mandíbula mientras observaba el rojo que emanaba de los ojos de Pablo. Otra vez la violencia, otra vez el dolor.

  • Mirame, puta. Mirame y decime que es lo que ves. ¿Ves a tu amigo? ¿Ves a Dios? Mirame bien a los ojos, porque yo quiero verme en tu mirada. Quiero tu miedo, Bianca. Quiero tu miedo y tu sufrimiento. ¡MIRAME CARAJO! ¡MIRAME PUTA!

La soltó violentamente y comenzó a orinar su rostro. Bianca se sentía ahogada. El líquido entraba por su nariz, por su boca. No podía respirar. No podía pensar. Las drogas seguían con su efecto cruel y la humillación...... la humillación.

  • ¿Sentís eso pendeja? ¿Lo sentís? Amalo, porque es en mi dolor en donde encontrarás la forma de entenderme, de quererme.

Años atrás......

-¿OTRA VEZ PENDEJO DE MIERDA? ¿QUÉ HABÍAMOS HABLADO?

  • Perdonalo. No quiso hacerlo a propósito.

-¿Y QUIÉN MIERDA TE PIDIÓ QUE HABLES? ¿QUIÉN CARAJO SOS VOS PARA DECIRME A MI QUE MIERDA TENGO QUE HACER CON ESTE PENDEJO?

El hombre borracho no dudó en golpear hasta el cansancio a la mujer asustada. El niño lloraba en silencio. Tenía puesta la ropa de su madre en ese momento. Otra forma más de tortura ideada por su padre.

-¿ASI QUE A LA NENA LE GUSTA MEARSE EN LA CAMA?

  • Pero....... papá.....

-¡¡CALLATE PENDEJO!!

El golpe lo tiró al suelo donde una costilla cedió. El puño de acero del hombre caía una y otra vez sobre el pequeño. Sin piedad. Nunca hubo piedad.

-¡LAS NENAS SE MEAN EN LA CAMA! ¿VOS SOS NENA? ENTONCES TE VAS A VESTIR COMO UNA NENA ¡PENDEJO MARICÓN!

Otra vez los golpes. Otra vez la humillación. La cabeza le temblaba. No podía ver. Sus ojos estaban hinchados por las piñas y las lágrimas.

-¡LOS HOMBRES NO LLORAN, CARAJO!

Y todo volvía a empezar. Pablo apenas se mantenía consciente. Debía seguir vivo por su madre. Debía seguir vivo para verlo morir.

  • BUENO, COMO TE GUSTA MEARTE EN LA CAMA, ENTONCES ESTO TE VA A ENCANTAR...

Y el hombre borracho bajó la bragueta de su pantalón. Y descargó su vejiga llena de cerveza barata y vino sobre el chico aterrorizado. Y lo golpeó de nuevo. Y luego desapareció.

Su madre lo abrazó cuando recobró el sentido.

Pablo tenía 5 años entonces........

Cuando terminó de orinar a Bianca, se detuvo a mirarla. La abrazó con fuerza. Luego la golpeó. Y la volvió a abrazar.

Bianca comprendía muy poco lo que pasaba. Pero entre la confusión, el dolor, la sangre y el asco, escuchó algo muy claro, algo tan fuerte, tan horriblemente real, que le hizo sentir compasión. Estaba segura de haberlo oído. Las palabras salieron de lo profundo de una herida imposible de cerrar.

Lo escuchó. No lo perdonó. No lo olvidó. No lo justificó. Pero lo escuchó.

Todavía en sus brazos, la niña sintió las palabras de nuevo. “Basta papᔠuna y otra vez, hasta que se fue.

Pero volvería, y con él, la paranoia, la pesadilla... el infierno.

FIN