La mujer más deseada

Elena era la más llamativa de todas. Debía medir más de 1,70 y se le notaba atlética, con un vientre plano. Hermosa. Sonia era muy delgada, pero sus ojos azules y su rostro aniñado la convertían en un bombón y su trasero desafiaba la dureza del diamante. Y Paty, la más bajita, la menos atlética....

Esta noche estaba seguro de que iba a tener sexo. No sabía a cuál de las tres iba a elegir, pero tenía claro que iba a pasar por la piedra a una de las mexicanas. Parado ante el espejo enorme de su habitación se colocaba el paquete mientras se relamía pensando en lo que le esperaba. Con un poco de suerte y de tiempo quizás podría incluso follarse a más de una de las amigas.

Pedro se sabía atractivo, incluso podría decir que guapo, gustaba a las mujeres. Había notado las miradas turbias de las tres jóvenes en el bar de la facultad. Estaba entrenado para detectar las posibilidades que se plantaban frente a él. No eran pocas. Se atusó el pelo y pensó que no hacía falta darle muchas vueltas al vestuario. No tenía que impresionarlas, ya las tenía en el bote, solo era cuestión de elegir, pero quería hacerlo bien. No podía quitarse de la cabeza la idea de follarse a las tres, aunque sabía que eso no sería fácil. Habían invitado a varios amigos más y habría que compartir. Seguramente también habría más chicas..

Siempre decía que no se preocupaba demasiado por su indumentaria, le gustaba aparecer con una imagen de cierto descuido y relajación, pero frente a su espejo no se resistía a probar tres o cuatro camisetas antes de decidir qué llevaría. Se encontraba en plenitud física. Se fijó en la musculatura de su torso, trabajada pero sin exceso. Se marcaba pero no parecía que pasase muchas horas en el gimnasio. De hecho no las pasaba, era su naturaleza. Su ojos verdes y su mandíbula cuadrada daban a su rostro una armonía masculina que volvía locas a las mujeres. Se sentía seguro de su físico. Su mente abandonó la contemplación cuando estuvo satisfecho y recordó a las tres mexicanas.

Elena era la más llamativa de todas. Debía medir más de 1,70 y se le notaba atlética, con un vientre plano. Hermosa. Sonia era muy delgada, pero sus ojos azules y su rostro aniñado la convertían en un bombón y su trasero desafiaba la dureza del diamante. Y Paty, la más bajita, la menos atlética, quizás la más simpática. Siempre sonriendo. Trató de recordar su rostro, pero aparecía oscurecido, no había logrado retener sus rasgos de una manera definida, sólo tuvo ojos para sus tetas de dimensiones colosales. Ese era su orden de preferencia.

Habían conocido a las mexicanas en la cafetería de la facultad. Estaban sentadas las tres en una mesa tomando unas cervezas y les llamaron la atención. Le pareció que los estaban mirando y decidió acercarse. Se presentó y se interesó por ellas. Ofreció su ayuda y la de sus amigos para cualquier cosa que necesitarán. Supo que venían de México a estudiar este curso con la intención de completar su formación. Se les veía encantadas con los meses que les esperaban en España. Con ganas de pasarlo bien.

Eran simpáticas, sexys y atrevidas. Hizo un gesto a sus amigos, Paco y Carlos, que se acercaron para presentarse y estuvieron charlando un buen rato con ellas. Rápidamente las chicas preguntaron por sitios donde bailar y divertirse y los galantes españoles se ofrecieron a ser sus anfitriones en la noche madrileña. Aceptaron.

El viernes salieron de copas por varios garitos de moda. Las chicas eran la bomba. Los tres jóvenes galanes se fueron soltando poco a poco. Cada copa que tomaban arriesgaban en sus acercamientos a las mexicanas, tanteaban sus posibilidades. Pero al margen de los roces propios de los bailes y la cercanía de los bares no parecían dispuestas a más. Se veía que tenían ganas de divertirse, pero no querían sexo esa noche.

Pedro estaba seguro de que podía elegir a la que quisiera. Todas se acercaban a él en cuanto tenían la oportunidad. Intentaba no acaparar demasiado para no molestar a sus amigos, pero era evidente que les había gustado. Se sentía triunfante una vez más, poderoso, irresistible.

Estaba claro que esa noche no iban a llegar a más con las mexicanitas. Habían venido vestidas para matar pero solo era un truco de ilusionistas. Cuando la madrugada ya empezaba a desvanecerse acompañaron a las chicas a tomar un taxi y quedaron en llamarse para organizar algún sarao la noche del sábado. Se mostraron encantadas.

Pedro se fue con el orgullo desbordante y el rabo entre las piernas. Ya en la cama decidió desbordar también su energía contenida y se masturbó imaginando que las follaba a las tres. Dos veces trató de forzar a su mente a penetrar los sexos de Elena y Sonia mientras apretaba sus traseros duros. Dos veces acabó corriéndose en su imaginación sobre los pechos sorprendentes de Paty.

Era mejor ser pacientes.

………….

Hace casi dos años. Entonces mi email se había convertido en un muestrario de sorpresas casi semanal. Miraba con ansiedad los avisos que saltaban en mi móvil y si el mensaje llegaba a mi cuenta secreta me palpitaba el corazón. El email de Paty fue uno de ellos. Me contaba que había leído alguno de mis relatos y le habían gustado, no dijo que le habían excitado. Eso fue una manera de empezar a definirse. Aunque lo que me contó después si dibujó la imagen de una mujer ardiente.

Quería pedirme que escribiera su historia. No era la primera vez que una mujer me lo pedía, tampoco iba a ser la primera vez que lo hacía. Me resultaba excitante conocer los detalles ocultos, pero sobre todo leer su forma de contarlos y tratar de trazar una personalidad cercana a la real para el personaje. A veces, cuando contamos secretos, intimidades, a un desconocido somos más sinceros incluso que con nosotros mismos. Casi sin darnos cuenta vamos deslizando nuestra personalidad entre las palabras.

Le contesté que estaría encantado de escribir una historia con lo que ella me contara. Fue entonces cuando me dijo que todo el mundo la llamaba Paty, que era de México y se lanzó a contarme una morbosa aventura. Como había hecho en otras ocasiones le hice varias preguntas, siempre por email. Las respuestas directas me resultaban de utilidad, pero su entorno, el resto del texto con el que adornaba el núcleo era mucho más jugoso para mi mente.

………….

La idea de hacer el doctorado en España me arrastró a un vendaval de emociones. Me había estado planteando otras opciones, quizás más ventajosas incluso para mi futuro. Eso sí más caras. Aunque mi familia se lo podría haber permitido no me agradaba tanto la posibilidad de estudiar en California. Ya tendría tiempo de visitar esa tierra prometida. Además, en este momento de mi vida no estaba especialmente interesada en desarrollar mi potencial informático. Cuando Sonia y Elena me dijeron que ellas también deseaban terminar su formación en España no lo dudé.

Y allí estábamos. En la cafetería de la Facultad. Acostumbrándonos al ambiente, charlando animadamente y planeando nuestros horarios cuando vimos a aquel joven divino. Las tres nos quedamos calladas al instante y rápidamente cruzamos miradas lascivas. “Lo quiero para mi”, dijimos todas al tiempo. No era casual, era nuestro juego. Nos encantaba competir por los hombres. Tenían que ser del agrado de las tres, pero si esa magia se producía todas sabíamos que íbamos a pasar unos días de morbo y diversión a costa del incauto bombón de turno.

Me quedé mirándolo. Estudiando sus movimientos. Parecía un tipo seguro de sí mismo. Quizás demasiado, diría yo, algo engreído. Se dió cuenta de que lo mirábamos y cambió su actitud corporal, sonriente, recto, sentado con las piernas abiertas en una banqueta y mirándonos con una sonrisa desafiante. Ojos claros, cuerpo atlético y una sonrisa brillante. Charlaba con sus amigotes en la barra mientras bebían unas cervezas. Habría jurado que los tres se estaban fijando en nosotras, cuchicheando, incluso afilando las garras para lanzarse a por las presas desvalidas.

Miré a Elena y a Sonia y comprendí por qué estaban tan interesados. Habían arreglado rápidamente sus falditas y ahora enseñaban los muslos a los jóvenes sin pudor. Además, se había desabrochado un botón de las camisas para que el escote también resaltará. ¡Qué pendejas! todas sabíamos que el juego empezaba al pronunciar la frasecita, pero a mi me había pillado desprevenida y además con unos pantalones anchos y una camiseta que no me dejaba utilizar mis armas preferidas. Rápidamente, a pesar de que hacía fresco me deshice del suéter. Sabía que los primeros puntos del juego habían sido para mis pérfidas amigas.

Nuestra competencia no sería tan breve como para desanimarme en el primer asalto. Mis amigas son dos auténticos bombones y yo soy bajita, menos atlética y menos guapa que ellas. Pero eso nunca me ha impedido competir con ellas hasta el último centímetro de mi escote. Tengo mucho pecho. Es la criptonita de los hombres, son incapaces de resistir la tentación que significan unas buenas tetas. La visión de la carne de los pechos los transforma en bebés babeantes y manejables. Lo he comprobado empíricamente. Una bonita sonrisa y mucha simpatía. Además nadie podrá decir que soy fea, al contrario. Mi cuerpo es chaparrito pero bien proporcionado. Gusto a los hombres, eso lo sé. Sólo es cuestión de sonreir y utilizar con habilidad mis enormes tetas.

El viernes habíamos quedado con los tres muchachos para que nos enseñarán la noche madrileña. Lo cierto es que en el tiempo que llevábamos en la capital ya habíamos tenido la oportunidad de conocer algunos antros. Pero se veía que a los chicos les hacía ilusión eso de ser nuestros cicerones y decidimos hacernos las inocentes y estudiosas universitarias que aún no habían tenido la ocasión de salir a disfrutar ni una sola noche. Una mirada cándida y un ligero puchero en los labios calienta muchos a los hombres.

Eso fue precisamente lo que acordamos hacer esa noche. Nada de jugarnos la batalla final. Queríamos continuar con el asedio a Pedro un poco más. Ponerlo muy caliente y que le costase mucho decidir entre nosotras. Así la competencia sería más divertida. Aunque tenía la seguridad de que mis amigas iban a respetar el pacto, estaba también muy segura de que llegarían hasta el límite de la seducción para dejar el camino preparado. Yo no iba a ser menos.

Ahora sí estaba preparada y esa noche escogí un pantalón de cuero muy ajustado y una blusa corta abotonada por delante y apretada. Mis tetas ponían a prueba la resistencia de los ojales y yo podría controlar cuánto quería enseñar en cada momento. Me coloqué una coleta larga y mi mejor sonrisa y me reuní con mis compañeras en el salón.

Estaban espectaculares. Habían elegido sendas minifaldas, la de Elena ajustada y vaquera; la de Sonia, con algo de vuelo pero también muy cortita. Iban a tener dificultades para mantener en secreto el color de sus bragas toda la noche, si es que se las habían puesto.

Anduvimos rondando a Pedro por turnos. Nos habíamos puesto de acuerdo en el orden. A mi me tocó ser la segunda cada vez. Elena y Sonia bailaban delante de él contorsionándose, riendo, acercándose y alejándose. Cuando me tocaba a mi procuraba hacerle sentir en el pecho el tamaño de mis tetas. Notaba como se apretaba contra mi cada vez con más fuerza. Era entonces cuando yo me soltaba de su abrazo y me alejaba bailando lo más sensualmente que sabía. No es poco, os lo aseguro.

..........….

Meterme en la piel de Paty. Eso era lo que debía hacer si quería contar su historia. Ella se lanzó a contar su aventura. Estaba claro que la había vivido intensamente. De hecho, lo primero que pensé era que la historia estaba escrita. No había mucho más que contar si quería ser fiel a la experiencia. No es que me contase muchos detalles, casi todas sus sensaciones quedaron en la intimidad, solo algunas se escapaban a través de sus palabras escritas.

Acababa de contar una historia de otra mexicana. Una mujer también de grandes pechos. Ximena. Pensé que eran demasiadas tetas para mi solo. Ximena me había contando sus sensaciones y sus deseos, pero no había deslizado ninguna aventura. La aventura salió de mi imaginación. Ella tenía una fantasía que no había cumplido. Me la contó. Quería ser la protagonista de una historia en la que un hombre perdía el control y se corría en sus enormes tetas.

Paty tampoco quería sexo. Al menos no sexo completo. Quería que contase su experiencia y era muy excitante. Nada extraordinario, en realidad, salvo por la dificultad de encontrar a una mujer con unas pechos de un tamaño tan extraordinario. Yo mismo había tenido la oportunidad de vivir años atrás alguna historia parecida.

En el fondo se parecían mucho las historias de Paty y de Ximena. Las enormes tetas de ambas debían ser las principales protagonistas. ¿A quién no le gustan unos pechos de ese tamaño descomunal? Pero estaba tan reciente la invención de la fantasía de Ximena que me costaba separar una historia de otra. Había comenzado a escribir una continuación de la historia de Ximena y pensé que debía introducir al personaje de Paty en esa segunda parte. Y empecé a trabajar en esa idea, pero la historia de Paty perdía protagonismo. No era lo que estaba buscando.

…………

Había quedado con sus amigos para tomar una cerveza antes de recoger a las mexicanas. Querían ponerse de acuerdo. Los dos habían hablado antes entre ellos y se lo dejaron claro. - Pedro, sabemos que quieres tirarte a las tres y si lo consigues estupendo. Pero tendrás que elegir a una y dejar que lo intentemos con las otras dos. Tendrás que dejarnos tiempo para seducirlas. Sólo si vemos que es imposible podrás intentarlo con otra. Esas son nuestras condiciones -, le dijeron. De lo contrario tendría que ir solo a la fiesta.

No le apetecía nada compartir. Las tres mexicanas estaban buenísimas y él no quería renunciar a ninguna. Pero también entendía que sus amigos tenían derecho a intentarlo. Acordó con ellos que cuando se decidiera por una de las chicas ellos podrían lanzarse a la conquista. Si lo conseguían no se metería. Pero, por si acaso, también puso su condición, “el primero en elegir seré yo, pase lo que pase”, dijo. Carlos no tenía preferencias, andaba ya un poco enganchado con otra chica, pero Paco tenía su elección hecha, Paty.

Todo claro. Sabían que iban a beber en la fiesta, pero pensaron que la noche sería larga y les daría tiempo a bajar el nivel de alcohol. Pedro conducía su coche y Carlos llevó también el suyo. Habían quedado con las chicas en la boca del metro de Moncloa y desde allí se irían a la casa donde se había organizado la fiesta. Serían por lo menos quince personas. Todos universitarios. Era la casa de una chica. Sus padres no estarían durante todo el fin de semana.

Pararon cerca del metro y Paco se bajó del coche de Carlos para ver si estaban. A los pocos minutos las chicas fueron expulsadas por las escaleras mecánicas hasta la noche cálida. Las saludó y las llevó hasta los coches. Llevaban un rato parados en un lugar prohibido y no querían demorar más la partida. Las tres mexicanas no tuvieron dudas. En cuanto vieron a Pedro al volante de uno de los dos coches, se subieron con él. A Paco no le quedó más remedio que volver a sentarse junto a su amigo y seguir al vehículo de Pedro. El muy cabrón iba a gozarlo en el viaje. Pero habían llegado a un acuerdo y en cualquier caso sabían que por ahora no tenían otra opción.

Elena se sentó junto a Pedro, fue la más rápida de las tres. Llevaba una falda corta, blanca, que resaltaba su piernas morenas y torneadas. Al sentarse tuvo que hacer esfuerzos, menos de los que habría hecho cualquier mujer para no dejar ver su ropa interior. Pedro se giró hacia ella y apoyó su mano izquierda en el muslo. Muy arriba. La falda había subido unos centímetros al sentarse. Elena le dio dos besos, casi en la comisura de los labios y abrió ligeramente la piernas al sentir la mano del hombre en su piel.

Paty y Sonia se sentaron detrás. La tetona llevaba una falda también corta, azul, y una chaquetilla vaquera sin mangas que no podría abrocharse si tuviera frío. Una camiseta semitransparente de tirantes dejaba ver un sujetador blanco de encaje y un interminable y profundo canalillo. Al girarse para saludarla Pedro se perdió en la profundidad del abismo que se abría entre sus pechos. Ella apoyó los pechos sobre su hombro mientras le regalaba los dos besos de rigor.

Sonia había elegido una mallas ajustadas que dibujaban un trasero de perdición. Pedro pensó que llevaba un tanga de hilo porque no se notaba una sola marca bajo la tela. Una camiseta muy corta dejaba al aire su tripa. Cuando Paty empezaba a retirarse, Sonia apareció por la izquierda, agarró la barbilla de Pedro y le plantó un beso en los labios. Ligero, breve. - ¿Cómo le va Pedrito”- se limitó a decir, y le pidió que las llevase a la fiesta, que tenía muchas ganas de divertirse esa noche.

………..

La casa estaba en la carretera de la Sierra, a unos kilómetros de Madrid. Era una vivienda grande, con dos plantas y no sé cuántas habitaciones. Un salón con una chimenea enorme. Hacía calor, el otoño en esa ciudad es a veces sofocante, a veces diluvia y otras hace bastante fresco. Esa noche era cálida. Eso nos permitió abusar de nuestros armarios y salir con la ropa imprescindible.

Había otros tres chicos y cinco chicas más en la fiesta. Se lo habían montado bien. En una mesa enorme había algo de comida, nada sustancioso, mucho picoteo y alguna cosa fría, chips, olivas, canapés, frutos secos. Poca comida. Otra mesa más pequeña estaba repleta de bebidas y en la puerta, un gran barril lleno de hielo y cerveza. El alcohol no iba a faltar esa noche.

Casi todos los del grupo habían salido juntos desde la adolescencia, alguno como Pedro y otra chica morena de ojos azules, preciosa pero muy callada, se habían incorporado al grupo en la Universidad. Los padres de la mayoría tenían casas en la zona y estaban habituados a estas fiestas siempre que alguna casa quedaba vacía un fin de semana. Se movían interpretando una coreografía perfecta y todos sabían qué les tocaba hacer.

Empezamos bebiendo una cerveza que nos pusieron en la mano al bajar del coche, después nos presentaron a la pandilla. Nos acogieron a las tres inmediatamente y nos convertimos en el centro de atención. Querían saber cosas de nuestro país, de nuestros estudios, por qué habíamos decidido venir a España. Poco a poco nos fueron separando y cada una quedó a merced de un grupo de chicos que nos preguntaban y nos escuchaban con atención. Les hacía gracia nuestro acento. Decían que era dulce.

Pedro se quedó en el grupo Sonia. Parece que el beso que le dió en los labios al saludarlo cuando subimos a su coche lo había embrujado. Estaba embelesado y no dejaba mirarle el trasero. De cuando en cuando, le ponía la mano en la cintura. Yo creo que estaba intentando comprobar si se había puesto bragas porque las mallas que vestía no dejaban mucho a la imaginación.

Los chicos seguían preguntándome por mi país y en cuanto vieron que mi cerveza se vaciaba uno de ellos se ofreció a traerme otra. Mientras hablaba, los miraba alternativamente, por ser educada con todos. En cuanto les quitaba los ojos de encima las miradas se dirigían a mis pechos. En los ojos se notaba el deseo de tocarlas y hasta las mujeres, miraban mi escote con cierto disimulo.

Pedro se escapó un momento del grupo de Sonia hacia el barril. Iba a llevarle otra cerveza. Cuando regresaba, aún no habíamos entrado en la casa porque hacía muy buena temperatura, Elena lo llamó y le pidió una para ella. Obediente, se la llevó y ya no lo soltó. Estaban sentados en los escalones del porche de entrada a la casa y le pidió que se sentase junto a ella. Se levantó y se sentó en sus rodillas con toda naturalidad. Pedro aprovechó y le plantó la mano derecha en el muslo. Desde mi posición estaba viendo como mi amiga enseñaba sin pudor sus bragas rojas y como la mano de Pedro descansaba cerca del borde de la faldita.

La situación se estaba complicando para mis intereses, pero no encontraba la manera de atraer a Pedro a mi grupo. En la puerta aún tomamos dos cervezas más y la conversación empezaba a subir de tono. Uno de los chicos me preguntó si era cierta la fama de tetonas que teníamos las mexicanas, al menos es España. Paco que se había acercado a mi grupo, salió en mi ayuda, no me hacía falta la verdad, y le contestó que  - seguro que ninguna como Paty -. Estaba ganando puntos el muchacho, pero no podía perder de vista mi objetivo.

La anfitriona, Mónica, propuso al fin un traslado al salón. - Vamos a dejar un rato tranquilas a las mexicanas y así comemos algo y nos preparamos para el juego del pizzero. Debería llegar en unos veinte minutos -. Todos aplaudieron y nos sentamos en los sofás y en sillas alrededor de una mesa redonda y baja. No había visto ninguna tan grande. Mónica siguió tomando la iniciativa y fijó las normas. - Todos conocéis las reglas y el premio. Como nuestras nuevas amigas no saben de qué va esto las vamos al dejar al margen por esta vez -. Un ¡oh! decepcionado y masivo salió de las bocas de todos y nosotras nos miramos con una risa nerviosa sin saber de qué estaban hablando.

………

Una guerra a muerte por conseguir la atención de Pedro. Esa era situación que debía describir. Pero nunca había sido testigo de una disputa larvada entre tres mujeres por conseguir a un hombre. Al menos no me había dado cuenta. Las mujeres suelen ser muy discretas con estas cosas. Solo en ocasiones, si el alcohol está presente o si el enfrentamiento sobrepasa los límites, puede uno darse cuenta de los manejos que realizan.

Pero Pedro no sabía lo que estaban tramando las mexicanas. Simplemente se sentiría adulado por el interés que las tres mostraban en él. Debía pensar que era él quien las estaba conquistando. En realidad era el objeto de un juego, de una apuesta entre un grupo de amigas con ganas de divertirse. Supongo, que en el fondo a Pedro no le importaría ser utilizado en estas circunstancias, pero quizás sí le importaría la sensación de perder el control, de saberse manejado por tres mujeres.

¿Y Paty? Describía a sus amigas como dos auténticos bombones. Ningún hombre podría resistir el acoso de dos mujeres de esas características. Eso era una complicación. Se me estaba atragantando la historia. La vida daba vueltas a mi alrededor y no me dejaba concentrarme en la historia de las tetas de Paty. El tiempo pasaba y era incapaz de cumplir mi promesa de escribir su historia.. Eso no me agradaba. Cada vez que me venía a la mente sentía un enorme desasosiego. Aún no había sido capaz siquiera de elegir un narrador. Había empezado con un narrador omnisciente centrado en la figura de Pedro, pero había algo que no me acababa de gustar.

………

Mientras todos se preparaban para el juego, Pedro se acercó zalamero a Mónica y le susurró algo al oído. Ella se giró sorprendida y él compuso su sonrisa más seductora. Mónica parecía soprendida - ¿de verdad que no quieres? Tú verás, pero vas a perder el premio -, Pedro confirmó su petición y Mónica se alejó de él con un - allá tú -. En unos segundos se había formado un círculo y en el centro quedó la anfitriona que fue ofreciendo a cada uno de los asistentes, excepto a las mexicanas, que escogiera un palo entre los que sostenía entre sus manos. El primero en elegir fue Pedro.

Los palos fueron quedando en manos de los jóvenes. En su parte oculta estaban pintados de color azul, salvo dos, de rojo. Quiénes los eligieron fueron los ganadores, o los perdedores del juego. Laura, una chica con una artificial melena rubia que llamaba la atención por sus labios sensuales y una boca grande algo ajena a su pequeño cuerpo; y Carlos, uno de los amigos de Pedro, fueron los agraciados con el palo rojo. Todos aplaudieron, rieron y bromearon con ellos.

Los dos se situaron en el centro del círculo y todos comenzaron a hacer palmas rítmicamente. Pedro se había sentado entre Elena y Sonia, que babeaban a su lado. Paty tenía a su derecha a Paco y a su izquierda a Manuel. Ambos se mostraban emocionados con la escena que se vivía en el centro del círculo y Paco sonreía insistentemente a la mexicana, pero ella tenía la mirada fija en Pedro y en los acercamientos de sus amigas.

En el centro del círculo, Laura fue la primera en decidirse, el que golpea primero lo hace dos veces, y se descalzó. Carlos también se quitó los zapatos. Le tocaba a la chica que se despojó de la camisa, después lo hizo el chico. La falda voló lanzada a la concurrencia y acto seguido los pantalones. La chica había quedado en clara desventaja. Solo le quedaba el sostén y el tanga, mientras que Carlos conservaba los calzoncillos, pero no le importaba tener el pecho desnudo. Laura, pequeña, no se asustó y se quitó el sujetador. Una tetas pequeñas y desafiantes provocaron la admiración de todos. Si Carlos quería ganar debía quedarse totalmente desnudo.

…………

Estos pinches españoles eran unos calientones. Empezaba a pensar que se reunían cada cierto tiempo en las casas de los padres para chingar unos con otros. La verdad es que no estaba mal pensado. Evitaban las molestias de las discotecas y los antros y cogían con amigos de confianza. Me intrigaba saber cómo iba a terminar la noche. Estaba claro que allí no nos habían invitado solo para beber cerveza y cenar. La noche se estaba poniendo al rojo vivo.

El pizzero era el chico que traía las pizzas que habían encargado para cenar. Como Carlos no se había atrevido a quitarse los calzoncillos había perdido el juego. Debía salir a recoger el pedido, tal y como había terminado el juego, y sería durante toda la noche el esclavo de Laura, que a pesar de haber ganado seguía con los pechos al aire. Eran muy pequeños realmente pero lograban atraer las miradas de los chicos. Reconozco que eran sensuales. La chica era delgada y bonita. Se mostraba desafiante con sus pequeñas tetas expuestas a las miradas de todos. Nadie se cortaba. No sé qué habría sucedido si llegó a ser yo la que se hubiera quedado en tetas.

Nos zampamos las pizzas en un suspiro. Tanta cerveza nos había dado hambre. Los dos jugadores seguían semidesnudos. Según me dijo Paco las normas del juego obligaban a permanecer así toda la noche. Su amigo siempre había estado loco por Laura y por eso no había querido obligarla a dar un paso más y prefirió someterse a sus deseos. Suerte que la temperatura era buena. Laura, de cuando en cuando le pedía a Carlos que le trajera algo de la cocina, ahora una servilleta, ahora una bebida, un cubierto. Cuando se acercaba a ella, con gesto sumiso, ella le agarraba el paquete y lo despedía con una palmada en el trasero. Las chicas estallaban en risas. En realidad resultaba muy cómico.

Las copas empezaron a circular en la sala. Pero alguien recordó que habían traído tequila en honor a las invitadas. Típico. Inmediatamente propusieron consumir las dos botellas de tequila jugando a reto o castigo. Nos contaron sus normas. La primera vez que la botella te apunta no tienes elección. Castigo, y el castigo hoy será un chupito de tequila. La segunda es el turno del reto, si lo cumples genial, si no lo cumples, castigo. Chupito de tequila. La tercera vez tampoco es opcional, castigo. Chupito de tequila. A partir de aquí, siempre se puede elegir. Antes de la décima ronda chupito de tequila para todos. Después chupito cada cinco rondas. Así hasta que se acaben las dos botellas.

Joder con los españoles. Estaba claro que se querían poner ciegos y les iba a dar igual a quién se cogían. No se andaban con tonterías.

……….

La resolución del relato estaba hecha. Era la historia de Paty. Eso me dejaba pocas posibilidades para crear. Me sentía algo encorsetado y eso, seguramente me estaba retrasando. Pasaban los meses y no era capaz de avanzar en la historia. Me había limitado a poner a Pedro delante de un espejo arreglándose para salir con las mexicanas.

Paty me había contando que era un joven atractivo. Alto, fuerte. Seguro de sí mismo. Perseguido por las mujeres. Ellas, tras conocerlo habían hecho una apuesta. Era algo que hacían habitualmente. Cuando una de ellas lograse llevarlo a la cama el resto se retirarían del juego. Dejarían el camino libre a la ganadora. Le había pedido que me describiera a sus amigas, que se describiera ella misma. Necesitaba saber su talla de sujetador para hacerme una idea del tamaño de sus pechos. Era lo que ella destacaba. “Mis pechos son grandes”, me explicó “pero a pesar de eso se mantienen muy bien, seguramente por el ejercicio. Mi talla de sujetador es una 42D, los pezones son grandes y la areola es de color rojizo. Ese día llevaba un sujetador blanco de encaje”.

Con esa descripción podía hacerme una día del tamaño de los pechos de Paty. Pero seguía sin lograr hilvanar la historia. Debía ubicarla en el espacio y el tiempo. Rodearla de un contexto creíble. Tratar de que el contenido sexual fuera creciendo poco a poco hasta llegar al momento en el que se producía el desenlace que ella me había relatado. Los meses pasaban y no lograba encontrar un final, seguramente porque ya estaba escrito.

……….

La chicas tenían a Pedro acorralado. Las manos de Sonia y Elena volaban sobre el cuerpo del joven. Se acercaban a su oído y le colocaban la mano en el pecho para comentarle cualquier bobada que se les ocurría. Iban a empezar con el juego de la botella. Quién giraba el recipiente se encargaba de poner la penitencia a la persona agraciada. En el centro de círculo Laura, que se había ganado el derecho a ser la primera, la hizo girar con velocidad. Giró, giró, giró y poco a poco se fue ralentizado su velocidad, buscando su primera víctima. El cuello apuntaba claramente hacia la posición de Paty. Laura llenó hasta arriba de Tequila un vaso pequeño y la mexicana se lo bebió de un golpe sin hacer un gesto de desagrado. Todos vociferaron su nombre y aplaudieron.

Paty fue la siguiente en hacer girar la botella y esta vez apuntó directamente a la posición de la anfitriona que repitió la operación con el Tequila. En la octava ronda, la botella, ya se habían estrenado con el tequila siete de los presentes, se decidió por Carlos. Él no había bebido tequila pero como perdedor del juego estaba obligado a asumir el reto, que en su caso siempre tenía que proponer Laura. Carlos tuvo que quitarse, ahora sí, los calzoncillos y parar unos segundos delante de cada chica, a merced de ésta. La mayoría palmeamos su trasero con fuerza. Al llegar el turno a Laura llevaba las nalgas rojas. Alguno de los chicos también había probado la resistencia las nalgas de Carlos. Laura lo agarró por los testículos y apretó con fuerza durante unos segundos. El pobre Carlos se excitó y mostró su pene en erección a todos. Entonces Laura premió sus sufrimientos lamiendo lentamente desde el tronco hasta el capullo. El chico volvió a su lugar, totalmente desnudo, empalmado y visiblemente turbado.

Cuando terminó la novena ronda llegó el momento del lingotazo general. El ambiente estaba más que caldeado. Los chicos se impacientaban. Ninguna de las chicas había tenido que cumplir aún el reto, pero todas menos dos de las mexicanas habían cumplido ya su primer castigo. Ambas seguían disputándose la atención de Pedro. Que cada vez se lanzaba con más atrevimiento sobre ellas manoseando sus cuerpos. La fortuna quiso que la botella apuntará por segunda vez a Pedro y tuvo que quitarse la camisa para disfrute de la concurrencia femenina.

Era su turno hizo girar la botella con fuerza, tardó mucho en pararse. Paty fue la agraciada y le tocaba a Pedro plantearle un reto. Todas las miradas apuntaban al joven. Los hombres casi babeaban ante la perspectiva y no se cortaban al animarle a pedir un reto jugoso. Las chicas sonreían.

………

Reconozco que me temblaban las piernas. La boca de la botella me apuntaba de nuevo y esta vez me tocaba asumir un reto. Hasta ahora nadie lo había rechazado. No quería ser la primera, pero tampoco conocía tanto al grupo y me sentía algo cohibida. Además, la fortuna había querido que el reto me lo impusiera Pedro. Estaba perdiendo claramente el juego con mis amigas, que lo tenían acaparado. No había tenido la oportunidad de acercarme a él en toda la noche. Internamente, mientras Pedro pensaba lo que me iba a pedir y el resto hacían palmas y pedían sangre, decidí que iba a cumplir su reto. Quizás iba a ser la única opción que tendría en esa noche para dar un giro a la situación.

En realidad no me sorprendió que Pedro me pidiera que les enseñara las tetas. Era tan evidente. Era lo que todos estaban deseado. Algunos en voz alta. Y Pedro también deseaba ver mis tetas. Estaba segura. Solo cuando había logrado que fijara su atención en mis pechos había sentido que lo tenía en mis manos. Pues las iba a ver, pero todavía sin tocar. Me levanté y me puse a menear el trasero lo más sensualmente que sabía mientras me quitaba la chaqueta vaquera sin mangas. Empecé a acariciar mis pechos. Mis manos pequeñas eran incapaces de abarcarlos.

Recorrí mi trasero, los muslos y el sexo. Volví a recorrer el camino inverso hacia mis pechos y comencé a tirar lentamente de la camiseta subiéndola poco a poco hasta dejar al descubierto mi sujetador de encaje blanco. Levanté los brazos al cielo para sacar la camiseta y así, con mi sonrisa más provocativa, seguí moviéndome lentamente, ahora ya solo mirando a Pedro y cada vez más cerca de su posición.

Continuaba bailando al ritmo de la música, en el centro del grupo ahora, girando para que todos me observaran y para hacer rabiar un poco a Pedro. De espaldas a él, me desabroché el sostén con cuidado de que no se moviera de su sitio. Bajé los tirantes y sostuve con las manos las copas tapando aún mis pechos. En esa posición, y contoneándome sensualmente, me volví hacia Pedro e inclinándome un poco sobre él liberé mis tetas, mientras las hacía bailar a unos centímetros de su cara y le dejaba caer el sujetador en la cara.

No estoy acostumbrada a enseñar mis pechos en público, solo un par de veces en la playa, pero aquí me estaba exhibiendo, calentando al personal y me estaba sintiendo bien. Veía la cara de deseo en los hombres, que se ofrecían sin pudor a usarlas para una rusa, una cubana decían y la cara de las chicas, con los ojos abiertos. Sonia aseguró, mirando a Elena, que no pensaba que fueran tan grandes. Me deseaban. En ese momento era la reina de la fiesta, estaba por encima de todas. Pedro, no quitaba los ojos de mis pechos, no decía nada, pero no podía dejar de mirarme mientras giraba sobre mi para mostrar mis pechos a todos con los brazos en altos y sonriendo lasciva. - Montañas sagradas - decía uno, - Cuánta carne, dios- y todos comentaban el tamaño con cara de bobos.

Dejé el sujetador en manos de Pedro y recogí mi camiseta para taparme, no me puse nada más encima. Era ligeramente transparente por lo que tampoco ocultaba totalmente mis pechos. Tenía los pezones duros, erectos, visibles para todos mientras me hacía cargo de la botella y la hacía girar. El juego seguía. Aún quedaba algo más de una botella por consumir, pero yo ya había jugado mis cartas y sentía que había ganado la partida.  Estaba exultante tenía a Pedro en mi manos, bueno, quizás sería mejor decir entre mis tetas, y a toda la reunión aún impactada por la visión. Me sentía poderosa, superior, la más deseada.

………..

Los correos siguieron circulando entre ambos. Entretanto escribía otros relatos, otras historias. Pero ésta no lograba avanzar como hubiera querido. Imaginaba a Paty como una chica alegre, realista, orgullosa de sus enormes tetas y capaz de aprovechar su poder en su beneficio. Su presencia era tan imponente que me costaba diseñar otros personajes. Sus amigas, que ella decía eran muy hermosas y apetecibles, quedaban esbozadas con pinceladas forzadas. Pedro se me presentaba como un tipo engreído. Le estaba tomando manía, quizás algo de envidia al personaje.

Paty se mostraba muy amable, comprensiva con mi retraso, con mi incumplimiento. Supongo que le habría costado relatar su historia a un desconocido del que solo tenía referencias a través de algunos relatos. Sin embargo, la chica no se mostraba molesta ni me mandaba al infierno a pesar de que no era capaz de cumplir mi promesa. Seguía esperando pacientemente.

Incluso una vez me preguntó si seguía interesado en contar su historia, ya me retrasaba varios meses por entonces. Le dije que sí. Que andaba con mucho lío y me costaba encontrar el tiempo necesario. Era cierto lo del lío. Pero lo que me costaba era encontrar la inspiración, la idea que le diera sentido a todo el relato. Había algo en la historia que me bloqueaba.

……...

La visión de los pechos grandiosos de Paty había hipnotizado al grupo. La botella siguió girando y el tequila acabó apurándose. Más chupitos, más retos, y otra vez más chupitos. Pero nadie logró igualar el impacto que había causado las tetas de la mexicana. Laura decidió tapar sus pechos unas rondas después de la visión de los Dolomitas de Paty. Tenía algo de fresco, dijo. Con ello liberaba a Carlos de su esclavitud que pudo vestirse también porque era el único desnudo en la reunión.

Sonia tuvo que enseñar a todos el culo. Corrieron apuestas sobre si llevaba tanga o no. Cumplió el reto con una sensualidad que derretía el metal y mostró a todos su firme trasero y la tanga de hilo dental que descubrió, finalmente, que sí llevaba ropa interior. A pesar de los esfuerzos de Sonia, Pedro y todos los hombres, seguían pendientes de los movimientos de Paty. Ahora sin sujetador, la camiseta negra sufría en cada movimiento de la mexicana para mantener dentro de sí los enormes pechos de la joven. Sus tetas tenían un efecto hipnótico que mantenía a los chicos pendientes de cada gesto de la mexicana. Ella exageraba sus aspavientos para mantenerlos a todos en ese estado de ensoñación.

El tequila se acabó en la última ronda general y todos dieron por terminado el juego. Las chicas salieron disparadas a bailar, mientras los chicos rodeaban a Paty priopeándola sin rubor. El alcohol los había desinhibido definitivamente y se insinuaban a la mexicana, en algún caso con cierta obscenidad. Pedro se liberó del acoso de Elena y Sonia y se acercó a Paty por primera vez en toda la noche.. - No sé que he estado haciendo toda la noche lejos de ti. ¿crees que estoy a tiempo de solucionarlo aún?

………

La noche siguió avanzando y Pedro se pegó a mi como una lapa. Bailaba conmigo y me piropeaba al oído. Decía que le había encantado mi número. Seguía tomando y me trajo una copa, aunque yo prefería limitarme a sostenerla y no seguir bebiendo. No estoy demasiado acostumbrada al alcohol y esa noche ya tenía bastante. Quería estar sobria para saborear mi victoria y de paso a Pedro. De vez en cuando, tanto Elena como Sonia se acercaban bailando a Pedro y se pegaban a él para tratar de reconducir la situación a su favor, pero él no quería despegarse de mis tetas.

El resto de chicos fueron buscando otros objetivos cuando vieron que yo estaba a gusto con Pedro y no mostraba interés por ninguno de ellos. La mayoría acabaron acercándose, ya más borrachos de lo razonable a las otras chicas. Uno de ellos propuso una partida de strip póker para culminar la noche. Sacaron varias barajas para que todos pudiéramos participar.

Pedro me cogió de la mano cuando íbamos a sumarnos al juego y me retuvo. - tú ya has tenido tu ración de strip esta noche. Qué te parece si jugamos al póker los dos solos en una habitación. La casa es muy grande y la conozco bien -. Una sensación de triunfo subió de mi sexo hacia mis labios y sonreí. Miré a mis amigas que estaban pendientes, haciendo tiempo antes de incorporarse a la partida y les guiñé unl ojo. Supieron que la victoria se había completado.

Nos metimos en un cuarto que parecía un despacho. La respiración de Pedro se agitaba y trataba de meterme mano, aunque yo aún me resistía, bueno, simulaba que me resistía. Nos lanzamos desesperados sobre un sillón que había delante de una estantería repleta de libros. Pedró sacó mi sujetador - esto es tuyo, pero si lo quieres tienes que quitarte esa camiseta -. No esperó mi respuesta y forcejeó con ella para liberar nuevamente mis tetas. Ahora estaban a su disposición.

Las apretaba, intentaba abarcarlas con su manos grandes, pero no lo conseguía. Las sostenía como si intentase calcular su peso. Se lanzó a lamer los pezones, que se pusieron duros. Gozaba. Decía que nunca había disfrutado una tetas así. Hundía el rostro entre mis pechos que casi ocultaban su cabeza entera y salía a respirar al cabo de unos segundos para volver a lamer los pezones. Entretanto, yo acariciaba su pene por encima del pantalón.. Era grande. Me estaba excitando. Notaba la humedad en mis bragas. Como pude baje la cremallera del pantalón, saqué su pija y empecé a mastubarlo lentamente mientras él seguía recorriendo cada centímetro de mis pechos, con las manos, con la boca.

Pedro me susurró al oído que me recostara en el sofá. Quería más. Yo sabía lo que deseaba y se lo iba a dar. Tenía que llevarse un recuerdo imborrable de aquella noche. - Quiero meterla entre tus tetas -. Obediente me recliné y mientras se desprendía de los pantalones y se subía a horcajadas sobre mí, apuntándome amenazadoramente. Escupí entre mis tetas para lubricar el canalillo. - Ahora puedes meterla aquí -, le dije.

Con su pene entre mis pechos empezó a moverse frenéticamente mientras yo elevaba mis tetas con las manos para facilitar la rusa. Su miembro se perdía cada vez que se retiraba para tomar impulso y la cabeza babeante reaparecía cerca de mi boca. Yo aprovechaba de vez en cuando para escupir y mantener la lubricación. Había perdido el sentido de la realidad y solo decía que le encantaban mis tetas, que eran enormes, preciosas, duras y firmes, Seguía moviéndose sin descanso y me pidió que sacara la lengua para tocar la punta de su pene en cada embestida.

No fueron más de tres minutos de ejercicio desbocado cuando comenzó a lanzar chorros de semen sobre mis pechos y mi cuello. Con la mano derecha seguí exprimiéndolo a pesar de que había perdido dureza. - Úntalo en tus tetas - me pidió. Yo estaba muy caliente y con mi mejor cara de vicio esparcí su crema por mis pechos.

Pedro se levantó y mientras se vestía me dio las gracias y me pidió el número de teléfono. Me dijo que le gustaría verme otro día. Yo pensé que en realidad quería ver a mis tetas. Pero estaba encantada. Lo había hecho disfrutar como no muchas mujeres podrían hacerlo. Salió del despacho. Recuperé mi ropa y antes de salir me aseguré de que no había nadie por el pasillo. Busqué un baño para limpiarme la corrida antes de volver a la reunión. Mis bragas estaban empapadas así es que me las quité y las guardé. No pude contenerme y  bajé mi calentura en el baño. Nunca me había corrido tan rápido y sobre todo tan intensamente recordando las caricias de Pedro y su excitación mientras me follaba las tetas.

Volví a verlo dos o tres veces más. Siempre solos y siempre para tomar unas copas y buscar un lugar discreto donde ocupar el asiento trasero de su coche. Me magreaba las tetas y me acababa pidiendo de nuevo meterla entre ellas donde se corría con un rostro de felicidad que no he vuelto a ver. Bueno, quizás alguna vez más lo habré visto. Nunca me folló pero no me hacía falta. Yo le daba algo distinto, algo que mis amigas no pudieron darle.

……..

Decidí que la historia tenía que ser lo más fiel posible a la que había vivido Paty. A la que me había contado apasionadamente. Esa era la solución para apartar la maldición del folio en blanco, para desterrar ese desasosiego que me turbaba. Seguí intercambiando correos con ella. Haciendo preguntas, intentando encontrar la clave. En uno de esos correos la encontré. Aunque había hecho una somera descripción física de sí misma en unos de los primeros intercambios, ahora decidió enviarme una fotografía. Llevaba una minifalda azul, una chaquetilla vaquera sin mangas, una liviana camiseta negra de tirantes de la que sobresalía un sujetador blanco con encajes. Era pequeña y sonreía.

Todo se conectó al mirar la foto. Mi memoria se reactivó. Recordé sus tetas, su sonrisa, el baile insinuante, mis torpes intentos por acercarme a ella aquella noche, mi frustración viendo como se alejaba agarrada a Pedro hacia el interior de aquella casa en la sierra. El alcohol que me hizo esconder la rabia y borrarlo todo de mi memoria hasta que vi su foto en el email. Me dí cuenta de que no había sufrido un bloqueo creativo, en mi interior sabía que era ella desde el principio. Entonces supe que Pedro no se llamaba en realidad así, y tampoco Paty era un nombre real. Aún sigo maldiciendo la suerte de “Pedro” y aún me masturbo pensando en los pechos de “Paty”, aunque en realidad mi nombre tampoco es Paco.