La mujer más buena es la ajena (primera parte)

Sobre cómo caí en la tentación con una mujer casada, a pesar de que yo tenía en casa a una hermosa y fiel mujer a la que terminé comprometiendo.

Ha pasado mucho tiempo desde que ocurrió lo que estoy a punto de contarles. No se lo he platicado a nadie antes y prefiero seguir en el anonimato. Omitiré nombres y datos geográficos por prudencia y respeto a los involucrados en estos hechos. La mayoría de las acciones y detalles aquí descritos se han quedado grabados profundamente en mi memoria. Pero hay algunos pocos datos que los he olvidado, por lo que tuve que hacer en algunas partes, un esfuerzo de reconstrucción de la historia, para todo que tuviera sentido.

Si alguno de ustedes prefiere pensar que esto fue producto de mi imaginación o de una fantasía reprimida, yo estaré más tranquilo de que así lo vean. Aun así, me gustaría saber al final que opinan de lo que aquí les cuento.

No quiero aburrirlos con una larga introducción, pero es necesario que conozcan brevemente quien soy y en cuál situación me encontraba en aquel momento.

Soy un empresario con un negocio pequeño pero exitoso que heredé de mis padres hace ya muchos años. En aquel entonces, llevaba casado casi 20 años con mi querida esposa y ambos pasábamos de los 40 años de edad. Ella es una mujer hermosa, que de muy joven y antes de que yo la conociera, llegó incluso a ganar algún concurso de belleza local no muy importante, pero muy significativo y bien competido en la zona del país donde ella vivía.

Era una mujer alta con caderas amplias y curveadas, tez clara, ojos negros, cabello castaño largo y ondulado. Y unos grandes pechos que siempre fueron la envidia de sus amigas y lo más llamativo de ella, según la opinión de quienes se atrevían a contarlo. Tampoco quiero que se la vayan a imaginar con unos pechos demasiado grandes y desproporcionados. Lo llamativo de sus pechos era precisamente que tenían el tamaño estéticamente adecuado para una mujer tan alta como ella.

Es obvio que el paso de los años ya le habían dejado algunos estragos en su cuerpo, pues su piel ya mostraba algunas pequeñas imperfecciones y sus hermosos pechos mostraban ya, un ligero y natural declive ante la fuerza de la gravedad. Algunas pocas canas se asomaban en su nutrida y larga cabellera. Ya no tenía el clásico y escultural cuerpo de mujer de revista, que, en mi opinión, ella sí llegó a tener cuándo la conocí y me enamoré perdidamente de ella. Pero nada de esto me parecía degradante o lamentable. Incluso me parecía que la hacían ver muy especial y más mía.

Más allá de la parte física, era una mujer cariñosa y fiel. De fuertes convicciones y de una gran personalidad. Se había empezado a obsesionar en probar y practicar todo tipo de deportes para tratar de mantener su figura como cuando era joven. Frecuentábamos un club deportivo cerca de la casa en dónde yo era testigo de todos sus esfuerzos por mantenerse activa y en forma. Yo, en secreto, siempre le agradecí ese gesto.

Nos llevábamos muy bien entre nosotros y nuestra vida sexual seguía siendo placentera e intensa. Sin bien, hay que decirlo, ya no lo hacíamos tan seguido como antes, lo compensábamos, en buena medida, con mucha experiencia y conocimiento mutuo sobre nuestro propio cuerpo y el de nuestra pareja. La conocía tan al detalle, que bien pude haberla dibujado a lápiz desnuda y sin tenerla en frente, considerando hasta el último de sus lunares, él más escondido y sexy de ellos. Me encantaba su cuerpo con curvas de guitarra y olores de mi tierra, como muchas veces se lo dije al oído mientras le hacía el amor.

Por todo esto es que todavía no puedo creer lo que llegó a suceder. Si bien, la naturaleza de mi negocio me permitía conocer de vez en cuando a algunas mujeres muy guapas, ninguna de ellas me provocó algo más que una mirada indiscreta y fugaz para comprobar la forma de sus atractivos cuerpos. Yo no estaba ciego. Pero no tenía el deseo ni la intención de engañar a mi querida esposa. Con ella tenía todo lo que un hombre podía buscar y desear. O eso pensaba yo en aquel tiempo.

Todo empezó a cambiar lentamente cuando al morir una vieja vecina que teníamos enfrente de nuestra casa, sus hijos le vendieron dicha casa a una joven pareja que se instaló rápidamente en la fresca casa de la anciana durante un caluroso fin de semana de verano. Los recién llegados resultaron ser muy sociables y a las pocas semanas ya cruzábamos algunas palabras con ellos al coincidir en el club deportivo al que acostumbraba ir yo con mi esposa.

Mi primera impresión de ellos fue agradable, pero nada especial. Él era un joven ejecutivo recién nombrado en una empresa de la región, gracias a sus referencias personales y familiares, más que a su experiencia y méritos propios. Y ella era una agradable joven francesa emigrada de pequeña y que ya hablaba un casi perfecto español, pero con un muy simpático acento francés. Debo decirlo, la nueva vecina era bastante atractiva, sobre todo por su rostro fino y elegante. Pero al inicio no despertó en mí mayor interés que cualquier otra mujer guapa de las muchas que yo había conocido antes.

Pronto pude conocer más detalles sobre ellos, ya que mi esposa y la esposa del joven ejecutivo se volvieron pronto buenas compañeras de deporte, y con el paso de los meses, se hicieron buenas amigas. Varios meses después, ya frecuentábamos algunos fines de semana las casas de ambos para tomar unas copas mientras jugábamos dominó en parejas y nos contábamos nuestras vidas con una natural y sana curiosidad. La ventaja de vivir en frente nos permitía excedernos a veces en el alcohol con la excusa de que no teníamos que manejar de regreso a casa. Y gracias al alcohol y a las prolongadas sesiones de juegos y charlas, fue que empezamos conocer de nosotros más de lo que debíamos.

Al principio, los temas de nuestras pláticas fueron superficiales, pero al ir ganando confianza y encontrar ciertas coincidencias en nuestra forma de ser, pasamos a asuntos más profundos y personales. Algunas veces, las simpáticas situaciones que provocaba el imperfecto español de la vecina hacían que todos nos muriéramos de la risa. En esas charlas pude enterarme de que este par de jóvenes se habían conocido en un gimnasio mientras hacían ejercicio. Eso explicaba en parte, los marcados músculos de él y la esbelta figura que ella poseía.

Ella no era tan alta como mi esposa. Tenía un cuerpo de tallas medianas o incluso pequeñas, que no resaltaba mucho con algunos de los atuendos que ella usaba. Sin embargo, empecé a tonar que, con algunas otras prendas que ella se ponía, su cuerpo se notaba más atractivo, ya que lucía bien proporcionado. Cuando caminaba, lo hacía con gracia y ligereza, y su silueta reflejaba elegancia y juventud. No tenía un gramo de grasa y su piel era tersa como la de un bebé.

Me empezó a resultar muy agradable su voz cuando intentaba hablar correctamente nuestro idioma, y el resultado era tierno y a algunas veces un poco sexy. Cuando ella reía, sus grandes ojos claros entre verdes y azules, y su fina boca sonriente, la hacían verse más atractiva que cuando estaba seria.

En fin. La convivencia cercana y frecuente con ellos me hicieron ver a mi vecina con diferentes ojos. Antes de esa joven mujer, sólo había visto de esa manera a mi fiel esposa de toda la vida. Y al parecer a mí no era al único que le estaban afectando nuestras frecuentes y amistosas reuniones. En algún momento, pude detectar indiscretas miradas de mi vecino enfocadas en algunas partes de la anatomía de mi esposa. Y bueno, ni cómo culparlo, en muchas de nuestras veladas las atractivas curvas de mi esposa me distraían a mí también. En ocasiones, los pechos de mi esposa se mostraban muy interesantes cuando ella se reía estrepitosamente porque se movían al ritmo de su risa dejándonos al vecino y a mí, con los ojos muy atentos para no perder detalle. Y cuando ya andaba algo borracha, algunas veces llegó a mostrar por accidente alguna pequeña parte extra de su cuerpo, que de haber estado sobria jamás mostraría. La parte brevemente expuesta siempre era poco como para poder ver con claridad lo que ella tenía bajo sus ropas, pero seguramente suficiente como para que el vecino comenzara a imaginar y a fantasear con lo quedaba por debajo de ellas.

En las más íntimas conversaciones que tuvimos entre los cuatro, nos llegamos a confesar varios interesantes secretos personales. Entre ellos, una coincidencia destacó por su relación e impacto con los acontecimientos que aquí relato. Los cuatro habíamos llegamos vírgenes hasta nuestras actuales parejas. Aunque ninguno llegó virgen al matrimonio, todos por diferentes razones habíamos tenido una sola pareja sexual completa hasta ese momento. Esto podría parecer increíble en esta época. Pero los motivos eran, como dije antes, bien diferentes en cada uno de nosotros. Nos reíamos mucho escuchando cada una de nuestras propias historias. Mi esposa era muy apegada a las costumbres tradicionalistas de aquella época, y aún estaba muy joven cuando iniciamos nuestro noviazgo. Aunque a ella le sobraban pretendientes que la asediaban en todo momento por su destacada belleza, yo fui el único afortunado que pudo convencerla en ir más allá de un beso apasionado. Por mi parte, yo no había tenido mucha suerte con las mujeres antes de conocer a mi esposa, así que mi castidad previa ocurrió sin planearla, y por supuesto, sin desearla. El fornido e inexperto vecino tuvo algunos avances y toqueteos con algunas novias anteriores y una sola oportunidad abierta e inmejorable para desvirgarse con una de esas novias. Pero una sorpresiva y desafortunada eyaculación precoz le hizo perder esa irrepetible ocasión. Por último, la vecina dijo que, aunque tuvo muchos pretendientes interesados en su acento francés y en algo más, ella fue celosamente vigilada de cerca por sus preocupados padres. Hasta que un día, su futuro marido se la llevó sin permiso a un viaje fuera de la ciudad, que la dejó momentáneamente lejos de la tutela de sus preceptores, y del cual ya no regreso intacta, pero regresó muy feliz, según nos contó entre risas. El resto de los detalles me los tuve que imaginar porque tampoco nos lo iba a contar con peras y manzanas. Aunque a mí me hubiera encantado conocer más detalles sobre ese primer viaje de la joven pareja.

Poco a poco la curiosidad y el deseo se fueron instalando en el fondo de mi cerebro. Uno no pude desear lo que no conoce. Pero a esta francesa ya la estaba conociendo bastante, y empecé a fantasear con conocer la parte que aun desconocía. Me sentí mal por ello y empecé a decirme que tenía que ponerle un alto a ese carnal impulso que seguro no me llevaría a nada. No había forma que me llevara a ningún lado, pensé. A demás, yo ya tenía todo lo que un hombre podría desear, al estar casado con mi hermosa mujer.

Yo creo que hasta ahí hubieran llegado las cosas, si no fuera porque, un soleado día, en el club deportivo, mientras veíamos a nuestras respectivas esposas jugar un partido de tenis, sentados cómodamente a un costado de la cancha, mi amigo y vecino me digo en voz baja, casi al oído:

  • Y si una noche te presto a mi esposa, ¿tu harías lo mismo con la tuya?

Al oír eso no pude más que reír ante el creativo comentario, que no podía ser más que una broma de mi vecino. Al escucharme reír, él también rio y ya no dijo nada. Nos quedamos en silencio viendo a nuestras esposas sudar y contornear su cuerpo en frente de nosotros para tratar de ganar la partida de tenis. Mi vecina se movía ágil de un lado a otro con fuerza y gracia. La falda corta de tenis hacía que su trasero luciera muy redondo y respingado. Y los pequeños y firmes brincos de los pechos de mi mujer nos hipnotizaban cada vez que le pegaba a la pelota.

La pregunta de mi vecino provocó en mí una inevitable fantasía que no pude contener en mi siguiente sesión de sexo con mi mujer. Mientras penetraba a mi esposa, pensé ¿y si mi vecino habló en serio? Cerré los ojos y no pude evitar imaginar el delicado y pequeño cuerpo de la vecina desnudo y en la posición actual en que se encontraba mi mujer. Estaba más excitado que de costumbre. Y permitirme fantasear de esa manera provocó en mí una sensación novedosa y maravillosa.

Al día siguiente en la mañana, la excitación volvió simplemente por ver mi vecina subirse a su auto en ropa normal, como de negocios. En ese tipo de ropa la conocí y ahora me parecía sexy cuando antes no me lo parecía tanto. ¿Qué me estaba pasando? Tenía que enterarme si mi vecino solo había bromeado o no.

En la siguiente oportunidad que pude estar a solas con él, le pregunté si lo que dijo el otro día había sido broma o si había hablado en serio. Y tuvimos más o menos la siguiente conversación, palabras más o palabras menos porque fue hace mucho tiempo:

  • ¿fue broma lo que me dijiste el otro día sobre tu mujer y la mía? – pregunte interesado.

  • yo no estaba bromeando, lo dije muy en serio – dijo mirándome fijamente a los ojos.

  • pero, incluso si yo aceptara, mi esposa nunca lo haría, estoy seguro de eso – comenté con mucha firmeza.

  • te creo, y la mía tampoco aceptaría un intercambio de esa naturaleza – dijo con cierto aire de tristeza, y luego continuó despacio y con voz baja – pero estuve pensando que no forzosamente necesitan aceptar ni enterarse. ¿te interesa saber lo que he estado pensado?

  • ¡qué! – espeté horrorizado - ¿de qué hablas? Yo nunca drogaría a mi esposa.

  • ¿nunca han practicado el sadomasoquismo con vendas y ataduras?

  • ¿sadomasoquismo? No, nunca. Pero si la he llegado a vendar, pero por jugar una fantasía. Hace muchos años ya de eso.

  • ¿qué fantasía era? – preguntó mi vecino muy interesado.

  • ya entendí tu idea – respondí sorprendido, y luego continué pensando en voz alta - fue hace mucho, la fantasía era que yo actuaba como un desconocido para ella. Sin embargo, aún vendada, ella notaría si no fuera yo el que estuviera ahí.

  • yo digo que sí es posible hacerlo si cuidamos algunos aspectos, pero déjame pensar bien en los detalles. Yo te busco cuando tenga más claro cómo podríamos hacerlo.

  • aún si encuentras la forma de que sea viable ¿quién dijo que yo he aceptado prestarte a mi mujer? – apunté un poco indignado.

Él trago saliva y luego explicó.

  • sé que no has aceptado, pero me has escuchado con atención e interés. Tu sabes que yo los respeto mucho a ustedes, y que quiero mucho a mi esposa. Es solo curiosidad. Nunca he estado con otra mujer en toda mi vida y tú tampoco. Si me he atrevido a proponerte esto es porque te tengo confianza. Yo nunca dejaría que un desconocido se metiera con mi mujer. Tu eres diferente, eres derecho y formal. Si llegamos a hacer esto, todo se haría con muchísimo respeto y cuidado. Llevas muchos años casado con tu esposa ¿No te da curiosidad saber que se siente acostarse con otra mujer que no sea la de toda la vida? Se trata solo de eso. Es normal. Y estoy dispuesto a que sacies tu curiosidad con mi esposa, si tú me ayudas a saciar mi propia curiosidad con la ayuda de la tuya.

No recuerdo bien que le respondí a esa última pregunta, pero prácticamente la conversación terminó ahí. De cualquier manera, él había formulado dicha pregunta, no para que yo la respondiera, sino para que la pensara cuando estuviera solo. Y eso sí que lo hice. La idea me torturaba la cabeza todo el día. La vecina me resultaba ya para ese entonces increíblemente atractiva, tenía constantes erecciones de solo pensar en ella. Es cierto que me parecía muy interesante saber que se sentiría meter mi viejo y experimentado pene en una vagina joven y de una mujer muy diferente a mi esposa. Y por otro lado, me sorprendí y sentí el rubor en el rostro cuando, al pensar que mi vecino podría estar sobre mi esposa desnuda entrando y entre sus piernas y chupándole las tetas, sentí al mismo tiempo celos, enojo y excitación. ¿Qué me estaba pasando? ¿Sufriría o disfrutaría ver como un desconocido se introduce con furia en la tibia intimidad de mi hermosa compañera de toda la vida? La respuesta me heló. Después de ese razonamiento llegué a tener otro tipo de fantasía cuando estuve nuevamente con mi esposa en la intimidad. Con los ojos cerrados imaginaba a la francesa, y con los ojos abiertos y apreciando el apetecible cuerpo de mi mujer me imaginé que no era yo el que estaba ahí. Ambas fantasías eran intensas, excitantes y al mismo tiempo contradictorias.

Pasaron más de dos semanas antes de volver a tocar el tema con mi vecino. No encontrábamos el momento o no nos atrevíamos a tocarlo. Yo quería saber más detalles, pero quizás solo para alimentar mi fantasía. Más que para realmente cumplirla. Aún no me sentía capaz de aceptar semejante propuesta.

Tuvimos varias conversaciones, algunas pequeñas y otras largas, en donde finalmente volvimos a platicar del tema, y se fueron aclarando muchas de mis dudas. Y la fantasía comenzó a convertirse poco a poco en un plan realizable. Como yo era el menos confiado en el éxito del plan, él ofreció que yo fuera primero con su esposa y ya luego y él tendría su turno con la mía. Luego para animarme, me mostró algunas fotografías de su mujer con poca ropa y dormida. La verdad es que con esas fotos terminé de confirmar que su mujer estaba buenísima. Valía la pena la experiencia. Aunque no dejé de pensar que, si aceptaba a su mujer, estaría comprometiendo a la mía. Y después de mucho pensarlo le dije que pondríamos en marcha el plan, pero que aún me reservaba el derecho a abortarlo justo en frente de su mujer. El aceptó, pero poniéndome la condición de que la cancelación del plan solo se podría hacer antes y no después de que yo estuviera adentro de su mujer, claro está. De esa forma quedó cerrado el trato y nos pusimos de acuerdo en los detalles.

Conforme se acercaba el día acordado para realizar la primera parte de plan, yo cada vez estaba más nervioso y me costaba trabajo conciliar el sueño por la ansiedad y excitación que me generaba.

Finalmente llegó el día planeado y pusimos en marcha los planes. Mi vecino se fue de copas con su mujer para emborracharla un poco más de lo normal ese día, no quisimos que fuera en una habitual reunión entre los cuatro porque yo estaría muy nervioso y no quería que mi esposa notara el subido todo de alcohol que ese día tendría para la francesa. Quedamos en que, si ella no se emborrachaba lo suficiente, el plan se pospondría. Yo entré a su casa por la puerta que él me dejó abierta mucho antes que ellos llegaran para esconderme en una de las habitaciones secundarias. Y me mantuve asomado con discreción por la ventana para ver el momento que ellos llegaran. La espera se me hizo eterna. Cuando finalmente apareció el automóvil de mi vecino, el hizo un cambio de luces un par de veces antes de entrar a su cochera. Con esta señal, confirmó, como estaba planeado, que ella venía lo suficientemente borracha y que el plan podía proseguir.

Esperé sin hacer ruido en un rincón de la habitación desocupada. Escuché desde mi escondite que ellos habían entrado a la habitación principal. Ella estaba hablando arrastrando la lengua en clara señal de borrachera, pero estaba consciente de lo que ocurría y aún se le entendía todo lo que decía. Alcancé a oír como su marido la besaba mientras le decía:

  • Voy a jugar contigo a un juego diferente el día de hoy.

No percibí respuesta alguna por parte de ella, en lugar de eso solo se escuchaban muchos besos. Yo seguí el plan y me quité lo que llevaba puesto y dejé mi escaso ajuar en esa habitación muy a la mano para cuando tuviera que salir rápidamente de ahí. Es importante comentar que toda mi ropa consistía simplemente en un pantalón deportivo largo, una sudadera y unos zapatos de goma cómodos. Sin ropa interior de ningún tipo. Esto era parte del plan para salir de ahí con la velocidad y agilidad de un bombero en medio de un incendio.

Salí del cuarto dónde me encontraba, ya estaba completamente desnudo y con una gran erección, el pasillo estaba obscuro, y la habitación dónde estaban ellos, estaba bien alumbrada y con la puerta abierta. Desde lo lejos cambié de ángulo en la obscuridad para observar con discreción parte de lo que estaba ocurriendo en el interior del cuarto.

Lo que alcancé a ver desde ahí fue mi vecina acostada boca arriba en la cama y su marido quitándole la ropa despacio mientras la besaba. Ya era para mí, desde ese momento, un privilegio tener esa ubicación desde dónde pude ver a mi atractiva vecina perder poco a poco la ropa y dejar al descubierto su hermoso y joven cuerpo. Primero le quitó los zapatos y le desabotonó la blusa, dejando al descubierto un coqueto sostén que cubría parcialmente dos redondos pechos gemelos. Le quitó la blusa como pudo, la incorporó un poco para poder sacarle la blusa por los brazos y por la espalda. Ella cooperaba, pero sin mostrar mucha iniciativa. Solo se dejaba llevar. Aprovechando la posición, le desabrocho el sostén y lo quitó rápidamente con un amplio movimiento de sus manos. El sostén cayó al suelo. Qué bonito par de pechos tenía la francesita. No eran enormes, pero si bien redondos y proporcionales a su tamaño corporal. Sus pezones eran muy pequeños y estaban paraditos, supongo que por la acción de los besos de su marido. Luego la recostó y le puso la venda que ya tenía preparada en el buró de la cama. Ella seguía vestida de la cintura para abajo con una falta tableada que estaba medio desacomodada y ya dejaba ver la parte superior interna de uno de sus muslos.

  • ¿Por qué la venda? - preguntó ella con voz de borracha.

  • te dije que vamos a jugar un juego hoy. – Y luego le dio otro beso.

  • ¿y cómo es el juego? – preguntó ella cuando terminó el beso y al sentir como su marido le amarraba una de las manos a la cabecera de la cama.

  • hoy no te va a hacer el amor tu marido de siempre, sino un muy caliente desconocido – le decía mientras le amarraba la otra mano también a la cama.

  • jajaja, de acuerdo mon ami, como tú digas – declaró con un muy marcado acento francés.

  • pero en este juego no debemos hablar, para no perder el encanto. El desconocido está muy caliente y necesitará que te quedes callada y que cooperes en todo – le decía mi amigo mientras encendía en el buró una barita de incienso y con el control remoto del aparato de música inició la reproducción de una música relajante, del tipo de música que ponen en los lugares de masajes.

Ya estaba todo listo. La música, el incienso, los amarres, la venda y su tremenda borrachera; dejaban a mi vecina con los sentidos bloqueados o aturdidos para que solo se concentrara en la supuesta fantasía de que un desconocido iba a jugar con ella.

En ese punto mi amigo me hizo señas de que pasara a la habitación. Y lo hice mientras mi amigo le empezaba a bajar el cierre lateral de la falda. Una vez a dentro del dormitorio pude ver con claridad la tersa piel desnuda de sus pechos redondos. Además de mi gran erección, empecé a sentirme un poco culpable por estar ahí. Mi amigo le bajó la falta a su esposa que cooperaba levantando las pompas un poco para que la falda pudiera deslizarse por debajo de ella. Luego me volteó a ver a mí y a mi miembro y me hizo señas con la mano para que continuara yo a partir de ese punto.

Yo estaba muy nervioso, sabía que no podía tardarme mucho en continuar la labor de mi amigo para que ella no sospechara. Así que examiné rápidamente su delicado cuerpo para estudiar por donde acercarme. La escena era asombrosa. Ella sólo tenía puesto un delgado calzón que dejaba muy poco a la imaginación, como sus brazos estaban atados hacia la cabecera, y sus pechos no eran muy grandes, estos lucían erguidos casi sin distorsión alguna por el efecto natural de la gravedad. Ella lucía vulnerable y apetitosa en esa posición. Su marido había cumplido al pie de la letra el acuerdo y me estaba entregando, literalmente a su tierna mujercita para que yo pudiera quitarme la lujuriosa y natural curiosidad de conocer a una mujer nueva a mi edad y por primera vez en toda mi vida.

Decidí iniciar con la exploración táctil en sus hermosos pechos juveniles. Tenía que tocar con la supuesta decisión que un conocido toma lo que ya conoce. Puesto que en el fondo yo no quería levantar sospechas en ella sobre un verdadero desconocido. Así que tomé ambos pechos con ambas manos y los comencé a distorsionar a placer con una fingida naturalidad. La sensación fue novedosa e increíblemente placentera para mí. Sus pequeños pezones se me escapaban traviesos entre mis dedos y sus pechos se levantaban ligeramente cuando yo los apretaba con cierta fuerza. Luego sujetaba los pezones con dos dedos y tiraba de ellos con suavidad. Cuando el pezón se me soltaba, los pechos recuperaban de inmediato su simétrica redondez. Ella empezaba a emitir pequeños sonidos de placer. Mi erección cada vez estaba más dura. Miré de reojo a mi amigo que se estaba quitando la ropa. Él se encontraba justo atrás de mí por si tenía que hablar, que su voz saliera del ángulo correcto. Así lo habíamos planeado.

Mi cerebro estaba a punto del colapso, por un lado, trataba de pensar y tomar una decisión sobre este plan y del compromiso que estaba a punto de contraer con el cuerpo de mi fiel esposa. Pero, por otro lado, mis sentidos embotados de placer, no me dejaban pensar claramente. Yo sabía que todavía podría detenerme ahí mismo y mi esposa quedaría libre. Por un momento me dije, hasta aquí llegué, pero luego miré hacia la parte baja de su cuerpo y pude ver como una interesante rayita se dibujaba tímidamente desde la parte sur de la tela del delgado calzón.

Entonces sin pensar mucho, llevé una de mis manos que seguía ocupada en uno de sus pechos hacia esa nueva e inexplorada zona. La deslicé a lo largo de todo el camino de suave piel que separaban sus senos de su calzón. Cuando mi mano llegó por fin a su destino, toqué con suavidad la prenda y con uno de mis dedos recorrí lentamente el pliegue que se hundía entre su piel y que se perdía entre sus piernas. La suavidad y calor que sintió mi dedo fue asombrosa y paralizante. Al instante ella emitió otro pequeño gemido y dijo con un claro tono de francesa alcoholizada:

  • Continua así, no te detengas, vas muy bien.

  • Recuerda que no debes hablar, no me conoces, y tú no hablas con desconocidos – dijo con picardía mi vecino con una voz que surgió de atrás de mí.

Luego me repetí mentalmente, ya detente, aborta el plan, no necesitas nada de esto, tu esposa está buenísima. Pero pensé que sería buena idea posponer un poco más la cancelación por ahora y echarme para atrás después de haber retirado ese diminuto calzón que me estaba impidiendo apreciar por primera vez la entrada a una vagina extranjera.

Así que llevé mis dos manos a los costados de su delicada y blanca cadera y tomé su calzón de los pequeños listoncitos laterales. Empecé a bajar la prenda con cuidado y determinación. Ella levantó amistosamente la cadera un poco para dejar pasar con facilidad y por debajo de ella la única ropa que aún tenía puesta. Cuando ya la tenía a la altura de los muslos, puede ver con agrado la parte de su anatomía que más me había estado imaginando últimamente de ella. Y la verdad superó por mucho a mi imaginación. Su plano vientre terminaba en una curva que primero subía poco por el monte de Venus y luego se perdía en la entrada a su intimidad. Sus labios mayores, que enmarcaban simétricamente dicha entrada, eran blancos y tersos como el resto de su piel. Estaba completamente depilada y su rayita era pequeña, lo que la hacía aparentar de menos edad de lo que realmente tenía. Y unos tímidos labios menores se asomaban apenas un poco mostrando un suave color rosa y un algo de brillo por estar húmedos.

Acaricié por un momento, con mis dos manos, toda su zona púbica y sus alrededores. Desde su hermoso obligo hasta sus blancos y suaves muslos en donde se encontraba estirado y medio doblado, el coqueto calzón juvenil que ya no tapaba nada. Todo lo toqué superficialmente, sin brusquedad, sin tratar de penetrar en lo oculto, con delicadeza y hasta con respeto. No toqué sus labios menores ni la desnuda rayita que comenzaba justo en frente de mí y terminaba perdiéndose entre sus hermosas piernas, pero todo lo demás lo recorrí varias veces, me parecía que todo tenía una frágil belleza digna de admiración y cuidado. Me encontraba frente a la vulnerable e inocente esposa de mi vecino a la que todavía no me había decidido tomar.

Luego continué bajando la sexy prenda que descansaba en sus muslos. Cuando le quité por completo el calzón por los pies, ella inmediatamente abrió despreocupada sus dos piernas en gesto de aceptación y espera. Sus labios menores ahora estaban completamente expuestos y podía yo observar y hasta oler una diminuta y lubricada entrada que se me ofrecía palpitante ante mis asombrados ojos. Ella ya estaba excitada, húmeda y expectante. Lo que ella no sabía es que las manos que la habían estado recorriendo su dulce cuerpo no eran las de su marido. Y el miembro que estaba esperando deseosa con las piernas abiertas podría ser para ella una gran sorpresa, ya que no iba a ser una fantasía como ella esperaba, sino un verdadero e inesperado intruso. Por cierto, ese intruso ya quería entrar y mandaba señales a mi cerebro para que yo terminara de ceder y le permitirá ser él mismo.

Me acomodé frente a ella de rodillas sobre la cama, ella notó mi movimiento y hasta subió una de sus piernas coquetamente para facilitar mi paso. Me acerqué más a ella hasta que mi duro pene quedó escurriendo lubricante sobre su rayita. Sentí sus calientes y suaves muslos redorando mi cuerpo. Hice un último intento de razonar mis acciones e intentar detenerme, mientras que con una de mis manos la tomaba por las nalgas para acomodarla un poco y mejorar el ángulo. Sus nalgas estaban firmes y deliciosas, y su cuerpo muy ligero, por lo que no me costó nada de trabajo ponerla como yo necesitaba.

Cerré el ángulo entre mi cuerpo y el de allá, acercando mi rostro a sus suaves pechos y le empecé a chupar uno de sus pequeños y erectos pezones. Al mismo tiempo empecé a tocar con mi glande sus labios abiertos, sentí de inmediato su humedad y su fuego interno, ese punto estaba más caliente que un horno. La música y el incienso generaban una atmosfera misteriosa y enervante. Ella empezó a mover sus caderas como poseída al ritmo lento de la extraña música. Yo, ayudado a mi pene con una de mis manos, presionaba cada vez más la entrada, pero procurando no entrar, sino más bien recorrer a lo largo de los labios para explorar y lubricar la pequeña zona, incluyendo al clítoris. Ella ya no dejaba de gemir y se veía que quería zafar sus manos de sus ataduras para abalanzarse sobre mí. Ella intentaba con sus piernas empujar mi cuerpo para que mi pene entrara ya. Yo ya sin pensar en mi buena esposa y mi dilema moral, le ayudé en su intento recortando lentamente la distancia entre su cuerpo y el mío. Y así pude sentir como sus pequeños y lubricados labios se abrieron lentamente ante la presión ejercida por la punta incisiva de mi impaciente miembro.

Para cuando tuve la totalidad del glande adentro, la presión que ella ejercía en mí pene era tremenda, nunca había estado entre otros labios vaginales que no fueran los de mi fiel esposa, y no recuerdo haber sentido tanta presión antes de ese día. Los labios vaginales de mi tierna y ardiente vecina me abrazaban el pene con firmeza y juventud. En ese mismo instante, ella lanzó un ahogado grito de placer. Pero dejó de moverse de inmediato y se puso tensa ¿habría notado algo raro o diferente? ¿por qué se detuvo? Por un instante dudé que hacer, vi que ella no se movía, pero tampoco decía nada. Como si estuviera analizando o tratando de detectar algo raro en la habitación. Pero ella estaba medio alcoholizada, atada, vendada y con la punta de mi pene adentro. No era momento de dejarla pensar más.

Durante esa incómoda pausa mire por un instante a mi vecino atrás de mí que estaba desnudo y paralizado también. Pude ver por primera vez su pene, que por cierto era algo diferente al mío. Era más largo y al mismo tiempo menos cabezón. En ese momento no me puse a pensar mucho sobre nuestras diferencias anatómicas. Había que actuar cuanto antes y ya no había marcha atrás.

Corté ese incómodo momento con movimientos de mi pene de entrada y salida cortos y lentos, pero decididos. Al mismo tiempo mi boca se dirigió al otro pezón, pero ahora ya no era tan delicado como con el primero, sino que empecé con pequeñas y agradables mordidas. Sus redondos y blancos senos lucían delicados e inocentes ante mis ojos. En cada movimiento entraba un poca más en su angosta vagina, pero retrocedía casi hasta sacar a mi pene por completo. Ella reaccionó agradecida abrazándome tiernamente con sus muslos y piernas. Se empezó a notar como ella disfrutaba de mis movimientos sin poder evitarlo. Empezó a gemir de nuevo y a dejarse llevar por el placer y disfrutar el momento.

No mucho tiempo después, mi erecto pene ya había explorado hasta el último pequeño y húmedo rincón del estrecho interior de aquella hermosa francesa. La había penetrado hasta el fondo, llenando por completo su delicioso cuerpo con sorpresiva facilidad. Hace tiempo que yo no me sentía tan grande, tan erecto, tan duro, tan completo. El morbo estaba al máximo. La joven estaba disfrutando despreocupada y feliz de un desconocido pensando que era su marido. Y yo estaba haciendo realidad la intensa fantasía que se había instalado profundamente en mi cerebro.

Mi viejo pene supo aprovechar su experiencia para estimular adecuadamente a su involuntaria y tierna anfitriona sin perder el control de su propia erección. Mi vecina estaba cada vez más excitada, los gemidos ya habían pasado a ser descarados gritos de placer. Yo estaba al pendiente de percibir su emitente orgasmo. Cuando finalmente llegó. Me detuve con el miembro metido hasta el fondo de su pequeña vagina apretando su interior al máximo y llenándola por completo. Y la dejé disfrutar de las contracciones y movimientos involuntarios que se dan durante el orgasmo.

Cuando hubo pasado el efecto del orgasmo, me incorporé regresando a la posición de rodillas, pero sin sacar mi erecto miembro de su interior. Cuando terminé de acomodarme y acomodarla a ella, continué el bombeo al mismo tiempo que con uno de mis pulgares le acariciaba el clítoris. Esa posición la tenía bien estudiado con mi esposa y ahora con mi vecina estaba surtiendo el mismo intenso efecto. Ella empezó a retorcerse de placer mientras que yo, con un ángulo visual mejorado podía ver como sus delicadas carnes se abrían y cerraban cada vez que mi pene la penetraba y luego la abandonaba. Era un espectáculo hermoso y excitante digno de ser recordado. No tardó mucho en dar muestras claras de un segundo y placentero orgasmo.

Para terminar la faena elegí girarla de lado, con una de sus piernas al airé y la otra doblada casi en posición fetal. En esa nueva posición su cuerpo estaba medio torcido, ya que sus manos seguían atadas a la cabecera. La parte superior estaba inclinada y la parte de abajo completamente de lado. Sus pechos ahora descansaban de lado dándome otro agradable e interesante punto de vista, en donde su redondo y respingado trasero ahora era el protagonista. Ella se dejaba hacer lo que yo quería. Estaba completamente entregada. Su pequeño cuerpo era muy manejable y fácil de acomodar. Cuando inicié esta tercera y última intervención, ella dijo sorprendida:

  • ¿Aún hay más?

  • shhh – hice yo con mi boca al ver que su marido no estaba en condiciones de intervenir porque ya se había venido después de masturbarse y se encontraba recuperándose a varios pasos de distancia de nosotros.

Dicho esto, no la deje vacilar e inicié un movimiento que yo ya sabía en qué iba a terminar. Ya no me contuve, ya no me importó el ritmo o el nivel de excitación de mi vecina. Esto era para mí y mi pene. Que bien merecido se lo tenía después de tan brillante faena ejecutada con a mayor caballerosidad posible. Yo conocía muy bien mi cuerpo y sabía de lo que era capaz cuando le daba rienda suelta a mi instinto. Mi cuerpo retumbaba repetidamente y sin miramientos en una de las firmes y redondas nalgas de la francesa, haciendo que su piel tuviera que absorber la ola del impacto en pequeñas hondas de energía irradiada desde el epicentro de la acción. Sus bellos pechos brincaban alegremente con cada una de mis embestidas, sus pezones seguían rígidos y ella seguía gimiendo agotada con la boca muy abierta para tomar aire. Un poco más abajo, y muy cerca del ahora también expuesto ano de mi vecina. Mi pene lleno de venas hinchadas penetraba como desquiciado la abierta vagina de la agitada francesa.

Mi pene ya había abierto, reconocido y conquistado su caliente y empapada vagina que, a pesar del incienso, ya olía a flujos corporales de ambos. Ya nada lo detendría, ni yo, ni ella, ni mi vecino que seguía muy atento al inminente e intenso desenlace. Yo hacía un gran esfuerzo por no emitir ningún sonido y me concentré en dejar que mi viejo compañero hiciera lo que mejor sabe hacer. Cuando el orgasmo invadió mi cuerpo, mi miembro se incrustó instintivamente hasta el fondo de ella para descargar su contenido en intensos y calientes chorros intermitentes llenos de placer. Una inmensa sensación eléctrica de relajación y paz recorrió mi cuerpo, iniciando en la base de mi cerebro y bajando por mi columna vertebral.

Cuando volví a tener control del resto de mis sentidos, noté que ella estaba agitada y jadeando. Me salí de ella lentamente, no sin antes dar una última mirada a sus hermosos labios vaginales y a toda ella que lucía estupenda y complacida. Retrocedí en silencio, pero con velocidad. Vi como mi amigo se acercaba a ella y ocupaba mi lugar en la escena aprovechando el momento en que ella cambiaba su postura torcida por una más natural. Yo salí del cuarto sin mirar atrás e inicié de inmediato el plan fuga al estilo bombero protegido por la obscuridad y la música de fondo que cada vez se escuchaba más lejos.

Al día siguiente no vi a mis vecinos, no coincidimos porque mi esposa y yo fuimos a ver un partido de béisbol muy temprano. Me sirvió para pensar y meditar lo que acaba de ocurrir. Mi esposa lucía radiante en el vestido largo, suelto y con escote que eligió ese día para el partido, y no puede dejar de pensar que ahora tendría que permitirle a ese inexperto jovencito poner sus manos en las espectaculares curvas de mi madura y leal esposa. Esa idea, me torturó todo el partido y el resto del día.

Hasta al día siguiente pude hablar con mi musculoso vecino a solas afuera de su casa. Él se encontraba muy contento y satisfecho con el plan. Yo le pregunté si hubo alguna complicación. El me confirmó que todo había salido muy bien y que ella había quedado muy contenta con la fantasía que habíamos desarrollado. Que ella dijo que realmente había servido lo de la atmosfera extraña, ya que en algunos momentos tuvo la extraña y excitante sensación de haber estado realmente con una persona diferente. Pero que esa sensación le había generado morbo y la había calentado aún más. En pocas palabras, lo disfrutó y terminó creyendo que todo fue producto de su imaginación y del deseo de que fuera verdad.

Agregó que él le había preguntado si ella aceptaría algún día hacerlo realmente con un desconocido. Y que ella respondió que por supuesto que no. Que una cosa era una inocente fantasía entre esposos y la otra muy diferente era meter a un tercero en la cama. Nos quedamos mirando sonriendo y luego él me preguntó lo que ya me esperaba. Que cuando podíamos ejecutar la segunda parte del plan. Le dije que tenía que planear bien los detalles, pero que tuviera por seguro que se iba a realizar tal y como lo acordamos.

En ese instante salió su esposa de su casa y me saludo amistosamente con un corto beso en la mejilla. Yo me sonrojé un poco por verla tan contenta y relajada. Esa mañana lucía jovial y radiante en su ajustada ropa deportiva. Poco después se despidieron de mí y se fueron juntos de la mano caminando por la calle. Yo no pude dejar de recordar cómo se veían esas nalgas desnudas que ahora se alejaban de mi al ritmo de las piernas de su dueña. Cuando ya estuve solo, me quedé pensando en cómo le iba a hacerle para realizar la segunda parte del plan que era la que más me preocupaba.