La mujer del kioskero

Su marido prefería emborracharse a cojerla. Yo pensaba diferente. No es una belleza pero me gustan las mujeres muy calientes.

EVA, LA MUJER DEL KIOSKERO

Generalmente compro los cigarrillos en un kiosco que está a una cuadra de la clínica, casi siempre me atiende el propietario, un gordo bajito que rondará los cincuenta años. Pero en ocasiones la que despacha es una señora de unos cuarenta y cinco. Con el tiempo supe que son marido y mujer, tienen dos hijos varones adolescentes, que a veces se hacen cargo de atender al público.

La señora es muy simpática y a veces cruzamos bromas inocentes; en cambio el marido es un amargo, siempre está con cara de culo, pero de culo feo, porque hay culos que son más lindos que muchas caras.

Como en el barrio todo se sabe ambos me llaman Doctor, y deben saber de mí casi tanto como sé yo.

De la señora apenas conozco su figura de la cintura hacia arriba, el resto lo tapa la instalación y la bandeja de golosinas; un rostro agradable sin ser lindo, ojos marrones, labios gruesos, tetas medianas.

Pero llegué a conocerla más.

Atiendo mi consultorio, en la misma clínica, de 16 a 19. Una tarde mi asistente me entera de que tengo una paciente de primera vez, y me dice un nombre desconocido para mí.

Promediando la consulta entra la paciente nueva, era la señora del kioskero a la que llamaremos Eva.

En mi computadora ya estaban los datos básicos requeridos en ocasión de tomar el turno, tenía 46 años, ligadura de trompas a los 40 y nada más de significación clínica.

La interrogué sin hallar nada de cuidado. Al requerirla sobre el motivo de su consulta refiere estar notando los primeros síntomas de su menopausia, irregularidad en sus menstruaciones, calores a veces y un ligero aumento de peso.

Bien señora, se tendrá que aguantar eso porque aún es muy temprano para iniciar un tratamiento hormonal

Ay doctor, es que es muy molesto lo que siento.

No se aflija, que no será por mucho tiempo, en un par de meses podremos empezar un tratamiento efectivo. Mientras tanto le recetaré algo para atenuar los síntomas molestos.

Ahora la voy a examinar.

Llamé a mi asistente para que la ayudara a desvestirse y le colocara la bata. Regresé a la computadora, y al levantar la vista ya estaba la señora acostada en la camilla. Mi asistente se retiró y yo inicié mi examen con una palpación de mamas. Medianas como había observado viéndola vestida, y un tanto blandas, pero sin nódulos ni ninguna otra particularidad. El abdomen plano con las dos pequeñas señales de la cirugía laparoscópica con la que le habían hecho la ligadura de trompas.

A mi pedido colocó sus piernas en los estribos de la camilla para permitirme examinar sus órganos externos. A la vista una vulva carnosa, sin depilar. Al tacto un clítoris más grande de lo común; y secreción abundante. Para el hombre que llevo debajo del ambo celeste unos muslos redondos, también algo blandos, pero apetecibles aún. Y un culo medio caído pero amplio.

Mi asistente le tomó muestras para un Papanicolau, ya que me dijo que hacía tres años que no lo hacía. Le prescribí algunos remedios y terminamos la consulta. Debía volver en un mes.

Volvió en tres oportunidades a mi consultorio, me fui enterando de más detalles de mi paciente. Su marido bebía en demasía por las noches lo que le causaba una impotencia eréctil, y era un eyaculador precoz.

La señora era una candidata ideal para cojerla en cualquier momento. Pero yo no lo haría estando su esposo el gordo tan cerca, y menos en el consultorio. No es que sea prejuicioso en cuanto al lugar, pero el caso es que Eva no me atraía tanto como para jugarme con quienes tenía una relación cercana, aunque sólo fuera para comprar cigarrillos, caramelos o chocolates.

Comenzó por no querer cobrarme lo que compraba.

No Eva, yo le cobro la consulta igual que a cualquiera.

Es que me atiende tan bien, me siento tan segura con su cuidado.

No la atiendo mejor que a nadie, y por eso le voy a pagar los cigarrillos.

Entonces déjeme regalarle un chocolatín.

Hasta ahí, y por única vez.

La relación médico paciente continuó en sus cauces normales. Las consultas eran de rutina, ya que había iniciado un tratamiento hormonal con parches transdérmicos lo que requería controles periódicos.

No la examinaba en todas las consultas, pero cuando la hacía notaba su vagina muy mojada; y cada vez que le rozaba el clítoris se estremecía.

Siempre la visita terminaba con una larga charla en la que me exponía sus penurias. En una de ellas me dijo que le gustaría hablar más extenso conmigo, pero que el ámbito del consultorio la cohibía.

En ese caso Eva la invito a tomar algo en una confitería del centro. ¿Puede venir aquí a las 21, la llevo y la traigo de regreso?

Sí doctor, estaré a esa hora.

A las 21 ya cambiado de ropa me dirigí al lobby de la clínica. Eva estaba sentada en un sofá con las piernas cruzadas y mostrando el comienzo de sus muslos. Mostró más al subir a mi auto. Fuimos a un sitio elegante, yo pedí un whisky y ella una gaseosa diet.

Doctor, quiero pedirle un consejo, cómo médico y cómo hombre.

Adelante Eva, puede confiar en mí, sé guardar secretos.

Necesito engañar a mi marido. No aguanto más esta situación. No se ocupa para nada de mí; ni en nuestra relación sexual ni en nada. No le preocupa si voy o si vengo. Solamente se interesa por el negocio y por el alcohol. ¿Qué pensaría usted si lo engaño?

Eva, no tiene que importarle lo que yo piense. Pero creo que lo tendría bien merecido; hacer pasar necesidad a una mujer como usted es pecado y debe castigarse de alguna manera.

¿ Por qué una mujer como yo, que tengo de especial ?

Porque es una linda mujer y joven aún.

¿ De verdad le parezco linda y joven ?

Totalmente.

La conversación siguió derivando, cada vez más caliente por ambas partes, hasta que directamente le propuse llevarla a cojer a cualquier lado.

Esa noche Eva no podía quedarse, debía volver a su casa. Pero al día siguiente yo no atendía por la tarde, así que quedamos en que iría a mi casa a las 15. Mi casa es el sitio que prefiero para cojer ya que está acondicionada para eso, con todas las comodidades que me agradan.

Al otro día a las 15 en punto la vi por la ventana bajando de un taxi. Yolanda le abrió la puerta y la hizo pasar al living. La vi asustada y nerviosa, era la primera vez que le iba a adornar la frente a su gordo.

Le serví un whisky, el mejor ansiolítico que conozco, y nos sentamos a beber. Pero su ansiedad no aflojaba, necesitaba otra droga.

¿ Doctor, vamos a...?

Cómo doctor para vos soy Sergio a partir de ahora.

Bueno, Sergio llevame a la cama.

Lo planteaba así, directamente, como si me dijera que le aplicara una inyección. Evidentemente su necesidad era muy grande como para que perdiera todo el pudor femenino. No quiero imaginar lo que habrá sido después en sus otras relaciones, que sé que las tuvo muchas y muy variadas.

Subimos al dormitorio y apenas cerré la puerta se me tiró encima para besarme con furia. Metía su lengua en mi boca y me abrazaba. También la abracé y le acariciaba el culo frotándole la verga arriba del vientre, ya que era más baja que yo.

Le quité la blusa y la pollera, quedó en soutien y tanga; una ropa interior muy sugerente en tonos violetas. No era para embelesarse mirándola, pero igual me hizo parar la poronga. Su piel era muy blanca y muy suave, agradable al tacto.

Me quedé en slip y nos acostamos, en diez segundos estábamos desnudos. Besé sus tetas en bajada y mordí sus pezones que se irguieron enseguida. Bajó y se introdujo casi toda mi verga en su boca, mamaba bien, me hacía vibrar. La metía y la sacaba con buen ritmo, me ajustaba la cabeza entre sus labios en O, lamía con cuidado mis huevos.

Esto se lo hacía a mi marido en los primeros años, después no quiso más.

Ummm no sabe lo que se pierde.

No quería acabar en su boca todavía, y Eva merecía que le comiera la concha por lo bien que me mamaba la verga.

Se la saqué de la boca y puse mi cabeza entre sus muslos. Con la lengua le abrí los labios mayores y encontré su clítoris grande y duro. Dándole suaves mordiscos la hice acabar la primera vez. Su excitación no cedía y en minutos tuvo otro orgasmo. Gritaba desaforada arqueando la espalda. Hasta que quedó tendida y laxa.

La besé con ternura haciéndole probar sus jugos y encendí un cigarrillo para darle tiempo a reponerse. Fumaba sin dejar de acariciarla con la mano libre. Cuando apagué la colilla en el cenicero me dijo:

Ahora quiero que me la pongas en la concha.

No dudes que es eso lo que voy a hacer.

Me tendí boca arriba con la verga apuntando al cielo y Eva me montó metiéndosela de a poco. En esa posición la pija entra muy bien y a veces se encuentra con el célebre punto G. Cuando se juntaron nuestros vellos púbicos se quedó un instante como reconociendo lo que tenía adentro; luego empezó a cabalgarme cada vez con más brío mientras volvía a gritar.

Los sonidos que emitía su boca son intraducibles hasta con onomatopeyas y fonemas. Eran algo así como agggg auuuuu aggggrrrrr ayyyyyy y: papi cómo me gusta, dame más, más fuerte, que linda es tu verga, cojeme bien, haceme acabar, llename de leche.

Cojimos así por casi veinte minutos en los que tuvo tres brutales orgasmos. Antes del último nos dimos vuelta sin sacarla, y ahora el que cabalgaba era yo, con sus piernas en mis hombros lograba una penetración profunda.

Su tercer orgasmo desató a poco el mío volcando mi leche en esa concha bien apretada, a pesar de sus partos.

¡Qué bien que me cojiste! Me hacía mucha falta.

Vos también me hiciste gozar mucho Eva. Y me da mucha lástima tu marido que no sabe disfrutar lo que tiene.

Sergio, te juro que si él me cojiera yo no me metería en estas cosas. Aunque no sé, porque ni en sus mejores momentos me cojió como lo has hecho vos ahora. Nunca había gozado tanto. Claro que sólo había cojido con mi esposo, vos sos el segundo hombre que me la pone.

Eva ¿ tu marido te la ponía por el culo ?

Sí, casi siempre, creo que era lo que más le gustaba. Pero también eso dejó de interesarle, las últimas veces que lo intentó no la tenía tan dura como para darme por atrás.

Vení que te hago una enema.

¿ Para qué ?

Para que te entre mejor y no te den ganas de cagar cuando la tengas adentro.

La llevé al baño, la acosté en el piso, preparé una enema de un litro y medio, y cuando me ofreció su culo con las piernas en alto la penetré con la cánula para llenarla de agua con sal. Retuvo un rato el líquido tibio y luego lo expulsó entre sonoridades estruendosas.

Nos duchamos juntos y eso me volvió a parar la pija. La toalla que me anudé en la cintura aparecía cómicamente levantada en el centro.

De vuelta en el dormitorio la puse de rodillas en un sillón adecuado apoyando sus brazos en el respaldo. El culo se me ofrecía justo a la altura de mi poronga. Eva se abrió las nalgas mostrando el ano marrón. Le unté lubricante y le metí un dedo, dos dedos y los movía en círculos. Los sacaba y observaba la dilatación, el precioso agujerito se agrandaba y palpitaba como llamándome.

La tomé de las caderas y apoyé la verga en su ano. Con calma se la fui metiendo hasta que la tuvo toda. Parado detrás de ella la culeaba con ahinco acariciando sus nalgas amplias, se la sacaba casi entera y la volvía a meter hasta el tronco, mis bolas acariciaban sus cachetes redondos. Eva movía sus caderas en círculos provocándome un placer infinito.

Papi qué bueno que es sentirte en mi culo, me vas a hacer acabar enseguida.

Acabá cuando quieras, tu culito es una maravilla, me la aprieta muy bien.

Como un contorsionista alcancé su clítoris con mis dedos y tuvo un hermoso orgasmo. Mi verga estaba en la gloria en ese culo rugoso y estrecho. Gozaba como un rinoceronte (si es que los rinocerontes gozan mucho) reteniendo en lo posible mi acabada. Su segundo orgasmo desató en instantes el mío y le dejé mi leche en el recto.

Fue al baño a lavarse el culo, desde la cama escuchaba la ducha del bidet. Deliberadamente no quise lavarme la pija, apenas me sequé la leche sobrante con un pañuelo de papel.

Cuando regresó a la cama ya estaba yo con dos vasos de whisky.

Sergio ¿ no te afecta tanto whisky ? al gordo le hacía mal, no se le paraba después de tomar.

Hay que saber cuál es la dosis justa, a mí se me va a parar otra vez para que me la chupes bien.

Siiiii quiero chupártela y que me acabes en la boca.

Bueno páramela vos.

Volvió a trabajar con su lengua y su sabiduría de pura hembra. No tardó en volver a ponérmela dura. Mamaba muy rico, su lengua estaba caliente cuando me la recorría entera. Me apresaba el glande con los labios y lo rozaba con la rugosidad de su lengua haciéndome sentir en las estrellas. Le advertí que me venía y se la metió hasta la garganta. Mi leche estalló en lo profundo de su boca y no dejó que nada saliera al exterior, se tragó lo que tenía adentro más lo que quedó en la punta de mi pija.

¡Qué rica tu lechita! Mami la necesitaba tanto.

Recién eran las 18, nos quedaban dos horas antes de que Eva tuviera que volver a su casa, las aprovechamos lo mejor posible. Volvimos a cojer mientras veíamos lo que había grabado con tres cámaras digitales ubicadas en el dormitorio y en el baño, eso nos sirvió para volver a calentarnos.

No volvimos a cojer en mi casa, Eva me visitaba en la clínica cuando su concha requería un service, que era al menos una vez por semana.

En una ocasión la interné en una habitación privada, diciéndole a su marido que estaba muy enferma, durante el día la visitaban su esposo y sus hijos.

Por la noche yo la cuidaba con devoción accediendo a todos sus pedidos.

Como no podía tenerla internada en forma permanente, ni atenderla cada vez que quería más verga, se buscó otro hombre para que la cojiera. Pero no deja de visitarme cada vez que yo puedo suministrarle su medicación preferida.

Ayer estuvo por la tarde cojimos durante tres horas. Me dijo que mientras yo quisiera no dejaría de cojer conmigo, porque nadie la cojía mejor. Y como a mí no me desagrada pienso hacerlo cada vez que pueda.

Sergio glupglup71@yahoo.com