La mujer del empresario
Un empresario con problemas y un chico que ve lo que no debe
EL ORDENADOR
La imagen ocupaba toda la pantalla. El muchacho se apartó desconcertado cuando el hombre se abalanzó sobre el teclado pulsando frenéticamente la tecla “ESCAPE”.
-¿Pero qué coño pasa? ¡Esto no debería estar aquí!
-Y...Yo... lo siento. Le juro que no sabía lo que había dentro del archivo. –Logró balbucear el muchacho.
-Joder que vergüenza. Esta foto la saqué sin querer... estaba probando la cámara ¡Me cagüen la puta!
Por más que el hombre oprimía repetidamente la tecla, la imagen permanecía estática en la pantalla y tanto él como el adolescente se ponían más nerviosos con una situación tan bochornosa.
Miguel, que así se llamaba el muchacho, había acudido a la casa de aquel hombre como favor a, una amiga del instituto. El hombre que ahora estaba junto a él era el padre de esa amiga. Al parecer había borrado varios archivos accidentalmente en el ordenador del despacho de su casa y Miguel no tuvo problemas en ofrecerse para recuperarlos.
Después de una tarde de alardes informáticos frente al progenitor de su amiga al que esperaba deslumbrar quiso poner el colofón a su gesta abriendo un archivo de aquellos que había conseguido rescatar para asombrarlo con su “magia”.
Quiso la mala fortuna que el archivo en cuestión fuera una foto comprometedora de la mujer de su anfitrión. La misma mujer que lo había saludado desdeñosamente al entrar en su lujoso chalet ubicado en una urbanización muy distinguida de la zona.
Era una mujer madura de aspecto feroz capaz de dirigir un gran banco, una empresa de inversión y riesgo o un batallón de legionarios curtidos. La impresión que causaba a los que la conocían no podía ser muy diferente de la que sentía él.
Sintió sus helados ojos examinándole de arriba abajo tras cruzar la puerta del vestíbulo hasta el punto de estar tentado de taparse como si estuviera desnudo. La mueca de disgusto de aquella mantis casi le obligó a dar media vuelta y volver por donde había venido. Solo faltó que esa mujer le escupiera en la cara.
Se sintió como un intruso en aquel chalet que desbordaba opulencia. Nada parecido al humilde piso de 90 metros cuadrados donde vivía con sus padres.
Lo cierto fue que la madre de su amiga no puso buenos ojos al ver entrar en su casa a un zarrapastroso joven con un chándal descolorido y unas zapatillas llenas de mierda y que para más INRI portaba en su camiseta un eslogan subversivo hacia la sociedad a la que ella pertenecía. Un eslogan que probablemente ese inmundo joven nunca se haya molestado en leer, si es que sabía leer.
Esa mujer intimidaba a cualquiera. Nada que ver con su marido, un tipo afable y cercano pese a ser un industrial de éxito y poder relevantes.
Había sido todo un golpe de suerte que Raquel, su refinada y distinguida amiga, le pidiera a él ser el “rescatador” de su padre y darle la oportunidad así de convertirse en merecedor del favor de un hombre tan influyente.
Ahora la imagen de la esposa del empresario estaba congelada en el monitor extraplano y mostraba una visión de ella con el coño al descubierto. En la foto señalaba con una mano hacia la cámara en gesto reprobatorio mientras sujetaba la toalla que cubría el resto del cuerpo con la otra.
-¡Mierda, joder! ¿Cómo coño se apaga esto?
Miguel tragó saliva. Intentó decirle que había que oprimir la “X” que aparecía en la esquina superior derecha de la ventana pero el miedo apretaba su garganta con tanta fuerza que apenas salió un inaudible gargajo de su boca.
Todas sus ilusiones por granjearse el favor de un hombre tan influyente se habían ido a tomar por el culo. Quien sabe los favores que este hombre podría haber hecho por él de haberse convertido en amigo suyo. Casi paladeaba un futuro asegurado en alguna de sus empresas cuando entró por la puerta de su despacho. Ahora rezaba para que no se acordase de su nombre cuando saliese pitando de allí.
-T…Tiene que pulsar en la “X”, señor.
El hombre deslizo el dedo hasta la tecla marcada por una “X” y la pulsó pero no pasó nada. Repitió la operación unas 25 veces seguidas en lo que dura un parpadeo pero la imagen seguía allí. Miró al muchacho con una mezcla de desconcierto y furia.
-M…Me refería a la “X” que está en la esquina superior derecha de la ventana… señor. Debe cliquearla con la flechita del ratón.
El hombre pareció entenderlo todo de golpe y con la mayor rapidez que sus nerviosas manos le permitieron pulsó la “X” al tercer intento.
Cuando la imagen despareció por fin, el hombre respiró aliviado. Apoyó la frente en su mano y después se secó en sudor con la palma de ésta. Miguel por su parte empezó a sudar con más profusión. Ésta había sido la mayor cagada de su puerca y miserable vida.
-L…Le juro que no he visto nada. Yo… no quería… no sabía que saldría esa imagen. Solo pretendía comprobar que la recuperación de los archivos había sido satisfactoria.
-No le cuentes esto a nadie.
-S…Se lo juro.
-Esta foto la saqué sin querer.
-Lo… lo entiendo señor, no tiene que darme explicaciones. La culpa es mía. El programa escanea todo el disco duro y recupera todos los archivos borrados sin excepción a menos que estén dañados. No debí abrir ningún archivo. Lo siento mucho.
-Mi mujer no sabe que existe esta foto, si le cuentas lo que has visto a alguien…
-Le aseguro que no lo haré. Puede confiar en mí, señor.
-Joder, ¿Pero como coño ha aparecido esa foto ahí? ¡La eliminé hace meses!
-S…Sí, verá, eso es porque los archivos nunca se borran del todo. Es algo complejo de explicar pero en resumidas cuentas… es como si el ordenador solo borrara la entrada donde dice en qué lugar está el archivo, no el archivo en sí. ¿Comprende?
La cara de desconcierto del hombre era patente.
-No, no comprendo pero me da igual. No le hables a nadie de esto. A mi mujer no le haría maldita gracia saber que la has visto desnuda.
-De acuerdo, le entiendo...
Se calló al ver la cara de asombro que acababa de poner el hombre. Tenía unos ojos como platos y le mirara como si fuera un extraterrestre.
-Pero... pero... si se te ha puesto dura. –Replicó el hombre.
-¿Cómo? No puede ser. –Miguel miró hacia su entre pierna y comprobó consternado el enorme bulto bajo su chándal.
-¡Coño! N...No entiendo lo que ha pasado... no es lo que parece.
“La madre que lo parió”, pensó Miguel, pero porqué cojones tenía que empinarse esta cabrona en este preciso momento. Intentó taparse el bulto pero ya era tarde.
-No me puedo creer que te empalmes con la foto de mi mujer.
-Es que... es que... se lo puedo explicar. Mire yo...
-¡Pero si puede ser tu madre!
-Por favor señor Perecet, déjeme que le explique.
El hombre se recostó en su butaca, miró la pantalla donde había estado la imagen de su mujer y después miró a Miguel.
-Esto es increíble.
-Es que como yo nunca he visto a una mujer desnuda ¿sabe? y claro al verla así... de sopetón... pues... –El muchacho se secó el sudor de su frente.
-¿Cómo? Pero… ¿Eres virgen?
-¿Eh? Pues... pues... s…s…sí. –dijo con un hilo de voz.
-Pero si estás acabando el instituto. ¿Nunca has estado con una chica?
Miguel bajó la mirada y negó con la cabeza.
-¿Y por eso te excita ver a mi esposa?
-NOOOO, no, no. Para nada, no señor, no. Ha sido una reacción espontánea de mi cuerpo. Yo nunca me fijaría en su esposa, señor.
Se hizo el silencio en el despacho del respetable Luis Perecet. Ambos se miraban expectantes ante la reacción del otro. Miguel pensó que ya iba siendo el momento de darse la vuelta y salir de aquella casa pero antes de que pudiese despedirse el señor Perecet le habló de nuevo.
-Tienes la polla más dura que una piedra. –Miguel se puso más colorado todavía.
-Cuando llegues a tu casa. –continuó el hombre. -¿Te vas a hacer una paja?
Miguel abrió la boca y puso unos ojos como platos, después agachó la cabeza como un perro sumiso y tras una pausa asintió levemente con la cabeza.
-Es lo más probable señor. –consiguió apuntar.
-¿Pensando en mi mujer?
Miguel quiso protestar pero no se atrevió, era evidente que iba a ser así.
-Pero... no lo entiendo. Ella es mucho mayor que tú.
-Pero aun está muy buena. Puede que tenga la edad de mi madre pero no tiene el cuerpo ni la belleza que tiene ella.
El señor Perecet se acomodó confuso en su sillón, juntó las yemas de los dedos de una mano con las de la otra y caviló durante unos segundos.
-¿Te gustaría ver más fotos de mi mujer desnuda?
A miguel se le abrió la boca hasta llegar al suelo pero no pudo articular palabra.
-Dime Miguel, si te enseño más fotos de mi mujer… ¿te gustaría?
-No sé qué decirle.
-¿De verdad que nunca has estado con una chica? –El muchacho negó con la cabeza.
-¿Nunca has visto una mujer...?
-Solo en fotografía... nunca en carne y hueso.
-¿Pero tú con Raquel…? Yo pensaba…
-¿Con su hija? Nooo, no, no. Entre ella y yo no hay nada. ¡Qué más quisiera yo! Solo somos amigos. Ella nunca se fijaría en alguien como yo. Digamos que estamos en distinta… onda.
-Entiendo, vuelve a sentarte.
El señor Perecet sacó una llave de su bolsillo, la introdujo en la cerradura de un cajón y lo abrió. Después sacó una caja con una pequeña cerradura, volvió a introducir otra llave, la abrió y saco un pendrive.
-Creo que no hace falta decir que esto debe quedar entre tú y yo. –Decía mientras introducía el aparato USB en el ordenador.
Cuando apareció la primera foto Miguel se quedó sin aire. La esposa de aquel hombre salía del baño tapada con una toalla pero se veían perfectamente sus tetas. Eran preciosas. Ella no parecía ser consciente de que su marido estuviera retratándola y su rictus mostraba una mujer despreocupada mientras se atusaba su cabello húmedo.
La siguiente foto era aun más sugerente. Era una foto tomada unos segundos después de la primera. La mujer seguía con una mano entre su pelo pero esta vez la toalla se había movido y mostraba algo de su bello púbico.
La tercera foto fue la definitiva. Al parecer la foto había sido tomada en la terraza de su chalet mientras tomaba el sol tumbada. Estaba completamente desnuda y era evidente que su esposa no hacía topless a menudo. Miguel se llevó la mano a su polla instintivamente y se la apretó por encima del chándal mientras se mordía el labio inferior.
Aquellos pezones oscuros coronando unas tetas blancas en un cuerpo bronceado, la negrura de su coño en un triángulo de piel clara. Nada menos que la mujer de aquel hombre. La dueña y señora de la casa estaba en pelotas delante de él con su coño y sus tetas totalmente expuestas a la vista del joven imberbe. La imagen era de una nitidez excepcional. Casi podía sentir el aroma de la mujer en su cara. Se mordió el labio inferior y se acomodó la polla que estaba a punto de romper el chándal.
Cuando Perecet mostró la siguiente foto, Miguel puso unos ojos como platos. Parpadeó varias veces mientras su boca se abría como si quisiera desencajarse mientras respiraba estertóreamente. Aquella foto era demasiado fuerte para los ojos de un adolescente pajillero virginal, retraído y friki de la informática.
La foto estaba tomada en el mismo lugar pero unos momentos después que la foto anterior. Al parecer la mujer estaba cambiando de posición cuando se hizo la foto.
Lourdes Loma, la exquisita y refinada mujer del ilustre Luis Perecet y madre de la pija y refinada raquel Perecet aparecía en la imagen a 4 patas, con el culo en dirección hacia la cámara. Entre sus piernas se vislumbraba una de sus tetas que pendulaba al viento. Debido a la cercanía y la nitidez de la imagen se apreciaba perfectamente el bello púbico que cubría los labios de su coño coronado por su ano redondito y tierno.
La cabeza estaba vuelta hacía la cámara sobre la que centraba su mirada por lo que parecía que le estuviera mirando fijamente a él. La primera reacción fue la de apartar la vista de aquella bruja. Daba la impresión de que ella sabía que la estaba espiando, de que sabía que trataba de robarle algo. Y de hecho lo estaba haciendo. Estaba robando lo más secreto e íntimo de ella. Estaba invadiendo su secreto mejor guardado y estaba disfrutando con él como un perro que saborea una longaniza recién sustraída de la cesta de compra de alguna anciana incauta.
Perecet miraba la expresión de la cara del muchacho. La veía cambiar cada vez que pasaba una foto tras otra. La fascinación de aquel chaval con las fotos de su mujer desnuda aumentaba con cada imagen. Veía su nerviosa mirada recorrer la pantalla de arriba abajo una y otra vez, relamiendo su cuerpo con los ojos que solo detenía para aprenderse de memoria las partes que él podía adivinar. Se palpaba su deseo por ella. Notaba como aumentaba la cadencia de su respiración cada vez más profunda y fatigada. Su boca y sus ojos abiertos de par en par.
A Luis Perecet le complacía verle disfrutar. Como cuando le prestaba a su hermano su exclusivo coche de alta gama. Siempre disfrutó con su cara de fascinación al recibirlo de sus propias manos, al verlo acomodarse en el asiento del conductor y manipular los instrumentos de navegación del vehículo; radio-DVD, GPS, televisión, teléfono manos libres incorporado... parecía un niño pobre deleitado con el juguete caro de otro.
Era la misma fascinación que mostró su mejor amigo cuando le prestó por dos semanas su piso en la costa. Un piso amueblado a todo lujo en un espacio idílico. Pudo imaginar durante los días sucesivos lo que pudo sentir su amigo al entrar en el piso y disfrutar de todas las comodidades que le ofrecía.
Ese chaval tenía la polla dura como una roca y no hacía falta ser adivino para saber las ideas que le pasaban por la cabeza con su esposa.
-¿Te gusta mi mujer?
Miguel miró al hombre con un semblante a mitad de camino entre el miedo y el desconcierto.
-Pues, pues... sí, la verdad es que está muy bien.
-¿Te gustan sus tetas?
-Desde luego.
-¿Te la follarías?
-¿Cómo, yo? Pues... pues... la verdad... –hizo una pausa. -sí, la follaría todos los días de mi vida.
-¿Le comerías el coño?
Miguel apartó la mirada del hombre y la fijó en la pantalla dubitativo. ¿Por qué le preguntaba esas cosas?
-Sí, se lo comería hasta hacer que se corriera mil veces seguidas. Le mamaría sus tetas mientras meto mi polla en su coño una y otra vez. Me correría dentro y después le haría chuparme la polla hasta correrme de nuevo. –Miguel estaba fuera de si. -Joder, señor Perecet, estoy tan cachondo que de no ser porque está usted aquí me hacía una paja ahora mismo con la foto de su mujer.
Miguel se mordió el labio inferior y se masajeó la polla por encima del chándal. Tenía la frente perlada de sudor y respiraba aceleradamente.
Perecet pareció sorprendido con el arranque de sinceridad de Miguel y mostró un semblante entre divertido y preocupado.
-Espero que esto quede entre tú y yo.
-Puede estar seguro de que no saldrá de aquí. –contestó Miguel.
-No debes contárselo a nadie.
-No se preocupe, no lo haré.
-Escúchame, quiero que lo entiendas bien. Cuando llegues a casa probablemente llamarás a un amigo y le dirás “oye tío, no sabes lo que me ha pasado hoy”. Y después de contarle lo que has visto le pedirás que no se lo cuente a nadie, pero ¿sabes qué? Todo el mundo tiene un amigo capaz de guardar un secreto y si tú le cuentas esto a alguien por muy amigo tuyo que sea, éste acabará contándoselo a otro al que también le pedirá que no se lo cuente a nadie y este a su vez se lo contará a otro y otro, ¿entiendes?
Miguel no reaccionó inmediatamente. Tras unos segundos cavilando se levanto de su silla cogió su mochila y hurgó en ella. Sacó un pequeño pendrive de un bolsillo oculto, se acercó a la mesa donde estaba el ordenador y lo insertó en él.
Abrió el explorador ante la mirada de intriga de su anfitrión. En el pendrive no había ningún archivo, sin embargo después de navegar por las opciones del explorador aparecieron 3 archivos ocultos en la unidad. Ejecutó uno de ellos y apareció un mensaje:
“ALERTA DE VIRUS, SE EJECUTARÁ PROGRAMA DE INFECCIOSO ¿DESEA CONTINUAR?
El señor Perecet se puso alerta.
-Espera, espera ¿qué vas a hacer?
-No se preocupe. Confíe en mí.
Miguel cliqueó en “aceptar” y acto seguido apareció una ventana solicitando una contraseña. Después de teclearla apareció un documento de texto con una única hoja en blanco. De nuevo navegó por las opciones del programa y de repente el documento tenía varias hojas de extensión. En la primera de ellas aparecía un texto. Miguel avanzó hasta la segunta hoja y apareció la imagen de una chica en pijama sonriendo.
-Es guapa. –comentó Perecet. –Se parece a ti.
-Es mi hermana.
Volvió a pulsar la tecla de avance y apareció una nueva foto de la chica pero en esta ocasión estaba desnuda de cintura para arriba. Los ojos del señor Perecet se agrandaron.
-Ostias, que tetas.
La foto había sido sacada con una cámara oculta mientras la muchacha se miraba en el espejo, quizás después de una ducha.
Miguel pulsó de nuevo la tecla de avance y apareció una nueva foto de mejor calidad que la anterior. En esta ocasión la chica estaba en bragas aparentemente vistiéndose o desvistiéndose. Las tetas y sus pezones ocupaban buena parte de la fotografía.
El señor Perecet parpadeó varia veces sin quitar la vista de las aureolas de sus pezones.
-Joder, que buena está tu hermana. ¿Las has sacado tú?
-Sí.
-Tú... ¿espías a tu hermana?
-La espío y me hago pajas pensando en ella. –contestó sin vacilar mientras mostraba una nueva imagen de su hermana.
Perecet miraba la pantalla y después a Miguel una y otra vez como si no terminara de creerse lo que veía.
-¿Lo ve? Ahora ambos sabemos un secreto del otro que a ninguno le interesa que se conozca.
-Entiendo... eh... ¿podrías poner otra foto más?
Perecet tenía la polla apunto de reventar. Se soltó el cinto de su pantalón y se acomodó la polla que ya llevaba un buen rato apretándole. Cuando la siguiente imagen apareció en la pantalla el señor Perecet se quedó sin aliento. Una foto de su hermana completamente desnuda, tumbada sobre una cama al estilo “La maja desnuda” mientras hablaba con alguien fuera de plano.
La calidad de la foto era suficiente para apreciar su hermoso coño adolescente y sus tetas duras y tiesas como pitones.
-La madre que la parió. Yo también me haría pajas con ella si fuera mi hermana.
-¿Le gusta?
-¿Que si me gusta? ¿Estás de broma? Lo que me gustaría es follármela. ¿Cómo se llama?
-Iria.
Miguel se dio cuenta de que el señor Perecet se estaba tocando la polla por debajo del pantalón. Su anfitrión de dio cuenta del descubrimiento del muchacho pero no se contuvo y siguió con su masaje.
-Más, enséñame más, por favor. –Empezaba a respirar agitadamente.
La siguiente foto colmó todas las expectativas de Don Luis Perecet. La muchacha mantenía la misma posición que la foto anterior recostada en su cama pero en esta ocasión, un joven situado en pie frente a ella tenía su polla dentro de su boca. Una Iria adolescente y con cara de novicia le practicaba una felación al muchacho. Lo más lascivo del retrato era la cara de satisfacción que mostraba la chica.
Perecet se estaba masturbando sin tapujos junto a Miguel que lo miraba incómodo.
-¿Quién es ese? ¿Eres tú?
-¿Yo? Que va. Ya pudiera. Solo me hago pajas con sus bragas. Ese de la foto es su novio.
Los pantalones y los calzoncillos de Perecet se deslizaron hasta sus tobillos dejando a la vista la polla al completo que su mano recorría arriba y abajo. Perecet se fijó en la mirada de recelo de su compañero.
-¿Qué pasa? Ahora va a resultar que tú no te haces pajas delante del ordenador, ¿no?
Miguel apartó laminada herido en su orgullo. Era evidente que cumplía con todos los cánones del Friki informático que se pasa horas navegando por Internet en busca de porno con una mano en el ratón y otra en la minga.
-¿Quieres ver de nuevo la foto de mi mujer?
Miguel no contestó pero esperó con ansia mientras su colega abría una nueva ventana con la foto de su esposa y la colocaba junto a la de su hermana. De nuevo la mirada penetrante de aquella mujer que le aterraba apareció tras su cuerpo desnudo. Su coño negro y su ano acaparaban toda la atención del chico.
Las 2 imágenes compartían la totalidad de la pantalla y ambos hombres se masturbaban en silencio mirando el monitor. Cada uno miraba la foto del otro. Miguel, que ya no se molestaba en disimular mientras se tocaba bajo el chándal, se bajó los pantalones y comenzó a hacerse una paja al igual que el hombre que le acompañaba.
-Tu hermana me pone a 100. Joder, está tremenda.
-Tu mujer sí que está buena.
-Me follaría a tu hermana. –decía Perecet. -Le comería el coñete y luego me la follaría.
-Y yo me follaría a tu mujer. Con esa cara de hija de puta que tiene. Joder, me la follaría por el culo si pudiera.
Sus ojos no se apartaban del ano de la mujer mientras se la imaginaba montándola por el culo como una perra mientras ella le miraría con la misma expresión asesina que cuando entró en su casa.
Lo que disfrutaría amasando las tetas de aquella mujer que le hacía sentir como un mendigo en la casa de un marqués. Conocía a ese tipo de mujer. Había conocido innumerables mujeres como ella. Doña Marisol, su profesora de filosofía, implacable tutora que le atemorizaba con su mal humor y su carácter avinagrado infringiéndole reprimendas a la mínima ocasión mientras le echaba en cara sus escasos resultados en una asignatura que no entendía. Doña Begoña, la madre de un amigo de la infancia, de la que soportó desprecios y humillaciones cada vez que le veía con su hijo, como si no fuera digno de su amistad.
Miguel se la estaba follando, se la follaba delante de su marido. A ella y a todas las mujeres como ella. Las follaba a 4 patas, una tras otra.
-Joder, me voy a follar a tu mujer por el culo y después me voy a follar a tu hija. Las voy a llenar de semen a las 2.
Estaba fuera de si, se pajeaba con violencia. Tenía el cuerpo empapado en sudor. Miró a su compañero que le observaba con intriga.
-¿Qué? ¿Qué pasa, he dicho algo que no debía? L...Lo siento si he sido...
-No, no es eso. Es que... tienes una polla enorme.
-¿Qué? –bajó la mirada hacía su pene. -Que va, si es igual que la suya.
-Joder chaval, con esa pollón harías gritar a más de una.
Miguel le miró sorprendido.
-Que no, que no. Que es como la suya o más pequeña.
Miguel aun comparaba su miembro con el del otro cuando notó la mano de su compañero cogerle la polla. El señor Perecet había rodeado su miembro con los dedos y lo palpaba ligeramente.
Fue un suceso no esperado que le hizo tomar una bocanada de aire e inflar los pulmones por acto reflejo.
-Sí, sí, tu polla es más gorda que la mía. –dijo el señor Perecet. –segurísimo.
-Eh… bueno…
-¿Qué pasa? ¿Por qué pones esa cara? ¿No te habrá molestado que te toque la minga?
-¿Eh? no, no, es que… no me lo esperaba.
Se hizo un silencio incómodo entre ambos.
-De cualquier forma. -Dijo Miguel para romper el hielo. –usted me sobre estima, la suya es más grande.
-Que no, joder. Mira, cógemela y compara tú mismo.
Miguel se arrepintió de haber abierto la boca. No quería tocarle la polla a otro tío. Ya tenía bastante con meneársela a su lado. Sin embargo tampoco quería ofender a su anfitrión así que alargó el brazo y casi sin mirar asió su miembro con sumo cuidado
Le sorprendió la suavidad del pene de su compañero pese a que el tacto y la dureza parecían iguales que la suya.
-¿Lo ves? –dijo Perecet.
Miguel tenía una mano en cada polla, soltó la de su compañero y negó con la cabeza.
-No, mi polla no es más grande, seguro.
Fijó su mirada en la pantalla y retomó su paja, zanjando de esa manera una discusión que no le llevaba a ninguna parte y le hacía sentirse incómodo. Se concentró en la mujer de Perecet que estaba buenísima y en su hermana junto a ella chupando polla. Menudas dos hembras.
-¿Nos hacemos la paja el uno al otro?
-¿Cómo? –Preguntó Miguel incrédulo.
-Vamos hombre. Las pajas son mejores cuando es otra persona la que te la hace. Y ninguna de estas 2 va a venir a meneárnosla. –dijo señalando a la pantalla.
Miguel era de esos que se sentaban en su mano hasta que se le dormía para luego pajearse con ella imaginando que era la mano de otra persona. Aun así la idea no le convencía.
-Bueno, no sé… no creo que…
-Mira, nos la meneamos el uno al otro y si no te gusta lo dejamos ¿vale?
Antes de que pudiera contestar, el señor Perecet le agarró el pene y empezó a pajearlo. Miguel cogió aire y respiró a bocanadas como si le estuvieran duchando con agua helada.
Lo cierto es que a su compañero de fechorías no le faltaba razón. La mano que se deslizaba arriba y abajo le estaba produciendo placer, al menos más de lo que quisiera.
Miguel miró al hombre que tenía a su lado y pensó que no le quedaba más remedio que corresponder, así que alargó su brazo y asió su polla de nuevo. Estaba muy dura y era tan suave como la suya. Comenzó a pajearle despacio mientras se concentraba en las fotos que tenía delante. Bien mirado, sentía cierto morbo al compartir la foto de su hermana con él. Si ella supiera que en estos momentos él y un señor que podría ser su padre se estaban pajeando mientras la miraban desnuda chupándole la polla a su novio…
Ambos estaban cada vez más excitados. Cuanto más caliente estaba cada uno más rápido movía la polla del otro lo que provocaba mayor excitación y hacía que cada uno pajease la polla de su compañero a mayor velocidad. Era la pescadilla que se mordía la cola
-Vete más despacio. –Decía Miguel. –Me voy a correr enseguida si sigues a este ritmo.
-A mí me pasa lo mismo. –Respondía Perecet. –La culpa es de tu hermana y su cara de niñita chupadora de pollas.
Miguel le comprendía perfectamente. Tan angelical, tan modosita, tan “hermana-mayor-responsable”. Nada que ver con la esposa de Perecet, fría, implacable, desdeñosa, con una mirada aterradora y penetrante que le producía pánico y deseo a partes iguales. Miguel se la estaba follando de nuevo por el culo mientras ella le observaba con esa mirada de odio.
Por su parte, el señor Perecet, no apartaba la vista del cuerpo y la boquita succionadora de la hermana del muchacho.
-Joder, quiero follarme a tu hermana, quiero comerle el coño, pero sobretodo quiero que me chupe la polla como se la está chupando a su novio.
-Sí, yo también rezo cada día para que algún día me la chupe. No sabes las pajas que me he hecho pensándolo.
Don Luis gemía de placer a punto de alcanzar el orgasmo.
-Oye, ¿Y si nos chupamos las pollas?
Miguel le miró como quien mira lo que cae del culo de un perro mientras la mano de Perecet continuaba pajeando su polla a un ritmo acelerado. ¿Este hombre estaba enfermo, o qué?
-Pero… pero… eso es de maricones. –objetó Miguel.
-¡Qué coño va a ser de maricones! Eso es algo normal. No te vas a convertir en marica por eso.
-Estooo… no sé… no creo que…
-Una mamada es mil veces mejor que una paja. Vamos hombre, ¿No serás uno de esos moñas mojigatos?
-Joder… no sé… además… me voy a correr enseguida…
Miguel jadeaba empapado en sudor mientras la mano de Don Luis le pajeaba la polla.
-Venga joder, que no es para tanto. –replicó el hombre.
-Bueno pero... usted primero.
Perecet se arrodilló entre las piernas del chico y se introdujo la polla en la boca. Cuando Miguel notó los labios recorrerle desde adelante hasta atrás se sorprendió, muy a su pesar, de lo extraordinariamente placentero que era.
Miguel rememoró las veces que había practicado un agujero en un melón para meterlo en el microondas y utilizarlo como un coño portátil. La mamada de Don Luis estaba a años luz de cualquier remedio sexual casero.
Joder, ese hombre la chupaba de puta madre. Tenía razón, una mamada era mil veces mejor que la mejor de las pajas. Además las fotos de su hermana y de su mujer juntas hacían que fuera imposible no estar excitado. ¿Sería así como la chupaba su hermana? ¿La chuparía de esa manera la esposa de este hombre?
No pudo retrasarlo más, puso los ojos en blanco y empezó a correrse. El señor Perecet le estaba sobando los huevos y lamió su glande con la punta de la lengua durante los últimos estertores del orgasmo lo que casi le hizo tocar el cielo.
Cuando acabó se quedó despatarrado en su asiento mientras su colega escupía en la papelera los restos de su semen. La pinta del chico era ridícula, vestido con una camiseta y unas zapatillas como únicas prendas mientras sus calzoncillos y su chandal permanecían tirados en el suelo.
Se puso en pie y se miró la minga y las piernas desnudas. Si alguien pudiera verle así…
El señor Perecet se sentó en su butaca y esperó con las piernas abiertas y la polla tiesa a que Miguel cumpliera con su parte del trato. También él se había desprendido de sus pantalones y calzoncillos y se había abierto su camisa.
Miguel tragó saliva. Ya no estaba excitado y de repente la idea de chuparse las pollas no le parecía tan buena idea. Qué coño, era una idea de mierda. ¿Tenía que chuparle la polla a un tío que podría ser tu padre? Eso no se parecía nada a follarse a su mujer o su hermana o a hacerse unas pajas con ellas.
En cualquier caso Miguel no se atrevió a echarse atrás y hacerle un desagravio a un hombre de su importancia, no iba a hacer nada que el otro no hubiera hecho antes con él, así que tomó todo el aire que cupo en sus pulmones y se arrodilló entre sus piernas.
Casi temblaba. ¿Como podía chuparle la polla a un tío?, eso era de maricones dijera lo que dijera este tío.
-¡Vamos, empieza ya! que me voy a enfriar. –espetó Perecet. Miguel simplemente no podía moverse.
Por fin, después de unos segundos, comenzó a levantar la mano hacia su pene. Lo agarró con asco y separó su prepucio hacia atrás. De cerca la polla tenía dimensiones considerables. La mano de Miguel no cubría la totalidad de la longitud miembro endurecido.
Casi se le escapa un gritito de asco. Su corazón latía a toda velocidad aunque no debía llegarle suficiente sangre a la cabeza porque se sentía mareado. Se sorbió los mocos y miró al hombre que le observaba con ansiosa atención.
Tragó saliva antes de abrir la boca, cerró los ojos y se echó hacia delante con la cara contraída en una mueca de asco. Avanzó lentamente hasta que sus labios tocaron el glande del hombre. Después tuvo que abrir su boca aun más para conseguir introducirse la polla dentro.
-Joder, sííííí. –dijo Perecet.
Miguel formó una “O” con sus labios y comenzó a recorrer el pollón adelante y atrás, cada vez más adentro.
-Lame el glande con la lengua.
-Ya estoy…
-Con la lengua, como si fuera un helado. Chúpame bien el capullo.
Cogió la polla por la base y mientras le pajeaba, lamió todo su glande utilizando la lengua en toda su extensión. Don Luis disfrutaba, Miguel contenía el vómito.
-Agárrame los huevos, cógemelos con la mano y acaríciamelos con las yemas de los dedos.
Obedecía sumiso mientras Perecet sudaba de placer. El placer de una mamada bien hecha. Lástima que no fuera la hermana del chaval la que se lo hiciera, con lo buena que estaba. Le metería polla en su negro coñete, se la follaría a 4 patas y después le daría por el culo. Esa putita se enteraría de lo que es follar de verdad.
Peceret estaba fuera de sí, con la frente empapada de sudor y la polla a punto de reventar. Cogió a Miguel por la nuca y sacudió su cabeza aumentando el ritmo de la mamada. Respiraba como un toro desbocado.
Fue entonces cuando Miguel se dio cuenta de la situación en la que se encontraba y a la degradación a la que la había llegado.
No le dio tiempo a pensar muchas cosas más, Don Luis Perecet empezó a correrse.
Miguel notó de inmediato el primer chorretón de semen caliente en su boca e intentó apartarse. Desgraciadamente para él, le sujetaba con fuerza de la cabeza.
-No pares, no pares.
Acumuló en su boca todo el semen que iba saliendo de su polla que para colmo, la empujaba hasta la garganta golpeando su campanilla produciéndole arcadas. Intentó toser pero solo consiguó atragantarse lo que hizo que tragara parte del semen. Notó el calor del líquido viscoso fluir por su garganta y por su esófago hasta alojarse en su estómago. Se quería morir.
Por fin, después de un tiempo que se le hizo eterno, sus manos liberaron su cabeza y el pene en semi erección pudo abandonar su boca.
Con toda la rapidez que pudo escupió el semen caliente en la misma papelera donde antes hubo escupido Perecet su propio semen. También intentó provocar el vómito para expulsar el semen alojado en su estómago pero fue en vano. Después se puso en pie y se limpió la boca con la camiseta. En verdad tenía una pinta de lo más patética vestido solo con una camiseta y unas zapatillas sucias por lo que sin perder un segundo y con el miedo de que alguien pudiese entrar por la puerta en cualquier momento, se puso el pantalón de chandal como un rayo y se guardó los calzoncillos en el bolsillo.
Quería salir de allí cuanto antes. Debía estar loco para hacer lo que había hecho. Se acercó al ordenador dispuesto a extraer su pendrive pero Perecet le sujetó de la muñeca.
-Espera. –rogó Peceret. –Dame esa foto de tu hermana
-¿Cómo?
Si hay algo que Miguel siempre tuvo muy claro es que aunque podría ser un enfermo mental y una mala persona por espiar y meneársela pensando en su hermana, sus fotos nunca saldrían de su pendrive. Nunca dejaría que sus fotos circularan por ahí. La traición no era una palabra escrita en su diccionario y Miguel era una persona con principios.
-Te daré la foto de mi mujer que tú prefieras.
¡DINNNG! Fue como si alguien hubiera cantado bingo dentro de su cabeza. Si bien es cierto que era una persona con principios, para el señor Perecet podía tener otros.
Cuando el señor Perecet le acompañó hasta la salida se encontró a Raquel, la hija de Perecet, en el vestíbulo.
-¿Qué? ¿Has arreglado el ordenador de mi padre? –preguntó Raquel.
-S…Sí, bueno, se puede decir que sí.
La mujer de su anfitrión cruzó el vestíbulo y se topó con ellos.
-Hola Lourdes. El amigo de Raquel ya se va.
La mujer le miró como el que mira una boñiga de vaca y no se dignó a saludarle. Quizás era porque ese andrajoso amigo de su hija no era digno de pisar el suelo de su chalet. En cualquier caso, la mujer continuó su camino hacia el jardín ignorándole.
“Te he visto el coño, zorra”, pensó Miguel mientras apretaba su pendrive entre los dedos. “Puedes ignorarme lo que quieras, no me importa. Pienso hacerme una paja delante de tu foto cada noche”.
La polla de Miguel pendulaba libre dentro del chandal y comenzó a crecer mientras pensaba en la esposa de Perecet.
-Te veo mañana en clase. –dijo Raquel mientras caminaba tras los pasos de su madre dejando solos a su amigo y su padre. –Gracias por ayudar a mi padre.
-Sí. –corroboró Perecet. –Gracias… por todo.
Cuando Miguel abandonó la propiedad de aquella familia lo hizo con una sonrisa ladina en sus labios. La madre de Raquel podría ser muy cruel con él, no le importaba. Ella nunca imaginaría que la había visto desnuda y que tenía una foto de suya en pelotas con el coño y el culo bien visibles.
-Sé algo de ti que tú no sabes, puta. –se dijo a si mismo.
Mientras se alejaba, su polla permanecía dura bajo el chandal. Después la sonrisa fue desapareciendo mientras rememoraba lo que había hecho hasta conseguirla. Se llevó la mano a la boca y vomitó.