La mujer de mi amigo (2)

Daniela estaba dispuesta a seguir...

Me acerque despacio

Estire mis manos buscando su pelo.

Mis yemas se enredaron en su melena, mientras mi boca busco su boca. De manera suave, casi rozándolos, mis labios se posaron sobre los suyos, prodigándose en un beso manso, casi casto.

Mi lengua siguió el contorno de sus labios, primero el superior y luego el inferior, se desplazo por su mejilla buscando su oreja, mis dientes mordieron su lóbulo, cerré sus ojos con un mimo, con la saliva de mi lengua dibuje sus cejas, seguí por su frente, baje por la otra mejilla, jugué con su otra oreja, mientras mis manos continuaban en la travesura del entrelazado de su cabello.

Mis manos se deslizaron por sus hombros, desprendiendo su vestido y dejándolo caer hasta el suelo; siguieron el camino de sus senos que tocaron suavemente. Mi boca corrió en ayuda y el botón de su pezón desapareció en mis fauces; con la lengua hice el círculo de su aureola, baje en busca del ombligo y cuando lo roce sentí el mismo estremecimiento de Daniela que segundos antes. Seguí hasta el pubis, lo aceche con mi tanteo; mis manos pasaron de las caderas al contorno de su trasero.

Cada beso, cada caricia, era un toque eléctrico que pulsaba su cuerpo.

Me levante despacio, la rodee con mi anatomía y colocándome por detrás mime su nuca. Abrí sus nalgas y puse mi miembro erecto a la largo de su raya.

Daniela permanecía con los ojos cerrados buscando mi contacto.

Con la mirada llame a Fernando que puso sus manos en sus pechos, los palpo, los estrujo, los hurgo; se arrodillo a sus pies y comenzó a lamer su pubis con frenesí. Mordisqueaba su clítoris, pasaba su lengua por los labios vaginales de manera lasciva y lujuriosa.

El cuerpo de Daniela se arqueo, sus manos buscaron hacia atrás mi cara, su cabeza volteo y su lengua se confundió con la mía, en el preciso instante en que un grito sordo me anuncio su primer orgasmo.

La hice girar, Fernando se hizo patrón de su ano mojándolo con los restos de sus flujos.

Daniela levantó su pierna derecha y rodeo mi muslo izquierdo. El embate de Fernando se hizo mas prodigo. Con una mano la hembra se afirmo en mi nuca y con la otra busco mi sexo para introducirlo en su vagina.

Sentí el calor de su semen al entrar en ella y comencé a moverme. Los gritos sordos de Daniela se convirtieron en verdaderos alaridos.

Fernando ya incorporado intentaba por todos los medios penetrar su culo. Daniela se aferraba, en la disyuntiva de facilitar el trabajo del hombre a sus espaldas o seguir el movimiento mío que la llevaba al éxtasis con premura.

Me deje caer sobre la cama, en el movimiento perdí el contacto de Daniela que se monto sobre mi reiniciándolo. Roberto puso su mano izquierda sobre la espalda de ella, la apretó contra mi cuerpo y busco sus nalgas, esta vez con perspectiva de éxito.

Al momento de sentir la doble penetración pareció que Daniela perdía sus fuerzas, como si un desmayo se asentara en su cuerpo, pero solo fue una sensación pasajera, porque renació en un alocado movimiento queriendo poseernos con salvaje experiencia.

Mi movimiento se torno dificultoso, pero no el de Daniela que montada en mi sexo recibía el empuje de Roberto con violencia que casi al borde del gozo retiro su miembro y la inundo de esperma a lo largo de su espalda.

Daniela estiro su mano buscando el pene eyaculado, lo desplazo hacia delante e incorporándose sobre mi pecho busco de ponerlo en su boca para mamar el simiente que aun brotaba, mientras saltaba sobre el mío introduciéndolo hasta el fondo de manera frenética.

Sus gritos se confundieron con los míos. Aferrados el uno al otro juntamos nuestras sensaciones y delirios. La risa broto de sus labios, recorrió mi humanidad con su boca, bebió mis jugos, me mimo y prodigo mil caricias.

A esta altura Fernando, el amigo serio y reprimido no existía, solo había cumplido el papel del marido que nos inicio en el juego y luego pretendió abortarlo.