La muerte nos sienta tan bien... 7

¿Crees en los héroes?

Empecé a escuchar sus voces antes de poder mover un sólo músculo.

  • Vamos, córrete. En su cara.

  • Uf, todavía me falta un rato.

  • Llénale toda la cara de lefa, por hijo de la gran puta.

En aquella casa cada vez que me despertaba encontraba gente follando.

  • ¿Y si se despierta?

  • Esa es la idea.

  • Esto es raro, tío.

  • Pues espera a que vengan los demás. Han programado una

bukake.

No podía saber quienes hablaban, estaba tan aturdido que no era capaz de  reconocer sus voces.

Poco a poco fui recuperando el resto de los sentidos. Tenía un trapo en la boca y las manos atadas a la espalda. Estaba sujeto a una superficie algo blanda con correas. Podía sentir el aire acondicionado en cada poro de mi piel. Me tenían desnudo. Nada me tapaba los ojos, podía abrirlos y echar un vistazo a mi alrededor.

Pero me daba miedo. Si iban a abusar de mí podría soportarlo. Pero no les iba a quedar más remedio que matarme después, como a Néstor, porque no podían violarme e irse de rositas. Recé a los pocos Santos que conocía gracias a mi madre para que Juancho estuviera escuchando lo que pasaba a través del micrófono del reloj y viniera a rescatarme a tiempo.

  • No creo que pueda, tío –dijo una de las voces.

  • ¿Qué pasa? ¿No te mola verlo así?

  • No es eso. Bueno, un poco sí. Pero es que me he corrido hace un rato.

El reticente a correrse era Gerardo. El que me había llamado hijo de la gran puta, Lían.

  • Ven aquí -dijo Lían. - Te ayudo.

Oí como empezaban a besarse encima mío. Pude escuchar el sonido que hacía la mano de Gerardo haciéndose un pajote junto a mi cara.

Poco después escuché que Gerardo decía con la voz entrecortada:

  • Se ha despertado, tío. Está empalmado.

Alguien me dió una bofetada (no podía ser otro que Lían) porque a continuación dijo:

  • Mejor. Vamos, léfale.

Gerardo aceleró la paja y por lo que pude oír volvió a amorrarse a la boca de Lían. A los pocos segundos los trallazos de Gerardo se estamparon en mi mejilla, en mi nariz, en la frente, y sentí como la lefa que se había estampado en la mejilla me resbalaba luego hacia el cuello. Era una lefa muy líquida la de Gerardo.

Después se pusieron a conversar de gilipolleces y se olvidaron de mí, como si fuera lo más normal del mundo tener un tío atado contra su voluntad en tu salón y correrte en su cara.

Porque estaba en el salón, encima de una mesa baja que habían cubierto con un colchón delgado, como pude comprobar cuando por fin abrí los ojos. Al menos me tenían en blando. Al otro lado del salón el guapísimo Juan a Secas me miraba con preocupación. Cuando nuestras miradas se cruzaron apartó la vista, pero estaba claro que la situación lo incomodaba más que a los otros dos.

  • ¿Qué hacemos? ¿Lo limpiamos? -preguntó después Gerardo.

  • No, qué va. Queremos ensuciarlo -contestó Lían.

  • ¿Cuanto tardarán los otros?

  • A saber.

  • Me da cosa verlo ahí. Parece aterrorizado -vaya, Gerardo el vampiro sentía cierta empatía por mí.

  • Pues dile a Juan que lo duerma otra vez –le escupió Lían, como si sintiera vergüenza de tener amigos tan blandos.

Juan intervino entonces.

  • Podría ser peligroso.

  • Que se joda. Si le pasa algo se lo merece.

Me pregunté a qué venía tanta hostilidad hacia mi persona.

Juan desapareció de mi vista y al poco volvió con el trapo y el cloroformo o lo que fuera aquello.

Cuando se agachó hacia mí intenté darle un cabezazo pero se retiró a tiempo.

  • Tranquilo -me dijo Juan. - Estarás mejor dormido.

Vi como me acercaba aquel trapo a la cara y me revolví como una serpiente. Me hice daño con las correas.

Lloré intentando llamar a Juancho pero la mordaza sólo me permitió dar el sonido consonántico de sus vocales.

Después, la nada.

Me despertó un dolor bestial en el orto. Alguien muy bien dotado me estaba perforando. De todas formas no lo hacía de forma cruel, de hecho me habían puesto lubricante (o a lo mejor unos cuantos chorreazos de lefa), pero era demasiada polla para mi culo. Aguanté como pude hasta que a mi pesar dejé de sentir dolor y comenzó a gustarme.

Estaba pegajoso por todo, ya llevaba bastantes corridas encima, y me sentía como un animal en el matadero, y aún así me daba gustito que me partieran el ojete.

Habían apagado las luces y habían puesto cuatro velas en sitios estratégicos. El que me estaba dando por el culo era el Juan al Cubo, sus músculos brillaban aceitosos en la mortecina iluminación. De los otros tres, que se pajeaban encima de mi cara, solo conocía al otro Juan, el Juan osezno que se encargaba de dormirme con el cloroformo y que parecía temer por mi seguridad. Al parecer eso no le impedía aprovecharse de la situación.

Lo miré procurando que notara toda mi decepción en mis ojos.

Me sonrió de manera dulce, se agachó y me dijo al oído:

  • Voy a sacarte de aquí. En cuanto éstos se vayan a la cama.

Después me cogió la cabeza y me pidió permiso con la mirada para follarme la boca. Asentí. Con cuidado me retiró la mordaza y acercó su miembro a mis labios.

Juan a secas tenía una polla preciosa, gruesa, llena de venotas, y unos cojones gordos, duros y peludos que pese a mi situación no pude dejar de admirar. Poco a poco me introdujo la pollaca en la boca que por lo demás ya me habían follado cuando estaba inconsciente porque me sabía a corrida, y cuando la tuve toda dentro empecé a mamársela con pasión. Al fin y al cabo iba a sacarme de allí.

Recibí la leche de otro tío en la barriga mientras yo se la mamaba a Juan. Alguien me empezó a hacer un pajote pringado de lefa. Juan al cubo seguía dándome por el culo cada vez más deprisa y por un momento me olvidé de que todo aquello era contra mi voluntad y empecé a gozar como una perra.

Juan a Secas empezó a dar muestras de que mi mamada estaba a punto de llevarle al clímax pegándome unos deliciosos tortazos en la mejilla hinchada de polla y me preparé para recibir su lechada con ansia.

Me corrí en las expertas manos de un desconocido al mismo tiempo que Juan me regalaba una corrida monumental en la boquita.

Pero Juan a Secas no cumplió su promesa. No me sacó de allí.

La sesión fue realmente larga y no hizo falta más cloroformo, esta vez me dormí por mi cuenta entre desfile y desfile de pollas de todos los tamaños y lechazos de dispares abundancias.

Había perdido la noción del tiempo. No sabía qué hora era cuando Juancho vino a rescatarme. Debía ser de madrugada, puede que a punto de amanecer, porque aunque aparentemente no entraba luz por el balcón, se veía algo mejor que horas antes en el salón.

Juancho me despertó besándome la boca.

  • Tío, ¿no podías haber tardado más?

  • Lo siento.

  • Estoy lefado hasta los ojos. ¿No te da asco? –le pregunté, entre beso y beso.

No contestó. Se limitó a darme otro morreo. Después se apartó un poco y me miró con una sonrisa lujuriosa.

  • Desátame -le urgí.

  • Espera.

Frente a mi cara de consternación empezó a desabrocharse el cinturón.

  • Quiero que me comas la polla.

  • ¿Aquí? ¿Ahora? ¿Estás loco?

Se sacó el miembro duro como una roca y me golpeó la cara con él.

  • Vamos, puta. Si en el fondo te gusta.

Sabía que Juancho era bastante cerdo pero aquello me parecía peligroso para los dos.

  • ¿Y si nos pilla Lían?

  • No te preocupes por él. Sólo come polla.

Sin darme más opción me metió el pollón entre los labios y dio un empujón. Era bastante más bruto que los que me habían follado la boca aquella noche, y eso que éste era de los buenos.

Hice sitio a todo lo que me metía sin contemplaciones y estuve a punto de vomitarle en la puta polla un par de veces. Procuré darle gusto a ver si se corría pronto y me soltaba de una vez.

Pero Juancho era de los que duraban. Después de follarme la boca como un cabrón durante más de un cuarto de hora el hijo puta volvió a ponerme la mordaza, me abrió bien las piernas y empezó a lamerme el culo lleno de restos de lefadas.

La verdad es que no me esperaba aquella comida de ojete y Juancho lo hacía tan bien que pronto ya estaba gimiendo como una gata en celo otra vez.

El tío me escupía el ojete, me pasaba un dedo de arriba a abajo y me arrimaba toda la boca para darme lengua, era un placer sentir su barbilla contra mi culo bien abierto. Cómo lamía el condenado. Qué gusto.

Y luego, ración de polla. Sin muchas consideraciones pero ni falta que hacía.

Bombeaba tan profundamente, me lo hacía tan bien, que me corrí mucho antes de que lo hiciera él. Pero él no lo hizo en mi trasero.

Cuando iba a correrse me la sacó del ojete que lloró aquella pérdida y se vino a mi cara. Me quitó de nuevo la mordaza.

  • Saca la lengua, puta.

Obedecí. Fue hermoso ver como se pajeaba encima mío, ver su cara de placer mientras sus dedos recorrían su verga y él iba soltando saliva sobre el cabezón. Esta vez sí, con unos cuantos meneos la pollaca de Juancho se derramó en mi lengua. Recibí aquellos lechazos con gratitud, porque por fin estaba a salvo, porque Juancho sí era mi héroe de película.

  • Uf, ha sido brutal -dijo Juancho, paseando su nabo pringoso por mis labios y luego por toda mi cara.

Lo dejé que jugara un rato. Cuando se prolongó demasiado me tragué la lefa que aún me quedaba en la boca y le pedí que me soltara de una vez.

  • Tú no te vas a ningún sitio.

Me puso la mordaza para variar, me dio una tremenda bofetada y dijo:

  • ¿De verdad te creíste lo de que era policía? ¿Puedes ser realmente tan idiota?

Continuará…