La muerte nos sienta tan bien... 6

Para bien o para mal la vida de nuestro protagonista está a punto de dar un giro hacia... lo desconocido.

No paraba de dar vueltas por el piso, como un animal enjaulado. Estaba fatal de los nervios y tenía un malestar tremendo en el estómago. Por fin llamaron a la puerta. Abrí y me eché en brazos de Juancho, todavía temblando.

  • ¿Qué ha pasado? Cuéntamelo todo -dijo, con sus tremendos ojos azules llenos de amor.

  • Me ha chantajeado.

  • ¿Lían? ¿Con qué?

  • No puedo decírtelo –contesté.

  • ¿Trapos sucios?

  • Alguien de mi pasado.

  • Rafa, si hay alguien en quien puedas confiar, ese soy yo.

  • Lo sé. De todas formas no es algo que me afecte directamente, está más relacionado con mi novio. Digamos que se ahorcó por un asunto relacionado con una chica. Y Lían, de alguna manera, ha dado con ella. Ha aparecido en el bar, salida de la nada, mientras yo estaba haciendo el gilipollas para ti en la calle.

  • ¿Cómo puede haberla encontrado tan fácilmente? ¿Y qué diablos quiere Lían de mí?

  • ¿No te lo ha dicho?

  • Bueno, sí. Quiere que vuelva a su casa. Pero, ¿por qué?

  • Para seguir divirtiéndose a tu costa. Y no debería sorprenderte que diera con esa chica. El dinero lo puede todo y Lían está forrado.

  • Claro, el asunto de los champiñones –recordé.

  • Bueno, no champiñones exactamente. Pero sí, empezaron con alimentación aunque ahora poseen una cadena de supermercados que va creciendo como la espuma.

Me lo quedé mirando, sin comprender.

  • No te sigo.

  • Los padres de Lían. Están forrados. Y él chupa del bote.

  • ¿Los padres de Lían? ¿No están muertos?

  • No. ¿Te dijo que habían muerto?

  • Sus padres y su novia. Y que su novia había muerto envenenada por una sopa de champiñones en mal estado y de ahí provenía su pequeña fortuna.

  • Lían nunca ha tenido novias.

  • ¿Nunca? ¿Cómo puedes saber tú eso?

  • Lo sabemos todo, ya te dije que llevamos mucho tiempo tras él.

Miré a Juancho no muy convencido.

  • ¿Me estás diciendo que me mintió desde el principio? ¿En todo lo que me dijo?

  • Eso parece, ¿no? Ese tío es un sociópata. No le des más vueltas.

Juancho volvió a abrazarme y me aferré a él con desesperación, preguntándome qué era verdad y qué mentira en mi vida.

  • Quizá ni siquiera se trate de ella -dije al fin.

  • ¿De quién hablamos ahora?

  • De esa chica de mi pasado que Lían ha traído para martirizarme. A lo mejor es también mentira y no se trata de la misma chica.

  • Eso suena extraño. ¿Tu novio se ahorcó por un asunto con una chica de la que ni siquiera conoces su aspecto?

  • Es complicado. Algún día te lo contaré.

Una hora más tarde llamaba al timbre en el piso de Lían.

Me sentía como la protagonista de Alias. Juancho me había puesto un micro. A simple vista parecía un reloj de pulsera así que con un poco de suerte nadie lo notaría.

Me abrió el propio Lían. Y al verme me sonrió dulcemente, como si él no fuera el mayor hijo de puta de la historia (o casi) y yo no hubiera sido chantajeado por él una horas antes.

  • Has venido. Qué alegría. Pasa –consiguió sonar como la mismísima Bree Van de Kamp.

En realidad no sé qué estaba haciendo yo allí. Juancho me había asegurado que no corría peligro y que ésta era la única manera de hacer avanzar la investigación. Pero yo no entendía para qué tenía que arriesgarme cuando se suponía que tenían un policía infiltrado en la casa.

En el salón Pedro y Juan al Cubo (el Juan que no me gustaba físicamente) me saludaron y Gerardo, que estaba en el balcón, se limitó a mirarme de manera enigmática. Hoy más que nunca me recordó a un vampiro de película porno para mamás.

Nuria, la chica de la silla de ruedas quien Lían decía que era la misma que habíamos atropellado mi novio y yo meses atrás, al parecer no estaba allí. Claro que podía estar en cualquiera de las habitaciones.

Entonces Juan a Secas, el Juan que sí me gustaba, (y el que yo apostaba que sería el poli encubierto) salió del baño, con un trapo mojado en la mano derecha.

En ese instante Lían se me abalanzó y me inmovilizó con desconcertante facilidad, tirando de mis brazos hacia atrás y juntándolos tras mi espalda, y Juan a Secas me metió el trapo en la nariz mientras murmuraba que no era nada personal.

Intenté liberarme desesperadamente, tratando de no respirar, sabiendo que si lo hacía estaría perdido. La otra opción era gritar para alertar a Juancho a través del micro.

Unos segundos después los extraños vapores que emanaban del trapo hicieron su trabajo sin necesidad que yo hiciera nada por respirarlos.

Lo único que acerté a ver antes de caer inconsciente fue la mirada de Juan a Secas, aún sujetando el trapo contra mi boca y nariz, una mirada curiosamente cargada de preocupación por mí.

Continuará...