La muerte de Lucía

Lucía sufre un calambre nadando y se ahoga. Un último pensamiento viene a su mente.

Siempre tuve por cierto eso de que cuando ibas a morir veías pasar toda tu vida en un segundo. Bueno, aquello no era del todo exacto. Al menos para mí.

Me dí cuenta de eso en el mismo momento que fui consciente de que iba a morir.

Este calambre me ha dejado paralizada.

Me hundo.

Estoy lejos de la orilla.

Estoy lejos de mis amigas.

Estoy lejos de cualquier ayuda.

Ya no hay tiempo para salvarme.

Me muero.

Y así, con la frialdad que nos otorga la desesperación, me dispuse a prepararme para mi muerte.

Mientra mi corazón bombeaba el poco oxígeno que me quedaba en los pulmones, empecé a ser consciente de sus latidos.

Sístole. Diástole. Sístole. Diástole.

El tiempo pareció pasar más lento. ¿O era mi corazón el que iba más despacio? ¿O quizá era yo que estaba pensando muy deprisa?

Sístole.

Me encuentro tumbada boca arriba en una cama de matrimonio. Hay luz diurna, parece la habitación de un hotel. Alguien me está comiendo el coño, haciendo suaves movimientos circulares con su lengua por la parte superior de mi clítoris. Sonrío para mis adentros. No es algo que me dé especialmente placer, pero ese movimiento es tan propio de Juan. Tiene que ser Juan quien ahora me está deleitando la entrepierna con su lengua.

Diástole.

Volvía a estar sumergida. Mis pulmones comenzarón a arder pidíéndome tercamente que vuelva a respirar. Sin hacerle caso, de repente caí en la cuenta de a qué episodio de mi vida correspondía la vision que habia tenido. Fue hace 2 años en Portugal, con Juan. Tuvimos sexo después del desayuno, y luego fuimos a ver museos.

Sístole.

Gimo y me retuerzo de placer por la comida de coño que Juan me hace y me sobo suavemente los pechos. Mi pecho izquierdo está humedo, ya que Juan me ha estado pasando su lengua antes de ir hacia abajo. Siempre hace lo mismo.

Diástole.

Me hundía más y más. Ví una luz potente y oscilante a lo lejos. ¿Era la luz al final del tunel? ¿O era el sol a millones de kilómetros de mí? En cualquier caso, no podía aguantar más y tenía que satisfacer la terca demanda de mis pulmones.

Sístole.

Veo el sol de la mañana por la ventana del hotel. Juan se levanta y me pide que me ponga a cuatro patas. ¿No quieres que te la chupe? le pregunto. Ahora mismo no, me apetece más penetrarte.

Diástole.

Abrí la boca y aspiré lo primero que mi nariz encontró. Se produjo un borboteo interno producto del intercambio del aire viciado de mis pulmones con el agua salada del mar. Mi cerebro desató una oleada de pánico. Sólo déjate llevar, me dije. Déjate llevar.

Sístole.

Juan me introduce la punta de su enorme polla por la vagina. Al primer contacto mi cuerpo se estremece y se pone tenso. Tantos años follando y todavía me siento como la primera vez, como decía Madonna. Déjate llevar, me digo. Sólo dejate llevar.

Diástole.

Poco a poco el borboteo cesó y de igual forma mi cerebro comenzó a calmarse, o a resignarse. Ahora podía permitirme pensar un poco en lo que había visto. ¿Por qué tenía visiones de esa imagen? No recuerdo esa escena como algo especial en mi vida. Tengo miles de recuerdos mucho más importantes y emotivos. La muerte de mi padre, mi octavo cumpleaños, Sergio. ¿Era acaso un capricho de mi cerebro, un recuerdo elegido al azar?

Sístole.

Poco a poco el movimiento mete y saca se normaliza y adquiere su velocidad de crucero, como me gusta llamarlo. Con mi mente un poco más libre, puedo dedicarme a dar rienda suelta a mis fantasías. Dejo que mi profesor me folle para conseguir un aprobado. Menuda puta estoy hecha. Le doy mi coño y mi dignidad a cambio de un miserable aprobado. Soy una puta, una puta barata.

Diástole.

A medida que mis pulmones se habituaron a inhalar y exhalar agua del mar, me fuí acostumbrando poco a poco a la situación y mi mente se calmó. Un pequeño hormigueo comenzaba a florecer en mis extremidades, fruto, pensé del envío prioritario de sangre al cerebro.

Sístole.

Mientras Juan me folla a cuatro patas, cojo el vibrador que sigue en la mesilla de noche y me lo aplico al clítoris, a máxima velocidad. En esta postura no tardo más de 4 minutos en correrme.

Diástole.

4 minutos. Eso es lo que tarda el cerebro en morir por falta de oxígeno. No recuero dónde lo leí, pero ya no importa. De hecho, ya no me importa nada.

Sístole.

A medida que mi excitación va aumentando, me voy olvidando del mundo tal y como me rodea, y poco a poco todo deja de importarme para dedicarme por completo a mi placer.

Diástole.

Noto que mi conciencia comiena a desvanecerse. Mi cerebro lanza un último grito de pánico ante la pérdida de control. Ya es tarde para todo. Déjate llevar, me repito. Sólo déjate llevar.

Sístole.

Momentos antes del orgasmo, siempre noto este repentino y breve contacto con la realidad. Pensamientos que más de una vez me han fastidiado la que hubiera sido una buena corrida. ¿Estoy siendo demasiado vulgar? ¿Como está él? ¿Me estarán oyendo los vecinos? Ya es tarde para todo, me digo. Déjate llevar. Sólo déjate llevar.

Diástole.

Mi conciencia, al menos la que estaba debajo del agua, desapareció. Ahora no pensaba y sólamente las funciones básicas de mi cuerpo seguían funcionando. Aunque no por mucho tiempo.

Sístole.

Me corro. Me corro. Contorneo mi cuerpo. Juan me penetra más despacio, a juego con mis movimientos. Gimo y gimo y me aprieto el vibrador con fuerza. Y durante un segundo dejo de existir para convertirme en placer.

Diástole.

Mi cerebro dejó de pensar y mi corazón de latir. Y para siempre dejé de existir para convertirme en polvo.