La muer recatada
Tras divorciarme no tenia mucho juego, pero dos jóvenes nos pusieran a mi amiga y a mi bien.
Siempre he sido una mujer recatada. Más bien tímida, retraída, lo que se dice conservadora, en costumbres y modo de ser. Tengo ya 55 años, y no diré que parece que tenga 40. No. Tengo un cuerpo que diría bueno para mi edad. Rellenita, sin ser gorda, me cuido yendo a Pilates tres veces en semana, tengo buenos pechos, talla 100, algo caídos pero como están bien gorditos, pues no están mal. Más culo del que me gustaría, pero sé que lo miran. Aunque me corta, en el fondo me enorgullece. Hace ya 15 años que me separé, y luego divorcié, y mucho que me alegro. Con mi marido no había química. Muy buena relación pero sin chicha ni limoná. Él era frío, más conservador que yo, siempre en su trabajo. En fin, lo hicimos de buenas maneras y con mi trabajo de funcionaria vivo muy bien. ¡Ah! Me llamo Carmen.
Tengo una buena amiga, Luisa, dos años mayor, que es más animada que yo. Tiene 57 años, pero ella sí que parece de bastante menos. Algo tiene que ver su cirujano, pero con mucho estilo. Menos pecho que yo, pero absolutamente tersos, delgada, siempre muy arreglada. Es viuda desde hace 10 y su marido le dejó rentas para una buena vida, de masajes, viajes, estética, etc.
Ella está empeñada en que yo debo salir, divertirme, aprovechar mi “buen ver”, como ella lo llama. Dice que hay mucho joven deseando coger a dos maduritas como nosotras. A mi escandaliza su lenguaje pero la verdad es que me excita. Ella no desaprovecha ninguna oportunidad. Solo pide que sean más jóvenes que ella, potentes, como suele decir, “que la empotren bien empotrada”. A veces salíamos juntas a cenar o tomar alguna copa y la verdad es que me lo paso de maravilla, nos reímos, hablamos, a veces bailamos, e incluso alguna vez me he tenido que ir en un taxi porque ella ha ligado.
Yo nunca había terminado liada con nadie, aunque sí había tonteado, y algún beso o caricia. Eso sí, al llegar a casa me masturbaba pensando en que me hicieran locuras. Mi cuerpo lo necesitaba y sentía mucho placer al tocarme por todos lados.
Ese viernes me llamó por la mañana, y muy salerosa me dijo
- Prepárate, mañana vamos a ir a un sitio de copas muy chic que han abierto, justo en el centro. Me han dicho de buena tinta que hay “un ganado” de lo mejor
- ¡Pero qué burra eres, Luisa!
- Sí, yo soy muy burra pero ponte bien arreglada que esta vez mojas seguro.
- ¡Anda, anda!
Pero me dejó bien caliente. Llevaba dos semanas sin tocarme y me excitó pensar que esa noche tuviera algo. Por ello, reservé hora en la estética, para un completo (Cutis, depilación, peinado y masaje) y fui a una tienda a comprarme ropa interior elegante. La verdad que es que viendo lo que había, me pareció preciosa toda pero tan excitante, tan provocadora. No se si a mi edad esas cosas… Pero una dependienta, joven, como 24 años, me convenció. Que buena vendedora. Que si vaya cuerpazo que tenía, que si ese conjunto transparente realzaba mis pechos, que si debía enseñar culo. Al final me compré un culotte tanga, negro, todo transparente y un sujetador sin copa que apenas disimulaba mis pezones. Bueno, cierto es que me excité en la tienda, la verdad. A las diez de la noche, ya lo tenía puesto, con una falda más bien corta y una camisa blanca, de botones, que mostraba canalillo.
Al poco llego ella. Un vestido ajustadísimo a su cuerpo marcaba cada una de sus curvas, juraría que no llevaba sujetador y un peinado espectacular.
- Vamos, que hoy rompemos
- Estás loca, ¿Qué vamos a hacer dos casi abuelitas?, Jajaja
- Pues, hija, esta vez te quedas mirando porque yo voy dispuesta a que me coman.
- Desde luego no tienes remedio – Aunque la verdad es que me excitaba imaginarlo.
Me monté en su coche (por cierto, un Mercedes precioso) y nos sumergimos por el centro. Llegamos al local, se notaba que nuevo y con mucha clase. Dos hombres uniformados en la puerta para aparcarte el coche, dos “gorilas” en la puerta y ella enseñó una especie de pase.
La verdad, era precioso. No mucha gente, pero todos con elegancia, música en directo muy buena, una disposición perfecta, mesas altas, sofás y una pequeña zona de baile. Nos sentamos, vino una camarera y pedimos dos caros wiskis. No tardó mucho y se acercaron dos hombres, unos 30 o 35 años, muy bien vestidos, que nos dijeron que si podían sentarse con nosotras. Le faltó tiempo para decirles que sí. Estuvimos un rato hablando, eran muy agradables. Y al poco, sonó una canción lenta y Antonio, el más joven, le dijo a Luisa que si bailaba. Ella dijo que si y salieron. Nosotros nos quedamos sentados juntos, hablando, riendo, pasándolo bien. Al rato, me dice
- Mira esos dos.
Estaban bailando bien agarrados, él besándole el cuello, con la mano más abajo de la cadera y ella pasando su mano por la espalda. Me excitó terriblemente verlos. Y creo que él lo notó. Me atrapó mi mano, la acarició suave, subió por mi brazo y me sentí derretir. Era hábil el puñetero. Y se dio cuenta. Me agarró de la barbilla y me dio un piquito, suave, solo rozar los labios. Lo miré con los ojos entrecerrados y se lanzó a por mi boca. Solo abrí un poco mis labios y su lengua entró arrollando, lamiendo, conquistando. ¡Dios, como besaba! Me sentí en una nube. Su mano pasaba por mi espalda y mi poco vello se erizaba. Separó su boca, apartó un poco el cuello de mi camisa y lamió mi nuca. Cuando lo sentí, se me escapó un suspiro largo y el llevó su mano a mi pecho, apretándolo suave pero firme, y me dijo, claro pero suave
- Me encantan tus tetas. Me las voy a comer enteras.
Oír eso, tan directo y claro, hizo que terminara de ponerme empapada. Justo en ese momento llegaron Luisa y Antonio, y nos separamos. Me fijé en ella y venía sonrosada y, claramente ahora, no llevaba sujetador y sus pezones eran misiles de guerra.
- Nos vamos a tomar el aire, ¿venís?
- Claro, le dijimos.
Salimos y ella pidió el coche, mientras sin reparo alguno besaba en la boca a Antonio. Verla tan directa me tenía a mil, y Manuel, el mío, no dejaba de acariciar mi cintura. Cuando llegó el coche, nos montamos, ella conducía, Antonio a su lado y Manuel y yo detrás.
- Vamos a ver las estrellas.
Creí que era figurado, pero enfiló hacia las afueras, a la zona de la ermita, donde había oído que iban parejitas. Mientras conducía, Antonio no dejaba de tocar sus muslos, con el vestido bastante arremangado, y Manuel la tomó con mi cuello, se nota que había descubierto mi flanco débil. Bueno, uno de ellos, por lo que iría descubriendo.
Al legar al descampado, realmente se veían preciosas las estrellas en la noche clara, pero poco miramos. Los dos se lanzaron a besarnos como locos. Ya no vi mucho más de lo que pasaba delante. Mientras me comía literalmente la boca, y con habilidad, desabrochó mi camisa y atrapó mi pecho, amasándolo con sabiduría, mientras yo deseaba que llegara al pezón, que pedía guerra. Cuando llegó, lo apretó suave pero subiendo de intensidad, y sentí una mezcla de placer y dolorcito que me volvió loca. Habilidad tenía, porque mientras repasaba toda mi boca y su mano jugaba en mi pezón, su otra mano agarró la mía y la llevó a su entrepierna. ¡Dios mío, si lo que estaba tocando era tremendo! Al menos para mí, mi exmarido calzaba más bien cortito. Lo acaricié y lo sentía vibrar. Entonces me dijo
- Vamos fuera y dejamos a esos tortolitos.
Entonces mi di cuenta que me había olvidado, los miré y casi grito. Mi amiga estaba agachada, chupándosela bien profunda, y él le decía
- ¡Qué bien chupas, mamona!, mientras le magreaba las tetas que las tenía fuera del vestido.
Manuel abrió su puerta, dio la vuelta y abriendo la mía me sacó. Todo fue estar fuera y volvió a besarme con esa pasión incontrolada que me dejaba tonta, si bien sentí su mano buscar en mi entrepierna. Iba a notar que estaba empapada. Y tanto que lo notó
- Estas chorreando, mami.
Y dos dedos suyos empezaron a jugar, mis labios, mi entrada, mi clítoris, todo en su poder. Mientras, su boca estaba jugando entre mis tetas, ya libres la dos, durísimas como no recordaba haberlas tenido. Lamía, mordía, sorbía y sus dedos me tenían al borde del orgasmo, que no tardó en llegar con un temblor notable y un gemido bárbaro. Cuando se me pasó, me besó suave y me dijo al oído, flojito, dulce,
-Agáchate y cómeme la polla, putita.
Eso, que me hubiera ofendido muchísimo, me puso más caliente aún y me agaché. No sé cuándo se la había sacado. Ni falta que me hacía. Era enorme, al menos para mí, durísima, brillante. La toqué, la miré y él cogió mi nuca y me acercó a su punta. Ni lo pensé. La lamí, desde la punta hasta abajo, subí, y la metí en mi boca. Nunca me había gustado mucho chupar, pero estaba en la gloria. Sentir esa potencia, esa pasión, por mí, me tenía loca. Cuando llevaba un rato, me apartó y me dijo
- Me toca, preciosa
Me dio la vuelta, mirando al coche y se puso detrás. Me subió la falda y dejó al aire mi culo y mi empapada braguita.
- Vaya culazo que tienes, mami.
Y me pasó la lengua, desde el ano al clítoris, todo. Que fuerza, como lamia, me derretía entera. Y entonces me fijé en el coche. No se cómo se habían pasado a los asientos de detrás, y Luisa estaba con todo el vestido en la cintura, tetas al aire y cabalgándolo, bien metida su polla. Sentir su lengua lamerme mi coño y mi culo y ver a mi amiga follar como loca mientras él le mordía los pezones me llevó a la segunda corrida. Me lamió un poco más, me inclinó sobre el coche y me dijo
- Ahora te voy a follar como se están follando a tu amiga. Vaya par de zorritas más lindas. Te voy a matar de gusto.
Yo solo movía mis caderas buscándolo, mientras no podía apartar la vista de mi amiga, los botes que daba en la polla de su hombre. Entonces, apuntó la punta en mi coño y empujó suave. Creí que no entraría, pero estaba tan mojada que solo empujar un poco, fue conquistando. ¡Qué sensación! Sentía cada centímetro entrar, como me abría, como ensanchaba mi coño. Su ritmo iba subiendo y no podía creerme que llegaría al tercer orgasmo. Entonces hizo algo que no esperaba. Sin bajar su ritmo, pasó su mano por delante y empezó a acariciar mi clítoris mientras me bombeaba sin piedad. No podía más. ¡Qué gusto! Miré a mi amiga y ella tenía también cara de estar a punto. Me miró y me dijo, sin yo oírla pero leyendo perfectamente sus labios
- Puta perra caliente.
Y acercó su cara al cristal abriendo sus labios. Yo hice lo mismo, acerqué mis labios, y cuando tocaron el cristal justo donde estaban los suyos me corrí como nunca, largo, profundo, temblando las piernas y sentí como él se corría, me inundaba a borbotones de su leche, todo mi coño.
Acabamos y nos pasamos toallitas para secarnos los cuatro. Con miradas bobaliconas, nos subimos y nos dirigimos al local donde nos conocimos, ellos tenían allí su coche. Manuel, al bajarse, me beso suave los labios y me dijo
- Tengo que verte de nuevo para follarte ese culazo que tienes.
Temblé de nuevo. Luisa se despidió de Antonio con un largo beso y cuando salió me dijo
- Anda pásate delante que no me gusta ir de chofer.
Cuando me senté a su lado, me miró fija y me dijo
- Hoy duermes en mi casa, cacho perra
- No traigo ropa…
- Ni falta que te va a hacer.
¡Dios mío, que ocurrirá!